AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
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Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
El teatro abría las puertas un día más, buscando el interés y la atención de todos aquellos quienes estaban dispuestos a apreciar las sutilezas, y las complicaciones, de una buena obra. Aún faltaba mucho para que comenzase la función y todos sintieran la atrayente llamada del telón. Como de costumbre, el personal estaba movilizado, y aunque no lo pareciera, habría una vigilancia un tanto más estricta de lo normal: no hacía mucho habían tenido que sufrir varios ataques de algunos seres sobrenaturales. En alguna ocasión, habían tenido incluso bajas, lo cual era normal en un lugar tan caótico y voluble, pero los esfuerzos de todo el personal de seguridad, en especial el de Noah, habían ayudado a que no fueran más que simples sustos.
Claro que… el hecho que alimañas varias hubieran merodeado hostilmente por la zona, quizás tenía que ver con su presencia allí. Él lo creía así. Si el arte llama al arte, ¿por qué no iba a llamar lo más primigenio y visceral a sus semejantes? Pero, aun así, en el fondo le costaba aceptar que él pudiera ser el causante de tales incidentes. Incluso sus compañeros sabían que él no era responsable, pues esas cosas sucedían al azar y a veces iban por temporadas. Además, la dedicación de Noah como miembro de seguridad del Teatro era incuestionable, hasta tal punto que en más de una ocasión acababa disponiendo de jornadas libres, pero como en aquella ocasión, solía terminar haciendo rondas extra como refuerzo, aun sin ser estrictamente necesario.
Lo cierto es que llevaban algunas semanas sin incidentes por la zona, y tan sólo habían pasado unas cuatro noches desde la última vez que la luna llena había iluminado el firmamento. Comenzaba a perder la cuenta del tiempo que había transcurrido desde que había puesto un pie en aquél lugar anegado de sueños y esperanzas: los días solían ser tediosos y las oscuras noches no mejoraban… menos aún en aquellas que le resultaba tan frías como el mismo hielo. Tanta bonanza, muy a su pesar, le hacían sentir intranquilo, pues se temía que esa tranquilidad se viera arrollada por algún suceso imprevisto.
Desde la última vez que había sucumbido a su lado más animal, había estado dudando de la humanidad que poseía. Que pusiera en peligro a otras personas no era algo nuevo para él, pero recordaba hasta qué punto había estado a punto de cruzar la delgada línea de la sed de sangre: había sometido la salud de alguien a un riesgo verdadero, y que fuera alguien que él conociera parcialmente, acentuaba aún más aquél desasosiego. Estaba decidido a omitir la tormenta que le azotaba por dentro, negando aceptar que era más que lo que podía ser un simple humano, pero plagado de connotaciones negativas; era precisamente por ese motivo por el que se esforzaba tanto en aparentar ser normal…
Y no lo era. Aunque muy pocos se merecían ver ese otro lado siniestro.
Como lo estipulaban los protocolos, vestía los ropajes azul oscuro, con una gabardina que le llegaba hasta las rodillas y le mantenía protegido del helador tiempo de aquél día de invierno, y una sencilla gorra de pico a juego. Paseaba entre los puestos de vigilancia habituales, ofreciendo su ayuda donde le fuera posible, pero todos estaban cubiertos y sus camaradas le insistían en que no se preocupara y se retirara a descansar; de modo que decidió atender al acceso trasero del recinto, donde la supervisión siempre flaqueaba un poco. Intentaba no abusar de sus habilidades, de las que cada día era más consciente, pero más le valía asegurarse que aquella zona estaba a salvo de cualquier peligro. Cerró los ojos inconscientemente, en un gesto en realidad innecesario, mientras inspiraba aire, permitiendo que toda una gama de olores conocidos –y otros no tanto- inundaran sus fosas nasales.
Entonces lo olió: un aroma especiado y exótico, con un leve matiz afrutado, que bastó para que su memoria se volviera lívida y no permaneciera tan frágil. Pero entonces el viento cambió de sentido y dejó de detectar la familiar fragancia, sin que pudiera determinar la procedencia exacta.
Dio algunos pasos, de espaldas a uno de los accesos traseros del Teatro. Aguzó su vista, oteando las cercanías, pero el día encapotado ayudaba a que las sombras fueran intensas, pese a que el anochecer aun no se atrevía a empezar su conquista. No se atrevía a pronunciar su nombre, por temor a hacer el ridículo, pero quería creer que no se equivocaba de persona. Necesitaba que no fuera otra persona, sino ella…
Claro que… el hecho que alimañas varias hubieran merodeado hostilmente por la zona, quizás tenía que ver con su presencia allí. Él lo creía así. Si el arte llama al arte, ¿por qué no iba a llamar lo más primigenio y visceral a sus semejantes? Pero, aun así, en el fondo le costaba aceptar que él pudiera ser el causante de tales incidentes. Incluso sus compañeros sabían que él no era responsable, pues esas cosas sucedían al azar y a veces iban por temporadas. Además, la dedicación de Noah como miembro de seguridad del Teatro era incuestionable, hasta tal punto que en más de una ocasión acababa disponiendo de jornadas libres, pero como en aquella ocasión, solía terminar haciendo rondas extra como refuerzo, aun sin ser estrictamente necesario.
Lo cierto es que llevaban algunas semanas sin incidentes por la zona, y tan sólo habían pasado unas cuatro noches desde la última vez que la luna llena había iluminado el firmamento. Comenzaba a perder la cuenta del tiempo que había transcurrido desde que había puesto un pie en aquél lugar anegado de sueños y esperanzas: los días solían ser tediosos y las oscuras noches no mejoraban… menos aún en aquellas que le resultaba tan frías como el mismo hielo. Tanta bonanza, muy a su pesar, le hacían sentir intranquilo, pues se temía que esa tranquilidad se viera arrollada por algún suceso imprevisto.
Desde la última vez que había sucumbido a su lado más animal, había estado dudando de la humanidad que poseía. Que pusiera en peligro a otras personas no era algo nuevo para él, pero recordaba hasta qué punto había estado a punto de cruzar la delgada línea de la sed de sangre: había sometido la salud de alguien a un riesgo verdadero, y que fuera alguien que él conociera parcialmente, acentuaba aún más aquél desasosiego. Estaba decidido a omitir la tormenta que le azotaba por dentro, negando aceptar que era más que lo que podía ser un simple humano, pero plagado de connotaciones negativas; era precisamente por ese motivo por el que se esforzaba tanto en aparentar ser normal…
Y no lo era. Aunque muy pocos se merecían ver ese otro lado siniestro.
