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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Michael Kimber Lun Abr 13, 2015 11:43 pm

It is always by way of pain one arrives at pleasure.


"Take me. Own me. Use me. Pick a verb. Just please".
"Fuck you. I'm going to fuck you. That's my verb".


Antes de esa noche Michael nunca antes había escuchado hablar de ese lugar. Pero allí estaba, a punto de entrar. Le había bastado un simple comentario de uno de sus socios, Percival Duval, un hombre diez años mayor que él y mucho más lujurioso y lascivo que Corvinus, para sucumbir ante la tentación. La información que Duval le dio sobre el lugar fue escueta, pero contundente, y, ciertamente, cuando los placeres carnales y las mujeres iban incluidas junto a la promesa de pasar un momento por demás excitante, era demasiado como para que Michael se atreviera a rechazar semejante oferta. Por eso aceptó gustoso la invitación que su amigo le hizo, y cuando éste propuso que su salida fuera esa misma noche, Corvinus no expresó objeción alguna, sino que por el contrario, se mostró entusiasmado con la idea. Llegada la noche, juntos subieron a un elegante carruaje negro que los condujo hasta las puertas de “Le château de Mon Plaisir”, nombre con el que lo conocían solamente los que sabían las actividades que se practicaban allí dentro, personas que en su mayoría eran socios, o en su defecto, clientes muy frecuentes. Era un lugar clandestino, muy alejado, situado a las afueras de la ciudad, a donde apenas caía la noche podían verse una buena cantidad de carruajes aparcando muy cerca de allí. Hombres y mujeres bajaban de sus coches con la cabeza gacha para proteger su identidad de cualquier curioso que pudiera reconocerles, algunos incluso llevaban máscaras o se cubrían con grandes y aparatosos sombreros o mascadas. Una vez adentro, podían ser ellos mismos sin ningún tipo de temor, puesto que si se encontraban con alguien conocido, no tenían nada de qué avergonzarse, ya que todos los presentes compartían gustos parecidos. Nadie allí estaba exento. Todos allí eran víctimas de los mismos pecados.

Para el resto de los mortales aquella era una mansión más, un lugar intrigante, sumamente misterioso. Algunos sentían curiosidad por saber la razón que orillaba a decenas de personas a reunirse en aquel sitio, pero todos imaginaban que debía ser una especie de club privado, que ciertamente lo era, aunque nadie imaginaba de qué tipo, ni les cruzaba por la mente lo que ocurría a puertas cerradas. Ni siquiera Michael Corvinus se hacía una idea. Mientras aguardaban frente a la puerta de la gran mansión, luego de que su compañero Percival tocara y un hombre asomara parte de su rostro a través de una pequeña ventanilla y les pidiera que se identificaran y que aguardaran, él empezó a imaginarse lo que encontraría en aquel lugar. Sus expectativas no eran tan altas, en realidad, esperaba encontrarse con un simple burdel repleto de prostitutas, las cuales esperaba fueran muy hermosas y estuvieran limpias y sanas. Mientras aguardaban se preguntó qué podía tener de diferente ese burdel de todos los que él ya había visitado.

Finalmente, la puerta se abrió y les dieron la bienvenida. Un hombre vestido de forma muy extraña los condujo a través de un largo y amplio pasillo, hasta que llegaron a una gran sala. Fue allí donde Michael se detuvo en seco y sus ojos se abrieron impactados por lo que veía. Decenas de personas se encontraban allí, algunos semidesnudos, otros sin una sola prenda encima, la mayoría de ellos siendo partícipes de escenas sexuales. Pero aquel sexo que se practicaba no era normal, era sucio, depravado, completamente degenerado. Los ojos azules de Corvinus se clavaron en la orgía de hombres y mujeres que se llevaba a cabo justo en el centro del lugar, donde además del sexo heterosexual, mujeres tocaban y lamían lujuriosamente a otras mujeres, y los hombres sodomizaban a otros hombres. No muy lejos de allí, una mujer era azotada con una fusta de cuero por un varón que le doblaba la edad; ella gritaba, pero parecía gozarlo, tenía que ser así, era la única explicación posible a su rostro que se desfiguraba de puro placer con la llegada de cada azote.

No has dicho una sola palabra desde que llegamos, Mickey —dijo su amigo Percival con cierto tono burlón, sin despegar los ojos del gesto levemente impresionado de Corvinus, observando su cara para evaluar la reacción de su camarada—. ¿Te estás echando para atrás? Si esto es demasiado para ti, podemos irnos cuando quieras… —y ahí estaba otra vez, la pulla que se había vuelto habitual entre los dos hombres que tenían como costumbre ser competitivos entre sí.

