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París bien vale una misa... o eso dicen. {Antinoo de Bitinia} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dilara Guillot Sáb Mayo 30, 2015 6:21 am

-Lo siento Madame, no puedo atenderla en este momento -dijo la mujer a través de la puerta medio entornada.

Dilara bajó las escaleras y salió a la calle donde se encontraba el bloque de casas que acababa de visitar. No sabía cuantas casas había visitado aquel día y ya empezaba a frustrarse. Ayla esperaba pacientemente en brazos de su madre, pero la pequeña también comenzaba cansarse. Estaba revuelta, quería echarse al suelo y andar de allá para acá. A la joven cada vez le costaba más esfuerzo mantenerla quieta y tranquila, ya había empezado a gatear y a la mínima oportunidad estaba en el suelo queriendo explorar. Amaba a su niña del alma, la amaba con locura, pero en ese momento deseaba poder separarse de ella durante unas cuantas horas al día.

Necesitaba un hogar en el que quedarse, una casa donde pudiera vivir a su ritmo, ir y venir a su antojo y, sobre todo, un sitio donde empezar a planificar su futuro. El dinero que había traído desde Orléans se acabaría en algún momento y entonces no habría mucho que pudieran hacer. Había pensado en dar la orden de que enviaran todos los beneficios de los negocios de su esposo a París, pero corría el peligro de que lo detectaran y la encontraran. Además, estaba el problema de Renart. No le había vuelto a ver desde que huyó y no estaba segura de que quisiera saber de él. Nunca viviría con seguridad suficiente, pero si él estaba cerca las posibilidades eran mucho menores.

Caminó sin rumbo entre calles y callejones bajo un cielo plomizo y completamente oscurecido. No conocía la ciudad lo suficiente como para saber dónde debía dirigirse y terminó completamente perdida, cansada y con una niña que no hacía más que revolverse. Salió de la calle en la que se encontraba y llegó a una plaza llena de jardines en el centro de la ciudad. El frescor de la hierba le animó un poco, lo suficiente para evitar que comenzara a llorar de desesperación. Respiró hondo mientras paseaba entre flores y arbustos intentando captar algún tipo de aroma floral. El ambiente de París le resultaba cargante y agobiante, aborrecía cada centímetro de adoquín que pisaba, pero era una ciudad lo suficientemente grande como para pasar inadvertida. El allanamiento a su casa todavía seguía reciente en su mente y la privaba de tener un sueño reparador, lo que contribuía a que su estado de ánimo fuera decayendo a pasos agigantados.

Casi no había empezado a relajarse cuando el llanto de Ayla la despertó de su trance. Se sobresaltó al escucharla, necesitaba relajarse y pensar. Fue entonces cuando decidió hacer un alto en el camino.

-De acuerdo, de acuerdo. Camina, explora. Haz lo que quieras, pero deja de gritar -le dijo en un turco pulido mientras la dejaba sobre la hierba.

Dilara se sentó a su lado vigilándola a la vez que pensaba en su futuro. Siempre tenía la oportunidad de volver a Estambul, su querida ciudad, pero necesitaría tiempo y dinero. Recordó a su familia y la tristeza la invadió al fin. Un par de lágrimas recorrieron sus mejillas hasta la barbilla, dejando unos surcos brillantes en su rostro. Ayla la miró preocupada, a pesar de que era tan solo un bebé podía sentir la angustia de su madre. Sus grandes ojos verdosos se quedaron mirándola fijamente hasta que algo detrás de Dilara captó su atención.
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Dilara Guillot
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Mensaje por Antinoo de Bitinia Dom Jun 07, 2015 12:55 pm

Aquella tarde Antinoo abrió sus ojos y batió los pesados parpados mucho antes de que el sol se ocultara en el horizonte. Por lo cual permaneció, entre inquieto e incómodo, dentro del mausoleo donde dormía durante las horas del día. Tanto tiempo consciente de la caída de la luz mortal y de su propia existencia, congelado en el tiempo y espacio, incapaz de moverse hasta que la noche se convirtiera en tal. No pudo resistir la idea de volverse melancólico y echar un vistazo hacia atrás. Era ya un aspecto cotidiano de todas sus noches.

Un lecho cálido, un cuerpo grande a su lado rodeandole la cintura con sus fuertes brazos. Aquellos habían sido los mejores momentos en que Antinoo podría haber despertado. Le era imposible olvidarlo: el perfume embriagador del emperador parecía regresar a él con solo traer de vuelta ese ansiado recuerdo. Estaba condenado. Lo sabía, trataba de ignorarlo y no podía. Pero no existía día en el año que no deseara poder regresar el tiempo atrás, regresar a esas noches en que Vibia Sabina dormía sola pero él descansaba completamente enamorado. ¿Cómo olvidarlo? Si había marcado con el fuego imborrable de la pasión su nombre dentro de Antinoo. Ese hombre convertido en cenizas, quizá polvo que se apelmazaba entre su propio cabello y acariciaba sus labios inmóviles en un tierno beso. Frío, sucio, desolado. ¿Qué criatura podía abrazar con desesperación esa no vida?

