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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jordan White Dom Ago 16, 2015 11:55 am






Mi respuesta había sido un rotundo no. Desde el momento en el que mis manos abrieron el sobre esa tarde sabía que algo andaba mal. Desperté sobresaltada a causa de un mal sueño, donde nuevamente revivía aquella escena fatídica de Heinrich entre mis brazos, inerte con una sonrisa sobre sus labios fríos. El retumbo de mi corazón destrozado, ahogado en una prisión como un ruiseñor cautivo a quien le hubiesen fragmentado las alas, incapaz de desgarrar el cielo nostálgico. Las líneas plasmadas sobre el papel aún daban vuelta sobre mi cabeza. Decidí quemar la misiva esa misma tarde. Por la noche pude al menos descansar alejando aquellas palabras, alejando todo lo que conllevara a recordar un solo día en aquel lugar.

La mañana siguiente transcurrió de lo más habitual, me dirigí hacia el modesto taller que había montado en la parte trasera de la mansión a cerciorarme que todo estuviese en orden, pues a medio día entregaba un par de atuendos, y es que siempre debía dar el visto bueno a todo ¿Acaso no existía personal competente en todo Paris? Llevé mis manos a la cabeza en señal de molestia ante dichos menesteres que me restaban tiempo en mi itinerario. Pedí al cochero me llevara al centro de la ciudad para quitarme el mal sabor de boca, me perdí en mis conjeturas y bailé una vez más con aquellos demonios que me acechaban aún de vez en cuando. En mi recorrido permití al fantasma de Heinrich caminar a mi lado por unas horas bienvenido una vez mi dulce Lucifer.

Estaba agotada, apenas podía contemplar las luces vespertinas que caían bellamente por el ventanal de la antesala. Me recosté sobre el sofá sosteniendo el vaso con whiskey en mi diestra y suspiré pensando si quizás así serían las cosas en adelante. Confeccionar, beber y recordarle a él en cada acto de mi rutina. Entonces el sonido impertinente de una dulce voz notificando correspondencia perturbó mis horas de solaz. De mala gana tomé el sobre y ordené molesta que se alejaran por el resto del día, no tenía la más mínima intención de lidiar con la servidumbre. Firmaba el mismo remitente del día anterior. Mi poca paciencia se vino abajo cuando leí nuevamente el lugar de la cita. ¡Carajo! Era demasiada coincidencia y por el día de hoy estaba harta de todo.

Un día más que debía afrontar sin él, sin la risa cínica y el resplandor de sus ojos azules que iluminaba mis días nublados. Leí con detenimiento una vez más la solicitud y en un arranque por terminar aquella tortura, tomé el abrigo de Heinrich y un par de cosas personales. Ordené al cochero me llevara a la estación de ferrocarriles lo más pronto posible. Debía terminar con aquella molestia y la única forma era afrontándolo. Dormí la mayor parte del viaje, nada novedoso hasta ahora. El chirrido de la maquia anunciaba que habíamos llegado ya, demasiado rápido ¿O acaso yo estaba demasiado ausente para disfrutar del viaje? Tomé la pequeña valija para descender del tren, la brisa perfumó mis sentidos me daba la bienvenida una vez más como en otroras épocas. Definitivamente se trataba de un maldito Déjà vu.

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Mensaje por Fergus* Dom Ago 23, 2015 10:41 am

Brion, estaba nervioso, no podía negarlo. Volver a Londres, era como  haber caído en mitad del mar y que las olas embravecidas los llevaran de un lado a otro. En pocos días tendría que presentarse frente a los nobles y aquello no le hacía la más mínima gracias, no podía olvidar que muchos de ellos eran los responsables del terrible infierno que había tenido que soportar su padre, encerrado injustamente por un crimen que no había cometido. Pero ahora él, tenía la oportunidad de dar vuelta las tornas, ahora ellos deberían recibirlo como un igual y su voz, su pensamiento podía cambiar los designios de la nación, ya que su voto contaba doble en el parlamente.

