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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Emilie De Azcoitia Jue Mayo 28, 2015 7:55 pm

Revisó, meticulosa, el  atado que llevaría al orfanato. Contó las prendas para  las pequeñas criaturas a las que estaban destinadas, además de las bufandas que había tejido para los infantes más grandes. El invierno pronto iba a llegar y aquellos niños, carentes de casi todo lo que se podía necesitar, pasarían muchas penurias, - por lo menos así no deberán soportar  tanto el frio – se contentó, acariciando la superficie de una de las bufanda, pensando en el pequeño que la podría usar. Una lagrima corrió por su mejilla, - jamás podré tejerte una para ti, mi pequeño niño, ni regañarte porque no te has abrigado – susurró – ¿Cómo hubieras sido? ¿Te parecerías a tu padre? ¿Habrías heredado su color de ojos, su sonrisa? – Inspiró profundamente,  sosteniendo el peso de su cuerpo apoyando las manos en el dressoire,  en el que descansaban su sombrero, guantes y bolso.  Cerró los ojos intentando encontrar un consuelo que le era totalmente imposible, ¿Cómo se podía seguir luego de una pérdida tan rotunda? Delphine, meneó su cabeza negando cualquier respuesta – eso sería imposible, jamás podré recuperarme de tanta tristeza – caviló.

Media hora más tarde se encontraba en el pequeño recibidor del orfanato, su chofer  había colocado los paquetes en la única mesa que existía en la humilde habitación. Delphine no quiso sentarse, prefería caminar de un lado a otro de la sala antes que tomar asiento y esperar que se acercara el encargado del hogar. Pasaron varios segundos que le parecieron eternos, pero finalmente una mujer, la segunda a cargo de la institución, apareció, pidiendo mil disculpas, echándole la culpa a la incompetente de la sirvienta, - discúlpeme señorita Mallarmé, si hubiera sabido que se trataba de tan importante visita le aseguro que me hubiera apresurado a terminar con mis tareas – dijo la mujer, intentando parecer simpática cuando en realidad era un ser sumamente despreciable, se notaba en su mirada que parecía la de una víbora, su sonrisa que asemejaba más  un rictus, y su perfume extremadamente fuerte y floral, casi hizo perder la compostura a Delphine, le recordó las flores que habían decorado la pequeña capilla ardiente en la que velara los restos de su hijo.

Cuando pudo por fin terminar la entrevista y  bajó los tres escalones que separaban la construcción de la acera que daba a una calle paralela a la via principal, Delphine elevó su mirada al cielo e inspiró con todas sus fuerzas, intentando encontrar ese oxigeno que parecía le habían robado allí en ese lugar que parecía las puertas del mismo infierno.  El aire helado de aquel anochecer de otoño le ayudó a reponer la compostura, - por Dios, éste lugar es un infierno, ¿Qué niño podría vivir feliz aquí? ¿ Mi pequeño… de solo pensar que si hubieras vivido, mi padre os habría arrancado de mi lado y entregado a una institución así… me provoca el terror más profundo que una madre puede tener – pensó, mientras caminaba hasta el coche,  en donde el chofer la esperaba. Cuando subió al vehículo, pidió que la llevara a recorrer las calles de Paris. Pronto se pusieron en marcha. Así se pasó casi un cuarto de hora, el movimiento del coche la acunaba, su mirada perdida en el paisaje nocturnal, ocultaba sus pensamientos más negros, su dolor infinito, su perdida, sus sueños rotos, su ínfima esperanza de que Nicolei estuviera vivo, - si tan solo supiera que tu estas con vida, podría juraros que intentaría seguir viva, rogaría a Dios por un mañana… pero sé que eso es imposible y que solo en la muerte podríamos volver a estar juntos… los tres -.
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Mensaje por Raffaello Di Fiorenza Jue Mayo 28, 2015 8:58 pm

Paris era una ciudad enorme y más para un pequeño brujo de poco más de cinco años, aunque por su complexión física pudiera pasar por un niño de ocho o nueve años. Si a eso le agregaba el hecho de que no se trataba de un chaval común y corriente,  y que dos espíritus los seguían a sol y sombra, dando sus opiniones, sus consejos, aunque él no se los pidiera, lo convertían en un niño muy particular.