Como lo estipulaban los protocolos, vestía los ropajes azul oscuro, con una gabardina que le llegaba hasta las rodillas y le mantenía protegido del helador tiempo de aquél día de invierno, y una sencilla gorra de pico a juego. Paseaba entre los puestos de vigilancia habituales, ofreciendo su ayuda donde le fuera posible, pero todos estaban cubiertos y sus camaradas le insistían en que no se preocupara y se retirara a descansar; de modo que decidió atender al acceso trasero del recinto, donde la supervisión siempre flaqueaba un poco. Intentaba no abusar de sus habilidades, de las que cada día era más consciente, pero más le valía asegurarse que aquella zona estaba a salvo de cualquier peligro. Cerró los ojos inconscientemente, en un gesto en realidad innecesario, mientras inspiraba aire, permitiendo que toda una gama de olores conocidos –y otros no tanto- inundaran sus fosas nasales.
Entonces lo olió: un aroma especiado y exótico, con un leve matiz afrutado, que bastó para que su memoria se volviera lívida y no permaneciera tan frágil. Pero entonces el viento cambió de sentido y dejó de detectar la familiar fragancia, sin que pudiera determinar la procedencia exacta.
Dio algunos pasos, de espaldas a uno de los accesos traseros del Teatro. Aguzó su vista, oteando las cercanías, pero el día encapotado ayudaba a que las sombras fueran intensas, pese a que el anochecer aun no se atrevía a empezar su conquista. No se atrevía a pronunciar su nombre, por temor a hacer el ridículo, pero quería creer que no se equivocaba de persona. Necesitaba que no fuera otra persona, sino ella…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
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Re: Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
Los días transcurridos desde su llegada a París habían sido de los más intensos, sin apenas tiempo para poder descansar; por suerte, podía dormir en una cama más o menos cómoda, resguardada del frío invierno por cuatro paredes sólidas; volvía a ocupar la habitación que había alquilado el poco tiempo que estuvo en la ciudad parisina en la anterior ocasión. El hombre que atendía a los recién llegados no estaba presente, en su lugar la atendió una joven de radiante sonrisa y pelo rojo como el fuego, gesto que no desapareció cuando por la humilde puerta entró una versión sucia y cansada de Sérène, con el pelo enmarañado y cargando unas alforjas que debería haber transportado un caballo o una yegua. Desconocía cuánto tiempo tendría alquilada la habitación, tal vez hasta podría llegar a llamarla “hogar”.
Sus vestidos de algodón colgaban limpios en sendas perchas, guardados en el austero armario; que además de la mesita y la cama, eran lo único que adornaba la pequeña habitación. Escogió el azul oscuro para aquél día encapotado de invierno junto a los únicos botines negros de tacón que poseía. Iría cómoda y sencilla, como siempre. Se peinó la larga cabellera negra con los dedos, dándose cuenta de la necesidad de pasar por el mercado ambulante sin más dilación.
Cuando se hubo vestido recogió la capa, que descansaba sobre la cama, se la ajustó sobre los hombros, anudando las cuerdas con un simple lazo. No salió sin comprobar que llevaba algunas monedas guardadas en uno de los bolsillos interiores del abrigo y habiendo guardado en otro la llave que cerraba la puerta de la estancia.
Fuera, se dejó llevar por los viandantes que se encontraban con aquellos que llegaban del camino principal y se adentraban en la ciudad. Le encantaba caminar, sentir como el frío aire de la tarde acariciaba sus mejillas. Escuchó una conversación ajena, en la que se decía que una mujer de alta cuna había hecho acto de presencia en el mercado ambulante, armando tal revuelo que algunos habían intentado estafarla, y que el mercado se hallaba en la otra punta de la ciudad. Con un suspiro de resignación, comenzó el largo trayecto hacía allí, dispuesta a no pasar un día más sin un cepillo decente.
Conforme avanzaba por las calles de París, se percató de las sutiles novedades que la habían cambiado, los avances técnicos eran cada vez más sorprendentes, la mentalidad de las personas por suerte eran cada vez más abiertas y la humanidad prosperaba en el avance hacía la comodidad. Tan absorta iba que se topó con uno de los edificios a los que más cariño tenía.
El teatro brillaba de esplendor, sus puertas abiertas a todos aquellos que podían permitirse el lujo de pasar unas horas distraídos de la realidad, contemplando representaciones de historias escritas años atrás o, si el autor era afortunado y conocía a un mecenas adinerado, obras de jóvenes promesas. Los transeúntes la empujaban, mirándola malhumorados pues permanecía embrujada por la impresionante estructura en medio de la calle. Miró el cartel que anunciaba la obra que se interpretaría aquella noche: “La divina comedia” de Dante Alighieri, considerada la obra maestra del escritor italiano; más concretamente aquella noche se representaría “Inferno”.
Noah formaría parte de la compañía, podría verlo en el escenario atrapando al público con su mirada esmeralda, tal vez interpretando a Virgilio o al propio Dante. Se moría de ganas por poder verle allí arriba; pero no podía no solo porque el precio de la entrada era excesivo, sino que además habían colgado en la taquilla el cartel de “lleno”. Desilusionada, Sérène emprendió de nuevo la marcha hacía el mercado ambulante, cuando a pocos pasos se abrió ante sí el callejón. El mismo por el que años atrás se había colado, entrando por la puerta trasera y descubriendo los secretos que había entre bambalinas.
Una sonrisa pícara surcó sus labios, no podía ni quería resistirse a volver a irrumpir en los secretos del teatro. Sus recuerdos del interior distaban mucho que desear, pero se las apañaría. Una fuerte ráfaga de aire alborotó sus cabellos, empujándola al interior del callejón. Contenta de que los designios místicos aprobaran sus actos se adentró con paso decidido, entre las sombras del enorme edificio. Fue entonces cuando distinguió la silueta de un guardia saliendo por la misma puerta que pretendía cruzar y que en aquellos momentos miraba hacia donde estaba ella. Tarde para dar media vuelta, decidió tomar la iniciativa.
