AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Proverbios || Privado
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Proverbios || Privado
“Muchos son los llamados y pocos los escogidos”
Las hermanas se congregaban para adorar al Santísimo. Luego de la misa de las siete de la mañana a la cual asistían cada domingo, permanecían en los asientos delanteros para rezar el rosario, bajo el mando de su Superiora. Christel comenzaba y las monjas completaban las partes que les correspondían. Una a una apretaban las cuencas, y la voz grave de la Achenbach retumbaba con temor entre los muros de la Catedral, con un respeto que rozaba la irreverencia. Es que las subordinadas casi le temían a la intransigencia de Christel, aunque también conocían su justicia. Ninguna se atrevía a contradecirla, y entre ellas, reinaba una armonía guiada por la mano experta de una líder innata como lo era la prusiana. Una vez terminada la rutina, cada una, si lo deseaba, se quedaba de rodillas para seguir orando. Todas tenían sus penas y todas habían dejado una vida atrás, por lo que no había quien no se levantara y decidiera evadir la intimidad de ese momento. Salvo Christel, ella no se permitía algo semejante, y era quien observaba a todas las hermanas.
Ese día, descubrió la figura de un niño sentado en el último asiento. Le pareció extraño, pues no era común que estos estuviesen en aquel horario orando. Primero vaciló, ¿acercarse o no? Quizá era un pequeño carenciado que necesitaba ayuda de la Congregación y no se atrevía a acercarse, de esos había muchos, y a pesar de la máscara pétrea que enfundaba el rostro de la Superiora, todos conocían perfectamente la debilidad que tenía por los infantes. Se acercó lentamente, cuidando de que sus pasos no hiciesen eco y eso cortase la intimidad de los rezos. Caminó a través del pasillo, y a medida que se acercaba, podía distinguir el rostro del nene. Era una criatura preciosa, su abundante cabello se le antojó enternecedor, y sus mejillas denotaban que no llegaba ni a los diez años. Observó de un lado a otro en busca de unos padres que no aparecían, y se preguntó quién era el responsable de que un niño anduviese solo. Por más que estuviese en la Catedral, París estaba lleno de peligros, y más para alguien tan pequeño.
—Hola —lo saludó en un susurro. Se sentó junto a él. — ¿Qué haces aquí? ¿Tus padres saben dónde te encuentras? —se notaba a leguas que era un niño cuidado. Sus ropas eran de buena calidad, su piel tenía un lindo color, estaba abrigado y sus zapatos limpios. Claramente, o se había perdido o se había escapado. —No deberías estar sólo —agregó, antes de escuchar un grito que provenía de donde se encontraban las hermanas.
Christel se puso de pie, no sin antes pedirle al niño que no se acercase, y corrió hacia el revuelo casi histérico. Se abrió paso entre las que lloriqueaban, y descubrió a la hermana Charlotte con un ataque de epilepsia en el suelo. Su cuerpo se contorneaba como poseído por el demonio, tenía los ojos en blanco y de entre sus labios salía espuma. Rápidamente le pidió a una de las monjas que la tomase de los pies, ella sacó una Biblia de bolsillo que llevaba en un pequeño bolso y se la metió en la boca para que no se mordiese la lengua. La ayudó a colocarse de costado y le susurró varios Ave María hasta que la muchacha se tranquilizó.
— ¡Vayan por un médico, por amor de Dios! —exclamó Achenbach, que acariciaba la frente húmeda de la convaleciente joven. Le preocupaba Charlotte, hacía aproximadamente dos meses que sus ataques se habían vuelto frecuentes. Cuando alzó la vista, descubrió al niño observándola. Sus ojos le parecieron increíblemente hermosos.
Ese día, descubrió la figura de un niño sentado en el último asiento. Le pareció extraño, pues no era común que estos estuviesen en aquel horario orando. Primero vaciló, ¿acercarse o no? Quizá era un pequeño carenciado que necesitaba ayuda de la Congregación y no se atrevía a acercarse, de esos había muchos, y a pesar de la máscara pétrea que enfundaba el rostro de la Superiora, todos conocían perfectamente la debilidad que tenía por los infantes. Se acercó lentamente, cuidando de que sus pasos no hiciesen eco y eso cortase la intimidad de los rezos. Caminó a través del pasillo, y a medida que se acercaba, podía distinguir el rostro del nene. Era una criatura preciosa, su abundante cabello se le antojó enternecedor, y sus mejillas denotaban que no llegaba ni a los diez años. Observó de un lado a otro en busca de unos padres que no aparecían, y se preguntó quién era el responsable de que un niño anduviese solo. Por más que estuviese en la Catedral, París estaba lleno de peligros, y más para alguien tan pequeño.
