El bosque de los lobos [Priv. Armina Mimieux]

El sonido de un cañón sonó tan cerca que notó vibrar la tierra a sus pies. El uniforme antes impecable se había llenado de tierra y sangre ajena. Su barba dejada le daba un aspecto desaliñado pero muy masculino mientras intentaba llegar a la trinchera, las pulsaciones de Adrien se disparaban y tenía unas ganas terribles de gritar. Apuntó con su fusil enorme, de larga distancia. Estaba prendida su mecha y la bala de plomo metida en el cañón. Siguió el recorrido de su enemigo y disparó cerrando los ojos con fuerza los volvió a abrir para encontrarse con la realidad.

El bosque estaba amaneciendo perezoso, el rocío de la noche daba un aspecto salvaje y frondoso a ese bosque parisino que, según le habían dicho, estaba repleto de piezas que cazar. Le gustaba cazar, o al menos antes de ir a la guerra, su padre lo inició en cuanto tuvo fuerza suficiente de cargar con un fusil, pero la actualidad era bastante más extraña. Salía a cazar para no perder la costumbre y el lujo de poder cocinar sus propias piezas pero últimamente, en cuanto tocaba un arma o en cuanto apretaba el gatillo su mente le jugaba malas pasadas. Le entraba una ansiedad palpable en las manos  y un sudor frío recorría su espalda. Sin duda se trataba de una depresión postraumática que muchos combatientes desarrollaron.

Aquella mañana Adrien se despertó muy temprano para ir a cazar al bosque, necesitaba un poco de tranquilidad y puesto que el otoño se había ido y la primavera se estaba terminando, propició las ganas de salir en una excursión. Así se descubrio así mismo, mientras intentaba matar a un venado, de lo mucho que le recordaba a la guerra. Sin muchas ganas y asustado se acercó hasta el venado herido y con su cuchillo lo mató de la forma más rápida y limpia que pudo. Después ató las patas del venado que pesaba muchísimo y con una cuerda lo fue arrastrando hasta el camino donde había dejado su caballo con el pequeño remolque donde solía cargar la caza. Sin embargo cuando dejó la presa, con el rostro sudoroso por el esfuerzo, volvió a coger su fusil y se dirigió hasta la zona frondosa donde se oían ruidos, ya fuera de un animal o una persona que se encontraba entre la maleza. Cargó su fusil y apuntó hacía donde venía el ruido- ¡Sal de ahí!- dijo con voz autoritaria deseando que no fuera una persona, ni un animal grande. Y para su sorpresa se encontró con un rostro conocido.

Armina Mimieux era la joven con la que noches atrás había bailado. Relajó sus brazos al ver que se trataba de ella y dejó el fusil caer- Ruego que me disculpe, señorita Mimieux- dijo aderezándose y mirando su aspecto, al contrario que él ella estaba flamante. Sus belleza resaltaba aún mas entre la naturaleza del bosque y transmitía mucha más paz que en la calle o en un salón de baile. Pero desde luego lo que más le llamaba la atención era ese aire distraído y tranquilo que parecía tener, tan confiada y tan buena que Adrien se maldijo por dentro al haber sido tan estúpido de asustarle con ese fusil.- Lo lamento mucho- volvió a disculparse- ¿Qué hace en el bosque sola?¿No le han dicho que debería ir por el camino y no meterse en la maleza?- comentó acercándose hasta ella, para extender su mano y ayudarle a salir hasta el camino nuevamente-

Se sintió desnudo al ver como Armina contemplaba y tocaba las cicatrices de su cuerpo, no estaba orgulloso y tampoco le importaban, de hecho siempre se dijo que las cicatrices eran una muestra de virilidad y daban un punto atractivo y varonil a Adrien, pero desde luego no era algo de lo que enorgullecerse. La guerra le había marcado en todos los aspectos de la vida- La guerra- contesto, y en una mínima frase resumió todos los males y la sombras que rondaban a Adrien cada noche. Aunque ella no lo supiera. Se dejó tocar por sus manos y deseó que ese contacto nunca cesara, de hecho pensó en acercarla y besar esos labios. Porque su boca, su boca avocaba al deseo, eran un abismo y un salto al vacío que pocas personas podrían hacerlo. Pero mientras se debatía con su falta de valor, para confesarle que le atraía o que tenía el deseo y la intención de besarle, Armina retrocedió llevándose toda oportunidad con ella y haciendo sentirse a Adrien abandonado y avergonzado. Un héroe de guerra acobardado por una mujer de armas tomar. Irónico como la vida misma.

