AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ficha de Anya
3 participantes
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Ficha de Anya
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Anastasia Night.▲EDAD▲
24 Años 24/06▲ESPECIE▲
Gitana▲FACCIÓN A LA QUE PERTENECE▲
Si tu personaje es inquisidor, escribe aquí la facción a la que pertenece.▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase Baja▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Heterosexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Moscú▲HABILIDADES/PODERES▲
Adivinacción del futuro, Control del humor y Percepción del aura.Es difícil y complicado el hecho de describir a una hija y más a una joven como Anastasia, creo que las madres tendemos a ensalzarnos como si nuestras hijas fueran perfectas y unicas. Intentare ser lo más humilde posible. Anastasia es una persona amante de la música eso la llevo hasta los brazos de la juglaría, cosa que nunca trate de impedirla.
Mucha gente considera que está envuelta en un aura de misterio pero en mi opinión simplemente es que en su vida personal se muy reservada, sin embargo la gusta escuchar y aconsejar a las personas, siempre se la dio mejor que a mi. Es muy sensible, la duele ver como el mundo trata a los de nuestra raza pero a pesar de lo que sienta no es algo que pueda cambiar. Sé que ella daría la vida por alguien que merece la pena. Yo me convertí en su mejor consejera, es a quién acude siempre que puede,intento guiar en su camino y proteger a los nuestros. Sé que ella me admira por mi valor y por la vida que la he sabido dar en los oscuros y difíciles tiempos en los que nos encontramos.
Una de sus mejores virtudes es que siempre lleva una sonrisa y sabe adaptarse a cualquier situación. Es muy calmada ante los problemas. Anastasia es directa y sincera a la vez que apasionada. Evita dañar a los demás aunque con su labia puede tanto dañar como dar esperanza.
Así como tiene cosas buenas, también tiene un lado oscuro, vive con miedo del día a día, a que nos pase algo a mi o al clan. Tiene mucho orgullo aunque sabe perdonar y es una persona distinta a lo típico de la sociedad.
La vida la volvió realista y sabía desde niña sabiendo cada peligro de la sociedad y sabiéndose manejar en las calles. La enseñe que las monedas no son lo importante, si no que lo importante es vivir un día más.Ahora tengo miedo de que la pase algo cuando yo desaparezca…
Mucha gente considera que está envuelta en un aura de misterio pero en mi opinión simplemente es que en su vida personal se muy reservada, sin embargo la gusta escuchar y aconsejar a las personas, siempre se la dio mejor que a mi. Es muy sensible, la duele ver como el mundo trata a los de nuestra raza pero a pesar de lo que sienta no es algo que pueda cambiar. Sé que ella daría la vida por alguien que merece la pena. Yo me convertí en su mejor consejera, es a quién acude siempre que puede,intento guiar en su camino y proteger a los nuestros. Sé que ella me admira por mi valor y por la vida que la he sabido dar en los oscuros y difíciles tiempos en los que nos encontramos.
Una de sus mejores virtudes es que siempre lleva una sonrisa y sabe adaptarse a cualquier situación. Es muy calmada ante los problemas. Anastasia es directa y sincera a la vez que apasionada. Evita dañar a los demás aunque con su labia puede tanto dañar como dar esperanza.
Así como tiene cosas buenas, también tiene un lado oscuro, vive con miedo del día a día, a que nos pase algo a mi o al clan. Tiene mucho orgullo aunque sabe perdonar y es una persona distinta a lo típico de la sociedad.
La vida la volvió realista y sabía desde niña sabiendo cada peligro de la sociedad y sabiéndose manejar en las calles. La enseñe que las monedas no son lo importante, si no que lo importante es vivir un día más.Ahora tengo miedo de que la pase algo cuando yo desaparezca…
Tenía catorce años cuando mis madre me compro aquel vestido rojo intenso, era la primera vez que lucía un escote tan pronunciado, y a mi padre parecía no importarle. Es más, él me llevó en el carruaje junto a mi madre con una expresión de seguridad y firmeza poco común en él. Recuerdo que llovía, y mis nuevos zapatos de tacón negro se embadurnaron de barro al bajar del carro. Mi madre me regañó, como si yo tuviera la culpa. Estaba nerviosa, ambas lo estábamos, pero yo no sabía porqué.
Mi padre saludó a un hombre bien vestido, y tras su bienvenida nos dio permiso para entrar en aquella preciosa y gigantesa mansión de piedra oscura. Cada vez me sentía más pequeña y más pálida, o tal vez era el corsé que empezaba a asfixiarme. Nos condujeron a un enorme salón de madera y espejos, lleno de lámparas colgantes con precioso cristales. Era la cosa más bonita que había visto nunca, y ostentosa. La mesa era tan grande que ocupaba gran parte de la sala, pero aún así sólo había seis asientos preparados, y en apoyados en dos sillas, se encontraba la Condesa y el Conde Madison, dueños de la casa.
Nos saludaron con una leve reverencia que mis padres pronunciaron casi hasta besar el suelo. Un golpe de latido me dolió en el pecho. Tuve un mal presentimiento, y sentía cada gota de mi sangre palpitar bajo la piel. Dios, me estaba ahogando.
Nos sentamos a cenar, y aún así, había un sitio vacío. La Condesa Madison se disculpó por la demora de su hijo. Parecía que él era la escena estelar de aquel espectáculo ostentoso. Y cuando las perdices rellenas de frutas y otras carnes llegaron a la mesa, apareció él. Enjuto, un hombre que me doblaba la edad sin remordimiento alguno. Con una mirada altiva y vanidosa, y mis mejillas ardieron de vergüenza. Mi futuro marido había llegado.
Tenía las botas manchadas de barro, la camisa descolocada y hasta sucia, y el pelo completamente despeinado pero conservando un toque aristocrático, como si todo aquello estuviese perfectamente medido y hasta su desorden estuviera ordenado. No quise saber más.
Me examinó con la mirada cada facción de mi rostro y cada matiz de mis ojos. Mi madre sonrió de manera estridente. Su nerviosismo era patético, y me ordenó que me levantase y diese una vuelta para exhibirme ante el conde. Jamás pasé mayor impotencia. ¿Acaso iba a comprarme?
El Conde frunció los labios y carraspeó la garganta. Echó una mirada reprobatoria a su padre y este se encogió de hombros mientras su madre sonrió delicadamente. Basta. El corsé acabaría por matarme. Miré a mis padres, mi madre mirándome con estupefacción, sabiendo que mi expresión asustada no vaticinaba nada nuevo, y mi padre sin mirarme, dedicado por completo a las suculentas perdices rellenas.
—Basta.
Murmuré al borde del grito. Eché a correr, y mientras lo hacía en dirección a la puerta escuché las carcajadas del conde, el grito de mi madre y algún que otro improperio de mi padre. Lo siento, sé que no eché a perder la única oportunidad en su vida de digerir aquella cena.
Los tacones se encajonaban en el lodazal. La lluvia se había convertido en tormenta, y caí varias veces hasta conseguir quitarme el cierre de mis tobillos. Arañé el vestido y me liberé del corsé. En ningún momento miré atrás, y solo tenía frente a mí enormes sombras que se agitaban contra el viento y la lluvia. Estaba asustada, pero tenía una convicción en mi pecho, un latido firme que me aseguraba la libertad que tanto ansiaba y persistí por ella, a pesar de cada arañazo, a pesar de cada caída.
Recuerdo que desperté al día siguiente en un cobertizo, en una cama de paja sucia, y con el trasero de una mula dándome los buenos días. Aún recuerdo el hediondo olor de aquella porqueriza. Intenté incorporarme y lo primero que recibí fue un cubo de agua oscura con olor a ropa sucia sobre mi cara.
