La casa del mirador /privado

Recostada en el suelo, no sabía si aquel día había despertado al rodar por mi colchón hasta terminar de golpe en el suelo, o si era por culpa del rayo de luz de luna que se había escapado por entre el postigo roto de la habitación en ruinas, y había decidido darme en los ojos. De una forma u otra ya había despertado y estaba agradecida, había tenido un sueño de aquellos en los que pareces estar en un mundo irreal y todo se encuentra patas arriba. Aunque a decir verdad era más gracioso que atemorizante.

Luché para liberarme de la escueta y roída sábana que se había enroscado a mi cuerpo, me coloqué la primer pieza de ropa interior que tuve a mano y corrí hacia la cocina, que era de dónde parecía provenir ruido a movimiento. Iba directo a contarle mi sueño a... ¿Cómo había dicho que se llamaba? –¡Viryi!- La llamé a los gritos, mientras reía –¡No te imaginas!, te he soñado con un hombre de lo más raro y…- Dejé de hablar al encontrar que los ruidos - de lo que en tiempos mozos había sido una estupenda cocina-  habían sido provocados por un joven extraño del que no tenía la más remota idea de quién se trataba.

No me agradó nada la idea de despertarme y en lugar de encontrarme con mi "amiga" de turno, ver a quien de seguro se acostó conmigo las horas anteriores. Si, odiaba cuando mi transformación me producía algunas lagunas mentales.

Enderecé mi cuerpo, tenía que adoptar aquella postura de guardia de taberna de mala muerte para echarlo de mi casa (ya la había hecho mi casa obviamente aunque estuviese en ruinas), tipo: "Aquí puedes pasear todo lo que quieras, mientras dure la borrachera, pero a la mañana debes desaparecer"

-¿Y tu quién eres?- pregunté prepotentemente. En realidad poco me importaba quien era, digamos que esa era mi forma de romper el hielo antes de echarle a patadas de mi casa. Me acerqué a él, para que reconociera que aquel era mi territorio y no tenía nada que hacer allí. Muy primitivo de mi parte, pero si los animales se entienden así, ¿por qué nosotros no?, lo prefería de esa forma y no con adornadas palabras y amenazas verbales que generalmente poco intimidaban.

Mi postura hacía la pregunta por mí ¿Qué demonios haces en mi casa?. Con el tiempo había aprendido a dejar de hacer esa pregunta de modo verbal, sobre todo después de obtener siempre la misma respuesta “follar contigo”. Porque era así, indudablemente, pero me estaba dando jaqueca escuchar la misma respuesta. Estaba planeando hacer otro tipo de pregunta la próxima vez.

-Contesta rápido- Pensé, dándole oportunidad, antes de arrojarlo a la calle como bolsa de basura después de las 21:00.

Hace dos semanas, exactamente ese había sido el tiempo en el que se habían presentado aquellos reportes de sus “especialistas” –espías envíados por él a ciertas ciudades para mantener controlado el número de determinada población- los registros de brujas habían aumentado, ¿por qué hacernos tontos? Muchos de ellos y ellas trabajan para la iglesia como inquisidores o cazadores furtivos, entonces ¿por qué la cacería de brujas? Algo simple, porque no quieren trabajar para la iglesia sino por su cuenta, entonces como son por su cuenta se les da el castigo máximo que todo cristiano de la época odiaría tener “Excomulgación cristiana” aquello era el peor castigo que la iglesia imponía a sus feligreses, entonces ¿por qué existen inquisidores? Porque a veces hay personas que los castigos espirituales les importa una mierda, y por ende que mejor que los castigos físicos, las torturas y las muertes más dolorosas, con tal de hacer cumplir la voluntad de dios y el hombre en el hombre.

Pero ¿cómo se inició toda esta cacería? Para entenderla se debería ir al principio de los comienzos, pero nos saltaremos un poco hasta decir que entre las filas de cardenales hay uno del cual su labor para con la iglesia ha sido excepcional, cada mañana siempre pensando en cómo beneficiar a la santa madre iglesia, como hacer que sea aún más “pura” la casa de Dios, por lo que siempre se ha rodeado de gente “no muy convencional” de la cual se sirve para sus propósitos, los cuales suelen ser muy, pero muy oscuros y otros muy filantrópicos, por lo que con uno de los sacerdotes franceses, llevaron a cabo una investigación de los brujos y brujas que no han querido trabajar para la inquisición ¿Por qué solo nigromantes (brujos)? Porque los hechiceros no son requeridos por su bondad, más bien solo los de magia negra son requeridos, para hacer la voluntad más fuerte.

Es así a cómo llegamos a un suceso lamentable, cada día, uno de esos nigromantes iba siendo anotado, estaban siendo vigilados por inquisidores y cazadores, lentamente hasta saber sus movimientos desde los más íntimos hasta los más comunes, con tal de preparar la trampa perfecta, ya no estaban solo ellos, ahora estaban rodeados de inquisidores que les querían solo llevar a la hoguera.