Parado observando la calle desierta, iluminada por las farolas de gas, se preguntó cuantos pobres infelices tendrían que pasar la noche allí afuera, y el estómago le dolió.  El vaso de wisky se reflejó en el cristal, cuando su mano tembló. Aquello llamó su atención, haciendo que volviera su cuerpo, su mirada se clavó en la puerta que en esos momentos volvía a tocar suavemente, - adelante – dijo con voz suave pero firme. Fue entonces que un joven de mediana edad se acercó con una pequeña charola de plata y en ella un sobre. Brion lo tomo entre sus manos y utilizando el cortaplumas de oro que descansaba en el escritorio, la abrió. Leyó con detenimiento, si sonrió complacido, levantó la mirada hasta posarla en la del hombre que esperaba que su amo decidiera que hacer.

Una hora más tarde, se dirigía en el coche, hasta la estación de trenes, allí, su invitada lo estaría esperando, bien sabía que era una diseñadora de vestimenta, común mente llamada costurera, por más que de la clase alta se tratase, pero aquello, poco o nada  le importaba al joven abogado y pronto Noble inglés. Lo único que pensaba en ese momento era en dar una buena impresión, llevar a la mujer a su mansión y explicarle lo importante que era para él que le confeccionara el traje que en menos de dos semanas debería lucir al entrar en el salón del rey y posteriormente en el parlamento.

Al llegar a la estación, el chofer, abrió la portezuela,  el joven noble bajó presuroso y se dirigió al hall de entrada, en las escaleras de la estación, encontró a unos niños pidiendo limosna, a lo que él se detuvo y les dio a cada uno un penique,  con un movimiento, hizo que su chofer, se acercara para que les tomara los datos y pudiera luego ayudarlos de una mejor forma, para él ningun niño debía pasar necesidad, - ser niño y vivir  mendigando, es una terrible desgracia, mata la autoestima y los convierte en seres resentidos que creen que los demás son sus enemigos – caviló, sonriendo a los pequeños y continuando su camino rumbo al anden donde la joven le estaría esperando, claro tal vez no a él, sino a un sirviente que le llevara las maletas y la escoltara hasta su presencia, pero él no veía nada malo en ayudar a una dama,  - además, cuanto podría traer, si solo se quedaría una semana o dos a lo sumo – se dijo mientras divisaba a la que, creía sería la mujer que buscaba.

Se paró frente a la joven, - disculpe, ¿es usted  Madame Byrd? – dijo haciendo un leve gesto de saludo, esperando que la mujer hablara.
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Mensaje por Jordan White Miér Ago 26, 2015 2:54 pm






La brisa que recorría la estación del tren me tomó por sorpresa, menos mal llevaba conmigo aquel abrigo que en esencia seguía perteneciendo a Heinrich. Acomodé el mismo alrededor de mis hombros y aspiré ese aroma áspero proveniente del resto de los pasajeros. Debía ser una broma de mal gusto el hecho de mezclar en ocasiones a personas de diferentes status en un mismo lugar. En fin. Debía terminar lo más rápido posible con aquel contrato y abandonar al siguiente día aquella ciudad del demonio para regresar a ser aquella mujer perfecta en las calles de Paris. Había logrado olvidar por completo esa sensación de ser un extraño en una ciudad. Inevitablemente mi sub consciente me remontó a esos días en los cuales no poseía nada, apenas un ápice de dignidad en esa chiquilla idiota que había llegado por primera vez a este lugar con la esperanza de borrar todo lo que alguna vez había sido, buscando esa perfección inexistente de ser alguien reconocido y diferente.

El día de hoy podía enfrentar ese demonio con la frente en alto. Observé a los lados buscando algún cochero. La risa pueril de un par de chiquillos logró distraer mi atención al verles charlar con hombre bien vestido. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso eso estaba permitido? Él caminó hacia mí y de inmediato supuse que sería mi anfitrión. Extendí la mano para responder  a su saludo. Podría ser la efigie de una mujer egoísta y calculadora, pero jamás una mujer mal educada.

–Jordan Byrd Monsieur–
asentí –Enchanté–

Normalmente no utilizaba mi francés. Sin embargo la primera impresión es la que se queda grabada en la mente de los extraños y como dato adicional recordé como Heinrich me explicaba el como el idioma galo resultaba de lo más divertido, era como limpiar con seda la suciedad.
El semblante sereno y amable en aquel hombre quien supuse sería el remitente de la misiva resultaba ser de lo más extraño. Estaba habituada al perfil de Heinrich y al tono asqueroso de toda esa escoria con la que solía realizar contratos y negocios. Pero el hasta entonces desconocido poseía un aire de gentileza en su mirada.

