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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Éloi Montaudouin Mar Jul 07, 2015 9:06 am

Su cabeza le iba a estallar. Eran como mil punzadas atacando en cada dirección de su cráneo, repetitivas y penetrantes. Era como si las caricias que los entes que le rodeaban hacían sobre sus cabellos se torcieran hasta hincar sus uñas, atravesándole la fina piel y hundiéndose en los sesos. Sus ojos se hallaban entrecerrados y su boca medio abierta, colgando la mandíbula para dejar salir una respiración tan desacompasada como débil. Las manos en las sienes y, de pronto, la fuerza hecha en sus párpados le cegó durante unos instantes. Pero ni aun así el dolor desaparecía. De hecho, se intensificaba. De pronto, sus dedos se cerraron para convertirse en puños con los que golpeó el aire y un alarido inundó aquel espacio abierto, fruto de la desesperación.

- ¡Marchaos ya! – exclamó con una fuerza que surgió de la profundidad de su pecho, una potencia que se extendió por sus brazos extendidos y se proyectó a su derredor.

Y, de pronto, su sufrimiento cesó. Los aguijonazos cesaron. La angustia cesó. Sus pulmones volvieron a normalizarse cuando volvió a ver y pudo constatar que a su vera no había nadie. Nadie, tan sólo él. Pero su sorpresa quedó eclipsada por la noticia de la ausencia del voraz anaranjado que en otras ocasiones había acudido cual horda de aniquilación. No, para su asombro, no había provocado un incendio. Luego, giró sobre sí mismo y observó sobre el suelo una sombra carbonizada que surgía de sus pies y se proyectaba hasta la fachada del edificio, donde adquiría una perfecta silueta que perfilaba su figura. El muchacho resopló, pero el alivio no terminó de esfumarse de su ánimo.

Éloi había tenido problemas para dormir, como no era tan extraño en él. Sus sábanas se habían vuelto una maraña de telas de tanto movimiento intentando olvidarse de los espíritus que le acosaban. Pero era imposible obviarlos, allá donde mirase, allí estaban; allá donde pudiera escuchar, allí le susurraban; allá donde pudiera sentir, allí los sentía. Era un grave, pero sonora melodía de fondo, nunca interfiriendo directamente en sus acciones, pero siempre presente, como una ligera cadena atada a entre sus tobillos, no impidiéndole el paso, pero siempre dificultándoselo. Incapaz de conciliar el sueño, había acabado por precipitarse con urgencia al armario, donde, carente de la atención necesaria para la precisión, se había vestido como buenamente había podido para, a continuación, correr escaleras abajo y salir a la calle. Había querido huir, huir a algún sitio donde no le molestasen más aquellos ingratos etéreos, pero, allá donde fuera, allí le seguían. Y, andando y andando, había acabado por dejar atrás los últimos edificios de París, adentrándose en los bosques que rodeaban la ciudad.

Y allí estaba, frente a un viejo caserón abandonado, cuyas ventanas rotas dejaban ver un tejado a medio desmoronarse. Frente a él, el reducido claro en el que se encontraba, que no contaba más que con un pozo que, milagrosamente, parecía hallarse intacto. Por lo demás, una suave brisa y la luna sobre su piel para contar los cientos de lunares que la inundaban.

Volvió a suspirar y cerró los ojos de nuevo, en esta ocasión para tranquilizarse. Pensaba en qué hora sería, cuánto le costaría regresar al lugar en el que le habían acogido y en cuántas horas de sueño le habían sido robadas. Y, entonces, volvió a sentirlos. El roce de una mano, que ni era roce ni dejaba de serlo, que ni era cálido ni frío, sino una mezcla de ambos, pasó sobre su mejilla.

- ¡Marchaos! ¡Marchaos! – repitió nuevamente, mas entonces ninguno le hizo caso. Debían de ser dos docenas de muertos los que circulaban cerca de él, girando hacia los árboles para regresar nuevamente hacia su posición. Ya no le asustaban, sabía que, por regla general, no eran hostiles, pero su mera presencia le turbaba. Poco a poco, comenzó a dar pasos hacia atrás, hasta el punto de llegar a chocarse contra el pozo, contra cuyo murillo terminó recostándose – Vais a acabar con mi cordura – susurró, pensando en voz alta mientras las palmas de sus manos pasaban por sus ojos para acabar enredándose los cobrizos cabellos de los que terminó por tirar. Luego, sus extremidades quedaron colgando a su lado, a la par que intentaba decidir qué hacer y mientras no hacía nada.


