AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
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Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
Hace dos semanas, exactamente ese había sido el tiempo en el que se había marchado Lucrezia Borgia a una misión en París – Francia, aquel hombre que por las mañanas se oculta tras la sotana de un hombre de dios y por la noche muestra el hombre tras de ella, había tenido sus motivos para enviar a su sorella muy lejos. El principal recaía sobre la unión que debía hacerse entre su familia con un Sforza por lo que su padre estaba escogiendo al más conveniente para así hacerse de poder en la iglesia y eso inquietaba mucho a Cesare, pero la razón más fuerte era porque al estar junto a él corría riesgo de las habladurías de la gente y no quería herir a su pequeña y amada hermana.
Los días y noches pasaban raudos pero en el corazón de su eminencia había un vacío que nadie podía llenar, o eso quizás pensaba. Luego de una semana se sus pensamientos se calmaron llevando el ritmo habitual de los asuntos de la iglesia, tal como lo hacía desde siempre. Aunque luego de la primera semana, las cosas cambiarían, quizás para bien o quizás para mal, dependería del estado de ánimo de su excelencia.
Aquella noche, en la segunda semana que su hermana debería estar de viaje hacia parís. Se aleja de los muros de la basílica de San pedro para internarse en el hogar de su madre Vannozza Cattanei, no sin antes haber pasado por una taberna y un burdel, solo que esta vez no lleva los hábitos de un cardenal, ni la ropa de un clérigo, simplemente va como un hombre común y corriente. Para que describir lo que ocurre en estos lugares, solo podremos detallar que solo no fue a la morada de su progenitora, si no en compañía de una morena, una de la cual disfrutaba poder besar aquellos labios hasta dejarlos rojos de tanta presión que ejercía.
Ambos cuerpos se fundieron durante el resto de la noche, incluso cuando el alba ya amenazaba con tocar los cielos, aquellos cuerpos continuaban con su obra de satisfacción. Los gemidos de la mujer podían levantar a toda Italia, ella solo se dejó caer en la tentación del aquel cuerpo masculino mezclado al suyo, el mismo cuerpo que se llevó unas que otras pequeñas marcas en la espalda. La cama rechinaba con el contacto íntimo, pedía clemencia por la faena que aquel par de amantes se montaba. Su excelencia conocía a la mujer una pequeña fiel que a la iglesia acudía cada domingo y a la que había confesado en dos ocasiones y ahora estaba sobre él moviéndose como si su cuerpo fuera hecho solo para tentar a los hombres y provocarlos en el más puro pecado.
Las ultimas arremetidas y el sol ya estaba en lo más alto del cielo, la mañana los había alcanzado completamente. Su eminencia abandona el lecho colocándose aquella túnica que muestra su rango en la santa madre iglesia católica, la mujer muy azorada y entre risas señala el hecho de su “santidad”. –No sabía que fueras clérigo, anoche no lo fuiste para nada con tus manos y boca– Cesare se comenzó a reír mientras terminaba de abotonar el uno de los lazos de su prenda oscura –Por la noche soy quien quiero ser, y por el día soy quien debo ser, y es hora de que tú también seas lo que debes ser te marches– su sonrisa no se apartaba de aquel rostro, uno que oculta la verdad de todos, menos de una persona, misma que volvió a su mente cuando un pequeño ruido del exterior la hizo recordar –Lucrezzia– murmura entre risa y sale de la habitación presto a dar caza a quien había estado fisgoneando
Los días y noches pasaban raudos pero en el corazón de su eminencia había un vacío que nadie podía llenar, o eso quizás pensaba. Luego de una semana se sus pensamientos se calmaron llevando el ritmo habitual de los asuntos de la iglesia, tal como lo hacía desde siempre. Aunque luego de la primera semana, las cosas cambiarían, quizás para bien o quizás para mal, dependería del estado de ánimo de su excelencia.