Cual espíritu errante se dedicó a deambular sin sentido por las calles de París. Se limitaba a contemplar las personas que paseaban ataviadas con elegantes prendas y contrastaban en demasía al ver a los mendigos apiñados en los callejones para combatir el frío que acechaba a la vuelta de la esquina, burlándose de aquellos incapaces de conseguir cualquier cobijo. Victimas de la desgracia, burlas de la fortuna. Entre aquellos desgraciados, Antinoo, encontró a un hombre. Quizá fue el hambre que crecía en su interior o los ángulos de su rostro que le recordaron a cierto amor del pasado. Fuera cual fuera, la excusa, no pudo evitar alimentarse de él. Le leyó el pensamiento, descubrió que mató a una dama para robarle sus joyas. Las cuales conservaba entre sus bolsillos como cargo de consciencia. Lo atrajo entre sus brazos, le acarició la sucia barba y besó su cálido cuello. Le quitó la vida antes de darse cuenta y se sació con la espesa sangre de ese maltrecho cadáver. A continuación lo abandonó en cualquier callejón, como el mendigo que había sido, destinado a morir allí. Se adueñó de las perlas robadas, las guardó en sus propios bolsillos como un furtivo motín robado. Y siguió con su paseo sin rumbo.

Llegó a unos jardines. Ya sin una sola gota de sed, sintiendo la renovada sangre corriendo por sus venas muertas. Seguramente su rostro se veía sonrojado y joven, como el chico de veinte años que una vez había sido. Se deleitó con el aroma de las flores. Admiró los colores bajo la poca iluminación del cielo nocturno plagado de estrellas titilantes. Entonces oyó que la noche se partía, en pequeños trozos, por el llanto de un bebé. Una criatura mucho más frágil que cualquier humano, condenada también a los caprichos del destino. El vampiro no pudo contener la curiosidad y lentamente se fue acercando hacia lo que parecían ser una madre y su hija. Antinoo visualizó la espalda de la mujer, pero sus ojos se fijaron en la diminuta niña que se movía por el suelo. Le fascinó hasta el punto de quedarse helado en su sitio, incapaz de desaparecer incluso cuando se percató de que había llamado la atención de aquellas criaturas. La verdad era que no podía marcharse, quería permanecer allí y embriagarse con aquellas dos presencias femeninas. Poseído por la incertidumbre, ni siquiera se atrevió a leer la mente de la joven mujer. Sólo podía deducir que no era francesa. Puesto que acababa de oírla hablar en otro idioma, uno que a Antinoo no le resultaba ajeno pero tampoco familiar.  

Buenas noches —saludó, impaciente por capturar toda la atención. Quería obtener el permiso para acortar la distancia de algunos pocos pasos que les separaban. Nunca se había atrevido a contemplar a una pequeña criatura como aquella niña que fijaba sus enormes ojos sobre él. ¿Percibiría el peligro siendo tan diminuta e inocente? El vampiro se consumía por la curiosidad pero permanecía inmóvil, temeroso. No quería asustarlas.
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Mensaje por Dilara Guillot Jue Jun 11, 2015 3:07 pm

Aunque la vista de Dialara miraba en dirección a la pequeña que correteaba cerca de ella, era una mirada vacía, ciega. Veía a la niña y a la vez no lo hacía, como si Ayla fuera a la vez transparente y opaca. Todo era producto de su mente, de ese pasado reciente que la atormentaba. Se frotó los ojos con ambas manos y las arrastró por su frente terminando sobre su cabeza. Reposó la cabeza en las manos y respiró hondo. «Tuve que hacerlo, no había otra opción. No podíamos quedarnos allí más tiempo.» Levantó la mirada para mirar jugar a su hija. Verla siempre le sacaba una sonrisa, por muy cansada, triste o enfadada que estuviera. Aquella vez no fue una excepción, pero su sonrisa duró apenas un segundo. La niña estaba completamente quieta y sus ojos miraban a algo detrás de ellas.

Tardó unas décimas de segundo en reaccionar y mirar en la misma dirección. Junto a ellas, separado por algunos pasos, había un joven observandolas. Dilara dio un respingo cuando le vio, sorprendida por su repentina y silenciosa aparición. Le observó atentamente bajo la poca luz que emitían las farolas que había en los alrededores. Había perdido completamente la conciencia de dónde se encontraba, como si ahí fuera no hubiera peligro alguno para ellas.