—Perdóneme si ando en propiedad privada pero me he perdido y... —conforme iba aproximándose a la figura lentamente, el color de su aura se tornaba más visible. Un licántropo. El sol se filtró entre las nubes el tiempo suficiente para que distinguiera la figura que tenía ante ella.— ¡Noah! Vaya... no esperaba verte aquí fuera...
Se paró a un par de pasos de distancia, observando la pálida piel del actor en busca de la herida que días atrás surcaba su nuca aunque el cuello de la gabardina le impedía comprobarlo. De cualquier modo, se alegraba inmensamente de volver a encontrarle, cuerdo y vestido, aunque le extrañaba que fuera con aquellas vestiduras. ¿Quería eso decir que no formaba parte de la compañía? Tal vez no recordara su pasado como actor, pero aún así seguramente sus compañeros le habrían puesto al corriente de aquel asunto. ¿Podría ser que ya no le gustara el oficio? Esperaba que el reencuentro sirviera para aclarar algunas cuestiones y, sobretodo, ayudar a Noah a recuperar a su antiguo yo.
Sus vestidos de algodón colgaban limpios en sendas perchas, guardados en el austero armario; que además de la mesita y la cama, eran lo único que adornaba la pequeña habitación. Escogió el azul oscuro para aquél día encapotado de invierno junto a los únicos botines negros de tacón que poseía. Iría cómoda y sencilla, como siempre. Se peinó la larga cabellera negra con los dedos, dándose cuenta de la necesidad de pasar por el mercado ambulante sin más dilación.
Cuando se hubo vestido recogió la capa, que descansaba sobre la cama, se la ajustó sobre los hombros, anudando las cuerdas con un simple lazo. No salió sin comprobar que llevaba algunas monedas guardadas en uno de los bolsillos interiores del abrigo y habiendo guardado en otro la llave que cerraba la puerta de la estancia.
Fuera, se dejó llevar por los viandantes que se encontraban con aquellos que llegaban del camino principal y se adentraban en la ciudad. Le encantaba caminar, sentir como el frío aire de la tarde acariciaba sus mejillas. Escuchó una conversación ajena, en la que se decía que una mujer de alta cuna había hecho acto de presencia en el mercado ambulante, armando tal revuelo que algunos habían intentado estafarla, y que el mercado se hallaba en la otra punta de la ciudad. Con un suspiro de resignación, comenzó el largo trayecto hacía allí, dispuesta a no pasar un día más sin un cepillo decente.
Conforme avanzaba por las calles de París, se percató de las sutiles novedades que la habían cambiado, los avances técnicos eran cada vez más sorprendentes, la mentalidad de las personas por suerte eran cada vez más abiertas y la humanidad prosperaba en el avance hacía la comodidad. Tan absorta iba que se topó con uno de los edificios a los que más cariño tenía.
El teatro brillaba de esplendor, sus puertas abiertas a todos aquellos que podían permitirse el lujo de pasar unas horas distraídos de la realidad, contemplando representaciones de historias escritas años atrás o, si el autor era afortunado y conocía a un mecenas adinerado, obras de jóvenes promesas. Los transeúntes la empujaban, mirándola malhumorados pues permanecía embrujada por la impresionante estructura en medio de la calle. Miró el cartel que anunciaba la obra que se interpretaría aquella noche: “La divina comedia” de Dante Alighieri, considerada la obra maestra del escritor italiano; más concretamente aquella noche se representaría “Inferno”.
Noah formaría parte de la compañía, podría verlo en el escenario atrapando al público con su mirada esmeralda, tal vez interpretando a Virgilio o al propio Dante. Se moría de ganas por poder verle allí arriba; pero no podía no solo porque el precio de la entrada era excesivo, sino que además habían colgado en la taquilla el cartel de “lleno”. Desilusionada, Sérène emprendió de nuevo la marcha hacía el mercado ambulante, cuando a pocos pasos se abrió ante sí el callejón. El mismo por el que años atrás se había colado, entrando por la puerta trasera y descubriendo los secretos que había entre bambalinas.
Una sonrisa pícara surcó sus labios, no podía ni quería resistirse a volver a irrumpir en los secretos del teatro. Sus recuerdos del interior distaban mucho que desear, pero se las apañaría. Una fuerte ráfaga de aire alborotó sus cabellos, empujándola al interior del callejón. Contenta de que los designios místicos aprobaran sus actos se adentró con paso decidido, entre las sombras del enorme edificio. Fue entonces cuando distinguió la silueta de un guardia saliendo por la misma puerta que pretendía cruzar y que en aquellos momentos miraba hacia donde estaba ella. Tarde para dar media vuelta, decidió tomar la iniciativa.
—Perdóneme si ando en propiedad privada pero me he perdido y... —conforme iba aproximándose a la figura lentamente, el color de su aura se tornaba más visible. Un licántropo. El sol se filtró entre las nubes el tiempo suficiente para que distinguiera la figura que tenía ante ella.— ¡Noah! Vaya... no esperaba verte aquí fuera...
Se paró a un par de pasos de distancia, observando la pálida piel del actor en busca de la herida que días atrás surcaba su nuca aunque el cuello de la gabardina le impedía comprobarlo. De cualquier modo, se alegraba inmensamente de volver a encontrarle, cuerdo y vestido, aunque le extrañaba que fuera con aquellas vestiduras. ¿Quería eso decir que no formaba parte de la compañía? Tal vez no recordara su pasado como actor, pero aún así seguramente sus compañeros le habrían puesto al corriente de aquel asunto. ¿Podría ser que ya no le gustara el oficio? Esperaba que el reencuentro sirviera para aclarar algunas cuestiones y, sobretodo, ayudar a Noah a recuperar a su antiguo yo.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
Aunque todo indicaba que no podía ser otra persona, a Noah le dio un vuelco el corazón. Resultaba extraño de comprender, y más si se tenía en cuenta el tipo de ser sobrenatural que era él. Pero a pesar del hecho de poseer unas cualidades más desarrolladas de lo que era habitual, había un par de… inconvenientes. Su olfato no era tan agudo como algunos de su especie, si bien eso quedaba compensado por su, por norma general, excelente visión. Y, en segundo lugar, tenía la maldita costumbre de intentar no sacar a relucir su soberana soberbia, de modo que se contentaba poniendo freno a tales cualidades.
