Soledad e inspiración - Libre -

- Creo que aún le falta algún matiz... - dije mientras miraba al lienzo de más de dos metros que tenía delante - Le falta un toque de algo, le falta vida - el fondo blanco estaba adornado con manchas rojas en forma de lineas erráticas hechas con las manos y pegotes lanzados sin ningún orden ni sentido. A eso se le tenía que añadir algún que otro color disperso por los alrededores, pero nunca muy lejanos al rojo original, lo que le daba más fuerza al protagonista.

Di unos pasos a izquierda y derecha, aparté un pequeño taburete que tenía puesto delante para llegar a todos los rincones del cuadro y me llevé las manos manchadas hasta los labios mientras entornaba los ojos nada conforme con el resultado.

- Debe ser que la elocuencia me falla así como la inspiración esta noche - en mis palabras había cierto punto de frustración difícil de acallar en voz alta - No veo cual es el problema, no encuentro donde he perdido el toque que le hacía falta a esta obra.

Vestía con las ropas de dormir: un camisón blanco que me cubría hasta casi los pies y que, en ocasiones llegaba a pisar. Aunque ahora de blanco tenía poco pues sus telas se teñían de aquellos colores que había estado manejando desde que el ocaso dio paso a la noche en el cielo de París.

- ¿Tú tienes idea de que le pasa? - pregunté a mi derecha donde el goteo de la sangre era lo único que luchaba contra el silencio por llenar las paredes de mi oscura y humilde casa. Un goteo incesante pero bastante errático ya que surgía del cuerpo de un varón colgado del techo con la cabeza hacia abajo. Tenía practicado un corte en la garganta de un lado al otro y ahora, después de todo el tiempo que llevaba en esa posición, el rostro completamente ensangrentado. Lo que caía no eran más que las gotas que aún se aferraban a la piel del que en ese día había sido su contenedor - Ya veo, no piensas decir nada - ese era mi problema, a veces la soledad te hace tanta compañía que acabas hablando sola. O como era este caso, con poco más que un trozo de carne frio y sin vida.

Caminé hasta el cuenco y metí un poco más mis dedos en aquel líquido. Luego introduje uno de esos dedos en mi boca y probé el elixir de vida robado de aquel hombre.

- Esta frío... - añadí después de haber saciado mi curiosidad - No se puede trabajar sin material, no en este estado - seguí diciendo mientras la ira se generaba en mi pecho hasta el punto de tomar el cuenco y estrellarlo contra una de las paredes. Este debido a la fuerza se hizo añicos y toda la sangre impregnó aquel muro. Me senté en el taburete con las manos bajo el mentón sin tener muy claro que hacer o por donde continuar.

- Esta claro que esta noche no está hecha para pintar - dije mientras miraba una última vez el cuadro que cada vez perdía más sentidos hasta el punto de parecer no más de unas manchas en mitad de la pureza.

Me levanté con ímpetu y caminé hasta el cuadro, cogí la tela de un lado y lo arranqué sin ningún miramiento, haciéndola trizas en el transcurso y posteriormente rompiéndola en más y más pedazos, hasta que no quedaba nada reconocible en ella.

- ¡¡No es más que una porquería!! - grité a los trozos de tela que regaban el suelo - Podría haberlo hecho hasta un niño - añadí. La verdad es que, desde que me mudé a aquel país, lejos de mi tierra natal, la inspiración no había vuelto, se había quedado allí. No había conseguido hacer un cuadro en condiciones ni con una materia prima tan variopinta. Quizás sólo era que no había encontrado a mi musa en aquel lugar o quizás simplemente que los años habían hecho que mi arte se volviera repetitivo y aburrido. Sea como fuere, estaba frustrada hasta niveles desconocidos.

Tomé del pelo al hombre que seguía colgado con la mirada sin vida del techo y tiré de él. Noté como su cuerpo se convulsionaba bajo la presión de mi agarre y como los huesos de sus tobillos se partían allí por donde las cuerdas le hacían presión. Pero no se precipitó... no tenía tantas fuerzas.

Odiaba el hecho de tener que salir cada noche a alimentarme, a buscar una presa nueva. No es que la sensación de la caza no provocara una euforia difícil de igualar por otras cosas. Simplemente es que a veces me resultaba aburrido hacer cada noche lo mismo, llevar una vida cíclica, rutinaria.

Bufé ante la situación cómica que acababa de provocar y caminé hasta el espejo que coronaba una de las esquinas de la habitación. Cogí un jarrón y llene la palangana que quedaba a su lado con agua límpia, ligeramente tíbia. Me quité las ropas quedándome desnuda frente al espejo y, a través de él, ví como el cuerpo continuaba con el balanceo provocado por el fiasco de mi demostración.