Última edición por Éloi Montaudouin el Jue Jul 09, 2015 1:21 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Ahmet Arlovskaya Miér Jul 08, 2015 1:43 pm

Francia, París, un ciudad interesante, debo de suponer que no es la única, pero para mí, para mi aquí es como vivir el mismo cielo al mismo infierno, que oculta sin fin de secretos, que te rebaja a lo más sucio de la lujuria, donde los habitante saben más cosas que uno mismo, pero a la vez se hacen los despistados, aparentando algo que realmente no son. Puedo decir que yo soy un sujeto que tiene una doble cara pero ¿Quién no la tiene? Soy un pecado como todos, me encanta desobedecer la ley de la vida, morí hace una década, peo venme aquí, estoy observando la obscuridad de mi despacho, le gane a la vida, estoy más muerto que vivo, pero sigo entre la sociedad. La vida no es fácil, pero uno tiene que vivirla, por eso mi persona; escucho como abren la puerta, mis ojos, inmediatamente registran al individuo que quiso profanar mi lugar, observe como María, la ama de llaves entra con cautela. –Di-disculpe por interrumpirlo en su hora de descanso Señor Beethoven.-Su voz se notaba nerviosa, incluso ansiosa, simplemente recargue mi mentón en mi mano, esperando que prosiguiera. –Qu-queria saber si, us-usted iba a salir, está noche. –Alce ambas cejas, una leve sonrisa aprecio en mi blanquecino rostro, alce mi dedo índice y la coloque en mis labios.

Mis ojos, en ningún momento se despejaron del rostro joven e inexperto de la mujer. -Antes que te diga una respuesta. –Comencé hablar con toda la tranquilidad que mi ser puede tener en estos momentos. Nunca, escúchalo bien María, pero nunca vuelvas a ingresar a mi despacho sin antes tocar la puerta ¿Está claro? Ella, sin articular palabra, asiento. –Ahora sí, te responderé, cuya respuesta no lo note. –Coloque ambas manos encima de mi escritorio levantándome, me acerque a ella, situándome detrás de la fémina, sentía su miedo, eso me excitaba a decir verdad, acerque mi boca a su oreja. –Sí. –Fue lo único que dije, para alejarme de ella, esperando que entendiera. –Ahora ¡largo!-Grite la última palabra, abriendo la puerta y viendo cómo, asustada salió corriendo, cerré esta con un portazo, no la despido porque se encarga de la mocosa de sobrina que tengo. Volví a mi escritorio, sentándome sobre la silla fina y cara de madera, recargue mi cabeza en el borde del respaldo cerrando mis parpados, dejándome llevar por unos minutos gracias a la música relajadora que coloque, algún día matare a todos los que habitan en mi hogar, pero todavía no, hasta que esa chiquilla llorona se largue de mi casa, finalmente podré hacer una matanza considerada, mientras tendré que esperar, hare tiempo a que la noche caiga en parís para poder salir.

Pero creo que el tiempo de esté día, precisamente esté día iba sumamente lento para mi maldito genio. Solo deseaba salir y olvidar por unos momentos mi pasado. Abrí mis ojos, observando o mejor dicho lo que alcanzaba a ver del techo de mi casona, era grande y sobe todo vieja, claro, está hace una década, aquí, es donde tengo muchos recuerdos, dolorosos, buenos, apasionados, pero en fin, son recuerdes, cuyo recuerdos nunca volverán. Quien iba a pensar que el maldito bastado de Antoline Beethoven, iba a estar pensando en su antiguó pasado, pero en fin, en mi casa puedo ser la persona que quiera. Pero fuera de está, soy esa cosa que camina sin una meta o que es un bastado, todo tienes secretos y esté vampiro que soy no es la excepción. -Bien, tienes que ser el mismo de siempre, dentro de poco el sol se esconderá y finalmente los muertos vivientes dominaran las calles, vamos Antoline. –Que patético era, dándome motivación para no tener está cara de imbécil que pongo cada vez que viajo a los recuerdos del vivo Sebasthian.

El gran reloj de la casona comenzó a sonar, ocho campanadas dio, finalmente la noche a caído en parís, una sonrisa larga apareció en mi rostro, si lograba verme en el reflejo de algo, apostaría una vida a que mis ojos azules están brillando, estos momentos son lo más alegres para un vampiro ya que podría salir al exterior sin temor a morir quemado por los rayos de sol. Sin perder tiempo me levante, escuche como la silla cae al suelo, no me importo, simplemente quería salir de estas cuatro paredes, al abrir la puerta lo primero que vi fue a la pequeña Narcissa Beethoven enfrente mío, clavando su mirada del mismo color que los míos y estirando sus brazos, claro, pretendía que la cargara, al cerrar la puerta tras mi espalda, me recargue en esta. –Buenas noches Narcissa. –Fue lo que dije. –No, no te voy a cargar. –Desde que me la dieron en los brazos no la he vuelto tener en ellos. –Vete a dormir, es noche para que una niña como tú ande vagando por la casa. –Coloque mi mano derecha en su cabeza en modo de cariño. –Saldré, nos vemos dentro de poco. –Y así desaparecí de la vida de la pequeña, finalmente salgo al exterior de mi morada, y sin decir o pensar algo, comienzo a trotar un poco, alejándome cada vez más de las zonas residenciales, que es donde está ubicada la mansión.