—Hola —lo saludó en un susurro. Se sentó junto a él. — ¿Qué haces aquí? ¿Tus padres saben dónde te encuentras? —se notaba a leguas que era un niño cuidado. Sus ropas eran de buena calidad, su piel tenía un lindo color, estaba abrigado y sus zapatos limpios. Claramente, o se había perdido o se había escapado. —No deberías estar sólo —agregó, antes de escuchar un grito que provenía de donde se encontraban las hermanas.
Christel se puso de pie, no sin antes pedirle al niño que no se acercase, y corrió hacia el revuelo casi histérico. Se abrió paso entre las que lloriqueaban, y descubrió a la hermana Charlotte con un ataque de epilepsia en el suelo. Su cuerpo se contorneaba como poseído por el demonio, tenía los ojos en blanco y de entre sus labios salía espuma. Rápidamente le pidió a una de las monjas que la tomase de los pies, ella sacó una Biblia de bolsillo que llevaba en un pequeño bolso y se la metió en la boca para que no se mordiese la lengua. La ayudó a colocarse de costado y le susurró varios Ave María hasta que la muchacha se tranquilizó.
— ¡Vayan por un médico, por amor de Dios! —exclamó Achenbach, que acariciaba la frente húmeda de la convaleciente joven. Le preocupaba Charlotte, hacía aproximadamente dos meses que sus ataques se habían vuelto frecuentes. Cuando alzó la vista, descubrió al niño observándola. Sus ojos le parecieron increíblemente hermosos.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Re: Proverbios || Privado
Había despertado sobresaltado una vez más. Las pesadillas recurrentes de sus padres ausentes aún seguían causando cierto temor en el pequeño, se sujetó fuertemente a las suaves fibras de Patrick, su fiel compañero e intentó cerrar los ojos para conciliar el sueño. Suspiró con cierto desgano en su conato fallido.
–¿Dónde está ahora señor Carvajal?– liberó en un susurro.
A pesar de ser un desconocido, el pequeño empezaba a tomarle cierto cariño sin importar el carácter extraño y volátil del inquisidor mayor. Frotó sus ojos de mala gana, los gritos y peticiones de la nana en turno le ponían de malas en algunas ocasiones. La mujer presurosa le atavió apropiadamente. Era bastante tarde esta vez y seguramente se quedaría castigado por no asistir a misa de domingo.
–Quédate aquí ¿sí? Ahora vuelvo– confirió al muñeco de felpa, mientras acomodaba entre sus ropas su rosario.
El golpeteo constante de sus pasos a través de los pasillos hería la tranquilidad matutina. A su paso un par de caras largas se toparon con la suya, otras tantas sonreían curiosos al verle asistir con rapidez al recinto. Finalmente sus orbes cristalinos devoraron la magnificencia del edificio, no era la primera vez que se hallaba ahí, se respiraba una paz indescriptible y era así mismo un remanso para el alma del chiquillo. La ofrenda principal había terminado minutos atrás y tan solo el susurro de las religiosas se escuchaba a lo lejos. Decidió no ser imprudente y esperó en la última hilera de asientos. Se persignó y ofertó un Padre Nuestro antes de notar que la madre superiora se aproximaba hacia él.
–Hola, buenos días, disculpe, he llegado tarde a la misa de día domingo y debo realizar un par de oraciones para cumplir mi deber como siervo de nuestro Señor– respondió sonriente.
Caviló unos instantes antes de responder a los otros cuestionamientos, después de todo lo que la mujer confería era cierto, ningún pequeño de su edad se encontraba a esas horas. Sin embargo antes de responder, la fémina se alejó para atender lo que podría ser un caso grave entre las subordinadas de su orden. El niño hizo caso omiso de la petición y con pasos sosiegos se aproximó, de vez en cuando sus ojos se perdían en los contornos de las bellas figuras de yeso que le escoltaban hasta la escalinata del altar principal. No era la primera vez que se topaba con un caso similar. Había estudiado largas horas por mandato de sus superiores identificar asuntos de posibles posesiones. La mujer que yacía en el suelo parecía estar más tranquila ahora que la madre superiora se hallaba a su lado. Yuri se hincó acompañándole y colocando su mano sobre la frente de la joven susurró.
