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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Asmodeo Sáb Nov 21, 2015 5:13 pm


Presente


¿Qué es lo que mueve el camino de una persona? Lo básico, -por supuesto- el deseo, las congregaciones poderosas e influyentes, el hambre, el sexo, la poesía, el propio disfrute hacia la diminuta existencia que era cada humano sobre la tierra. El vicario sobre la pared de mi habitación me observaba silente, con un semblante que traslucía una fatiga impresionante; era el hecho de mirarme encrespado y lanzando enojos sin obtener resultados. ¡Oh querido Dios! ¿Por qué no era Él capaz de entender que la nao de la iglesia nunca me tocaría y que por lo contrario, divertía estrambóticamente mis expectativas? La sonrisa jovial se entretuvo unos instantes, en mi reflejo estaba el mismo maniático hombre que hacía siglos caminaba en la tierra con rumbo fijo y sin poder alcanzar a la musa real. Nicolás, ¿Dónde estaba aquel hermoso tesoro de niño en llantos que tanto amaba? ¡Raffaella! ¿Qué había hecho la sabrosura de sus senos turgentes y rotundos a mis plegarias? Sus palabras agresivas que buscaban que mi eternidad sea una inquisición sin coito ni doctrina. Aquel par de malditas bestias que bajo mi lecho siempre habían estado, no eran más que clavijas en mi juego. Y yo, como el maldito demonio de desnudez que era, necesitaba mucho más que la simple yema de unos dedos.
¿Qué era ese ruido que tatuaba el ambiente? ¡Ah! La música de humanos en excitación se diversificaba hacia todos lados.

-Si tenéis fe diréis a este monte: “Desplázate de aquí a allá” y se desplazará, y nada os será imposible-


La biblia, hermosa e intelectual como siempre apareció rondando mis expectativas vivientes. Y con sorna me levanté, la bata de seda oscura cubría mi cuerpo, mientras unos dedos largos y filosos paseaban por unos cabellos mojados, tirándolos hacía atrás. — El hambre de Satanás acude a buscar un testimonio para esta noche. Que el dulce velo cubra a los desesperanzados, están a un paso de saber que es la existencia. ¿No lo crees igual mi querida señorita? — Pregunté entonces a la dulce sangre que corría justo en la esquina de la habitación, en donde un féretro se hallaba abierto, con una mujer que lentamente moría desangrada. ¡Su rostro emanaba excitación, placer y felicidad! ¡Le había dado la ventaja más hermosa hacia la muerte! Mi buen humor era de esperarse. La buena acción había sido realizada en el nombre de mi propio alias. Y con soltura terminé de cambiar mis ropajes para salir una noche más. A visitar a la vida, agachándome para besar unos labios casi secos de un cadáver agradecido, su sangre se empezaba a convertir en veneno por la muerte que estaba dentro de ella. Y mis pasos se remarcaron en la salida de la mansión, con un saco largo, negro y pulcro me destinaba al chismoseo que había escuchado. Una fiesta de ricos y pobres, para dividir un poco más las clases, para que los humanos se utilicen entre ellos sin saber que eran todos partes de una actuación movida por los propios hilos de la eternidad.

La música juntaba mi recuerdo de antaño y las miradas que viajaban a mi persona eran descaradas, tanto que la risa inminente hubiese salido de mi garganta de no ser por la clara instigación que yo mismo me proponía a hacer. Paseando por las curvas, observaba los ojos. ¿Cuál tendría los más brillosos? ¿Cuál lloraría mejor? ¿Cuál estaría dispuesto a entregar la vida a cambio de algo mucho más valioso? Pensar en la existencia de alguien así me aterrorizaba, ¡Nicolás! Solo él podía llorar con la desesperación que a mí me excitaba. Mas no me hice tardar en despertar de mi pesadilla del momento, pero infinita en el inconsciente. Y me hallé entonces encontrando una mirada conocida. Poco tiempo había pasado desde que me había levantado, las riquezas se habían vuelto a hacer a base de engaños y algunos otros no tanto. Me distraía conversar con las personas y muchas veces había terminado explayándome con algún que otro mediocre humano. Ahora, frente a mí, a apenas unos metros, se encontraba el pequeño joven que diez años atrás se veía escondiéndose y mirándome en la lejanía. Nunca lo había probado, porque la curiosidad me había detenido. ¡Y ahora saboreaba mis labios como si un vino mezclado con sangre de virgen estuviese en mis papilas gustativas! “El recuerdo de tu sonrisa fingida es cosquillas que amenazan con una cercanía del tiempo inmutable” Pensaba para mis adentros, apoyando entonces mi espalda sobre la pequeña y mugrienta barra que estaba allí. Moviendo la cabeza a un lado, intuyendo que quería que se acercara, sin dar alusión a segundas oportunidades.

