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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Óðinn Vie Mayo 15, 2015 4:23 pm

Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia, y quizá precisamente por eso la ciencia nunca ha sido lo mío. Odio que me hagan esperar, odio tener que esperar. Es más, odio tener que estar aunque sea dos segundos más de la cuenta en cualquier sitio esperando por alguien. Y la razón es bastante simple: nadie es tan importante como para hacerme esperar por él, y a mi nadie me interesa lo bastante como para intentar siquiera aguantar más de lo imprescindible. Me hace sentir estúpido estar plantado en un sitio al que probablemente no hubiese ido ni muerto por alguien que posiblemente no merezca mi atención ni siquiera para mantener una charla. Tenía cosas mejores que hacer. Y aunque no las hubiese tenido, eso da igual. Yo elijo dónde quiero estar en cada momento, y en ese momento no quería estar allí. En ese momento prefería estar tumbado sobre mi lecho, mirando a la nada, escuchando únicamente los murmullos del bosque, desperezándome poco a poco. Pero no. A mi alrededor estaba todo aquel bullicio que siempre evitaba a toda costa. Me dificultaba hasta pensar. Era terrible. Bufaba cada vez que alguien se acercaba a mi, espantándoles. Lo último que necesitaba era cruzar palabra con nadie. Bastante mal llevaba el hecho de haber madrugado. Casi peor que el motivo que me había llevado a estar allí, de pie como si fuera un centinela, aguardando por aquel que me había hecho llamar.

Apreté los nudillos, cada vez más cabreado. Era la cuarta vez en un mes en que aquel dichoso brujo me "invocaba" en la ciudad con uno de sus ridículamente sencillos trabajos. La verdad es que ni siquiera sabía para qué iba. Bueno, sí. Necesitaba el dinero. La vida de nómada estaba bien cuando el bosque era lo bastante denso para darte todo el alimento que necesitas, y no era el caso de aquella ciudad, desde luego. Pero, buf, cada vez que pensaba que el sustento iba a ganármelo haciendo un trabajo de mensajero se me retorcían las tripas. Casi literalmente. Necesitaba cerrar mis manos en torno a algún que otro cuello, ya sabéis, para motivarme, para no perder la cabeza del todo. Para recordar que era mucho más que un patético humano. Oh, dioses, cómo echaba de menos la Luna llena. Sentir la carne rasgarse bajo mis colmillos. La boca se me hacía agua, mientras me dedicaba a imaginar múltiples formas de machacar a aquel imbécil que siempre tardaba veinte minutos más en llegar. ¿Para qué narices me llamaba antes si sabía que vendría después? ¿No le bastaban con mis amenazas? Al final tendría que llevarlas a cabo. Si no fuese porque las bolsas de oro que me ganaba gracias a él eran lo bastante jugosas, no me lo hubiera pensado tanto. ¡Joder! Si luego apenas cruzábamos un par de frases, yo le insultaba otras tantas veces, y no volvía a verlo hasta después de la entrega. Cada vez odiaba más aquella apestosa ciudad, y a sus gentes.

Y si no fuera suficiente con el fastidio provocado por su demora, por el hecho de haberme tenido que desplazar hasta la ciudad para verle, y por tener que hacer otro trabajo para mediocres, cuál fue mi sorpresa cuando aquel malnacido me manda justamente al lugar del que no habría salido en todo el día de no ser por su llamado. ¡Al puto bosque! Casi le golpeo en la cara cuando me dijo que aquella vez necesitaba que recolectara para él unas bayas. Yo. Unas bayas. ¿Qué coño se había creído? ¿Que era un jornalero de tres al cuarto? No recuerdo ni cuántas veces lo maldije, ni a cuántos miembros de su familia mencioné antes de que soltara que me daría por el trabajo la misma suma que de costumbre. Me costó calmarme, lo reconozco, y más cuando me endosó una cesta que me hacía parecer aún más ridículo. Rogué que en una de mis noches de lobo me desplazara hasta su casa y lo convirtiera en mi almuerzo, mientras volvía a alejarme hacia el lugar que llevaba sirviéndome de hogar desde que llegase a París.

