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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Kaled Fayolle Vie Jun 05, 2015 4:42 pm






Estaba decidido a iniciar de cero. No tenía a nadie ya a su lado para que le recordara su itinerario o las obligaciones que debía realizar, apenas un año que había llegado a la capital y aunque poseía esa fachada de galo no dejaba de sentirse como un extraño, un desconocido en este mundo de fantasía llamado París. Se levantó con buen ánimo y tomó un par de esencias  con él. Con cierto aire de nostalgia leyó las inscripciones en los frascos. “Nature Morte” y “Deeper Blue” ambas significaban mucho para el joven, la primera de ellas había sido concebida bajo la tutela de Marie-Anne, la segunda y no menos importante, significaba su más reciente creación.

Colgó el morral de cuero sobre el hombro izquierdo y se decidió a caminar hacia el centro de la ciudad. Miró encantado las sonrisas pueriles de los pequeños durante su recorrido, las elegantes damas que paseaban del brazo de algún caballero no menos excéntrico tapizaban el paraje. Fue en un momento de distracción que recibió un empujón por la espalda, trastabilló apenas cuando le despojaron del morral. Fabrice nunca había hecho frente a un ataque así pero tampoco iba a quedarse con los brazos cruzados.

Corrió detrás de par de sujetos que le habían hurtado, no estaba consciente hacia donde se dirigía, tampoco importaba la mirada atónita de los transeúntes que admirados le observaban correr, simplemente se enfocó en recuperar sus pertenencias. Arrojó todo su peso sobre uno de ellos, ya en el suelo soltó un par de golpes en su contra y recibió un tanto del mismo modo.  La tarea hubiera sido más fácil si la lucha se hubiese centrado de manera equitativa, no obstante el otro desconocido le tomó por la espalda dejándolo expuesto a un ataque frontal, la agresión continuó hasta dejarle casi inconsciente, habían conseguido su objetivo aquellos ladrones.

Examinaron detenidamente el morral donde solo encontraron ambos frascos y un par de notas con direcciones, de mala gana dejaron caer sobre el chico el mismo alejándose de ahí. De manera mecánica Fabrice sujetó la correa del morral encogiendo el cuerpo por completo, en un abrir y cerrar de ojos estaba en un sitio completamente distinto a donde hubiese querido ir. Una voz agradable le mantuvo despierto antes que pudiera desmayarse. Apenas abrió los ojos lastimados para ubicar a dicha persona.

-Po… podría decirme, si los frascos están intactos, por….favor.-


Última edición por Fabrice Fournier el Sáb Jun 06, 2015 5:17 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Dilara Guillot Sáb Jun 06, 2015 7:08 am

El día del mercado era uno de los favoritos de Dilara. Disfrutaba con la muchedumbre en busca de los mejores puestos y los olores de los productos recién traídos de sus orígenes.  Sonreía cada vez que algún pilluelo robaba una manzana para comer y se salía con la suya, aunque sabía perfectamente que para los dueños de los puestos era una pérdida que no se podían permitir. A pesar de que el mercado de París no se parecía en exceso a los de su amada patria, nunca perdía la oportunidad de adquirir fruta fresca para ambas, y, de paso, visitaba los puestos de especias. Los olores le evocaban al tan visitado Mısır Çarşısı, el mercado que tantas y tantas veces había visitado de niña con su madre. Echaba de menos la comida turca y los sabores únicos de las especias, así como el calor que lo bañaba todo e intensificaba los olores.

Con la cesta colgando de un brazo y su hija sobre el otro, la turca se perdió entre el gentío y los gritos. No llevaba ningún objeto de valor encima, sabía perfectamente que aquel lugar era el sitio perfecto para los ladrones. El poco dinero que necesitaba lo llevaba bien guardado por debajo del corpiño del vestido de manera que fuera difícil de encontrar. Dejó atrás la zona de las especias y llegó a los puestos de fruta y verdura. Se paró frente a un puesto distinto esta vez, todavía no conocía los que tenían el mejor género y la única manera de encontrarlo era probar un poco de cada uno. Estaba acostumbrada a regatear y sacar buenos precios, algo que le venía bien en una ciudad en la que era una completa extranjera.

Tras comprar un par de manzanas y guardarlas en la cesta, siguió su recorrido por los puestos. A lo lejos se pudo escuchar una algarabía que hizo que las personas a su alrededor se giraran a mirar. Dilara le dedicó una mirada de soslayo y siguió a lo suyo. Estaba más que acostumbrada a todo aquello. Recibió unos pocos empujones cuando los causantes de aquel alboroto llegaron a su lado. Un joven perseguía a otros dos que llevaban una bolsa de cuero, probablemente robada y perteneciente al joven que les perseguía. La persecución no llegó mucho más lejos, puesto que a su altura comenzaron a pelearse los ladrones y él. Esta vez, la cazadora se detuvo, pero no se atrevió a intervenir. Con un bebé en brazos sería muy imprudente intentar detener la pelea y ayudar al pobre joven que estaba recibiendo los mayores golpes. No tardaron mucho en terminar y tras arrojar la bolsa sobre el cuerpo casi inconsciente del chico salieron corriendo. Algunos fueron tras ellos, pero la mayoría pasó de largo, obviando al que se había quedado en el suelo. Dilara en cambio no dudó en acercarse a él.