Grité conmocionada, y un grupo de tres niños rieron y se escondieron traviesos. No los había visto en mi vida. Me levanté dispuesta a perseguirlos y darles una zurra por su ofensa, pero en cuanto cogí al más pequeño de la oreja izquierda, un musculoso hombro me agarró del pelo y me tiró al suelo. Su piel era rojiza y sus facciones bruscas. De ojos negro intenso y cejas irregulares.
—Agradece que Sounya dio la voz porque una perra se encontraba herida. Eres su mascota, perra. No quieras que te sacrifiquemos.
Sus palabras desestabilizaron cualquier realidad conocida. Me golpearon de tal manera que no tuve fuerzas para levantarme del suelo, y entonces el niño posicionó sus sucios pies de tierra sobre mi campo de visión. Levanté la cara y su mano derecha la tendía frente a mi brazo, mientras que con la izquierda se tocaba la oreja hinchada.
Dios. ¿Qué había hecho? Me di cuenta que no era un niño. Era una niña de preciosos ojos verdes, que miraban los míos azules con gran intensidad.
—Vamos, Leena —dijo refiriéndose a mí. Parecía haberme bautizado con aquel extraño nombre. ¿Estaba en una tribu?— Papá Stevo se enfadará si no me obedeces.
En aquel momento no supe si seguir a la niña a cuatro patas o si levantarme y cogerla de la mano. Miré a mi alrededor un instante. Todo estaba en silencio y en diferentes bancos había grupos apiñados de cuatros, tres personas sentados en ellos. Todos mirando mi reacción, esperando otro espectáculo.
Y me levanté. Sounya sonrió satisfecha—Tendremos que darte un baño —dijo con su inocente voz de tal vez seis años. Empezaba a caerme bien.
Al parecer Stevo era el segundo al mando. En frente de todos estaba Maboko. Un anciano e hinchado señor de barba blanca que destacaba sobre su tez oscura y desgastada. Tenía un vientre extrañamente abultado, y supe que se trataría de una hernía, o peor aún, de un tumor. Andaba apoyado sobre un bastón de madera rugosa, y cojeaba por el lateral izquierdo. No llevaba calzado, ninguno lo llevaba, y sus uñas eran amarillas, largas y entrecortadas. Pude ver alguna infección entre los dedos. Tenía en las piernas diferentes marcas de mordiscos que subían por el costado y la espalda. Parecía un hombre joven dentro de un cuerpo anciano.
Maboko no tenía mujer, pero disfrutaba de las chicas que desease dentro de la tribu. Yo solo de pensarlo me repugnaba por dentro, y agradecía infinitamente a Sounya que me considerase su mascota, y por ello intocable. La niña tenía una gran astucia para su corta edad, y me sorprendió encontrarme de frente con los segundos ojos verdes del lugar. Se trataba de Lyuba, la madre de Sounya. Tendría no más de treinta años. Joven y hermosa pero con grandes cicatrices en el bajo vientre. Lyuba había tenido tres abortos y Sounya fue su única hija. Después de aquello, Stevo y ella no volvieron a tener más.
En cuanto sus ojos verdes se hundieron en los míos azules, me cogió de la barbilla, deslizó mi pelo rojo a un lado y murmuró para sí—. Preciosa criatura.
El rojo de mi pelo era herencia de mi madre, mientras que los ojos azules lo eran de mi padre. Debía resultarles curioso, además de mi piel blanca. Era una mascota exótica, digna de admiración entre ellos. O eso creía.
Al décimo atardecer del cuarto mes, Sounya no despertaba. Cayeron sobre ella tres cubos de agua sucia y solo consiguieron que esporádicamente agitara sus piernas como si estuviese en un sueño. No me permitieron estar a su lado. Stevo zarandeaba sus brazos de un lado a otro, y gritaba en su lengua nativa incomprensible para mí. Lyuba, en cambio, parecía observarme con cuidado, mientras su expresión se mantenía serena y calmada. De pronto se levantó y me cogió de la mano. N me dijo nada, ni siquiera me miró, y me llevó ante Maboko.
El hombre estaba sentado, tenía el semblante incorruptible, pero sabía que tras esa firme mirada se contenía el dolor por su enfermedad. Recuerdo que en aquel momento estaba en mi semana de sangrado, y también me dolía el vientre. Lyuba me empujó nerviosa contra el suelo y me desprendió de mi vestido. Grité sorprendida y su mirada ordenó silencio.
Maboko se levantó con dificultad y con su bastón me tocó el costado suavemente. Recorrió con él mi ombligo, la curvatura de mis pechos hasta mi barbilla. No quería pensar en lo que podría hacerme. No quería ser una más de sus chicas, y me encogí en el suelo, protegiendo mi cuerpo.
Lyuba me agarró de las manos y tensó mis piernas. Recuerdo cómo mi sangre empezó a fluir nerviosa por mis piernas, y Maboko se volvió a sentar. Asintió ante Lyuba y ella volvió a cogerme del brazo. Me temblaron los tobillos. Estaba nerviosa y tuve una sensación extraña. Me sentía completamente violada, como si ya no tuviera intimidad que proteger, como si ya no hubiese nada mío y ahora le perteneciese a Maboko. Como una más, como una parte más de su tribu.
Lyuba me llevó al otro extremo del gran cobertizo. Recuerdo que Sounya nunca se acercaba a esa zona, por tanto me era completamente ajena. La primera impresión que tuve fue desconcertante. Era como si en verdad el cobertizo nunca terminase y continuamente se repitiese. En todos ellos había postes, camas de paja, barreños, mulas y cabras, mesas y sillas descolocadas, cortinas sucias, un mal olor continuo, y pequeños espacios abiertos que hacían de huerto, pozo y baño. Lyuba cada vez andaba más deprisa y mi brazo sufría las consecuencias. Podía andar solita, pero las oscuras miradas de aquellas gentes me atemorizaban de manera especial. No eran como Maboko, incluso llegué a preferirle a él. Parecían otras familias, otras tribus, pero todas viviendo en una misma comuna. Entonces comprendí que se trataba de un clan donde habitan diferentes familias, todas ellas bajo un mismo patriarca: Maboko.
—Tienes que mantenerte pura, Leena. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Miré sorprendida a Lyuba. Parecía que se había metido en mi mente, pues sus labios a penas se habían movido. Asentí con cierta indignación, ¿qué se había creído? Pero en seguida sentí miedo. La primera vez en mi vida que sentí miedo.
—Yomara, tenemos permiso para ver a tu esposo. Maboko le requiere.
Aquella mujer era espectacular, y peligrosa. Lo supe en cuanto su mirada penetró en la mía. Parecía de otro mundo. Increíblemente hermosa, no destacaba por ser esbelta, sino por su cara. Tenía una mirada, una profundidad, creí que me había hechizado con solo mirarme, y tuve un mal presentimiento.
La mujer nos cedió el paso mientras seguía clavándome su desconfiada mirada sobre la espalda. Parecía acuchillarme.
—Dile a Maboko que pronto llegará el día. Gabor no quiere contratiempos. Eso díselo a tu marido.
Lyuba sonrió de manera forzada, y me empujó dentro de una habitación. Si aquel hombre era el que decía llamarse Gabor, para mí parecía un dios. Era rubio, de hombros anchos, brazos marcados y una increíble mirada azul marino. Era lo más bello y extraño que había visto jamás en un hombre. No debía superar los treinta años, al contrario que su mujer, que aparentaba al menos cuarenta.
—Es Sounya —dijo Lyuba.
—Acerca a la chica —respondió él de manera rápida y tajante. Parecía no haber escuchado a Lyuba.