- Menudo imbécil... Encargar a un mercenario para hacerle recados propios de una sirvienta. ¿Quién se cree que es? Buscar bayas. ¡Bayas! Si es que no sé ni para qué me molesto... -Farfullé, perdiéndome entre los árboles, fundiéndome con su silencio. Y no sé si fue porque estaba demasiado distraído en mis propios deseos de venganza contra aquel capullo, o porque no tenía ni idea de dónde estarían las dichosas bayas, pero no me di cuenta de la presencia del lobo hasta que estuve cerca del riachuelo que pasaba por detrás de mi cabaña. - ¿Otra vez tú por aquí? No tengo comida para mi, tampoco la tengo para ti, amigo... -Extrañamente a lo que pudiera parecer, los animales me agradaban, quizá porque yo mismo tenía más de animal que de humano. Acaricié el pelaje del animal, que pareció reconocerme desde el principio, y seguí caminando en busca de aquel estúpido encargo, aunque al menos ahora tenía compañía.
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Mensaje por Invitado Lun Jul 06, 2015 11:44 am

Cuando quería intimidad, el último sitio donde debía estar eran los cuarteles generales de la Inquisición, mi casa o cualquier iglesia de las muchas que poblaban la ciudad de París, cosa irónica teniendo en cuenta que hacía no demasiado tiempo el anticlericalismo había sido tan fuerte que hasta los Inquisidores habíamos tenido motivos para temer... Pero así éramos los franceses, ¿no? Siempre arrimándonos al árbol que más sombra daba, y en el momento presente el que más lo hacía era la Santa Madre Iglesia, a la cual todos santificábamos de puertas afuera pero, de puertas adentro, criticábamos con la certeza de quien sabe que jamás será descubierto. Precisamente por esa apabullante cantidad de Inquisidores que poblábamos las filas de la institución (curiosamente no los conocía a todos, pero sí a los suficientes para saber que disponía de una red considerable de aliados), cualquier base donde nos reuniéramos no era un buen lugar para encontrar la soledad, que solía serme impropia excepto en momentos como aquel que la buscaba. Las iglesias, por otro lado, tampoco eran buenos lugares, especialmente teniendo en cuenta que los fieles siempre miraban por encima del hombro a aquellos que son distintos y, bueno, yo lo de ser diferente lo llevaba en la sangre, tan pegado a ella como la licantropía que me corría por las venas. ¿Y mi casa? Bueno, allí siempre solía tener a algún amante apostado, y si no eran amantes era la servidumbre de la que me valía por posición para mantener las apariencias de que era una dama de sociedad y que mi reputación no se viera destruida del todo. Por lo tanto, las únicas opciones que tenía para buscar el silencio eran las cloacas o los bosques parisinos, y dado mi gusto por la limpieza y por no oler aguas fecales a mi alrededor, la elección de aquella noche resultaba obvia.

El lugar que escogí fue un claro donde un tronco caído era el lugar perfecto para apoyarme mientras realizaba prácticas de tiro. No quise valerme de armas de fuego, no aquella noche, porque atraería atención indeseada y los animales se alejarían de mí, pese a que en condiciones normales se me acercarían por mi propia naturaleza. Por ello, lo que utilicé fueron dagas, de distintos tamaños y filos, que fui lanzando contra la corteza del árbol que tenía enfrente para dibujar la A de mi nombre, en un alarde de arrogancia que buscaba únicamente mejorar (aún más) mi puntería, no alimentar mi ego... Porque no lo necesitaba, ya estaba lo suficientemente crecidito de antemano para encima echar más leña al fuego. Cuando mi cuerpo ya se encontraba empapado en sudor por la práctica con los cuchillos y la de después, cuerpo a cuerpo contra un lobo que había aparecido y al que mi condición había animado para luchar sin que ninguno de los dos muriéramos, me dejé caer al suelo y recuperé el aliento, despacio y con la mente sumamente clara. Echaba de menos la paz y los días que podía separarme de mi venganza personal para centrarme en cosas más mundanas que el parricidio, con cuanta más crueldad mejor a poder ser. Jornadas como aquellas, de absoluta liberación y que no encajaban en mis planes a largo plazo, no me las tomaba a menudo, pero cuando lo hacía me servían para encontrar la motivación suficiente para seguir con el objetivo que, incansablemente, me había impuesto desde que tenía memoria y capacidad de distinguir amigos de enemigos. Como si tuviera alguno de los primeros, al margen de los ocasionales aliados... Pero la cuestión entonces no era esa, sino que la escapada al bosque me pertenecía a mí y sólo a mí, por lo que el entrenamiento no iba a ser el único protagonista de mis labores, en absoluto. Así, siguiendo esos pensamientos me quité la ropa y me dirigí, tal y como mi madre me había traído al mundo, hacia un lago, en cuyas aguas me sumergí para bañarme y borrar todos los restos desagradables del ejercicio de mi cuerpo. O tal fue mi intención, pues cuando salí a la superficie después de la primera zambullida supe inmediatamente que no estaba sola, y que eran dos lobos, a falta de uno, quienes me acompañaban en mi escapada.