-Monsieur, monsieur. ¿Me escucha? -dijo dejando a Ayla frente a ella junto a la cesta. -¿Está bien? -Con una mano le sacudió suavemente el hombro, intentando captar su atención.

El joven dijo un par de palabras preguntando por unos frascos. La turca no lo comprendió al principio pero cayó en la cuenta de que debía referirse al contenido de la bolsa. La cogió suavemente y la abrió para mirar el interior.

-Parece que sí, uno se ha abierto y ha manchado la bolsa. -Buscó el tapón del frasco y lo cerró. -Pero ambos están intactos. -Volvió a cerrar la bolsa y la dejó a su lado. -¿Cómo está usted? -
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Mensaje por Kaled Fayolle Miér Jun 17, 2015 1:18 pm






El dolor aún era punzante sobre las fibras de su cuerpo. Si aquellos sujetos hubieran tenido la intención de matarle, seguramente lo habrían logrado, puesto que el chico no estaba acostumbrado a tratar con personas de tal calaña, de igual forma no conseguirían nada de valor en los bolsillos del francés aunque hubieran continuado su agresión. Parpadeó en un intento por escuchar lo que la presencia ajena le susurraba. Se dolió el costado y apartó un par de mechones para adquirir una mejor visibilidad. Asintió mientras observaba con dificultad como la joven cuidaba de los frascos.


–Es… estoy bien madmoiselle–
pudo apenas articular –Merci–

Tomó el morral y notó que la fragancia apenas se esparcía en su interior. Menos mal nada grave pues habría sido demasiado catastrófico que todo el líquido se hubiera perdido. Tomaría semanas volver a elaborar las esencias y aunque disponía de todo el tiempo del mundo, los recursos le dificultaban darse ese lujo. Vendía un par de frascos y con los pocos francos obtenidos  invertía para desarrollar nuevas. Era un ciclo interminable donde no existían ganancias como tal, solo sobrevivía en medio de la ciudad anhelando algún día poder sobresalir como perfumista.

–De verdad muchas gracias– estiró la mano buscando estrechar la ajena –Fabrice Fournier, enchanté–

Sonrió con delicadeza como era su costumbre, mostrar su lado amable ante las adversidades. Seguramente su acompañante se extrañaría de su reacción previa. Lanzarse a proteger un par de frascos arriesgándose a ser herido de tal forma.

–Soy perfumista– dijo en su defensa sonriendo –Debe pensar que estoy loco por actuar así, me disculpo si le he ocasionado algún contratiempo–

Ante todo, las enseñanzas de su abuela siempre salían a flote y esa arma era lo único que le permitía continuar en esa jungla llamada Paris. De inmediato irguió su delgada anatomía aún lastimada y reparó en la fisonomía de la joven por unos segundos, no parecía ser parisina, sería poco cortes inquirir en su procedencia, tomando en cuenta que apenas una par de palabras habían cruzado. Volvió su mirada hacia la cesta y se apresuró a levantarla sus orbes se mantuvieron atónitos al ver a una criatura envuelta en mantas a un lado. Muchas cosas cruzaron por la mente del joven, en dichas circunstancias cualquiera hubiese rehusado a ayudarle, más aun tratándose de auxiliar a un desconocido. Se vio un poco nervioso, por más amable que fuese no se atrevió a tomar al bebé en brazos.

–Vayamos hacia las escaleras de ese pequeño edificio– señaló con el índice.

Colgó su morral al hombro y con la cesta en sus manos observó aquel cuadro tan peculiar frente a sus ojos.


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Mensaje por Dilara Guillot Dom Jul 05, 2015 6:22 am

Estaba apoyada sobre sus manos ligeramente inclinada sobre el muchacho que seguía en el suelo. La niña, que se mantuvo sentada a su lado, miraba la escena con el ceño ligeramente fruncido, manteniendo la atención justa para no marcharse de allí en busca de Dios sabe que. Las palabras salían entrecortadas de la boca del joven, que se presentó como Fabrice.

—Un placer —dijo mientras estrechaba su mano. —Dilara Guillot —se presentó.

Su apellido le recordaba inevitablemente a su esposo, desaparecido desde la noche que se marchó de Orleans. Por suerte para ella, en aquella ciudad no era más que una mujer más, podía ser quien quisiera en cada momento. Aunque lo único que ella deseaba era que ambas pudieran vivir en paz. Sonrió al joven, que seguía intentando incorporarse.

—¿Perfumista? —Abrió los ojos sorprendida. —Entiendo su reacción entonces. —Rió suavemente ladeando la cabeza hacia un lado. —Y no es necesario que se disculpe, no hay ningún problema. —Agitó una mano suavemente restándole importancia a la situación.