Aquella noche, en la segunda semana que su hermana debería estar de viaje hacia parís. Se aleja de los muros de la basílica de San pedro para internarse en el hogar de su madre Vannozza Cattanei, no sin antes haber pasado por una taberna y un burdel, solo que esta vez no lleva los hábitos de un cardenal, ni la ropa de un clérigo, simplemente va como un hombre común y corriente. Para que describir lo que ocurre en estos lugares, solo podremos detallar que solo no fue a la morada de su progenitora, si no en compañía de una morena, una de la cual disfrutaba poder besar aquellos labios hasta dejarlos rojos de tanta presión que ejercía.
Ambos cuerpos se fundieron durante el resto de la noche, incluso cuando el alba ya amenazaba con tocar los cielos, aquellos cuerpos continuaban con su obra de satisfacción. Los gemidos de la mujer podían levantar a toda Italia, ella solo se dejó caer en la tentación del aquel cuerpo masculino mezclado al suyo, el mismo cuerpo que se llevó unas que otras pequeñas marcas en la espalda. La cama rechinaba con el contacto íntimo, pedía clemencia por la faena que aquel par de amantes se montaba. Su excelencia conocía a la mujer una pequeña fiel que a la iglesia acudía cada domingo y a la que había confesado en dos ocasiones y ahora estaba sobre él moviéndose como si su cuerpo fuera hecho solo para tentar a los hombres y provocarlos en el más puro pecado.
Las ultimas arremetidas y el sol ya estaba en lo más alto del cielo, la mañana los había alcanzado completamente. Su eminencia abandona el lecho colocándose aquella túnica que muestra su rango en la santa madre iglesia católica, la mujer muy azorada y entre risas señala el hecho de su “santidad”. –No sabía que fueras clérigo, anoche no lo fuiste para nada con tus manos y boca– Cesare se comenzó a reír mientras terminaba de abotonar el uno de los lazos de su prenda oscura –Por la noche soy quien quiero ser, y por el día soy quien debo ser, y es hora de que tú también seas lo que debes ser te marches– su sonrisa no se apartaba de aquel rostro, uno que oculta la verdad de todos, menos de una persona, misma que volvió a su mente cuando un pequeño ruido del exterior la hizo recordar –Lucrezzia– murmura entre risa y sale de la habitación presto a dar caza a quien había estado fisgoneando
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
–Ave María
–Sin pecado concebida.
–Perdóneme padre porque he pecado; He visto y mi corazón ha desfallecido,
he escuchado y mis lagrimas han brotado, he hablado su excelencia y
mis ruegos han sido escuchados por usted.
–Sin pecado concebida.
–Perdóneme padre porque he pecado; He visto y mi corazón ha desfallecido,
he escuchado y mis lagrimas han brotado, he hablado su excelencia y
mis ruegos han sido escuchados por usted.
La delicada ventisca del otoño mueve los largos cabellos rubios de la joven con mejillas sonrojadas acaloradas decido al viaje, pues ha sido largo, pesado y Francia no es un país agraciado a los ojos color cuelo de la única fémina Borgia, Lucrezia, la luz de los ojos del santo padre; la joven es una mas de las piezas de ajedrez que ara aun más poderosa su imperio si logra desposarla con un Sforza como mínimo, y así será, la noticia ha sido entregada en la comida el mismo día de su regreso a los estados pontífices, un secreto pues solo su madre, Vannozza Cattanei, sabe y guarda recelosa el secreto de la estadía de su única hija, el porque es solo simple petición de la joven, pues ha sido enviada en una enmienda especial a Francia y escapando de sus responsabilidades de embajadora se recluye cual monja en compañía de su progenitora.