En un gesto rápido se secó los restos de las lágrimas que habían escapado y se volvió de nuevo hacía el joven.

-Buenas noches -saludó a su vez.

Se incorporó lentamente y giró su cuerpo en el sitio para quedar frente a él. Se sentía intrigada por saber quién era él, pero a la vez sentía una ligera sensación de pánico por sí suponía un peligro en aquella nueva ciudad. Siguió observándole moviendo los ojos de un lado hacia el otro intentando captar alguna señal de peligro.

-¿Puedo ayudarle en algo? -preguntó al fin tras unos segundos.

Unió ambas manos una dentro de la otra a la altura del pecho, esperando. Sintió movimiento alrededor de sus pies y fue entonces cuando recordó que Ayla andaba cerca. Agachó la cabeza en el momento en el que la pequeña pasaba a toda velocidad a su lado sobre cuatro patas en dirección al vampiro. Llegó hasta él y se sentó a sus pies levantando la cabeza y fijando sus grandes ojos en él. Con una de sus rechonchas manitas tocó uno de los zapatos del joven llamando su atención, mostrando después una sonrisa prácticamente desdentada.

-¡Ayla! -la llamó su madre, apurada. -¡Compórtate! -Se acercó a ella y la cogió en brazos. -Disculpe, es difícil mantenerla quieta. -

La niña comenzó a hacer mañas y a lloriquear, mirando a la mujer que la tenía en brazos. Dilara le dijo algunas palabras en turco intentando que se calmara. Lo último que deseaba era que la pequeña se echara a llorar en mitad de la noche.
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Mensaje por Antinoo de Bitinia Vie Jun 12, 2015 9:28 pm


Los humanos podían llegar a ser criaturas únicas, divertidas y apasionantes para la vista de Antinoo. Le gustaba descubrir las diferencias, admirar la determinación en cada uno, contemplar las reacciones y emociones que presentaba con tanta ingenuidad. Para el vampiro, que llevaba más de mil seiscientos años sin ser humano, detenerse a observar y entablar conversaciones con ellos era realmente exquisito, sin tener la necesidad de matar o alimentarse. Así era como se sentía esa noche, más que dispuesto a apreciar lo que los humanos podía darle. Obviando el hecho de que ya se había alimentado. Por lo que no había necesidad alguna de atacar a aquella dama con su hija. El peligro no era un problema, pero los humanos, como cualquier otro animal, lo podían percibir con solo verle. Antinoo era una criatura mortal, eso era seguro. Pero se vanagloriaba de poder controlarse. La curiosidad le dominaba, sólo que no se atrevía aún a violar la mente de aquella joven mujer. ¿Qué la traería a vagar por aquellos jardines siendo tan tarde y tan peligroso? ¿Por qué había estado llorando? Las preguntas se le atoraban en la punta de la lengua y colgaban de sus colmillos, balanceándose como niños traviesos. No quería mostrarse impertinente, tenía modales. Y podía sentir que su presencia no era bien recibida de buenas a primeras. Preocupación, miedo, algo así podía oler entre las emociones de la mujer. El interrogado había terminado siendo él, por no atreverse a hablar más de la cuenta. No pudo evitar sonreír por la cuestión, la situación le parecía de lo más divertida. La madre se había puesto en pie para corresponder a su saludo y acababa de olvidar por completo a su pequeña niña que continuaba en el suelo.

La verdad es que no lo creo, gracias por el ofrecimiento —respondió amablemente y decidió alzar ambas manos mostrando sus palmas vacías para demostrar que no llevaba nada en ellas que pudiera causar daño, aunque nadie podría adivinar que con sus simples manos era capaz de quitar cuantas vidas se le antojara—. Aunque creo, yo podría, preguntar lo mismo. No es común encontrar a una mujer y su hija solas a estas horas de la noche. ¿Se encuentran bien? ¿Puedo ayudarles en algo? —se atrevió entonces a decir. Ya había dejado un par de preguntas en el aire y esperaba que las respuestas saciaran su curiosidad sino se vería obligado a hurgar donde quizá no le convenía.