Michael giró su rostro y se limitó a responderle con una expresión de fastidio. Percival le dedicó una sonrisa petulante, le dio un golpe en el hombro, como animándolo a unirse a la diversión, y lo dejó a solas. Michael aprovechó que no tenía a su empalagoso amigo cerca para explorar el lugar. Recorrió toda la sala en silencio, observando con detenimiento cada escena, una más obscena que la anterior, hasta que llegó a un nuevo pasillo y allí le pareció reconocer un rostro. No se lo podía creer. Era imposible. Cuando se acercó por completo, confirmó sus sospechas.

¡Es usted! —exclamó sorprendido y divertido en partes iguales—. Esto es francamente inesperado.

Sabine Scheftel se encontraba frente a él, con el rostro cubierto de sudor y el pelo pegado a la frente, pegada a la pared con las enaguas levantadas hasta la cintura, mientras un hombre de color le restregaba el miembro contra el trasero.

La frente de Corvinus se arrugó de pura incredulidad, pero su sonrisa incisiva jamás se borró.


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Última edición por Michael Corvinus el Jue Dic 24, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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Mensaje por Sabine Scheftel Vie Mayo 15, 2015 11:18 pm

Recién eran las seis de la tarde cuando Sabine dejó la casa que compartía con su tía. Aquella vieja loca estaba a punto de acabar con su paciencia y con ello, engrosar las filas de todos los difuntos que merecían un espacio en los obituarios que la flacuchenta esa escribía diligentemente cada noche. Caminó hasta la iglesia con el velo en la cabeza esperando que, tal como cada vez que aparecía en público, nadie reparara en su presencia y simplemente ignoraran que ella se encontraba ahí. La capa negra le llegaba hasta los tobillos por lo que cubría todo aquello que quería ser ocultado, incluso los deseos fervientes que comenzaban a acumularse en su interior.

El patrocinador pidió expresamente que esperara fuera de la catedral y ella, obediente como buena sumisa, se mantuvo en ese lugar hasta que el carruaje pasó a recogerla. El interior estaba oscuro al igual que las ventanas por lo que se mantuvo mirando hacia el piso con las manos juntas sobre su regazo. En esa posición Sabine parecía una mujer serena y entregada, lo cierto era que estaba más bien ansiosa por empezar y sobre todo, deseosa de ser humillada. Espera que esta noche al menos alguien sea capaz de lograr lo que anhela pero que nadie ha podido darle. Tampoco es que pueda quejarse, la espera hasta ahora ha contado con noches inolvidables pero incompletas. Algo le falta, algo aún la retiene de lo que sabe que tiene escondido. Cuando llegan a la mansión una voz grave le indica que debe prepararse, Sabine se quita la ropa interior por lo que debajo de las enaguas está desnuda. Su pareja la espera justo a la entrada.

Esta noche no tiene el rostro cubierto por una máscara ni tampoco tapada por algún tipo de carmín o maquillaje. Le han pedido que se aparezca tal como si recién saliera de un baño y así es exactamente como lo hizo. Alguien toma su capa y el viento se cola frío entre sus ropas, la mujer siente la excitación en la punta de sus pezones pero sigue avanzando a medida que observa escenas que no le son desconocidas. Muchas veces ha sido ella la protagonista de lo que está viendo, mujeres con las mejillas encendidas por la pasión y las piernas abiertas mientras un hombre empuja con fuerza justo ahí. Lo está deseando pero no de ese modo, más bien envidia a quien cuelga de la pared de piedra y deja su espalda al descubierto esperando sentir el cuero de una fusta chocar contra su piel.

Sabine quiere que le griten, que la golpeen, que la hagan sentir como lo peor de la tierra, que le recuerden lo miserable que es.

—Señorita Scheftel, pase por acá… —un hombre le sonríe e indica un pasillo que conduce hacia una puerta abierta, justo ahí dos hombres más la miran con el rostro sereno pero concentrado. Ella sólo conoce a uno de ellos, a ese que viste traje y corbata, el que sólo se dedicará a mirarlos y a quien llama patrocinador desde que lo conoce. Sabine no es una puta, ella no recibe dinero por lo que hace, recibe algo mucho más importante  y que no tiene el valor que muchos le dan a los francos. Ella simplemente se queda con los orgasmos que alcanza, con los recuerdos que luego sirven para tocarse en la intimidad de esa asquerosa habitación que su tía le ha otorgado. Ella sólo se queda con la esperanza de que alguno de esos desconocidos le entregue lo que desee y no la deje a medias como todos los demás. —Siga las instrucciones que se le darán y su patrocinador cumplirá con la otra parte del trato. —Tal vez para los demás aquello significaba el siguiente pago, pero para ella era la opción de reserva que sólo aparecía en casos muy extremos. Sabine Scheftel siempre puede recurrir a conseguir del propio patrocinador lo que los desconocidos muchas veces no son capaces de otorgar.

