AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Undercover - Privado
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Era tibia, la luz que se derramaba de aquellos enormes candelabros pendiendo de cadenas plateadas era tibia. No era la música solamente sino ese aire de complicidad de aquella cantante de ópera y los cellos rasposos y ásperos lo que hacían un espectáculo único. La muchedumbre estaba atenta y al pendiente de cada uno de los movimientos de la encantadora intérprete, cada ademán que esta trazaba en el aire mientras su rostro proyectaba un rictus de dolor y añoranza, en su garganta las notas surgían y se exaltaban como hojas mecidas por las febriles brisas de la estación. Se elevaban prodigiosas y estallaban en el teatro llenándolo de una sonoridad casi perfecta.
El público se mantenía callado, esperando aquel final inevitable cuando los instrumentos y la voz de aquella chica ataviada con un largo vestido negro y perlas en el cuello se volvieron uno solo, se fundieron para terminar el ritual del aria que anunciaba la tragedia de este capítulo por escribirse, inconcluso y bello. Pero en cuanto toda sonoridad de la orquesta volvió a callar, justo cuando se creía que no se podían contener el deseo de aplaudir y brindar honores a aquellas figuras en el escenario. La cantante liberó todo ese dolor contenido en su pecho en una última nota sublime. Fue entonces que el estruendo de los aplausos llenó completamente los rincones del enorme teatro circular.
Poco a poco la gente empezó a abandonar, poco a poco los susurros de los comentarios empezaron a desvanecerse, entre los tonos carmesí de las sillas aterciopeladas la figura de las damas resaltaban con amplios sombreros y los caballeros mostraban lo propio con peculiares trajes. Esta noche particularmente no albergaba ningún sentimiento terrible, solo en la ópera desaparecía aquella incesante y agotadora tensión que cargaba consigo, a cuestas. Pero finalmente eso era lo que su acto “heroico” le había dejado, estar sola, danzando en penumbras y recuerdos dolorosos. La partida de su hermano que hasta el día de hoy seguía desaparecido.
No sentía rencor, ni temor alguno. No había cabida al remordimiento por haber asesinado a sus verdugos. El silencio era ensordecedor, podían escucharse sus más profundos pensamientos, flotaban en toda la atmósfera. El tiempo era apacible y se sentiría muy halagada si alguno de sus fantasmas le acompañaran en este instante, solo ellos, solo a ellos les permitiría arrebatarle este momento, que se antojaba mucho más real que su existencia. No pudo distinguir en primera instancia que era esa fragancia, esa pena que inundaba la escena con un indescriptible sentimiento de añoranza. Sin embargo la oscuridad seguía ahí intacta y perfecta. Ni un ápice de bullicio, pero aun así era insoportable.
Dondequiera que fijase la vista solo se veían asientos vacíos y una serie de luces acanaladas que rodeaban los decorados de querubines en lo alto del edificio. Le parecía del todo irreal haber vivido una seguridad abrumadora hace un par de minutos atrás, ese lapso de tiempo mientras disfrutaba de la música y ahora se encontraba nuevamente a la espera de encontrar una señal que lo ayudar a seguir en esa búsqueda. Una presencia que deseaba conocer. Se sumergió nuevamente en su pasado, con sus providencias en un cielo gris. Les invocó, les trajo de vuelta para olvidar este momento inoportuno, para sentir que nadie ni nada podía alejarle de ellos nuevamente.
El público se mantenía callado, esperando aquel final inevitable cuando los instrumentos y la voz de aquella chica ataviada con un largo vestido negro y perlas en el cuello se volvieron uno solo, se fundieron para terminar el ritual del aria que anunciaba la tragedia de este capítulo por escribirse, inconcluso y bello. Pero en cuanto toda sonoridad de la orquesta volvió a callar, justo cuando se creía que no se podían contener el deseo de aplaudir y brindar honores a aquellas figuras en el escenario. La cantante liberó todo ese dolor contenido en su pecho en una última nota sublime. Fue entonces que el estruendo de los aplausos llenó completamente los rincones del enorme teatro circular.
Poco a poco la gente empezó a abandonar, poco a poco los susurros de los comentarios empezaron a desvanecerse, entre los tonos carmesí de las sillas aterciopeladas la figura de las damas resaltaban con amplios sombreros y los caballeros mostraban lo propio con peculiares trajes. Esta noche particularmente no albergaba ningún sentimiento terrible, solo en la ópera desaparecía aquella incesante y agotadora tensión que cargaba consigo, a cuestas. Pero finalmente eso era lo que su acto “heroico” le había dejado, estar sola, danzando en penumbras y recuerdos dolorosos. La partida de su hermano que hasta el día de hoy seguía desaparecido.
No sentía rencor, ni temor alguno. No había cabida al remordimiento por haber asesinado a sus verdugos. El silencio era ensordecedor, podían escucharse sus más profundos pensamientos, flotaban en toda la atmósfera. El tiempo era apacible y se sentiría muy halagada si alguno de sus fantasmas le acompañaran en este instante, solo ellos, solo a ellos les permitiría arrebatarle este momento, que se antojaba mucho más real que su existencia. No pudo distinguir en primera instancia que era esa fragancia, esa pena que inundaba la escena con un indescriptible sentimiento de añoranza. Sin embargo la oscuridad seguía ahí intacta y perfecta. Ni un ápice de bullicio, pero aun así era insoportable.
Dondequiera que fijase la vista solo se veían asientos vacíos y una serie de luces acanaladas que rodeaban los decorados de querubines en lo alto del edificio. Le parecía del todo irreal haber vivido una seguridad abrumadora hace un par de minutos atrás, ese lapso de tiempo mientras disfrutaba de la música y ahora se encontraba nuevamente a la espera de encontrar una señal que lo ayudar a seguir en esa búsqueda. Una presencia que deseaba conocer. Se sumergió nuevamente en su pasado, con sus providencias en un cielo gris. Les invocó, les trajo de vuelta para olvidar este momento inoportuno, para sentir que nadie ni nada podía alejarle de ellos nuevamente.
Última edición por Sybelle el Mar Jun 14, 2016 12:47 pm, editado 3 veces
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/08/2015
Re: Undercover - Privado
Me hicieron de cien años algunos minutos que se quedaron conmigo, no cien años.
La inmortalidad lo ha vuelto reflexivo. Hay días en los que pasa más tiempo dentro de su cabeza que fuera. Se halla a sí mismo después de horas y horas perdidas en medio de la nada con la sensación de recién haber despertado de un sueño, de un sueño que ya se le ha negado desde hace mucho tiempo. Y ante todo esto se pregunta cómo será para ella. No le es difícil deducir que la condena le ha llegado a ella antes que a él, mucho antes. Tampoco le es posible saberlo con certeza menos aún lo es cualquier otra cosa sobre ella. Observa y hace juicios basado en su propia experiencia. Sus poderes tampoco le son útiles, no es capaz de percibir algo lo suficientemente claro para convertirlo en un hecho, no le siente de la misma forma que siente en el mismo instante a Lucy, quien se mantiene a su lado.
