Horas sin fin ( libre)

Ella caminó sin rumbo alguno entre las lejanías de los callejones de París, aquella atmósfera solitaria y demacrada detrás de las huellas, la brisa y la humedad del lugar llegaban a tocar la piel con el simple roce de una yema temblorosa, tiritona tras la poca costumbre de las frías brisas otoñales de París. Javiera no andaba con ropas muy abrigadas para esa noche, por lo que su figura rellenaba la silueta de las curvas propias, en dónde la sombra misma de la caminante entre los murallones, se perfilaba perfecta y vistosamente entre las tenues luces lejanas y la obscuridad de la noche.

Su olfato que un poco más agudo de lo normal debido a que ansiaba de su sed, y no podía tomar cualquier otra cosa que no sea el elixir de sus anhelos… sintió desde lo lejos un aroma a muerte que ya se sabía de memoria y que provocó en ella esbozar una media sonrisa traviesa, tras percibir que no se trataba de cualquier muerte, sino de un “muerto viviente”. Sus pasos fueron alentándose cada vez más, hasta volverse más silenciosos y rítmicamente armónicos, como si estuviera practicando para presentar una obra con una escena de danza en ella, nació esto para no irrumpir entre el espacio de aquel ser vampírico y ella….

¿Se vería la pobre muy necesitada de las gotas de ese elixir tan único, y existencial para su vida? Un enigma tortuoso que empeña a Javiera a perder las razones, a olvidarse del mundo putrefacto en el que vive y soñar por unos cuántos minutos, hacia un universo nuevo y próspero que a Javiera le da tanta felicidad en sueños imposibles. La sangre del antiguo la llama, como un leve susurro en los fríos vientos de invierno dentro de un solitario cementerio de almas que buscaron ser libres en aquel terrorista camino de la vida. Suicidio.

Suicidio cementerial que a Javiera la tranquiliza como un móvil de infantes colgado desde el techo vigilando los sueños nocturnos de un inocente ser purital. Todos aquellos deliciosos delirios entrecerraron los ojos de Javiera a medida en que se acercaba al origen de su hallazgo nocturno. ¿Estaría dispuesta esa criatura obscura en convertir un momento cúlmine en aquella horrorosa adicta de sangre?

-Solo un poco…solo una pizca necesito- susurró por lo bajo la esclava. –No! No te mientas más Javiera! No es sólo una pizca, sino que es todo un mundo de sangre que deseas que recorra entre tus secos labios y débiles venas.- se dijo a sí misma, aun susurrando acercándose cada vez un poco más al ser que vio directamente a los ojos sin asustarse.

Un apuesto hombre de cabellos castaños, como madera de roble fino barnizado en negro, se encontraba allí a unos metros de distancia de la deseosa Javiera. Ella le quedó mirando atraída ante su aspecto satisfecho de alimentos, al visualizar unas manchas rojas secas en su atuendo… Era lo que ella sospechaba, un vampiro… su olfato no le había fallado en ningún momento, continuó mirándolo curiosa, achicando un poco la vista al estar algo oscuro, viendo la gran silueta del hombre, como detenida en la muralla ladrillada del callejón.

No alcanzó a oír un balbuceo que dio el hombre de forma musical… ¿Cantando estaría?Que positiva alma tan oscura como esa…- pensó Javiera. Avanzó  unos metros más hacia él y pronunció con la voz seca y neutral de emociones:
-¿Monsieur?...- preguntó con delirio.

-…Mi visión no me engañaría si ¿Es sangre lo que usted trae en su camiseta?-  agregó sin más mientras se abrazaba a sí misma intentando resguardarse del frío nocturno, pero soñó despierta nuevamente con que la sangre del castaño le recorría en las entrañas y en lo más profundo de su estructura corporal, y en dónde su garganta ardería desde un infierno….