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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hero Jaejoong Sáb Jun 06, 2015 2:19 pm

“Mátame con el sonido de la soledad”


El levísimo crujido de mis patas arrastrándose por el fondo de los callejones era lo primero que se escuchaba y sí, me refiero a patas como mis propios pies, pues era como un animal, uno salvaje y quejoso. Golpeaba la basura que se interponía en mi camino con el mismo odio de siempre, como si éstas fuesen los frutos, de mí siempre agrandada, tristeza. Al final de cuentas sí había escapado nuevamente de mi pasado, me había emergido en mi propia locura una vez más y me encontraba con del deseo en popa de comer hasta sentirme a punto de explotar. Usualmente siempre elegía a las clases sociales altas, me escabullía por una ventana y jugaba con los humanos hasta aburrirme y terminar de comerlos. Luego me quedaba revuelta en las camas ajenas hasta que el sol volvía a esconderse. Me valía de la capacidad de la ilusión para deshacerme de sirvientes o incluso parejas. Pero ese día era casi un luto para mí y quería algo más emocionante, algo que hiciera que mis ojos color miel se tornaran rojos y macabros. Y para hacer desastre siempre estaban aquellos de los que nadie se acordaba, los esclavos, los de agujero social-econímico y algún que otro ser de clase media. Mas los segundos, aquellos que cobraban por abrir sus piernas, siempre me resultaban ingenuamente entretenidos. Probablemente porque en un inicio hacían todo lo que les pedía, hasta que luego se daban cuenta que el final estaba cerca y empezaban a retorcerse como gusanos inyectándose en tierra seca.

Me agarré de la pared del callejón que estaba recorriendo y suspiré frívolamente, era tan solo un reflejo de mi cansancio. De años de estar viviendo en la misma pena una y otra vez. Y ahora todo eso se agrandaba, me estaba apuñalando el dolor. Sacudí el vestido mediocre que llevaba, uno común de la clase media, se lo había robado a mi anterior alimento. Me quedaba algo grande pues mi cuerpo era casi escuálido en comparación con las pomposidades de la época. Las mujeres de exuberantes curvas que se paseaban con sus apretados corsetines intentando persuadir a cuanto hombre se les cruzara. Por dinero o porque pensaban que con eso iban a ser felices. Que ilusas, no sabían que cualquier día podían dejarlas, tal como lo habían hecho conmigo. Ante el recuerdo, deslicé la yema de mis dedos por los cabellos, lanzándolos hacia atrás casi con desagrado. — Burdel maldito, estabas más lejos de lo que imaginé. — A regañadientes seguí caminando hasta que el edificio alto y vaporoso se formalizó frente a mí. Era la primera vez que estaba en el de París, pues ciertamente había llegado hace poco. En principio lo miré desde arriba, algunas ventanas, el olor seco del alcohol, el sexo estampándose en forma de humedad por sobre las paredes. Y cada tanto un espeso sabor a sangre se podía llegar a sentir. ¿Una mujer o un hombre? Me gustaría un hombre porque así podía imaginarme que era él y matarlo me sabría más dulce. No obstante al mismo tiempo me gustaba sufrir, me gustaba torturarme con la idea de que mataba a una amante desalmada.

En otras circunstancias hubiese entrado sin esconderme, incluso habría pagado con alguno de los francos robados de los mortales, pero no llevaba nada, ni un céntimo, así que creé una ilusión estática, como si pintara un cuadro del lugar y lo pusiera frente a las miradas expectantes. De manera que al pasar por allí, no me viesen. La victoria fue perfecta cuando abrí una de las habitaciones. Tenía los orbes encendidos de hambre y no tarde en elegir la bolsa de elixir con la que hoy me iba a atragantar. — Date la vuelta. Hazlo, ¿o no sirves ni para eso?— Intimidé de una vez, enojada, eufórica y detestablemente loca, sintiendo los colmillos afilados rozando mi piel. La mujer me miró algo asombrada, y me sorprendí de que no era una de las sumisas temblorosas que solía haber en las otras ciudades, esta parecía conocer un poco lo que estaba frente a ella. Vi el miedo tanteado en el aire y con una risa estrambótica la miré a los ojos, dejando que el dolor se le introduzca. Una de las habilidades más divertidas para usar cuando de torturar se trataba. Y sí, se retorció como una alimaña y yo me acerqué para agarrarla del cuello. Se lo apreté hasta que su rostro se puso rojo y sus pies se movieron ridículamente. Pero antes de que se muriera la solté, la vi toser y gemir. Sin embargo ni una pizca de compasión apareció. Por lo contrario, volví a agarrarla y ahora estaba dispuesta a clavar mis colmillos. Su sangre estaba caliente, la había hecho subir desde el infierno y ahora la volvería a enviar a la lava y para siempre. Abrí mi boca, dejando ver los dientes afilados y largos y estuve a punto de zambullirme cuando el traqueteo y olor de otro humano estaba en los alrededores. No me importaba, en realidad era lo de menos, desde antes había supuesto que estaría lleno de mortales, pero no me gustaba ser interrumpida, aún así seguí mi camino, rayando filosamente cerca de la yugular, aún sin penetrar la dichosa capa de piel.