Es de noche y el incierto de su futuro próximo atormenta sin permitir el discando en profundo sueño. Así bien antes de que llegue el alba decide salir de la cama yendo a buscar un lugar en común que le traiga paz y rememore aquel que la a apartado de su lado, aquel que la llama “Mi amor” compartiendo lazos sanguíneos. Para ello debe pasar por los antiguos aposentos que ocupaba el ahora cardenal Borgia, su eminencia, su hermano escuchando lo que no puede ser verdad o al menos no desea que sea verdad. Pero se queda recargada en la pared cerca de la ventana escuchando a su hermano fornicar con otra mujer. Si es o no es pecado no le importa, algo en ella se rompe, frágil y desentendida, incrédula dejando la llama de la incomodidad, molestia y desprecio inunden su virginal cuerpo. Las preguntas se arremolinan en su mente como demonios en el infierno, tiñendo de aberración cada que una nueva se desliza silenciosamente venenosa. Se percata del silencio y las voces, si no quiere ser descubierta es momento de abandonar a su suerte su estadía. Cual lanza de longinus atraviesa su pensamiento el que si Cesare la ve la enviara de regreso a Francia, se levanta de su escondite haciendo ruido.
Se tapa la boca evitando escape el gemido –Por san Pedro que no me haya escuchado.– exclama apartándose lo más rápido que puede subiéndose el camisón hasta por arriba de las rodillas, se aleja por el pasillo, andando a largos y graciosos pasos de bailarina pero es tarde y aquel que teme ver le hace frente golpeándola con tal fuerza sin que la toca que los celos por lo que ha descubierto hace solo un momento la narcotizan como a un drogadicto. Escucha su nombre de la boca de su eminencia, su hermano, el que juro ser su amor, su protector, su todo –¡No! Ni te atrevas a siquiera expresar desagrado o enfado por mi presencia, regresare a Francia pero primero– las mejillas se le colorean del enfado que esta emergiendo, sin poder evitarlo lo abofetea –¿Para ello me enviaste lejos de ti Cesare? ¿Para poder disfrutar libremente de los placeres carnales sin remordimiento alguno– se siente desilusionada, sin ser conciente manotea desquitando su enfado y dolor contra su hermano, contra aquel que mas ama y adora sobre todos –No me trates como si no entendiera, no me des excusas– Porque insiste en eso, son consanguíneos y jamás estarán juntos y pese a ello duele y no se detendrá –Empieza a protegerme de ti… no de los demas– grita sin importar despertar a toda la casa e incluida su madre, la cual será la mas desconcertada a sabiendas de la estrecha relación que ambos comparten sin sospechar del secreto de ambos.
Lucrezia Borgia- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
El pequeño ruido y aquella vocecilla de ángel efectivamente eran de su fraterna que estaba fuera de la habitación, sus ojos no podían creer lo que estaba viendo, es más, tuvo que frotarlos su eminencia para ver si aquello era cierto pero aun así parecía que solo se trataba de un espejismo, uno del cual salió en marcha a buscarle. Tomó su brazo con fuerza sin importarle si la lastimaba a no y fue entonces que las palabras amargas le supieron reales. El veneno que soltaba su hermana junto al golpe que le propino no fue más que el comienzo de lo que sería una leve batalla, una que no quería tocar.
Los pequeños puños de Lucrezia caían sobre el pecho, su eminencia se mantuvo quieto y cauteloso hasta que ella hubiese desfogado toda su rabia, fue entonces cuando la abraza con fuerza rodeándola con sus brazos en la espalda. ¿Qué podría decir, que ella no supiera? ¿Qué lujo podría darse?. Una sonrisa fue todo lo que pudo mostrarle hasta ver el rostro tomando el color que le pertenecía –Ya no están tan rojas tus mejillas, aunque aún veo que conservas la ira ¿lo meditas?– soltó en broma al igual que a su hermana que se zafaba de su agarre. Elevó ambas manos en acto reflejo de defensa.
Tenía preguntas para ella, duda sobre su presencia y sobre todo, algo llamado ira. Había su hermana desobedecido una orden directa de él, su amor se había rebelado contra él y eso lo decepcionaba, pero trató de ocultarlo tras la fría máscara de su deber. Su voz sonó catártica pero con el mismo amor que nacía cuando podía verla –Lucrezia, Amor mío. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en Francia, ¿acaso estás desobedeciendo a padre y a mí? Eso es nuevo en ti Lucrezia– su eminencia sonrió por unos breves segundos hasta que todo se borra de él dándole la espalda a su hermana para controlar aquella ira tan digna de los Borgia.