– ¿Vas a quedarte ahí mirando o vas a unirte a mí y a decirme quién eres y qué estás haciendo aquí? Sinceramente, yo preferiría la segunda opción, pero suelen decirme que lo que yo quiero no es lo que suele querer la gente, así que me temo que te toca elegir...
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Mensaje por Óðinn Jue Ago 06, 2015 10:15 pm

Y allí estaba yo, charlando más animadamente de lo que lo había hecho en meses con nadie, sólo que el ser que había escogido como interlocutor era nada menos que un lobo, que a pesar de su fiereza, implícita en la naturaleza que ambos compartíamos, resultaba ser bastante dócil estando en mi presencia. Cosa lógica, por supuesto. Desde su perspectiva, yo seguramente fuese lo más parecido a un alfa que conocía. Un líder innato, que lo había aceptado en su manada, cuando el resto de ellas lo habían repudiado. Durante un breve instante, mientras me dedicaba a examinar el territorio que tan bien conocía en busca de aquellas putas bayas, no pude evitar preguntarme el motivo por el que un animal que solía ir en grupo, había acabado convirtiéndose en una bestia solitaria. Aunque no tenía muy claro si la pregunta iba para mi mismo, o tenía que ver con el lobo. En su caso, la respuesta probablemente era más sencilla de encontrar que en el mío. Quizá hubiera sido el anterior alfa de su propia manada, y al llegar un nuevo lobo, más joven y fuerte, éste lo había desplazado y expulsado de la misma. Quizá en algún momento hubiera caído enfermo, o herido, y sus compañeros le abandonaron. Pero, ¿y yo? No tenía ninguna explicación. Simplemente el ser racional -o por lo menos, más racional que ese lobo- me había hecho comprender que estaba mejor sólo. Me había aburrido de intentar encajar. Y precisamente por eso me molestaba tanto hacer de recadera para un puto brujo. Era caer bajísimo.

Pero cuando las tripas rugen, o te olvidas del orgullo por un momento, o te arriesgas a morir de hambre. Y hombre, puestos a elegir, prefería tragarme un poco de esa bilis que me salía desde las entrañas al pensar para lo que me había quedado, a morir. Como cualquiera hubiese hecho, vaya. Sin embargo, ese pensamiento no es que me hiciera sentir mucho mejor, y desde luego, no apaciguaba mi enfado. Menos aún al comprobar con fastidio que había dado casi tres vueltas ya alrededor de la cabaña, y no había visto ni rastro del pedido que me habían encargado. Que triste. ¿Cómo podía conocer aquel bosque como la palma de mi mano, y sin embargo, ser incapaz de encontrar una simple planta? Bueno, no era tan descabellado, en realidad, soy carnívoro: las plantas me dan grima; pero joder, cuando estoy en modo rabioso la cabeza no es que me sirva para mucho más que para pensar insultos ingeniosos. Bufé en voz alta, hasta el punto de lograr que mi pobre compañero cuadrúpedo se sobresaltara. Rasqué su lomo, ahora erizado, y le dirigí una mirada tranquilizadora, sólo para darme cuenta poco después que no había sido yo el causante de su súbita intranquilidad. Aspiré con fuerza, llenándome las fosas nasales de los miles de aromas diferentes que provenían del bosque, y no tardé mucho en identificar qué era lo que no encajaba. Había otro como nosotros allí. Cerca. Tan cerca que hasta mi propio vello, escaso en aquella forma humana, también se erizara. El lobo me miró, sacando los dientes. Nadie invadía nuestro territorio sin más, y menos aún, sin que nosotros nos diéramos cuenta hasta tenerlo justo enfrente. No era un lobo normal. Era un licántropo.