Las personas a su alrededor simplemente se limitaban a rodearles a ambos, creando una especie de islote entre aquel mar de seres humanos. Algunos miraban en su dirección con una curiosidad poco disimulada, pero los que más simplemente les ignoraban como si fueran dos pordioseros muertos de hambre. En aquella ciudad solo el dinero decidía si valías la pena o no. Nadie se molestó en preguntar si necesitaban ayuda, a pesar de que con ellos había una niña pequeña que había pasado completamente desapercibida hasta que Fabrice se incorporó completamente. Miró a Ayla con asombro y Dilara supuso que no esperaba ver a una criatura pequeña allí con ella. A pesar de ello, no dudó en ayudarla con sus compras y, con la bolsa de perfumes en una mano y la cesta en otra, se dispuso a apartarse de aquella muchedumbre.

Dilara se incorporó llevando a su hija en brazos y comenzó a andar en dirección al edificio que Fabrice había sugerido. Se sentía un poco apurada por el hecho de que cargara con ambos bultos después de los golpes que había recibido.

—No se preocupe por la cesta, puedo llevarla yo —se ofreció mientras acomodaba a Ayla en la cintura.

Comenzó a caminar en dirección a las escaleras que había mencionado Fabrice. En cuanto salieron de la zona de los puestos el número de gente disminuyó considerablemente a la vez que la temperatura.

—Gracias. —Señaló la cesta con la cabeza y sonrió. —Tiene un olor muy agradable. Su perfume —comentó después.
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Mensaje por Kaled Fayolle Jue Ago 20, 2015 4:33 pm






Posó sus orbes en una dirección opuesta, pues no había caído en la cuenta que quizás resultaba un poco invasivo el hecho de contemplar por tanto tiempo a aquella mujer con una niña en brazos. Era una acuarela por demás singular, pues la pequeña poseía en sus ojos un candor que parecía absorber al resto de los elementos que se acopiaban a su alrededor. Entregó con cuidado la cesta, aun colocando una mano sobre su costado, dolido por los golpes. Dedicó una sonrisa ligera a la dama quien mostraba una habilidad para sostener a la pequeña y la cesta al mismo tiempo.

–El placer es mío madmoiselle Guillot– respondió amable –Así es perfumista, supongo que no es muy común que un varón se entregue a esa profesión– espetó apenado.

Se encaminaron hacia un lugar menos tumultuoso. Ahí, sobre las escaleras Fabrice logró recargar su peso sentándose para recobrar un poco de fuerzas. Se sentía apenado por el evento tan desafortunado, no estaba en su naturaleza el enfrascarse en ese tipo de riñas, sin embargo estaba también consciente que no se podía dar el lujo de perder dos frascos así como así. Cada uno de ellos representaba un esfuerzo de días y noches en búsqueda de la amalgama perfecta que pudiera entregarle una esencia distinta. Inevitablemente regresó la mirada contemplativa en ambas mujeres. Quizás ella también buscaba lo que Fabrice, sobrevivir de algún u otro modo a la pesada rutina que conllevaba vivir en Paris.

–Merci madmoiselle, es un aroma muy suave, pero veo que lo ha notado– sonrió.

El suave murmullo de los transeúntes resonaba a veces fuerte, a veces quedo, dando apenas el espacio suficiente para que el joven y la dama mantuvieran el ritmo apacible de su conversación.

–Y madmoiselle, ¿Es usted residente o extranjera acaso?– mantuvo sus ojos inquietos esperando una respuesta.

–Yo soy de Marsella, junto al Mar Mediterráneo, llevo muy poco tiempo aquí y bueno, aunque no he salido del país, me ha costado trabajo acostumbrarme al ritmo de la capital–

Confesó sin temor alguno parte de su pasado. Quizás era una de las virtudes o cosas en contra. Su carácter solidario y bondadoso y es que existía algo en la mujer que parecía resultar agradable a los ojos del solitario perfumista. De forma mecánica estiró su mano apenas tocando la mejilla de la pequeña que ella sostenía en brazos. Regresando nuevamente su extremidad a los bolsillos de su pantaloncillo, apenado por el impulso que le había orillado a tal acción.

–¿Cómo se llama?–



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Mensaje por Dilara Guillot Mar Sep 01, 2015 3:33 pm

Colgó la cesta del antebrazo contrario con el que sujetaba a la pequeña y siguió a Fabrice. Al principio pensó que el joven podía pensar en ella como una grosera por rechazar su ayuda para llevar la compra, pero al ver la mueca de dolor supo que había hecho lo correcto.

—No crea, en realidad, yo diría que hay más hombres que mujeres dedicándose a esa profesión. —Aupó a la niña, encajándola mejor en su cadera. —Pero creo que es el primero con el que tengo el placer de conversar.

Él aseguraba que el perfume derramado era suave, y Dilara no lo negaba, pero su olfato era bastante afinado. Había crecido rodeada de aromas de lo más singulares que se acentuaban con el calor de las tierras de Oriente. Desde niña había aprendido a distinguir todas aquellas que se empleaban en los distintos guisos con tan sólo pasar la nariz sobre ellas. Podía medir con exactitud la cantidad necesaria para darle ese toque exótico a los platos que tantas veces había empleado a escondidas de su esposo, que odiaba el sabor de todas ellas.