–Me disculpo por la demora Monsieur, a veces simplemente debemos sujetarnos a la incompetencia de otros– solté con un dejo de molestia.

Avanzamos a través de la estación mientras me encaminaba hacia el carromato. Fue un tanto sorprendente el ver cómo me auxiliaban presurosos con el ligero equipaje, un par de prendas y los elementos necesarios para tomar las medidas en la confección. El recorrido hacia su mansión inició y de vez en cuando mi mirada se desviaba por la pequeña ventanilla hacia las calles soleadas.

Una y mil veces había recorrido algunas de ellas, en otras condiciones por supuesto, descalza o mendingado por migajas para no morir de hambre. ¡Carajo! yo debía estar pagando alguna especie de karma por haber regresado. Regresé mi atención al caballero.

–No tomará mucho tiempo–  expliqué refiriéndome a su petición, pero a la vez manifestando mi deseo por regresar lo más pronto posible –Tenga por seguro que lo tendrá listo a la brevedad posible–

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Mensaje por Fergus* Miér Sep 23, 2015 10:15 pm

Las lámparas de gas que iluminaban la estación de trenes, provocaban que la mujer que tenía enfrente tuviera un color de piel un tanto amarillo, lo que hizo preguntarse al abogado si su invitada se encontraba en óptimas condiciones para realizar el trabajo o el viaje la había agotado. Aunque por su mente las cavilaciones se agolpaban, su mirada y sus gesto no lo delataban, por eso, tomó la mano de la joven, la que era una agraciada criatura, en su aspecto físico,  poseedora de una belleza arrobadora, - pero parece tan vacía… triste,  muerta... o tal vez es solo una suposición... – volvió a cavilar caviar mientras le indicaba a su cochero  el  equipaje que  pertenecía a su invitada y el que debía llevar, - vaya, parece que tiene prisa por huir de la ciudad – sonrió complacido, eran de su agrado  las personas que no caían rendidas a los pies de una ciudad cosmopolita como  Londres. Estaba seguro que podría llegar a ser amigo de una mujer así. Aunque pronto comenzó a dudarlo, apenas emprender el viaje hasta su castillo.

Pronto se encaminaron, los tres hacia el coche, Brion se apresuró, llegando antes al coche, abriendo  la portezuela,  y ayudando  a la dama, era un gesto que debía hacer el chofer, pero el aristócrata de origen humilde, poco le importaban los protocolos, los que  le parecían un verdadero  fastidio. Cuando por fin entró al cubículo, se acomodó en el asiento opuesto a la modista, mantuvo decorosamente la distancia, pero  no pudo dejar de contemplarla de vez en cuando, en silencio, mientras la joven se entretenía en contemplar el paisaje. Pudo comprobar la incomodidad de su invitada. Era algo innato en él, la empatía era parte de su personalidad, y eso le ayudaba en su trabajo como abogado. Aquella característica la usaba en  su trabajo de abogado, con sus clientes que muchas veces le pagaban  en productos, o con animales, o unas pocas monedas. Cuanto más, no sería amable y comprensivo con  una mujer como la señorita Byrd, - como me gustaría entender por qué tanta tristeza, porqué tanta amargura -.  

Inspiró suavemente, mientras observaba como la joven llevaba su mirada al paisaje y por momentos arrugaba el puente de la nariz, como si le molestara lo que contemplaba, se podía sentir en el aire un pesado sentimiento, como si estar en esa ciudad de verdad le molestara, - no se preocupe, pronto saldremos de Londres, mi residencia  se encuentra en las afueras  – le dedicó una suave sonrisa y una mirada cargada de entendimiento, - Ésta, tampoco es una de mis ciudades predilectas, pero a veces nos toca cumplir formalidades que son irrenunciables -.