“Recuerdo tu mirada siniestra”

Pasado



“Es mi sobrino” — Tenía ojos oscuros, con un brillo especialmente cautivador. Lleno de tristeza, ¡una encantadora pena que yo podía torturar hasta convertirla en placer! Mantenía distancia, no obstante siempre lo sentía, con la vista clavada. Buscaba algo, alguna imperfección, pero el diablo es perfecto, es igual a Dios, solo que mejor, con muchos más disfrutes arraigados a la diversión espiritual. Se escondía y cuando me daba por acercarme; su hostilidad se hacía evidente. << ¿Qué buscas? ¿Quieres jugar? >> Preguntaba entonces, más para mis adentros que para él. Como si quisiera, en el fondo, arrancarle un pedazo de carne de sus adentros.
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Mensaje por Oscar Llobregat Sáb Dic 05, 2015 9:32 pm

Presente

Lo que en un futuro se acabaría llamando 'horas extras', en semejante escenario del siglo XIX no había modo de glorificarlo. Aunque a decir verdad, en el futuro tampoco. El resto de sus compañeros no lo veían así, al menos no los de aquella noche, todos varones a excepción de Agnes, siempre dispuesta a recordarle que no era un prostituto raro. O que lo era, pero no estaba solo en eso, cosa que prefería pensar, porque todos sabíamos ya de sobras lo que a Oscar le preocupaba 'la normalidad' de la gente. Lo mismo que otorgar el placer deseado a quien pagaba por su lecho: nada. Bueno, a veces sí le costaba, pero eso sólo ocurría cuando los clientes se ponían complicados más allá del terreno del físico. Y afortunadamente, aquella noche había sido concebida única y exclusivamente para el terreno del físico.

Ja. Eso le hubiera gustado a él.

Junto a una de sus pocas amigas en el burdel y tres compañeros más, el polaco había elegido acudir a aquella… celebración que se daría entre las calles más clandestinas de París. Un cántico al sometimiento de lo establecido, una sodomía continua a lo impuesto; la mayor garantía de que la sociedad no podía ponerle freno a todo. Por mucho que se empeñara en catalogar cada exceso, cada acto de libertad, allí no había lugar para las sutilezas, ni el recato. Allí, aliados con la oscuridad y los instintos más salvajes de la noche, cualquier comportamiento que fuera tildado de escandaloso o inapropiado se convertía en un festín para los sentidos, un manjar capaz de ingerirse con la misma facilidad que el agua (que justamente escaseaba en esos lares, sustituida por el vino y cuanto alcohol cupiera en el estómago). Afrodisíacos, medicinas para el amor, música, baile y carcajadas completamente alejadas del mundo real, los límites eran una burda leyenda a punto de ser olvidada, transformados en un juego donde personas de todos los sexos, edades y clases sociales podían participar. Esto último, además, se cumplía a rajatabla, pues era por eso que contaban con la presencia de Oscar.

Como no podía ser de otra forma ante la sebosa hipocresía de la tierra, aquellas disciplinadas bacanales formaban parte de los deseos reprimidos de numerosos miembros de la alta alcurnia que acudían a esas callejuelas sedientos del hedonismo y la algarabía que aquellas gentes de menor estatus parecían manejar tan bien. El lugar perfecto para las intimaciones sin compromiso, pero también para la prostitución. Justo donde entraban ellos. Algunas veces, el burdel mismo les supervisaba para lucrarse también de la cantidad de trabajo que esas ocasiones les brindaban, lo que finalmente acababa en menos dinero para 'la mercancía'. No obstante, aquella ocasión era distinta porque se habían enterado a espaldas de la gerencia del prostíbulo, y actuaban por su propia cuenta. Algo que podría otorgarles mayores beneficios económicos, a la vez que ser mucho más peligroso, al no contar con la protección de ningún guardia, como solía pasar cuando el burdel estaba enterado.

Y luego a nadie se le ocurriría reflexionar sobre el mérito que tenía dedicarse a ese tipo de empleos…

Aun así, el muchacho se olvidó de todo eso en un segundo. O puede que más, muchos más, porque de pronto, fue absoluta e insultantemente incapaz de aferrarse a la realidad del momento, y es que esa vida que el propio Oscar se había construido con la sangre y el sudor del único superviviente de su historia (él mismo) desapareció durante un breve, pero terrible espacio de tiempo al reencontrarse con una cara en la que no pensaba desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Incluso Agnes tuvo que estirar de su hombro para cesar aquel intenso intercambio de miradas, alarmada por la palidez que acababa de inundar el rostro de su amigo.