El Teatro había sido idea de ella, de Lucy. Nunca habla mucho pero aquel día hizo suma de toda su fuerza de voluntad y sugirió salir. El teatro para John no era más que cualquier otra cosa, cualquier otra cosa dentro del umbral del tiempo, aquello que podía alcanzar con sólo estirar la mano, lo terrenal, lo no inmortal. Sin embargo acepto ir. Lo hizo por Lucy, y por él, y por ella. A ella, a su esposa, siempre le había gustado el teatro, si le gustaría ahora, no lo sabía, quizá ahora el teatro signifique para ella lo mismo que para él.
Durante toda la ópera, aunque lo intentó, no había podido concentrarse. Su inmortalidad, hasta ahora, no le había alcanzado para dejar de preocuparse por banalidades. Si antes estaba celoso de quienes podían recordar todo, ahora lo era de aquellos que olvidaban con frecuencia incluso su propio nombre. Comprendía, de cierta forma, que la vida eterna, de la que era poseedor, había comenzado desde el momento en el que nació pues su existencia inmortal estaría dedicada a recordar una vida que nunca podrá terminar de ser contada.
Lucy le susurró al oído después de que todo había terminado, los asientos a su alrededor estaban vacíos y los murmullos aunque efusivos eran ya lejanos. Miró a los ojos a Lucy, a esos grandes ojos que lo miraban siempre de la misma forma, y los siguió luego hasta ella. Lucy sintió miedo entones, el mismo miedo que sintió cuando lo conoció. En ese momento John sintió la necesidad de ser como un padre para Lucy. De protegerle pero sobre todo de enseñarle. La tomo de la mano y la condujo detrás de él hasta aquella figura frente a ellos.
Le recordaba a su esposa. Pero en realidad todo lo hacía. Nunca hubiese imaginado las veces que como mortal había deseado la inmortalidad que hacerlo significaría desear la perpetuación de su recuerdo. Aunque ahora fuese mucho más real que de costumbre. En realidad aquella mujer tenía cierto parecido a Ella y eso lo asustó. La idea de que esta figura se tratase de su tan esperada redención nunca cruzo su mente pues sabía que aquello llegaría no de esa forma sino de una mucho más dolorosa, de que lo sabía al instante mismo de que comenzara, sin embargo, si existiera un bien planeado ensayo del momento en el que se reencontraría con su esposa, estaba seguro de que ña mujer frente a él sería quien interpretase ese otro papel principal además de él.
— La inmortalidad nos ha vuelto reflexivos – le dijo, antes de que sus pensamientos alcanzasen ese punto sin retorno.
El Teatro había sido idea de ella, de Lucy. Nunca habla mucho pero aquel día hizo suma de toda su fuerza de voluntad y sugirió salir. El teatro para John no era más que cualquier otra cosa, cualquier otra cosa dentro del umbral del tiempo, aquello que podía alcanzar con sólo estirar la mano, lo terrenal, lo no inmortal. Sin embargo acepto ir. Lo hizo por Lucy, y por él, y por ella. A ella, a su esposa, siempre le había gustado el teatro, si le gustaría ahora, no lo sabía, quizá ahora el teatro signifique para ella lo mismo que para él.
Durante toda la ópera, aunque lo intentó, no había podido concentrarse. Su inmortalidad, hasta ahora, no le había alcanzado para dejar de preocuparse por banalidades. Si antes estaba celoso de quienes podían recordar todo, ahora lo era de aquellos que olvidaban con frecuencia incluso su propio nombre. Comprendía, de cierta forma, que la vida eterna, de la que era poseedor, había comenzado desde el momento en el que nació pues su existencia inmortal estaría dedicada a recordar una vida que nunca podrá terminar de ser contada.
Lucy le susurró al oído después de que todo había terminado, los asientos a su alrededor estaban vacíos y los murmullos aunque efusivos eran ya lejanos. Miró a los ojos a Lucy, a esos grandes ojos que lo miraban siempre de la misma forma, y los siguió luego hasta ella. Lucy sintió miedo entones, el mismo miedo que sintió cuando lo conoció. En ese momento John sintió la necesidad de ser como un padre para Lucy. De protegerle pero sobre todo de enseñarle. La tomo de la mano y la condujo detrás de él hasta aquella figura frente a ellos.
Le recordaba a su esposa. Pero en realidad todo lo hacía. Nunca hubiese imaginado las veces que como mortal había deseado la inmortalidad que hacerlo significaría desear la perpetuación de su recuerdo. Aunque ahora fuese mucho más real que de costumbre. En realidad aquella mujer tenía cierto parecido a Ella y eso lo asustó. La idea de que esta figura se tratase de su tan esperada redención nunca cruzo su mente pues sabía que aquello llegaría no de esa forma sino de una mucho más dolorosa, de que lo sabía al instante mismo de que comenzara, sin embargo, si existiera un bien planeado ensayo del momento en el que se reencontraría con su esposa, estaba seguro de que ña mujer frente a él sería quien interpretase ese otro papel principal además de él.
— La inmortalidad nos ha vuelto reflexivos – le dijo, antes de que sus pensamientos alcanzasen ese punto sin retorno.
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2015
Re: Undercover - Privado
Los recuerdos seguían prendidos a ella. Los contornos, las tonalidades plasmadas en aquel recinto avivaban demasiadas cosas en su psiquis, si es que el interior de un inmortal aún abrazara la posibilidad de poseer una. Su sentidos de habían agudizado desde el momento de su trasformación, de algún modo le habían facilitado su supervivencia cuando escapó de las mazmorras. Había logrado sobrevivir gracias al don oscuro. Ese obsequio tan divino como protervo que le confirió visiones agradables y tortuosas durante su recorrido por gran parte de Europa. En cada rincón, en cada lugar se rendía ante la belleza de sus personajes. La humanidad poseía una faceta múltiple que seguramente sería difícil de comprender para cualquier otro. Ella había aprendido de cada línea en ese complexo lienzo, había aprendido para ser algo mejor y no encasillar su existencia en la de un monstruo insaciable. Una bestia que regocijara en el dolor y la culpa ajenos. Simplemente no podría y reprobaba dichos accionares en su semejantes.
En un suspiro, intentó liberar todas esas marcas en su mente. En ese momento desearía poder deshacerse de todo aquello. Sonrió apenas con desgano aceptando la idea que era parte del legado. El murmullo calmo de los pocos mortales que abandonaban eventualmente el teatro significaba una melodía a sus oídos. Padres de familia, esposos, amantes. Todos ellos regresaban a una rutina, todos excepto ella para quien la noche apenas empezaba. Alejada de la caricia perene del día. Los secretos de cada uno de esos extraños se mostraban abiertos si ella prestaba la atención necesaria a cada una de sus mentes. Poseía habilidades que un hubiese imaginado desarrollar como humana y por precaución, era que se veía en la necesidad de asistir de forma encubierta, los aromas se mezclaban en las ligeras corrientes de aire, así mismo coqueteaban de la mano muchas visiones del dolor de muchos otros asistentes. Era algo meramente insoportable.