Las palabras de su hermana eran como cuchillos, como todo Borgia ella también sabía cómo usarlas para lastimar a alguien y el solo hecho de que ella pensara que él no hacía nada para protegerla incluso de él le dolía. La enfrentó con los ojos del león que suele ser cuando pelea con algún otro varón, la agarró de ambos brazos zarandeándola un poco, lo suficiente para que lo mirase –Todo, absolutamente todo lo que hago es para protegerte incluso de mí, y por eso te envié lejos muy lejos de mi porque si estuvieras aquí no podría aceptar la petición de mi padre para ser quien celebre tu boda. Si Lucrezia Giovanni di Sforza ha pedido tu mano en matrimonio y nuestro padre se la ha dado, ¿sabes lo que eso significa?–
En un arrebato la llevó fuera, al jardín de la casa de su progenitora y con suma paciencia la cargó en brazos dejándola sobre el césped a plena luz del día, sin importar que los vieran los criados o alguna otra persona. Ambos hermanos con sus trajes de dormir sin ropa alguna más que aquellas telas que acompañan en la cama, vistas no muy dignas, pero, que entre hermanos, era más que aceptado y conocido –Amor mio, algunas veces se cometen actos como lo que viste por el hecho de que no podemos poseer al dueño de nuestras pasiones y no se puede más que descargar todo ello en otras personas. Desearía poder casarme algún día con una mujer pero ello y ella me está prohibido y por ello mis actos de esta mañana– su sonrisa no se apartaba de aquel rostro, que inconsciente retira sobre su hermana para contemplar el cielo, tan cristalino como sus palabras.
De todas las personas con las que puede tener secretos, aquella era la única con la que no se guarda ni el nombre.
Los pequeños puños de Lucrezia caían sobre el pecho, su eminencia se mantuvo quieto y cauteloso hasta que ella hubiese desfogado toda su rabia, fue entonces cuando la abraza con fuerza rodeándola con sus brazos en la espalda. ¿Qué podría decir, que ella no supiera? ¿Qué lujo podría darse?. Una sonrisa fue todo lo que pudo mostrarle hasta ver el rostro tomando el color que le pertenecía –Ya no están tan rojas tus mejillas, aunque aún veo que conservas la ira ¿lo meditas?– soltó en broma al igual que a su hermana que se zafaba de su agarre. Elevó ambas manos en acto reflejo de defensa.
Tenía preguntas para ella, duda sobre su presencia y sobre todo, algo llamado ira. Había su hermana desobedecido una orden directa de él, su amor se había rebelado contra él y eso lo decepcionaba, pero trató de ocultarlo tras la fría máscara de su deber. Su voz sonó catártica pero con el mismo amor que nacía cuando podía verla –Lucrezia, Amor mío. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en Francia, ¿acaso estás desobedeciendo a padre y a mí? Eso es nuevo en ti Lucrezia– su eminencia sonrió por unos breves segundos hasta que todo se borra de él dándole la espalda a su hermana para controlar aquella ira tan digna de los Borgia.
Las palabras de su hermana eran como cuchillos, como todo Borgia ella también sabía cómo usarlas para lastimar a alguien y el solo hecho de que ella pensara que él no hacía nada para protegerla incluso de él le dolía. La enfrentó con los ojos del león que suele ser cuando pelea con algún otro varón, la agarró de ambos brazos zarandeándola un poco, lo suficiente para que lo mirase –Todo, absolutamente todo lo que hago es para protegerte incluso de mí, y por eso te envié lejos muy lejos de mi porque si estuvieras aquí no podría aceptar la petición de mi padre para ser quien celebre tu boda. Si Lucrezia Giovanni di Sforza ha pedido tu mano en matrimonio y nuestro padre se la ha dado, ¿sabes lo que eso significa?–
En un arrebato la llevó fuera, al jardín de la casa de su progenitora y con suma paciencia la cargó en brazos dejándola sobre el césped a plena luz del día, sin importar que los vieran los criados o alguna otra persona. Ambos hermanos con sus trajes de dormir sin ropa alguna más que aquellas telas que acompañan en la cama, vistas no muy dignas, pero, que entre hermanos, era más que aceptado y conocido –Amor mio, algunas veces se cometen actos como lo que viste por el hecho de que no podemos poseer al dueño de nuestras pasiones y no se puede más que descargar todo ello en otras personas. Desearía poder casarme algún día con una mujer pero ello y ella me está prohibido y por ello mis actos de esta mañana– su sonrisa no se apartaba de aquel rostro, que inconsciente retira sobre su hermana para contemplar el cielo, tan cristalino como sus palabras.
