Undercover ♔ Privado

por **Mina Zwaan** Lun Abr 28, 2014 9:02 pm

"La peor forma de injusticia
es la justicia simulada".

Mina no era una damisela de espíritu aventurero ni mucho menos. La adrenalina en su vida arribaba a través de debates eruditos, de presentarse en algún rincón inimaginable del mundo a dar una clase de filosofía o quizás al conocer a una figura de renombre en el ámbito literario en el que ella se manejaba. Pero desde que su Noach, su hermano mayor se encontraba desaparecido, la Condesa jamás había imaginado como aquello le llevaría a transitar tantos ambientes peligrosos en los que nunca se vería envuelta por su propia decisión. Pero la realidad iba mucho más allá de los parámetros que la rubia tenía marcados para sí misma.

Tras semanas de informes y confirmaciones de datos por parte de los informantes que servían a la nobleza neerlandesa, las fichas señalaban que el presunto raptor del congénere de la Condesa podría encontrarse en Paris, más precisamente de forma casi cotidiana en los alrededores al Puerto de la capital, donde se averiguó minuciosamente, que llevaba negocios de toda índole con los extranjeros que arribaban con embarques de altamar. Nadie sabía si toda aquella historia armada por los espías neerlandeses era totalmente cierta, así que no quedaba otra opción más que averiguar los hechos de forma personal. Eso creía Mina era lo más confiable, quitarse las dudas en su mente con sus propios ojos y oídos.

Se alisto lo más sencilla posible. Las faldas, tocados y piedras preciosas habían sido cambiados por pantalones oscuros, botas de cuero hasta las rodillas y una blusa de tono blanco, con algunos sencillos volados. El cabello rubio bien sujeto por medio de una tranza perfectamente confeccionada. La condesa había dejado oculto todo rastro de su sangre nobiliaria en su residencia y sin más partía sola, sin escolta alguna hacia donde debía encontrar más pistas, esas que le llevarían de una vez por todas al endito paradero del desaparecido Noach.

El puerto, en verdad todos los puertos europeos eran conocidos por la hostilidad del ambiente que allí se manejaba cotidianamente; extranjeros en estados inhumanos moviéndose de un lado a otros, gritos entre cajas que se balancean sin cesar y hasta prostitutas que no dejan títere con cabeza al saber que los recién arribados a tierra tienen alguna que otra moneda valiosa que gastar a cambio de la lujuria que en el viaje de altamar les ha hecho contener. Un
circo peligroso al que una damisela de alta alcurnia no esta para nada acostumbrada.

La rubia puso atención en cada frase, en cada movimiento que le llamase su atención. Se dejó guiar por los recuerdos de su cabeza en cuanto a los datos que le habían sido conferidos para ubicarse en aquel ajetreado entorno de mejor manera.
Mina sentía su corazón palpitar cada vez más fuerte. El tamborileo de su pecho resonaba en sus atentos oídos, que para ese entonces se habían dejado llevar hasta un desembarque de lo que parecía ser una cosa y no era más que otra. Sin ser percibida, un hombre cerca suyo hablaba con otro sobre un cargamento de alcohol que llegaba a la capital desde Inglaterra, sin embargo a primera vista todas aquellas cajas de madera advertían sobre un desembarque de losa fina, nada más. La neerlandesa no dudo dos veces en creer que quien estuviese detrás de aquel negocio ilegal, algo tendría que saber por lo menos sobre los movimientos que se daban de forma irregular en el Puerto, y quizás, sobre si alguna noticia de Noach rondaba en aquellos lares para ese entonces.

- No te preocupes, él estará por llegar en cualquier momento a controlar que todo haya arribado como esperaba – aquel comentario innecesario del muy bien arropado hombre a uno de los empleados confirmo a la oculta Condesa de que el responsable de todos aquellos movimientos desamparados por la ley se haría presente en la escena. Finalmente ella podría verle y encararle en ese instante o en cualquier otro momento, solo necesitaba grabar en su mente aquel rostro y averiguar a donde partiría tras el control de la mercancía prohibida.

