AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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De camino al arcoíris → Libre
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De camino al arcoíris → Libre
“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión.
La gente tiene que aprender a odiar, y su ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar,
el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”
- Nelson Mandela.
La gente tiene que aprender a odiar, y su ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar,
el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”
- Nelson Mandela.
¿Un regalo? ¿Verdaderamente había recibido un regalo? El sentimiento desconocido apoderó el cuerpo delgado de una joven de tez negra. Pocos eran los años que llevaba con vida, sin embargo, eso no impedía que hubiese vivido experiencias que le hicieran madurar. De todos sus recuerdos, no aparecía alguno que le dijera había experimentado la felicidad. ¿Un regalo? Esa era la verdadera interrogante, ¿Por qué lo recibía? ¿De quién podía provenir? El paquete con moño se encontraba en su humilde cama, ella lo observaba desde lejos; se encontraba asustada, tardó demasiado en asimilarlo y después de algunos minutos de duda, decidió que era momento de avanzar y combatir contra tal bestia desconocida: la incertidumbre.
La parte principal del regalo estaba forrado de color café, alrededor se encontraba asegurado por un moño negro muy grande y bonito, eso fue lo que más llamaba su atención. Entre los rulos del moño se encontraba un pedazo de papel, con dos líneas escritas de color negro. Do'ingn hizo una mueca, aquello debía ser una broma de muy mal gusto.
A la servidumbre pocas veces se le enseñaba a leer y escribir. Los que realizaban los mandados tenían el privilegio de aprender lo básico, de esa forma podían hacer los mandados y hacer las cuentas exactas. ¿Ella? Ni siquiera en sueños tuvo o tendría la oportunidad. Se sintió desilusionada de no poder leer su propio mensaje, incluso se detuvo a sentarse en la cama un rato.
Después de unos momentos tomó una decisión, no podía estarse lamentando, escondió el papelillo entre los pliegues de su mandil, camino apresurada hasta la cocina y observó que no hubiera nadie más, pero para su mala suerte, si había alguien ahí. La cocinera la miró extrañada y al poco rato Do’ingn le enseñó el papel con la escritura. La mujer dejo de cortar las papas y tomó el recado. Lo que leyó a continuación hizo que ambas pegaran un brinco y se taparon la boca. No duraron en voltearse a ver y sin perder el tiempo, volvieron a la habitación que ambas compartían. La caja seguía justo como la había dejado.
Dentro de la caja, había un hermoso y elegante vestido blanco. No era costoso, mucho menos para una fiesta, pero su tela era maravillosa, demasiado sedosa; además, olía muy bien. La joven sintió tanta emoción que las lagrimas escurrieron por su rostro.
Después de un rato así, su amiga la invitó a probarse la prenda. El largo era demasiado, pero nada que no pudiera arreglarse, por eso no se lamentó, incluso ella misma podría hacer las reparaciones. Cuando se miró en el espejo sintió que su interior se estrujaba. Sin duda aquella prenda le quedaba muy bien. ¿Cómo iba a poder agradecerle tal gesto?
* * * * * * * *
A la mañana siguiente Do'ingn se metió al a ducha, al salir a la habitación abrió su pequeño armario y sacó un vestido casual, antes de ponérselo algo removió su interior y terminó por colocarse el nuevo. Indudablemente aquella prenda la hizo sentir fuerte, única y extremadamente valiente. Aquello se vio reflejado a la hora de iniciar sus actividades. Decidió que iría a comprar algunos ingredientes, conocía a un señor cerca de la mansión, aquel hombre en su hogar vendía todo lo necesario para mantener llenos los muebles de víveres; además, se caían muy bien y aunque era de color de piel blanca, no le hacía feo, al contrario, la invitaba a sentirse en casa. A él y a su esposa les enseñaría su regalo, les diría que su amo fue considerado con ella. ¡Todos necesitan poder contar no sólo lo malo!