Una licántropa, más bien. Y tan bien formada que por Odín juro que creía que los ojos se me iban a salir de las órbitas cuando adiviné su cuerpo, desnudo, bajo las claras aguas del lago en el que yo mismo me bañaba cada amanecer. Claro que la sorpresa duró poco. ¿Qué demonios hacía otro licántropo en MI territorio? Y más importante, ¿quién cojones se atrevía para hablarme de ese modo? No voy a negar que su oferta me resultó más que tentadora, pero eso no quitaba que estuviera invadiendo algo así como una "propiedad privada". Al final iba a tener que comenzar a mear en todos los troncos de árbol para dejarlo más claro. - Pues la verdad es que yo prefiero que me digas qué cojones haces tú aquí. Este territorio me pertenece. Pírate si no quieres que ese segundo deseo se haga realidad... Porque te juro que como entre ahí no vas a salir entera... -Ni yo tuve muy claro si la estaba amenazando o tratando de decirle que tenía un polvo que tiraba para atrás. Pero para dejar claro que era lo primero, fruncí el ceño y aguardé a que saliera. Por más que pudiera gustarme la expectativa de hincarle el diente a semejante regalo de la naturaleza, me podía más el mosqueo que me producía que invadieran mi territorio, que tocaran mis cosas. Era algo que no podía soportar.


Última edición por Ragnarök Niflheim el Lun Sep 28, 2015 1:21 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Invitado Sáb Ago 29, 2015 3:15 pm

De acuerdo, lo admito: puse los ojos en blanco en cuanto escuché el tono de voz de macho alfa que el lobo que tenía delante adoptó, como si yo fuera lo suficientemente cautelosa para escuchar advertencias que no provinieran de mi propia mente o de mis experiencias pasadas. Y tenía tantas, tantas para advertirme que no debería insultar a un lobo territorial que por un momento admito que llegué a plantearme salir del agua sin presentar batalla, pero ni siquiera en una noche de tranquilidad era capaz de escuchar a la voz del recato si eso suponía refrenarme. ¡Antes muerta! Además, él era un ejemplar de licántropo particularmente atractivo porque parecía haber sido criado por lobos como el que lo acompañaban, y todos los que me conocían sabían perfectamente que cuando me encontraba con alguien que me atraía me portaba de forma aún más impulsiva que normalmente. Y eso ya era decir... aunque él no tenía ni idea porque no me conocía, todavía no, una oportunidad que no estaba dispuesta a dejar pasar por alto. Me había metido en su territorio, así que él iba a terminar por saber qué clase de espécimen se había encontrado metido en un lago que no tapaba prácticamente ninguno de los atributos físicos de los que tanto me enorgullecía y que él veía a la perfección. Aunque eso era, seguramente, quedarme corta, porque del mismo modo que yo no me había perdido un detalle de su rostro, sabía perfectamente que sus ojos no se habían perdido en el sendero de mi piel, ni siquiera si las gotas de agua que notaba resbalarme tenían una idea diferente. Ante tal certeza, le sonreí, consciente de que eso probablemente no ayudaría a mitigar su hostilidad sino más bien todo lo contrario, y me encogí de hombros.

– Vamos, sólo estaba dándome un baño. ¿Vas a prohibírmelo? Ni siquiera vengo con intenciones de pelear, sólo de quitarme la ropa y de ser acariciada por el agua... Pero si es lo que tienes que hacer, adelante, entra aquí y rómpeme en profundidad.

Por supuesto, no lo había dicho totalmente en serio, al menos la parte de destrozarme hasta que no quedara nada de mí que implicaban mis palabras. Mis intenciones no eran las de dejarme asesinar, especialmente por un licántropo, pero del mismo modo que él había dejado abierta una vía hacia las segundas intenciones, yo había ampliado el camino y había convertido mis palabras en una invitación abierta a que se uniera a mí. ¿Sería capaz de dejar su orgullo masculino para aceptar mi invitación a su territorio o, por el contrario, se molestaría por mi osadía? Ese era el conflicto al que todo el mundo tenía que enfrentarse siempre conmigo: amor u odio, diversión u ofensa, atracción o repulsión. Por mi parte, yo tenía muy claro que lo que quería con mis palabras era ver qué se escondía bajo sus ropas y, a ser posible, catar el sabor de un lobo salvaje y solitario como hacía mucho tiempo que no veía, pero ¿él? Él era un misterio que no me importaría lo más mínimo desentrañar. Por eso, y también para combinar el tono juguetón que habían adoptado mis palabras, le hice un gesto con la mano para invitarlo a entrar conmigo y, después, me aparté el pelo del pecho para que él tuviera una vista mejor de lo que podía conseguir si dejaba de lado, por un momento, la actitud hosca y hostil de un lobo defendiendo su territorio. De verdad, comprendía el impulso, una parte dentro de mí seguramente habría reaccionado de manera parecida de encontrarse en su situación, pero la diferencia entre él y yo era que yo me dejaba guiar también por mis impulsos humanos, mientras que él... Bueno, él no parecía tan cómodo con su cuerpo de carne como lo estaba yo, algo que resultaba evidente por mis movimientos, ya fuera deslizándome por el lago para acercarme a él o mis manos acariciando mi propia piel, en teoría para limpiarla, pero era evidente que mis intenciones no eran precisamente higiénicas. A buen entendedor...