Al  comentario realizado por la mujer, de lo rápido que podría estar el trabajo que le encargaría, un par de trajes y otras prendas que debería usar cuando tomara posesión formal del título nobiliario, Brión la contempló con un dejo de tristeza,  - no se preocupe, no le haré perder su tiempo, pero ya que ha hecho el viaje, intente tomarlo como un descanso de sus actividades parisinas, tómese  el tiempo que sea necesario,  a veces necesitamos poder darnos el momento para meditar, o simplemente descansar. -, desvió su mirada de los orbes de la joven,  para terminar contemplando el paisaje que se volvía más boscoso,  - en breve llegaremos-.
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Mensaje por Jordan White Lun Sep 28, 2015 3:34 pm






La arbitrariedad en mis actos y la paráfrasis utilizada en ocasiones pareciera resultar de mal gusto, incluso déspota para aquellos que no me conocían a fondo. Cada gesto o articulación en mi rostro había sido marcado en gran parte por la personalidad de Heinrich. Si bien yo poseía un carácter difícil de tolerar, él se había encargado de moldear a su imagen y semejanza mi personalidad. Por tales motivos había elegido el exilio de la sociedad parisina excepto cuando debía realizar mi trabajo. Mis conjeturas no estaban del todo fuera de lugar, pues de vez en cuando notaba el semblante confundido de mi anfitrión, en otras ocasiones me pude haber disculpado por ello, sin embargo el simple hecho de haber regresado a Londrés exasperaba mis sentidos. Había siempre alguien que pagara mis desplantes y soberbia. Clientes, desconocidos, la misma servidumbre que prefería evitar tratar directamente conmigo. Soberbia. Suspiré al enfatizar este último adjetivo puesto que mi dulce Lucifer poseía en exceso el mismo.

–Menos mal caballero, en ocasiones la gran urbe parece engullir a sus residentes en ese torbellino de fatalidad que la cotidianeidad brinda– repliqué con cierto regocijo al escuchar que no pasaríamos todo el tiempo en el mismo lugar que había sido testigo de mis viejas usanzas.

Sonreí ligeramente apartando por primera vez mi fachada de enfado.

–Totalmente de acuerdo Monsieur, ciertas cosas están completamente fuera de nuestra jurisdicción–


Recargué mi cabeza por unos minutos en el respaldo de la ventanilla tratando de hallar una respuesta adecuada. Como lo había deducido, mi comentario hecho minutos atrás había resultado un tanto grosero con aquel caballero que lo único que hacía era tratar con gentileza a una engreída como yo.

–Me disculpo por ello Monsieur, espero que no resulte en un mal entendido, me refería a que no me siento con el derecho de tomar tiempo de más en su itinerario–


Ahí estaba una vez más tratando de resarcir mis palabras. Quién lo diría Jordan, dando explicaciones sobre su forma de dirigirse a un extraño. Heinrich hubiese pasado gran parte del día haciendo mofa de tal errata. Suspiré con la mente ausente en ese recuerdo. Volví mi mirada hacia aquel hombre bien vestido en un intento por comprender lo que sería conocer a alguien diferente de lo que Heinrich era. Tomé un poco de aire antes de hacer un intento por dar un rostro diferente al que estaba habituada a mostrar.

–Ciertamente debe ser un hombre de negocios muy ocupado ¿A qué dedica el tiempo Monsieur?– pregunté sin apartar mis ojos de su silueta.

A las afueras el paisaje cobraba nuevas tonalidades y formas y en efecto como él lo había expresado no me vendría mal alejar las molestias que la incompetencia de mis trabajadores me causaba. Un día libre. No. Era demasiado pedir algo así. Era simplemente una pausa que exigía dejar de comportarme del mismo modo todo el tiempo. ¿Qué podía hacer? Estaba habituada a mostrar ese mecanismo de defensa para evitar ser lastimada, no iba a perder lo que había ganado hasta el día de hoy. A base de lágrimas, dolor y recuerdos que recaían día con día sobre mí y que me negaba a enterrar por completo.


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Mensaje por Fergus* Dom Oct 04, 2015 6:17 pm

Sonrió complacido al ver el cambio en ella, el intento genuino, en la mujer, de relajar aquella tensión, esa  angustia, que  parecía la aprisionaba, tal que  si estuviera siendo vigilada, o  en realidad, intentara escapar  de alguien.