Los tres hombres tomaron caminos separados dejando a la escritora justo al medio. El patrocinador se sentó justo en la puerta abierta, el desconocido la tomó por la cintura y girándola le susurró al oído que se parara pegada a la pared con las piernas separadas, y quien la había guiado hasta ahí desapareció seguramente esperando que algún otro visitante llegara. El desconocido tenía un nombre que le parecía impronunciable, se deslizaba por su piel con manos expertas y despertaba sensaciones que iban calentando su sangre a medida que avanzaba. Llegó hasta el punto álgido de su centro y sintió la humedad que ahí se hacía presente, Sabine lo supo por la presión exigente de su miembro que por sobre la ropa engañaba en cuanto a tamaño y grosor. Aquel joven de piel oscura introdujo uno de sus dedos en ella sólo para tantear el terreno, el gemido placentero de la mujer fue la mejor respuesta. Ahora tenían permitido levantar sus ropas y seguir con todo aquello pero aún no podían ir más allá, el patrocinador era específico en ello, sólo sería él quien autorizara a que pudieran penetrarla.

Sabine tenía el pelo pegado a la frente y de su trenza se habían soltado la mayor parte de las hebras de su cabello. El sudor le perlaba la piel hasta convertirla en una estatua de cerca que arqueaba la espalda y esperaba una intrusión que aún no llegaba. Ambos hombres gritaban asquerosidades que sólo aumentaban sus gemidos; la degradaban a la peor categoría, incluso más abajo que muchas de las prostitutas de los burdeles pero nada le importaba. Con cada humillación ella se encontraba aún más cerca de alcanzar el clímax, con el sonido de esas dos voces clamaba por la liberación. Pero sólo hasta que una tercera voz se unió a la de ellos.

Justo frente a sus ojos, Michael Corvinus aparece y de todas las cosas que pudieran cruzar su mente, la idea de que eran su miembro y no el del desconocido lo que la torturaba desde atrás, es la que toma fuerza y logra que grite un nombre que no corresponde a lo que se supone debía hacer. Un nombre que es al mismo tiempo un error y una certeza. —Michael Corvinus… —repite con la voz cansada, las nalgas al descubierto y la seguridad de que hasta ahí llegó su servicio para ese patrocinador. Lo mínimo es que el idiota ese se sienta halagado de que ella le dedicara su orgasmo sin siquiera tocarla.
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Mensaje por Michael Kimber Miér Mayo 27, 2015 1:23 am

Cuando Sabine mencionó aquel nombre que no pertenecía al hombre que la sometía desde atrás, éste no dudó en hacer evidente su molestia. Inmediatamente se apartó, la tomó de los hombros sin ningún tipo de delicadeza, y giró su cuerpo para que lo mirara de frente. Entonces levantó la mano y le propinó una fuerte bofetada que le dejó la piel roja. Ella ni siquiera replicó. No hizo un gesto, no pronunció una sola palabra. Era como si estuviera disfrutando el maltrato. Michael se quedó de pie, en silencio, presenciando la brutal escena. Todo era tan extraño, empezando por el hecho de jamás creyó encontrar precisamente a Sabine en un sitio como ese. Cuando el hombre de color volvió a levantar la mano con la intención de golpear una vez más a la mujer, Corvinus por fin intervino.

Creo que su turno ha terminado, caballero —dijo dando un paso al frente para marcar el territorio que ya desde entonces consideraba como suyo.