Ella soltó mi mano y como si se tratase de una madre me lanzó una mirada llena de incertidumbre y temor. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué iban a hacerme?
Gabor se levantó de su cama. Era más alto de lo que pensaba.
—¿Edad?
—Quince —contesté de inmediato. Hace escasas semanas que los había cumplido y nadie en el clan lo sabía, ni siquiera Sounya.
Suspiró resignado, se dirigió a mí y posicionó la mano sobre mi frente. Cerró los ojos. Recuerdo que estaba helada y aún así mi cuerpo empezó a arder. Sentí cómo nuevamente la sangre bajaba por mis piernas y Gabor cogió un trapo para limpiarme. Me sorprendió la manera delicada en que lo hizo, y contrario a todo lo que habría pensado: no sentí miedo ni vergüenza alguna. Con él estaba segura.
—Podemos hacerlo —dijo él mirando a Lyuba.
Entonces Yomara entró en la habitación y empezó una discusión en una lengua extraña que solo Gabor entendía. Miré a Lyuba y ella me volvió a coger de la mano. Era hora de irse. Pero seguía sin entender el motivo de todo aquello. ¿Qué pasaba conmigo? De pronto un golpe sordo me desconcertó.
Aparté bruscamente la mirada de Lyuba y Gabor tenía la mejilla dolorida. Yomara lo había golpeado, y aquella sensación de miedo creció en mí de nuevo. Me miró como acusándome de algo que no entendía, y Gabor la apartó de su camino, cogió una maleta cerca de la puerta y se dirigió hacia Lyuba y hacia mí. Yo no sabía cómo reaccionar.
Volvimos casi corriendo el camino de vuelta a nuestra zona. Stevo se encontraba cerca de Sounya. Parecía más calmado. A su lado estaba Maboko que saludó a Gabor, como agradecido, pero Stevo se levantó enfurecido y prefirió marcharse. Seguía sin entender por qué esa situación tan arisca.
Los ojos verdes de Lyuba me hablaron una última vez, como recordándome aquello que me comentó cuando íbamos a reunirnos con Gabor.
—Es un hechicero muy influenciable —dijo al fin, y se retiró junto con Stevo.
Gabor se sentó al lado de Sounya. Estábamos los tres solos, y sacó el trapo con el que me había limpiado antes. Era repulsivo, pero aún así parecía tratarlo con delicadeza.
—Hay que exteriparle el mal —dijo sin siquiera tocarla—. Pon tus manos juntas sobre su cuerpo.
Sounya parecía despertarse por momentos y solo balbuceaba palabras incomprensibles. Indicaba que le dolía el abdomen y lo cierto es que lo tenía hinchado. Se retorcía sobre sus piernas en pequeños espamos y la fiebre había subido bastante. Tenía las mejillas sudorosas y la mirada perdida.
Con el trapo sucio dibujó un círculo sobre su abdomen. La mancha de sangre parecía casi mística, y de su maletín sacó un pequeño brebaje y un cuchillo reluciente. El corazón me latió preocupado.
—Haz que se lo beba —dijo ofreciéndome aquel líquido maloliente y similar a la orina.
Sounya seguía murmurando y como pude conseguí que tragara aquello. En un último momento pensé que sería alcohol o algún tipo de anestesia. Sus ojos empezaron a buscarme y repitieron mi nombre constantemente.
—Leena, Leena —decía.
No supe por qué pero empecé a sentir lástima por aquella niña. Tanto fue así que mis ojos se molestaron, conteniendo las lágrimas. No quería presenciar aquello.
—Agárrala fuerte —me ordenó Gabor.
Cogí a Sounya de los brazos, apretándola contra la cama. Busqué su mirada entreabierta y empecé a cantarle la canción que ella me cantaba para dormir.
Gabor limpió el cuchillo en el trapo aún sucio de mí, y lo hundió en su carne. Sounya se contrajo gritando. Movía las piernas de un lado para otro, frenética. Las manos arañaron la paja de la cama, su pequeña cabeza parecía poseída.
—Es el mal que no la deja encontrar la calma de su cuerpo —decía Gabor—. Es el mal, es el mal —repetía para sí cada vez en voz más baja.
Sounya gritaba cada vez más fuerte y en cuanto vi que Gabor extirpaba de su vientre un pedazo de entraña grité con ella. Lloré, lloré y no quise verlo. Y Gabor se limpiaba el sudor con mi trapo, embadurnándose la cara de mi sangre ya oscura y de las sangre aún brillante y cálida de Sounya.
—Es el mal —dijo una última vez sosteniendo en su mano ensagrentada un trozo de intestino.
Sounya había perdido demasiada sangre. Estaba inconsciente o tal vez muerta. Si me hubieran dejado a mí, no sabría si lo habría hecho mejor, pero sin duda no repetiría “es el mal, es el mal” a un apendicitis. Si algo recordaba de mi anterior vida, era los libros de medicina de mi padre, y racionalmente entendía que todo mal está vinculado al cuerpo, y que no hay nada mágico o misterioso en aquello. Solo había que estudiarlo con atención.
Gabor pusó una pasta naranja sobre la herida y la tapó con unas hojas amarillas y verdes. Sounya estaba viva después de todo, y yo pude limpiarme las lágrimas ante la atenta mirada de Gabor, que parecía examinarme como si viera en mí algo nuevo para él.
—Lo has hecho bien para ser tu primera vez.
No supe qué responder a aquello, y solo se me ocurrió agradecerle, de manera estúpida.
—Ahora solo queda esperar a que pasen tres días para su recuperación.
—¿Por qué has hecho eso? —dije mirando el trapo.
—Una sangre pura solo puede ser salvada por otra sangre pura —me miró imperturbable. Cogió mi mano, temblorosa y susurró mi nombre—. Leena.
—No me llamo así —respondi de inmediato a la defensiva. En verdad nadie conocía mi verdadero nombre.
—No importa, Leena. En cuanto salgas de aquí, ya no serás su mascota. Le has salvado la vida. Eres una más del clan —sonrió. Extrañamente y contra todo pronóstico, sonrió y su sonrisa, y sus dientes, sus labios, su boca entera me deslumbró por completo—. Bienvenida.
Y tenía razón. Maboko parecía asentir tras mi salida, como saludándome. Lyuba sonrió debilmente, y Stevo simplemente actuó con normalidad. Incluso me golpeó en el hombro en su deseo por ver a Sounya. Pero supe que no había sido a propósito.
—Leena. Maboko agradece tu acto, a partir de ahora, eres tan hija de Lyuba como Sounya. Ambas miradas son la luz que el clan necesita para seguir viviendo. Buen trabajo.
Creí ver a Yomara sentada en los bancos, pero no quise darle mayor importancia. Gabor también la vio y en seguida desapareció con ella. Esa mujer solo me transmitía desconfianza, y antes de marcharse por completo me miró con odio, como si yo fuera la causa de su desgracia. Apenas tenía quince años, y aquel mundo desconocido comenzaba a abrirse ante mis ojos.
Sounya murió al tercer día, y el anciano Maboko tuvo un infarto. Comprendí entonces la unión que había entre él y la familia de Stevo. Lyuba era su hija. Tan rápido como la noticia se extendió por todo el clan, Yomara apareció con Gabor. Había rumores de una maldición, y Yomara no dudó en acusarme a mí de ser la que trajera aquel mal. El mal que Gabor tanto repetía. Pero no era posible. Yo no había hecho nada.