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Mensaje por Oscar Llobregat Jue Jul 02, 2015 10:30 pm

'Otra noche aguantando borrachos', había pensado nada más comprobar la silueta deprimente que le había tocado aguantar aquella noche. Un colgajo de músculos fofos y una sucesión de eructos que hablaban por él. Consiguió distinguir algún halago que llevaba de por medio la palabra 'pene' y Oscar suspiró con desidia al notar su mano sobre el hombro, a tiempo de pasar cerca de un par de compañeras, que enseguida intercambiaron alguna que otra risita de diversión que él les devolvió con un bufido y una ceja enarcada.

Aham, qué interesante, señor -respondió con sorna, mientras se dirigía a él con formas respetuosas, aunque por el aspecto del sujeto, dudara que su alcurnia fuese demasiado elevada como para hacerle justicia o, en definitiva, ser adecuada convencionalmente.

Oscar guió al cliente hacia su habitación, con la esperanza de que en algún momento, su equilibrio necesitara trastabillar contra el suelo y se librara durante unos segundos de su peste a alcantarillado. Era consciente de que iba a tener que lidiar con el peso de su olor el tiempo que durase el desafortunado encuentro, pero a esas alturas había aprendido que nunca estaba de más aprovechar cualquier oportunidad, por nimia que fuera. Así pues, agradeció sobremanera cuando el tipo finalmente decidió apoyarse en el marco de su puerta y el cortesano no acababa de recoger aire tras el escueto regalo del destino cuando éste pareció querer depararle otra cosa.

Un sonido de más en la habitación de Agnes, su amiga prostituta que le ayudara con el caso de Carolina, y un sonido de menos en aquel fallido cliente que por fortuna, se desplomó en el suelo, presa del potente destructor que formaban el vino y el sueño. O bueno, otro sonido de más, en realidad, pues el ruido que hizo al caer no lo habría conseguido igual ni lanzando un saco roto de patatas podridas. Rápidamente, el polaco reaccionó y se dirigió a hurtadillas hacia el lugar que había captado su atención, aunque al parecer, su prudencia sirvió de poco al averiguar a qué se enfrentaba: una vampira. Una vampira apunto de alimentarse de muerte, el sustento del que dependían. Tierno, vulnerable, vivo… hasta que hincaban el diente. Demasiado tiempo fascinado por el papel que esas criaturas habían tenido en su camino. Devastado por su terrible influencia, su inequívoca realidad. Tan pronto se hartaba de ellos, como recordaba con desgraciado anhelo las características de la mujer que lo trajo hasta París después de cambiarlo todo sin hacer nada. O lo que no era nada para muchos de aquellos a los que la hipócrita iglesia llamaba 'demonios'.

Supo que los sentidos de aquella criatura ya debían de haber percibido su presencia, pero eso no bastó para amedrentarle. -¡Eh, tú! –Directo, sin molestarse en sonar elocuente, ni siquiera amenazador. Sólo firme, sólo existente, sólo a mil jodidas millas de parecer débil- ¡Para, no! ¡No lo hagas! –sabía el qué, sabía cómo. Definitivamente, no había nada que impidiera ver que no tenía ante sí a un humano ajeno a ese mundo de sangre y sombras del que ella venía.

Con las manos en alto, como si estuvieran apuntándole con un arma, el joven dio unos pocos pasos y con sumo cuidado, cerró la puerta tras de sí. Con eso, les separaba del resto de la humanidad cercana del prostíbulo, les daba una intimidad que posiblemente aquel ser exterminador no buscara, pero que él le ofrecía de todas maneras. Pedía una tregua, aun a costa de su vida. Su eterno sino esa vez le había perseguido hasta su propio lugar de trabajo.