Repentinamente el sonido grave de una voz masculina le hizo volver su rostro. Sus orbes se posaron en el porte galante del noble quien asaltaba de forma directa, sin afán de ocultar el verdadero origen de ambos. Poseía una mirada nostálgica, redimiéndose quizás de algún modo al asistir al igual que ella a estos espectáculos mundanos que significaban un escape a su realidad. La helena se mostraba siempre agradecida con la compañía de otros. Era curioso encontrar este tipo de inmortales que gustasen de la caricia que solo el arte regala. París sin lugar a dudas no dejaba de sorprenderla.
–Ciertamente caballero, aún con este legado recurrimos a ciertos menesteres de antaño– respondió con amabilidad apenas en un susurro.
Se mantuvo de pie, con las manos enguantadas y cruzadas frente al ampuloso diseño de su vestido marrón.
–Sybelle, encantada– alargó la mano hacia él para estrecharle.
Era curioso como cada uno de sus encuentros con personajes de su misma progenie resultaban ser distintos. Su condición milenaria poseía ápices de cada uno de ellos, aprendía de la existencia de otros para no ceder a las garras del don imperecedero.
–Es impresionante la magnificencia de este lugar ¿Cierto? Como un mero deslice de cuerdas en un violín o las notas evocan tantas cosas– confesó a media voz.
En un suspiro, intentó liberar todas esas marcas en su mente. En ese momento desearía poder deshacerse de todo aquello. Sonrió apenas con desgano aceptando la idea que era parte del legado. El murmullo calmo de los pocos mortales que abandonaban eventualmente el teatro significaba una melodía a sus oídos. Padres de familia, esposos, amantes. Todos ellos regresaban a una rutina, todos excepto ella para quien la noche apenas empezaba. Alejada de la caricia perene del día. Los secretos de cada uno de esos extraños se mostraban abiertos si ella prestaba la atención necesaria a cada una de sus mentes. Poseía habilidades que un hubiese imaginado desarrollar como humana y por precaución, era que se veía en la necesidad de asistir de forma encubierta, los aromas se mezclaban en las ligeras corrientes de aire, así mismo coqueteaban de la mano muchas visiones del dolor de muchos otros asistentes. Era algo meramente insoportable.
Repentinamente el sonido grave de una voz masculina le hizo volver su rostro. Sus orbes se posaron en el porte galante del noble quien asaltaba de forma directa, sin afán de ocultar el verdadero origen de ambos. Poseía una mirada nostálgica, redimiéndose quizás de algún modo al asistir al igual que ella a estos espectáculos mundanos que significaban un escape a su realidad. La helena se mostraba siempre agradecida con la compañía de otros. Era curioso encontrar este tipo de inmortales que gustasen de la caricia que solo el arte regala. París sin lugar a dudas no dejaba de sorprenderla.
–Ciertamente caballero, aún con este legado recurrimos a ciertos menesteres de antaño– respondió con amabilidad apenas en un susurro.
Se mantuvo de pie, con las manos enguantadas y cruzadas frente al ampuloso diseño de su vestido marrón.
–Sybelle, encantada– alargó la mano hacia él para estrecharle.
Era curioso como cada uno de sus encuentros con personajes de su misma progenie resultaban ser distintos. Su condición milenaria poseía ápices de cada uno de ellos, aprendía de la existencia de otros para no ceder a las garras del don imperecedero.
–Es impresionante la magnificencia de este lugar ¿Cierto? Como un mero deslice de cuerdas en un violín o las notas evocan tantas cosas– confesó a media voz.
Última edición por Sybelle el Mar Jun 14, 2016 12:52 pm, editado 2 veces
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/08/2015
Re: Undercover - Privado
Siempre le había sido difícil lidiar con tantos recuerdos. El pasado y el presente se mezclaban en su cabeza, pudiendo distinguir el uno del otro casi sólo por mera suerte. Los recuerdos de su esposa eran los fantasmas con los que le había tocado llenar su vida y morir, aunque ella no fuese ningún fantasma. Así como el recuerdo de su partida le atormentaba también lo hacía la posibilidad de su regreso.
— Me apena no poseer el mismo entusiasmo que usted hacia la ópera, Sybelle. Mi nombre es John. — Le respondía mientras encontraba su mano con la suya para estrecharla. — Yo nunca fui aficionado de nada que me mantuviese fuera del trabajo. Siquiera ahora. Sin embargo, usted me recuerda mucho a alguien. No sólo lo que acaba de decir sino usted misma también. — Dicho eso y después de solar su mano le dio un largo vistazo a la estructura del teatro — Mi esposa solía arrastrarme a este lugar, lo hizo muchas más veces de las que quisiera admitir. La verdad, ahora que lo pienso, nunca supe que era lo que le gustaba de este lugar, ni tampoco si el desliz de una cuerda le hacía sentir algo. — En ese momento, Lucy, quien había permanecido en silencio, pareció reaccionar ante las palabras de John pues no logro evitar que su cuerpo se sobresaltase un poco. — Perdona, querida. — Se disculpó con Lucy mientras le extendía la mano para acercarle a ellos — Sybelle, ella es Lucy. Lucy fue quien me trajo aquí esta noche. Al parecer le has causado una gran impresión. Nunca había estado tan cerca de otro vampiro además de mí.
Lucy había tomado la mano de John y se había aferrado a ella como una niña temerosa. No había podido siquiera presentarse, mucho menos mover su mano para iniciar el correspondiente saludo. Esto a John le divertía, su comportamiento le resultaba fascinante, y es que no era que no lo hubiese visto antes, pues este tipo de conductas eran propias de muchos pacientes en diversas situaciones, lo que le parecía interesante eran las implicaciones médicas. Lo que su substancia le podía hacer a un humano.
— Deberás perdonarla, Sybelle. Seguramente tú podrás entender la conmoción que significa conocer a alguien como nosotros. Sobre todo a alguien con un aura como la tuya. Pero para ser justos, yo tampoco había conocido a nadie como tú.
Toda su vida, conocer y dominar cada centímetro del cuerpo humano, incluyendo la mente, había sido la tarea autoimpuesta de John. Ahora sus límites se habían expandido de la misma forma que su existencia. Lucy era parte del plan, uno de los extremos del intrincado eje de la investigación de John, alguien como Sybelle, podría ser entonces el otro extremo. Si Lucy fuese representaba por la timidez y el temor que demostraba, Sybelle bien podía describirse totalmente de la forma contraría, si una representaba un contenedor vacío, la otra se presentaba como un arca rebosante. John tenía preguntas, muchas más preguntas que respuestas en ese entonces y si de algo había estado seguro toda su vida era que no esperaría que todas esas respuestas llegasen solas.
