Aaya Maciej

Personalidad

Un cuerpo promedio, tanto de estatura, como de peso. Sus curvas son pequeñas, pero van conforme con su rostro y sus huesos. A simple vista pareciera quebradiza y vulnerable. Pero desde su infancia ha tenido clases de defensa y de artes marciales con su padre, el único al que le permite tocar la piel de sus brazos al descubierto. Haciendo que sus músculos sean pura fibra de punta a punta. Esto la ha llevado a desarrollarse antes que los demás.  Su piel es blanquecina pero con pequeños toques rosados en sus mejillas, algo que quizá se debiera al constante sonrojo que mantiene a causa de la timidez y la pena que le da conversar con cualquiera que se le acerque. Es de tersa contextura, menos en sus manos, que están arrugadas y lastimadas a causa de lavarlas constantemente. Sus uñas son cortas y arden a los costados por las hebras de piel que se descascaran. Pero no permite que nadie vea aquello. Siempre lleva guantes, de diferentes colores, todos acorde con el tipo de vestido que puede llegar a llevar. El cual tiene siempre un pantalón largo por debajo y de portar con mangas cortas, sus guanteletes van hasta arriba de todo. Si pudiese, le hubiese gustado poder usar esos enormes y cubiertos trajes de hombres.
Por otro lado, sus ojos son celestes y enormes, bordeados con una aureola negra. Intensos y dulces, siempre hablan más de lo que a ella le gustaría. Con pestañas populosas, así como unas cejas armadas y oscuras por arriba de sus párpados. Sus labios son de un rosado pálido finos por arriba y gruesos por debajo. El cabello largo, espeso y rubio siempre está descontrolado y suelto. Es esencialmente bella, pero debido a su personalidad no suele destacar dentro de la sociedad. Su ropa no es utilizada para mostrarse a los demás, sino como una armadura hacia el ambiente. El cual, ahora que vive en Paris, ha hecho que su miedo se agrande cada vez más, pues hasta el momento le ha parecido la ciudad más sucia y espeluznante que ha visto jamás, todo lo contrario a lo que su abuela contaba en sueños.




Nació en la actual Bélgica, en una familia de clase media bastante acomodada con respecto a la casa y el trabajo, ya que su apellido viene de muchas generaciones atrás. Fue criada, en principio, por una madre cariñosa y un padre por demás de trabajador. Ambos dos provenían de cazadores de sobrenaturales, una antigua tradición que ha perdurado a través del tiempo. La razón de hacer esto es, en realidad, desconocida para Aaya, quien siempre se caracterizó por aceptar sin preguntar. Aunque esto no quiere decir que no tenga cierta curiosidad por el trabajo que debe hacer por las noches, a decir verdad cuando era pequeña estaba interesada por completo en la magia y las llamativas cosas que la rodeaban. Las historias de su abuelo matando a nosferatus e incluso combatiendo contra más de cinco inmortales a la vez le causaban una extraordinaria pasión que lentamente se fue suicidando.

Poco tiempo después de cumplir los tres años, la madre de esta niña fue enviada reiteradas veces a muchas misiones a diferentes partes del mundo. Siempre volvía intacta, pero no tenía demasiado tiempo para la hija y aunque no la privaba de nada y la llenaba de regalos, no había momentos para que pudiese entregarle parte de su educación, dejando a la abuela a cargo de su crianza al fin y al cabo. Una señora formidable sin duda alguna, había sido de las mejores mujeres cazadoras que había tenido aquella sociedad en la que se mantenía -la cual tenía contacto con muchas familias de cazadores a través del mundo-, aunque tenía problemas con respecto a todo lo que no fuese de su misma autoría. Mantenía una gran repugnancia hacia la suciedad, el alcohol y todo lo que pudiese llegar a ser adictivo o quizá no tanto. Algo que Aaya no entendía al principio pero que poco a poco comenzó a absorberlo, haciéndolo suyo por completo.
No se podría decir que la abuela fuese una mala persona, por el contrario, dotó a esta muchacha de muchos conocimientos. Y se decía que fue debido a un viaje de muchos años que terminó de ese modo, en principio se suponía iba a ser corto, quizá algunos meses, pero lentamente se fue atrasando, ninguno sabía la razón real, pero al volver de Francia, la encontraron demacrada y consumida. La madre de Aaya apenas cumplía los quince años, pero no reconocía a su progenitora. Ésta había cambiado y aunque se notaban los intentos de volver a ser la cazadora que era antes, jamás pudo recobrar la vitalidad. Era como si la hubiesen consumido por completo, pero ella extrañamente decía que era feliz, había hecho todo y ahora tenía que pagar por eso.