De todas las personas con las que puede tener secretos, aquella era la única con la que no se guarda ni el nombre.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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Re: Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
–Ave María
–Sin pecado concebida.
–Perdóneme padre porque he pecado; He visto y mi corazón ha desfallecido,
he escuchado y mis lagrimas han brotado, he hablado su excelencia y
mis ruegos han sido escuchados por usted.
Fuerza y coraje, furia e ira. Su apariencia siempre había sido el de un angel enviado por dios padre, hijo y espíritu para mantener la armonía en la familia, para alegrar el corazón de su hermano mayor y hacer de reina en este juego de ajedrez en el que ella es manejada con los fines de hacer que su padre, el santo papa, mantenga su control político y religioso pero ¿Qué mas? Ella desea algo a cambio de sus servicios y lo hara, lo conseguirá asi su alma se queme en el infirmo. Cesare ríe con aquella aura y le suelta. Maldice mentalmente la hora en que dios decidió hacerlos hermanos –¿Cómo osas llamarme amor mío mientras tomas a otra mujer como tuya? No mas juegos Ce...– El zarandeo de las manos de su consanguíneo la callan. –¿Es asi de fácil Cesare? ¿Tambien soy una pieza mas en este tablero de agredes para ti?...– le mira dolida. No quiere escucharlo. No quiere que la toque. Pero sin embargo no importa, su hermano, su eminencia el cardenal Borgia ara lo que le venga en gana pues por algo es el sucesor predestinado del papa, por algo es la pieza clave y no como todos creen que lo es el hijo para nada predigo Juan.–Sin pecado concebida.
–Perdóneme padre porque he pecado; He visto y mi corazón ha desfallecido,
he escuchado y mis lagrimas han brotado, he hablado su excelencia y
mis ruegos han sido escuchados por usted.
–Mentiroso.– acusa con el mismo veneno que utilizo la serpiente en Eva para morder el fruto prohibido. Llevada con suma delicadeza hasta los gardines es depositada en el pasto verde debajo del cuerpo de su hermano, de su amor prohibido de aquel que acaba de lastimar su corazón joven –Sabes perfectamente que terminare casada y tu... tu oficiaras mi boda hermano y pediré que seas tú, amado hermano quien sea testigo de que e consumado mi matrimonio y haya complacido a mi esposo. Podrás comprender en aquel momento una pizca de lo que he sentido – susurra con dolo ante su hermano que la aprisiona. –Quítate Cesare.– ordena empujándole una vez más con insignificantes fuerzas y entre forcejeo y forcejeo la bata se abre entre ambos dejando solo el camisón semi tranparente tocando la tela del de su hermano. Sus pechos se transparenta, la curva de su delicada y pequeña cintura se marca con creces –Te he dicho que te quites.– ordena alzando mas la voz forcejeando inútil debajo de su hermano. En acto reflejo sus piernas se abren dejando a su hermano entre ellas. –Si e desobedecido al regresar antes de tiempo, si, he hecho cosas que no te agradan Cesare pero no entiendes. Me arrancas de mi hogar, me quitas lo poco que tengo y mírate tu Cesare… – lagrimas caen mientras es contenida –Eres un cardenal y aun asi puedes hacer lo que te venga en gana– es un impulso… un simple impulso de aquellos que no se permite al acercarse a los labios de su hermano y estepar sin delicadeza en los de él –Odio el haberte encontrado tan pronto y que esto sea prohibido.– susurra dolida sin separarse de los labios de él.