–Pobrecilla, ¿Usted sabe si había ocurrido antes? No hay de qué preocuparse mientras se mantenga en estado pasivo, justo como ahora– sonrió afable.
El movimiento de sus prendas oscuras dejaron al descubierto la cruz que le identificaba como un soldado de la Santa Organización, aunque poco le importaba al niño ser “descubierto” pues su mirada pueril se perdía en la fisonomía de la mujer tendida.
Yuri Alekséyevich- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2014
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Re: Proverbios || Privado
"Y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres."
A Christel no le preocupaba tanto el estado de salud de la muchacha, como el hecho de las habladurías. Había toda clase de mitos sobre aquellas personas que padecían ataques de epilepsia, y la ignorancia iba de la mano de la superstición; juntas, le daban batalla a la educación y a los hechos fácticos, que demostraban que aquella no era ninguna clase de posesión ni maldición. Había visto cómo apedreaban a enfermos, cómo sus casas eran quemadas, cómo eran expulsados de comunidades y se veían obligados a vivir lejos de la mirada acusadora de sus vecinos. No quería que nadie mirase a Charlotte de aquella manera, aunque al alzar la vista, no le molestó tanto la presencia del niño, como los ojos de algunas de las religiosas, que lejos de preocuparse por el estado de salud de su compañera de vocación, por su hermana en Dios, le dirigían vistazos reprobatorios a la convaleciente muchacha, que poco control de sus acciones tenía, y que aún temblaba. Christel le había colocado un crucifijo en la boca para que no se ahogara con su lengua.
—Ha ocurrido, pero no tan de pronto. Ha estado estabilizada —se descubrió hablándole al niño como si se tratase de un adulto. Había algo de especial en él, como si la vida hubiese sido lo suficientemente ruda con él para convertirlo en alguien mayor pero encerrado en el cuerpo inocente de un nene. —Lamentablemente, con los años los ataques se agravarán, aunque no ha estado bajo presión ni preocupada —reflexionó, más para sí, que para el espectador principal de la escena.
Una de las religiosas regresó acompañada de un médico y junto a él, dos muchachos de no más de catorce años, que rápidamente siguieron las indicaciones del doctor; éste, evaluó rápidamente el cuadro, y le ordenó a sus empleados que la trasladasen a una de las habitaciones que ejercía como secretaría. Le pidió a la Superiora que se quedara allí para acallar y tranquilizar a las demasiado alteradas monjas. Algunas se persignaban frenéticamente, otras habían fruncido el ceño, uno que otra lagrimeaba, pero ninguna se animaba a poner en manos del Señor el alma de la pobre Charlotte. A pesar de que no le agradaba la idea de dejar a la joven sola, asintió ante la petición del experto.
—Hermanas —su voz sonó firme y, rápidamente, las subordinadas le dirigieron la mirada de sumisión que debían. —Haré de cuenta que en ustedes sólo vi compasión, y que en éste momento, se sentarán en sus respectivos lugares y le encomendarán a nuestro Señor Jesucristo la pronta recuperación de la hermana Charlotte. Confío en sus corazones puros e incapaces de juzgar a una persona enferma —a pesar de que las palabras habían sido suaves, el tono utilizado denotaba la exigencia y la amenaza en cada una de ellas. Las monjas se avinieron a cumplir la orden con una rapidez y un silencio devoto digno de admiración.
—Disculpa —le susurró al niño, mientras apoyaba una mano en el hombro. —Me ha sorprendido la templanza con la que te has manejado en una situación de éste tipo —observó, mientras lo guiaba hacia los últimos bancos. —Pero, más me ha sorprendido que, a tu edad, seas un siervo del Santo Oficio —continuaba hablando en voz baja. —Christel Achenbach, Madre Superiora —se presentó con una muy suave y casi imperceptible sonrisa. — ¿Tú eres...?