Había sobrevivido durante más de tres meses, en las calles de París gracias a su astucia y a que descubrió muy pronto como manipular a las personas, sacando el mayor provecho de ellas. No era que estaba orgulloso de ello, pero  si no quería morir de hambre,  encontrar algún lugar donde refugiarse, debía usar todo lo que tuviera a mano. Caminó en silencio y esquivando a todo posible hombre de la ley, más le valía estar lejos de esos tipos, si no quería terminar en el albergue o en el orfanato. No era que tuviera idea a ese lugar, solo que había pasado unos días allí, en cierta ocasión, descubriendo que eran más lúgubre y tenebrosos de lo que él podía soportar. Una cosa era tener que soportar a dos entes que los conocía casi desde que había nacido,  y otra,  muy distinta,  era tener que lidiar con almas perdidas de niños que habían muerto  en  circunstancias poco claras, y por eso se mantenía lo más alejado de esos lugares.

La noche pronto  se le echaría encima, por lo que no sería bueno encontrarse fuera de un refugio que lo pudiera cobijar de posibles enemigos, inquisidores, licántropos o vampiros. Poco podría hacer con sus escasos poderes, además su cuerpo mostraba signos de agotamiento porque había pasado varios días sin alimentarse bien.  Temprano en la tarde, se había sentado en uno de los bancos de la plaza para luego jugar con algunos niños que estaba por allí, y allí se había quedado como quien estuviera esperando a sus padres o a su tutor, pero las horas pasaban y nadie llegaría por él. Los niños  se fueron retirando de la plaza junto con sus niñeras o sus madres, conforme las luces de la tarde se iban apagando.  Ruggero  se quedó aun allí, jugando en un columpio, hasta que la noche llegó y sus manos se pusieron heladas.

Suspiró pensando en lo bien que  había pasado apenas un año atrás, cuando jugaba en la nieve junto a su hermana, allí  en Escocia. Entonces, su madre lo llamaba a al comedor para que comieran una buena cena caliente. Aquellos recuerdos hicieron que su vientre chillara reclamando aquel suculento plato de sopa, - no, no es momento de pensar en eso… debo encontrar un lugar donde refugiarme – se dijo mientras se apresuraba a bajarse del columpio y se dirigía a cruzar la calle, había observado una pequeña capilla que se escondía tras una arboleda a poco más de un kilómetro, y  aunque esa construcción estaba muy lejos,  para una pequeña criatura como él, tampoco tenía muchas opciones además de esa.  Bien sabía que  era imperioso  encontrar un refugio, el clima cada vez se tornaba más duro y  ya no podía dormir en cualquier lugar como lo había estado haciendo noches atrás.

Había caminado un buen trecho cuando observó a un carruaje que pasó a su lado, iba tan lento que pudo contemplar  a la mujer que se encontraba dentro del carruaje, la tristeza que contempló reflejada en aquellos ojos, le hizo recordar a su madre, - mamá – susurró, como si en verdad fuera ella. La extrañaba tanto que no pudo contener las lágrimas, - si tan solo te pudiera encontrar, sé que estas viva, que Mely también lo está… pero no puedo hallarte… mamá ¿adónde estas? -   susurró  secándose los ojos con su puño.  

El sonido de los caballos al detener su marcha, al igual que los pasos de una persona acercándose a él, le hicieron ponerse alerta, - ¿Qué pasa?  - se preguntó, - ¿acaso esa mujer era un inquisidor? – se preguntó mientras  comenzaba a darse la vuelta para luego huir lo más rápido que pudiera de allí. Pero la voz del hombre lo detuvo, además  las almas que le dijeron que no debía temer.