—Vengo de tierras lejanas —dijo, dejando la cesta sobre el primer escalón y sentándose junto al perfumista, colocando a Ayla sobre sus piernas. —Donde el Sol brilla con fuerza y el ritmo de la vida es mucho más calmado. —Sonrió.

Para ella, su hogar siempre sería su amada Estambul. Los años vividos en Orléans, a pesar de que fueron casi tan numerosos como los vividos en su patria, le sabían amargos. Lo único que sentía al rememorarlos era dolor y soledad que tan sólo se diluían al mirar a la niña que descansaba en su regazo.

Sacó un par de manzanas de la cesta y ofreció una a Fabrice. La otra se la dejó a la pequeña, que miraba la fruta como si fuera una pepita de oro. No tenía dientes, por lo que sólo podía chupetearla en un intento de darle un mordisco.

—Yo aun no me he acostumbrado. Viví un tiempo en Orléans, pero incluso aquello es más tranquilo que esto. —Señaló con la mano su ajetreado alrededor.

Ayla fijó sus ojos en el joven mientras éste hablaba. Bajó la manzana con cuidado y a punto estuvo de rodar por el suelo antes de que Dilara la agarrara en el aire. Aprovechando el momento, dio un mordisco al fruto y contempló la escena. Tras el roce en la mejilla, la niña sonrió ampliamente y aplaudió un par de veces, contenta por el simple hecho de haber llamado la atención de Fabrice.

—Ayla —contestó tras tragar el trozo de manzana.

La miró con toda la ternura que pudo, como siempre hacía, pero ella estaba más atenta a los movimientos del perfumista. Alargaba el brazo y balbuceaba sin parar, contándole cosas que ninguno de los dos adultos podían comprender.

—¿Tiene hijos? —preguntó Dilara de pronto antes de darle otro mordisco a la manzana.
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Mensaje por Kaled Fayolle Miér Sep 09, 2015 11:54 am






Miró curioso las atenciones que la mujer tenía con la pequeña, no era nada extraño, después de todo el instinto materno era del todo natural en el género femenino. Para su grata sorpresa el oficio resultó ser algo normal para la mujer. Sonrió un poco apenado ante el reconocimiento dado a su oficio.

–No diga eso por favor, el placer es mío madmoiselle, estoy muy agradecido con usted–

Recargó un poco el peso en uno de los escalones, acomodando el morral a un lado suyo. Escuchó con detenimiento las vivencias de su oyente. Al igual que él, se trataba de una extranjera, de cierto modo ya que quizás huía de un pasado mal afortunado o tan solo se sentía atraída por la seducción y los sueños que Paris podría ofrecerles. Ella proliferaba tales sentencias con añoranza y un dejo de nostalgia, seguramente dentro de ese misterio había algo de solaz, algo que valía la pena ser recordado. El espíritu de Fabrice se mostraba calmo a pesar que la dolencia física aun causaba ligeros estragos en su abdomen. Olvidó por completo la vivencia de minutos atrás, no hay mal que por bien no venga. Repetía en ocasiones animándose a sí mismo para no decaer en su sueño por convertirse en un reconocido perfumista. Aunado a la compañía grata de su oyente era más que suficiente para continuar.

–Merci beaucoup– respondió mientras aceptaba el fruto carmesí con su diestra.

Orleans. No muy lejos de ahí y era curioso ver como existían diversas historias y múltiples vivencias en todos y cada uno de esos extraños.

–Ya somos dos madmoiselle–
encogió los hombros –Paris es tranquilo, relativamente, aunque también nos presenta momentos turbulentos ¿cierto?– rió refiriéndose al incidente.

Se atrevió a rozar nuevamente la mejilla de la pequeña.

–Un bello nombre para una chiquilla hermosa– dijo seguro.

Dio un ligero mordisco a la manzana sin dejar de observar atento. A pesar de mostrarse atento y afable con Dilara, el joven franco no podía evitar sentirse atraído por el candor de la pequeña que descansaba en el regazo ajeno. Fabrice sonreía cada vez que la pequeña iniciaba una charla con balbuceos. Repentinamente su madre vino a la mente. Apenas en imágenes grisáceas podía recordar momentos de tal naturaleza a lado de su progenitora. Un cuento antes de dormir, una caricia o una sonrisa siempre natural cuando le llamaba por su nombre. Suspiró tratando de concentrarse en la conversación nuevamente.

–¿Hijos? No madmoiselle– tosió –Creo que no todos tenemos esa aptitud para ser padres, sin duda debe ser una responsabilidad enorme, pero también, una experiencia agradable el poder velar por el bienestar de alguien más–

Fue lo más lógico que pudo responder sabido de su condición. Dio un mordisco más.