Por supuesto, Corvinus no era miembro del club, ni siquiera sabía bien de qué iba todo eso, pero empezaba a comprenderlo. El hombre negro giró su tosca cara para conocer el rostro de aquel que se atrevía a interrumpirlo, y entonces, sus ojos marrones se encontraron con la figura de Corvinus. Lo barrió de arriba abajo, delineándolo, como haciendo evidente que lo consideraba muy poca cosa para él. Y probablemente lo era. Corvinus, aunque era alto y fornido, quedaba muy por debajo de sus proporciones físicas. Pero no era ningún cobarde, así que, pese a tener todas las de perder, no se dejó intimidar por el extraño. Volvió a avanzar, pasó frente al hombre negro, que solo lo miró con detenimiento sin borrar su mala cara, y tomó a Sabine del brazo para luego conducirla a través de un largo pasillo. Mientras caminaban, Michael visualizó una habitación que permanecía abierta y vacía, empujó a Sabine hacia el interior, y después entró él. Una vez dentro, la miró con aquella sonrisa torcida que era tan suya. Había cerrado la puerta y se encontraba recargado contra ella, mirándola fijamente, con un toque de diversión y picardía en los ojos. Puso el seguro a la puerta para asegurarse de que nadie los interrumpiría, y entonces avanzó hacia ella, lentamente, deleitándose con su desnudez. Sabine llevaba puesto un vestido pero éste había sido bajado hasta la cintura, por lo que la única parte que quedaba a medio vestir era la de abajo. Los pechos yacían expuestos. Podía no ser el cuerpo más curvilíneo que Michael había presenciado, pero era igualmente apetecible. De una manera casi automática comenzó a sentirse excitado, experimentando una sensación bastante parecida a la que había sentido aquel día de la entrevista que Sabine le había hecho, en el que lo había dejado con las ganas. Curiosamente, apenas unos días, el destino volvía a ponérsela en su camino, y él no pensaba desaprovechar la oportunidad, no después de haber visto lo que había visto.

Se aproximó a ella y en un impulso la condujo hasta la pared más próxima, justo como había hecho en su despacho, pero apretando con mucha más fuerza su cuerpo contra el de ella. Su respiración comenzó a alterarse. Se sentía inexplicablemente ansioso, desesperado, temblando de necesidad, como si hubiese pasado demasiado tiempo desde la última vez que había poseído a una mujer. Muerto de deseo acercó su boca a la ajena, entreabrió los labios de Sabine, e introdujo su lengua dando paso a un beso apasionado y apremiante que lo dejó jadeando cuando finalmente se separó.

Debo estar más loco de lo que creía, mucho más aburrido de lo que pensaba, para considerar siquiera acostarme con una mujer como usted —admitió intentando recuperar el aliento—. Tan poco atractiva, tan aparentemente insulsa… Usted no se parece en nada a las mujeres a las que estoy acostumbrado, pero no voy a negar las cosas que provoca en mí. No sé por qué, pero la deseo. Oh, maldición, vaya que sí —exclamó sin poder contenerse—. La deseé esa tarde en mi despacho y seguí deseándola el resto de la semana, cada maldito día. La deseo ahora mismo, en este lugar, justo en esta habitación. Y sé que usted también me desea. No se atreva a negarlo porque su cuerpo la delata —le lanzó una mirada cínica mientras se apretaba más contra su pecho. Efectivamente, su cuerpo la delataba, porque pudo sentir sus pezones endurecidos—. La escuché allá afuera, la oí claramente cuando dijo mi nombre. ¿Por qué, Sabine? ¿Va a decírmelo? ¿Va a admitir que deseó como nunca que fuera mi verga la que tuviera contra el trasero? Dígalo, admítalo, quiero escucharlo. Ya no tiene caso que finja, ahora sé de lo que es capaz. Quién iba a decir que detrás de la presuntuosa y mojigata escritora de obituarios que se presentó ante mí el otro día, había escondida una pequeña puta que goza toda clase de perversiones —le susurró al oído, como si se tratara de un oscuro y terrible secreto, y ciertamente lo era.

Y ahí estaba de nuevo, su maldita sonrisa. Realmente estaba disfrutando con aquella situación.
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Mensaje por Sabine Scheftel Vie Ago 07, 2015 11:24 pm

Transformada en una muñeca de trapo deja que Corvinus la mueva, la lleve, la guíe a través de los confines oscuros de esa casa que ha visitado más seguido en el último tiempo. Él no lo sabe ni puede saberlo. Michael Corvinus no tiene idea que cada noche desde que lo conoció ha acudido a esa misma casa en busca de algún reemplazante que pueda acercársele o al menos asemejarse a la ingenua idea de él que tiene siempre en sus sueños. Ha tocado su propio cuerpo pensando que son las manos de ese idiota quienes la toca, ha dejado que otros hombres disfruten de su cuerpo creyendo que es ese hombre quien lo hace. Habría sido mucho más simple sólo caminar hasta su casa y pedírselo, rogarle por la liberación que necesita de su parte. Pero eso es algo que ella no puede hacer básicamente porque tiene miedo. Desde que recuerda, Sabine ha estado en busca de algo que logre llenar las gavetas vacías de placer que descubrió a tan corta edad. Son cajones vaciados de los sentimientos que esconden gemidos reales y los tan ansiados orgasmos que pueden completar lo incompleto. Muebles que podrían ser llenados por él. Sabine teme encontrar en Michael lo que ha estado buscando, teme también que una vez encontrado vuelva a sentir el vacío otra vez.

