AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Última edición por Siobhan Lundqvist el Dom Jul 02, 2017 8:26 pm, editado 1 vez
Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
- Mensajes : 78
Fecha de inscripción : 18/10/2012
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Re: El camino a casa. → Privado
Se quedó rato largo observando el lecho, en donde se suponía, debía reposar Sagira. No había ninguna emoción marcada en su rostro, es más, aquella línea fina que se dibujaba en sus labios, era algo común él. No solía ser demasiado afectivo, más bien, parecía una persona distante, que habitaba en sus propios pensamientos la mayor parte de las veces, y sí, en realidad, así era. Imhotep era un sujeto callado, reservado, pero igualmente culto. Solía dejar sin palabras a cada estudiante con el que se topaba en el College, y aquello era motivo de regocijo para él. Le gustaba hacer de guía, ser, incluso, un pilar para los más jóvenes; desde su mortalidad lo había sido, y ahora no era tan diferente, sin embargo, contados tantos milenios desde su conversión, desde que descubrió su verdadera misión, ya aquello de enseñar, era más una forma de comprender al ser humano que de querer brindarle conocimiento. Antes no lo había descubierto, o mejor dicho, no se percató de ese detalle, pero ahora, siendo Sagira ya una adulta, empezaba a darse cuenta de lo poco empático que empezaba a ser con las personas.
Aun así, hacía excepciones, quizás porque dentro de esa coraza inmortal, aún existían resquicios de su humanidad, a la que no logró renunciar del todo, como última petición al Creador. Fue en ese recuerdo... ese pacto antiguo, que un nombre le vino a la cabeza: Siobhan Lundqvist.
Siobhan era una jovencita menuda, hasta un poco ingenua, que, de algún modo, se había ganado la estima de Imhotep. Tal vez era por esa personalidad tan particular de ella, o por el simple hecho de intentar brindarle apoyo en su situación tan complicada; también porque le recordaba un poco a Sagira. No podía simplemente ignorar aquel carisma que, en realidad, empezaba a necesitar. El mundo estaba corrupto, de eso no cabía la menor duda, pero eran personas como Siobhan, y la misma Sagira, que intentaban hacerlo un lugar más alegre, a pesar de las inevitables tormentas.
Y tras una exhalación, luego de mover un poco las arenas de la memoria, que decidió sentarse en el borde de la cama. Le preocupaba el camino que fuera a tomar su protegida; era una hechicera inexperta, fácilmente manipulable, pero, ¿quién era él para torcer su destino? No podía cambiar la vida de ningún humano, todos, y cada uno, estaban bajo la inevitable sentencia del Todopoderoso, y él, como las encarnaciones de uno de sus siete espíritus, tenía que obedecer sin chistar. Por eso no quiso buscarle, pues, intuía que estaba bien. Afuera aún estaba oscuro y pronto le llegaría el momento de sumergirse en el letargo al que todo vampiro debía rendirse. No obstante, quiso aguardar un poco más por la llegada de la muchacha, sin embargo, la otra persona que tocó a su puerta, lo sacó de su repentina ensoñación.
Imhotep logró escuchar la voz con claridad, ¡era inconfundible! Siobhan, la pequeña Siobhan, ¡había venido a verlo! No logró salir de su conmoción durante un par de minutos, aquello le resultaba inesperado, aún para él, quien solía adelantarse a los eventos.
Sabiendo que había suficiente oscuridad en la residencia para protegerse al amanecer, descendió hasta la planta baja para poder recibir a su invitada. Mostraba su mejor sonrisa, a pesar de todo el cansancio que empezaba a acumularse en sus hombros debido a la cercanía del alba.
—¿Señorita Siobhan? —preguntó, apenas abrió la puerta. Le causó cierta pena verla sentada en el suelo, así que le extendió la mano—. Lamento la demora, estaba algo ocupado, organizando las cosas del College. —Le miró extrañado, luego de notar que el sol aún no salía—. ¿Vino sola? ¿Sabe que fue arriesgado, no? Debe tener más cuidado, hay mucha gente mala allá fuera. Pero, mejor pase, sea bienvenida a mi casa.
