Camino entre orquídeas | Libre

por **Ainoa Saavedra** Jue Jul 23, 2015 5:47 pm

Hoy a dos semanas de mi llegada Francia, había llegado la primera carta de mi padre, en la que le pedía a Teo, el mayordomo, que empezara a buscar empleados, y qué su llegada demoraria. A Teo le gustaba tomarse su tiempo para entrevistar a los que serian empleados, siempre que mi padre no podía estar presente me mandaba a algún lugar. Mi nada no había podio viajar con nosotros a Francia, y Teo se encargaría de buscarme dos doncellas. Durante el viaje estuve pensando que quería que Aimée, la hija de Teo, fuera mi doncella, siempre había sido mi amiga y estas dos semanas sin mi nana, ella me arreglaba, y ¿quien mejor que ella?. Teo había pedido a Orlando que nos llevara al jardín botánico, ahora hablaba con Aimée en la cocina, al salir ella llevaba una nota, al parecer le habia encargado algo. Me dirigí a Teo y le pedí que solo buscara una doncella, me miro asombrado - Señorita, ¿por que nada mas busca una doncella?-. Tome aire, —Quiero que Aimée sea mi doncella—. Me miró y sonrió, salí corriendo a buscarla, le dije que estaba lista. Orlando nos esperaba en la puerta con un carruaje bello, ya habia dado ordenes al cochero, cuando salíamos, el siempre nos escoltaba. Subimos al carruaje, Aimée y yo parecíamos niñas pequeñas observando el camino entusiasmadas, recordé cuando nos llevaban a los parques, por su mirada supuse que ella también recordaba. La mire fijamente a los ojos, —Aimée, quiero que seas mi doncella— le dije mientras tomaba su mano, por un momento quedo en silencio, volteo a ver a Orlando, regreso su mirada a mi, me abrazo y contesto, —Nada me haria mas feliz—, la apreté con cariño, Orlando sabia que queria como una hermana. Al llegar al jardin fuimos a buscar las rosas de Castilla.
—Ainoa, ¿recuerdas cuando salimos a recogerlas y regresábamos con nuestros bolsos llenos?—
Sonreí — La cocinera corría con un trapo para esconderlas, antes de que tu padre nos regañase. Te extrañe tanto en el convento, no podía hacer travesuras con mis compañeras—
Agacho su mirada, como cuando se ponia triste, —En ese tiempo fui con mi abuela, cuando supe que saldrías, le pedi a mi padre que me llevara con el, quería estar ahí el día de tu llegada. Tengo que ir por unas cosas, pediré al cochero que me lleve—.
— Por favor Orlando acompañala—
Me miraron desorientados.
—Pero señorita no puedo dejarla sola, no vaya a ser que se nos escape— dijo sonriendo.
Conteste su sonrisa. —Un tiempo sola no me caerá mal, vayan no me iré—. Sabia que Orlando se sentia atraído por Aimée y una escapada juntos les hacia falta, camine hasta las orquídeas, me senté en una banca que quedaba de frente a ellas, alce mi vista sonriendo, vaya me faltaba un respiro.

por **Aonghus MacRanald** Dom Ago 16, 2015 7:21 pm

Había decidido salir a caminar, era uno de sus días libre, así que resuelto se dispuso a disfrutar de la tranquilidad que le daba un lugar como el jardín botánico, en un día cualquiera de la semana, aquel sector de la ciudad se volvía un pequeño santuario, un refugio para huir de la sociedad hipócrita y sarcástica.

Alois siempre se había caracterizado por ser un hombre tranquilo, quien prefería la soledad, los lugares apacibles, que llamaran a la meditación y la reflexión. Como le pasaba a él, que meditaba sobre el curso de sus pasados actos y sus metas. Debía decidir qué rumbo tomaría, hundirse en un continuo océano de venganza, o dejar el pasado atrás, perdonar de algún modo a los responsables de la muerte de sus amigos, de su única familia, ¿Qué debía elegir? ¿No cobrar venganza, sería traicionarlos? Con la mirada perdida, reflexionaba sobre aquel tema, que jamás dejaba su cabeza, que lo llevaba a ser un tanto arisco con los que intentaban acercarse.

Caminó ensimismado por uno de los senderos que llevaban a la zona de las orquídeas, por ser una planta tan especial y difícil de mantener, poseía su propio invernadero o comúnmente llamado orquideario. Sonrió pensando en que dirían algunas jóvenes al conocer cuál era la etimología de la palabra, y a que hacía referencia. Recordó los manuscritos que solía leer en la enorme biblioteca del palacio de “Los Caballeros de Jesús” aquellos guerreros que lo habían acogido cuando solo era un bebé y de los que había aprendido casi todo lo que sabía. Inspiró profundamente mientras su sonrisa se desdibujaba, intentando liberar los recuerdos que aunque algunos eran dichosos, la gran mayoría tenían que ver con el día en que aquellos hombres, su familia, había muerto.