No tienes por qué matarla, eso sólo te acarreará problemas. Tenemos una palabra clave para defendernos de los ladrones y asaltadores, si la grito, no importa que salgas por la ventana, afuera hay guardias escondidos. Este burdel se toma muchas molestias para cuidar su mercancía –explicó, en un tono de voz suave y tajante a la vez, sin moverse un centímetro más y con los ojos fijos en los de la temible fémina, dispuesto a mantenerle la mirada hasta el final-. Si quieres alimentarte, te ofrezco mi sangre, pero después has de dejarme con vida. No eres la primera moradora de la noche que puede matarme y no lo hace. No moriré hoy, ni tú serás mi asesina.

Sonaba muy decidido, de forma tan escalofriante como la presencia de ella. Su vida corría peligro y lo sabía de sobras, pero cualquiera que conociera el pasado y las motivaciones de un hombre como Oscar Llobregat, sabría también que era imposible alejarlo del magnetismo vampírico. Y más, si encima estaba en juego el destino de sus seres queridos.


Última edición por Oscar Llobregat el Jue Oct 15, 2015 5:40 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Hero Jaejoong Lun Jul 06, 2015 11:51 am

El traqueteo de mi víctima estaba haciéndose más suave, más reiterativo al mismo tiempo, sentí el dulce bombeo sobre mis labios y las ganas de embeberme en sangre me sulfuraron por completo. Iba a engullirla, a tragarla hasta que solo piel y huesos quedaran. Mis dedos estaban hundidos sobre la nuca de la muchacha, despacio las uñas terminaban por clavarse para poder sentir el aroma. Tal como los hombres cuando iban a un restaurante y se dejaban llevar por los olores. Ahora mismo yo lo hacía; aun cuando estaba consciente de que iba a ser perturbada por alguien. Podía mirarlo y hacerlo retorcer mientras yo seguía alimentándome. Eso no sería un problema, nada era un problema para mí en realidad. Era lo mismo vivir o morir, mi existencia iba más allá de la cordura. Sin embargo cuando aquel hombre impuro con notable uso en su cuerpo -casi una delicia- se acercó, una risa grave y seca sonó. Era uno de esos lindos ovillos que servían para hacerme despistar un rato, para entretenerme con preguntas sobre lo que hacía y el por qué. Yo tenía respuestas a eso, lo que quería y porque quería.
Salía de mi rutina diaria responder con más palabras y se trataba de uno de esos días en donde mi humor estaba extravagante. Mis ojos miel se quedaron tanteando el terreno de los suyos, mientras movía aquel cuerpo entre mis manos, como si eso me ayudara a pensar y a tomar una decisión al respecto.
— Shhh no grites. Los gritos humanos no me agradan. — Pensé en los gritos de Eirik, mi hijo, cuando era asesinado y despedazado frente a mí. Cuando sus jadeos fueron cesando y en aquel momento donde el silencio y el graznido de la mandíbula vampírica solo se enfatizó. Hablé entonces con una voz grave, elocuente y con aquellos grandes y dulces orbes que tenía; lo ojeé unas cuantas veces. Mis brazos delgados como los de un bicho se abrazaron a la joven y bufé.

Estaba sucia, probablemente el olor a mugre ya los había alterado a ambos, mi cabello empolvado -pero siempre lacio- caía a mis costados, cubriendo partes de mi rostro donde el hollín se habían impregnado, aún no estaba familiarizada con esas suciedades de la época. — ¿Piensas que me importa? Puedo matarte antes de que llegues a gritar la palabra completa. — No estaba amenazando, en realidad sabía que podía hacerlo de una forma muy poco literal. Las habilidades para la ilusión me dejaban hacer cosas más allá de mi propia realidad. Aun así no hice nada, me quedé observándolo y cuando supe que la idea me agradaba dejé caer a la prostituta que tenía agazapada, toscamente la tiré al suelo, permitiéndole que fuera a donde quisiera. Parecía que casi estaba preparada para aquello, como si la hubiesen entrenado para ser una esclava, bien, no es como si su trabajo no fuese casi eso, sin embargo me molestaba no sentir adrenalina en los latidos de sus corazones. — ¿Vienen muchos? Digo, vampiros, no me gustan los vampiros. Mmm… Tengo mucha hambre, enciérrala en algún lado y ven aquí. No me digas qué hacer o no. — Alerté, pues odiaba seguir instrucciones. Había dejado de hacerlo en el momento que mi propio marido me había deshonrado para siempre. Tendría que agradecérselo, me había enseñado que odiaba la libertad, y que nadie podía controlarme si no era porque yo misma lo decidía. Una lástima haberlo aprendido tantos siglos después de muerta.