– Si te soy sincera, había venido al bosque porque no me apetecía estar en París esta noche y buscaba algo de intimidad. No sabía que era tu territorio porque ni siquiera te conozco, pero creo que no debería importarte tener una invitada tan... solícita como puedo serlo yo.
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Mensaje por Óðinn Lun Sep 28, 2015 2:59 pm

No pude evitar sonreír en mi fuero interno, ante los intentos de provocación de la "lobita", que sin duda, habían surtido efecto. Pero en el exterior, mi semblante se mantuvo imperturbable. O al menos, todo lo imperturbable posible ante la situación que estaba teniendo lugar. Por un lado, estaba ese fuego, esa rabia que me llevaba recorriendo de arriba abajo desde que percibiese el aroma extraño tan cerca de mi hogar y mi zona de caza. Por otro, estaba aquella sensación inconfundible que siempre provocaba en mi el visionado del cuerpo desnudo de las mujeres. Más bien, el de las mujeres hermosas. Chasqueé la lengua, visiblemente molesto no sólo por sus palabras, sino también por el tono empleado. No estaba acostumbrado a que quisieran tomarme el pelo, y mucho menos, de forma tan evidente. Aunque el doble sentido en las frases era también uno de mis aliados, cuando otro lo empleaba ya no me resultaba tan divertido. Crucé los brazos sobre mi pecho, y aunque el lobo, siguiendo mis mismos movimientos, también hizo el amago de sentarse, el pelo de su lomo siguió igualmente erizado. La diferencia entre aquel animal, y yo mismo, era que él no podía dejar de lado el enfado provocado por la invasión del territorio. Más que nada, porque a él no le interesaba el cuerpo de aquella que se había atrevido a invadirlo.

- Obviamente. Si tus intenciones hubieran sido pelear, ya hacía rato que de ti únicamente quedarían huesos y sangre. ¿Pero acaso crees que tu cuerpo es pago suficiente para que me olvide de tu intromisión? Muñeca, te tienes en muy alta estima. Pero las he visto más despampanantes que tú, y con bastante menos ego. Que no es que me importe que una mujer pelee, ni mucho menos, pero cuando se cree capacitada para tomarme el pelo sin consecuencias, ya me toca un poco las pelotas. -Acompañé mis palabras con el vulgar gesto de agarrarme el paquete. Una sonrisa socarrona se dibujó en mi semblante, hasta entonces arrugado en una mueca de mosqueo. El gesto que hizo, apartándose el pelo, tuvo bastante que ver, si no todo. Aquellas dos... Razones, eran bastante convincentes, si bien no para olvidarme de lo ocurrido, sí para distraerme durante un rato lo bastante largo como para que el cabreo se me pasara. Si algo tenemos los lobos, es un pronto muy brusco. Nuestras emociones están casi siempre a flor de piel. Incluso aunque accediera a degustar el manjar que me ofrecía, se engañaba si pensaba que saldría bien parada. Nunca he pecado de ser especialmente suave, y menos con tanta adrenalina circulándome por el cuerpo. De hecho, la perspectiva de hincarle el diente empezaba a parecerme un buen castigo. A la par que placentero. Para ambos. Pero no iba a ceder tan fácilmente. Ella era la intrusa.

- Intimidad en mitad de un bosque... ¿Pretendes que me lo crea? Creo que en tu casa hubieras tenido bastante más, y no te habrías tenido que topar conmigo. Tampoco me creo que no olieses el aroma a lobo desde lejos. Si yo te he olfateado a ti, y estás metida en ese lago... Agh, deja de hacer eso, o empezaré a pensar que no sólo pareces una ramera, sino que también lo eres. -Cuando empezó a moverse en mi dirección, cualquier otro pensamiento que tuviera en mente se disipó de golpe. No es que hubiera mentido con lo de haber visto a otras más hermosas, o con mejor cuerpo, pero en París no abundaban las mujeres que a esas dos características también tuvieran añadido ser una loba, y tener semejante carácter. Intenté mantenerme todo lo impasible que pude, pero finalmente mis ojos volvieron a vagar por su anatomía, sin demasiada delicadeza. - Solícita o no, eres una invitada no deseada, porque no he sido yo quien te ha dicho que pudieras venir. -Aunque no me hubiera importado, sinceramente; quise añadir, pero me limité a quedarme donde estaba, aunque me clavé con tanta fuerza los dedos a los laterales del torso, que creí que me acabaría saliendo un moratón.