Lyuba me abrazó por primera vez como quien abraza a un hijo, ahora yo era su única hija, y Stevo se acercó al cuerpo aún con vida de Maboko. Respiraba con pesadez, y en aquello expulsaba grandes coágulos de sangre. Su pecho se contraía, su alma parecía querer abandonar aquel desgastado cuerpo, y mientras mis ojos entreabiertos se resistía por ver aquello, no podía apartar la vista de su vientre hinchado. Estaba segura que aquello era la causa de su enfermedad, y que tal vez lo llevaría a la muerte si no actuábamos rápido.
El maletín de Gabor tocó el suelo al lado de la cama de Maboko. Yomara se posicinó junto a su cuello, midiendo la presión de su arteria principal, y Maboko gruñó para sí. No podía hablar.
Lyuba me miró con preocupación. Tal vez era demasiado pequeña como para presenciar aquello, pero no me importó. Sentí que si Gabor iba a actuar, yo tenía que verlo y aprender de él, aunque me pareciese un estúpido supersticioso. Pero tenía que hacerlo por mí.
Yomara recitó diferentes oraciones incomprensibles, y entonces Gabor volvió a sacar aquel líquido maloliente. Esta vez tenía un color más oscuro y en un último momento me miró con pesadez. ¿Qué había sido eso?
Tuve un mal presentimiento. Lyuba me agarró de la mano y miró a Stevo. Había algo en sus ojos, en la mirada de todos. Allí estaba ocurriendo algo que se escapaba a mi comprensión.
—Si Maboko muere… —susurró Lyuba—. Asegúrate de estar cerca de mí.
No quise decir nada, pero su mano se apretaba tanto a la mía que me hundía las uñas en la piel. Era incómodo.
—Morirá —dije en voz baja, como si previese el futuro. Pero tampoco había que ser muy inteligente para saberlo. Sea lo que tuviese Maboko, estaba acabando con su vida, y aunque el idiota de Gabor le extirpase “el mal”, no frenaría el daño de su organismo. Ya estaba muy avanzado. Si me hubiesen dejado a mi elección, acabaría con su vida.
Maboko no conseguía tragarse aquella orina de perro, a cada trago que daba, escupía dos veces sangre. No estaba bien.
—Stevo, Stevo —llamaba desde su lecho.
El hombre se acercó ante la fría mirada de Yomara. Se agachó hasta quedar a su altura y acto seguido me lanzó una furibunda mirada llena de incomprensión. Se me encogió el corazón de inmediato.
Sin preveerlo Yomara le hundió en el brazo aquel líquido que se rehusaba a beber. Maboko se agitó en un espasmo y Lyuba contuvo un grito de espanto. Gabor aprovechó aquello e hizo una incisión en su estómago. Maboko gritó en un gruñido ensordecedor y Stevo le agarró de las piernas mientras Yomara lo hacía de las muñecas.
La carne de su vientre se abría entre charcos de sangre y Maboko dejó de insistir. Yomara le dedicó una mirada firme a Gabor y él asintió antes de arrancarle el hígado deformado por un tumor y lo tirara al cubo con agua sucia.
Tragué saliva mientras sentía cómo las lágrimas recorrían mis mejillas, estaban frías, y apenas podía pestañear. Stevo apretó los dientes y abandonó su cuerpo enfadado. Yomara le detuvo en el camino.
—Era imposible salvarle.
—Podiáis haber venido antes. Llevaba meses así, y solo apareceís cuando teneís que darle muerte. ¿No entiendes que nada de lo que digas me convencerá de lo contrario?
—Teníamos un trato.
—Que no habéis cumplido, Yomara —Miró a los dos.
—El clan nos pertenece.
—No. Ya no —Se abrió camino ante la tensión de todos los presentes, y por extraño que me pareciera, se acercó a mi lado.
—Maboko quiso que Leena siguiera sus pasos.
—¡Es una niña! —gritó Yomara enfadada.
—Es una gitana.
Lyuba soltó mi mano y me acerqué al centro de la sala.
—¿Por qué, Stevo? —Quería entenderlo, quería una razón lógica.
—Hace dos días. —Era Lyuba la que hablaba—. Nos llegó una carta en tu nombre.
Se acercó a mí y me entregó un sobre medio abierto.
—Al ser mi hija, todo lo que sea para ti, es para mí también —Se justificó.
Abrí el sobre con cuidado, como si dentro se encontrase el mayor tesoro del mundo. Era una carta.
Querida señorita, lamento comunicarle que el informe forense ha determinado como muerte natural el supuesto homicidio de sus padres. Esta en mi deber informarle que como única descendiente legítima, pasa a su disposición las propiedades de sus padres. Le ruego se ponga en contacto con la consultoría a la mayor brevedad posible.
Pase buena tarde.
Allí me quedé. De pie y pálida. Organizando cada palabra leída, dándole un sentido en mi cabeza. No me sentí dolida, tampoco indeferente. Había una amargura incomprensible en mi pecho, y una creciente rabia se apoderó de mis mejillas que empezaron a arder.
—Maboko quiso que dedicaras esos beneficios en restaurar el bienestar del clan, y a cambio te ofrecía su cargo en su ausencia.
—Inaceptable —masculló Yomara a mi espalda.
—¡Admítelo! —gritó Gabor.
—Era su voluntad. Hay que respetarla —dijo Stevo.
Sin embargo Yomara me agarró del pelo y me tiró al suelo aún de su mano—. Es una mocosa incapaz de mantenerse en pie, ¿pretendéis que deje mi estabilidad en sus decisiones?
—¡Suéltala! —gritaron.
En lo que Stevo se abalanzaba sobre Yomara, sentí cómo su cuerpo se contrajo en un grito.
Gabor había lanzado el cuchillo a su cuello, y ahora Yomara se desplomaba a mi lado, soltándome del pelo, cayendo sin expresión al suelo.
—¡Gabor! —gritó Lyuba conmocionada por el espanto.
—Lo lamento —dijo con una voz tan calmada que parecía psicópata tras lo que había hecho.
Y con meditada pausa, se dispuso a recoger sus utensilios, guardarlos en el maletín. Cerrarlo y mirarme con temor.
—Estoy a tus órdenes, Leena.
Sus ojos azules me miraban buscando respuestas a algo que desconocía. No supe cómo reaccionar, aún tenía el cuerpo de Yomara a mi izquierda, el pelo dolorido y seguramente la expresión congelada.
Stevo me ofreció su mano.
—Le ley gitana dice que aquel que asesina a alguien de su clan, merece la muerte.
Miré a Gabor preocupada. No podía hacer eso.
—Gabor me ha salvado la vida —dije con firmeza.
—Pero la ley…
—No me importa la ley, Lyuba. No pienso ordenar la muerte de quien ha salvado mi vida. Yomara merecía la muerte.
—¡Es una locura! —dijo Stevo.
—Yomara quería que yo ocupase el cargo tras la muerte de Maboko, aún sabiendo que tú lo ocuparías por línea sucesoria —explicó Gabor.
—Callaros —ordené controlando mi respiración—. Si lo de la ley es cierta. Aquel que la incumpla también merecerá la muerte, en cuyo caso yo mereceré la muerte. ¿Estáis de acuerdo con eso?
—No —respondieron Gabor y Lyuba. Stevo permanecía en silencio.
—Podemos irnos, lejos. Con lo que haya ganado de mi anterior vida empezaremos de nuevo, será tan vuestro como mío, y seremos un clan sin conspiraciones ni tramas urdidas por el cargo.
—Iré contigo —dijo Gabor al instante.
Entonces sonreí y en aquel segundo comprendí que allí a dónde fuéramos, estaríamos juntos. Le pese a quien le pese.