Todavía no había abrazado por completo su condición, debido a que no salía nada bueno cada vez que su lado más primigenio salía a flote. Y además… había un pequeño problema añadido, del que no había llegado a hacer a nadie partícipe, pues le sucedía desde la última rendición de su cuerpo al demonio de sus venas.
Leah.
En ocasiones la veía, lo cual solía causarle desasosiego: lo había convertido en lo que era, sin mostrar piedad o compasión. Lo había hecho tan sólo por capricho, como si no fuera más que un entretenimiento pasajero antes de llevar a cabo su cometido, el cual acabaría consumiendo el linaje de su familia y arrastraría al joven, y a su hermana, al infierno de las noches sin final donde gobernaba tan oscuro y cruel astro.
La primera vez que la volvió a ver fue cuando el licántropo se molestó en recorrer todo el bosque para intentar localizar cualquier posesión adicional que hubiera podido llevar la joven hechicera. Dio con su cometido, a pesar que la ardua tarea le llevó un día y una noche entera, pues no era diestro rastreando. Pudo desenterrar la bolsa de viaje, casi hecha un desastre, que había quedado enterrada bajo los helados, y pocos, restos de la yegua. Al levantarse para emprender su retirada, fue cuando sus ojos esmeraldas se cruzaron con aquella aterradora mirada gris, y su cuerpo se quedó completamente helado.
Sabía que ya no tenía lugar en ese mundo. No en vano la había visto morir cientos de veces en sus sueños, pero de una forma caótica y desordenada. Todo su ser le decía que no podía estar allí presente, pues ella jamás permitiría que el lícano siguiera viviendo, y quedaba confirmado por apuntes varios que ese Noah olvidado había dejado como legado. Apenas pudo captar un destello de su cabellera de fuego antes de que ella girara el rostro y desapareciera en el níveo paisaje. Habría llegado a jurar que había visto aflora una maliciosa sonrisa en esos labios…
Las alucinaciones se sucedían desde entonces. Afortunadamente no iban acompañadas de latigazos de dolor en sus dos heridas, y eso le causaba una mayor inquietud. Entendía aquellas visiones como una explicación lógica a lo fragmentada y rota que se hallaba su mente y su alma, pero no alcanzaba a comprender el porqué de haber comenzado a verlas después de su periplo en el bosque. Quizás significaba algo…
Incluso había intentado buscar en todas sus posesiones cualquier pista que mencionase a la bruja, y su frustración fue en aumento cuando únicamente pudo encontrar una entrada en su diario que mencionaba un trato que habían hecho; pero no había nada más, ni se especificaba qué tipo de acuerdo era.
Lo peor era no poder comentarlo con nadie sin que pensaran que estaba loco. Ya era suficientemente duro no poder contar a sus camaradas de oficio lo que era, así que la situación se le hacía insoportablemente cruel y difícil de sobrellevar. Irónicamente, se preguntaba si no estaba pasando, a su modo, su particular Infierno de Dante, como el que aquella ocasión interpretaban sus antaño compañeros de reparto.
Pero entonces, una más que agradable visión le forzó a salir de sus cavilaciones. Si había podido llegar a albergar alguna duda, el dulce y encantador matiz de tan conocida voz le desencaminó de la confusión. Tan sólo el mero sonido era capaz de despertar recuerdos ocultos en lo más profundo de su mente, desprovistos de agonía y sufrimiento. Se vio a sí mismo, tiempo atrás, en una situación tan parecida a la que transcurría, como distinta era en realidad.
Al menos, la expresión de la que ella hacía gala no reflejaba pesadumbre, por lo que supuso que, probablemente, no habría descansado demasiado mal la noche anterior. No era muy halagador pensar que ella podía haber tenido pesadillas horribles por su culpa.
Entonces, la alegría dejó paso a la preocupación: no había tenido oportunidad de confesarle que ya no era quién había sido en su pasado. ¿Se lo tomaría a mal? ¿Creería, tal vez, que por ello ya no le resultaría tan interesante? ¿Se sentiría engañada, quizás?
A decir verdad… estaba harto de tanta incertidumbre. No era propio ni siquiera para él.
– Ni yo… veo que no aprendemos la lección, ¿eh, traviesilla? –le dijo con un deje de malicia, pero sin contenerse la risa; en su presencia le era fácil dejar atrás los prejuicios y ser más relajado. Hizo una exagerada y cómica reverencia, y carraspeó mientras se erguía–. Bienvenida de nuevo. Y no te preocupes por estos atavíos... no soy quien era antes. Tranquila, sé que debo una explicación, y te la daré sólo si estás dispuesta a escuchar, pero descuida, que nadie nos molestará.
Con su brazo derecho, trazó un gesto para indicarle que esperase mientras se giraba hacia la puerta trasera del Teatro. La abrió un poco, lo suficiente para que la más joven de los Guardias, Louise, con su cabellera y piel morena, y sus ojos de cobalto, se acercara hacia ellos, extrañada. Bastó una mirada y un guiño para darle a entender que no había ningún riesgo; no sería la primera vez que alguien de seguridad dejaba entrar a gente de escondidas, y nunca era sin la supervisión de un Guardia que se hiciera responsable, pues un simple descuido podía significar el cese inmediato de la tarea.
Teniendo vía libre para los interiores de aquél templo al arte, dirigió su atención a su acompañante, invitándola a entrar con otro gesto de su mano.
– Adelante, Mademoiselle Casseau, no sea tímida…
Todavía no había abrazado por completo su condición, debido a que no salía nada bueno cada vez que su lado más primigenio salía a flote. Y además… había un pequeño problema añadido, del que no había llegado a hacer a nadie partícipe, pues le sucedía desde la última rendición de su cuerpo al demonio de sus venas.
Leah.
En ocasiones la veía, lo cual solía causarle desasosiego: lo había convertido en lo que era, sin mostrar piedad o compasión. Lo había hecho tan sólo por capricho, como si no fuera más que un entretenimiento pasajero antes de llevar a cabo su cometido, el cual acabaría consumiendo el linaje de su familia y arrastraría al joven, y a su hermana, al infierno de las noches sin final donde gobernaba tan oscuro y cruel astro.