Los días pasaron en semanas y estas en meses, casi cuatro meses tuvieron que pasar en las investigaciones y planeaciones hasta que una noche en la época del Sabbat, de las brujas, se las acechó y acorraló antes de que comenzaran su fiesta pagana, algunos murieron en los campos y otros quedaron encadenados, ahora solo faltaba esperar su juicio religioso ¿sería público?, no sería un juicio privado en las mazmorras de las prisiones.

Enviaron una carta al vaticano, para aquel “Cardenal” informándole del éxito de la misión a la vez que la tragedia de la misma, al perder a unos que otros inquisidores –Bah patrañas, serán recompensados en el cielo con la gloria y en la tierra al ser conmemorados en el cumplimiento de sus deberes– musita aquel hombre caminando por los pasillos de la santa iglesia chasqueando sus dedos –Id ensillad mi caballo, partimos esta misma noche a Francia– espeta sin mirar a nadie, sabiendo que sus sirvientes escucharían –Esperad, que todo sea en silencio, esta noche partiremos con el sigilo de la noche, será un secreto, si alguien habla, perderá más que la iglesia– ¿amenaza? Quizás, pero bueno él ya estaba acostumbrado a hacerlo y además las personas con las que suele trabajar ya lo conocían o mejor dicho sus más cercanos lo conocían realmente su doble cara, los otros solo pensaban que los excomulgarían, y como ya dijimos ese era el peor castigo para un fiel católico.

La noche llega y aquel hombre sale, ¿su atuendo de cardenal? No, sale con su atuendo normal de cualquier hombre o caballero, así nadie sospecharía que una Eminencia esta en Francia para realizar un juicio de brujas. El viaje toma más de lo esperado, una, dos, tres semanas casi un mes y eso sin descansar mucho, solo para que los caballos descansen y beban agua, una que otra noche sus amos, pero de ahí la urgencia de llegar era por acabar con las dudas que se habían sembrado en Paris por aquella cacería y muerte (bueno no habían dejado cadáveres sino que los había hecho una pira humana) y eso había levantado más sospechas.

A la mañana siguiente esperaba encontrarse con aquel que le daría las noticias sobre el informe y el futuro interrogatorio que se llevaría a cabo en las zonas boscosas, alejados de testigos indeseables. A primera hora el hombre no llegaba y eso impacientaba a su Eminencia que con ira irascible sale de su estancia evitando las preguntas de sus siervos amenazando con sus pasos directo a su caballo que estaba listo esperando.

Observa a los pocos soldados que le miran con ojos atónitos –Búsquenlo, quiero que me lo traigan delante mío, vayan tras él por toda la ciudad, nadie regresa aquí hasta que lo encuentren. Tú Sebastián dime, donde fue el último lugar donde estaba aquel imberbe– el hombre observa sin poder responder hasta que otro le da la ubicación –Y que hace aquel tipejo en aquellas zonas, no me digan nada, estoy seguro que bajo las faldas de alguna furcia verdad. Es lo único que piensan ustedes antes de realizar su trabajo, más le vale no estar con ella o ambos terminarán en las mazmorras del vaticano– sale galopando a caballo rumbo a la dirección proporcionada.

Aquellas zonas abandonadas solo moran unos cuantos individuos que las altas esferas son consideradas como parias y son rechazados por los extractos normales de la sociedad. Las infraestructuras, al menos las que aún continúan en pie, han sido roídas por la erosión y las manos de vándalos que las han transformado en cuevas para los rastreros que buscan algún hueco para vivir. El aroma nauseabundo no alejó a su eminencia de su camino, buscó en silencio por cada una de las pocas infraestructuras que mantenían casi intacta sus bases. Observó con cuidado hasta que un bullicio lo alertó en busca de aquel que estaba esperando.

Cuando dio alcance, baja de su silla acercándose a aquel deteriorado lugar es cuando el griterío que de este salía, esperó hasta que vislumbro a medio vestir al hombre que trabajaba para él y a una mujer muy enfurecida –Así que estabas con una zorra de turno, ya. Espero que al menos esta furcia haya valido la pena como para dejarme esperando, de no ser así tú y tu acompañante tendrán un castigo– enarcó una ceja mirando a la mujer impávida–Espero que hayas disfrutado, será lo último por los siguientes meses mujer– la última palabra la sonó como con desdén y burla.

Aquella cruz se desplaza por la túnica negra que oculta al hombre tras la máscara de su eminencia.

Me acerqué al tipo extraño, siguiendo con mi postura de intimidación, indicando que aquella era mi cocina - lo que quedaba de ella-  coloqué una mano en la mesa para apoyarme sobre ella, cuando en lugar de sentir el frío mármol, mi piel se quemó con un líquido que parecía haber salido del centro de la Tierra. –¡OUCH!-Hubiera gritado y maldecido por al menos cinco minutos, de no se que estaba en plan de intimidar al sujeto raro que invadía mi espacio. Quité mi mano de allí con velocidad, intentando disimular el dolor que sentí para luego cruzarme rápidamente de brazos, haciendo presión sobre la mano que aún me dolía.

Di un paso al frente, cuando el joven se presentó aunque no me importaba demasiado realmente - extendiendo su mano hacia mi, explicó que nos habíamos conocido afuera de un burdel. Que seguramente debido al alcohol no recordara su nombre.