Aun así, hacía excepciones, quizás porque dentro de esa coraza inmortal, aún existían resquicios de su humanidad, a la que no logró renunciar del todo, como última petición al Creador. Fue en ese recuerdo... ese pacto antiguo, que un nombre le vino a la cabeza: Siobhan Lundqvist.
Siobhan era una jovencita menuda, hasta un poco ingenua, que, de algún modo, se había ganado la estima de Imhotep. Tal vez era por esa personalidad tan particular de ella, o por el simple hecho de intentar brindarle apoyo en su situación tan complicada; también porque le recordaba un poco a Sagira. No podía simplemente ignorar aquel carisma que, en realidad, empezaba a necesitar. El mundo estaba corrupto, de eso no cabía la menor duda, pero eran personas como Siobhan, y la misma Sagira, que intentaban hacerlo un lugar más alegre, a pesar de las inevitables tormentas.
Y tras una exhalación, luego de mover un poco las arenas de la memoria, que decidió sentarse en el borde de la cama. Le preocupaba el camino que fuera a tomar su protegida; era una hechicera inexperta, fácilmente manipulable, pero, ¿quién era él para torcer su destino? No podía cambiar la vida de ningún humano, todos, y cada uno, estaban bajo la inevitable sentencia del Todopoderoso, y él, como las encarnaciones de uno de sus siete espíritus, tenía que obedecer sin chistar. Por eso no quiso buscarle, pues, intuía que estaba bien. Afuera aún estaba oscuro y pronto le llegaría el momento de sumergirse en el letargo al que todo vampiro debía rendirse. No obstante, quiso aguardar un poco más por la llegada de la muchacha, sin embargo, la otra persona que tocó a su puerta, lo sacó de su repentina ensoñación.
Imhotep logró escuchar la voz con claridad, ¡era inconfundible! Siobhan, la pequeña Siobhan, ¡había venido a verlo! No logró salir de su conmoción durante un par de minutos, aquello le resultaba inesperado, aún para él, quien solía adelantarse a los eventos.
Sabiendo que había suficiente oscuridad en la residencia para protegerse al amanecer, descendió hasta la planta baja para poder recibir a su invitada. Mostraba su mejor sonrisa, a pesar de todo el cansancio que empezaba a acumularse en sus hombros debido a la cercanía del alba.
—¿Señorita Siobhan? —preguntó, apenas abrió la puerta. Le causó cierta pena verla sentada en el suelo, así que le extendió la mano—. Lamento la demora, estaba algo ocupado, organizando las cosas del College. —Le miró extrañado, luego de notar que el sol aún no salía—. ¿Vino sola? ¿Sabe que fue arriesgado, no? Debe tener más cuidado, hay mucha gente mala allá fuera. Pero, mejor pase, sea bienvenida a mi casa.
Imhotep- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: El camino a casa. → Privado
Para su madre, su llegada a París fue la acción más negativa y contraproducente que pudo haber tomado. Muchos de los protocolos sociales los había roto sin que tomara en cuenta las grandes consecuencias que eso conllevaba. Siobhan había dejado de ser una señorita de bien, se comportaba como una bárbara, y de vez en cuando se podía dudar de su aún estado de “pureza”. Lo cierto es que la sociedad nunca entendería lo que verdaderamente se escondía en su interior. Sus acciones se abrazaban a la estupidez, pero ella nada hacía con una mala intención, todo lo dictaba su miedo y la gran desesperación por no saber cómo seguir viviendo.
Fue eso lo que la arrastró hasta aquella casa, aquella mañana fría. El sol no salía y aunque los riesgos eran más que las ventajas, nada de eso le importaba. Comprendió hace tiempo atrás que más valía el vivir a la deriva, que el esconderse por miedo al qué dirán. Su rostro lucía cansado, esos destellos de esperanza se estaban agotando. Ya no era esa Siobhan de verdad, se trataba de una jovencita que a cada instante se estaba marchitando.
Se alegró al notar que su soledad y pensamientos negativos fueron interrumpidos por una voz amiga. Lo miró avergonzada, rogando a Dios que no mal pensara de su ser. Antes de salir de casa escuchó un sermón tan doloroso que no pudo quitarlo de su cabeza, más valía aprender a soltar las palabras prejuiciosas de una mujer que desechó a sus hijos por no comprender lo que en realidad necesitaban de la vida. Si importaba más un abrigo que una joya fina, entonces nada valía la pena.