¿Oscar? ¿Estás bien? -preguntó la mujer.

No –y por un instante, ni siquiera pudo mantener la fachada de la que casi vivía.

¡Que me aspen, joder! ¿Habéis visto cómo nos mira ese hombre? ¡El parné se huele desde aquí, y además es endiabladamente apuesto! –exclamó uno de los otros jóvenes.

¡Acerquémonos, parece lo bastante recio como para aguantarnos a todos a la vez!

¡Y le haremos un descuento, seguro que se lo merece!

Apenas le dio a tiempo a protestar, cuando se vio arrastrado por la ímpetu del resto de cortesanos, que no tenían ni idea de que estaban conduciéndolo hacia el peor de sus temores: el reencuentro con su pasado. Y más personal todavía desde que llevaba diez años en París: su pasado en Polonia.

Conforme sus compañeros de oficio se presentaban y desplegaban sus habilidades ante aquel fantasma de las navidades pasadas, agradeció contar con la compañía serena y tranquilizadora de Agnes, aunque nadie ni nada pudiera salvarle de lo que sentía al volver a toparse con Asmodeo. Quien ya no tardaría en suponer a qué se dedicaba ahora, pero la presencia de más personas le garantizaba permanecer un poco alejado de él… sólo hasta que ese malnacido quisiera. Oscar no era tan iluso.

Pasado

Nunca le dio buena espina, y por mucho que intentara ser todo lo 'formal' que la sabandija de Henryk Llobregat le había enseñado a ser al curtirlo en unas organizaciones callejeras tan despreciables, no consiguió engañarle. 'Encantado, mi nombre es Oscar'. Sin más intención que guardar las apariencias en favor de los negocios, solía reducirlo a observarle en silencio mientras hablaba con el cabrón de su tío y juzgarle sin saber por qué, cada vez que se encontraban por los rincones de aquellos barrios. Siempre convenientemente llenos de gente. Hasta con catorce años sabía anteponer su juego, no en vano su mente había madurado tan deprisa.

Recordaba una de esas veces en las que no fue suficiente y Henryk le ordenó que le llevara un mensaje. Al parecer, era para algo importante, así que necesitaba a alguien de absoluta confianza como recadero y sin duda, su sobrino era su mejor baza. 'A este aliado hay que mimarlo mucho, Oscar'.

Lo encontró en uno de los muelles de la ciudad, el chico los odiaba porque en ellos tenía más posibilidades de toparse con el pescadero desgraciado que era su padre. De modo que al encarar a aquel enigmático personaje, la expresión de su rostro debió de ser el doble de reveladora.

Buenas tardes –aunque ya apenas había luz a aquellas horas, la penumbra había hecho de las suyas-. Mi tío dice que lo de mañana se adelanta a esta noche y que seguramente eso te ponga contento –se encogió de hombros con apatía ante lo curiosas que sonaban las palabras exactas del recado-. Vete a saber, también dice que tú lo entenderás.


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Mensaje por Asmodeo Mar Dic 29, 2015 7:25 pm

¿Y por qué no? El juicio podía comenzar con aquellas almas iracundas manchadas del más hermoso néctar de la sexualidad. Hombres que destilaban la esencia perfecta, en su interior de apiñaban relucientes borrones negros de pecados, estaban enloquecidos y me hacían enloquecer a mí. Desperdigaban el vuelo hacia mi persona y con los brazos abiertos yo los esperaba. ¡Que caigan sobre las losas malditas de piedras que son mis manos! Que entreguen desnudas sus penas pues no hay más que deseo en mis labios, arenilla negra que saborearía con placer. ¡Estaba quebrado el ambiente por la codicia incontrolable de bestias salvajes! ¿Dinero o placer? ¿Qué era lo que realmente buscaban? No estaba seguro de si me importara, pero allí estaba el tesoro, entre medio de los testigos. Los ojos celestes semi transparentes estaban fijos sobre ellos, pero sobre él en especial. ¡Él que temía a su pasado tanto que me hacía buscarlo! ¡La tortura más hermosa es la que podría encontrar con el llanto de sus penas! La emoción se estaba destilando por mi aura y tuve que fortalecerme cuando todos se acercaron con la misma distinción de un puto de coctel. Y una sonrisa se involucró sobre mi rostro, completamente flameante, los dedos de mis manos daban contra la barra de madera. “tic, tic, tic” con un ritmo descollante. — ¿Acaso el perfume de sus médulas es lo dulce que recorre el ambiente? Buenas noches, ¿quizá quieren que los invite a una copa? — La voz ronca, pero perfectamente actuada, salía desde mis labios como si el susurro hacia una amante secreta estuviese accionándose. Con placer y euforia fue que recordé cada uno de sus nombres. Sí, acariciarlos mientras los llamaba ante la muerte era una de mis mayores preferencias. Sin embargo no hice hincapié en presentarme, no, los ignoré a cada uno de ellos. Los usé para que el alma corrompida que yo quería poseer se acercara a mí. Y fue entonces cuando fui directo a su persona, no sin antes dejar una copa de vino caro en cada una de las manos ajenas.