Luego de escuchar atentamente lo que le decía aquel hombre, decidió acompañarlo, no supo muy bien porque, tal vez la curiosidad, el cansancio, el frio, no estaba del todo seguro, la verdad era que no tenía a donde ir y estaba cansado de seguir huyendo sin un rombo o un destino fijo. Por eso le siguió. Cuando llegaron al carruaje, el hombre quien era el chofer, le abrió la puerta y por primera vez, pudo ver de cerca  aquellos ojos azules, tan tristes y cariñosos como los de su madre. Primero la miró con desconfianza, pero en cuanto ella le sonrió, y extendió su mano para ayudarle a subir, no pudo negarse. Apenas entrar  se acomodó en el extremo más apartado del asiento opuesto a la dama, quien continuaba sonriéndole, - ¿porque me ayuda? – Dijo con voz  firme pero con un dejo de incertidumbre, dirigiéndose a la dama que  lo contemplaba con insistencia, como si en él encontrara algo que le traía un recuerdo, como si no fuera un extraño, - ¿habrá conocido a mamá? – caviló manteniendo la mirada en la joven mujer
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Mensaje por Emilie De Azcoitia Jue Jun 04, 2015 8:34 pm

Con la mirada ausente se dirigía por fin a su hogar cuando de lejos vio a un niño que se acercaba, en dirección opuesta a donde se dirigía. Había algo en ese pequeño que hizo que la sangre se le helara, una familiaridad en la forma de caminar,  el cabello, los ojos, no supo que era, pero fue un impulso que no pudo refrenan, - ¡Dante! – gritó mientras se incorporaba y sacaba medio cuerpo afuera para que el cochero la escuchara, - detente, detente – volvió a decirle con mayor insistencia, - allí, ese niño, no dejes que se vaya, quiero verlo, necesito verle más de cerca -  el cochero no podía entender que era lo que estaba sintiendo su ama, pero conocía esa mirada, ese gesto de profundo dolor, se lo había visto cada tarde, cuando la llevaba al jardín botánico y la contemplaba sentada junto a una cabaña, como esperando  una visita que jamás llegaba. Inclinó su cabeza  al contestar, - si mi señora, inmediatamente – él amaba a su ama, y sabía que haría lo que fuera por que volviera a reír, a ser feliz, como  años, cuando  era casi una niña. Sonrió con tristeza al bajar del pescante y caminar lo más deprisa que podía para detener al niño.

Delphine estaba nerviosa, esperando que Dante lograra convencer al chaval y que lo acompañara hasta donde ella se encontraba. El pequeño le había recordado a Nicolei, verdad absoluta era que todo le recordaba  a ese hombre que en tan  pocas horas,  vividas juntos,  era el único dueño de su amor, de su vida.  No podía mentirse,  algo en el niño logró hacer que su corazón diera un vuelco, como si a quien hubiera visto fuera a Nicolei, o tal vez era miedo de descubrir que aquel hmbre, el padre de su pequeño ángel, en verdad era el mismo padre de ese niño, que en verdad solo hubiera sido una aventura de una noche y que en verdad se tratase de un hombre casado que jamás estuvo entre sus planes unirse a ella para toda la vida.