— ¿Qué se siente, Sybelle? ¿Qué se siente haber vivido más de 10 vidas?
— Me apena no poseer el mismo entusiasmo que usted hacia la ópera, Sybelle. Mi nombre es John. — Le respondía mientras encontraba su mano con la suya para estrecharla. — Yo nunca fui aficionado de nada que me mantuviese fuera del trabajo. Siquiera ahora. Sin embargo, usted me recuerda mucho a alguien. No sólo lo que acaba de decir sino usted misma también. — Dicho eso y después de solar su mano le dio un largo vistazo a la estructura del teatro — Mi esposa solía arrastrarme a este lugar, lo hizo muchas más veces de las que quisiera admitir. La verdad, ahora que lo pienso, nunca supe que era lo que le gustaba de este lugar, ni tampoco si el desliz de una cuerda le hacía sentir algo. — En ese momento, Lucy, quien había permanecido en silencio, pareció reaccionar ante las palabras de John pues no logro evitar que su cuerpo se sobresaltase un poco. — Perdona, querida. — Se disculpó con Lucy mientras le extendía la mano para acercarle a ellos — Sybelle, ella es Lucy. Lucy fue quien me trajo aquí esta noche. Al parecer le has causado una gran impresión. Nunca había estado tan cerca de otro vampiro además de mí.
Lucy había tomado la mano de John y se había aferrado a ella como una niña temerosa. No había podido siquiera presentarse, mucho menos mover su mano para iniciar el correspondiente saludo. Esto a John le divertía, su comportamiento le resultaba fascinante, y es que no era que no lo hubiese visto antes, pues este tipo de conductas eran propias de muchos pacientes en diversas situaciones, lo que le parecía interesante eran las implicaciones médicas. Lo que su substancia le podía hacer a un humano.
— Deberás perdonarla, Sybelle. Seguramente tú podrás entender la conmoción que significa conocer a alguien como nosotros. Sobre todo a alguien con un aura como la tuya. Pero para ser justos, yo tampoco había conocido a nadie como tú.
Toda su vida, conocer y dominar cada centímetro del cuerpo humano, incluyendo la mente, había sido la tarea autoimpuesta de John. Ahora sus límites se habían expandido de la misma forma que su existencia. Lucy era parte del plan, uno de los extremos del intrincado eje de la investigación de John, alguien como Sybelle, podría ser entonces el otro extremo. Si Lucy fuese representaba por la timidez y el temor que demostraba, Sybelle bien podía describirse totalmente de la forma contraría, si una representaba un contenedor vacío, la otra se presentaba como un arca rebosante. John tenía preguntas, muchas más preguntas que respuestas en ese entonces y si de algo había estado seguro toda su vida era que no esperaría que todas esas respuestas llegasen solas.
— ¿Qué se siente, Sybelle? ¿Qué se siente haber vivido más de 10 vidas?
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2015
Re: Undercover - Privado
En la mente sempiterna de la helénica, aun hacían eco las notas finales de la estrepitosa y a la vez pesarosa sinfonía. Cavando en los recuerdos abriendo sus heridas profundas por unos instantes. No obstante, habituada estaba a lidiar con ese lado oscuro de su don. Uno que cada noche resultaba una labor titánica de sobrellevar, pues cada detalle en la capital, cada extraño, cada iconografía en los paisajes níveos desenterraban un pasado que no se cansaba de perseguirle. Inclusive en el teatro frente aquel milenario galante, podía aun ver la figura autoritaria y noble de su padre o de Alexandros. Debía hacer uso de su experiencia para acallar aquellos fantasmas y brindarle una velada amena. La voz grave del mismo le despertó de ese trance que le orillaba a soñar despierta de vez en cuando. Sonrió.
–Descuide Monsieur este acto, a pesar de haberlo presenciado en más de una ocasión, no deja de resultar una ejecución emotiva– respondió mientras un sutil movimiento de muñeca restaba importancia a lo dicho instantes previos.
–Encantada, John–
La gracia y porte de aquel desconocido resultaban un espectáculo digno de plasmar en un lienzo. Si bien la sociedad se empeñaba en temer y cazar a los de su especie por las usanzas poco comunes y las telarañas que revestían un trasfondo lúgubre sobre su existencia también existían muchos otros que habían aprendido a calmar esos deseos atroces de exterminar a quien osara atravesarse en su camino lográndose comportar como una de las bestias más nobles que jamás hallan pisado el plano terrenal. Los años sobre espaldas de Sybelle habían dejado vastas enseñanzas y aunque no era una experta en analizar extraños, sabía que algo existía en la psiquis de ese hombre, una fuerza que atraía su curiosidad como un imán.
–Vaya. Es caprichoso el destino ¿No es así?– susurró abriendo ligeramente más sus orbes cerúleos, sorprendida por aquel comentario.
Con detenimiento su mirada recorrió lo largo y ancho del lugar.
–No se culpe Monsieur, después de todo no planeamos convertirnos en lo que ahora somos, caminamos el sendero mortal con una visión venidera– suspiró –Y es ahora cuando nos damos cuenta que hubo tantas cosas que quedaron pendientes–
Hablaba para su locutor con conocimiento de causa, pues ella misma sentía una culpabilidad atroz por no atreverse a conocer un poco más a su hermano, si el destino le mostrara un rostro indulgente al menos tenía la oportunidad de disculparse por ello.
–Madame– espetó haciendo una ligera reverencia.
Ante la explicación de John no tuvo palabras para responder. Aquella mujer le recordaba un poco a ella misma. En sus días como prisionera con temor de abrir sus alas a un mundo sanguinario. Su oyente una vez más lanzaba hacia ella ese adjetivo del cual había hecho uso segundos atrás ¿Había notado algo particular en Sybelle? Se mostró pensativa antes de responder nuevamente.
–Resumir un largo camino lleno de tropiezos y desventuras en una respuesta resulta una tarea ardua y en lugar de brindarle un par de palabras escuetas, sólo puedo decirle que he presenciado el lado humano en su forma más visceral, pero también me ha impresionado la bondad que aun yace dentro de algunas personas. Hoy en día he aprendido a abrazar la inmortalidad o al menos, doy lo mejor de mí para no ceder a su locura– Le miró fijamente –Y si tuviese la oportunidad de volver atrás me atrevería a cambiar un par de cosas ¿O acaso usted no lo haría?–
–Descuide Monsieur este acto, a pesar de haberlo presenciado en más de una ocasión, no deja de resultar una ejecución emotiva– respondió mientras un sutil movimiento de muñeca restaba importancia a lo dicho instantes previos.