Después de la intromisión de Corvinus en su boca seguía sintiendo restos de su sabor amargo. La distancia la hizo enojar, le frunció el ceño y por un momento cerró los ojos mientras las palabras se deslizaban como una serpiente esperando poder introducir el veneno lentamente. La mujer sintió que la sangre le bombeaba más rápido, con fuerza y esperando que su corazón resistiera la batalla intentó olvidar lo que estaba escuchando, no hacer caso a cada letra que sólo cumplía a cabalidad la función que al parecer portaban. Sabine deseó ser capaz de negarse a responder las preguntas, esperó que su fuerza de voluntad fuera la de una persona distinta, alguien mucho más poderosa para plantarse frente a cualquiera y simplemente alejarse con la cabeza en alto y la balanza inclinada a su favor. Sin embargo, se mordió la lengua –literalmente– y observó la sonrisa que él hacía crecer en su rostro.

—Lo vi llegar, lo vi llegar y recordé su nombre. — la mentira no se le escapa, se tomó varios minutos para poder responder, aún así su voz es tan suave que incluso cree que no la ha escuchado. —¿Qué espera que le diga? ¿Acaso cree que estaba pensando en usted? ¡Lo he visto al entrar! Sólo es eso… —el cuerpo de Sabine se arquea sintiendo la cercanía de ambos, se mueve incómoda contra la pared pero al hacerlo sólo incrementa la humedad entre sus piernas y el dolor que llega a sentir por la presión en su sexo. Aún así, lo que hizo fue distinto a lo que estaba pensando. La mujer seca e insípida estiró la lengua y lamió suavemente el labio inferior del hombre. Era como si estuviera probándolo para luego seguir más allá, lo que hizo luego besándolo tal como lo habían hecho previamente. Quería devorar su boca y seguir averiguando qué era lo que tenía escondida, quería llegar a romper sus fibras y que sangraran juntos, como si pudieran de ese modo unirse en un acto sucio e inmoral, tal como el que su cuerpo estaba pidiendo.

Con fuerza lo empujó para separarse y caminó hasta el centro de la habitación. Estaba vacía tal como ella, carecía de colores o algo que le diera personalidad. Irrisorio es que fuera tan fácil hacer la comparación entre aquel lugar y la escritora de obituarios, —¿Estaba siguiéndome? ¿Cómo fue que me encontró acá? ¿Quién le dijo que podría encontrarme en este lugar? —no cree tener aquel nivel de importancia para él, pero necesita algo que hacer para rellenar el tiempo, para poder calmarse antes de correr y entregarse a él como tanto desea hacerlo. Sabine tiene consciencia de que continúa desnuda de la cintura para arriba, con el olor de dos hombres impregnados en la piel y el clamor de que sólo uno de ellos la marque de diversas formas; aún así no se cubre ni tampoco intenta taparse, deja caer los brazos a los costados y lo mira directo a los ojos, queriendo provocarle asco o al menos repulsión para que se aleje. Porque es más fácil hacer que las personas desparezca a aceptar lo que ellos nos hacen sentir. —¿Usted de verdad cree que alguien podría desearlo como usted cree? No me haga reír, señor Corvinus, no olvide que en aquella otra habitación estaba con otro hombre, con alguien con quien me he reunido por mi propia voluntad. Piense dos veces todo lo que dice, ni usted es tan importante para nada ni yo he pensado más en usted después de aquel día. —

Bajando los ojos y también sus dedos, Sabine desata la última unión que mantiene el vestido en su lugar. Con ello la prenda cae al suelo y ahora está desnuda, totalmente expuesta para él. Esperando quizás que sus palabras sean ignoradas y sea aquel gesto el que Michael escuche.
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Mensaje por Michael Kimber Jue Dic 24, 2015 2:24 am

Cuando ella se desnudó por completo, Michael experimentó una punzada de dolor en los genitales. Estaba tan excitado y contemplarla así, en todo su esplendor, solo lograba incrementar su pasión. La estudió una vez más con detenimiento y sus ojos reflejaron el fuego de un deseo feroz. Lo dicho, Sabine no era una belleza andante; no tenía una cara preciosa como de muñeca de porcelana y su cuerpo era muy delgado, carente de tentadoras curvas, pero poseía un algo que lo hacía sentir inexplicablemente ardoroso. Quizá se debiera a que nunca había deseado tanto a una mujer como la deseaba a ella, y eso en gran parte era porque sencillamente Corvinus no estaba a acostumbrado a que le dijeran que no, a que se le resistieran tanto. Ella lo había rechazado, poniéndolo al mismo nivel que cualquier otro, y eso le molestaba, tanto como llegaba a provocarlo. ¿Se trataba entonces de un simple capricho, una lucha de egos que deseaba ganar? Es probable. Siempre había sido así con él. Cuando se trataba de mujeres, era común que se encaprichara con alguna, la hiciera suya una o las veces que le apeteciera, hasta que el interés por ella se evaporara con la llegada de una nueva mujer. Sabine no podía ser la excepción, pero de momento representaba un reto.