Cuatro días más tarde partimos rumbo a Francia. La noticia de la ausencia de Yomara recorrió todas las calles y tuvimos que escapar con escasas pertenencias. Tuvimos la suerte de no ser encontrados y poder rehacer nuestra vida sin problemas.
Dos años más tarde tuve una hija, Anastasia, heredera de todo mi poder. Heredera de todo el clan.
Mi padre saludó a un hombre bien vestido, y tras su bienvenida nos dio permiso para entrar en aquella preciosa y gigantesa mansión de piedra oscura. Cada vez me sentía más pequeña y más pálida, o tal vez era el corsé que empezaba a asfixiarme. Nos condujeron a un enorme salón de madera y espejos, lleno de lámparas colgantes con precioso cristales. Era la cosa más bonita que había visto nunca, y ostentosa. La mesa era tan grande que ocupaba gran parte de la sala, pero aún así sólo había seis asientos preparados, y en apoyados en dos sillas, se encontraba la Condesa y el Conde Madison, dueños de la casa.
Nos saludaron con una leve reverencia que mis padres pronunciaron casi hasta besar el suelo. Un golpe de latido me dolió en el pecho. Tuve un mal presentimiento, y sentía cada gota de mi sangre palpitar bajo la piel. Dios, me estaba ahogando.
Nos sentamos a cenar, y aún así, había un sitio vacío. La Condesa Madison se disculpó por la demora de su hijo. Parecía que él era la escena estelar de aquel espectáculo ostentoso. Y cuando las perdices rellenas de frutas y otras carnes llegaron a la mesa, apareció él. Enjuto, un hombre que me doblaba la edad sin remordimiento alguno. Con una mirada altiva y vanidosa, y mis mejillas ardieron de vergüenza. Mi futuro marido había llegado.
Tenía las botas manchadas de barro, la camisa descolocada y hasta sucia, y el pelo completamente despeinado pero conservando un toque aristocrático, como si todo aquello estuviese perfectamente medido y hasta su desorden estuviera ordenado. No quise saber más.
Me examinó con la mirada cada facción de mi rostro y cada matiz de mis ojos. Mi madre sonrió de manera estridente. Su nerviosismo era patético, y me ordenó que me levantase y diese una vuelta para exhibirme ante el conde. Jamás pasé mayor impotencia. ¿Acaso iba a comprarme?
El Conde frunció los labios y carraspeó la garganta. Echó una mirada reprobatoria a su padre y este se encogió de hombros mientras su madre sonrió delicadamente. Basta. El corsé acabaría por matarme. Miré a mis padres, mi madre mirándome con estupefacción, sabiendo que mi expresión asustada no vaticinaba nada nuevo, y mi padre sin mirarme, dedicado por completo a las suculentas perdices rellenas.
—Basta.
Murmuré al borde del grito. Eché a correr, y mientras lo hacía en dirección a la puerta escuché las carcajadas del conde, el grito de mi madre y algún que otro improperio de mi padre. Lo siento, sé que no eché a perder la única oportunidad en su vida de digerir aquella cena.
Los tacones se encajonaban en el lodazal. La lluvia se había convertido en tormenta, y caí varias veces hasta conseguir quitarme el cierre de mis tobillos. Arañé el vestido y me liberé del corsé. En ningún momento miré atrás, y solo tenía frente a mí enormes sombras que se agitaban contra el viento y la lluvia. Estaba asustada, pero tenía una convicción en mi pecho, un latido firme que me aseguraba la libertad que tanto ansiaba y persistí por ella, a pesar de cada arañazo, a pesar de cada caída.
Recuerdo que desperté al día siguiente en un cobertizo, en una cama de paja sucia, y con el trasero de una mula dándome los buenos días. Aún recuerdo el hediondo olor de aquella porqueriza. Intenté incorporarme y lo primero que recibí fue un cubo de agua oscura con olor a ropa sucia sobre mi cara.
Grité conmocionada, y un grupo de tres niños rieron y se escondieron traviesos. No los había visto en mi vida. Me levanté dispuesta a perseguirlos y darles una zurra por su ofensa, pero en cuanto cogí al más pequeño de la oreja izquierda, un musculoso hombro me agarró del pelo y me tiró al suelo. Su piel era rojiza y sus facciones bruscas. De ojos negro intenso y cejas irregulares.
—Agradece que Sounya dio la voz porque una perra se encontraba herida. Eres su mascota, perra. No quieras que te sacrifiquemos.
Sus palabras desestabilizaron cualquier realidad conocida. Me golpearon de tal manera que no tuve fuerzas para levantarme del suelo, y entonces el niño posicionó sus sucios pies de tierra sobre mi campo de visión. Levanté la cara y su mano derecha la tendía frente a mi brazo, mientras que con la izquierda se tocaba la oreja hinchada.
Dios. ¿Qué había hecho? Me di cuenta que no era un niño. Era una niña de preciosos ojos verdes, que miraban los míos azules con gran intensidad.
—Vamos, Leena —dijo refiriéndose a mí. Parecía haberme bautizado con aquel extraño nombre. ¿Estaba en una tribu?— Papá Stevo se enfadará si no me obedeces.
En aquel momento no supe si seguir a la niña a cuatro patas o si levantarme y cogerla de la mano. Miré a mi alrededor un instante. Todo estaba en silencio y en diferentes bancos había grupos apiñados de cuatros, tres personas sentados en ellos. Todos mirando mi reacción, esperando otro espectáculo.
Y me levanté. Sounya sonrió satisfecha—Tendremos que darte un baño —dijo con su inocente voz de tal vez seis años. Empezaba a caerme bien.
Al parecer Stevo era el segundo al mando. En frente de todos estaba Maboko. Un anciano e hinchado señor de barba blanca que destacaba sobre su tez oscura y desgastada. Tenía un vientre extrañamente abultado, y supe que se trataría de una hernía, o peor aún, de un tumor. Andaba apoyado sobre un bastón de madera rugosa, y cojeaba por el lateral izquierdo. No llevaba calzado, ninguno lo llevaba, y sus uñas eran amarillas, largas y entrecortadas. Pude ver alguna infección entre los dedos. Tenía en las piernas diferentes marcas de mordiscos que subían por el costado y la espalda. Parecía un hombre joven dentro de un cuerpo anciano.
Maboko no tenía mujer, pero disfrutaba de las chicas que desease dentro de la tribu. Yo solo de pensarlo me repugnaba por dentro, y agradecía infinitamente a Sounya que me considerase su mascota, y por ello intocable. La niña tenía una gran astucia para su corta edad, y me sorprendió encontrarme de frente con los segundos ojos verdes del lugar. Se trataba de Lyuba, la madre de Sounya. Tendría no más de treinta años. Joven y hermosa pero con grandes cicatrices en el bajo vientre. Lyuba había tenido tres abortos y Sounya fue su única hija. Después de aquello, Stevo y ella no volvieron a tener más.
En cuanto sus ojos verdes se hundieron en los míos azules, me cogió de la barbilla, deslizó mi pelo rojo a un lado y murmuró para sí—. Preciosa criatura.
El rojo de mi pelo era herencia de mi madre, mientras que los ojos azules lo eran de mi padre. Debía resultarles curioso, además de mi piel blanca. Era una mascota exótica, digna de admiración entre ellos. O eso creía.
Al décimo atardecer del cuarto mes, Sounya no despertaba. Cayeron sobre ella tres cubos de agua sucia y solo consiguieron que esporádicamente agitara sus piernas como si estuviese en un sueño. No me permitieron estar a su lado. Stevo zarandeaba sus brazos de un lado a otro, y gritaba en su lengua nativa incomprensible para mí. Lyuba, en cambio, parecía observarme con cuidado, mientras su expresión se mantenía serena y calmada. De pronto se levantó y me cogió de la mano. N me dijo nada, ni siquiera me miró, y me llevó ante Maboko.