—Ha ocurrido, pero no tan de pronto. Ha estado estabilizada —se descubrió hablándole al niño como si se tratase de un adulto. Había algo de especial en él, como si la vida hubiese sido lo suficientemente ruda con él para convertirlo en alguien mayor pero encerrado en el cuerpo inocente de un nene. —Lamentablemente, con los años los ataques se agravarán, aunque no ha estado bajo presión ni preocupada —reflexionó, más para sí, que para el espectador principal de la escena.
Una de las religiosas regresó acompañada de un médico y junto a él, dos muchachos de no más de catorce años, que rápidamente siguieron las indicaciones del doctor; éste, evaluó rápidamente el cuadro, y le ordenó a sus empleados que la trasladasen a una de las habitaciones que ejercía como secretaría. Le pidió a la Superiora que se quedara allí para acallar y tranquilizar a las demasiado alteradas monjas. Algunas se persignaban frenéticamente, otras habían fruncido el ceño, uno que otra lagrimeaba, pero ninguna se animaba a poner en manos del Señor el alma de la pobre Charlotte. A pesar de que no le agradaba la idea de dejar a la joven sola, asintió ante la petición del experto.
—Hermanas —su voz sonó firme y, rápidamente, las subordinadas le dirigieron la mirada de sumisión que debían. —Haré de cuenta que en ustedes sólo vi compasión, y que en éste momento, se sentarán en sus respectivos lugares y le encomendarán a nuestro Señor Jesucristo la pronta recuperación de la hermana Charlotte. Confío en sus corazones puros e incapaces de juzgar a una persona enferma —a pesar de que las palabras habían sido suaves, el tono utilizado denotaba la exigencia y la amenaza en cada una de ellas. Las monjas se avinieron a cumplir la orden con una rapidez y un silencio devoto digno de admiración.
—Disculpa —le susurró al niño, mientras apoyaba una mano en el hombro. —Me ha sorprendido la templanza con la que te has manejado en una situación de éste tipo —observó, mientras lo guiaba hacia los últimos bancos. —Pero, más me ha sorprendido que, a tu edad, seas un siervo del Santo Oficio —continuaba hablando en voz baja. —Christel Achenbach, Madre Superiora —se presentó con una muy suave y casi imperceptible sonrisa. — ¿Tú eres...?
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Re: Proverbios || Privado
La indulgencia del Señor sería infinita para aquellos que se mostraban dispuestos a servir bajo una fachada mundana en su reino. Dichosos una y mil veces. Pues su recompensa sería, ser colmados de gracia y bendiciones. Para el pequeño esta mentalidad era la medula espinal que regía sus actividades diarias. No había cabida para deseos egoístas, ni siquiera tratándose del anhelo de volver a ver a sus padres. Incluso en ocasiones mostraba signos de arrepentimiento por haber cedido a la esperanza de verles una vez más, consciente de las situaciones precarias de muchos otros niños que, a diario, caminaban por las empolvadas aceras de la capital francesa en búsqueda de un par de francos o migajas para no condescender ante las garras de la muerte. Era esa concepción y ferviente entrega que le prestaba entereza al verse sumergido en tales vicisitudes.
Sus orbes curiosos no se apartaban del cuerpo de la priora quien aparentemente había recobrado la calma. A sus oídos llegaron un par de susurros por parte de las otras religiosas, mujeres asustadizas que a juzgar por la situación no sabrían cómo reaccionar si la Madre Superiora no hubiese estado con ellas.
–Comprendo– respondió en un susurro.
Había una posibilidad que dichas convulsiones se agravaran y eso era lo que estrujaba su pequeño corazón, mientras sus dedos pasaban por la frente de la mujer una y otra vez.
–Misericordia Señor, Misericordia– repitió en voz baja.
La escena fue irrumpida por el personal de paramédicos quienes le llevaron para ser atendida a la brevedad posible. El pequeño se mostró atento a las indicaciones de la Madre Superiora, sus demandas eran claras y objetivas pero sin sonar grosera. Esa era la gracia de entendimiento en el Santo oficio que pocos poseían en el vasto organigrama de la iglesia. Escuchó con detenimiento ahora a su interlocutora, Yuri tan solo sonrió apenado al escuchar dichos elogios.