Incluso el vampiro se mostró demasiado consciente de la mujer adulta y casi olvidó a la niña que continuaba en el suelo. De no ser porque esta se acercó hasta sus pies, demostrando un brillo curioso en sus ojos, que incluso podía superar el del mismo Antinoo. La pequeña criatura se sentó a su lado y lo tocó. El vampiro quedó paralizado y olvidó que debía fingir que sus pulmones continuaban funcionando y necesitaba respirar. Era asombroso la ingenuidad en las criaturas humanas. Desde tan corta edad podían mostrarse tan ilusos y confiados, entregándose prácticamente a las manos de la muerte. El joven griego quería inclinares y tomar a la diminuta Ayla en sus brazos, sentir su calor y notar la circulación de la sangre bajo sus pequeñas venas. Jamás se había alimentado de alguien tan joven. No pensaba hacerlo nunca. Un pequeño sorbo podía llegar a matarla. Antinoo no tenía sed, no sentía la necesidad de lastimar a nadie. Pero tampoco alcanzó a reaccionar antes de que la madre alzara en brazos a su hija y se disculpara por ello. Entonces dejó escapar una risa nerviosa y negó con la cabeza. A sus oídos llegó el idioma turco pero el vampiro apenas se percató del cambio. Estuvo tentado a responder en la lengua extranjera, pero eso podría haber levantado sospechas y una sorpresa poco deseada. No quería dar cabida a la desconfianza. Prefirió seguir empleando el francés.

No se preocupe, Ayla es una niña adorable —replicó, restando importancia a lo ocurrido. ¿Cómo podía siquiera ofenderse? Ahora sólo tenía ojos para la pequeña criatura que parecía debatirse entre el llanto y la calma. El vampiro se inclinó, sin darse cuenta, para poder observarla más de cerca. Aunque su vista era perfecta, si bien, estando a varios metros de distancia. Le intrigaba la reacción poco temerosa de esa niña—. ¿Cuánto tiene? —quiso saber, lo preguntó amablemente pero en cierto modo también lo exigió, intrigado como estaba, sin darse cuenta.
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París bien vale una misa... o eso dicen. {Antinoo de Bitinia} Empty Re: París bien vale una misa... o eso dicen. {Antinoo de Bitinia}

Mensaje por Dilara Guillot Mar Jun 23, 2015 4:20 pm

Si hubiera sabido que aquel joven era una de las criaturas contra las que se había enfrentado anteriormente no hubiera dudado en salir de allí y escapar a un lugar seguro. Pero el cansancio de aquel día y la frustración hicieron que su guardia bajara considerablemente. Le costaba ver el peligro, pero Antinoo tenía algo que le hacía seguir alerta, por lo que se mantuvo en su sitio observándole a la vez que él lo hacía.

—No se preocupe, estamos bien. Cansadas tan sólo —dijo con una sonrisa apenas perceptible. —Estábamos haciendo una pausa antes de volver a casa —continuó.

Desvió la mirada hacia un lado nada más terminar de hablar sin poder controlar la reacción de su cuerpo frente a la mentira. No estaba bien, no al menos todo lo bien que le gustaría. Llenó sus pulmones de aire lentamente y lo echó con fuerza. «Mañana será otro día.» Volvió la vista al joven que parecía hechizado por la pequeña Ayla. Dilara no pudo sino sonreír ante aquella reacción, un poco exagerada quizá, como si nunca hubiera visto a una criaturita tan pequeña. Los halagos hacia su hija no hicieron más que aumentar esa sonrisa, esta vez con un ligero tono de orgullo.

—Pronto cumplirá siete meses —contestó pellizcando la mejilla de la niña con los dedos índice y corazón. La pequeña sonrió de nuevo, como si hubiera borrado de su mente cualquier rastro de regañina que pudiera quedarle y miró después a Antinoo, con los ojos brillosos y llenos de curiosidad. —Hasta ahora era fácil controlarla, pero ya la ha visto. Es como un cachorrito queriendo explorar todo lo que ve —añadió.

El joven se inclinó para mirarla y Dilara pudo observarlo más de cerca. Era un chico que rondaría su edad, aunque la turca era incapaz de calcular el número exacto. Miró atentamente su rostro, de ángulos suaves y piel clara. Después miró su bonita vestimenta, elegante sin llegar a lo ostentoso. Su mirada viajó de nuevo al rostro del vampiro y se mantuvo allí, como si no pudiera dejar de mirarle. Sin duda, era un chico atractivo a la vista, y parecía que Ayla también lo pensaba. Estiró la mano en la dirección del joven como si intentara tocarle de nuevo, aunque esta vez su madre no se lo impidió. Ya que a Antinoo no parecía importarle, dejó que la niña saciara su curiosidad.

—Es una niña curiosa, como ve. —Cambió el brazo con el que sujetaba a la pequeña, aguantando su peso con ambos brazos. —Además, no es muy habitual para ella conocer gente nueva. En esta ciudad parece imposible no hacerlo —explicó, como si la reacción de la niña lo requiriera. Sabía que no faltaría mucho hasta que extendiera ambos brazos buscando los del vampiro, como siempre ocurría.

—A propósito, me llamo Dilara —se presentó. Le parecía un muchacho agradable.
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