Esperó ansiosa, hasta que por fin la puerta se abrió. Su vista se cubrió de lágrimas al ver aquella rubia cabellera, - es igual a como me imagino eras cuando pequeño – caviló, recordando a su amado, haciendo un gran esfuerzo para no llorar,   extendió su  mano para ayudar al infante a subir al interior de la sopanda. Sonrió en cuanto vio que su nuevo acompañante se acomodaba en el asiento contiguo, - buenas noches, mi nombre es Delphine… - se quedó un poco cortada,  ya que,- en el momento en que pidiera que su cochero fuera a buscar al pequeño-, no había pensado en que decir cuando lo tuviera en frente de ella – bue… bueno… de seguro te preguntarás  porque te hice llamar por mi cochero -  Sonrió nerviosa, - en verdad, es que… me hiciste recordar a… un amigo… amiga – corrigió, temiendo que si decía que era un hombre el niño se negaría a acompañarla. Estrujó su bolso entre las manos en un acto del que no tuvo conciencia por el gran nerviosismo que la aquejaba – pues, que… como es muy tarde para que un niño como tu ande en la calle, pensé que si quieres puedo acercarte a tu hogar… de seguro …  tu mamá estará angustiada preguntándose donde está su hijo –  terminó la frase que salió de sus labios, pero que en verdad era como una reflexión que era  más  para ella, que para el niño. Sabía bien que  si hubiera sido su hijo, de seguro estaría muerta de miedo y llorando desesperada, rogando poderlo encontrar, - no – negó mentalmente, - si fueras mi pequeño, jamás dejaría que estuvieras solo en una calle al anochecer -.
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Mensaje por Nicolei Santillán Vie Jul 03, 2015 3:45 pm

La calle me pareció muy sola. Estaba solo coño esa era la puñetera realidad, el estúpido de mi hermano desapareció y la mujer, mi hermosa Delphine, me fue arrebatada por esas malditas arpías de mierda que ni siquiera me mataron, cuál era su puta razón de hacerme eso, parecía que nunca conocería la respuesta. Cuando había despertado estaba ya en España, en mi mansión. ¿cómo coño sabían donde vivían?, ¿cuál era su puñetero propósito? No me robaron, no hicieron algún fraude. Maldito Ruggero, algo que tenía que ver en eso.

Pero esas mujer me habían hecho algo, como un hechizo que me impedía abandonar mis tierras. Cuanto maldije, ya ni yo lo sé. Pero mi cabello creció y mi barba también, estaba descuidado, odiaba salir a caminar y pronto perdí la figura de mi cuerpo. Pero un día, desperté con una ansiedad por tomar mi vieja yegua y recorrer el viñedo de la familia. Cabalgué pero sentí que no tenía fuerzas para domar a Daylis, y supe algo, eso que yo llamé un conjuro había terminado. No importaba qué ni cuánto tiempo me llevaba o a cuantos tíos tenía que cargarme, o si con verdadero placer lo hacía a esas mujeres; pero tenía que encontrar a Delphine. Sólo ella podría corregir tan mal vocabulario que tengo, já, que putada. Regresé a casa y me ejercité día y noche hasta recobrar mis fuerzas y mi cuerpo, cuando lo conseguí corté mi cabello y me afeité y desde entonces, a hoy que estoy en París luzco el mismo atuendo y el mismo corte con el que Delphine me conoció. Temía que hubiera muerto o algo mucho peor estuviese casada, con hijos o no me pudiera reconocer. Mierda, ¿quién no sería capaz de recordar a semejante barbaján? Estoy seguro que ya no podría engañar a mi cuñada.

Cuando fui a buscarlos ya no estaban, mi estúpido hermano había muerto y Chiara y sus hijos habían ido a Escocia; vaya suerte, ya no tenía por qué odiar a mi hermano, al menos su suerte. Por años la busqué pero nunca claudiqué. Sabía que la encontraría en París, aquí lo haría; por mi madre que así lo haría. Pero algo asombroso pasó, del otro lado de la calle había un crío caminando, no cualquiera, me hubiera portado un cojón si fuera un cualquiera. Este niño era idéntico a mi cuando era un niño, claro salvo algunas particularidades, pero no podía equivocarme, así me veía yo cuando era un niño. Mi piel se estremeció, ¿será posible que Delphine haya concebido un hijo, mi hijo?, lo seguí discretamente cuando pasó a un lado un coche y el puñetero cochero bajó y lo subió. –Hostias, ni de coña os lo llevabais- dije entre dientes y crucé la calle, corrí tan rápido como pude y me subí donde el cochero. –Detén este puñetero carruaje- le ordené pero realmente gasté mi saliva en decirlas, -a la mierda- saqué mi cañón antes de que hiciera algo y lo noqueé, luego detuve el coche.