- No me espíes mientras me lavo, soy una señorita después de todo - le ordené mientras, con el agua iba retirando las manchas que habían impregnado mi piel, haciendo que resbalaran por mi cuerpo hasta mis pies y corriendo libres por el suelo. Intenté restar impurezas a mi cabello y cepillarlo como era debido para luego hacerme un recogido. Para terminar, perfumé mi piel con agua de rosas, intentando evitar que, el olor a muerte, fuera lo único que me diferenciara del resto de personas que caminaran por fuera a esas horas de la noche.

Finalmente después de arreglarme como era debido, salí a la calle con la intención de encontrar algún lugar remoto donde sentarme, pensar un poco, buscar la inspiración si era posible y algo que llevarme a la boca. Algo con lo que paliar el hambre que se había despertado en mi interior, algo con lo que acallar a la bestia. Normalmente tenía preferencias dependiendo de la noche y el estado de ánimo. Aquella noche me daba igual una cosa que otra mientras fuera una dama y no forcejeara demasiado.

Esto me llevó hasta uno de los puntos que más me gustaba visitar de la ciudad: el museo. Caminé por los jardines en la soledad y contemplé la magnificiencia del lugar sorprendida como cada vez que me acercaba por sus alrededor. Obviamente estaba cerrado, no obstante la noche era fresca y el lugar idoneo para inhalar el aroma de la noche parisina.

No se en que momento concreto pasó, pero la verdad es que terminé por ausentarme. No físicamente, sólo mentalmente. En un momento estaba allí y, al siguiente mi mirada se había quedado clavada en un punto del cielo, uno inconcluso, y mi mirada yacía perdida en el mientras mi mente navegaba por las olas de pensamientos que me sobrevenían. Pensamientos del pasado, del presente. Personas y cosas, lugares y momentos, sensaciones...

Las sensaciones ya no eran más que retazos de lo que una vez fueron. Aquello que una vez llamé sentí se había limitado a saciar el hambre, calmar a la bestia y esperar que volviera a reclamar su alimento. El vino ya no tenía sabor, el sexo era vano si no había un mordisco en el transcurso y, incluso llorar ya no era un acto reflejo cuando se siente dolor, cuando se está triste. La inmortalidad apaga tus sentidos dejando lo básico para sobrevivir y eliminando el resto. No es que no disfrutara con los placeres que una vez gocé con mi corazón latiendo a un ritmo frenético, simplemente me refiero al hecho de que sentir sólo era un reflejo de lo que una vez sentí, no una experiencia real que se estuviera desarrollando en ese mismo momento.

- ¿Madame? - una voz áspera me sacó de mis ensoñaciones pasajeras.

Luché con toda mi fuerza de voluntad por no girarme y clavarle las garras en el estomago sacando luego sus entrañas para mi disfrute. Quizás, de ese modo, hubiera vuelto la inspiración a mi: matando de un modo más animal, más primario. Pero en vez de eso simplemente me giré y sonreí ligeramente.

- ¿Qué desea caballero? - intenté mostrarme educada aunque llevaba la procesión por dentro.

Sería un varón de unos 40 años de aspecto cansado y unas bolsas debajo de los ojos que seguramente se debiera a que trabajaba de noche como una rutina. Iba bastante arreglado y, en ese momento, se había retirado el sombrero a modo de mostrar sus respetos.

En un primer momento juraría que sus ojos se habían cruzado con mi mirada recién devuelta a la realidad. Pero en seguida los desvió hacia el suelo, perdiéndose en la oscuridad de la cual este hacía gala. Era muy difícil aguantar la mirada a un vampiro que clavaba sus pupilas en ti. Quizás sólo otro vampiro más viejo lo consiguiera y, ese no era el caso.

- ¿Se encuentra bien? - dijo marcando una preocupación leve en su tono de voz - Podría caer enferma si se moja en exceso.

Con mis ensoñaciones no había sido consciente de que el cielo se había encapotado y que una ligera llovizna había comenzado a descargarse sobre la ciudad de París, sobre nuestras cabezas. Ahora que había retornado, notaba como las telas de mi vestido se iban pegando poco a poco a mi piel pálida. Comprendí el porque de aquella conversación y el motivo por el cual aquel hombre se había acercado a mi. Quizás eso acababa de salvar su vida. Eso y que no tenía más ganas de pintar en unos días.