Salté de la cama, parándome en mis tediosos y repugnantes zapatos de tela, algo rotos en la parte de los dedos; di unos cuantos pasos hasta acercarme a él. Seguía con los brazos alzados, mirándome muy fijamente. Eso era bueno, él pensaba que con eso podía intimidarme, pero en realidad lo que hacía era dejarme entrada libre al poder del dolor. Y lo hice, aun cuando iba a cumplir dejarlo con vida y no utilizar a la pequeña muchacha, dejé que una ola de dolor entrara en el hombre. — Simple entretenimiento, si me preguntas. Seguiré tus consignas y tú las mías. — Respondí a una pregunta que él no había formulado y esperé encontrarlo acalambrado en el suelo, para poder agarrarlo por el rostro. Como fuese apretaría su nuca hasta sentirme a gusto con el color y mordería despacio la piel viviente. — Tienes mucho valor, el valor no sirve para nada cuando no tienes poder para hacerlo notar. Los valientes son los que pierden en esta vida, muchacho. ¿Acaso no estudiaste nada de historia? Pero no importa, no importa. Tengo mucha hambre, mucha. Dame de comer y te dejaré en paz. O quizá no, me gusta la gente rara. — En realidad, la rara era yo, odiaba el mundo, al mismo tiempo me gustaban algunas personas. No podía escuchar los gritos de la gente, pero si eran causados por mí y bajo mi mano se trataba como un sonido de ángeles acariciándome. 


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Mensaje por Oscar Llobregat Jue Oct 15, 2015 5:38 pm

¿Le gustaba la gente rara? Pues con Oscar iba a quedarse servida, y no sólo de sangre. Al cortesano también le gustaba la gente rara, desengañada como él, y aquella criatura apestaba a desengaño por todos lados, incluso si era un desengaño mucho más agresivo que el suyo. Curiosa debía de ser aquella agresividad para que precisamente el muchacho la destacara, pues a veces se consideraba a sí mismo un tanto 'puntilloso'. Por supuesto, todo lo puntilloso que podía permitirse un desgraciado que llevaba su vida entera soportando el mismo número de golpes que también evitaba. O quizá ese pensamiento fuera demasiado optimista para describir su suerte.

Resultaba, incluso, admirable lo mucho que la misteriosa mujer lograba transmitir desde ese umbral tan diabólicamente apático que desprendían sus gestos y sus palabras. Dado el imborrable papel que había tenido en su pasado, el muchacho solía sentirse atraído por todo lo sobrenatural a rasgos generales, pero eso no le alejaba de distinguir la potencia del individuo. De hecho, cuando ésta era igual de destacable que sus condiciones sobrehumanas, frente a ese tipo de seres solía estar condenado a la perdición. A la perdición de su salud mental, por lo menos. Como si eso fuera poco, viniendo de alguien tan enrevesado como Oscar…

Casualmente, yo no he atendido a muchos. Vampiros, digo –se descubrió aclarando, aun cuando Agnes todavía permanecía allí en medio de ambos. Rápidamente, la agarró de ambas manos cuando pudo tenerla cerca y libre de quien se hubiera convertido fácilmente en su asesina, y de golpe tuvo que volver a hacer funcionar su cabeza a una velocidad vertiginosa. No, no bastaba con encerrarla en algún lado, seguramente se pondría a gritar, y si la dejaban marchar, también se las apañaría para regresar con refuerzos. Su relación de fidelidad era mutua, así que sirvieran de algo o no todos esos posibles intentos de respaldar a su compañero, aquello acabaría en catástrofe. No, Oscar no iba a permitirlo, no sería lógico. Ya sabía en lo que había decidido meterse al levantar la voz para defenderla y con ello, asumía todos los riesgos. No sería la primera vez que daba la cara por esa sociedad de la que tanto renegaba. Pero Agnes no era 'la sociedad', era su amiga.