La primera vez que la volvió a ver fue cuando el licántropo se molestó en recorrer todo el bosque para intentar localizar cualquier posesión adicional que hubiera podido llevar la joven hechicera. Dio con su cometido, a pesar que la ardua tarea le llevó un día y una noche entera, pues no era diestro rastreando. Pudo desenterrar la bolsa de viaje, casi hecha un desastre, que había quedado enterrada bajo los helados, y pocos, restos de la yegua. Al levantarse para emprender su retirada, fue cuando sus ojos esmeraldas se cruzaron con aquella aterradora mirada gris, y su cuerpo se quedó completamente helado.
Sabía que ya no tenía lugar en ese mundo. No en vano la había visto morir cientos de veces en sus sueños, pero de una forma caótica y desordenada. Todo su ser le decía que no podía estar allí presente, pues ella jamás permitiría que el lícano siguiera viviendo, y quedaba confirmado por apuntes varios que ese Noah olvidado había dejado como legado. Apenas pudo captar un destello de su cabellera de fuego antes de que ella girara el rostro y desapareciera en el níveo paisaje. Habría llegado a jurar que había visto aflora una maliciosa sonrisa en esos labios…
Las alucinaciones se sucedían desde entonces. Afortunadamente no iban acompañadas de latigazos de dolor en sus dos heridas, y eso le causaba una mayor inquietud. Entendía aquellas visiones como una explicación lógica a lo fragmentada y rota que se hallaba su mente y su alma, pero no alcanzaba a comprender el porqué de haber comenzado a verlas después de su periplo en el bosque. Quizás significaba algo…
Incluso había intentado buscar en todas sus posesiones cualquier pista que mencionase a la bruja, y su frustración fue en aumento cuando únicamente pudo encontrar una entrada en su diario que mencionaba un trato que habían hecho; pero no había nada más, ni se especificaba qué tipo de acuerdo era.
Lo peor era no poder comentarlo con nadie sin que pensaran que estaba loco. Ya era suficientemente duro no poder contar a sus camaradas de oficio lo que era, así que la situación se le hacía insoportablemente cruel y difícil de sobrellevar. Irónicamente, se preguntaba si no estaba pasando, a su modo, su particular Infierno de Dante, como el que aquella ocasión interpretaban sus antaño compañeros de reparto.
Pero entonces, una más que agradable visión le forzó a salir de sus cavilaciones. Si había podido llegar a albergar alguna duda, el dulce y encantador matiz de tan conocida voz le desencaminó de la confusión. Tan sólo el mero sonido era capaz de despertar recuerdos ocultos en lo más profundo de su mente, desprovistos de agonía y sufrimiento. Se vio a sí mismo, tiempo atrás, en una situación tan parecida a la que transcurría, como distinta era en realidad.
Al menos, la expresión de la que ella hacía gala no reflejaba pesadumbre, por lo que supuso que, probablemente, no habría descansado demasiado mal la noche anterior. No era muy halagador pensar que ella podía haber tenido pesadillas horribles por su culpa.
Entonces, la alegría dejó paso a la preocupación: no había tenido oportunidad de confesarle que ya no era quién había sido en su pasado. ¿Se lo tomaría a mal? ¿Creería, tal vez, que por ello ya no le resultaría tan interesante? ¿Se sentiría engañada, quizás?
A decir verdad… estaba harto de tanta incertidumbre. No era propio ni siquiera para él.
– Ni yo… veo que no aprendemos la lección, ¿eh, traviesilla? –le dijo con un deje de malicia, pero sin contenerse la risa; en su presencia le era fácil dejar atrás los prejuicios y ser más relajado. Hizo una exagerada y cómica reverencia, y carraspeó mientras se erguía–. Bienvenida de nuevo. Y no te preocupes por estos atavíos... no soy quien era antes. Tranquila, sé que debo una explicación, y te la daré sólo si estás dispuesta a escuchar, pero descuida, que nadie nos molestará.
Con su brazo derecho, trazó un gesto para indicarle que esperase mientras se giraba hacia la puerta trasera del Teatro. La abrió un poco, lo suficiente para que la más joven de los Guardias, Louise, con su cabellera y piel morena, y sus ojos de cobalto, se acercara hacia ellos, extrañada. Bastó una mirada y un guiño para darle a entender que no había ningún riesgo; no sería la primera vez que alguien de seguridad dejaba entrar a gente de escondidas, y nunca era sin la supervisión de un Guardia que se hiciera responsable, pues un simple descuido podía significar el cese inmediato de la tarea.
Teniendo vía libre para los interiores de aquél templo al arte, dirigió su atención a su acompañante, invitándola a entrar con otro gesto de su mano.
– Adelante, Mademoiselle Casseau, no sea tímida…
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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Re: Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
Agradeció a los designios místicos que la hubieran conducido hasta allí, ya que no esperaba encontrar al licántropo en un momento y lugar más idóneos que aquellos, al tiempo que les rogaba poder tener la fuerza necesaria para llevar a cabo su cometido. Si bien había descansado la noche anterior, no confiaba lo suficiente en sí misma como para pretender que pudiera con todo sin temor a desfallecer nuevamente, tal y como sucedió noches atrás al intentar controlar una ilusión al tiempo que donaba su propia energía al lobo gravemente herido.
Se unió al alegre sonido de la risa tras el socarrón comentario, cuando cayó en la cuenta que Noah acababa de mencionar, indirectamente, lo que habían vivido mucho tiempo atrás, detalle que se reflejó en que sus ojos grises al iluminarse aún más de júbilo. No estaba tan perdido al fin y al cabo y pudiera ser que no necesitara tanto la ayuda de la hechicera para volver a recuperar el dominio sobre su memoria.
Rió nuevamente ante el burdo intento de reverencia y con un leve asentimiento, quiso darle a entender al... guardia... que estaba más que dispuesta a escuchar todo aquello que quisiera contarle. Sólo esperaba que no la tratara con tanta condescendencia, había vivido demasiados fenómenos para que a aquellas alturas de su vida la trataran como a una muñeca de porcelana; era una persona fuerte, capaz de aguantar las explicaciones del hombre sin desmayarse cual señorita de alta alcurnia por la congoja o el horror vividos durante la charla.