- Si, me encuentro bien. Disculpe - dije levantándome y notando como el agua resbalaba por mi sombrero hasta mis hombros y se colaba sencillamente por las costuras de la ropa hasta mi pecho. También noté la mirada de aquel hombre, aunque cabría decir que no era una mirada lasciva, no parecía una atracción tan primaria como había visto en otros humanos. Simplemente había llamado su atención y me estaba estudiando - Estaba sumida en mis pensamientos. Ya me marcho.

- Espere - se atrevió a decir cuando ya había iniciado mi camino hacia algún lugar donde guarecerme.

- ¿Si? - respondí más llevada por la curiosidad que otra cosa.

- Mire, me encargo de la seguridad del museo - comenzó a decir - Podría protegerse de la lluvia allí hasta que escampe.

¿Ver el Louvre de noche? ¡¡Claro que si!! Era un lugar que no tenía la posibilidad de admirar debido a que siempre estaba cerrado. La simple posibilidad de llevar a cabo tal cosa, me produjo una alegría interna que creía olvidada, perdida en uno de esos recónditos lugares de los cuales acababa de volver.

- ¿Sería usted tan amable? - le contesté ocultando la emoción que aquello suponía para mi.

- Detrás de usted, madame - me indicó con una de las manos que caminara hasta la puerta del lugar.

Una vez dentro comprobé que las velas estaban encendidas y que la luz arrojada, aunque tenue, era más que suficiente para poder admirar la belleza de las obras que allí se guardaban. Dí unos pasos contemplando unos cuadros y maravillándome de las formas, de la perfección de las lineas, del cuidado del color...

- ¿Le gusta el arte? - preguntó a mis espaldas manteniendo una distancia prudencial conmigo. Era una señorita y no quería que me sintiera amenazada.

- Es mi pasión - contesté - Pero por motivos personales, no me es posible visitar este lugar a las horas en las que está abierto ¿Cómo es que lo está hoy? - pregunté consciente de que allí no estábamos solos. En el aire había cierta reminiscencia de un perfume de mujer que no era el mio.

El hombre se avergonzó debido a que le había atrapado en sus negocios turbios y se giró dándome la espalda antes de volver a hablar.

- La vida está muy mal, madame - comenzó a decir - No todos tenemos la posibilidad de disponer de un nivel económico acomodado y los trabajos no sufragan esa falta.

- No se ande con rodeos caballero, se que hay más personas aquí - le admití intentando acortar el camino de la conversación que amenazaba con volverse cíclica.

El se giró de nuevo pero esta vez visiblemente sorprendido a causa de quizás mi intuición o mis sentidos para captar la presencia de más personas en aquel lugar.

- Tiene razón - admitió finalmente - Confío en que mi secreto estará a salvo con usted.

- No tenga miedo si es eso lo que le preocupa - contesté intentando avanzar un poco más.

- Un lord me ha pedido que le diera la posibilidad de enseñarle el museo a unas "amigas" - hizo un último gesto después de acabar la frase que me dio a entrever que obviamente no eran amigas y que más bien a ese hombre lo que le apetecía era acostarse con sus chicas entre cuadros que no le quitarán los ojos de encima en ningún momento. Un gusto ciertamente... morboso - Así que permita que me disculpe por tan indecorosa situación.

- No se preocupe, se lo que se oculta tras las paredes de las casas y en el profundo de los instintos del ser humano - le respondí intentando calmar su vergüenza - A cambio de mi silencio, le pediría que me diera la posibilidad de visitar las instalaciones. Hoy que tengo ocasión - pedí a sabiendas de que no podía negarse. Su trabajo y supervivencia dependía de ello. Sólo era un mero trámite y un formalismo.

- Pero madame, no puedo abandonar mi puesto. Debo mantener la vista en la puerta principal - alegó intentando disuadirme.

- No se preocupe, será una vuelta rápida - sonreí - Creo que podré sola. No se preocupe, no robaré nada.

- Tenga cuidado de no encontrarse con el Lord. No creo que le gustara encontrarse con intromisiones en sus actos - cedió, luego alcanzó un candelabro que había en la mesa con tres velas y me lo acercó - Llévelo, los pasillos son demasiado oscuros.

Sentí el calor de las velas en mi rostro y como el hombre entornaba la mirada al darse cuenta de la palidez de mi piel. Evité sonreír de nuevo para no acrecentar cualquier cosa que se le pudiera pasar por la mente añadiendo un par de dientes más largos de lo normal y comencé a caminar.

Era un pasillo interminable con habitaciones a los lados repletas de obras. Entre en una, luego en otra y así siguiendo un orden lógico. Escuchando al fondo unas risas femeninas a la vez que una voz masculina se unía de vez en cuando. Agudicé el oído separando dos sonidos diferente pero a la vez parecidos: eran dos chicas y era bastante probable que fueran familia.