–Debe ser una buena madre, de eso estoy seguro– espetó con una sonrisa –¿A qué se dedica usted?–



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Mensaje por Dilara Guillot Vie Sep 18, 2015 12:13 pm

Los halagos hacia Ayla siempre henchían de orgullo a Dilara. Estaba más que acostumbrada a oirlos, muchas personas admiraban a la niña casi tanto como lo hacía ella misma, pero escuchar palabras bonitas de parte de otro siempre la sacaba una sonrisa. Aquella ocasión no fue una excepción. Sonrió ampliamente mientras Fabrice le volvía a rozar una de las rosadas mejillas.

—Me halaga, monsieur —comentó. —No se lo puedo negar, un hijo conlleva una responsabilidad que no eres capaz de  imaginar hasta que la tienes frente a ti, y, una vez la tienes, no puedes retroceder. Sólo puedes seguir adelante. —Acarició la cabeza de Ayla, cubierta por una fina pelusa rubia. —Supongo que todos intentamos hacer lo mejor que podemos por ellos. Sólo nos queda esperar que sea suficiente.

Quería creer que eso era siempre así, pero dudaba de que fuera cierto. Había visto muchos niños huérfanos en las calles de cada ciudad que había visitado. Verlos le rompía el corazón porque el único rostro que podía ponerles era el de su propia hija. También había visto padres que ignoraban completamente a sus hijos sin atenderles la más mínima necesidad. Aquello le parecía casi más terrible que tener que crecer en la calle.

—Es… complicado —contestó a la pregunta.

Era una pregunta simple para la que aún no tenía respuesta. En realidad no tenía oficio, nunca lo había necesitado. No cazaba por dinero, sino por necesidad. Eliminaba las amenazas directas sin pensarlo dos veces, igual que un animal salvaje. En alguna ocasión se había planteado optar por ese medio de vida, pero era demasiado arriesgado teniendo en cuenta que tenía una vida a su cargo. Si moría nadie podía decirle que sería de su hija.

—Bueno, en realidad, no lo es —aclaró después. —Mi esposo es comerciante y en ocasiones le ayudo con contratos y pedidos. Mi padre también lo era y aprendí bastante, pero mi esposo es muy… reservado, digamos. —Rodó los ojos y mordió otro trozo de manzana. —Quiere que todo pase por sus manos antes de darlo por terminado.

Tan sólo le había ayudado un par de veces desde que contrajeron matrimonio, y sólo por pura necesidad. Fue una época de muchos pedidos en la que si no requería de ayuda no podría servirlos todos, pero, como bien había contado ella, él era el que tenía la última palabra en todo.

—En este momento mi único trabajo es cuidarla. —Señaló a Ayla, que se entretenía mordisqueando un lazo de su vestido. —Supongo que estando aquí en París buscaré un oficio, pero aún no sé de qué. Habituarme a la ciudad me está llevando tiempo.

En realidad, tenía que encontrar algo que les permitiera vivir sin demasiadas preocupaciones.

—¿Siempre se ha dedicado al oficio de perfumista? Es que, verá, siempre he tenido curiosidad por saber cómo se eligen las esencias que uno desea. Debe ser un oficio que requiere mucho tiempo de aprendizaje, ¿no?
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Mensaje por Kaled Fayolle Mar Oct 06, 2015 12:19 pm






Sus ojos no cesaban en contemplar la escena tan peculiar que envolvía a aquella dama y su pequeña. Ingenuamente le recordaban memorias gratas compartiendo la cena con Marie-Anne, paseos en el inmenso jardín oculto detrás de la imponente casona. Una línea apenas visible se dibujó sobre sus labios al verse sumergido momentáneamente en su pasado. Auscultó con detenimiento las oraciones proliferadas por su acompañante, cada palabra estaba plasmada de orgullo y felicidad cuando se refería a la niña y no era para menos, se había topado con ese cuadro muchas veces desde su llegada a la capital. La forma en como ambas figuras estaban unidas por un sentimiento intangible, invisible a ojos de aquellos que no habían experimentado esa dicha, la seguridad de ser arropado por las caricias de una progenitora.

–No lo dudo madame, sin conocerla me atrevo a decir que usted debe ser una buena madre– confesó con un dejo de nostalgia en sus ojos.

Repentinamente el semblante de la mujer, mudó en una evidente preocupación, quizás por el sentido de la pregunta que Fabrice había conferido minutos atrás. Nunca había sido su intención incomodarle con tal requerimiento. Ahí estaba una vez más presente ese ápice de curiosidad en el joven tratando de descifrar que sería lo que cruzaba por la mente de su interlocutora. Se mostró atento a la charla dando pequeñas mordidas de vez en cuando a su manzana. Al parecer por lo expresado, existía algo más en aquella confesión a medias, suspiró mostrándose arrepentido por haber ahondado en algo que podría ser demasiado personal.

–Siendo así, está haciendo un muy buen trabajo. Ciertamente es difícil habituarse, pero creo madame que si se persigue un sueño con demasiado ahínco, nos podríamos sorprender al vernos alcanzar dicha proeza–
respondió.