Aunque mientras recapacitaba sobre ello, pensó que tal vez Noah no le “debiera una explicación”, al fin y al cabo su relación no era tan estrecha como para tener que ofenderse ante la falta de conocimientos por parte de ambos. Creyó conveniente en que la situación debiera explicarse con palabras de distinto significado; desde su punto de vista tenía que reconocer, más si cabía, que la pasada noche no había sido justa con el hombre lobo, actuando tan impulsivamente sin tener en cuenta las circunstancias del otro ser, si bien había procurado enmendar su error en el preciso momento en que se percató de tan inadecuada actuación todavía le reconcomía su falta de tacto.
Era la intención de Sérène expresar en voz alta todos aquellos enredados pensamientos, además de disculparse con Noah como bien se merecía, cuando las acciones del hombre no se lo permitieron. No dándole más opción que observar con gran curiosidad, los movimientos que el vigilante le dedicaba, seguramente, a alguien del interior del recinto.
–Merci, Monsieur Dómine… –inclinó la cabeza agradecida, sin poder ni querer borrar la sonrisa de su rostro. Sin más dilación, pasó junto al licántropo y se adentró en el recinto.
La sensación de volver al pasado la inundó irremediablemente cuando traspasó la pequeña puerta trasera. Ciertamente las circunstancias eran tan dispares que cualquiera hubiese creído que la situación distaba mucho de asemejarse, pero para Sérène la experiencia seguía teniendo un aire de prohibición, al adentrarse al interior del teatro por aquella entrada lateral, que la hacía volver la vista atrás, antes de abandonar París precipitadamente sin llegar a despedirse de nadie.
El pasillo se extendía ante ella, bifurcándose más adelante. A un lado se encontraba una joven vestida con las mismas ropas que Noah, vigilando que nadie sin permiso entrara por allí. De haber seguido sin encontrarse con su extraño amigo se habría metido en problemas. La sonrió, saludándola con un leve gesto y deseándola las buenas tardes; ante todo debía ser educada. Con la seguridad de saberse bien recibida, prosiguió su avance por el pasillo, rozando las paredes con las yemas de sus dedos; quizás pareciera una tonta, pero los teatros le encantaban y aquél tenía algo que siempre la atraería. A lo lejos escuchaba el sonido característico de los actores preparándose para salir a escena, risas nerviosas, el roce de las telas… Avanzó hasta que vio las escaleras que conducían a los camerinos, aquellas que subió justo antes de encontrarse con Noah la primera vez. Las contempló apoyándose en la pared, con la mirada perdida y una media sonrisa de nostalgia dibujada en su rostro.
Se unió al alegre sonido de la risa tras el socarrón comentario, cuando cayó en la cuenta que Noah acababa de mencionar, indirectamente, lo que habían vivido mucho tiempo atrás, detalle que se reflejó en que sus ojos grises al iluminarse aún más de júbilo. No estaba tan perdido al fin y al cabo y pudiera ser que no necesitara tanto la ayuda de la hechicera para volver a recuperar el dominio sobre su memoria.
Rió nuevamente ante el burdo intento de reverencia y con un leve asentimiento, quiso darle a entender al... guardia... que estaba más que dispuesta a escuchar todo aquello que quisiera contarle. Sólo esperaba que no la tratara con tanta condescendencia, había vivido demasiados fenómenos para que a aquellas alturas de su vida la trataran como a una muñeca de porcelana; era una persona fuerte, capaz de aguantar las explicaciones del hombre sin desmayarse cual señorita de alta alcurnia por la congoja o el horror vividos durante la charla.
Aunque mientras recapacitaba sobre ello, pensó que tal vez Noah no le “debiera una explicación”, al fin y al cabo su relación no era tan estrecha como para tener que ofenderse ante la falta de conocimientos por parte de ambos. Creyó conveniente en que la situación debiera explicarse con palabras de distinto significado; desde su punto de vista tenía que reconocer, más si cabía, que la pasada noche no había sido justa con el hombre lobo, actuando tan impulsivamente sin tener en cuenta las circunstancias del otro ser, si bien había procurado enmendar su error en el preciso momento en que se percató de tan inadecuada actuación todavía le reconcomía su falta de tacto.
Era la intención de Sérène expresar en voz alta todos aquellos enredados pensamientos, además de disculparse con Noah como bien se merecía, cuando las acciones del hombre no se lo permitieron. No dándole más opción que observar con gran curiosidad, los movimientos que el vigilante le dedicaba, seguramente, a alguien del interior del recinto.
–Merci, Monsieur Dómine… –inclinó la cabeza agradecida, sin poder ni querer borrar la sonrisa de su rostro. Sin más dilación, pasó junto al licántropo y se adentró en el recinto.
La sensación de volver al pasado la inundó irremediablemente cuando traspasó la pequeña puerta trasera. Ciertamente las circunstancias eran tan dispares que cualquiera hubiese creído que la situación distaba mucho de asemejarse, pero para Sérène la experiencia seguía teniendo un aire de prohibición, al adentrarse al interior del teatro por aquella entrada lateral, que la hacía volver la vista atrás, antes de abandonar París precipitadamente sin llegar a despedirse de nadie.
El pasillo se extendía ante ella, bifurcándose más adelante. A un lado se encontraba una joven vestida con las mismas ropas que Noah, vigilando que nadie sin permiso entrara por allí. De haber seguido sin encontrarse con su extraño amigo se habría metido en problemas. La sonrió, saludándola con un leve gesto y deseándola las buenas tardes; ante todo debía ser educada. Con la seguridad de saberse bien recibida, prosiguió su avance por el pasillo, rozando las paredes con las yemas de sus dedos; quizás pareciera una tonta, pero los teatros le encantaban y aquél tenía algo que siempre la atraería. A lo lejos escuchaba el sonido característico de los actores preparándose para salir a escena, risas nerviosas, el roce de las telas… Avanzó hasta que vio las escaleras que conducían a los camerinos, aquellas que subió justo antes de encontrarse con Noah la primera vez. Las contempló apoyándose en la pared, con la mirada perdida y una media sonrisa de nostalgia dibujada en su rostro.
Sérène Casseau- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/04/2011
Localización : Recorriendo las calles de París...