La mirada cansina rebozaba de pretensión. En aquella época, esa piel aceitunada no pudo ser embellecida con la pena que podía darle. ¡Había sido protegido por mi ineptitud! Por tan reciente despertar que no me permitía abocarme a nada en específico. Simplemente, la noticia de un Nicolás muerto no me había dejado en paz. Siquiera los negocios para usar dinero y mujeres a placer. Fueron años más tardes, con la llegaba de Raffaella, que el mundo se había comenzado a poner recto. Y ahora, ahora no había escapatoria para él. — ¿Y cómo es el nombre de tu vida que busca un nuevo camino de esperanza? ¿Cambió? No me mires de esa manera, no soy un fantasma. — Con burla y sorna fue que terminé deleitándome a su frente. Me había tardado lo suficiente, más de seis minutos para hacerlo creer que podía escapar. Hablando con sus compañeros, cada uno de ellos hervía un sinfín de esperanza imponente, manchados en todo su interior, escarbados hasta el último recóndito lugar, desde la garganta hasta los pies. ¿¡Qué tan manchados podían estar!? Si es que deseaban ser purificados, en realidad, estaban en el lugar correcto. Empero estiré mi mano con una copa a Oscar, la acerqué hasta dejarla entre sus dedos, “ayudándolo” a agarrar el vidrio. Sonriendo con perspicacia, en lo que mi índice se movía hacia los lados, al compás de la música. Y no tardé en buscar un cigarrillo negro desde mi saco, apoyándolo con cuidado sobre mis labios, pero sin prenderlo. — ¿Escapaste? O acaso, ¿quieres volver? — La respuesta estaba tatuada en la frente del muchacho, miedo, un terrible miedo que excitaba mis órganos sexuales, dejando que una corriente de vida se fundiera en mis colmillos.

Pasado

“Oscar” su nombre, su apariencia y por supuesto, aquella energía que lo recorría, era completamente hermosa. Llena de temores y deseos incumplidos. De rencores que hacían que mi curiosidad evolucione lentamente. Me relamí los labios por dentro antes de escuchar mi nombre ser pronunciado desde Henryk y una sonrisa a medias terminó por formarse. Nada era más hermoso como pronunciar mi propio nombre. — Sí, Asmodeo me llamo, pequeño ser vivo. Seremos buenos amigos. — La ironía recorría mi voz cada vez que me lo encontraba y no era ni más ni menos que por su propia culpa. Por tratarme con un carácter fuerte y para nada sumiso. Por tenerme desconfianza y un agobio que en nadie solía ver. Aunque allí estaba presente la capa de sueños en mi persona que era fácilmente visible entre toda aquella maraña de sentimientos.

— Ya es de noche Oscar, el sol se escondió y solo queda la órbita de sus rayos cayendo por el horizonte. ¿Lo ves? Míralo bien, porque no podrás verme jamás con el sol en popa. ¿Por qué el escalofriante rostro de pena? ¿Acaso le temes a Pau? ¿Quieres que lo llame? — El mensaje me ponía contento, la sed de sangre era rápidamente deseada por mis colmillos, pero no había nada mejor que tenerlo a él sufriendo frente a mí. La tristeza estaba fuerte, agarrotada en mi interior. Pero nada me decía que no disfrutara los pocos momentos de felicidad de un demonio como yo podía tener. Y negué con el dedo, acercándome a su rostro apenas. — ¿Ya te vas? ¿Quieres cenar junto a mí? —
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Mensaje por Oscar Llobregat Mar Ene 05, 2016 11:32 pm

Presente

Sabía cómo domar cada partícula de su entorno hasta convertirlo en el perro más obediente. Ese condenado fantasma (porque por mucho que afirmara lo contrario, para Oscar cobraba el mismo efecto que si se tratara de uno real, puede que incluso peor, porque nada le asustaba más que la reproducción de su vida pasada) sabía hacer todo eso y más, lo había sabido antes y lo seguía sabiendo entonces. Si hubiera algo mínimamente útil en quedarse allí en silencio, mientras pensaba en todo el poder que tenía aquel demonio sádico… Oscar no lo haría de todas maneras. En aquellos precisos instantes preferiría cualquier cosa antes que permitirle entrar en su mente, porque era lo único que tenía si Asmodeo ya estaba ocupando la esfera de la realidad.
 