Do'ingn no sabía leer, sin embargo aquellos señores le ayudaron a saber el listado escrito; mientras leían en voz alta, ella iba metiendo todos loa artículos en su morral. Al poco tiempo caminó de regreso a casa.
La jovencita debía ser rápida en su andar, porque aunque el camino fuera corto, lo cierto es que eran zonas transitadas donde grupos de blancos intolerantes podían hacer de las suyas.
La parte principal del regalo estaba forrado de color café, alrededor se encontraba asegurado por un moño negro muy grande y bonito, eso fue lo que más llamaba su atención. Entre los rulos del moño se encontraba un pedazo de papel, con dos líneas escritas de color negro. Do'ingn hizo una mueca, aquello debía ser una broma de muy mal gusto.
A la servidumbre pocas veces se le enseñaba a leer y escribir. Los que realizaban los mandados tenían el privilegio de aprender lo básico, de esa forma podían hacer los mandados y hacer las cuentas exactas. ¿Ella? Ni siquiera en sueños tuvo o tendría la oportunidad. Se sintió desilusionada de no poder leer su propio mensaje, incluso se detuvo a sentarse en la cama un rato.
Después de unos momentos tomó una decisión, no podía estarse lamentando, escondió el papelillo entre los pliegues de su mandil, camino apresurada hasta la cocina y observó que no hubiera nadie más, pero para su mala suerte, si había alguien ahí. La cocinera la miró extrañada y al poco rato Do’ingn le enseñó el papel con la escritura. La mujer dejo de cortar las papas y tomó el recado. Lo que leyó a continuación hizo que ambas pegaran un brinco y se taparon la boca. No duraron en voltearse a ver y sin perder el tiempo, volvieron a la habitación que ambas compartían. La caja seguía justo como la había dejado.
Dentro de la caja, había un hermoso y elegante vestido blanco. No era costoso, mucho menos para una fiesta, pero su tela era maravillosa, demasiado sedosa; además, olía muy bien. La joven sintió tanta emoción que las lagrimas escurrieron por su rostro.
Después de un rato así, su amiga la invitó a probarse la prenda. El largo era demasiado, pero nada que no pudiera arreglarse, por eso no se lamentó, incluso ella misma podría hacer las reparaciones. Cuando se miró en el espejo sintió que su interior se estrujaba. Sin duda aquella prenda le quedaba muy bien. ¿Cómo iba a poder agradecerle tal gesto?
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A la mañana siguiente Do'ingn se metió al a ducha, al salir a la habitación abrió su pequeño armario y sacó un vestido casual, antes de ponérselo algo removió su interior y terminó por colocarse el nuevo. Indudablemente aquella prenda la hizo sentir fuerte, única y extremadamente valiente. Aquello se vio reflejado a la hora de iniciar sus actividades. Decidió que iría a comprar algunos ingredientes, conocía a un señor cerca de la mansión, aquel hombre en su hogar vendía todo lo necesario para mantener llenos los muebles de víveres; además, se caían muy bien y aunque era de color de piel blanca, no le hacía feo, al contrario, la invitaba a sentirse en casa. A él y a su esposa les enseñaría su regalo, les diría que su amo fue considerado con ella. ¡Todos necesitan poder contar no sólo lo malo!
Do'ingn no sabía leer, sin embargo aquellos señores le ayudaron a saber el listado escrito; mientras leían en voz alta, ella iba metiendo todos loa artículos en su morral. Al poco tiempo caminó de regreso a casa.
La jovencita debía ser rápida en su andar, porque aunque el camino fuera corto, lo cierto es que eran zonas transitadas donde grupos de blancos intolerantes podían hacer de las suyas.