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Re: Quiero sentir el Déjà Vu... [Privado]
Aguardó pacientemente a que su acompañante se internase en el edificio, antes de hacerlo él también. Aunque no estaba bien confesarlo, se deleitó disimuladamente con el aroma proveniente de aquél cálido y exótico cuerpo: un olor a madreselva y a especias. Estaba convencido que no se trataba de ningún perfume, sino el de su propia piel, matizada por haber estado trabajando rodeada de plantas y hierbas variadas, de tal modo que no era una fragancia demasiado intensa. No siempre tenía que ser un inconveniente tener los sentidos más aguzados que los demás, ¿no?
Alcanzó a escuchar con claridad como Louise le respondía a Sérène, con una sonrisa sincera y de complicidad, de modo que Noah supo que no habría ningún problema porque él se ausentara esa noche. Eso sí, cuando él pasó a lado de la Guardia, su confiado gesto se truncó, revelando una cansada expresión y ahogando un suspiro de pura frustración mientras entornaba los ojos. Noah conocía bien esa mirada, tan propia entre la camaradería de seguridad cuando una situación les desagradaba tanto que les causaba un imperecedero pesar.
La vigilante no le estaba recriminando a Noah lo que estaba haciendo. No… era algo más superficial y egoísta. La amarga sensación de tener que hacer turno de Guardia cuando se representaba una obra que causaba sensación entre los asistentes, además de añadirle la mala suerte de tener que hacer rondas extra de refuerzo, solía atacar al ánimo de cualquiera. Aquella mirada era una más que clara señal que la pobre Louise daría lo que fuera por poder ver aquella obra de teatro, de la que todo el mundo hablaba sin cesar.
Él le guiñó un ojo y con un travieso movimiento, bajó la visera de la gorra de la joven, bloqueándole la visión, sabedor de la reacción que provocaría su acción. Ella maldijo en voz baja, recolocándose la gorra y dedicándole un mohín y fingiendo una mirada furibunda, para luego contenerse la risa como mejor pudo, incapaz de enfadase con él. El licántropo sentía cierta afinad con esa guardiana. Era de las pocas personas que no desconfiaban de él, a pesar de saber de su verdadero yo, aunque eso tuviera relación con su carencia de experiencia y la adaptabilidad tan propia de la juventud.
Le resultó difícil poder evitar sentirse mal por ella. Incluso él recordaba haber experimentado esa horrible sensación, cuando él era un notable actor y en el magnífico Théâtre des Vampires interpretaban obras jamás pensadas por la mente del hombre. Entonces, él habría dado lo que fuera por poder ser testigo de lo que se representaba en esa corte de maravillas, pero sabía que sería un invitado indeseado –y una presa fácil– si se dejaba asomar por ahí.
Devolvió su atención a su acompañante, que se hallaba con la mirada ausente mientras observaba las escaleras. A Noah le dolía ver esa expresión. Se sentía culpable por el hecho que todo aquello hubiera quedado atrás, aunque implicara que fuera un augurio de esperanza para los tiempos que corrían. No obstante, se sentía como si se hubiera traicionado a sí mismo, y le costaba evitar sentirse celoso de sí mismo, consciente que tal vez aquella personalidad carismática y exuberante jamás regresaría.
¿Cómo no iba a sentir que estaba traicionando a aquella damisela? ¿Seguiría creyendo que su amnesia era genuina, a pesar de todos sus recuerdos?
Desgraciadamente, los camerinos de los actores quedaban en el lado opuesto. Carraspeó sin brusquedad, pues no se le ocurrió otro modo de captar su atención.
– Mucho me temo que no podemos dirigirnos ahí sin llamar la atención; sobre todo cuando la obra no tardará en dar comienzo. No obstante… –su voz denotaba cierta perspicacia– se me ha ocurrido una idea. Sígueme, por favor.
Las estancias de la Guardia quedaban en el sótano, en una zona contigua a la Sala de Ensayo y al Taller de atrezzo y el vestuario, los cuales no se hallaban muy lejos de allí. Presidió la marcha por delante de ella, guiándola a través de los pasillos que no transitaría nadie a esas horas, ni siquiera ninguno de sus compañeros; tal era una de las ventajas de formar parte del equipo de seguridad.
Tardaron escasos minutos hasta que llegaron a la zona de la Guardia. Noah metió su mano derecha dentro de su gabardina y extrajo un juego de llaves. Siguió caminando por el pasillo, dejando atrás algunas puertas que sólo tenían como indicación un número, hasta detenerse ante el número 7. Introdujo la llave en la cerradura y desbloqueó el cerrojo. Abrió la puerta y, con un gesto, le cedió el paso a su acompañante.
Si bien la habitación era más amplia que los camerinos de los actores, no se apreciaba señal alguna de desorden. Al fondo había una solitaria litera y algunos muebles austeros decoraban la estancia. Se veía a todas luces que todas las posesiones de Noah no estaban ahí, pero aun así, había una buena cantidad de sus posesiones: montañas de libros apiladas ordenadamente, varios armarios que contenían mudas, un perchero con varias prendas propias de los guardianes… y aunque había varios arcones, destacaba por encima de todo un enorme cofre de madera de nogal, y ornamentos dorados con forma de lobo que lo decoraban. Tenía dos cerraduras, lo cual era un tanto extraño, y con sendas llaves a juego introducidas.
Sin duda alguna, resultaba una visión bien peculiar.
Además, a un lado y situadas encima de una mesita, se hallaban dos bolsas de viaje: ambas marrones, pero una lucía como nueva, mientras que la otra parecía descolorida y desgastada, y por su aspecto no contenía nada. Se trataba de la bolsa de viaje que Sérène había perdido en el bosque, y a pesar de todos sus esfuerzos, Noah no había conseguido que recuperara su posiblemente buen aspecto; sin embargo, sí que consiguió hacerlo con la capa que contenía, que había quedado como nueva y que ahora se hallaba guardada dentro de la nueva bolsa, según se podía observar por la forma que mostraba.
El licántropo no se había atrevido a deshacerse de aquella posesión de la bruja, aunque estuviera tan dañada por las circunstancias. Sabía que el hecho de conservarla podía significar algo para ella, algo que incluso él había llegado a experimentar con algunas de sus propias posesiones.