–Encantada, John–
La gracia y porte de aquel desconocido resultaban un espectáculo digno de plasmar en un lienzo. Si bien la sociedad se empeñaba en temer y cazar a los de su especie por las usanzas poco comunes y las telarañas que revestían un trasfondo lúgubre sobre su existencia también existían muchos otros que habían aprendido a calmar esos deseos atroces de exterminar a quien osara atravesarse en su camino lográndose comportar como una de las bestias más nobles que jamás hallan pisado el plano terrenal. Los años sobre espaldas de Sybelle habían dejado vastas enseñanzas y aunque no era una experta en analizar extraños, sabía que algo existía en la psiquis de ese hombre, una fuerza que atraía su curiosidad como un imán.
–Vaya. Es caprichoso el destino ¿No es así?– susurró abriendo ligeramente más sus orbes cerúleos, sorprendida por aquel comentario.
Con detenimiento su mirada recorrió lo largo y ancho del lugar.
–No se culpe Monsieur, después de todo no planeamos convertirnos en lo que ahora somos, caminamos el sendero mortal con una visión venidera– suspiró –Y es ahora cuando nos damos cuenta que hubo tantas cosas que quedaron pendientes–
Hablaba para su locutor con conocimiento de causa, pues ella misma sentía una culpabilidad atroz por no atreverse a conocer un poco más a su hermano, si el destino le mostrara un rostro indulgente al menos tenía la oportunidad de disculparse por ello.
–Madame– espetó haciendo una ligera reverencia.
Ante la explicación de John no tuvo palabras para responder. Aquella mujer le recordaba un poco a ella misma. En sus días como prisionera con temor de abrir sus alas a un mundo sanguinario. Su oyente una vez más lanzaba hacia ella ese adjetivo del cual había hecho uso segundos atrás ¿Había notado algo particular en Sybelle? Se mostró pensativa antes de responder nuevamente.
–Resumir un largo camino lleno de tropiezos y desventuras en una respuesta resulta una tarea ardua y en lugar de brindarle un par de palabras escuetas, sólo puedo decirle que he presenciado el lado humano en su forma más visceral, pero también me ha impresionado la bondad que aun yace dentro de algunas personas. Hoy en día he aprendido a abrazar la inmortalidad o al menos, doy lo mejor de mí para no ceder a su locura– Le miró fijamente –Y si tuviese la oportunidad de volver atrás me atrevería a cambiar un par de cosas ¿O acaso usted no lo haría?–
Última edición por Sybelle el Mar Jun 14, 2016 12:54 pm, editado 1 vez
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/08/2015
Re: Undercover - Privado
Su pregunta lo había tomado por sorpresa, por un momento lo había sacado del estado de emoción en el que se encontraba y lo había arrojado a un pozo lleno de recuerdos, de malos recuerdos — No sería justo preguntarme algo así si conociera mi historia –le respondió finalmente con cierta nostalgia en su mirada, gesto que fue reemplazado casi de inmediato con una sonrisa — Quizá en otro momento pueda responderle –termino por decir.
¿Qué si cambiaría algo? Cambiaría todo, cambiaría al mismo mundo si ello le permitiese estar al lado de su esposa una vez más. Pero John no tenía tiempo para pensar en imposibles, casi no tenía tiempo para nada en realidad. Si cuando era humano alguien le hubiese ofrecido la posibilidad de ser inmortal, de tener todo el tiempo del mundo, seguro él la hubiese aceptado sin dudar pensando que aquello era lo que necesitaba, más tiempo, pero con lo que no contaría es que el tiempo aunque sea infinito nunca se detiene. La vida, sobre todo la mortal, nunca deja de avanzar, todo tiene un ciclo y ello le tomo toda una vida para entenderlo.
— Perdóneme, Sybelle. No quisiera incomodarle –continuo con su charla después de tomarse un tiempo para reflexionar — Creo que me he dejado llevar, le hice una pregunta que no tenía del todo una respuesta, por lo menos no una respuesta sencilla como la que yo esperaba, luego, como mucho más que un desaire no pude responder a la suya propia. Para compensarle, sobre su pregunta, mucho me temo que no puedo hacer mucho, pero permítame entonces intentarlo una vez más con la mía.
John siempre había procurado que sus intenciones fuesen claras pues la paciencia nunca había sido una de sus virtudes. Sin embargo ahora estaba siendo cauteloso, había descubierto que una aproximación más directa no era lo que necesitaba ni lo que le podría funcionar, además de que en aquel momento parecía disfrutar, mucho, del rumbo que parecía adquirir aquella conversación.
— Hablar de profesiones en nuestros términos parecería algo absurdo, debo admitirlo. La única tarea a la que pudiéramos abocarnos y que me viene a la mente ahora sería alimentarse, por mucho que no parezca la mejor respuesta a la pregunta. Yo antes de ser quien soy era médico. No hace muchos años, realizando lo comparación pertinente, mi tarea, mi lucha era contra la misma idea que nuestra sola presencia profesa, la muerte, o más bien la vida.
Aunque no quería admitirlo, hablar de su “profesión” siempre le emocionaba, lo hacía en su momento como humano y no dejaba de hacerlo ahora, quizá mucho más ahora. Era arrogante, por supuesto, quién, capaz de arrebatarle una vida a la muerte, no lo sería. El vampirismo sólo había potenciado esa arrogancia, aunque arrogancia inofensiva después de todo, un sentimiento de auto reconocimiento más bien, necesario para quienes como él perdían más batallas de las que ganaban.
— Entenderá ahora por qué encontrarme con un ser como tú ha producido tal excitación en mí –continuó al tiempo que caminaba alrededor de ella, casi como examinándola — Mi propia existencia sería inexplicable para una versión más antigua de mí mismo, imagina qué serías tú para mi antiguo yo –finalmente se detuvo frente a ella — Quizá, los mismos años que te hacen ser este ser maravilloso son los que no te permiten valorar tu propia existencia – se detuvo un momento para observarle bien antes de continuar — ¿Pensar en los humanos antes que en ti? ¿Retraer tu propia naturaleza a cambio de un poco de cordura?... ¿seguir pensando en el pasado? Alguien con el poder de hacerme sentir atraído como un niño a un dulce no debería producir tal desencanto con la primera impresión, es por ello que tengo que darle a mi propia cordura una segunda oportunidad. Dime, Sybelle ¿Qué cosas cambiaría si pudiese volver atrás?... Podría predecir con casi toda la certeza del mundo que una de esas cosas tendría como consecuencia el nunca habernos conocido. Aunque espero estar equivocado.