Ella entró en el agua y salio, mojada, como si fuera una venus naciendo del mar. Una creación divina que representaría la sensualidad, fertilidad y pureza de la mujer y de todas las mujeres del mundo. La estampa haría que a cualquiera se le cayera la baba al suelo, aunque suene como una vulgar expresión, pero así era todo lo que le apetecía hacerle a esa mujer. Ahora mojada, la delicadeza y el protocolo cordial propio de su clase se transformó en la vulgaridad del instinto sexual, el instinto devorador de mujeres. Ese instinto que se despertaba en Adrien con Armina y que él era consciente de que sólo ella podía saciar.

Salió del agua como si le hubieran clavado 50 agujas ardiendo al mismo tiempo. El contacto con el agua le dejó en un limbo sensitivo, si bien su cuerpo estaba caliente por el esfuerzo físico y el calor del sol, el lago tenía una temperatura mucho más baja, y ese choque entre materia de dos temperaturas diferentes fue como un latigazo en todo el cuerpo. No le dio tiempo ni a pensarlo, solo a sentir el empujón de aquella mujer natural y despreocupada que se tomó la libertad de darle.

Adrien salió del agua a flote, giró la cabeza con un movimiento brusco y se quitó la mayor parte del agua que tenía en el pelo. Después se pasó su mano por la cara apartando el agua de los ojos y comenzó a nadar hacia la orilla con cara de perro mojado - Te vas a enterar- salio del agua y fue a cogerla con paso decidido. Pasó una mano por detrás de sus piernas y la otra por su espalda para cogerla cual princesa. Sin rechistar fue corriendo al pequeño dique de piedra que entraba al lago y saltó con ella en el agua, haciendo que salpicara todo. La soltó una vez dentro y se separó nadando- ¿Crees que no se divertirme?- dijo sumergiéndose todo lo que le permitía el lago para buscar las piernas de Armina nadar y cogerla del piel para asustarla. Cuando lo hizo Adries salió y comenzó a reírse. Al ver que ella buscaría su venganza acuática comenzó a nadar hacia la orilla para salir y fue cuando descubrió la terrible verdad. Dos jóvenes se habían acercado a curiosear, no tenían pinta de ser la ciudad y sus ropas eran más arapos que ropa. Se acercaron a la ropa de ambos y cargaron con ellas como pudieron.

-¡EH!¡EH!¡LADRONES!¡Cómo os pille!- maldijo todo lo que pudo, dio un golpe al agua e intentó llegar a la orilla todo lo rápido que pudo, salió en paños menores y descalzo hacia los dos jóvenes pero estos entraron en el bosque y Adrien, descalzo no podía seguirles, no si ellos iban corriendo. Se apoyó en un árbol riéndose y se giró para mirar a Armina que seguía en el agua. Se acercó con una mano en la cadera mirando al suelo, con actitud dejada mientras se reía- Esto es surrealista- comentó riéndose por no llorar, realmente- En París uno no puede descuidarse- se sentó en el borde del lago y miró a Armina de nuevo, parecía tan indefensa y frágil y eso no es era lo peor. El gesto de risa de Adrien se volvió sombría al pensar que tendrían que ir en paños menores por todo el bosque, hasta llegar a su casa. Y él no tanto, pero una mujer así sería una barbarie y una humillación- Siento no haberlos alcanzado a tiempo- se disculpó al sentirse culpable de la situación en la que se encontraban ambos.