Perlas ensangrentadas (Timeus)

por **Carmina Moran** Mar Ago 11, 2015 3:55 pm

Labios rozando un cuello desnudo, copas de champagne rosado que repiquetean unas contra otras, una cacofonía de voces que se pierden tras las notas del vals. La pista de baile es una masa policromática de sedas y algodones finos, vestidos escotados con faldas imposibles que se arrastran contra el suelo pulido de la pista de baile.
Las damas que no están bailando se abanican con suavidad, coqueteando desde lejos con los hombres que conversan entre ellos.

Todo allí es lujoso, desde las alfombras persas hasta las pesadas cortinas de terciopelo rojo que enmarcan las grandes ventanas enmarcadas en oro. El banquete servido, podría alimentar a todos los huérfanos de parís por varias semanas. Y las joyas… cada una de ellas cuesta una pequeña fortuna, con un solo pendiente de esmeraldas, podrían comprarse más de una docena de esclavos.

Y las joyas de la inquisidora no son una excepción, sus rizos están adornados con una diadema de plata, zafiros y turquesas que relucen contra la luz de las velas, y su cuello está rodeado por una gargantilla del mismo material. Su vestido era una extravagancia de satín azul, con cuentas de turquesa bordadas en el escote y la cintura. Con su piel acaramelada y los ojos grandes, rodeados por espesas pestañas artificialmente coloreadas, parecía una verdadera dama de sociedad.

Nadie habría sospechado que la dama que hablaba con tanta gracia y se reía con suavidad estuviese allí para matar a uno de los invitados.
Cazar vampiros en un lugar tan abarrotado era siempre una mala idea, si no iba con cuidado, varios civiles podrían resultar heridos. Rehenes y daños colaterales eran una posibilidad aterradora. Los humanos y otras criaturas inocentes no merecían ser víctimas de una guerra con la que no tenían nada que ver.

Un suspiro escapó de sus labios y dejó su copa en la bandeja de uno de los criados que pasaban por allí; inclinándose se despidió de sus compañeros y comenzó a andar entre los invitados de la fiesta, abanicándose con su llamativo abanico de plumas.

Estaba atenta a todas las voces, en busca de algo que la ayudara a encontrar a su objetivo.
Por desgracia, lo que oyó no tenía nada que ver con el vampiro, si no que con ella.

-…Oh sí, la gente como ella son casi humanos, los llaman mulatos ya que son como las mulas… -dijo una voz amarga, perteneciente a una de las inc=vitadas de más alta cuna.

Todo su cuerpo se tensó. Iba a darse la vuelta y arrancarle la cabeza a esa vieja arpía, o la usaría como cebo para el vampiro y le diría a sus superiores que había sido una víctima inocente, una desgracia… o…
O podía darse la vuelta, sonreírle de manera altiva y encaminarse al balcón, a aclarar su mente.
Y así hizo. La viva imagen de la dignidad y la clase.
Cosas que perdió inmediatamente en el momento que llegó al balcón. Gruñendo de manera poco femenina le dio un puñetazo a la barandilla, respirando de manera agitada, completamente furiosa ante tal comentario.
Que actuase así era ridículo. Estaba más que acostumbrada a escuchar ese tipo de comentarios. Sobre todo en fiestas de alto padrón.
-No estoy aquí para lidiar con esa bruja… -se dijo a sí misma, pasándose las enguantadas manos por las mejillas.

por **Timeus/Ambrosia Graves** Vie Sep 04, 2015 12:17 am

Ah, el siglo diecinueve era único, no se parecía en nada a cualquier otra época que yo hubiera presenciado, y vaya que habían sido algunas. La revolución estaba a la orden del día. Dentro de Europa, destacaba Francia como país, y dentro de Francia, París deslumbraba con su efervescente entorno. ¡Simplemente maravillosa! El perfecto escenario para un vampiro como yo, tan curioso y juguetón por naturaleza. Por eso, París me tenía encantado. Me había vuelto adicto a la ciudad, con sus almacenes de novedades, sus galerías de arte y los grandes bulevares con amplias aceras para los paseantes que, al caer la tarde, luego de una larga y exhaustiva caminata por el centro de la ciudad, en busca de toda clase de artículos -mismos que ellos consideraban de primera necesidad, mientras que yo los veía como insulsos cachivaches-, solían refugiarse en los célebres cafés y restaurantes. A mí me encantaba espiarlos; observarlos con detenimiento para estudiarlos a profundidad, ya fuera oculto entre las sombras, o en el mejor de los casos, mezclándome entre los suyos. Desde luego, prefería mil veces más la segunda opción, por eso de vez en cuando acudía a los grandes salones, donde importantes eventos tenían a lugar.