Lucrezia Borgia- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/11/2013
Re: Ojos que no ven, corazón que siente || BORGIAS
Dolor, frustración, culpa. El remordimiento estaban haciendo mella en la cabeza del cardenal Borgia, que aun con aquellos ojos impasibles no comprendía el daño, no, si lo hacía, sabía bien lo que había hecho y cuanto le dolería a su hermana cuando lo supiera, pero al menos no sabría de cuantas no pasaron por su cama por órdenes de su padre. Tomó aquellas palabras cargadas con el más puro y letal veneno en su corazón marchito, las guardó cuidadosamente sin dejar de ver a los ojos de la otra Borgia cuyos mechones dorados salían de su dulce e inocente peinado.
No, él sabía que aquella que tenía bajo su cuerpo no era la inocente joven que era de pequeña, ya no era la dulce niña a la que tenía que proteger contra el mundo, ahora tenía que protegerla de su padre y de él, incluso de ella mismo. Cerró sus ojos y con la fuerza de un vendaval besó aquellos labios, posó el pecado sobre los de ella sin separarse hasta que el mismo rayo de la traición lo obligó. Rio cuando recargó ya todo el peso de su cuerpo sobre le delicado e inexperto cuerpo de su hermana, sus dedos acariciaban el mentón de ella tomando la fragante piel, recorren aquellos dedos los surcos de aquel jovial rostro –Si nuestro padre me pidiera ello me opondría, pero si es un pedido especial de mi amor, no podría poner objeción, sabes que haría de todo para cerciorarme que estarías en las mejores manos y que nadie te lastimaría, eso si no podré fingir que estoy a gusto, pero sabré compensarlo luego– bromeo recostándose a un lado, su mano sostuvo su cabeza mientras sus ojos no dejaban de ver los ajenos.
El silencio que dejó reinar por unos minutos fue todo lo que necesitó, para traer algo de calma al momento, su voz sonó como un susurro, igual solo sería escuchado por aquella a la que le eran dirigidas –Tú no eres una pieza de ajedrez mía, al contrario, tu eres la reina del tablero y nosotros tus fieles escuderos dispuesto s a protegerte, pero quien nos maneja, está más arriba de nosotros Lucrezia, y no podemos hacer más aunque si hubiera una posibilidad– tienta a su fraterna con palabras ponzoñosas, su eminencia se recuesta sobre el césped frío mirando hacia el claro cielo –Esto no es un juego, es la estrategia que nuestro santo padre quiere asegurar para su estadía en el trono de San Pedro, ¿crees que quiero ello? – alza el tono de voz cuando frunce el ceño dolido, aunque enseguida la oculta. Tan practico en él.
Un suspiro abandona la garganta de su eminencia pero es rápidamente oculto por una sonrisa –Ni yo Lucrezia soy tan libre como tú crees, tú puedes ir y venir, casarte con quien desees, tener hijos, amar. Pero yo puedo hacerlo, no puedo ser el confaloniero del ejercito papal, un puesto que debía ser mío pero no, se lo ha dado a Juan, sabes lo doloroso que es eso, ver a tus hermanos seguir sus vidas y yo no poder hacerlo de la misma manera, sabes cuantas ordenes de nuestro padre he tenido que cumplir, algunas ni te agradarían saberlas y otras te causaría decepción el saberlas. Pero aun así lo hago amor mío, todo para cuidarte, a ti y a nuestra madre. Si tu encontrarás el amor yo haría todo para que te quedaras con él, tu eres el único ángel de esta familia, eres el ángel Borgia mi amor; Además soy un cardenal de día, de noche soy un hombre–
Sentenció riéndose para levantarse y extender la mano a su hermana, su mirada cambió rotundamente –Vamos, nadie puede saber que estas aquí y que has desobedecido ordenes de tu padre y tu eminencia que es tu hermano, tratará de hacer que crean que has sido llamada, haré lo que más pueda para que puedas regresas, así que mientras tanto, no salgas de casa Lucrezia ¿sería mucho pedirte eso? O también tengo que esperar que me desobedezcas en ello– las demás respuestas y miradas de su hermana se las guardó, así como los golpes.