Así pues, permitió que ella caminara delante, lo que le dio tiempo a hacerse con uno de los leños de madera más pequeños que había apilados frente a la pobre chimenea, y la golpeó por detrás con la hostilidad justa para dejarla inconsciente e intacta, más allá de un inevitable dolor de cabeza cuando despertara.

Lo siento, Agnes, pero no quiero que trates de ayudarme –había murmurado poco antes, mientras ahora sostenía el cuerpo noqueado de la joven entre sus brazos. Desde ahí, dirigió un rápido vistazo a la vampira, en una mezcla de emociones increíblemente inquietante, incluso para un ser fuera de las limitaciones mortales como lo era aquella desconocida. Una mezcla entre el nervio del rencor y la firmeza de la amenaza.

No se entretuvo más y acostó a Agnes sobre la cama, entonces de espaldas a la única mujer consciente de la habitación, y después de correr las cortinas que tenía el lecho (como si aquel material endeble pudiera protegerla de cualquier espectáculo atroz que fuera a suceder al otro lado), obedeció y volvió a dar unos pasos hacia la inmortal con las manos en alto. Le sostuvo la mirada en todo momento, aún fascinado por el halo mortífero que veía en la suya, por ese mar que rugía aparentemente tranquilo, siendo una frialdad escalofriante de la que, sin embargo, brotaban chispas. Eso mismo le pareció sentir que le atravesaba de arriba abajo, cual cerdo ensartado bajo las brasas del asador, y ni siquiera necesitó la insensible aclaración de su agresora para saber que aquel dolor repentino se lo había provocado ésta con sus poderes. Cayó de rodillas al suelo, en una pose encogida con la que trataba de mantenerse mínimamente erguido, mínimamente digno, hasta si la dignidad en momentos como ésos resultaba difícil. ¿Y cuándo no lo resultaba para un hombre que había nacido en las calles más mugrientas y luego alcanzado la clase media sobre todo gracias a la venta de su cuerpo (la misma que indirectamente, también había cambiado su vida en Polonia y allá donde pisara siempre)?  

Algo he aprendido, y no sólo de estudiar historia –farfulló, y entre aquel dolor que no cesaba, escupió una carcajada sarcástica, al tiempo que se recordaba en Wroclaw traficando por su educación, exigiendo que le pagaran con cultura en lugar de con dinero y lo más importante: consiguiéndolo-. 'Los valientes son los que pierden en esta vida', pero tampoco podemos ganar algo que ni siquiera intentamos, ¿no te parece? –tosió, al notar cómo ella le agarraba del rostro para volver a mirarse, y lo aprovechó para aferrarse a su brazo, no con intención de apartarla, sino de conservar aquella postura- Adelante, sírvete -Entonces, los ojos de Oscar la atravesaron de la misma forma punzante que le había hecho experimentar a él con el maldito dolor, y en sus pupilas se leía descaradamente, con o sin poderes sobrenaturales, que podía morderle y beber de su sangre, que mientras tanto él iba a tener la cabeza bien alta. Un acto que más que valiente, era masoquista, pero incluso su masoquismo estaba lleno de insolencia. Lleno de fuerza.


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Mensaje por Hero Jaejoong Lun Oct 19, 2015 3:15 pm