El hombre estaba sentado, tenía el semblante incorruptible, pero sabía que tras esa firme mirada se contenía el dolor por su enfermedad. Recuerdo que en aquel momento estaba en mi semana de sangrado, y también me dolía el vientre. Lyuba me empujó nerviosa contra el suelo y me desprendió de mi vestido. Grité sorprendida y su mirada ordenó silencio.
Maboko se levantó con dificultad y con su bastón me tocó el costado suavemente. Recorrió con él mi ombligo, la curvatura de mis pechos hasta mi barbilla. No quería pensar en lo que podría hacerme. No quería ser una más de sus chicas, y me encogí en el suelo, protegiendo mi cuerpo.
Lyuba me agarró de las manos y tensó mis piernas. Recuerdo cómo mi sangre empezó a fluir nerviosa por mis piernas, y Maboko se volvió a sentar. Asintió ante Lyuba y ella volvió a cogerme del brazo. Me temblaron los tobillos. Estaba nerviosa y tuve una sensación extraña. Me sentía completamente violada, como si ya no tuviera intimidad que proteger, como si ya no hubiese nada mío y ahora le perteneciese a Maboko. Como una más, como una parte más de su tribu.
Lyuba me llevó al otro extremo del gran cobertizo. Recuerdo que Sounya nunca se acercaba a esa zona, por tanto me era completamente ajena. La primera impresión que tuve fue desconcertante. Era como si en verdad el cobertizo nunca terminase y continuamente se repitiese. En todos ellos había postes, camas de paja, barreños, mulas y cabras, mesas y sillas descolocadas, cortinas sucias, un mal olor continuo, y pequeños espacios abiertos que hacían de huerto, pozo y baño. Lyuba cada vez andaba más deprisa y mi brazo sufría las consecuencias. Podía andar solita, pero las oscuras miradas de aquellas gentes me atemorizaban de manera especial. No eran como Maboko, incluso llegué a preferirle a él. Parecían otras familias, otras tribus, pero todas viviendo en una misma comuna. Entonces comprendí que se trataba de un clan donde habitan diferentes familias, todas ellas bajo un mismo patriarca: Maboko.
—Tienes que mantenerte pura, Leena. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Miré sorprendida a Lyuba. Parecía que se había metido en mi mente, pues sus labios a penas se habían movido. Asentí con cierta indignación, ¿qué se había creído? Pero en seguida sentí miedo. La primera vez en mi vida que sentí miedo.
—Yomara, tenemos permiso para ver a tu esposo. Maboko le requiere.
Aquella mujer era espectacular, y peligrosa. Lo supe en cuanto su mirada penetró en la mía. Parecía de otro mundo. Increíblemente hermosa, no destacaba por ser esbelta, sino por su cara. Tenía una mirada, una profundidad, creí que me había hechizado con solo mirarme, y tuve un mal presentimiento.
La mujer nos cedió el paso mientras seguía clavándome su desconfiada mirada sobre la espalda. Parecía acuchillarme.
—Dile a Maboko que pronto llegará el día. Gabor no quiere contratiempos. Eso díselo a tu marido.
Lyuba sonrió de manera forzada, y me empujó dentro de una habitación. Si aquel hombre era el que decía llamarse Gabor, para mí parecía un dios. Era rubio, de hombros anchos, brazos marcados y una increíble mirada azul marino. Era lo más bello y extraño que había visto jamás en un hombre. No debía superar los treinta años, al contrario que su mujer, que aparentaba al menos cuarenta.
—Es Sounya —dijo Lyuba.
—Acerca a la chica —respondió él de manera rápida y tajante. Parecía no haber escuchado a Lyuba.
Ella soltó mi mano y como si se tratase de una madre me lanzó una mirada llena de incertidumbre y temor. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué iban a hacerme?
Gabor se levantó de su cama. Era más alto de lo que pensaba.
—¿Edad?
—Quince —contesté de inmediato. Hace escasas semanas que los había cumplido y nadie en el clan lo sabía, ni siquiera Sounya.
Suspiró resignado, se dirigió a mí y posicionó la mano sobre mi frente. Cerró los ojos. Recuerdo que estaba helada y aún así mi cuerpo empezó a arder. Sentí cómo nuevamente la sangre bajaba por mis piernas y Gabor cogió un trapo para limpiarme. Me sorprendió la manera delicada en que lo hizo, y contrario a todo lo que habría pensado: no sentí miedo ni vergüenza alguna. Con él estaba segura.
—Podemos hacerlo —dijo él mirando a Lyuba.
Entonces Yomara entró en la habitación y empezó una discusión en una lengua extraña que solo Gabor entendía. Miré a Lyuba y ella me volvió a coger de la mano. Era hora de irse. Pero seguía sin entender el motivo de todo aquello. ¿Qué pasaba conmigo? De pronto un golpe sordo me desconcertó.
Aparté bruscamente la mirada de Lyuba y Gabor tenía la mejilla dolorida. Yomara lo había golpeado, y aquella sensación de miedo creció en mí de nuevo. Me miró como acusándome de algo que no entendía, y Gabor la apartó de su camino, cogió una maleta cerca de la puerta y se dirigió hacia Lyuba y hacia mí. Yo no sabía cómo reaccionar.
Volvimos casi corriendo el camino de vuelta a nuestra zona. Stevo se encontraba cerca de Sounya. Parecía más calmado. A su lado estaba Maboko que saludó a Gabor, como agradecido, pero Stevo se levantó enfurecido y prefirió marcharse. Seguía sin entender por qué esa situación tan arisca.
Los ojos verdes de Lyuba me hablaron una última vez, como recordándome aquello que me comentó cuando íbamos a reunirnos con Gabor.
—Es un hechicero muy influenciable —dijo al fin, y se retiró junto con Stevo.
Gabor se sentó al lado de Sounya. Estábamos los tres solos, y sacó el trapo con el que me había limpiado antes. Era repulsivo, pero aún así parecía tratarlo con delicadeza.
—Hay que exteriparle el mal —dijo sin siquiera tocarla—. Pon tus manos juntas sobre su cuerpo.
Sounya parecía despertarse por momentos y solo balbuceaba palabras incomprensibles. Indicaba que le dolía el abdomen y lo cierto es que lo tenía hinchado. Se retorcía sobre sus piernas en pequeños espamos y la fiebre había subido bastante. Tenía las mejillas sudorosas y la mirada perdida.
Con el trapo sucio dibujó un círculo sobre su abdomen. La mancha de sangre parecía casi mística, y de su maletín sacó un pequeño brebaje y un cuchillo reluciente. El corazón me latió preocupado.
—Haz que se lo beba —dijo ofreciéndome aquel líquido maloliente y similar a la orina.
Sounya seguía murmurando y como pude conseguí que tragara aquello. En un último momento pensé que sería alcohol o algún tipo de anestesia. Sus ojos empezaron a buscarme y repitieron mi nombre constantemente.
—Leena, Leena —decía.
No supe por qué pero empecé a sentir lástima por aquella niña. Tanto fue así que mis ojos se molestaron, conteniendo las lágrimas. No quería presenciar aquello.
—Agárrala fuerte —me ordenó Gabor.
Cogí a Sounya de los brazos, apretándola contra la cama. Busqué su mirada entreabierta y empecé a cantarle la canción que ella me cantaba para dormir.
Gabor limpió el cuchillo en el trapo aún sucio de mí, y lo hundió en su carne. Sounya se contrajo gritando. Movía las piernas de un lado para otro, frenética. Las manos arañaron la paja de la cama, su pequeña cabeza parecía poseída.