Pocas personas aún se mantenían transitando las aceras, el silencio era apenas irrumpido por el murmullo de extraños que intercambiaban vivencias del día o pesares que ahogaban su razón. A lo alto, la bóveda grisácea parecía una enorme mancha gris a punto de derrumbarse sobre la capital. No tardaría mucho en que la noche cayera por completo y los caprichosos copos de nieve iniciaran su caída libre sobre las calles. Esa tarde como muchas otras, la mente de Fabrice se empeñaba en mantenerle ocupado, evitando la preocupación que le acarreaba pensar en el paradero de Esteve. No había sabido nada de él durante semanas, incluso el local se mantenía cerrado. ¿Dónde podría estar? Aterrizo en su realidad cuando Dilara se dirigió nuevamente hacia él. Asintió.

–Así es madame, es un arte que demanda mucha paciencia como usted lo ha expresado, el momento clave de las creaciones erradica en la selección de los ingredientes, vainilla o lavanda que es lo que estos dos frascos contienen en su mayoría. Por lo regular toma un par de meses elaborar una esencia, hoy en día no cuento con los recursos para elaborar algo nuevo– pausó unos segundos riendo apenado –Mi abuela Marie-Anne de quien aprendí el oficio, solía demorar un par de semanas– río –Ella se convirtió en mi mentora y segunda madre después de que mis padres…desaparecieran, yo tenía apenas cinco años y desde entonces, mi abuela decía que ya me veía con interés en crear esencias, supongo que es algo que heredé de ella–


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Mensaje por Dilara Guillot Miér Oct 21, 2015 3:50 pm

Escuchó fascinada la resumida historia de Fabrice, que con tan sólo cinco años había perdido a sus padres. Inevitablemente abrazó a Ayla acercándola hacia su pecho y aspirando el aroma que desprendía su cabecita. La niña se revolvió al sentirse apretada, así que que Dilara la dejó a su lado entre el joven y ella.

—Vaya, siento lo de sus padres —comentó un poco apenada —. Aunque debo decir que su abuela hizo un gran trabajo. No dudó en que enseguida tardará tan poco como ella en conseguir las esencias.

Miró a la niña, que a su vez observaba curiosa la calle cada vez más vacía. La luz había disminuido desde que se sentaran en los escalones de aquella casa y no tardarían en encender las luces de la ciudad. El frío de la noche comenzó a hacerse notar. Dilara se ajustó el abrigo e hizo lo mismo con el de Ayla, añadiéndole a ésta una bufanda pequeña que sacó de la cesta. La niña se quejó al principio, pero cuando sintió el calor y la suavidad de la prenda la agarró con fuerza.

—¿Sabe? Es curioso como la mayoría de hijos siguen el ejemplo de sus padres —reflexionó en voz alta —. Supongo que, al verlo desde niños, lo toman como la forma de vida óptima. O al menos la menos arriesgada, sobre todo si sus tutores son exitosos en ese ámbito. —Se encogió de hombros. —Creo que es algo que hemos hecho todos. Al menos todos los que yo conozco.

Dio los últimos mordiscos a su manzana y arrojó los restos a un cubo de basura cercano. Después, se abrazó a sí misma intentando conservar el calor del cuerpo, sin mucho éxito. Tener a su hija en brazos no sólo le gustaba por el simple hecho de ser su retoño, si no por el calor que se proporcionaban la una a la otra. Ayla debió pensar lo mismo, y, en un intento de subirse sobre las piernas de su madre, giró su cuerpo hacia Dilara y levantó los brazos mientras lloriqueaba. La mujer la agarró y la colocó sobre su regazo de nuevo, pero debía sentir los primeros azotes del sueño ya que no dejó de lloriquear a pesar de estar en brazos.

—Creo que es algo tarde para ella. —Acarició su cabeza mientras la cubría con la bufanda y la recostó sobre su hombro. Un pequeño bostezo reafirmó las palabras de la turca. —¿En qué sentido camina usted? —preguntó después, señalando ambos lados de la calle.

Sin quererlo, examinó a Fabrice. Casi había olvidado el altercado del mercado y los golpes que había recibido el francés. «Quizá necesite ayuda» pensó Dilara.

—Puedo acompañarle.
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Mensaje por Kaled Fayolle Lun Nov 09, 2015 2:45 pm






La luz taciturna poco a poco bañaba los rincones de la capital, muy pocas personas caminaban a esas horas. Una a una las farolas prestaban un poco de iluminación a las empolvadas aceras. A lo alto de la bóveda, una tonalidad violácea teñía de nostalgia la escena tan peculiar entre el perfumista y la mujer, quien no dejaba un segundo de prestar atención y brindar cariño a su pequeña. Las suaves corrientes de aire hacían que el muchacho tiritara de vez en cuando, empezando a entre cortar sus palabras cuando se dirigía a su interlocutora. Parpadeó un par de veces para aterrizar en su realidad, alejando esas historias en los pasillos de sus memorias. Hacía mucho tiempo que compartía con un extraño la temática de sus padres y Marie-Anne. No había hecho falta, sin embargo sentía que se encontraba en deuda con ella. Esbozó una sonrisa amplia a la pequeña y después a su madre.