Así que nuestra protagonista, fue educada físicamente por el padre y mentalmente por la anciana. Dando frutos a la timidez, temeridad, agilidad y fortaleza interior. Cosas que no eran ni buenas ni malas, pero sí diferentes. Ya que de una cazadora se esperaba ferocidad y una capacidad enorme para enfrentarse a las más temibles adversidades.
Su primera misión se llevó acabo a la edad de diez años, cuando mató por primera vez a un vampiro neófito. Varias veces había sido llevada por las calles para verlos, para saberlos diferenciar de los humanos. Se entrenó con hechiceros, para dominar el arte de las energías. Reconociendo movimientos, auras y lentamente, podía notar la vida en la piel de los asesinos. Pero jamás se interesó vívidamente por aquellos seres, ni mucho menos le agradaba matarlos. A ella le gustaba otra cosa, tenía fascinación por la lectura, especialmente por una autora desconocida del lejano París. Sin duda la causa no era ni más ni menos que la abuela, mujer que la introdujo a leer de aquellos extraños y maniáticos poemas. Iban desde la más cruda realidad, hasta la más deplorable de las ficciones. Aaya estaba fascinada, no solo con eso, sino con aquel apodo que aparecía al final de los escritos. Un veneno mortal, una originalidad hecha vida. Era increíble y era lo que más compartía con aquella mujer. Incluso se pasó gran parte de su adolescencia palpándose de todas aquellas letras. Se imaginaba a la autora hablándole, contándole los más oscuros secretos detrás de la pluma. Y fue por aquel tiempo cuando se dio cuenta que había terminado enamorada de un personaje de ficción. Incluso le había puesto sexualidad femenina, algo que no se sabía, ya que lo que veía era solo un apodo. Y así mismo y sin darse cuenta. La enfermedad que empezaba a tener se hacía progresivamente grande.

Había empezado con no acercarse a las cosas ajenas, lo cual no resultaba demasiado extraño, notando lo poco social que era. Pero despacio, la idea de llegar a contagiarse de una enfermedad empezaba a enloquecerla. Leer sobre las pestes que mataban miles de personas. O sobre la locura que el alcohol y las drogas podían ocasionar, hacía que Aaya temiera el roce del aire. Los guanteletes eran casi parte de su piel. Y cumplir su mandato como parte de la herencia Maciej comenzaba a ser algo tedioso y mortal. ¿Si se convertía en un ser horrible como ese? Matar licántropos era una de las peores y más traumantes cosas que podían hacerle hacer. Pero se las apañaba, aprendió que si es más silenciosa y rápida que los demás, siempre iba a poder dar el primer golpe y quizá el último.
A los dieciocho años su padre decidió que ya estaba apta para acompañarla en muchos más trabajos y como su madre y abuela, comenzó a dar largos viajes por el mundo. Las reglas eran claras, nadie podía saber nuestro nombre real, si había un vampiro o licántropo cerca, había que matarlo de la manera más sigilosa posible. Tenían que ser como sombras y vivir siempre sin ninguna fama o sueño. Esto no resultaba demasiado difícil para Aaya, ya que; aunque tenía una personalidad curiosa por naturaleza, su extraña fobia no le permitía salir demasiado a la calle. Las cosas que aprendía se podían deber a tener que acostumbrarse a la cotideaneidad del lugar en el que estaba o simplemente porque así se lo comendaba su padre. Fue a sus diecinueve cuando la abuela falleció. El médico catalogó leptospirosis en sus manos, enfermedad que se agarraba en pequeñas lastimaduras y poco a poco iba matando el sistema circulatorio.
Aquello no hizo más que aumentar el temor de la, ahora, adulta cazadora. Pero se guardó aquel terror de morirse, con la misma excentricidad que se guardaba todo, en lo profundo de su ser. Y siguió viajando, el nuevo destino era París, lugar con el que siempre había soñado. Conocía todo de aquella ciudad, aunque jamás la había visitado. Sabía que en algún lado, quizá encontraría a la escritora que la había fascinado desde pequeña, aunque claro, estaba claro que era una mentira de su mente, algo que la conducía a seguir viviendo, ya que ni el sexo, ni los años daban pie a poder encontrarla. A demás, estaba al tanto que la cantidad de seres sobrenaturales que había allí era más grande que en ningún otro lado. Los índices eran claros, podía morir cualquier noche en las manos de un no vivo, pero bien prefería eso, que vivir en la eternidad o en las sombras de la luna llena.




•Gustos:Le gusta leer, pero le resulta muy molesto ir a comprar libros, puesto que tiene que tocar demasiadas cosas que probablemente pasaron por muchas manos, quizá enfermas. Así que siempre va con guantes y luego tira aquellos.
Suele mirar y disfrutar la vista de los animales, siempre que estén lejos de ella, claro está.
•Disgustos:Todo aquello que parezca sucio e incluso si no lo parece. Estar cerca de alguien enfermo le causa nauseas. El hecho de que la toquen o siquiera la rocen también le desagrada muchísimo. Y solo puede contenerse a no empujarlos si se trata de un familiar.
•Miedos: Enfermarse es uno de sus mayores miedos. Ser contagiada por un licántropo o ser convertida en vampiro también le aterra. Intenta no pensar demasiado en esas cosas. Y vive reprimiendo aquellas frustraciones.