— No es tan peligroso, a estas horas aún están prendidas algunos candelabros de la calle, además, no hubo mucho viento en la noche, se mantuvieron — Se encogió de hombros. La jovencita miró de un lado a otro. No había espías, ni siquiera un par de ojos que mal pensaran aquella visita, eso alivió un poco su alma, aunque no todo el tiempo le importaban las habladurías. — Lamento las molestias a horas tan apresuradas, no deseaba estar en casa, necesitaba compañía agradable — Caminó casi en silencio, sus zapatos no hacían estruendo al avanzar. — Además, supuse que por la hora aún usted no probaba alimento alguno, así que quise ahorrarle la fatiga — Bromeó un poco, aquello con la inocente intensión de romper el hielo.
— Nunca había pasado a su casa — Comentó animada. Siobhan aún guardaba muchas acciones y reacciones de una niña pequeña. La curiosidad y la tentación eran grandes características que reafirmaban la observación.
Sus ojos pasearon de un lado a otro. Se asombró de la pulcritud, del orden y de la cantidad de artefactos en buen y viejo estado. Había muchos detalles que podían decir mucho de él, pero al mismo tiempo no reflejaban nada. Se sintió confundida, más que el primer día en que se conocieron e intercambiaron un par de palabras.
— ¿Qué alimento disfruta más en las mañanas? — Cuestionó sonriente mientras dejaba la canasta pesada sobre la mesa a la que habían llegado. Imaginó era la principal, porque era elegante. — Traigo de todo, incluso para el paladar más exigente — Animó al muchacho a hablar. Nada era verdaderamente claro en ese momento, ni siquiera el porqué del encuentro.
Fue eso lo que la arrastró hasta aquella casa, aquella mañana fría. El sol no salía y aunque los riesgos eran más que las ventajas, nada de eso le importaba. Comprendió hace tiempo atrás que más valía el vivir a la deriva, que el esconderse por miedo al qué dirán. Su rostro lucía cansado, esos destellos de esperanza se estaban agotando. Ya no era esa Siobhan de verdad, se trataba de una jovencita que a cada instante se estaba marchitando.
Se alegró al notar que su soledad y pensamientos negativos fueron interrumpidos por una voz amiga. Lo miró avergonzada, rogando a Dios que no mal pensara de su ser. Antes de salir de casa escuchó un sermón tan doloroso que no pudo quitarlo de su cabeza, más valía aprender a soltar las palabras prejuiciosas de una mujer que desechó a sus hijos por no comprender lo que en realidad necesitaban de la vida. Si importaba más un abrigo que una joya fina, entonces nada valía la pena.
— No es tan peligroso, a estas horas aún están prendidas algunos candelabros de la calle, además, no hubo mucho viento en la noche, se mantuvieron — Se encogió de hombros. La jovencita miró de un lado a otro. No había espías, ni siquiera un par de ojos que mal pensaran aquella visita, eso alivió un poco su alma, aunque no todo el tiempo le importaban las habladurías. — Lamento las molestias a horas tan apresuradas, no deseaba estar en casa, necesitaba compañía agradable — Caminó casi en silencio, sus zapatos no hacían estruendo al avanzar. — Además, supuse que por la hora aún usted no probaba alimento alguno, así que quise ahorrarle la fatiga — Bromeó un poco, aquello con la inocente intensión de romper el hielo.
— Nunca había pasado a su casa — Comentó animada. Siobhan aún guardaba muchas acciones y reacciones de una niña pequeña. La curiosidad y la tentación eran grandes características que reafirmaban la observación.
Sus ojos pasearon de un lado a otro. Se asombró de la pulcritud, del orden y de la cantidad de artefactos en buen y viejo estado. Había muchos detalles que podían decir mucho de él, pero al mismo tiempo no reflejaban nada. Se sintió confundida, más que el primer día en que se conocieron e intercambiaron un par de palabras.
— ¿Qué alimento disfruta más en las mañanas? — Cuestionó sonriente mientras dejaba la canasta pesada sobre la mesa a la que habían llegado. Imaginó era la principal, porque era elegante. — Traigo de todo, incluso para el paladar más exigente — Animó al muchacho a hablar. Nada era verdaderamente claro en ese momento, ni siquiera el porqué del encuentro.
Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
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