–Pocos somos elegidos, así que me siento dichoso de poder ayudar a mis semejantes– espetó con firmeza.
Era curiosa la forma en que tales aseveraciones se arraigaban en sus actos. Y es que el pequeño no lo decía de dientes hacia afuera, realmente ponía el corazón en todos sus actos, incluso en las misiones más peligrosas. Sólo volvió a sonreír cuando la mujer hizo hincapié en su edad.
–Mucho gusto Madre Superiora, mi nombre es Yuri– respondió estrechando su mano.
El gesto cálido de su oyente significaba una caricia en el alma del chiquillo.
Tomó asiento en el banco, apenas distraído por las efigies de yeso y el sonido tenue de un par de palomas cruzando a lo alto de la bóveda. El jugueteó de sus piernas balanceándose al borde el banco era algo tan característico en el pequeño cuando se veía enfrascado en charlas con extraños.
–Confió en que la religiosa sanará muy pronto Madre Christel, parece ser una mujer muy fuerte, esta noche, pediré a nuestro Señor en mis plegarias por su pronta recuperación– realizó una pausa antes continuar –Después de todo Él no nos entrega pruebas que no seamos capaces de superar ¿Cierto? –
Yuri Alekséyevich- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2014
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Re: Proverbios || Privado
Ah… El Santo Oficio y su técnica de lavar cerebros. Eran predecibles. Con qué facilidad manipulaban y convertían a un inocente en un autómata, en una máquina de matar. Había visto lo suficiente para sentirse asqueada, por más admiración que sintiese por el Sumo Pontífice, con quien había tenido audiencia en más de una oportunidad. Era un caballero honorable y un devoto de Dios, pero el fanatismo en nadie era bueno, y si el pequeño Yuri había sido alejado de su infancia, él era el principal responsable. El poder, los recursos y los intereses que se manejaban, en nada se relacionaban con lo que le inculcaban a los que no se encontraban en puestos de poder.
—Gracias, Yuri. La hermana Charlotte estaría muy agradecida contigo por tomarte el tiempo de orar por su recuperación —suavizó la voz. Jamás se desprendería de la dura pronunciación que le había impregnado su alemán natal, a pesar de que hablaba el francés con fluidez. —Nuestro Señor Jesucristo es infinitamente misericordioso, y se apiadará del cuerpo de su sierva. Ella ha dedicado su vida a su servicio, sé que compensará con salud tamaña tarea —aseguró, observándolo balancear sus piernitas como el niño que era.
Detuvo sus ojos en los hermosos cachetes, cubiertos de pequeñas pecas, pero lo que más le agradó de su rostro precioso, fue el lunar que le adornaba la naricita. Era un nene adorable, no concebía que lo hubieran reclutado como a un pecador. Recordó que entre los condenados era común que hubiera infantes, que eran cooptados desde temprana edad para mantenerlo bajo la órbita de la Iglesia y no se aliaran con otros de su especie. ¿Sería él una criatura sobrenatural? ¿Qué clase de poder se ocultaba bajo la piel de Yuri? Aquel era un estigma del que nunca podrían deshacerse; una vez que la Inquisición se había apoderado de un ser, sólo restaba servir o morir, no había otras opciones. Lamentó que a Yuri le esperara una vida de sumisión a un poder desigual, que no dudaría en asesinarlo cruelmente sólo porque le inspirase un instante de desconfianza.
— ¿Qué te ha traído aquí, Yuri? ¿Estás esperando a alguien o, simplemente, has venido a orar? —preguntó sin una nota de curiosidad en su voz. Aunque imaginó que era una visita inocente; ningún miembro del Santo Oficio se dejaría al descubierto ante tantos testigos si estuviese llevando a cabo alguna misión. —Te confesaré un secreto. A pesar de que éste lugar es verdaderamente hermoso, la capilla del convento es mi sitio favorito para rezar. Allí, en la austeridad y la sencillez, siento a Dios más cerca que nunca. Tenemos una imagen hermosa de la Santa Madre, que nos transmite la paz y la fortaleza para ejercer nuestro deber con entereza y dedicación.
La tranquilidad había regresado a la Catedral. Tras el momento de estupor, las demás monjas había retomado su actitud contemplativa. En el mutismo, oraban desde sus almas. Esa era la vida que a ellas las esperaba; cada día de su vida era dedicado a la oración.