Bajé tan rápido como pude, preparé el cañón por si era necesario usarlo y abriendo la puerta me subí apuntando a la mujer que estaba frente a mí. –disculpadme pero este crio viene…-mi cañón se resbaló de mi mano, era Delphine, era mi hermosa Delphine y estúpidamente fue lo que dije. –Delphine-.
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Mensaje por Raffaello Di Fiorenza Sáb Jul 04, 2015 5:37 pm

Oyó su voz, tan suave, tierna, cariñosa, con un dejo de profunda tristeza, que su pequeño corazón se sintió conmovido. En verdad había mucho de su madre en ella, o tal vez era que la extrañaba dolorosamente y hubiera deseado que en verdad, la mujer que tenía enfrente, lo pudiera conducir hasta ella. Pero eso era totalmente imposible, o por lo menos, así lo pensó en ese instante. Sus miradas se habían unido y a pesar de que los espíritus que siempre lo acompañaban, seguían debatiendo, si había sido buena o mala idea el subir al coche, él simplemente les ignoraba. Una necesidad de sentir el afecto, la caricia de una madre, le aprisionó el pecho. Pues,  al fin  de cuentas,  era solo un crio de un poco más de cinco años, que había tenido que soportar, meses de espantosas pesadillas, alejado de su familia, de su madre, su hermanita, ellas que eran todo lo que  le quedaba.

Sus ojos se colmaron de lágrimas y aunque intentaba mantener la compostura, pronto dejó que las lágrimas brotaran. Pero a pesar de que hubiera estirado sus brazos y buscado el abrazo, que supo intuitivamente, la mujer no le negaría, prefirió retraer sus piernas al pecho y abrazarse fuertemente a ellas, escondiendo su tristeza. Pronto sintió unos delicados y suaves dedos recorriendo sus cabellos, - vamos, pequeño, no te haré daño, solo quiero ayudarte… sabes… tendría un hijo de  tu edad… si Dios no lo hubiera llevado con él  - dijo con tristeza aquella voz, que se quebró abruptamente cuando concluyó la frase.  Ruggero levantó la mirada, y contempló nuevamente esos orbes, bellos y tristes, brillantes por la emoción y la tristeza. Aquella confesión, le infundió valor para hablar, - mi nombre es…  - se detuvo cuando la voz de uno de los entes guías logró llamar su atención, - ¡no!, no le digas tu verdadero nombre, ten cuidado…  puede tratarse de una trampa… ¿Qué se al final es una inquisidora? acuérdate… como  aquella  mujer  de blancos cabellos,  te arrebató del lado de tu madre,  te mantuvo encerrado por noches y días, diciéndote mil veces que la había matado y que todo era tu culpa… escúchame Ruggero… jamás confíes en extraños -  el pequeño reflexionó ante aquellas palabras y volvió a esconder su cabeza entre las piernas.

Las caricias volvieron a prodigarse, - es que si no me dices donde queda tu hogar, ¿cómo podré llevarte a donde está tu madre? Debe estar muy preocupada… si fueras mi pequeño… hubiera salido a buscarte sin importarme el peligro que tendría que asumir… vamos, ayúdame a poder llevarte con ella – pero aquellas palabras solo lograron que él se acurrucara más, - no os lo diré, no permitiré que le hagáis más daño – dijo levantando levemente la cabeza y mirándola con unos ojos cargados de rencor. Delphine lo observó atónita, - jamás querría haceros daño, menos yo que sé lo que es perder un hijo, no podría ni concebir una idea tal, hacer sufrir a otra un dolor como el que  padezco – concluyó aunque por supuesto sabía que el pequeño no podría entender, ¿Cómo podría hacerlo, si tan solo era un niño de cinco años?.