—Es el mal que no la deja encontrar la calma de su cuerpo —decía Gabor—. Es el mal, es el mal —repetía para sí cada vez en voz más baja.
Sounya gritaba cada vez más fuerte y en cuanto vi que Gabor extirpaba de su vientre un pedazo de entraña grité con ella. Lloré, lloré y no quise verlo. Y Gabor se limpiaba el sudor con mi trapo, embadurnándose la cara de mi sangre ya oscura y de las sangre aún brillante y cálida de Sounya.
—Es el mal —dijo una última vez sosteniendo en su mano ensagrentada un trozo de intestino.
Sounya había perdido demasiada sangre. Estaba inconsciente o tal vez muerta. Si me hubieran dejado a mí, no sabría si lo habría hecho mejor, pero sin duda no repetiría “es el mal, es el mal” a un apendicitis. Si algo recordaba de mi anterior vida, era los libros de medicina de mi padre, y racionalmente entendía que todo mal está vinculado al cuerpo, y que no hay nada mágico o misterioso en aquello. Solo había que estudiarlo con atención.
Gabor pusó una pasta naranja sobre la herida y la tapó con unas hojas amarillas y verdes. Sounya estaba viva después de todo, y yo pude limpiarme las lágrimas ante la atenta mirada de Gabor, que parecía examinarme como si viera en mí algo nuevo para él.
—Lo has hecho bien para ser tu primera vez.
No supe qué responder a aquello, y solo se me ocurrió agradecerle, de manera estúpida.
—Ahora solo queda esperar a que pasen tres días para su recuperación.
—¿Por qué has hecho eso? —dije mirando el trapo.
—Una sangre pura solo puede ser salvada por otra sangre pura —me miró imperturbable. Cogió mi mano, temblorosa y susurró mi nombre—. Leena.
—No me llamo así —respondi de inmediato a la defensiva. En verdad nadie conocía mi verdadero nombre.
—No importa, Leena. En cuanto salgas de aquí, ya no serás su mascota. Le has salvado la vida. Eres una más del clan —sonrió. Extrañamente y contra todo pronóstico, sonrió y su sonrisa, y sus dientes, sus labios, su boca entera me deslumbró por completo—. Bienvenida.
Y tenía razón. Maboko parecía asentir tras mi salida, como saludándome. Lyuba sonrió debilmente, y Stevo simplemente actuó con normalidad. Incluso me golpeó en el hombro en su deseo por ver a Sounya. Pero supe que no había sido a propósito.
—Leena. Maboko agradece tu acto, a partir de ahora, eres tan hija de Lyuba como Sounya. Ambas miradas son la luz que el clan necesita para seguir viviendo. Buen trabajo.
Creí ver a Yomara sentada en los bancos, pero no quise darle mayor importancia. Gabor también la vio y en seguida desapareció con ella. Esa mujer solo me transmitía desconfianza, y antes de marcharse por completo me miró con odio, como si yo fuera la causa de su desgracia. Apenas tenía quince años, y aquel mundo desconocido comenzaba a abrirse ante mis ojos.
Sounya murió al tercer día, y el anciano Maboko tuvo un infarto. Comprendí entonces la unión que había entre él y la familia de Stevo. Lyuba era su hija. Tan rápido como la noticia se extendió por todo el clan, Yomara apareció con Gabor. Había rumores de una maldición, y Yomara no dudó en acusarme a mí de ser la que trajera aquel mal. El mal que Gabor tanto repetía. Pero no era posible. Yo no había hecho nada.
Lyuba me abrazó por primera vez como quien abraza a un hijo, ahora yo era su única hija, y Stevo se acercó al cuerpo aún con vida de Maboko. Respiraba con pesadez, y en aquello expulsaba grandes coágulos de sangre. Su pecho se contraía, su alma parecía querer abandonar aquel desgastado cuerpo, y mientras mis ojos entreabiertos se resistía por ver aquello, no podía apartar la vista de su vientre hinchado. Estaba segura que aquello era la causa de su enfermedad, y que tal vez lo llevaría a la muerte si no actuábamos rápido.
El maletín de Gabor tocó el suelo al lado de la cama de Maboko. Yomara se posicinó junto a su cuello, midiendo la presión de su arteria principal, y Maboko gruñó para sí. No podía hablar.
Lyuba me miró con preocupación. Tal vez era demasiado pequeña como para presenciar aquello, pero no me importó. Sentí que si Gabor iba a actuar, yo tenía que verlo y aprender de él, aunque me pareciese un estúpido supersticioso. Pero tenía que hacerlo por mí.
Yomara recitó diferentes oraciones incomprensibles, y entonces Gabor volvió a sacar aquel líquido maloliente. Esta vez tenía un color más oscuro y en un último momento me miró con pesadez. ¿Qué había sido eso?
Tuve un mal presentimiento. Lyuba me agarró de la mano y miró a Stevo. Había algo en sus ojos, en la mirada de todos. Allí estaba ocurriendo algo que se escapaba a mi comprensión.
—Si Maboko muere… —susurró Lyuba—. Asegúrate de estar cerca de mí.
No quise decir nada, pero su mano se apretaba tanto a la mía que me hundía las uñas en la piel. Era incómodo.
—Morirá —dije en voz baja, como si previese el futuro. Pero tampoco había que ser muy inteligente para saberlo. Sea lo que tuviese Maboko, estaba acabando con su vida, y aunque el idiota de Gabor le extirpase “el mal”, no frenaría el daño de su organismo. Ya estaba muy avanzado. Si me hubiesen dejado a mi elección, acabaría con su vida.
Maboko no conseguía tragarse aquella orina de perro, a cada trago que daba, escupía dos veces sangre. No estaba bien.
—Stevo, Stevo —llamaba desde su lecho.
El hombre se acercó ante la fría mirada de Yomara. Se agachó hasta quedar a su altura y acto seguido me lanzó una furibunda mirada llena de incomprensión. Se me encogió el corazón de inmediato.
Sin preveerlo Yomara le hundió en el brazo aquel líquido que se rehusaba a beber. Maboko se agitó en un espasmo y Lyuba contuvo un grito de espanto. Gabor aprovechó aquello e hizo una incisión en su estómago. Maboko gritó en un gruñido ensordecedor y Stevo le agarró de las piernas mientras Yomara lo hacía de las muñecas.
La carne de su vientre se abría entre charcos de sangre y Maboko dejó de insistir. Yomara le dedicó una mirada firme a Gabor y él asintió antes de arrancarle el hígado deformado por un tumor y lo tirara al cubo con agua sucia.
Tragué saliva mientras sentía cómo las lágrimas recorrían mis mejillas, estaban frías, y apenas podía pestañear. Stevo apretó los dientes y abandonó su cuerpo enfadado. Yomara le detuvo en el camino.
—Era imposible salvarle.
—Podiáis haber venido antes. Llevaba meses así, y solo apareceís cuando teneís que darle muerte. ¿No entiendes que nada de lo que digas me convencerá de lo contrario?
—Teníamos un trato.
—Que no habéis cumplido, Yomara —Miró a los dos.
—El clan nos pertenece.
—No. Ya no —Se abrió camino ante la tensión de todos los presentes, y por extraño que me pareciera, se acercó a mi lado.
—Maboko quiso que Leena siguiera sus pasos.
—¡Es una niña! —gritó Yomara enfadada.
—Es una gitana.
Lyuba soltó mi mano y me acerqué al centro de la sala.
—¿Por qué, Stevo? —Quería entenderlo, quería una razón lógica.
—Hace dos días. —Era Lyuba la que hablaba—. Nos llegó una carta en tu nombre.