—Gracias, Yuri. La hermana Charlotte estaría muy agradecida contigo por tomarte el tiempo de orar por su recuperación —suavizó la voz. Jamás se desprendería de la dura pronunciación que le había impregnado su alemán natal, a pesar de que hablaba el francés con fluidez. —Nuestro Señor Jesucristo es infinitamente misericordioso, y se apiadará del cuerpo de su sierva. Ella ha dedicado su vida a su servicio, sé que compensará con salud tamaña tarea —aseguró, observándolo balancear sus piernitas como el niño que era.
Detuvo sus ojos en los hermosos cachetes, cubiertos de pequeñas pecas, pero lo que más le agradó de su rostro precioso, fue el lunar que le adornaba la naricita. Era un nene adorable, no concebía que lo hubieran reclutado como a un pecador. Recordó que entre los condenados era común que hubiera infantes, que eran cooptados desde temprana edad para mantenerlo bajo la órbita de la Iglesia y no se aliaran con otros de su especie. ¿Sería él una criatura sobrenatural? ¿Qué clase de poder se ocultaba bajo la piel de Yuri? Aquel era un estigma del que nunca podrían deshacerse; una vez que la Inquisición se había apoderado de un ser, sólo restaba servir o morir, no había otras opciones. Lamentó que a Yuri le esperara una vida de sumisión a un poder desigual, que no dudaría en asesinarlo cruelmente sólo porque le inspirase un instante de desconfianza.
— ¿Qué te ha traído aquí, Yuri? ¿Estás esperando a alguien o, simplemente, has venido a orar? —preguntó sin una nota de curiosidad en su voz. Aunque imaginó que era una visita inocente; ningún miembro del Santo Oficio se dejaría al descubierto ante tantos testigos si estuviese llevando a cabo alguna misión. —Te confesaré un secreto. A pesar de que éste lugar es verdaderamente hermoso, la capilla del convento es mi sitio favorito para rezar. Allí, en la austeridad y la sencillez, siento a Dios más cerca que nunca. Tenemos una imagen hermosa de la Santa Madre, que nos transmite la paz y la fortaleza para ejercer nuestro deber con entereza y dedicación.
La tranquilidad había regresado a la Catedral. Tras el momento de estupor, las demás monjas había retomado su actitud contemplativa. En el mutismo, oraban desde sus almas. Esa era la vida que a ellas las esperaba; cada día de su vida era dedicado a la oración.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Re: Proverbios || Privado
Sus orbes inquietos no dejaban de recorrer lo largo y ancho del escenario pulcro. Si bien no era la primera vez que se hallaba en un sitio como lo era la catedral, agradecía de sobremanera que no tuviera un par de escoltas vigilándole o reprimiendo el hecho de mostrarse distraído mientras rezaba alguno de tantos salmos. Llevar al pequeño a orar resultaba una labor titánica si no se poseía la paciencia suficiente y es que podía estar absorto por horas pensando en muchas cosas y nada a la vez, hallando la forma a figuras caprichosas con las líneas en el techo o contando las estrellas que reposaban sobre el manto de las vírgenes de yeso. Cada detalle se tornaba en una nueva distracción si se encontraba aburrido o de mal humor. No obstante a pesar de desviar en ocasiones su mirada, regresaba a los ojos ajenos llenos de amor para asentir con devoción a lo que ella le susurraba. Como la atención que se presta a quien lleva el orden de muchas otras cosas dentro de la organización y aun así posee el tacto con los siervos más pequeños.
Era imposible que Yuri fuese hipócrita o falso en sus aseveraciones. Pues realmente deseaba que todos fuesen felices a su alrededor, se preocupaba de más siendo tan pequeño y tomando responsabilidades que estaban en ocasiones fuera de su alcance, pero aunque él no notara ese peso sobre sus diminutos hombros, serían lecciones que como un hombre adulto seguramente le mantendrían con buen juicio, sin llegarse a corromper por los deseos egoístas de los altos mandatos.
–Muy cierto Madre Superiora, Dios tiene bellos planes para todos nosotros y la hermana Charlotte no es la excepción– sonrió con naturalidad a la mujer.