Es usted una pésima mentirosa, Sabine. Su boca dice algo completamente diferente a lo que expresa su cuerpo —pronunció mientras daba un paso al frente. Su cínica pero atrayente sonrisa aún no se había desvanecido del todo—. Dígame, desde aquella tarde en mi despacho, ¿cuántas noches soñó con este momento? ¿Lo imaginó? Y ¿qué imaginó exactamente? ¿Le excitaba hacerlo? ¿Llegó a tocarse mientras pensaba en ello? Apuesto a que sí… —las atrevidas palabras de Corvinus no eran más que meras suposiciones, pero algo dentro de sí le decía que no estaban tan mal encaminadas. Le gustaba pensar eso, que los últimos días ella había anhelado tanto aquello como él lo había hecho, tanto hasta casi volverse una obsesión.

Admito que aquella primera vez logró engañarme por un momento —hizo una breve pausa en la que permaneció pensativo, recordando aquella tarde, luego prosiguió—. Apenas la vi, imaginé que se trataba de una virginal e inmaculada solterona sin experiencia alguna. Ahora veo cuán equivocado estaba respecto a usted. Respóndame, ¿cuántas pollas han estado allí adentro? —cuestionó sin pudor alguno y bajó su lasciva mirada a la entrepierna de la mujer. Su piel era rosada, lucía suave y limpia, y el monte de Venus estaba cubierto de una ligera capa de vello del mismo tono que su cabello. Michael deseó como nunca tenerla más cerca para poder tocarla, introducir sus dedos y corroborar si ya estaba húmeda y lista para recibirlo—. ¿Ha deseado otras tanto como sé que desea la mía? Porque sé que lo hace, y voy a dársela. Solo dígame cómo lo quiere. Estoy dispuesto a hacerlo como en sus sueños, solo tiene que decírmelo y cumpliré sus fantasías, por más indecentes o sucias que éstas sean. Le aseguro que no soy un hombre que se escandaliza fácilmente.

Pero las respuestas demoraron en llegar y Michael comenzó a impacientarse. Si ella se negaba a compartir con él sus más oscuros e inconfesables deseos para que él pudiera hacerlos realidad, entonces no le dejaba otra opción que hacer las cosas a su manera, pero no desistiría.

Bien, si no le apetece hablar… —dijo mientras comenzaba a deshacer cuidadosamente el nudo de su corbata— entonces procederé a follarla duro contra esa mesa, y lo haré a mi modo, tal y como deseé hacerlo aquella vez en mi casa —le habló con tanta naturalidad, con tanto descaro, que en verdad era insultante y presuntuoso de su parte. Ésta vez se abrió la chaqueta, desabotonó los puños de su camisa y la abrió un poco, solo hasta mostrar la mitad del pecho. No pretendía desnudarse, solo deseaba dejar de lado tanta formalidad, estar cómodo—. Esa vez logró escabullirse, pero ahora nada va a impedírmelo. Lo sabe, ¿verdad? Y tengo la clara sensación de que le encanta la idea, que no pondrá objeción alguna.

En efecto, la retirada no era una opción. Ésta vez no habría frenos ni pausas. Sería suya. Llevó las manos ésta vez a la altura de su cintura, dejó la camisa por fuera y desabrochó su pantalón para tener un fácil y rápido acceso a su instrumento viril en el momento en que lo necesitara, y en definitiva, ese momento estaba demasiado próximo.

Voy a enseñarle a no hablarme del modo en que ha hecho —sentenció mientras se sacaba el cinturón y lo dejaba caer descuidadamente sobre el piso. La hebilla metálica hizo un ruido escandaloso—. Póngase contra la mesa, dándome la espalda, y abra las piernas. Rápido —ordenó él con voz áspera, firme y autoritaria, similar a la que utilizaba cuando le hablaba a sus empleados. Era humillante que se digiriera así a ella, como si se tratara de uno de sus subordinados, o peor aún, de una prostituta cuyo único deber era obedecerlo y ofrecerle su cuerpo para que éste pudiera entrar en él y utilizarlo a su antojo hasta encontrar su propia satisfacción. Pero tal vez eso era lo único que ella quería, lo que tanto le excitaba, lo que tanto había deseado y era incapaz de confesar.
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Mensaje por Sabine Scheftel Jue Mayo 26, 2016 11:30 pm