El Palacio Royal, sitio al que me dirigí esa noche, era el más famoso y más grande de la ciudad; especialista por excelencia, donde la crème de la crème se daba cita. Desde luego, ninguno de los presentes estaba allí porque realmente le importara el baile y la música en vivo. No, los aristócratas asistían para ver a otros y ser vistos, para presumir sus nuevas adquisiciones como lo eran sus exquisitas vestimentas y las joyas de incalculable valor. Exhibirse para juzgar y ser juzgados les resultaba la cosa más natural del mundo. Decenas de mujeres desfilaban frente a mis ojos, enfundadas en grandes y coloridos vestidos bombachos llenos de volantes, mientras que en los pies calzaban pequeñas pero costosas zapatillas de baile. Los hombres, con sus exquisitos trajes y los sombreros de copa ceñidos a sus cabezas, se paseaban con la espalda erguida y el mentón alzado, petulantes y orgullosos, haciendo alarde de su elevado estatus social. Yo miraba encantado a aquellas engreídas criaturas, tan frágiles y diminutos, pero sintiéndose los dueños del universo. Apenas era consciente de la tenue y discreta sonrisa que involuntariamente se dibujaba en mis labios. Pero era de esperarse. ¡Sentía una fascinación imposible de expresar por aquellos hombres y mujeres! Me sentía hechizado por cada uno de ellos, con sus voces y carcajadas mezclándose con la música, sus curiosas danzas y el aroma de sus colonias.

Sin duda, estaba extasiado. Me entusiasmaba la idea de encontrar a la criatura que acapararía toda mi atención el resto de la noche. Por eso me esmeré al buscarla, paseando lentamente entre los mortales, con el aspecto de un elegante y sofisticado caballero enfundado en un finísimo traje negro, pero siendo realmente un lobo hambriento entre tiernos y deliciosos corderos. Hasta que la encontré. Como el resto de los presentes, estaba perfecta, impecable y reluciente, pero se le notaba acalorada. La postura de sus hombros denotaba cierta tensión y, gracias a mi magnífica visión, pude notar el músculo que le palpitaba en el mentón, la inequívoca señal de que algo la tenía molesta.

Con los puños cerrados, la vi moverse y enseguida supe que se dirigiría al balcón. Yo decidí adelantarme. No obstante, una vez allí, decidí mantenerme oculto entre las sombras. Me mantuve callado y tan inmóvil como una estatua para que ella no pudiera percatarse de mi presencia, y lo conseguí sin demasiado esfuerzo. Una corriente de excitación me atravesó al oír aquella voz. Estaba furiosa. ¿Qué la había molestado tanto como para perder los estribos de aquella manera? No pude evitar preguntármelo y, negándome a la idea de quedarme con la duda, decidí adentrarme en sus pensamientos. Ah, la pobre criatura había sido ofendida. Qué ternura.

—Y ¿qué ha sido entonces lo que la ha traído hasta este nido de víboras, madame? —Pronuncié con sorna y mi voz llegó a ella desde el lado izquierdo del balcón—. Lo sé, no tiene que decirlo, escuchar a escondidas es un hábito horrible, pero creo que hay costumbres mucho peores… —añadí cuando ella se percató de mi presencia y, como queriendo suavizar mi intromisión, le lancé una mirada de falso desprecio a la mujer que anteriormente le había ofendido.