Se detuvo por un instante, dejando que su mirada se quedara fija en un simple ejemplar de magnolia, a veces pensaba que las flores eran tan pura y frágiles que nada podía compararse con ellas, por un segundo pensó si existirían mujeres así, pero él jamás había tenido mucho contacto con las mujeres, por no decir ninguno, pues siempre había estado entre hombres, con sus chanzas y vulgaridades, - intentar conversar con una joven, sería como para un oso, intentar caminar entre tulipanes sin aplastarlos… definitivamente un desastre – rió, libremente, sin importarle si alguien lo escuchaba, ya que parecía estar completamente solo en ese lugar.

por **Ainoa Saavedra** Lun Ago 17, 2015 11:40 pm

La cabeza de Ainoa quería despejarse, pensaba constantemente en sus padres, quería que su padre ya llegará, quería saber si con el llegaría su madre, al parecer su madre se había enamorado de la Nueva España, volteo a ver que no hubiera nadie, y comenzó a dar vueltas, dejando caer una flor de tela que había llevado con ella.

Nunca se había sentido tan libre, siempre había estado con alguien que la cuidara, pero ese día no.

Recorrió un poco el jardín botánico sin poder ver a nadie, encontró un invernadero de cactus se quedó observando cada uno, encontraba algo especial en ellos, los miraba como si pudiera ver algo más en ellos, como si pudiera relacionarlos con algo, pero su mente no pensaba nada, ya cansada regreso a las orquídeas, ya que ahí regresarían a buscarla.

Después de un momento se sentó en el pasto, un gran arbusto la tapaba del sol, estaba entusiasmada con la idea de los nuevos empleados, que se puso a imaginar como serían — Quizá uno sea italiano, o quizá ingles, tal ves sea alto, de cabello rubio y ondulado, con pecas, o moreno, con pelo negro, ¿Y si Teo contrata a un chef terrible?, ojalá que contrate a un chef francés — pensaba.

Escuchó la voz de un hombre, que al parecer hablaba para si mismo, buscó su flor, pero no la encontró, así que se levantó, buscó al hombre, y se dio cuenta que estaba al otro lado del arbusto, la dio la vuelta y quiso ver su cara, él estaba de espaldas, y camino hacia el — Puede ser que los tulipanes tengan un camino, para que el oso no los aplaste y ya no sea un desastre — el hombre se dio vuelta para mirarla, quedaron callados mirándose, — disculpa no quise espantarte... Estoy buscando una flor de tela que se me cayó, ¿no la has visto? — el joven estaba muy sorprendido, y volteó buscando la flor de Ainoa.

por **Aonghus MacRanald** Lun Sep 07, 2015 5:06 pm

Aun conservaba la sonrisa en los labios, cuando escuchó la voz dulce y melodiosa de una mujer. La frase que habían salido de esos labios, le indicó que aquella dulce niña lo había estado escuchando. Alois enarcó una ceja, era evidente que la joven estaba acostumbrada a ser su voluntad, y meterse en conversaciones ajenas, - bueno, aunque en éste caso, la conversación era para mi yo interior - se corrigió, dulcificando la expresión.

Se giró para enfrentar a esa dulce voz, que terminó siendo de una dama, una niña de clase alta, - No lo crea señorita, aveces los osos son torpes por naturaleza, es que no han sido educados para andar por las praderas, les gusta su habitad, el bosque, con sus peligros y aventuras - su sonrisa se ensanchó - vaya, cabezotas, tu solo has logrado decirle algo medianamente interesante -, definitivamente, él era su juez mas despiadado.

Hizo una reverencia, un tanto ampulosa, - déjeme que me presente soy... Teniente Coronel, Alois De Croix, a sus servicios - su mirada buscó la de aquella joven -¿que era lo que perdisteis? ¿una flor? - mesó el cabello de su nuca, - pues difícil os lo ponéis, perder una flor en mitad de un parque botánico - una sonrisa picara se clavó ne su rostro, galante hubiera sido, no decir nada y ponerse a buscar la dichosa flor, pero Alois no era un caballero, solo un Teniente del Ejercito Francés, intentando pasar un día de franco tranquilo y sin sobresaltos.

Con su mirada observó meticulosamente el camino en el que habían estado parados y la zona detrás del arbusto, desde donde la joven había emergido, - podéis darme una descripción de como era, así no sería mas fácil dar con ella - le sugirió a la pequeña dama en apuros.

por **Ainoa Saavedra** Sáb Oct 24, 2015 6:16 pm

Ainoa esperaba alguna respuesta del joven, estaba acostumbrado a que la alagaran y pensó que el haría lo mismo.
Cuando volteo a verla, Ainoa no puedo ver alguna expresión, era un hombre serio y seco, lo pudo notar en el tono en que le contesto. —Vaya, para ser un teniente le falta un poco de amabilidad en su voz —, trato de observar al hombre antes de presentarse.
—Mucho gusto teniente Alois, yo soy Ainoa Saavedra —finalizó con una sonrisa coqueta, cambio su gesto para contestarle— ¿Cómo sabe que le oso no puede tener la delicadeza para andar por la pradera? Si el oso sale de su habilidad puede encontrar peligros y aventuras diferentes a las de un bosque —lo miraba fijamente para captar las expresiones que el pudiera hacer—. Es una flor del tamaño de mi palma, es de seda rosa, con encaje beige —no quería que se diera cuenta de que era una tela gitana y se puso nerviosa—. Estaba sentada en aquella banca, debe estar por ahí atrás—.

Ainoa camino y el teniente la siguió.

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