El pequeño volvió a observarla con mayor detenimiento, ningún ente la seguía, no había auras que mostraran la posibilidad de ser un sobrenatural, y por sobre todo, ya estaba cansado de luchar, de vivir huyendo, solo deseaba poder pasar un tiempo en algún lugar tibio y cariñoso, que un mayor lo cuidara, y así poder luego, buscar a su madre o almenos encontrar el hogar en donde habían vivido allí en Paris. Suspiró y volvió a decir, - mi nombre es… Nicolei – hasta él se sorprendió al haber dado aquel nombre, pero en la nebulosa de sus recuerdos, un rostro como el de su padre, lo alzaba en brazos y  le decía que así se llamaba, que él era su tío y que lo amaba mucho. Aquel recuerdo, que le causó una gran alegría, le hizo sonreír, - sí, desde ahora, para ésta señora seré Nicolei – una gran sonrisa  nació en su rostro, pero se esfumó al ver la reacción de la mujer, quien había enmudecido y lo contemplaba con aquellos hermosos ojos, cuajados en lágrimas.

Unos gritos afuera, la forma abrupta como el coche se detuvo y el movimiento de vaivén del vehículo al descender del pescante, hicieron que Ruggero se levantara de su asiento y cruzara para abrazarse a la mujer, como si pudiera de esa forma defenderla de algo malo. Segundos después, se abrió la portezuela del carruaje y un individuo, con un arma en la mano apuntó al rostro de la mujer. Ruggero se apretujó a la cintura femenina, cerrando los ojos, hasta que una voz potente colmó el interior del carruaje. El niño abrió sus ojos, aquella voz se le hacía mínimamente conocida, giró, soltándose de la mujer, para contemplar, a ese hombre que no era otro que su padre, pues era la misma imagen que viera cientos de veces en el salón azul, allí en el castillo de Escocia. Con sus ojos enormemente abiertos, logró pronunciar solo  una palabra, - ¿papá? -.
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Mensaje por Emilie De Azcoitia Lun Jul 13, 2015 7:41 pm

De pronto creyó que el corazón se le iba a detener,  en la dulce voz del niño escuchó aquel nombre que por tanto tiempo acunara su alma. Sus ojos se clavaron en él, con la suavidad de una paloma al anidar en su refugio. Un océano de sentimientos  se debatieron en lo profundo de su ser. Los segundos y minutos se hicieron eternos. Recuerdos dulces, mezclados con aquellos más dolorosos que había vivido, llegaron para ahogarla y hundirla nuevamente en la angustia que cada noche se apoderaba de ella. Delphine creyó que no podría pronunciar ni una sola palabra. Sus labios apenas esbozaban una triste sonrisa,  mientras su mente gritaba una y otra vez su nombre – Nicolei… Nicolei… - pudo susurrar al fin.

Aun recordaba el día en que  descubrió que esperaba un hijo de su amado. Por meses intentó explicarse la falta de su regla, hasta que fue  Milenka, su doncella quien le dijera que  si estaba en cinta y no quería que su padre se enterara debía ir a consultar algún brebaje o pócima para abortar, - yo podría llevarla hasta donde trabaja una matrona, ella podrá hacer que éste problema no siga creciendo – había dicho la muchacha, provocando la ira y el desconcierto en Delphine, quien la mirara  con perplejidad, - ¿qué dices? – Exigió, - ¿por qué debería ir a un lugar así? –  era comprensible el sentimiento de angustia que la invadió. Su padre jamás le permitiría conservar  a la criatura, pero ella estaba segura de que Nicolei volvería por ella y como la amaba, se alegraría al verle  en estado. Pero los días pasaron, al igual que los meses, y cuando su cintura se fue ensanchando y ya los corsé le provocaban dolores insoportables, su padre descubrió su secreto.