¿Qué si cambiaría algo? Cambiaría todo, cambiaría al mismo mundo si ello le permitiese estar al lado de su esposa una vez más. Pero John no tenía tiempo para pensar en imposibles, casi no tenía tiempo para nada en realidad. Si cuando era humano alguien le hubiese ofrecido la posibilidad de ser inmortal, de tener todo el tiempo del mundo, seguro él la hubiese aceptado sin dudar pensando que aquello era lo que necesitaba, más tiempo, pero con lo que no contaría es que el tiempo aunque sea infinito nunca se detiene. La vida, sobre todo la mortal, nunca deja de avanzar, todo tiene un ciclo y ello le tomo toda una vida para entenderlo.
— Perdóneme, Sybelle. No quisiera incomodarle –continuo con su charla después de tomarse un tiempo para reflexionar — Creo que me he dejado llevar, le hice una pregunta que no tenía del todo una respuesta, por lo menos no una respuesta sencilla como la que yo esperaba, luego, como mucho más que un desaire no pude responder a la suya propia. Para compensarle, sobre su pregunta, mucho me temo que no puedo hacer mucho, pero permítame entonces intentarlo una vez más con la mía.
John siempre había procurado que sus intenciones fuesen claras pues la paciencia nunca había sido una de sus virtudes. Sin embargo ahora estaba siendo cauteloso, había descubierto que una aproximación más directa no era lo que necesitaba ni lo que le podría funcionar, además de que en aquel momento parecía disfrutar, mucho, del rumbo que parecía adquirir aquella conversación.
— Hablar de profesiones en nuestros términos parecería algo absurdo, debo admitirlo. La única tarea a la que pudiéramos abocarnos y que me viene a la mente ahora sería alimentarse, por mucho que no parezca la mejor respuesta a la pregunta. Yo antes de ser quien soy era médico. No hace muchos años, realizando lo comparación pertinente, mi tarea, mi lucha era contra la misma idea que nuestra sola presencia profesa, la muerte, o más bien la vida.
Aunque no quería admitirlo, hablar de su “profesión” siempre le emocionaba, lo hacía en su momento como humano y no dejaba de hacerlo ahora, quizá mucho más ahora. Era arrogante, por supuesto, quién, capaz de arrebatarle una vida a la muerte, no lo sería. El vampirismo sólo había potenciado esa arrogancia, aunque arrogancia inofensiva después de todo, un sentimiento de auto reconocimiento más bien, necesario para quienes como él perdían más batallas de las que ganaban.
— Entenderá ahora por qué encontrarme con un ser como tú ha producido tal excitación en mí –continuó al tiempo que caminaba alrededor de ella, casi como examinándola — Mi propia existencia sería inexplicable para una versión más antigua de mí mismo, imagina qué serías tú para mi antiguo yo –finalmente se detuvo frente a ella — Quizá, los mismos años que te hacen ser este ser maravilloso son los que no te permiten valorar tu propia existencia – se detuvo un momento para observarle bien antes de continuar — ¿Pensar en los humanos antes que en ti? ¿Retraer tu propia naturaleza a cambio de un poco de cordura?... ¿seguir pensando en el pasado? Alguien con el poder de hacerme sentir atraído como un niño a un dulce no debería producir tal desencanto con la primera impresión, es por ello que tengo que darle a mi propia cordura una segunda oportunidad. Dime, Sybelle ¿Qué cosas cambiaría si pudiese volver atrás?... Podría predecir con casi toda la certeza del mundo que una de esas cosas tendría como consecuencia el nunca habernos conocido. Aunque espero estar equivocado.
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2015
Re: Undercover - Privado
Aunque los orbes cristalinos de Sybelle se mantenían estáticos en la figura portentosa del otro vampiro debido a ese sortilegio extraño que le producía la presencia ajena, su instinto le dictaminaba que no estaba tratando con un hijo de la noche más. No le haría daño alguno, de eso podía estar segura y sin embargo no lograba descifrara del todo sus pensamientos. Habituada estaba a utilizar sus dones para adentrarse en los laberintos enmarañados de sus consciencias. Con John no hacía falta, quizá había sido demasiado desconfiada en un inicio por la forma en la cual fue arrojada a los brazos de la inmortalidad. Asintió ante la vaga respuesta y comprendió que al igual que ella, muchos otros inmortales preferían mantener en resguardo sus memorias, ella misma lo habría hecho bajo otras circunstancias.
–Descuide Monsieur, no debí ser imprudente en mi cuestionamiento–
El silencio se posesionó una vez más entre ellos, permitiendo que ambas figuras hallaran el cauce perfecto hacia una naturalidad en su conversación. La voz grave del hombre atrajo su atención nuevamente centrando toda la atención que demandaba. Cada oración que nacía en sus labios estaba matizada de una verdad que Sybelle se negaba a creer. Prefería pensar que existía un camino de expiación incluso para seres como ellos. Una tenue curvatura se plasmó en sus labios al ver como John se refería con semejante devoción a su otrora mortalidad. No había duda que existían trazos, esbozos de eso en ella también.
–Nuestra realidad está forjada a base de muchas contradicciones Monsieur, pero creo que nosotros podemos elegir cual es el sendero a continuar a partir de ahora ¿No lo cree así?–
Añadió cautelosamente despegando por primera su vista que ahora se dirigía hacia la enorme edificación que les resguardaba de ese mundo ahora ajeno para ellos. El movimiento de su rostro fue imprevisto, pues ante aquella confesión poco pudo hacer para no verse envuelta en una serie de pensamientos contradictorios. Por decisión propia tomó las riendas de su sentir hacia algún mortal o cualquier otro ser que produjera tal sensación en su cordura, no sentía la fortaleza suficiente para encarar aquello una vez más. En medio de esa lobreguez, el aroma sutil del vampiro rodeó su cuerpo y el tenerle tan cerca estremeció de cierto modo sus sentidos. Se dirigía hacia ella como si conociera lo que ocultaba tras ese velo de inmortalidad. ¿Podría ser que alguien como John, un extraño que en gran parte lo era conociera ese lado oscuro? De manera mecánica y en una especie de autodefensa llevó su delicada diestra enguantada hacia su propio pecho, puesto que jamás se habían dirigido hacia ella con tal certeza.
–Yace en la naturaleza de algunos si me permite decirlo, obrar por el resto de las personas antes que velar por intereses propios, no soy la más indicada para acuñar un término a dicha acción, puesto que será pecar de egocentrismo y créame Monsieur que en ningún momento ha sido mi finalidad. Si el sendero de la inmortalidad es lo único que nos resta, podría ser que las raíces de lo que algún día fuimos sean una especie de paz efímera que nos alienta a continuar. Nadie quiere ahogarse en esa soledad–
Suspiró y negó posteriormente con la cabeza.
–Podría enumerar un sinfín de eventualidades, pero bien lo acaba de describir eso conllevaría a que nuestro encuentro no resultase una realidad–
Sonrió con un poco más de naturalidad.