Mantuvo ese balanceo ligero en sus piernas hasta caer en la cuenta que quizás fuese algo desagradable para ella, pues más de una vez se le había enseñado a no mostrarse inquieto si cruzaba palabra con alguien extraño. De tajo detuvo el movimiento ligeramente apenado por la distracción que pudiera causar. Encogió sus hombros al sentirse atrapado en su retardo.
–En realidad debí llegar más temprano Madre Superiora, es obligatorio venir aquí antes de iniciar con mis labores en la biblioteca y los campos de entrenamiento– suspiró –Pero me quedé dormido un par de minutos más y bueno…– sus ojos observaron una vez más la efigie del Salvador pendiendo de la cruz –Espero él no esté tan molesto conmigo por llegar tarde–
Quizás se exponía demasiado al revelar su itinerario, pero confiaba de corazón en cada persona que se acercaba a él.
–¿De verdad? Nunca he estado ahí, debe ser una imagen muy bonita, así como usted lo es– dijo en voz baja con cierta timidez –¿Madre Superiora? ¿Usted es francesa?–
Yuri Alekséyevich- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2014
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Re: Proverbios || Privado
Tan pequeño y tan sabio. Las palabras de Yuri le parecían las de alguien mucho mayor, y en nada condecían con sus movimientos infantiles. Lamentó que reprimiera el bamboleo de sus piernitas, y no le costó imaginar que se lo habían prohibido en más de una ocasión. ¿Por qué la Iglesia se esmeraba en arrebatarles la inocencia a los niños? Fuese como fuese, aquel pequeño no tenía la oportunidad de elegir la vida que le había tocado. No sabía su condición, si era un humano o un sobrenatural, pero estaba segura que la coacción había sido el medio utilizado para inculcarle creencias alejadas de la fe. Porque en la Biblia, estaba segura, no figuraba ninguna condena hacia los infantes. Los hombres tenían la capacidad de tergiversar creencias y palabras, y de esa forma habían construido una Institución que actuaba como la mano de Dios.
—Dios no se molestaría jamás contigo, Yuri —aseguró. —Además, es bueno descansar un poco más. Aún eres demasiado pequeño para tantas presiones —pensó en voz alta, aunque no se arrepentía de sus palabras. Christel era la clase de mujer que se arrepentía de muy pocas cosas, y como era sumamente reflexiva, sus palabras nunca eran motivo de represión. —Él todo lo ve, y sabe que eres un niño devoto y de fe —finalizó.
Sonrió con su pregunta sobre su origen. Jamás había logrado sacarse el duro acento prusiano, a pesar de hablar el francés a la perfección. Era lo único que la ataba a las tierras que la habían visto nacer, y si hubiera practicado más, seguramente no confundiría a las personas; pero no había querido, era su marca personal, y le gustaba cómo la gravedad de su voz transmitía las enseñanzas. Las jóvenes novicias temblaban ante ella. Pero Christel no era tan dura como aparentaba, y tampoco tan buena como mucho solían creer al verla con los desvalidos. La dualidad era una constante en la existencia de la religiosa.
—Muchas gracias por el cumplido. Y no, no soy francesa —contestó con una suave sonrisa. —Soy del Reino de Prusia —continuó, no sin cierta melancolía. Jamás había regresado, quizá era hora de cerrar ciertos capítulos para poder continuar. —Tú tampoco eres de aquí…déjame adivinar —hizo una mueca divertida, simulando que reflexionaba de dónde provenía. —Tu francés es mucho mejor que el mío, no logro darme cuenta —de hecho, sí había prestado atención y se había percatado que no era de Francia. Imaginó que era de Rusia, había intercambiado palabras con algún que otro habitante de aquel lejano lugar, y podía distinguir ciertas pronunciaciones. Estaba conmovida, no imaginó que en aquella jornada tendría la oportunidad de cruzarse a una criatura tan etérea como lo era Yuri, y se lo agradeció a Dios.
—Dios no se molestaría jamás contigo, Yuri —aseguró. —Además, es bueno descansar un poco más. Aún eres demasiado pequeño para tantas presiones —pensó en voz alta, aunque no se arrepentía de sus palabras. Christel era la clase de mujer que se arrepentía de muy pocas cosas, y como era sumamente reflexiva, sus palabras nunca eran motivo de represión. —Él todo lo ve, y sabe que eres un niño devoto y de fe —finalizó.