Entonces, busqué sus ojos, y cuando nuestras miradas finalmente se encontraron, en segundos los ajenos se vieron irremediablemente atrapados por los míos, verdes, brillantes y tan agudos e insondables como mi mente.

por **Carmina Moran** Mar Sep 08, 2015 6:29 pm

Sus miradas se encontraron, dorado oscuro contra verde, y durante lo que le pareció una eternidad se vió incapaz de apartar la mirada. Sus ojos eran brillantes, atrayentes, y Carmina se sentía como una polilla atrapada por la luz. Habría podido estar mirándole sin decir nada por lo que restaba de su vida, pero dentro de ella, su instinto y años de entrenamiento la llamaban, exigiéndole que apartase la mirada de él. Podría entregarse a sus brazos, y dejar el tiempo pasar. Por suerte suya y desgracia de su acompañante, el estruendo de cristales rompiéndose en la otra sala la salvó de su estupor momentáneo.
Apartó los ojos de los suyos, sonrojándose desde la punta de la nariz hasta la raíz de los cabellos, abriendo su abanico en un gesto lánguido y escondiendo la faz detrás de este.
Cualquier otra ocasión habría hecho que la mujer se pusiese en alerta. Por atractivos que fuesen los hombres que hablaban con ella, jamás se había comportado de esa manera. Pero tal vez, se dijo a sí misma, la ofensa de la vieja harpía la había hecho sentir vulnerable.

-Sois usted muy atrevido –dijo dándole la espalda, con el abanico moviéndosesuavemente en frente de ella- Espiais mis monólogos privados y os dirigis a mi sin que seamos presentados…
Lo miró por encima del hombro, alzando una ceja de manera coqueta, para volver a darle la espalda, un gesto que indicaba claramente que deseaba que se acercase a ella. Era uno de esos gestos que mujeres de todas las épocas nacían aprendiendo, un gesto que para ojos inexpertos era de rechazo, pero que para aquellos conocedores era algo más, una invitación al juego, una invitación discreta a la caza, en los cuales los papeles de gacela y león no quedaban del todo claros.
En la posición que se encntraba, su figura resultaba aun más llamativa, la nuca al descubierto, con unos suaves rizos rozandola, una pequeña porción de su espalda descubierta, piel suave y con musculos delicados, que hacían que la mujer tuviese la apariencia de un galgo de caza, lista para correr o cazar en cualquier minuto.

-Y respondiendo a vuestra pregunta, Caballero, hago aquí exactamente lo que cualquier otra mujer de Paris, cotillear, conspirar y pasar el tiempo… la vida de una viuda adinerada es realmente tediosa -murmuró con suavidad, cerrando el abanico de plumas y colocándolo a su lado- ¿Y usted? ¿Qué trae a un caballero con unos modales tan nefastos aquí? –dijo con tono ligeramente sardónico- Buscais una esposa…¿Tal vez una amante? Estoy segura que lo que le ha traido aquí no es la calidad del alcohol, o la música –frunció los labios de manera ligera al escuchar los violines que sonaban de manera algo discordante- Tal vez os dediquéis a espiar a desconocidas.

Ladeó la cabeza, con una sonrisa en los labios, mirándolo de reojo, con cuidado de no cruzar las miradas por una segunda vez.

-De ser así, permitid que me presente, para que podías ir a espiar a otra. Eireen Brönte –extendió la enguantada mano para que se la besara- ¿Y usted es?

Un nombre falso, como toda la persona que había construido a su alrededor. Pero era mejor no envolver ni a su familia ni a los registros oficiales de la inquisicion en aquello.

por **Timeus/Ambrosia Graves** Vie Oct 02, 2015 12:20 am

Me reí, me permití regalarle una de mis más sinceras sonrisas porque estaba realmente complacido con sus argumentos, su exquisita elección de palabras. ¡Qué mujer tan fascinante! Su elocuencia resultaba innegable y me tenía embelesado. Poseía un acento extraño, muy exótico, que de inmediato me hizo pensar en sus orígenes, en la mezcla de razas que tuvo que llevarse a cabo para dar vida a una criatura tan fabulosa como ella. Antes de moverme o volver hablar, la contemplé un momento. Me gustaba su apariencia, me gustaba mucho. Era bonita. Una atractiva mujer de cabellos castaños, ojos oscuros muy brillantes y boca carnosa. No era la típica jovencita inexperta, flacucha y pálida, que uno a menudo encuentra entre la aristocracia, ella más bien era lo suficientemente mayor para comportarse como le viniera en gana; poseedora de una figura delgada, pero con curvas generosas en los lugares adecuados, y su tez, morena como la de una salvaje gitana.