Ahí estaba la mirada seria y de orden que daba a su hermana sin importarle en absoluto los sentimientos que guardaba por ella.
No, él sabía que aquella que tenía bajo su cuerpo no era la inocente joven que era de pequeña, ya no era la dulce niña a la que tenía que proteger contra el mundo, ahora tenía que protegerla de su padre y de él, incluso de ella mismo. Cerró sus ojos y con la fuerza de un vendaval besó aquellos labios, posó el pecado sobre los de ella sin separarse hasta que el mismo rayo de la traición lo obligó. Rio cuando recargó ya todo el peso de su cuerpo sobre le delicado e inexperto cuerpo de su hermana, sus dedos acariciaban el mentón de ella tomando la fragante piel, recorren aquellos dedos los surcos de aquel jovial rostro –Si nuestro padre me pidiera ello me opondría, pero si es un pedido especial de mi amor, no podría poner objeción, sabes que haría de todo para cerciorarme que estarías en las mejores manos y que nadie te lastimaría, eso si no podré fingir que estoy a gusto, pero sabré compensarlo luego– bromeo recostándose a un lado, su mano sostuvo su cabeza mientras sus ojos no dejaban de ver los ajenos.
El silencio que dejó reinar por unos minutos fue todo lo que necesitó, para traer algo de calma al momento, su voz sonó como un susurro, igual solo sería escuchado por aquella a la que le eran dirigidas –Tú no eres una pieza de ajedrez mía, al contrario, tu eres la reina del tablero y nosotros tus fieles escuderos dispuesto s a protegerte, pero quien nos maneja, está más arriba de nosotros Lucrezia, y no podemos hacer más aunque si hubiera una posibilidad– tienta a su fraterna con palabras ponzoñosas, su eminencia se recuesta sobre el césped frío mirando hacia el claro cielo –Esto no es un juego, es la estrategia que nuestro santo padre quiere asegurar para su estadía en el trono de San Pedro, ¿crees que quiero ello? – alza el tono de voz cuando frunce el ceño dolido, aunque enseguida la oculta. Tan practico en él.
Un suspiro abandona la garganta de su eminencia pero es rápidamente oculto por una sonrisa –Ni yo Lucrezia soy tan libre como tú crees, tú puedes ir y venir, casarte con quien desees, tener hijos, amar. Pero yo puedo hacerlo, no puedo ser el confaloniero del ejercito papal, un puesto que debía ser mío pero no, se lo ha dado a Juan, sabes lo doloroso que es eso, ver a tus hermanos seguir sus vidas y yo no poder hacerlo de la misma manera, sabes cuantas ordenes de nuestro padre he tenido que cumplir, algunas ni te agradarían saberlas y otras te causaría decepción el saberlas. Pero aun así lo hago amor mío, todo para cuidarte, a ti y a nuestra madre. Si tu encontrarás el amor yo haría todo para que te quedaras con él, tu eres el único ángel de esta familia, eres el ángel Borgia mi amor; Además soy un cardenal de día, de noche soy un hombre–
Sentenció riéndose para levantarse y extender la mano a su hermana, su mirada cambió rotundamente –Vamos, nadie puede saber que estas aquí y que has desobedecido ordenes de tu padre y tu eminencia que es tu hermano, tratará de hacer que crean que has sido llamada, haré lo que más pueda para que puedas regresas, así que mientras tanto, no salgas de casa Lucrezia ¿sería mucho pedirte eso? O también tengo que esperar que me desobedezcas en ello– las demás respuestas y miradas de su hermana se las guardó, así como los golpes.
Ahí estaba la mirada seria y de orden que daba a su hermana sin importarle en absoluto los sentimientos que guardaba por ella.
Cesare Borgia- Humano Clase Alta
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