En cuanto escucharon la insinuación de las copas gratis, sus compañeros vieron resuelta la entera velada. Alcohol y prostitución, viejos amigos después de tantas noches como amantes. ¿Quién se resistiría a eso? Tarde o temprano sería obligatorio el olor a absenta y cristal chorreante por esa mezcla indescifrable de líquidos, pero ya nada servía lo que conociera de ese tipo de celebraciones. De hecho, podía olvidar cada anécdota y cada certeza que lo volvían un veterano en el campo del hedonismo con veintisiete años de existencia y cinco como cortesano, pues con la presencia de ese rufián de sonrisa atemporal nunca había estado seguro de lo que pasaría. Y menos aún después de encontrárselo en otro país, otra vida y diez largos años de por medio.
 
¡Vaaaya! ¿Deberíamos dejaros solooos? –expulsó uno de los chicos, al tiempo que la risa se le atragantaba con el contenido de su bebida.

¡Su nombre es Oscar, pero quizá vos ya lo sepáis! –presentó innecesariamente otro, a la vez que se ponía a cuchichear con sus compañeros sin ningún intento de sutileza.

¿Le conoces, Oscar? ¿Acaso estamos estorbándote el trabajo? ¡Dilo con total franqueza, aunque será una lástima renunciar a este adonis de hierro, eso no lo negaré! –bromeó el último, antes de pasar la mirada del polaco al enigmático caballero y dejarla caer sobre Agnes, la única que seguía sin comentar nada, todavía preocupada por el extraño comportamiento de su amigo. Menos mal que contaba con algo de apoyo en mitad de aquella bacanal de sinsentido.
 
¿Y tú? ¿Todavía sigues molestándote en embellecer tu bajeza de espíritu? –ignoró las preguntas del resto de jóvenes (a quienes habría podido asesinar allí mismo por su ignorante impertinencia) y respondió a las de Asmodeo, con el corazón firme, aunque bajo la misma tensión de un pie entre la tierra y el precipicio- ¡Claro, qué tonterías digo, es más que obvio que sí! Con el cuidado que pones a la hora de escoger el veneno… Uno siempre presta atención a lo que le gusta hacer, ¿verdad? -replicó, lleno de sorna, una sorna inevitablemente afectada, mas no débil. Tal vez tuviera alma de animal callejero, pero éstos no dejaban de mostrar sus colmillos ni en los callejones sin salida- Antes podías fingir que sabías algo de mí, ahora ya no -comenzaba a perder de vista lo que decía, y eso podía costarle caro con público delante-. No te esfuerces en manipular lo que nunca has controlado.
 
Los efectos del reencuentro con semejante individuo comenzaban a pasarle factura, pues a pesar de que los testigos no pudieran comprender la intrínseca verdad de lo que decían, Oscar estaba sintiendo cómo desordenaban la intimidad de sus recuerdos a la vista de los demás y no lo soportaba. Es más, no lo permitiría. Dio un trago a la copa que Asmodeo le había invitado a agarrar, los ojos clavados en todo momento sobre los de aquel espectro que después de tanto tiempo, volvía a sentir a escasos centímetros de su cuerpo. Y fue entonces que cayó en la cuenta de que debía de ser un espectro de verdad, porque su aspecto no había cambiado un ápice, distinto a la última vez sólo por el contexto. Una reliquia en perfecto estado que resurgía del pasado para atormentarle con munición nueva. Eso, o el destino volvía a reírse de él y a conducirle hasta otro de ellos… Otro de esos...
 
Sí, le conozco –contestó entonces a las dudas de sus compañeros, y puso rápidamente su vaso vacío sobre la mano libre de uno de éstos-. Es un coleccionista de vicios que ha acechado el burdel unas cuantas veces, pero seguro que esta noche prefiere probar suerte con otro menú. Todo vuestro.

Es lo que debía hacer. Inventar cualquier cosa para salir del paso, darse la vuelta y marcharse. No era un cobarde, pero tampoco le gustaba sentirse un masoquista. Y ésa era justamente la sensación que Asmodeo podía conseguir en él.
 