Sus ojos azules de posaron serenos en el rostro de su invitada, sin malicia u ocultas intenciones, asintió con la cabeza como si le respondiera a lo de “hombre de negocios muy ocupado”, una suave mueca, elevando la comisura de sus labios, le dio un aire de picardía. Antes de contestar se retrepó en el asiento, inspiró profundo y dejó que el aire saliera de sus pulmones, como si se liberara de un peso enorme, - pues, la verdad es que de los negocios, se ocupa  un bufete de abogados, el mejor, según me han comentado. Son ellos los que se encargan de hacer inversiones en las bolsas de comercio, tanto aquí en Inglaterra, como Francia, Alemania y Estados Unidos -, hizo un gesto de fastidio demostrando  que aquello le molestaba en sobremanera, - es que en verdad…  no entiendo… los hombres se desesperan en  amasar  fortuna… ¿para qué?  ¿Acaso la naturaleza de los seres humanos no es finita? ¿No nos convertimos con los años en polvo… hasta llegar a ser olvidados, como si jamás hubiéramos pisado la faz de la tierra?  - su mirada cargada de intensa tristeza se fijó en los orbes de la costurera, - … preferiría mil veces tener lo justo y sentir el alma tranquila, sabiendo que no he sido causa de la miseria de mi prójimo – fue una reflexión más para su propio espíritu, que para la señorita que viajaba en su compañía.

Sus ojos habían huido del rostro femenino, para internase en la oscuridad del follaje boscoso, - disculpe, es que, cuando uno puede palpar la injusticia con sus propias manos, es imposible quedarse apático, inerte, como si el alma fuera un ente muerto, antes de tiempo – volvió a suspirar, - por eso en realidad mi trabajo es muy diferente… soy abogado, “el tonto de las causas perdidas”…  como me suelen llamar mis amigos.  Recibo a cambio de mis servicios, animales de granja, comida, ropa, hortalizas y cualquier cosa con las que se empecinan en pagar mi tiempo y compromiso… - sonrió como un niño, llevando sus manos unidas a la rodilla izquierda que meneaba juguetona, sus orbes se llenaron de una luz especial, al recordar a una pequeña niña que le entregó su única muñeca, un sencillo juguete de trapo,  que su madre  había cosido. Aquel gesto de profunda entrega, había sido movido porque, Brion, logró liberar al padre de la cárcel, el delito, robar una hogaza de pan, una simple pieza de pan para que su pequeña niña no muriera de hambre, por lo menos dos días más. Cerró los ojos, pensando en la pequeña que correría a sus brazos apenas llegar al castillo, gritando “tío, tío” y agitando entre sus brazos aquella vieja muñeca. Pues no se contentó con sacarle de la cárcel, sino que llevó a toda la familia a su hogar, para darles un nuevo porvenir.

Su mirada volvió a la  mujer, - ¿sabe lo que se siente al ver la alegría en el rostro de una niña que hace meses  que no ve a su padre? ¿O lograr que no ejecuten a un preso,  cuyo único  crimen fue luchar por una vida más justa? – la mueca de picardía volvió a sus rostro, - pues, la sensación es tan poderosa, que me siento bien pagado con los quesos, las tartas y las muñecas de trapo… no necesito más, así que… ¿Cómo podría quitarles lo poco o nada que tienen, por ayudarles a salir de un trance difícil en sus vidas?... no, jamás lo podría hacer… aunque nadie tuvo ese gesto con mi padre, con familia… - de pronto se silenció, era obvio que había dicho algo que no deseaba desvelar. Sus sentimientos no podían salir a flor de piel así, frunció el ceño, estaba disgustado.