Poco a poco la luz de su alcoba improvisada se iba acercando a mi.

Estiré la mano mientras seguía caminando por los interminables pasillos y recovecos de aquel maravilloso lugar. Aspiré el aire ligeramente enrarecido por la acumulación de polvo por el tiempo de todo lo que había allí dentro. Acaricié los marcos de los cuadros notando como no eran imperecederos. Como su madera se había  ido desgastando y astillado. La madera se clavaba en mis dedos como pequeñas agujas, produciendo un ligero escozor que disfruté como si fuera un placer, llegando a cerrar los ojos para acrecentarla todo lo que me fuera posible. Después pasaba al cuadro siguiente y así sucesivamente.

El sonido de las risas había pasado de atraerme a irritarme. Era una melodía arrítmica que lo único que conseguía era desconcentrarme en el ritual que había iniciado con el arte, un ritual que pretendía alargar todo lo que me fuera posible.

- Ruido, ruido... pero de repente, el ruido cambió. Las risas se acallaron y dieron paso a un tono preocupado y lleno de desesperación. Algo había ocurrido, podía notarlo.

Sonó el grito pidiendo ayuda y no pude negarme a responder a el. Apagué la luz que portaba y caminé unos pasos hasta llegar al marco de la puerta. Una vez allí me mantuve en la misma observando la situación desde mi posición privilegiada.

Dentro estaban las dos mujeres como bien había deducido hacía un momento. Una de ellas estaba en el suelo boqueaba como un pez al que se le ha privado de su medio, se asfixiaba por momentos. La otra estaba a su lado, la miraba sumida en la impotencia, perdida en la frustración que produce ver la enfermedad o más bien la amenaza de muerte y no poder hacer nada para remediarlo. Ambas, debido a su apariencia, podría deducirse que el encargado del museo no andaba desencaminado y que se dedicaban a trabajos poco honroso para la sociedad.

Así en la penumbra, había rasgos comunes y otros bastante similares en sus físicos. Al parecer tampoco me había equivocado cuando tuve la impresión de que eran familia. Hermanas posiblemente, primas como mucho.

Por alguna razón, desconocida para mi, no podía apartar la mirada de la moribunda. Era tan sencillo... sólo tenía que esperar y su agonía se haría más pronunciada hasta que finalmente se apagara su vida y su corazón dejara de latir ¡Era tan poético y dramático! Pensé en la posibilidad de acercarme sigilosamente y tomar a la que estaba arrodillada, perforar su delicado cuello y ver el rostro de terror que eso provocaría en la que yacía en el suelo ¡Sería sublime!

Esa sangre, cargada de terror...

Desistí en esa idea, al menos en ese momento. Lo dejé vagar un instante más por mi imaginación y luego até el instinto dentro de mi para un día más propicio: el guardia sabía la gente que había ahí dentro y ya me había mirado con cierto recelo.

- Hora de la función - me dije a mi misma mientras cambiaba el rostro a uno de preocupación y entraba en escena.

- ¿Qué ha pasado aquí? - pregunté mientras cubría la distancia que nos separaba - He oído el grito y he venido lo más rápido que he podido.

Me agache al lado de la tumbada y busqué su mirada perdida, abrazando la muerte debido a la falta de aire. Miré a la otra.

- Hay que sacarla de aquí, necesita aire puro -luego mire alrededor como buscando a alguien más - ¿No veniaís con alguien más? - pregunté aún sabiendo que habían venido con un varón y que, gracias a mi condición, no hubiera necesitaba ayuda para moverla sola, no era más que una apariencia, un juego.

- Olvídalo - dije con cierta impaciencia - Ayudame, sujetala de un brazo y yo lo hago del otro - la expliqué mientras pasaba su izquierda por encima de mi hombro y la sujetaba por la cintura haciendo un ademán para levantarla.

La situación le resultaba completamente surrealista: Por un lado estaba la hermana medio muerta intentando atrapar un aire entre sus labios que parecía más escurridizo que un pez recién sacado del agua y que da bocanadas mientras intenta escapar a su captor y volver a su habitar. Y por el otro estaba la otra hermana que parecía completamente desorientada y perdida ante mi llegada a la escena. ¿Cómo era posible que la enferma hubiera sobrevivido todo ese tiempo sin una reacción dinámica y eficaz por parte de la otra?