Pasado

La consiguió también aquel día, con la sola pronunciación del nombre de Pau. Comprendería muchas cosas en adelante sobre el significado oculto, aunque poco sutil, de a lo que se refería con toda esa parafernalia del sol, o más bien, de la falta de éste. De todos modos, en ese momento fue completa y absolutamente ensordecido por la vileza de las palabras de aquel desconocido que se empeñaba en no serlo tanto.

¿Por qué has dicho eso? –inquirió, no supo si más confuso que enfadado- ¿De qué conoces a… -'mi padre'- ese hombre?

No era eso lo que realmente habría querido decirle, no tan... educadamente. De ser posible, habría sacado las garras tras un rugido tranquilo, por aquel entonces ya era muy receloso en lo que respectaba a su vida privada y eso incluía la tormentosa relación de desprecio con la que aún compartía techo al volver a casa. Sin embargo, el esfuerzo laborioso de 'ser un profesional' debía estar por encima de todo lo demás, incluso de su ego. Si aquel desgraciado hacía llegar alguna queja a Henryk, sería como tirar años y años de trabajo al mar. A ese mar que ojalá se engullera a Pau Llobregat un día de ésos.

Cenaré contigo si me cuentas cuáles son los planes que tienes con mi tío para esta noche.

¿Que si quería jugar? Era difícil ocultar la curiosidad como único soñador en una tierra de miserables.


Última edición por Oscar Llobregat el Lun Mar 21, 2016 1:21 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Asmodeo Dom Mar 20, 2016 9:01 pm

Los conejos siempre fueron un arma secreta para mí; escurridizos, suaves, miedosos, con un efímero sentido del salvajismo que rápidamente se ocultaba cuando notaban la imposibilidad de estar en mi contra. ¡Eran casi perfectos! Un casi porque yo necesitaba un poco más de entusiasmo para dejarlos vivos por un tiempo, para experimentar hasta saciar el apetito del buen gusto. Aquel precioso polaco era lo más parecido a un conejo que había conocido. Pero por supuesto, y con suerte, mucho más interesante. Había resultado ser uno en extinción. De agujas en vez de suave pelaje, lo intentaba realmente bien, esconderse en su propia mente, pensar que quizá, solo quizá, escaparía de mí. ¡El dulce infierno de la ingenuidad! ¿Por qué un roedor querría escaparse de su depredador cuando ya no ve salida? ¿Acaso no es mucho más preciado el placer de morir? ¿Por qué nadie más que yo y mi dulce Nicolás podía entender eso? El parar de un corazón latente, ¡era exactamente la definición de silencio que ningún físico podía concebir! Ilusos ellos, que lo que tienen en frente de sí no lo logran ver.
Lógicamente, mantenía una de mis mejores sonrisas, sin mostrar los dientes, solo penetrando con la mirada bastaba para definirle a alguien mi posición en tal situación. ¿Cuál de todos estaba más sucio? No podía distinguirlo, eran todos tan básicos, tan tiernas victimas para una noche casual. No valían la pena, ninguno podía darme la visión del sufrimiento que yo tanto anhelaba. ¿Dónde estaban los gritos y los llantos que yo, Asmodeo, había implantado en ésta tierra? ¡Era todo una gran blasfemia! Y sin embargo, el reluciente rostro de Oscar se lucía entre ellos. Miedo, un increíble miedo, junto con la fiereza, mantenía una ilusión y una desesperada necesidad de escaparse. Y yo, yo no podía dejar de mirarlo a los ojos. — La belleza que regodean necesita sus excesos. Disfruten, que la noche es demasiado corta en sus vidas para desperdiciarla. — Las nuevas drogas de la época espolvoreaban por demás. ¿Cuánta era mi necesidad de ver sangre? Hubiese dado mi último pedazo de alma, si la tuviera, por desmembrar a cada amigo del muchacho para verlo llorar; con todo, había un leve instinto que me decía que él podía llegar a morderse su propia lengua en suicidio.