Michael Corvinus, al parecer, era de aquellos hombres a los que les gustaba hablar mucho, de esos que suelen dar casi un discurso antes de ir a lo realmente importante. Es que quizás para él aquel era el momento para comenzar a planear lo que haría después de tanta cháchara y de qué modo lo haría, o tal vez sólo le gustaba el sonido de su propia voz y por lo mismo no se molestaba en pensar cómo se sentía la otra persona o darle tiempo para responder. Sabine lo escuchó en silencio pero atenta, al parecer toda su sangre estaba bombeando directo hacia un solo lugar que palpitaba como pidiendo a gritos un poco de calma. Una calma que sólo podría obtener de lo que él le estaba ofreciendo. Las instrucciones del hombre eran claras, sencillas, tan humillantes que no podía negar que las estaba disfrutando doblemente. La sola idea de tenerlo dentro de ella provocaba que le temblaran las piernas. El deseo crecía mientras la mujer, en silencio y con el rostro sonrojado, se acomodaba en la mesa pero sin darle la espalda. Si él tenía cosas para decir entonces ella también las tenía, aunque no fueran por cierto lo mismo.

—¿De qué modo le he hablado? ¿Lo he ofendido de algún modo, señor Corvinus? —las preguntas eran irónicas, buscaban provocarlo hasta conseguir lo que realmente quería. Ya antes él le había dicho que podía cumplir cualquiera de sus fantasías, pero Sabine estaba segura que lo que ella tenía en mente era incluso muy escandaloso para alguien que dice tener la mente tan abierta. No podía revelar lo que la hacía disfrutar por sobre cualquier cosa, no era posible ¿verdad? —¿Por qué quiere que le de la espalda? ¿Por qué desea follarme como lo hacen los animales? —dijo abriendo las piernas por completo y cumpliendo con lo que él le había pedido. A diferencia de la posición que Michael tenía en mente, Sabine quería ser capaz de mirar en su rostro el asco que su cuerpo iba a provocarle tan pronto lo probara. Quería poder retener las expresiones de decepción que alguien tan seco e insípido como ella podía generar, quería alimentarse de la humillación silencio y también de la verbal que de seguro vendría pronto. Se sentía hambrienta, pero aquella hambre no se alojaba en su estómago.

Sabine Scheftel llevó una de sus manos a su propio sexo y comenzó a explorarlo, masajeó su clítoris ya húmedo y lo invitó en murmullos a que se acercara. Tenía los labios hinchados y también la boca seca como los viajantes del desierto. Es cierto que lo necesitaba pero esperaba un poco más, quería algo más que sólo una penetración rápida que los saciara a ambos. —Al menos quítate la camisa, déjame verte, si quieres no me dejes tocarte pero déjame verte… —lo que buscaba era humillación, quería sentirse miserable, quería que ese deseo que le corría las venas como fuego ardiente se mezclara con la idea de no ser jamás digna de lo que él puede darle. Lo que necesita fervientemente es que él siempre se muestre superior, como un ser inalcanzable que le hará un favor al tocarla y luego follarla. El problema con aquel secreto deseo es que todo puede salir mal, Michael Corvinus puede tomárselo muy en serio y no darle lo que quiere cuando lo quiere o también puede suceder que luego de la primera vez ya nada tenga el mismo gusto. En ese caso Sabine sabe que tendría que buscar a alguien más, incluso aunque siga deseando que las palmas grandes de Corvinus queden marcadas sobre sus nalgas.

—¿Es esto lo suficientemente rápido para usted? ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué dejó caer el cinturón? Levántelo y áteme… o levántelo y golpéeme con él… ha escuchado bien lo que estoy pidiendo, no se quede callado, no te quedes callado Michael, dime algo, hazme algo… —dijo con un tono casi desesperado en la voz mientras continuaba masturbándose sobre la mesa. Cambiaba el ritmo a medida que sus palabras iban tomando más intensidad, si seguía así conseguiría llegar a otro orgasmo provocado por él. Injusto todo, injusto sería hacerlo a solas. —Si quieres me doy la vuelta… yo lo hago y tú lo haces… pediste escuchar mis fantasías, esas lo son… humíllame y dame lo que quiero —nunca antes se había atrevido a confesarle a alguien lo que con tanto ímpetu deseaba cada noche, —dame el dolor para ser libre y te daré lo que quieras. —
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Mensaje por Michael Kimber Mar Jul 26, 2016 6:41 pm