Sonrió con su pregunta sobre su origen. Jamás había logrado sacarse el duro acento prusiano, a pesar de hablar el francés a la perfección. Era lo único que la ataba a las tierras que la habían visto nacer, y si hubiera practicado más, seguramente no confundiría a las personas; pero no había querido, era su marca personal, y le gustaba cómo la gravedad de su voz transmitía las enseñanzas. Las jóvenes novicias temblaban ante ella. Pero Christel no era tan dura como aparentaba, y tampoco tan buena como mucho solían creer al verla con los desvalidos. La dualidad era una constante en la existencia de la religiosa.
—Muchas gracias por el cumplido. Y no, no soy francesa —contestó con una suave sonrisa. —Soy del Reino de Prusia —continuó, no sin cierta melancolía. Jamás había regresado, quizá era hora de cerrar ciertos capítulos para poder continuar. —Tú tampoco eres de aquí…déjame adivinar —hizo una mueca divertida, simulando que reflexionaba de dónde provenía. —Tu francés es mucho mejor que el mío, no logro darme cuenta —de hecho, sí había prestado atención y se había percatado que no era de Francia. Imaginó que era de Rusia, había intercambiado palabras con algún que otro habitante de aquel lejano lugar, y podía distinguir ciertas pronunciaciones. Estaba conmovida, no imaginó que en aquella jornada tendría la oportunidad de cruzarse a una criatura tan etérea como lo era Yuri, y se lo agradeció a Dios.
Christel Achenbach- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/07/2012
Localización : France
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Re: Proverbios || Privado
La armonía que flotaba en el recinto siempre había significado un remanso en las almas dolientes de todos aquellos que se congregaban a orar a esa hora. En ninguno otro sitio del organigrama se podía encontrar dicho sentimiento. Incluso el inquieto carácter del pequeño se apaciguaba cuando se le ordenaba estar frente al altar. Confió plenamente ante las aseveraciones de la mujer que le miraba con esmero y extrañamente se sintió confortado por aquel gesto noble. ¿Sería lo mismo el ser mimado de ese modo por una madre? Es algo que no dejaba de darle vueltas en la cabeza y aunque en repetidas ocasiones se perdía en esos pensamientos, prefería no obstaculizar sus labores con ese tormento. En ese sentido era muy reservado, casi nadie se atrevía a tocar el tema directamente, sonreía y hablaba en ocasiones que no debía, pero también estaba claro que la soledad estaba cayendo de lleno sobre sus diminutos hombros aunque no lo pareciera.
–Muchas gracias Madre Superiora, me hace sentir mucho mejor saberlo–
Asintió y se permitió clavar su mirada en la ajena. No poseía un halo multicolor como muchos otros con los que había cruzado palabra. No era una sobre natural, pero había en ella una tonalidad clara, un cálido reflejo que le hacía sentir bien y eso no podía compararse con otro encuentro previo.
–Prusia…–
Abrió un poco más sus ojos.
–Ese lugar está muy muy lejos de aquí–
De inmediato el semblante sereno de la mujer se quebrantó, permitiendo un par de muecas más relajadas y que provocaron en el niño una sonrisa amplia y natural. Era extraño ver que un adulto bromeara con él y ese detalle hizo que no se apartara ni un solo instante de la proliferación ajena, de sus movimientos suaves y bien trazados.
–Llevo lecciones cada tres días del idioma galo y aunque no sé si sea perfecto cada día me esfuerzo por aprender Madre Superiora, yo soy de…–
De inmediato se llevó ambas manos a la boca y encogió los hombros.
Sonrió y supuso que un pequeño juego no estaría mal.
–Le daré una pista, el lugar de donde yo soy es un país muy frio, con grandes bosques y una plaza muy bella y famosa–
Aquello descrito solo lo había atestiguado en los textos de la gran biblioteca, pues desde que tenía uso de razón su educación había transcurrido en las cuatro paredes de su habitación, contigua a la de su niñera en turno.
–No es muy difícil adivinar, el nombre de ese país empieza con la letra “R”–
Volvió a sonreír y de forma inconsciente sus piernas retomaron el balanceo que reprimió minutos atrás.
Yuri Alekséyevich- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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