Quizá muy exagerado, pero eran mis muñecos, no podía permitirme destruir a mis muñecos preciados. Eran míos después de todo, pasara el tiempo, los siglos, quizá algunos los pude haber visto una sola vez. Otros murieron y desaparecieron siendo de mi propiedad también. ¿Por qué? Pues, ¡absolutamente todo era mío!, era el dios del averno después de todo. El mismo terror sacado de la más cruel existencia. — El espíritu no es más que una genuina anomalía, lo que es real es el cuerpo. ¿Acaso miento? Acaso no es eso, ¿lo que siempre has visto en mí en realidad? — Era en verdad una diversión absoluta. Para aquellos pobres humanos que no sabían lo que les iba a pasar, se trataría de sexo, ¡¿Qué otra cosa podían tener en sus tristes e impertinentes cabezas?! Pero bien Oscar sabía que hablaba de la muerte, de la gran inmortalidad que yo había conseguido, lo suponía por su rostro. Un alma, un espíritu, ¡nada de eso era veras si la carne es lo que sigue en pie por la eternidad! Alcé la una copa, la moví, observando cómo iba y venía el líquido. Deseé que fuese sangre fresca y me lo tragué de un mísero momento. Mis ojos, de un profundo y largo cielo azul se cerraron y volvieron tenaces, agudos y expectantes. — Me pregunto si, ¿recuerdas tú lo que a mí me gusta hacer? — Dejé entonces el vidrio, alejándolo de mis manos, acercando a uno de los muchachos con emoción, los dedos largos y afilados se posaban en su cuello, casi acurrucándolo en mi pecho, oliéndole, sacando así la vista del polaco. Un festín de sangre, que el interior salga hacia afuera y que los gritos bañaran todo en vez del sudor. — ¿Sabes cuál es mi color preferido? El rojo, me encantaría verlos bañados en rojo. Por supuesto, hablo del vino. Por favor, apiádense esta noche y déjenme ver como no queda más qué entregar en éstas barras. — Alcé la mirada al muchacho entonces, dejando al otro jovencito en libertad. ¡Cuánta gente viva! Cuantos corazones para destrozar. Y yo quería uno en especial y obvio, alcé la mano para que se acercara. ¿A quién más podrías sacrificar a cambio de tu obscena sorna? Miré a la mujer, con los ojos abiertos, llenos de una terrible perspicacia, casi como si supiera lo que estaba pasando entre ambos y alcé la ceja, apenas desprevenido. — Oh, qué descarado. ¿Han visto como me ha dejado mirando? Supongo que entonces podré servirme de los demás. ¿Cómo es su nombre señorita? — Me dirigía a la muchacha, Agnes según los pensamientos superficiales que él había dejado salir al mirar a la totalidad de sus compañeros. Era una pequeña belleza, no obstante, claro que estaría mejor si muriera. Y me relamí, tensando los músculos al tiempo que esperaba su reacción. Sabía cuál era, la estaba esperando, era una de esos reflejos que me gustaban, que no me aburrían. Porque tener el control era mi único vicio.

Pasado

Era tan enceguecedoramente entretenido, sus ojos eran grandes y temían, también odiaban. ¡Eran sentimientos oscuros! ¿Cómo podía no adorar todo ese cúmulo de pensamientos abrasadores, a punto de incinerarlo todo? Y asentí, los asesinatos eran la manera más dulce de hacer contratos. Yo le daba al tal Henryk lo que quería y él a mí me escudaba lo suficiente para estar en calma hasta recomponerme por completo del letargo. Era casi una vida de paz, demasiado pacífica para ser verdad. Incluso una parte de mí había aceptado no matar a nadie de esa familia, simplemente porque me habían ayudado. ¿Recompensarlos? Sí, quizá algo como eso, aunque más bien podía decirse que era un regalo, el más grande que le podía hacer a alguien. — Estabas mirando a los lados, supongo que él ya se ha ido. ¿Le temes? ¿Qué te ha hecho? — Acerqué la mano apenas al animal callejero y miedoso que tenía frente a mí. ¡Él parecía pensar que tenía colmillos de fiera salvaje! Mas era un roedor escurridizo, no tenía aún definido qué. Una rata, una liebre, quien sabía, no podía estar seguro. Pero ya lo había mirado como mío. Y eso era lo único importante. — Muy bien, ¿por qué la curiosidad? ¿Acaso no sabes de lo que trabajas? Caminemos, te llevaré a cenar. ¿Alguna vez has sentido la muerte, Oscar? — Era curioso, lo era por sobre todas las cosas. Y mientras más oscuras, más me importaban. ¿No era la frialdad de la no vida lo más misterioso que existía? Observé el cielo y luego por detrás. Allí, en uno de los barcos, se hallaba el progenitor del joven. ¿No sería hermoso traerlo, matarlo y ver su rostro de enfermiza realidad? El odio, podía convertirse en remordimiento y al final en liberación. ¿Qué es lo que él más quería?
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La danse de Sang [Oscar] Empty Re: La danse de Sang [Oscar]

Mensaje por Oscar Llobregat Mar Abr 11, 2017 7:46 pm

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¿Acaso miento? Acaso no es eso, ¿lo que siempre has visto en mí en realidad?