–Mi ingenuidad como mortal me llevó a creer en un mundo donde solo lo blanco y lo negro podía coexistir, ahora que soy parte de ese en medio, de esos matices me doy cuenta cuan equivocada estaba, solo espero que no sea tarde para enmendar ese error–
–Descuide Monsieur, no debí ser imprudente en mi cuestionamiento–
El silencio se posesionó una vez más entre ellos, permitiendo que ambas figuras hallaran el cauce perfecto hacia una naturalidad en su conversación. La voz grave del hombre atrajo su atención nuevamente centrando toda la atención que demandaba. Cada oración que nacía en sus labios estaba matizada de una verdad que Sybelle se negaba a creer. Prefería pensar que existía un camino de expiación incluso para seres como ellos. Una tenue curvatura se plasmó en sus labios al ver como John se refería con semejante devoción a su otrora mortalidad. No había duda que existían trazos, esbozos de eso en ella también.
–Nuestra realidad está forjada a base de muchas contradicciones Monsieur, pero creo que nosotros podemos elegir cual es el sendero a continuar a partir de ahora ¿No lo cree así?–
Añadió cautelosamente despegando por primera su vista que ahora se dirigía hacia la enorme edificación que les resguardaba de ese mundo ahora ajeno para ellos. El movimiento de su rostro fue imprevisto, pues ante aquella confesión poco pudo hacer para no verse envuelta en una serie de pensamientos contradictorios. Por decisión propia tomó las riendas de su sentir hacia algún mortal o cualquier otro ser que produjera tal sensación en su cordura, no sentía la fortaleza suficiente para encarar aquello una vez más. En medio de esa lobreguez, el aroma sutil del vampiro rodeó su cuerpo y el tenerle tan cerca estremeció de cierto modo sus sentidos. Se dirigía hacia ella como si conociera lo que ocultaba tras ese velo de inmortalidad. ¿Podría ser que alguien como John, un extraño que en gran parte lo era conociera ese lado oscuro? De manera mecánica y en una especie de autodefensa llevó su delicada diestra enguantada hacia su propio pecho, puesto que jamás se habían dirigido hacia ella con tal certeza.
–Yace en la naturaleza de algunos si me permite decirlo, obrar por el resto de las personas antes que velar por intereses propios, no soy la más indicada para acuñar un término a dicha acción, puesto que será pecar de egocentrismo y créame Monsieur que en ningún momento ha sido mi finalidad. Si el sendero de la inmortalidad es lo único que nos resta, podría ser que las raíces de lo que algún día fuimos sean una especie de paz efímera que nos alienta a continuar. Nadie quiere ahogarse en esa soledad–
Suspiró y negó posteriormente con la cabeza.
–Podría enumerar un sinfín de eventualidades, pero bien lo acaba de describir eso conllevaría a que nuestro encuentro no resultase una realidad–
Sonrió con un poco más de naturalidad.
–Mi ingenuidad como mortal me llevó a creer en un mundo donde solo lo blanco y lo negro podía coexistir, ahora que soy parte de ese en medio, de esos matices me doy cuenta cuan equivocada estaba, solo espero que no sea tarde para enmendar ese error–
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/08/2015
Re: Undercover - Privado
— El tiempo nunca ha sido una de nuestras mayores preocupaciones ¿cierto? –le respondía con cierta ligereza y con una sonrisa en los labios, como si los pocos minutos que habían estado conversando le hubiesen bastado para conocerla — Nunca es tarde para nosotros. Quizá habrá cosas que hayamos pedido para siempre pero el tiempo, el tiempo es algo que siempre tendremos a nuestro favor –su voz había vuelto a adquirir ese tono misterioso aunque ahora la complicidad entre ellos también había cambiado — Enmendar mis errores y los errores de aquellos que fueron antes de mí ha sido el propósito de mi vida –
Su mente se encontraba ahora convencida, Sybelle podría convertirse en aquella última pieza que necesitaba para completar su visión. De repente todo cobraba sentido, la presencia de Sybelle pudo o no haber sido lo que detonara aquel genio que lo había llevado a por fin descifrar aquello que necesitaba, aquello que le resultaba tan esquivo y que ahora parecía tener tan cerca.
— Hay tanto que no sabemos de nosotros mismos que resulta aterrador pensar en ello. Pero aquello que no se vuelve consiente se convierte en destino. Podríamos pensar que todo el tiempo del mundo es suficiente para no sólo pensar en ello sino también para atenderlo, pero siquiera de la sangre sabemos tanto como deberíamos. Nuestro conocimiento se ha limitado, primero por nuestra condición mortal y luego por la ausencia de esta. La levedad de la existencia es un concepto que se aplica tanto a ellos como a nosotros – su mano señalaba entonces al final de aquel discurso a Lucy quien no se había movido de su sitio y escuchaba atentamente.
¿Qué debía hacer para converserle? ¿Qué para hacerle querer ayudarle? John no sólo quería que Sybelle aceptará ser parte de sus experimentos sino que también ella deseara hacerlo. No podía de ninguna forma arriesgarse a perderla a la mitad de todo. Sybelle era lo que podía considerarse un espécimen raro. Durante la mayoría de su vida mortal John se dedicó a coleccionar rarezas, rarezas médicas obra de la naturaleza o de la mano del hombre. Le recordaban, de alguna forma, que existían aún en el mundo cosas qué debían ser descubiertas. Con el tiempo todo se volvió una obsesión, ahora John no competía contra sus colegas, lo hacía contra sí mismo.
— ¿Qué me dirías, Sybelle si te dijera que existe una forma… más de una forma, de enmendar nuestros errores? –en ese instante John tomó la mano de Sybelle contra la suya. Su intención había sido la de dirigirle hacía su propio pecho pero a pesar de lo que sus palabras pudiesen decir, John sabía que al hacerlo ella no sentiría nada ahí, su corazón había dejado de latir hace mucho tiempo ya — ¿Cuál grande es tu culpa, Sybelle? ¿Cuánto estás dispuesta a arriesgar?
Su mente se encontraba ahora convencida, Sybelle podría convertirse en aquella última pieza que necesitaba para completar su visión. De repente todo cobraba sentido, la presencia de Sybelle pudo o no haber sido lo que detonara aquel genio que lo había llevado a por fin descifrar aquello que necesitaba, aquello que le resultaba tan esquivo y que ahora parecía tener tan cerca.
— Hay tanto que no sabemos de nosotros mismos que resulta aterrador pensar en ello. Pero aquello que no se vuelve consiente se convierte en destino. Podríamos pensar que todo el tiempo del mundo es suficiente para no sólo pensar en ello sino también para atenderlo, pero siquiera de la sangre sabemos tanto como deberíamos. Nuestro conocimiento se ha limitado, primero por nuestra condición mortal y luego por la ausencia de esta. La levedad de la existencia es un concepto que se aplica tanto a ellos como a nosotros – su mano señalaba entonces al final de aquel discurso a Lucy quien no se había movido de su sitio y escuchaba atentamente.