Entonces, ocurrió algo inesperado; lo impensable: Sabine Scheftel logró dejarlo sin habla. Sus palabras eran sucias, depravadas, un verdadero escándalo. Ninguna dama que se precie se hubiera atrevido a pronunciarlas. Y si bien Michael no era ningún santo y había escuchado cualquier cantidad de obscenidades antes, lo cierto es que éstas siempre habían provenido de las bocas de mujerzuelas, prostitutas baratas que era común encontrarse en los bares de mala muerte o incluso en las calles, pero nunca de alguien como Sabine. Además de insípida, tenía toda la apariencia de una mujer recta, decente y pura. Michael no dejaba de preguntarse -es más, se moría de ganas- si aquella impropia conducta era algo reciente, como una especie de etapa por la que estaba pasando, o si era algo común en ella y en realidad su reputación no era tan intachable como él había creído. ¡Qué impresión! Ella no solo le había confirmado sus lascivas suposiciones, sino que había ido más allá. Le estaba pidiendo que la ofendiera y que la maltratara; en lugar de besos y caricias, deseaba golpes y humillaciones. Aunque resultara difícil de creerlo, tratándose de un libertino lujurioso como Michael, aquello era algo completamente nuevo para él. ¿Estaba escandalizado? No, pero sí definitivamente sorprendido y eso era de agradecerse, ya que hasta ese momento había creído perdida esa capacidad en él. Sabine le ofrecía un nuevo mundo que explorar, en el cual sumergirse hasta saciar como nunca todas esas bajas pasiones que en personas como él, parecían no tener límite.

Todavía en silencio, recorrió su cuerpo con la mirada, de arriba abajo. Sabine yacía con las piernas completamente abiertas, se exhibía de forma impúdica y continuaba masturbándose; le rogaba con la mirada que se acercase a satisfacer sus inmorales deseos. Lo normal en aquella situación hubiera sido que él fuera a su encuentro, la tocara y la llevara al éxtasis, una vez, quizá dos veces, pero aquello parecía demasiado convencional y habría resultado toda una decepción para Sabine, quien clamaba por un acto mucho más bajo, procaz, denigrante. También lo habría sido para él, quien no deseaba desaprovechar la oportunidad de cumplir aquella fantasía que creyó nunca se vería realizada. Deseaba sucumbir a aquella oscuridad. Necesitaba hacerlo.

Me alegra que nos entendamos, Sabine —pronunció al fin, con el mismo tono decidido y autoritario, y la voz mucho más ronca a causa de la excitación—. Soy un hombre de muchas necesidades y tú vas a satisfacerlas. Cada una de ellas. Porque para eso estás aquí: no para buscar tu placer, sino para darme el mío —avanzó un paso sin quitarle los ojos de encima—. Tampoco vas a darme órdenes, sino que te limitarás a obedecerlas. Así que deja de tocarte y acércate. Quítame el pantalón y arrodíllate ante mí. Quiero que uses tu boca. Voy a dejarte saborear lo que tanto has estado deseando.

Sabine no tuvo demasiada opción. Tal y como él lo había dicho, no era una petición, sino una orden. Una que podía no obedecer, o que podía elegir cumplir, puesto que el retorcido pero excitante juego de dominio y sumisión, iniciaba con ello. Logró que ella tirara de la prenda masculina y, conforme la fue deslizando, reveló poco a poco su sexo: largo y venoso, con una capa de vello que se extendía desde su ombligo. Michael la descubrió observándolo como si se tratara de todo un descubrimiento.

¿Te gusta? Te dije que era grande. Espera a verla y sentirla en su máximo esplendor. Con ella voy a darte la follada de tu vida. Voy a dejarte tan rota por dentro, que el día de mañana te costará caminar —sus labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción. Le divertía porque aunque pareciera que estaba alardeando, definitivamente pensaba cumplirlo. Más tarde se hundiría en ella, la embestiría con fuerza, no como lo hacía con sus amantes, con quien debía ser hasta cierto punto cuidadoso, sino como lo hacían los hombres con las putas, a quienes veían como un simple depósito y no les tenían ni un poco de consideración. ¿Acaso no era eso lo que Sabine le había pedido, lo que la excitaba?

No te quedes ahí mirando. Haz lo que te ordené. Lame y chupa, como la perra que eres. Y más te vale hacerlo bien —decidido a meterse de lleno en su papel de hombre tirano, la agarró del pelo y tiró de él, hasta que ésta cayó arrodillada ante sus pies. Iba a vejarla, tal y como ella le había pedido, así que sin soltarla del cabello la acercó y con brusquedad restregó su cara contra su preciado y viril instrumento, para que comenzara cuanto antes la tan ansiada felación.
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