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Mensaje por Invitado Lun Dic 28, 2015 7:06 am

¿Más despampanantes que yo? Lo dudaba tan profundamente como él quería conocerme desde el instante en el que me había visto, por mucho que se engañara. Yo era tan animal como él, y conocía perfectamente la manera en que uno de nosotros reaccionaba cuando encontraba otro ser de su agrado, fuera de la raza que fuera. Aunque insistiera en escudarse en su hostilidad, tan irritante como entretenida, la realidad a la que él no podía renunciar era que, quisiera o no, se sentía atraído por mí, y cuanto más hablaba más se le notaban los deseos para nada púdicos que sentía, tan semejantes a los míos que no comprendía por qué demonios seguía hablándome. ¿Dónde estaba esa iniciativa que, estaba segura, correspondía a un lobo con su aspecto agresivo y dominante? Habitualmente no me gustaba que me dominaran, era cierto, pero en ocasiones podía olvidarme de esa manía si la persona (o el ser, en su caso) merecía la pena. Aún estaba decidiendo si él lo hacía o no, y como todavía no había llegado a ninguna conclusión que me permitiera seguir adelante o no hacerlo, opté por la única opción que me estaba dando la indecisión de la situación: ignorar sus amenazas para nada veladas y seguir provocando una reacción por su parte, a ver si merecía la pena perder mi tiempo con él o si, por el contrario, para un revolcón mejor debía acudir al burdel. Ese plan, ahora que lo pensaba, ni siquiera estaba tan mal... aunque el silencio que había ido al bosque a buscar no lo tendría y lo sustituiría por gemidos falsos y auténticos, dependiendo de la persona que estuviera en cada una de las posiciones de fingir o dejarse llevar de verdad, que para eso había pagado. Y como yo no lo había hecho, iba a comprobar hasta qué punto me dejaba llegar él sin gastar un solo franco más de lo necesario.

– Por supuesto que no, cielo. El bosque es sumamente ruidoso en comparación con la ciudad. ¿Qué digo? Por favor, grillos, callad, que me estáis dando dolor de cabeza... Créelo o no, pero he venido para eso, y dado que no he encontrado lo que estaba buscando, voy a quedarme aquí un rato más, a ver si lo consigo. Tener tu permiso o no me es indiferente.

Me peiné el pelo con los dedos, indolente a más no poder, y después escurrí el exceso de agua que aún cargaba y lo hacía pesar como si me hubieran colgado un trozo de plomo en cada una de las puntas. Después, me dirigí hacia mi ropa y me puse parte de ella, la camisa que con el agua transparentaba tanto de mi anatomía que en realidad era como si no me hubiera puesto absolutamente nada. Pero ese era parte del encanto de la situación, ¿no? Por mucho que disfrazáramos con ropa o modales nuestras intenciones, a la hora de la verdad éramos dos animales examinando al otro para decidir si luchábamos o copulábamos. Esa duda demostraba que, incluso si él se consideraba más bestia que ser racional, no podía dejar de lado que yo le atraía lo suficiente para dejar a un lado el instinto animal del que tanto parecía hacer gala y tanto se enorgullecía. En cuanto al ser que llevaba junto a él... Bueno, realmente no podría importarme menos si miraba, ladraba o me mordía, porque yo le devolvería cada uno de los ataques y lo pondría en su sitio si tal era mi intención. Aunque físicamente hablando yo parecía débil por mi delgadez, quizá demasiada para pertenecer a un estrato social donde nadie pasaba hambre y yo mucho menos, la realidad era que escondía muchos secretos, y entre ellos una fuerza que ya me venía de ser humana y del entrenamiento inquisitorial al que me había visto sometida desde que era una niña. El mordisco del lobo y su maldición sólo habían intensificado lo que ya existía en mí desde que tenía memoria... Incluidas mi falta de pudor y mis siempre pícaras intenciones en cuanto a hombres atractivos, grupo en el que debía incluirlo, para mi maldita desgracia.

– Llámame ramera si te apetece, lobo, la realidad es que me lo han dicho tantas veces que ha perdido ya su efecto. Además, ¿qué pasa con las rameras? Ellas cobran por algo que yo hago gratis... Tienen su punto de respetabilidad. Yo no. Y no me avergüenzo en absoluto de ello.
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