¿Qué debía hacer para converserle? ¿Qué para hacerle querer ayudarle? John no sólo quería que Sybelle aceptará ser parte de sus experimentos sino que también ella deseara hacerlo. No podía de ninguna forma arriesgarse a perderla a la mitad de todo. Sybelle era lo que podía considerarse un espécimen raro. Durante la mayoría de su vida mortal John se dedicó a coleccionar rarezas, rarezas médicas obra de la naturaleza o de la mano del hombre. Le recordaban, de alguna forma, que existían aún en el mundo cosas qué debían ser descubiertas. Con el tiempo todo se volvió una obsesión, ahora John no competía contra sus colegas, lo hacía contra sí mismo.
— ¿Qué me dirías, Sybelle si te dijera que existe una forma… más de una forma, de enmendar nuestros errores? –en ese instante John tomó la mano de Sybelle contra la suya. Su intención había sido la de dirigirle hacía su propio pecho pero a pesar de lo que sus palabras pudiesen decir, John sabía que al hacerlo ella no sentiría nada ahí, su corazón había dejado de latir hace mucho tiempo ya — ¿Cuál grande es tu culpa, Sybelle? ¿Cuánto estás dispuesta a arriesgar?
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2015
Re: Undercover - Privado
Nunca se había detenido a analizar dichos conceptos. En realidad no había hecho falta ya que siempre se regía por los preceptos aprendidos por los amigos mortales que había conocido durante su trayecto por Europa del Este. Ocultando esos remordimientos y el dolor que le causaba el verse perdida de vez en cuando después de su transformación involuntaria. Aprendió a lidiar con eso y en lugar de dar rienda suelta a la vorágine oculta en su naturaleza prefería creer que todo eso le conllevaba a un fin mucho mayor, un designio que aún estaba oculto pero no por ello imposible de alcanzar. La búsqueda de Alexandros también le permitía distraerse de vez en cuando, apartando su sed de venganza.
Mantuvo sus orbes cerúleos en la figura imponente del vampiro. No podía negar el hecho que aquel sujeto conocía a la perfección ese estado de ensueño que les impedía mezclarse del todo entre los residentes de la capital gala.
–Así es Monsieur, nunca lo será–
Pronunció con cierto dejo de nostalgia, pues sabia a la perfección de lo que él hablaba. El tiempo era un factor ahora a su favor, los años, las dolencias que pudieran causar merma en su cuerpo se reducían a una nimiedad ahora con su condición de inmortal.
Aquellas palabras que nacían en los labios de su semejante trastornaron por unos instantes su mentalidad. Usualmente no solía rendirse a la cadencia de los cánones ajenos, pero existía algo en John que parecía ser irresistible, una obra maestra a punto de ser trazada por una mente brillante y a la vez ausente y de la cual Sybelle estaba pensando ser participe si él lo permitía. Si el vampiro estaba en lo cierto nada tenía que perder ahora que un solo propósito le conducía todos los días y noches.
–Digame, ¿Acaso eso es posible? ¿Acaso seres como nosotros somos capaces de adquirir un legado como ese?–
Abrió ligeramente sus ojos ante esa realidad que él proponía y en un acto desesperado trataba de comprender como es que John había comprendido esa parte oculta que ella se rehusaba a creer.
Hablar de culpabilidades no era algo que normalmente solía hacer. Era un espacio privado que no compartía con nadie. No obstante ese demonio de cabellos oscuros se volvería una pieza fundamental para liberar el peso de sus demonios internos. Ligeramente se sobresaltó cuando este en un arrebato tomó su diestra, una caricia gélida que usualmente era brindaba por ella a otros. Era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Quiso decir que no había realmente que le detuviera en ese instante, que la verdad que él le revelara sea cual fuese la aceptaría para hallar un sentido en su existencia ahora que sus palabras habían trastocado todo lo que hasta ese entonces ella conocía.
–Monsieur…– susurró sin apartar sus ojos de los ajenos –Mi culpa es solo se equipara con el peso de la ausencia del único ser a quien considero un lazo con mi pasado. Si usted me habla de arriesgar, le puedo asegurar que daría cualquier cosa por saber cómo comprender eso que usted al parecer ha descubierto para continuar subsistiendo–
Una parte de Sybelle se confesaba a media voz en medio de la oscuridad que las murallas del Teatro les regalaban. Su retórica era solo un grito de auxilio. Aguardó a que John le escuchase.
Mantuvo sus orbes cerúleos en la figura imponente del vampiro. No podía negar el hecho que aquel sujeto conocía a la perfección ese estado de ensueño que les impedía mezclarse del todo entre los residentes de la capital gala.
–Así es Monsieur, nunca lo será–
Pronunció con cierto dejo de nostalgia, pues sabia a la perfección de lo que él hablaba. El tiempo era un factor ahora a su favor, los años, las dolencias que pudieran causar merma en su cuerpo se reducían a una nimiedad ahora con su condición de inmortal.
Aquellas palabras que nacían en los labios de su semejante trastornaron por unos instantes su mentalidad. Usualmente no solía rendirse a la cadencia de los cánones ajenos, pero existía algo en John que parecía ser irresistible, una obra maestra a punto de ser trazada por una mente brillante y a la vez ausente y de la cual Sybelle estaba pensando ser participe si él lo permitía. Si el vampiro estaba en lo cierto nada tenía que perder ahora que un solo propósito le conducía todos los días y noches.
–Digame, ¿Acaso eso es posible? ¿Acaso seres como nosotros somos capaces de adquirir un legado como ese?–
Abrió ligeramente sus ojos ante esa realidad que él proponía y en un acto desesperado trataba de comprender como es que John había comprendido esa parte oculta que ella se rehusaba a creer.
Hablar de culpabilidades no era algo que normalmente solía hacer. Era un espacio privado que no compartía con nadie. No obstante ese demonio de cabellos oscuros se volvería una pieza fundamental para liberar el peso de sus demonios internos. Ligeramente se sobresaltó cuando este en un arrebato tomó su diestra, una caricia gélida que usualmente era brindaba por ella a otros. Era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Quiso decir que no había realmente que le detuviera en ese instante, que la verdad que él le revelara sea cual fuese la aceptaría para hallar un sentido en su existencia ahora que sus palabras habían trastocado todo lo que hasta ese entonces ella conocía.
–Monsieur…– susurró sin apartar sus ojos de los ajenos –Mi culpa es solo se equipara con el peso de la ausencia del único ser a quien considero un lazo con mi pasado. Si usted me habla de arriesgar, le puedo asegurar que daría cualquier cosa por saber cómo comprender eso que usted al parecer ha descubierto para continuar subsistiendo–
Una parte de Sybelle se confesaba a media voz en medio de la oscuridad que las murallas del Teatro les regalaban. Su retórica era solo un grito de auxilio. Aguardó a que John le escuchase.
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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