Si hubiera dicho que tenía miedo a responder esa pregunta definitivamente se habría quedado corto. Pero no era algo que debiera preocuparle en esa realidad precisamente porque jamás lo diría… incluso si cualquier adverbio de tiempo perdía toda su fuerza y su credibilidad delante de Asmodeo.

Pronunciar su nombre, hasta para sus adentros, sin apelativos desdeñosos ni el desprecio subjetivo de sus emociones, sonaba tan escalofriante que de saberlo tenía la escalofriante certeza de que el chupasangres se sentiría colmado de orgullo. Como si no fuera ya sobrado de eso…

Y a decir verdad, tampoco había que descartar la posibilidad de que entre su haber de poderes estuviera el de leer la mente o… en fin, algo parecido, no se conocía los términos oficiales si es que existían realmente. Maldita sea, estúpido de los cojones. ¿Acaso no había aprendido nada sobre los vampiros desde que descubriera que su vida había sido cambiada precisamente por uno de ellos?

Al parecer, no mucho, o de poco servía delante de su fantasma particular recién aparecido de... no tenía ni idea de dónde. ¿En qué condenado instante las grietas de su existencia se habían vuelto a abrir para beneficio de otra tortura del pasado?  

El cuerpo se le erizó por completo al escuchar las afiladas palabras de su interlocutor: 'lo que le gustaba hacer'… Desgraciadamente lo recordaba, o recordaba las elucubraciones que se vio obligado a hacer en su día entre deje y deje que aquel sádico le permitía conocer, siempre con la perturbada caricia —pues a pesar del peligro y el horror de las intenciones que guardabam así era como se sentía; como una caricia— de las insinuaciones y la línea burlona que separaba la broma de la verdad. Y era por recordarla tan jodidamente bien que sus sentidos consiguieron traicionarle en mitad de aquel horrible espectáculo que estaba soportando cuando la atención de Asmodeo acabó dando con su auténtico punto débil allí: Agnes.

De forma instintiva y rápida, libró a la única mujer de contestar a la pregunta que le había hecho aquel monstruo al colocarse de un solo paso entre ambos, prácticamente en un reflejo protector y, como él sabía mejor que nadie, insensato. Aunque la insensatez más bestia la pudo tastar de sus feroces ojos al momento de mantenérselos con toda su atención volcada por fin en las llamas de su naturaleza inmortal e invencible, especialmente para un mero y humano prostituto que aun así, había sacado las garras, dispuesto a arrojarse al precipicio.

—Está bien —concluyó con una seriedad imposible ya de evadir, ni siquiera por sus crueles jueguecitos—. No necesitas alargar lo que sea que intentas montar con este circo. Tú ganas, ¿de acuerdo? Si me quieres a mí pues aquí me tienes. Haré lo que me pidas pero deja al margen a quienes no tienen nada que ver con esto.

Pasado

Sin darse más tiempo a recapacitar sobre lo poco que le gustaba el control que pasaba a sentir cuando ese desconocido hacía mención de su padre, el joven Oscar obedeció, igual que si estuviera hipnotizado y eso fuera su entera responsabilidad, pusilánime e incapacitado, pero a pesar de todo, completamente embriagado de temor. No temía a Asmodeo sino más bien a lo que experimentaba respecto a sí mismo cada vez que él andaba cerca. Nadie más le producía una sensación parecida, ni siquiera el puto desgraciado de Pau Llobregat…

—No es temor lo que me produce sino asco —replicó mientras le seguía la mirada y la encontraba en la figura lejana de su padre. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se obligó a centrarse en otra cosa por el camino. En él, por ejemplo—. ¿Qué me ha hecho, dices? —Una carcajada amarga, casi auto-paródica—. Si empezara a explicártelo bien, no creo que vivieras lo suficiente como para escucharlo todo… —Ironías, ironías, ironías.

El mancebo se fijó de verdad en su interlocutor y en cuanto se dio cuenta de que estaba haciéndolo también en un sentido más… impúdico súbitamente recordó el carácter oscuro de toda la situación y, de nuevo, se obligó a ser sensato. Ése era un poder que aún no estaba dispuesto a otorgar a nadie y menos a alguien en el que confiaba tan poco.

—Bueno, de lo que trabajo pero tú también sabrás que eso no siempre está relacionado con lo que mi tío permite o no que se conozc… —interrumpió su propia respuesta al escuchar aquella otra pregunta tan repentina y… profunda, incluso macabra, para haberla lanzado justo después de las demás: ¿Alguna vez has sentido la muerte, Oscar? No lo sé y si hubiera pasado lo sabría así que no, supongo que todavía no.


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