El tiempo transcurría en aquel sitio que jamás parecía tener un descanso. El bullicio, las descargas de mercaderías y las olas del mar nunca se detenían. Mina aguardaba recostada sobre una de las inmensas cajas de madera que tiempo antes habían sido entregadas en el muelle, esas mismas que informaban sobre la fragilidad de la losa entregada pero que en verdad no se trataban más que de numerosas e igual de frágiles botellas de quien sabe qué tipo de licor.

por **Felipe de Orléans** Jue Jun 05, 2014 10:23 pm

“Dime cómo te vistes y te diré quién eres"

El amanecer trajo consigo un día gris y oscuro, pero también buenas nuevas. El segundo barco mercantil de su pequeña flota había llegado a puerto sano y salvo, con un montón de su “fina loza”. Eso era lo que decía cuando traía whisky de contrabando desde el norte inglés, para que pasara desapercibido pero se lo tratara con sumo cuidado. El rótulo variaba si se trataba de opio. Podían ser finas telas de seda traídas desde China o especias. Entre las sendas cajas de puro contrabando venían cajas con la verdadera mercancía declarada, puestas estratégicamente en caso de que en el puerto se les ocurriera revisar su bote al llegar. Hecho que, en realidad, nunca pasaba porque nadie osaba poner en duda la palabra del Barón de Inglaterra, cuyos barcos iban y venían con suma puntualidad y buen ritmo del puerto francés.

El oficial Smith estaba a cargo de la embarcación a vela. Podía confiar en él su secreto. Era su mano derecha a la hora de negociar y le pagaba como tal, además de darle el recurso para su trabajo favorito. Los tripulantes no sabían de lo que venía dentro de las cajas, tenían prohibido abrirlas y sólo los que probaran ser de confianza podían navegar en los barcos que transportaran el whisky. No quería ni una sola botella rota al amarrar en el puerto.

Felipe llegó al muelle con su ropa de negocios (formal pero no demasiado llamativa) y dejó de lado atuendos casuales o de gala. Se sentía un hombre distinto en cada conjunto. Y lo era. Ciertamente, el Felipe que se disfrazaba de hombre común para recorrer las calles no era el mismo Barón que frecuentaba el teatro y el Palacio Royal en busca de compañía de alcurnia. Aquí, entre marineros y pobreza, hasta la más simple ropa formal era demasiado excéntrica. Las miradas lo seguían a donde fuera y también los murmullos, que acompañaban el sonido del mar embravecido y del ligero viento que agitaba su corto cabello.

-Después de la tormenta de ayer, no creí que llegaran-comentó a su oficial al pasar junto a él para subir al barco. Los marineros no detuvieron sus actividades, seguían desatando cajas para preparar el descenso. Se hacían los desentendidos, pero Felipe tenía claro que su presencia imponía cierto respeto y eso estaba bien. Él era el jefe. –No fue fácil, pero el Señor estuvo con nosotros-. El joven no lo escuchaba, recorría la cubierta con mirada crítica. –Entonces… ¿está todo?

-Doscientas diez cajas.

-Bien… -dijo con seriedad, caminando despacio alrededor de la nave con las manos detrás de la espalda. Cada paso con firmeza. Allí todo parecía estar en orden. –Desembarque…-se cortó el Barón. Las cajas eran enormes, más altas que él, bien cuadradas y contenían varias cajas pequeñas con botellas de setecientos cincuenta mililitros. Algo asomaba sobre la caja de madera. Parecía de cuero. ¿Una bota? Felipe le hizo señas a su oficial de que se fijara en lo que él veía. A su alrededor, la tripulación de a poco comenzó a frenar su actividad para observar lo que a sus jefes le llamaba la atención. De un momento a otro ese bulto desapareció, como si se moviera solo. El Barón dio la orden silenciosa a dos hombres que estaban cerca y parecían bastante ágiles de que bajaran lo que hubiera ahí arriba. Si era un trabajador perezoso no se escaparía nunca más de la labor y si era un polizonte… no volvería a pensar en acercarse al mar en su vida.

El silencio sepulcral se volvió una montaña de murmullos y algún que otro chiflido cuando descendieron a los forcejeos con un “hombre”. Vestía como hombre pero no era uno. Esos rasgos eran muy delicados y hermosos para ser masculinos. Su cabello rubio, si bien estaba trenzado, se había soltado y quedaba largo y prolijo. No era un hombre, para nada. Pero Felipe hubiera preferido que fuera uno. La miraba a los ojos, duro como una piedra. Las manos le transpiraban. ¿Qué mierda hacía ahí la condesa de los Países Bajos? ¿Lo estaba espiando? ¡No podía haber llegado hasta allí arriba de casualidad! Y lo que es peor… ¿cuánto sabía sobre las cajas en las que se había recostado?

-Vaya sorpresa… ¿qué es lo que hace una dama de sociedad oculta en mi barco y vestida de hombre?

Undercover ♔ Privado

Undercover ♔ Privado

Re: Undercover ♔ Privado