Se movió intentando acomodarse en el asiento, se sentía incómodo, carraspeó y miró fugazmente a su compañera de viaje, - disculpe, no quiero importunarla con mi charla – bajó la mirada a las manos de la joven, para luego volver a los hermosos orbes que tenía en frente, - me gustaría preguntarle, señorita Bird, usted… ¿hace mucho que se dedica a su  trabajo? ¿Paris es su tierra natal? – dijo, realmente entusiasmado por conocer un poco a la mujer, aunque inmediatamente se disculpó, - por favor, responda solo si  lo cree oportuno,  disculpe, es que no puedo dejar en la oficina mi personalidad inquisitiva de abogado – sonrió con sinceridad, llevando esa misma sonrisa a su mirada.
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Mensaje por Jordan White Mar Oct 06, 2015 1:48 pm






Aquel hombre poseía un semblante insigne. A diferencia mía o de Heinrich no encontraba en él algo que pudiese significar un lastre sobre sus hombros. Mantuve mis ojos clavados en cada detalle de su porte, era un sujeto bien parecido, pero sin un ápice de arrogancia en sus facciones. Creía en cada palabra conferida, no había malicia. Años atrás en el burdel me había topado con hombres como él. Desconocidos que estaban dispuestos a ofrecerme riquezas a manos llenas. No obstante yo había rechazado todas y cada una de sus propuestas pues no encontraba  lógica en su retórica. ¿Quién querría encadenarse a una prostituta? Era algo surreal pensar en ese estilo de vida cuando despertaba a mi realidad. Suponer que alguien de mi condición podría aspirar a tanto. Era cierto que mi proeza era ascender, dejar atrás esa inmundicia de vida, alejarme del anonimato para ser alguien de renombre, pero aquellos amantes se referían de forma cariñosa, una vida, una esposa, una familia. Reía como estúpida al escuchar esos términos, era algo para lo que yo no había nacido. No iba a ser una réplica irrefutable de aquella mujer que se presumía como mi progenitora, débil y atada a un monstruo como lo había sido mi padre. Preferiría mil veces morir antes que eso ocurriera.

Era una persona de mundo, poseía poder y gloria. Ambos dones que no eran del todo ajenos a mí, con la diferencia en los medios, la forma en que él los había obtenido mediante vías de caridad y trabajo. Existía una diferencia abismal entre mi interlocutor y yo, me sentía extrañamente sorprendida al verme sumergida en una plática con una persona como aquel caballero, menos mal solo sería un día o dos para regresar a Paris y olvidar tan peculiar eventualidad.

–Tiene razón en eso, afortunadamente todo en esta vida es transitorio– lo sabía de sobremanera después de haber perdido a Heinrich; suspiré para retomar la compostura y continuar –Ciertas cosas resultan difíciles de olvidar–

Conforme el viaje avanzaba me adentraba en los terrenos inhóspitos de su psiquis. Las verdaderas causas que le llenaban de regocijo tomando en cuenta su oficio. Yo no podría, simplemente ser altruista, era algo que nunca iría de la mano con mis preceptos forjados. Cada favor debía ser retribuido de cierta forma, así lo había aprendido y de ese modo había construido un emporio de cristal a lado de Heinrich. No existía hasta ese entonces otra forma de lograr mis objetivos, después de todo ¿Qué había de gratificante el convivir con ese tipo de personas que no poseían nada de valor? No iba a regresar a mis raíces, no las necesitaba. Moví ligeramente mi cabeza alejando esas memorias. Mi respuesta fue un rotundo no ante sus cuestionamientos. No podía hablar un lenguaje desconocido para mí. Cada iconografía en su charla estaba ligado de cierto modo a mi pasado.

–Me temo que hablamos de cosas muy diferentes Monsieur– respondí tajante delimitando mi posición.

Dirigí mis orbes hacia la escena alrededor llevando mi diestra al cabello cerciorándome que todo estuviese en orden, entonces noté el cambio en su semblante. Había perdido el tacto al momento de responder, olvidé por unos instantes que no me encontraba con la escoria con quien regularmente solía tratar.

No supe como disculparme o que decir para mostrarle compasión ante su última confesión, así que me limité a responder. Asentí.

–Descuide– respondí haciendo un ademán restándole importancia. –Un par de años Monsieur. Cada prenda es única en su clase y eso es lo que puede esperar de mi trabajo, quizás no sea la mejor diseñadora en la capital, pero le aseguro que poseerá un artículo de calidad una vez lo termine. No Monsieur, soy inglesa y créame que lo último que esperaba era volver a esta ciudad, menos mal nos encontramos alejados del bullicio de la gran urbe ¿Usted es residente?– inquirí al tiempo que el chofer indicaba que estábamos arribando al castillo.


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