Cuando se dio la vuelta y me dio la espalda, mirándome por encima del hombro, me pareció que no tenía el aspecto de una viuda desconsolada. Más allá de su belleza, había algo en su mirada que incitaba, algo extremadamente seductor, algún tipo de estimulante que te inducía al delirio. Más que invitarte a acercarte, te retaba a hacerlo, y estoy seguro que no de manera inconsciente. Ella sabía su juego, el cual no me pareció nada inocente. Yo decidí jugarlo cuando avancé para aproximarme lo suficiente, colocándome tan solo un paso detrás de ella. ¡Qué cuello tan maravilloso! Largo como el de un cisne y con venas demasiado visibles. Mi sed se disparó y deseé, como pocas veces en toda mi existencia, hincar mis colmillos en la tierna piel que yacía expuesta ante mis ojos de predador. Escuchar el latir de su corazón bombeando deliciosa sangre por todo su cuerpo, resultó casi una tortura. Quería su sangre tibia, casi humeante, corriendo por mis venas. Quería su esencia, su sabor, deleitando mi garganta. Quería, desesperadamente, más que cualquier otra cosa, sentir su vida extinguiéndose entre mis brazos. Un solo movimiento y podía ser mía. Tuve que aplicar toda mi fuerza de voluntad para no atacarla en ese momento. Más que alimentarme, también me apetecía jugar un poco.

—Eireen... —repetí en voz alta y casi sentí que se me erizaba el vello de todo el cuerpo. Entonces, con una nueva y pérfida sonrisa, me incliné y besé su mano enguantada. Incluso a través de la seda, mis labios fueron capaces de percibir la tibieza que emanaba su cuerpo—. Felix Ashcroft, a sus pies —me presenté dando, desde luego, un nombre falso.

—¿De verdad cree que tengo el hábito de apropiarme de la privacidad de otras personas? —cuestioné retomando la conversación, ladeando el rostro con algo de picardía y mirándola a través de mis ojos verdes entrecerrados—. Me deja sin palabras. ¿Cómo defenderme ante semejante y tan directa acusación? ¿Acostumbra usted juzgar tan duramente a las personas? —Inquirí alzando levemente una ceja, fingiendo así que me sorprendía su actitud.

—Ya hemos coincidido en que mis modales no han sido para nada respetuosos pero, ¿qué puedo decir? Supongo que soy un rebelde al que le gusta romper las reglas de vez en cuando —me encogí de hombros y la observé con curiosidad—. Todo el mundo debería permitirse no seguirlas al pie de la letra en alguna ocasión, ¿no lo cree? Además, de no haberlo hecho, quizá me habría llevado bastante tiempo unirme a usted y tener esta interesante aunque inusual conversación. Tal vez ni siquiera habría tenido la oportunidad de conocerla. ¿No cree que eso hubiese sido en verdad triste? —sugerí, pero no esperé por una respuesta—. En todo caso, si no hay forma alguna de hacer que cambie la opinión que ya se ha hecho sobre mí, si realmente me cree un acechador de mujeres, considero conveniente confesar que creo fielmente que ni habiendo espiado a cada una de las presentes, habría encontrado a una mujer tan interesante como usted —la halagué, y debo confesar que no fui del todo falso al hacerlo. Avancé un paso para así acortar la distancia entre nosotros, luego añadí—: La encuentro extraordinaria, Eireen. Sagaz, franca y absolutamente directa, debo decir, pero encantadora. Me tiene impresionado.

Aunque dudaba que una mujer como ella pudiera llegar a sentirse intimidada, no quería ahuyentarla, por eso me aseguré de que mi expresión de volviera cautivante y no invasiva.

—Ni esposa ni amante. De momento solo busco una compañera de baile —dije de pronto, respondiendo así a lo que anteriormente ella había sugerido—. Ahora que nos hemos presentado, supongo que podríamos hablar de algo aburrido. Sin embargo, confío en que no se ofenderá si rompo nuevamente las reglas y la invito a bailar. ¿Me haría ese honor? —alargué mi mano, también enguantada, esperando que ella la tomara—. Si acepta, quizá pueda demostrarle que soy mejor bailando de lo que lo soy con los modales —bromeé con voz melodiosa y seductora.

Y así era como empezaba el juego, mío, pero también suyo.

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