Rumbo, donde quisiera mis pensamientos, mis pies, incluso el viento que rodea mi espacio vital, solo quería ser libre por esta noche, olvida quien es Antoline, pro tampoco tener la defensiva por debajo, si me atacan, ataco, si me ofenden, de igual manera o peor lo hago, no me dejare de nadie, desde hace años soy un maldito perro bastado, mejor no voy a olvidar quien soy.  Pero creo que ya tengo un lugar indicado, las lejanías de la ciudad, ahí es donde cazare algunas presas, claro, humanos, a esta hora hay muchas personas que logran alejarse de toda esa hipocresía de las gentes parisinas, y simplemente quieren pasar un buen rato, y es mi oportunidad, hace horas que no consumo sangre y tengo sed, hambre.  Así, que de ese modo, mis pies comenzaron avanzar, mi olfato no me engañaba, estaba un humano por aquí, y estaba cerca de una casona que conozco perfectamente tanto por dentro que por fuera, mis pasos se hicieron más grandes, en poco llegue, observando a un joven  un poco desquiciado, hablando él sol. – ¡Tú!-Grité, para que me escuchara. -¿Estáis solo?-Pregunté, debo de suponer que es una pregunta sumamente idiota, pero la hice ya, no puedo regresar el tiempo y pregunta algo más coherente, ese joven, hoy iba hacer mi presa.
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Mensaje por Éloi Montaudouin Mar Ago 04, 2015 3:53 pm

La falta de soledad en el individuo significa la pérdida de la privacidad de la que cada individuo precisa, no sólo para alcanzar la calma, sino también para encontrarse a sí mismo en medio del mar de apariencias y perjudiciales influencias con la que el resto de entes nos bombardean. Es un espacio necesario en el que abrir la pequeña caja en la que aprisionamos nuestros secretos para impedir que salgan a la luz, conscientes de que entonces no hay nadie salvo nosotros mismos para reprendernos por ellos. Un pequeño descanso a la exigente vida en sociedad. Y eso era de lo que se estaba viendo privado Éloi con una frecuencia cada vez mayor.

No siempre estaban ahí, no todas las noches le dificultaban el sueño, pero el tiempo entre cada visita cada vez era menor y eso iba haciendo, poco a poco, mella en él. Como ya se ha mencionado, no es que fueran una amenaza que le pusiera en peligro, pero sí le perturbaban. La mayoría no le hablaba, como mucho le observaba; el resto, le susurraba al oído, debiendo de ser con no mayor interés que perturbar su tranquilidad, dado que, si él pretendía responderles, ellos parecían no escucharle. Con el paso de los días, la intención de comunicarse con esos entes dio paso al hastío y comenzó a ignorarles, esperando llegar a acostumbrarse a su compañía. Pero dicho momento no había llegado y, de llegar, no parecía encontrarse pronto.

En medio de su debatir interno para decidir qué hacer con su existencia, escuchó una única palabra rasgar el aire, imperiosa y carente de respeto alguno. En un primer momento no hizo caso, atribuyendo su origen a la ya conocida turbación. Sin embargo, la continuación del mismo timbre de voz con una pregunta hacia a él, le hizo abrir los ojos y buscar el origen de la misma. En algún lugar de aquel claro se encontraba otro ser que, a diferencia de los demás, sí presentaba la apariencia de corporeidad. Era alto y con un aura que imponía respeto, lo cual, en vez de hacerle empequeñecer, le hizo sentir la necesidad de ponerse a la defensiva.

- No, no lo estoy - respondió recuperando una postura que le permitiera mantener su cabeza altiva. Aunque a ojos de su interlocutor mintiera, la verdad no lo hacía; y no lo hacía porque era más seguro así - ¿Quién lo pregunta y por qué? - su voz, aunque no cargase tanta fuerza o elegancia, también se alzó respondiendo al escondido reto que en su impertinencia le había presentado. Y, justo después, Éloi comenzó a moverse, en dirección a aquel hombre, pero desviándose levemente hacia la ruinosa construcción. No avanzó demasiado, la prudencia le decía que el encontrarse a alguien en un lugar tan apartado a tales horas no podía ser una buena noticia.
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