Se acercó a mí y me entregó un sobre medio abierto.
—Al ser mi hija, todo lo que sea para ti, es para mí también —Se justificó.
Abrí el sobre con cuidado, como si dentro se encontrase el mayor tesoro del mundo. Era una carta.
Querida señorita, lamento comunicarle que el informe forense ha determinado como muerte natural el supuesto homicidio de sus padres. Esta en mi deber informarle que como única descendiente legítima, pasa a su disposición las propiedades de sus padres. Le ruego se ponga en contacto con la consultoría a la mayor brevedad posible.
Pase buena tarde.
Allí me quedé. De pie y pálida. Organizando cada palabra leída, dándole un sentido en mi cabeza. No me sentí dolida, tampoco indeferente. Había una amargura incomprensible en mi pecho, y una creciente rabia se apoderó de mis mejillas que empezaron a arder.
—Maboko quiso que dedicaras esos beneficios en restaurar el bienestar del clan, y a cambio te ofrecía su cargo en su ausencia.
—Inaceptable —masculló Yomara a mi espalda.
—¡Admítelo! —gritó Gabor.
—Era su voluntad. Hay que respetarla —dijo Stevo.
Sin embargo Yomara me agarró del pelo y me tiró al suelo aún de su mano—. Es una mocosa incapaz de mantenerse en pie, ¿pretendéis que deje mi estabilidad en sus decisiones?
—¡Suéltala! —gritaron.
En lo que Stevo se abalanzaba sobre Yomara, sentí cómo su cuerpo se contrajo en un grito.
Gabor había lanzado el cuchillo a su cuello, y ahora Yomara se desplomaba a mi lado, soltándome del pelo, cayendo sin expresión al suelo.
—¡Gabor! —gritó Lyuba conmocionada por el espanto.
—Lo lamento —dijo con una voz tan calmada que parecía psicópata tras lo que había hecho.
Y con meditada pausa, se dispuso a recoger sus utensilios, guardarlos en el maletín. Cerrarlo y mirarme con temor.
—Estoy a tus órdenes, Leena.
Sus ojos azules me miraban buscando respuestas a algo que desconocía. No supe cómo reaccionar, aún tenía el cuerpo de Yomara a mi izquierda, el pelo dolorido y seguramente la expresión congelada.
Stevo me ofreció su mano.
—Le ley gitana dice que aquel que asesina a alguien de su clan, merece la muerte.
Miré a Gabor preocupada. No podía hacer eso.
—Gabor me ha salvado la vida —dije con firmeza.
—Pero la ley…
—No me importa la ley, Lyuba. No pienso ordenar la muerte de quien ha salvado mi vida. Yomara merecía la muerte.
—¡Es una locura! —dijo Stevo.
—Yomara quería que yo ocupase el cargo tras la muerte de Maboko, aún sabiendo que tú lo ocuparías por línea sucesoria —explicó Gabor.
—Callaros —ordené controlando mi respiración—. Si lo de la ley es cierta. Aquel que la incumpla también merecerá la muerte, en cuyo caso yo mereceré la muerte. ¿Estáis de acuerdo con eso?
—No —respondieron Gabor y Lyuba. Stevo permanecía en silencio.
—Podemos irnos, lejos. Con lo que haya ganado de mi anterior vida empezaremos de nuevo, será tan vuestro como mío, y seremos un clan sin conspiraciones ni tramas urdidas por el cargo.
—Iré contigo —dijo Gabor al instante.
Entonces sonreí y en aquel segundo comprendí que allí a dónde fuéramos, estaríamos juntos. Le pese a quien le pese.
Cuatro días más tarde partimos rumbo a Francia. La noticia de la ausencia de Yomara recorrió todas las calles y tuvimos que escapar con escasas pertenencias. Tuvimos la suerte de no ser encontrados y poder rehacer nuestra vida sin problemas.
Dos años más tarde tuve una hija, Anastasia, heredera de todo mi poder. Heredera de todo el clan.
-En su adolescencia viajo por todo el mundo para conocerlo por petición mía
- Tiene un gato gris.
- Hace unos años compre una gran mansión a las afueras de Francia donde vivimos con todo nuestro clan. No tenemos criados si no que nos ayudamos entre nosotros protegiéndonos.
-Nuestro clan es nuestra familia.
- Anastasia es conocida como Anya en nuestro clan y por nuestra raza como princesa de los gitanos.
- Sabe tocar multitud de instrumentos y suele hacer sus actuaciones de juglar con gente del clan.
- Tras mudarnos a Francia aprendí ciertas cosas y poco a poco nos convertimos en el clan más importante lo que hizo que me conocieran como "la reina de los gitanos".
-Anya es muy buena preparando venenos y filtros de amor. A lo largo de los años aprendió poder de liderazgo tanto como yo.
- Estoy enferma y mi vida se va apagando por eso mi único deseo es dejar todo en orden y que Anya pueda manejarse sola.
-Ayudamos a la gente y muchos viajan para pedirnos consejo. Viajeros que llegan hasta aquí solo para saber de su futuro o gitanos que necesitan protección.
-Desde que me puse al mando cree mis propias normas y una nueva vida para todos.
-Nunca hable con Anya sobre su padre.
Última edición por Anya el Mar Mayo 19, 2015 3:54 pm, editado 4 veces
Anya**- Gitano
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Re: Ficha de Anya
FICHA EN PROCESO
incompleta
TU FICHA ESTÁ INCOMPLETA. CUANDO HAYAS TERMINADO, POR FAVOR POSTEA A CONTINUACIÓN EN ESTE MISMO TEMA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN.
NO OLVIDES QUE PARA PODER ACEPTARLA ES NECESARIO QUE PRIMERO HAYAS REALIZADO LOS REGISTROS OBLIGATORIOS EN ESTE APARTADO Y QUE CUMPLAS CON LO QUE PEDIMOS EN EL ESQUELETO DE LA FICHA, INFORMACIÓN QUE PUEDES VER AQUÍ.
GRACIAS.
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Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ficha de Anya
Ya esta ^^
Anya**- Gitano
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Re: Ficha de Anya
OBSERVACIONES
favor de corregir
TU FICHA ESTÁ CORRECTA, EL ÚNICO DETALLE ES QUE UNA GITANA NO PUEDE LLEVAR EL RANGO DE CLASE ALTA. LEÍ TU FICHA Y ENTIENDO QUE TU PERSONAJE ES EN REALIDAD PROCEDENTE DE LA CLASE ALTA Y AHORA VIVE CON GITANOS, PERO AUN ASÍ, SI LLEVA EL COLOR DE LOS GITANOS, TENDRÁ QUE LLEVAR TAMBIÉN EL RANGO DE CLASE BAJA. SI ESTÁS DE ACUERDO CON ELLO POSTEA AQUÍ AVISANDO PARA DARTE LA APROBACIÓN, DE LO CONTRARIO EDITA LO QUE CREAS NECESARIO.
GRACIAS.
GRACIAS.
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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Re: Ficha de Anya
Estoy de acuerdo.
Anya**- Gitano
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Re: Ficha de Anya
FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.
ANTES DE HACER CUALQUIER OTRA COSA, TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO/A DE CÓMO MANEJAMOS TODO EN ESTE SITIO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MALOS ENTENDIDOS. A CONTINUACIÓN TE DEJO LOS LINKS MÁS IMPORTANTES PARA QUE PUEDAS CONOCER LA INFORMACIÓN, Y SI DESPUÉS DE LEER SIGUES TENIENDO ALGUNA DUDA, PUEDES CONTACTARME A MÍ O A OTRO DE LOS ADMINISTRADORES; ESTAMOS PARA SERVIRTE.
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