Aquel día, Delphine huyó, con ayuda de su fiel cochero pudo llegar hasta la cabaña que meses tras fuera el refugio en el que, Nicolei y ella, se juraran amor. En su delirio, pensó que podría quedarse allí, pues si lo hacía, tarde o temprano, su amado llegaría. Pero las horas pasaron, y la noche llegó. Sentada en el jergón que alguna vez  fue testigo de su despertar a la pasión y al amor, se encontraba cuando la puerta se abrió. Con su rostro iluminado pronunció el nombre que más amaba – Nicolei, amado mío – exclamó mientras se ponía de pie. Pero aquel que se detuvo, quieto, herido por no poder ser el hombre a quien amara, la contempló con tristeza, - Señorita, soy Dante -  la voz del muchacho resonó en la pequeña cabaña – la noche está llegando y éste no es un lugar seguro para  refugiarse -. Delphine comenzó a llorar, sabía bien que si volvía a la mansión, su padre tomaría la decisión, ocultaría su estado y pasado los meses, cuando diera a luz a su hijo, él, se lo quitaría, jamás sabría el paradero de su pequeño. ¿Pero que podía hacer?  Había confiado en la promesa de un hombre, le había entregado su amor, su cuerpo y su destino. Por un segundo pensó, abatida, que nada había recibido a cambio, pero  su mano había acariciado el vientre en donde el pequeño niño se movió - no, no es verdad, aunque no vuelva a verte, me has dado un hijo, el que cuidaré con mi vida, jamás dejaré que lo aparten de mi –  había jurado.

Pero la realidad fue muy distinta,  meses después, cuando casi cumplía los nueve meses, el parto se adelantó y aunque ella era una mujer fuerte, las horas de trabajo de parto la agotaron. Cuando su pequeño hijo lloró, y lo pudo tener en sus brazos, pensó que el cielo le había devuelto un poco de toda la alegría que perdiera desde el momento que su amado desapareciera. El sopor, el cansancio la hicieron desvanecerse. Horas más tarde, cuando despertó, intentó levantarse para ir a la cuna y contemplar a su hijo,  Nicolei,  así había decidido llamarle, como el único amor de su vida. Su tormento comenzó cuando vio con asombro  la cuna  vacía. Desesperada, corrió por la mansión buscando la explicación a tal aberrante acción. Porque ¿Quién podía robarle a su hijo de esa manera?  Entró en el despacho de su padre, en donde éste y el medico que la había atendido, la miraron con ojos entristecidos. A unos pocos metros, en brazos de una doncella, su hijo se encontraba envuelto en unas sábanas que ella misma había bordado. La joven sirvienta lloraba en silencio, sin poder levantar la vista y contemplar a su ama.

El grito desgarrador, cruzó toda la extensión de la mansión, allí, en ese despacho, su padre la alzó, desmadejada, casi muerta, fue subida nuevamente a su cuarto. El médico intentó de mil formas salvarle la vida, solo que ella ya no quería vivir.

Delphine, se encontraba pálida como una estatua, con la mirada vacía, contemplando aún a ese niño que se llamaba como su propio hijo, como su amado ausente. Las lágrimas le cayeron en silencio, sin poder expresar ni una sola palabra. Fue la forma abrupta en que se detuvo  el carruaje lo que ayudó a que la joven volviera de sus pensamientos, de sus recuerdos. La portezuela se abrió, y una voz que casi había olvidado, llegó a sus oídos, a su pecho, como si un golpe fuera asestado en mitad del corazón. Con la mirada cargada de sorpresa, giró su cabeza y miró a quien le apuntaba con un arma, - ¿Nicolei?-  fue la única palabra que salió de sus labios antes de sentir que las manos se le ponían frías y una palidez cerúlea cubría su piel.
Emilie De Azcoitia
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