– Pasa, por favor. Creo que con una capa y una gorra adecuada, podremos merodear por el teatro sin atraer una innecesaria atención –se detuvo un segundo en sus cavilaciones, aguardando a que ella entrara en la estancia–. Claro que, eso sólo sería en caso que te apeteciera hacerlo, y no ha de ser justo en este momento, si así lo deseas. Creo que tengo algo que te pertenece...
Alcanzó a escuchar con claridad como Louise le respondía a Sérène, con una sonrisa sincera y de complicidad, de modo que Noah supo que no habría ningún problema porque él se ausentara esa noche. Eso sí, cuando él pasó a lado de la Guardia, su confiado gesto se truncó, revelando una cansada expresión y ahogando un suspiro de pura frustración mientras entornaba los ojos. Noah conocía bien esa mirada, tan propia entre la camaradería de seguridad cuando una situación les desagradaba tanto que les causaba un imperecedero pesar.
La vigilante no le estaba recriminando a Noah lo que estaba haciendo. No… era algo más superficial y egoísta. La amarga sensación de tener que hacer turno de Guardia cuando se representaba una obra que causaba sensación entre los asistentes, además de añadirle la mala suerte de tener que hacer rondas extra de refuerzo, solía atacar al ánimo de cualquiera. Aquella mirada era una más que clara señal que la pobre Louise daría lo que fuera por poder ver aquella obra de teatro, de la que todo el mundo hablaba sin cesar.
Él le guiñó un ojo y con un travieso movimiento, bajó la visera de la gorra de la joven, bloqueándole la visión, sabedor de la reacción que provocaría su acción. Ella maldijo en voz baja, recolocándose la gorra y dedicándole un mohín y fingiendo una mirada furibunda, para luego contenerse la risa como mejor pudo, incapaz de enfadase con él. El licántropo sentía cierta afinad con esa guardiana. Era de las pocas personas que no desconfiaban de él, a pesar de saber de su verdadero yo, aunque eso tuviera relación con su carencia de experiencia y la adaptabilidad tan propia de la juventud.
Le resultó difícil poder evitar sentirse mal por ella. Incluso él recordaba haber experimentado esa horrible sensación, cuando él era un notable actor y en el magnífico Théâtre des Vampires interpretaban obras jamás pensadas por la mente del hombre. Entonces, él habría dado lo que fuera por poder ser testigo de lo que se representaba en esa corte de maravillas, pero sabía que sería un invitado indeseado –y una presa fácil– si se dejaba asomar por ahí.
Devolvió su atención a su acompañante, que se hallaba con la mirada ausente mientras observaba las escaleras. A Noah le dolía ver esa expresión. Se sentía culpable por el hecho que todo aquello hubiera quedado atrás, aunque implicara que fuera un augurio de esperanza para los tiempos que corrían. No obstante, se sentía como si se hubiera traicionado a sí mismo, y le costaba evitar sentirse celoso de sí mismo, consciente que tal vez aquella personalidad carismática y exuberante jamás regresaría.
¿Cómo no iba a sentir que estaba traicionando a aquella damisela? ¿Seguiría creyendo que su amnesia era genuina, a pesar de todos sus recuerdos?
Desgraciadamente, los camerinos de los actores quedaban en el lado opuesto. Carraspeó sin brusquedad, pues no se le ocurrió otro modo de captar su atención.
– Mucho me temo que no podemos dirigirnos ahí sin llamar la atención; sobre todo cuando la obra no tardará en dar comienzo. No obstante… –su voz denotaba cierta perspicacia– se me ha ocurrido una idea. Sígueme, por favor.
Las estancias de la Guardia quedaban en el sótano, en una zona contigua a la Sala de Ensayo y al Taller de atrezzo y el vestuario, los cuales no se hallaban muy lejos de allí. Presidió la marcha por delante de ella, guiándola a través de los pasillos que no transitaría nadie a esas horas, ni siquiera ninguno de sus compañeros; tal era una de las ventajas de formar parte del equipo de seguridad.
Tardaron escasos minutos hasta que llegaron a la zona de la Guardia. Noah metió su mano derecha dentro de su gabardina y extrajo un juego de llaves. Siguió caminando por el pasillo, dejando atrás algunas puertas que sólo tenían como indicación un número, hasta detenerse ante el número 7. Introdujo la llave en la cerradura y desbloqueó el cerrojo. Abrió la puerta y, con un gesto, le cedió el paso a su acompañante.
Si bien la habitación era más amplia que los camerinos de los actores, no se apreciaba señal alguna de desorden. Al fondo había una solitaria litera y algunos muebles austeros decoraban la estancia. Se veía a todas luces que todas las posesiones de Noah no estaban ahí, pero aun así, había una buena cantidad de sus posesiones: montañas de libros apiladas ordenadamente, varios armarios que contenían mudas, un perchero con varias prendas propias de los guardianes… y aunque había varios arcones, destacaba por encima de todo un enorme cofre de madera de nogal, y ornamentos dorados con forma de lobo que lo decoraban. Tenía dos cerraduras, lo cual era un tanto extraño, y con sendas llaves a juego introducidas.
Sin duda alguna, resultaba una visión bien peculiar.
Además, a un lado y situadas encima de una mesita, se hallaban dos bolsas de viaje: ambas marrones, pero una lucía como nueva, mientras que la otra parecía descolorida y desgastada, y por su aspecto no contenía nada. Se trataba de la bolsa de viaje que Sérène había perdido en el bosque, y a pesar de todos sus esfuerzos, Noah no había conseguido que recuperara su posiblemente buen aspecto; sin embargo, sí que consiguió hacerlo con la capa que contenía, que había quedado como nueva y que ahora se hallaba guardada dentro de la nueva bolsa, según se podía observar por la forma que mostraba.
El licántropo no se había atrevido a deshacerse de aquella posesión de la bruja, aunque estuviera tan dañada por las circunstancias. Sabía que el hecho de conservarla podía significar algo para ella, algo que incluso él había llegado a experimentar con algunas de sus propias posesiones.
– Pasa, por favor. Creo que con una capa y una gorra adecuada, podremos merodear por el teatro sin atraer una innecesaria atención –se detuvo un segundo en sus cavilaciones, aguardando a que ella entrara en la estancia–. Claro que, eso sólo sería en caso que te apeteciera hacerlo, y no ha de ser justo en este momento, si así lo deseas. Creo que tengo algo que te pertenece...
Noah Dómine- Licántropo Clase Media
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