Do'ingn Mbah- Esclavo
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 30/08/2012
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Re: De camino al arcoíris → Libre
Théodore sabía ser muy rápido cuando quería, especialmente cuando le estaban persiguiendo. Corría como un gamo. Sus piernas tenían una longitud bastante estándar y sin embargo parecían medir el doble, ya que su dueño sabía sacarles provecho. Dicen que la práctica hace maestros y Théo llevaba muchos años huyendo a carrera libre de toda la gente a la que estafaba, robaba u ofendía. En realidad si se detenía a meditarlo casi todo el mundo acababa entrando tarde o temprano en una de esas tres categorías, y eso lejos de entristecerle le divertía.
Dobló por una de las calles adoquinadas del barrio residencial y se metió en un pasadizo cubierto, dejando tras de sí dos o tres naipes que se escaparon de su bolsillo. Parecía Hansel y Gretel con sus migas de pan, solo que las del gitano eran involuntarias y bastante más prosaicas. Los gritos de sus perseguidores se oían cada vez más lejos y faltos de fuelle, Théo era más ágil que ellos. Suponía que en algún momento tendría que desistir y dedicarse a actividades más tranquilas, pero de momento su edad era una ventaja. La juventud le permitía ser el más rápido y escurridizo de todos, y ya se ocupaba él de no meterse nunca con tipos corpulentos que pudieran buscarle un verdadero problema.
Estaba acostumbrado a hacer equilibrismos en el Circo, así que emprendió la que esperaba que fuera su proeza final y trepó por un canalón hasta el reborde de piedra de una fachada que rodeaba el edificio en todo su perímetro. Lo recorrió sin mirar abajo y poniendo un pie delante del otro como un gato, aunque sin tanta elegancia natural y trastabillando de vez en cuando. Su plan era saltar a alguno de los balcones del entresuelo y desde allí aterrizar sin contratiempos en el suelo, pero pisó unas hojas húmedas y se resbaló. Por suerte lo que podría haber acabado en desenlace fatal fue atenuado por el impacto directo con la colada de algún ama de casa que había decidido que era día de lavar la ropa de cama.
Y así, envuelto en sábanas y hecho un ovillo, Théo se dio un costalazo nada despreciable justo a los pies de una muchacha negra que volvía de hacer la compra. - ¡Cagüen Dios! - Exclamó dolorido mientras luchaba a brazo partido contra toda aquella tela que no lo liberaba.
Dobló por una de las calles adoquinadas del barrio residencial y se metió en un pasadizo cubierto, dejando tras de sí dos o tres naipes que se escaparon de su bolsillo. Parecía Hansel y Gretel con sus migas de pan, solo que las del gitano eran involuntarias y bastante más prosaicas. Los gritos de sus perseguidores se oían cada vez más lejos y faltos de fuelle, Théo era más ágil que ellos. Suponía que en algún momento tendría que desistir y dedicarse a actividades más tranquilas, pero de momento su edad era una ventaja. La juventud le permitía ser el más rápido y escurridizo de todos, y ya se ocupaba él de no meterse nunca con tipos corpulentos que pudieran buscarle un verdadero problema.
Estaba acostumbrado a hacer equilibrismos en el Circo, así que emprendió la que esperaba que fuera su proeza final y trepó por un canalón hasta el reborde de piedra de una fachada que rodeaba el edificio en todo su perímetro. Lo recorrió sin mirar abajo y poniendo un pie delante del otro como un gato, aunque sin tanta elegancia natural y trastabillando de vez en cuando. Su plan era saltar a alguno de los balcones del entresuelo y desde allí aterrizar sin contratiempos en el suelo, pero pisó unas hojas húmedas y se resbaló. Por suerte lo que podría haber acabado en desenlace fatal fue atenuado por el impacto directo con la colada de algún ama de casa que había decidido que era día de lavar la ropa de cama.
Y así, envuelto en sábanas y hecho un ovillo, Théo se dio un costalazo nada despreciable justo a los pies de una muchacha negra que volvía de hacer la compra. - ¡Cagüen Dios! - Exclamó dolorido mientras luchaba a brazo partido contra toda aquella tela que no lo liberaba.
Théodore**- Gitano
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 13/12/2017
Localización : El circo
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