Burdel ¿cuál burdel? mi mente no recordaba nada, o no quería recordar. O bien èl era demasiado listo o decía la verdad. Sólo por si a caso no bajé la guardia, quedándome un par de segundos inmóvil analizando si creerle o no. Finalmente la cara del joven me convenció y con la mirada clavada en él me presenté –Está bien, me llamo..Eh... Narcisse - mentí - Y co-habito aquí de vez en cuando...

Ya me había presentado, por lo que no habría golpiza. Arqueé mi espalda, relajando la postura amenazadora. -Muévete- Empujé sin demasiada fuerza al muchacho lejos del cubo de agua fría para mojar mi mano. -¿Qué demonios estás haciendo? apesta horrible.-Me quejé mientras movía mi quemada mano bajo el chorro de agua fría.

Suspiré en cuanto el ardor comenzó a desaparecer, entrecerré los ojos y dí un golpe con la otra mano en el borde de la mesa. Un poco más relajada y casi sonriente, llevé mi atención a quien se denominaba Jeremy, que aún se encontraba conmigo en la cocina y que casi olvido su presencia por completo. Me sentí algo incómoda, por lo que intenté romper el hielo dirigiéndole la palabra al muchacho –Jeremy ¿Verdad?- Pregunté sólo para asegurarme que mi mente no había distorsionado la realidad. Los nombres de los lugareños eran diferentes, hasta el punto tal que a veces me cuesta discernir entre nombre de hombre y de mujer.

De pronto y sin previo aviso, la puerta se abrió de par en par, revelando a un sujeto extrañísimo que al parecer conocía a Jeremy. éste se puso notablemente nervioso y casi echaba a llorar como niñita, pidiendo perdón una y otra vez. ¡Menudo tipo con el que me había venido a enrollar! y encima el hombre me había llamado zorra. Bien, si lo era pero ningún mal nacido había vivido para repetirlo más de una vez. Estaba por decir el ya muy conocido: ¡Pero quién te has creído! cuando el intruso - el segundo, no el primero - reveló su verdadera identidad. Se trataba ni más ni menos que un bastardo de la iglesia que me estaba increpando contàndome las horas. Tenia que reconocer que me tomaba por sorpresa y que debía pensar con prontitud de ahí para salir con vida. Yo ya no me fiaba de nadie, así que lo primero que hice fue arrojarle el cubo con agua en su cara para distraerle y así poder abandonar la estancia para ir trazando el plan conforme corría como una autentica loca por la casa.

-Mierda, mierda, mierda...

Ahí estaban, tres individuos de pie sin dar su brazo a torcer cual partida de juego donde lo que se arriesga es la vida de los jugadores; cada uno evitaba moverse mucho para no ceder parte del campo obtenido, más, su Eminencia no le importaba aquellas pequeñeces y lo único que le interesaba era el castigo que iba a recibir aquel colaborador de la iglesia por su falta de respeto y puntualidad, pero sobre todo por haber desobedecido una orden directa de aquel de ropajes oscuros como su alma.

Observó al hombre que no hacía más que, entre tartamudeos, pedir disculpas a su Eminencia por las faltas cometidas, pero para él su atención estaba en la mujer que no dejaba de ver a todos lados, algo que le recordó a los pequeños ratones cuando están acorralados, y eso fue lo que le llamó más la atención, eso junto al ceño fruncido de la mujer, los puños de ella y antes de poder dar un paso hacia esta, aquella respondió arrojándole una cubeta con agua directo al rostro. Una grave afrenta para uno de los mayores representantes de la santa iglesia católica.

Se limpió el rostro con la zurda mientras dejaba salir el sonido de una risa incrédula por el acto cometido; el hombre quiso ayudarlo pero la mirada con la que el cardenal lo fulminó lo obligaron a dar dos pasos hacia atrás –Piensas ayudarme cuando esto ha sido por tu culpa– espeta con el ceño fruncido dando tres pasos dentro de aquella casucha –Ve tras tu meretriz y tráela ante mí, que sea ella que pida las excusas correspondientes, que al menos actué como hija de Dios un poco aunque viva en el pecado con lucifer– mira al hombre directamente a los ojos viendo como este temblaba ante la orden de su Eminencia.

Toma asiento a la espera de que aquel soldado cumpla con la misión que le ha encomendado, al menos por el bien de él y de la mujer ya que ambos estaban coleccionando una lista enorme de castigos severos dentro de las mazmorras o prisiones del mismísimo vaticano. Esperó mientras observaba el lugar sin mucho gusto, porque aquello no era de su agrado en absoluto, tomó de entre su túnica un pañuelo de color blanco limpiando su inmaculado rostro, fue en aquel momento que se percató de un atizador corroído por el tiempo y el desuso, sonrió mientras se acercaba a este.

Salió donde había dejado su caballo y con unas maderas viejas de aquella casa encendió una fogata, improvisada y pequeña al menos para lo que quería. Colocó el atizador contra el fuego moviendo la madera que crujía como las llamas del infierno, esperando a la mujer y al inquisidor.