–Ya ha pasado un par de años de ese incidente– suspiró –Hoy en día trabajo arduamente para ser una mejor persona, no creo que sea prudente quedarnos estáticos en lo que pudo o no haber sido, cada día es una nueva oportunidad para demostrar que las adversidades son solo tropezones que nos hacen crecer ¿No es así?– Rió de forma natural antes de asentir.

–Así es madame, siempre tomamos ejemplos para sentir que caminamos en el sentido correcto–

Observó con detenimiento a la menor quien encontraba un poco de calor en los brazos de su madre. Estiró la mano acariciando ligeramente el cabello alborotado de la pequeña quien cerró los ojos debido a una jornada ardua. Aparentemente el papel de madre soltera significaba doble trabajo. ¿Tendrían un lugar seguro para dormir esta noche? ¿Suficientes francos para comprar pan y leche al otro día? La vida era bastante dispar para algunos residentes, era una acuarela común y Fabrice se había habituado a ello con dificultad.

–Claro, claro será mejor movernos de aquí– miró hacia ambos lados esperando no toparse con aquellos sujetos nuevamente.

Irguió su ya menos dolida anatomía para caminar lentamente a lado de la mujer.

–Hacia la izquierda madame hoy fue un día difícil– suspiró –Así que el local no tuvo ninguna venta el día de hoy y bueno, lo que ocurrió esta tarde, debo descansar–

Sus pasos lentos le permitieron darse un respiro antes de volver a hablar. Al cabo de unos minutos se detuvo enfrente de un pequeño local donde la luz aún proporcionaba seguridad al pasar por ahí. Después de unos minutos de hablar con ella caviló con detenimiento, no iba a dejar que el gesto de amabilidad de ella pasara por alto.

–Por favor acepte esto como un gesto de agradecimiento y no aceptaré un no por respuesta, sé que no es mucho pero acéptelo por favor–

Estiró la diestra hacia ella con el frasco de perfume que no se había dañado.




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Mensaje por Dilara Guillot Dom Nov 22, 2015 6:50 am

Comenzaron a caminar en uno de los sentidos de la calle, el que quedaba al otro lado del mercado. Ayla reposaba su cabeza en el hombro de su madre y cerró los ojos medio adormilada. Con los brazos abrazó a la mujer quedando ambas perfectamente encajadas la una con la otra, como dos piezas de puzzle contiguas.

Acomodó su paso al de Fabrice, que caminaba a paso lento. Lo que Dilara desconocía era si ese era su ritmo habitual o se debía a los golpes que había recibido, siendo esto último lo más probable. El incidente del mercado había quedado tan atrás que la turca casi lo había olvidado hasta que el joven lo mencionó. Sonrió con complicidad ante las palabras del perfumista. ¿Qué podía decir? Estaba claro que aquel día no había sido el mejor para él, seguramente ni siquiera el mejor entre los peores. Había perdido parte de uno de los perfumes que tanto tiempo le habían llevado preparar y no había conseguido unos francos por el otro, sin contar con los cardenales que tendría al día siguiente en todo el cuerpo.

Con la mejilla apoyada sobre la cabeza de su hija miró al frente. Sentía la respiración de la niña tranquila y constante, lo que significaba que ya había caído en un profundo sueño. Ella misma comenzó a notar picor en los ojos debido al cansancio acumulado y agradeció estar de camino al hotel donde se hospedaban. Fabrice frenó la marcha y se paró delante de un establecimiento todavía iluminado.

—Oh —balbuceó al ver que le tendía el frasco de perfume. Se quedó sin palabras ante aquel hecho inesperado. —No tenía…

Alargó la mano para coger el pequeño frasco y lo giró con cuidado, observándolo. Era increíble como ahí podía estar el trabajo de días de un hombre.

—Gracias —dijo finalmente, aunque todavía se sentía un poco reacia a aceptarlo.

Con cuidado de no derramarlo abrió la tapa y se lo acercó a la nariz. Aspiró el perfume y su inexperto olfato detectó un millar de matices: a frutas y a flores, olores dulzones que eran frescos a la vez. No supo decir a que le recordaba ese olor exactamente porque a su mente venían multitud de imágenes de su infancia.

—¡Es delicioso! —Le miró con los ojos abiertos de par en par. —Pero no… no puedo aceptarlo. Le ha costado mucho tiempo hacerlo. —Cerró el frasquito y, tras colocar mejor a la niña, se lo volvió a tender. —Debería venderlo. Muchas mujeres pagarían por un perfume así. Además, ya ha perdido un frasco.

Ayla se removió al notar que los dos adultos se habían detenido, así que Dilara la meció suavemente hasta que volvió a dormirse.

