Flora Egipcia [Privado, Flora Levallois]

Vanidosa se había quedado al espejo mirándose, ignorando el libro que descansaba en el tocador, pasó el peine por sus cabellos mientras pensaba en lo tranquilo que se veía el día de hoy. Una breve visita del hombre que había contratado la hacia sentirse entusiasmada, no solo era un regalo en honor a su familia, estaba decidido que también sería para ella. Parecía que encontrar un poco de tranquilidad se le apetecía en aquellos días, esperaba no fuera soledad ni apatía...ya de eso había tenido bastante cuando pequeña. Recordó apenas en silencio lo que había visto en el Monsieur que la noche anterior se había reunido con ella para finalizar algunos negocios.

Al momento se encontró levitando por un lugar desconocido, sin tierra a la vista, ella en bajada, desplomándose en la superficie enojada de espuma y agua. Antes de eso alcanzó a mirar al barco que siniestro se encontraba intacto. – No fue un accidente.- habló sutil y suave la voz a su espalda, giró para verse sumergida como los muertos en aquel mar revuelto, su cuerpo parecía inerte, como si se dejara llevar sabiendo que estaba segura, allí solo su conciencia tenía vida… y no tenía miedo. Observó los cinco cuerpos convulsionando por la falta de aire, dejándose llevar al fondo abismal del cementerio llamado océano. Hombres rollizos y altos, de cabelleras pelirrojas y rubias, mujeres regordetas y espigadas…así los había visto la noche anterior al tomar aquella mano fría y al ver de cerca esos ojos verdes y calculadores.
Hoy había visto algo más…y la voz que casi siempre la seguía había hablado.
No le molestaba que lo hiciera, bueno, algunas veces sí…cuando limitaba su libertad.

Pero le haría caso en esto…el negocio no se haría con aquel sujeto.
Ahora si sentía miedo y el frío del mar aún en los huesos.

Los golpes resonaron en el silencio de su habitación, los ojos turquesa volvieron a la realidad y al verse al espejo su brazo aún estaba en el aire y su mano sujetaba el peine que se hallaba entre su cabello. El mayordomo Francis, le anunciaba que el jardinero había llegado ya para los términos de contratación, el trance de hace un momento la hizo sentirse lenta al contestar, el hombre preguntó interesado si estaba bien, Flora asintió…no era un tema que pudiera contarle así sin más, era algo que solo ella entendería y por su seguridad la prudencia era su mejor consejera y la voz, claro está. Se levantó intentando olvidar lo pasado, cosas importantes venían y esta era una de ellas. Si todo salía bien el hombre no solo accedería a hacer de jardinero…lo necesitaba para algo más importante y privado.

Entró a la amplia sala donde ya estaban las botellas de vino debidamente organizadas, algunas serían para aquel encuentro, nada mejor que endulzar un oído y ganar la confianza que un buen trago de aquel bohemio y clásico licor, otros para degustar su nueva línea, nada mejor que experimentar con una de las cosas que más amaba. Se sentó sobre el cómodo y gran sofá de flores rosa y violeta.La chimenea encendida la hizo sentir calor de nuevo. Con paciencia tomó los documentos en los cuales haría entrega de los costosos árboles traídos de Canadá, Japón y Australia. La puerta de madera se abrió de par en par y ella miró con atención, esperando ver al nuevo sujeto, esperando ver a un hombre viejo, sabio y moreno. Así eran los egipcios y con espesas barbas y miradas oscuras. Eso pensaba ella antes de verlo cruzar el pórtico hacía el interior. Ella siempre tenía olfato para las personas, por olfato no me refiero solo instinto, también al propio olor de cada ser.

Él olía a rosas…curioso en un hombre, un olor exótico como él al parecer.