Finalmente pareció entender lo que la estaba pidiendo y, después de cargarla, comenzamos a sacarla de aquel lugar. Creí pensar que aquella doncella padecía un mal que había visto antes, un mal que hacía que el aire escasease en lugares cerrados, en lugares sin ventilación. Un mal que era más mental que real pues, aunque yo no necesitara respirar, era obvio que su hermana si, y ella lo hacía con normalidad. No obstante yo no era quien para tratar aquellos aspectos de la mente humana, no era médico ni nada parecido. Tampoco era bondad lo que estaba mostrando. Aquello era un entretenimiento, quizás un alimento llegado el momento, pero poco más.

La que aún se mantenía en pie comenzó a hablar mientras llegábamos a la puerta. Parecía agradecida por mi actuación y me remitía que no tenía modo de pagarme alguno, que lo único que me podía ofrecer era su cuerpo para yacer a mi lado. Un ofrecimiento que no distaba demasiado de agradarme ya que era una doncella de buen ver y a la vista quedaba que bien atribuida por aquel que la hizo, pero lejos de las necesidades de un vampiro.

- No es necesario que me pague y menos por ayudarla a salvar la vida de su hermana. No se sienta en deuda conmigo - añadí además - Había llegado a mis oídos que no se encontraban solas en el lugar. Guarde su cuerpo para aquel que reamente ha pagado por él - era consciente de que aquel hombre que las había contratado, no iba a dejar que aquella noche acabara de ese modo, sin cobrar su presa.

Salimos del lugar y, unos metros pasado el umbral, creí oportuno dejar el cuerpo de la moribunda en el suelo. A continuación me arrodillé a su lado y le aparté el poco pelo que le cubría el rostro. Sentí el contacto de su piel caliente en mis dedos y la muerte que la acechaba desde cualquier esquina. Aparté la mirada presa de la necesidad incipiente de darle ese último empujón que necesitaba y cubrir mi deseo. La cercanía con los humanos siempre era un problema...

- Relájate y respira hondo, ya verás como poco a poco va pasando - la indiqué.

Además, para más tortura, también estaba la otra a mi lado. Notaba como la vista se me nublaba y la mente se me iba ligeramente, empezaba a notar la perdida de control.

Me levanté y caminé unos pasos para atrás. Luego respiré hondo, más tranquila.

- Avisaré al encargado y iremos a buscar un médico - dije intentando evadir la presencia de las dos mujeres.

Era gracioso, de algún modo, ver como aquella mujer era tan devota de su trabajo que estaba dispuesta a hacer turnos dobles en pro de tapar la enfermedad e indisposición de su hermana. Creo que jamás había conocido a nadie con esas características.

Con esa perspectiva, aceptar un pago en "carne" no suponía ningún tipo de recompensa para con mi persona, pues parecía que más que pagar en función de la ayuda que las había prestado, aquella mujer sólo saciaría el hambre voraz de sexo que parecía poseer. Ahora, y después de ver la perspectiva, sólo me quedaba saber una cosa más de aquella pareja ¿Su hermana también sería participe de los mismos gustos?. Tenían suerte de ser mujeres, de haber pertenecido al sexo opuesto, seguramente estarían arruinadas de tanto uso de su dinero para el placer.

Me ofrezco a ayudarlas, aunque realmente mi interés es más coloquial y circunstancial. Estaba allí y las había visto desprovista de toda esperanza, quería ver hasta que punto llevaba todo aquello. Al parecer, no deseaban que el tema se supiera pues seguramente eso mancharía su "buen nombre" entre el gremio.

- Como desee - fue la respuesta que obtuvo después de su negativa a mi proposición de ayuda.

Luego su visión cambió pidiéndome que la ayudara con otra cosa. Al parecer, no quería perder al cliente de esa noche, debería ser demasiado importante o quizás el interior de sus muslos clamaban por algo que saciara su calor. Sea como fuere, me solicitó otro tipo de ayuda. Una que, después de pensarlo detenidamente, no tenía demasiada lógica.

- No creo que el vigilante de un sitio tan distinguido como este pueda abandonar su puesto para cumplir vuestra solicitud - la contesté mientras veía el ondear de su pelo al aire en un ademán de parecer sexy. Para mi, ciertamente aquella mujer lo era, pero quizás mi atracción no fuera tanto sexual como voraz - Es un puesto demasiado importante para ser tomado a la ligera - añadí a modo de explicación para sacarla esa idea de la cabeza.

- Pero le propongo otra cosa si lo desea - después de haberle dado unas ligeras y rápidas vueltas a la cabeza, consideré que esa opción podría beneficiarnos a todos - Indique el lugar donde tengo que llevarla y yo lo haré encantada. Me ocuparé de que llegue bien y mientras usted puede cumplir con lo pactado - le ofrecí a modo de alternativa a su plan y con la mirada bailando entre ambas hermanas.