—Creo que es realmente bueno en lo suyo. Debe venirle de familia.
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Mensaje por Kaled Fayolle Vie Dic 04, 2015 4:54 pm






La ciudad adormilada poco a poco mostraba una faceta más tranquila, sobria. Los minutos que transcurrían se volvían horas y en un parpadeo, la nieve inicio su caída ya habitual. Pequeños copos con formas caprichosas se lanzaban kamikazes hacia el suelo donde se fundían con la ligera capa nívea que se cernía bajo sus pies. El joven francés arqueó una de sus cejas dejando mostrar su ligera confusión. No iba a dejar que aquel acto de benevolencia se quedara así. Pero que más podía hacer. Las calles contiguas a su local a estas horas resultarían demasiado riesgosas para Dilara y su pequeña, no iba a exponer a su acompañante a tal peligro. Seguramente aquellos truhanes tratarían de atacarle una vez más apenas vieran la oportunidad. Caviló un par de segundos antes de responder una vez más. Extendió la mano. Sostuvo el frasco y dedicando una sonrisa sutil hacia la pequeña que dormía plácidamente entre los brazos de su madre susurró.

–Está bien madmoiselle, permítame entonces brindarle este detalle para ella, cuando tenga la edad suficiente para comprenderlo, le contara una historia fabulosa de como su madre rescató a un perfumista distraído, la fragancia perdura por un largo tiempo si se conserva en un lugar fresco y no se destapa continuamente– hizo una pausa ligera antes de continuar con su retórica.

–No solo es la vana habilidad de crear una esencia madmoiselle, sino también los valores lo que se aprender de nuestras raíces, como bien lo comentaba usted minutos atrás, es por eso que debo insistir en este presente–

Dijo mientras con su propio puño cerraba la mano de la mujer.

–Por favor–

Miró nuevamente hacia los lados cerciorándose que nadie les siguiera hasta ese entonces. Las luces de las farolas se encendían para ese entonces creando una simbiosis casi mágica, esa atmosfera que las fechas decembrinas proporcionan de calidez los corazones de los residentes y extraños.

–¿No es increíble?– Dijo –Soy francés y escenas como estas no dejan de significar un aliciente en mi corazón, pues me doy cuenta que sin importar las contrariedades de la rutina y lo que nos depara cada día vale la pena despertar una vez más e iniciar de cero–

Los orbes del perfumista se rendían ante la belleza del atardecer, tal y como sucedía cuando era pequeño. A lado de sus padres o Marie-Anne. Su corazón latía tranquilamente y estaba seguro que si existían cosas malas, a su vez existía inocencia aun en las personas, en los pequeños como Ayla.



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Mensaje por Dilara Guillot Dom Dic 06, 2015 5:27 pm

El hombre insistía en regalarle el pequeño frasco, pero esta vez no a ella, si no a Ayla. Cerró el frasco en torno a sus dedos y lo dejó allí. Dilara lo miró y no pudo evitar sonreír con ternura. Podía rechazar un regalo para ella, pero algo le impedía rechazar un regalo para la niña.

—Gracias —dijo de corazón. —Lo guardaré hasta que tenga edad suficiente para ponerse perfume, y entonces le contaré la historia de cómo un amable perfumista se lo regaló. Seguro que se convierte en su favorita. —Sonrió y besó la cabeza de la niña.

Con cuidado guardó la botella en la cesta rodeándola de algunas telas y otros objetos que allí llevaba, con el único fin de que se quedara sujeto y no se rompiera en el camino. Se dio cuenta de que ese era el primer regalo que le habían hecho en su corta vida. Su familia vivía muy lejos de allí, tanto que ni siquiera habían podido conocer a la pequeña, menos aún hacerle algún presente.

Las luces de la calle titilaban en las paredes al paso de los dos jóvenes, reflejando su luz en el suelo húmedo que comenzaba a almacenar una fina capa de nieve. Las nubes soltaban pequeños copos que se pegaban a la ropa formando manchas blancas en las superficies horizontales. Dilara se echó la capucha por la cabeza y cubrió a la niña con parte de su capa, evitando así que se llenara de nieve.

—Sí —contestó al joven. —Debo admitir que esta ciudad es capaz de emocionar hasta a aquellos que han vivido en ella desde niños, imagine con aquellos que, como yo, venimos de una tierra lejana y completamente distinta. A pesar de que no me gusta, conmigo lo ha conseguido.

En todos los años que llevaba viviendo en Francia había visto nevar al menos una vez en cada invierno, pero era algo que la sobrecogía cada vez. Eso era lo único diferente a su tierra que le gustaba de allí, a pesar del frío y la humedad que proporcionaba.

Llegados a una intersección, al fondo de la calle se encontraba la residencia de ambas. La turca se paró con suavidad y se balanceó un par de veces sobre sus pies para no perder el ritmo y despertar así a Ayla.

—Me temo que ha llegado el fin de nuestro paseo. A pesar de que las circunstancias no han sido las más adecuadas, me alegro de que hayamos coincidido en el día de hoy. Me gustaría visitarle en su local y así poder oler algunos de los perfumes que hace allí. —Miró al fondo de la calle y después a Fabrice. —Hasta que nos volvamos a ver —se despidió.
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