¡Él miraba como si no fuese un hipócrita! ¡Mentiras! ¿Acaso me estaba engañando un humano tan básico? La sonrisa que en algún momento había nacido, demencial e insolente, se había transformado en la nada misma, con el encaro serio y los labios fruncidos, observándolo con tal descoco que incluso se podía notar que quería traspasarle la piel. Mis colmillos se hundían sobre mi carne y los pensamientos empezaban a golpearse en mí incontrolablemente. Él parecía que decía cosas reales, sin embargo, ningún humano jamás, jamás, era bueno. Todos querían algo a cambio, todos hacían las cosas por conveniencia. ¡Claro! Ahí estaba. Él lo hacía para salvar a su amiguita y ahora incrementaba mis ganas de matarla, ¿por qué no? Succionaría mucha sangre de él, hasta que no pudiera pararse y luego le mataría a la muchacha en frente, de ese modo conocería el sufrimiento así como yo lo había descubierto. Mis ojos miel se entrecerraron, apretando las sabanas en lo que una de mis manos subía a sacudirse el polvo de los cabellos lacios, haciendo que una gran nube grisácea se formara a mí alrededor. Le observé curiosa, como una niña que espera pacientemente. ¿Qué pensaba hacer? Era tan raro, tan difícil de leer. Y una risa escandalosa fue lo que salió de mi boca cuando el hombre golpeó a su amiga hasta dejarla caer sobre el suelo. Me revolqué sobre la cama, en lo que me carcajeaba sujetando con una mano mi vientre y golpeando estrepitosamente el colchón, negando y zapateando. ¡Estaba loco! Había golpeado a su camarada para que no fuese a pedir ayuda, ¿en qué clase de mundo vivía él? La hilaridad era demasiada, tanto que cuando me acerqué para tenerlo más cerca mordí mis bordes, tentándome a mí misma a buscar la manera más catastrófica de molestarlo. — ¡Qué increíble! ¿La habrás matado? No, no, respira aún. Ahh… ¿Por qué me miras así? Yo no te pedí que hagas eso. Lo hiciste porque quisiste. ¡¡No me culpes de eso!! — Amenacé furiosa, agarrándole como si fuese un muñeco de felpa, apretándole cuando estuvo lo suficientemente cerca, habiendo ignorado por completo como mantenía sus brazos arriba, como si eso fuese a cambiar algo de lo que sucedería. ¡Él no entendía que yo estaba enferma! Lo suficiente para que no me afectaran sus sentimientos, no por ahora al menos.

— ¿Acaso quieres que te dé una clase de filosofía mientras me alimento? — Consulté, observándole arrodillado, mirando de reojo la cortina que nos separaba de la muchacha. Eso no me gustaba, estaba demasiado cerca, lo suficiente para poder atentar contra mí cuando estuviese con los colmillos clavados en el hombre. Negué entonces, levantándome en lo que miraba a las afueras, bufando al notar, -con la amplificación de los sentidos- las habitaciones ocupadas de los costados. No quedaba más que arriesgarme, mordí mi lengua deseosa y de un movimiento me encontré arrastrando al muchacho sobre la cama, tironeando de la tela de su torso de una vez. Siempre era igual, observaba y si me encontraba con algo similar a la antigüedad lo hacía con más o menos furia. En ese caso, no se parecía a nadie y sus palabras me distraían. — No importa qué tanto lo intentes. Siempre se pierde. ¡No me digas cuando servirme! Tssk. — Farfullé, en lo que una delgada uña de mi dedo índice se paseaba por debajo de la clavícula ajena, haciendo una línea de sangre que pronto fue relamida por mi labios, succionando, degustando como quien va a catar un vino. Sí, lo recordaba perfectamente al vikingo cuando iba a las grandes degustaciones. El odio se inflamó en mis orbes y clavé los colmillos sobre aquella tez, quitándolos rápidamente al sentir los deseos de querer desgarrarle el pedazo. — ¿Mmm? ¿Piensas que eres mejor que yo que me miras así? Quizá lo seas, seguramente, no lo dudo. Pero no lo hagas. — Busqué entonces una de sus muñecas, apretándola contra el mullido acolchado, clavando entonces las garras allí, dejando correr hilos de sangre que pronto serían relamidos. Me gustaba probar por partes a mis víctimas, encontrar el lugar ideal donde el elixir rojo fluyera, no obstante tenía que aceptar que el habla del varón no me causaba el repudio habitual. Y extendí mis piernas a sus costados, mi forma plana y sin curvas, horrible para la época, se estaba apoyando en su vientre, mirándolo con curiosidad. El olor a tierra seca de mi cuerpo se podía sentir y ver, el hollín en mi rostro se acercó al ajeno, olisqueándole así la piel de su cuello. — No hueles tan mal para ser uno de los que pasan de mano en mano. — Aclaré en lo que dejaba salir los relucientes colmillos blancos y paseaba así la boca en sus poros, abriéndolos poco a poco, saboreando el gusto metálico con una lucidez poco convencional. Habitualmente me enloquecía en la toma de sangre, me desesperaba y los recuerdos me atormentaban tanto que terminaba irracional, desquitándome con la humanidad a la cual ya no pertenecía. — ¿Qué estudiaste? Dime, cuéntame. — En vez de una orden, el susurro era un pedido calamitoso, como una bestia que pide caricias en medio de catástrofes. Cerca de su oreja, como un viento acariciando.


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