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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Mar Ago 25, 2015 7:41 pm

La verdad no se razona; se reconoce, se siente y se ama.
—José Martí —


Faltaban apenas unos dos meses para el cumpleaños de Diana y sorprendiendo a todos sus sirvientes y allegados que esperaban celebrar el esdevinimiento en el jardín del ducado, Danna decidió a último momento cambiar la celebración de lugar. Tantos preparativos que ya habían sido comprados e incluso puestos en las varias fuentes y arbustos para ser inmediatamente retirados y guardados para los cuatro años de la pequeña futura duquesa. Viktor, el fiel mayordomo de Danna renegó de su descabellada idea de irse. Nombró esa idea de muchas y diferentes formas e incluso llegó a nombrarle a Scott, como si así esperara que ella fuera a cambiar de decisión. Era verdad que le disgustaba dejar el ducado, aún más después de haberle pedido a Scott que no tardase en regresar. No únicamente la construcción del puerto y las nuevas rutas comerciales ocupaban su mente, extrañaba pasear por los alrededores y ver su figura entre sus hombres dando las órdenes con aquella voz firme y serena, que tanto cambiaba cuando se dirigía a ella y aún más, cuando hablaba a la pequeña y la hacía reír. El recelo inicial que había sentido se había ido disipando y aunque no había desaparecido, todos los otros sentimientos se habían apoderado de ella hasta encontrarse anhelando no únicamente su cercanía, o sus labios… también aquella tensión que nacía de ellos cada vez que se encontraban a solas. No obstante, no iba a dejar de aceptar sus invitaciones porque su prometido no se encontrase actualmente con ella. Primero de todo; porque quería ser ella misma quien anunciara ese compromiso en persona a sus amistades, y segundo; porque necesitaba un tiempo lejos de sus tierras y porque Diana deseaba ver a sus tíos. ¿Y que había más importante que los deseos de su pequeña hija?

Nunca antes jamás se habría dicho a si misma que ese día llegaría, pero la verdad era que tanto su pasado oscuro, como el futuro en el que se encontraba Scott la aterrorizaban. ¿Se estaría confiando demasiado? Tenía tanta dicha como miedo. Todo estaba pasando tan rápido en su vida que apenas tenía donde sujetarse mientras todo a su alrededor se transformaba y por eso el que necesitara un tiempo para ella y su hija; para aclarar la cabeza y también, para su corazón. Tomando la decisión de irse, contraviniendo las peticiones de Viktor de esperar a su prometido para que las acompañara, ese mismo día subieron a un barco y celebrando de ante mano el cumpleaños de la pequeña viendo delfines cuando el océano a escasos metros del barco, los días fueron pasando sin ninguna complicación. Algunos días se hicieron dificiles, pero la sonrisa de la pequeña alumbró los días más oscuros y el sol y el buen tiempo les sonrío. Así día por día, tras unas semanas de viaje llegaron a buen puerto tras la larga travesía y bajo los despiertos ojos de la pequeña, París se descubrió.


Una vez en París

El desembarco fue rápido y la tarde que llegaron al puerto; fresca y tranquila. Los primeros en salir fueron los sirvientes que apresuraron para reunir las cosas, luego y con premura, la pequeña con Aryine bajaron seguidas de su madre que la vigilaba de lejos. Con la cercanía de Paris, Diana se había vuelto más vivaz e inquieta y con ello se dieron las primeras travesuras que concluyeron cuando Ariyne la vigiló de cerca, o aquello por lo menos pensó Danna mientras vigilaba que todos sus baúles fueran colocados correctamente tras el carruaje que ya les esperaba para llevarlas al hotel Des Arenes donde se alojarían. Hasta la mañana siguiente no estaría Aldebarán en París, por lo que de momento tenían reservadas las mejores habitaciones del famoso hotel por las semanas que pensaban quedarse en la capital francesa.

En ningún momento dejó de oír las risas de la pequeña y con la tranquilidad de aquel sonido, ayudó a sus sirvientes con las bolsas hasta que la alarma de Ariyne y el silencio de Diana la pusieron sobre aviso.

¡Diana, Diana!— Oyó que la llamaba enseguida la pequeña desaparecia, escondiéndose y perdiéndose entre la gente que a esas horas regentaba el puerto francés.

Sus ojos recorrieron la calle y enseguida el aroma de su pequeña llegó a ella, con uno de sus abrigos en la mano siguió su rastro. Avisó a Ariyne de que se ocupara de terminar de acomodar las cosas y preparar el carruaje y culpándose por perderla al no haberse asegurado propiamente de su protección y cuidado fue tras ella con rapidez. Aquella tarde Diana había estado excitada al ver por primera vez París y sabiendo lo activa que era, y lo que le gustaba hacer descubrimientos, la había dejado confiando en que le haría caso en lo de no alejarse de su madre. Sin embargo, su hija como siempre había encontrado como escaquearse, como ella de pequeña siempre había hecho. Realmente se dijo, no se había ido muy lejos de ella, únicamente parecía estar jugando al escondite, lo que ella no sabía era que una cosa muy diferente eran los jardines inmensos de su castillo y otra las calles peligrosas de París.

Enseguida las risas de la pequeña llegaron a ella, supo que simplemente había escapado para que ella fuera a buscarla y sonriendo la vio a unos escasos metros de ella, detenida mientras parecía que algo hubiese captado su atención o quizás solo la estaba esperando. Ahora que la duquesa la tenía en su visión, respiró más tranquila. Conociéndola pronto se cansaría de observar aquello que le gustara y daría marcha atrás para encontrarse con ella y así finalmente podría estrecharla en sus brazos, como no debió de dejar de hacer al llegar. Diana seguía absorta en medio la calle y Danna sonrío. Debía de haber avistado algún animal lo suficientemente atractivo para atraer su atención y distraerla, pensó llegando a ella sabiendo cuanto le gustaban los animales y que rápido todo de cuanto la rodeaba atraía su atención. Lo que jamás llegó a imaginar; es que aquello que pudiese estar mirando su hija, fuera quien haría unos años en una noche tormentosa —como en la que ella nació tres años atrás en el tiempo—, le hubiese dado sin saberlo la vida.


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Última edición por Danna Dianceht el Vie Mar 18, 2016 6:05 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Astor Gray Dom Sep 20, 2015 12:01 am

Verdades que a veces suenan como bofetadas y que a todos nos desarman.
Alejandro Palomas


¿Cómo es que la vida se le había complicado tanto? ¿En qué momento había comenzado a importarle lo que sucediera a otros más que a si mismo? No podía especificar un momento pero sabía que las cosas habían cambiado de manera lenta y paulatina, haciéndole ver que contrario a lo que él pensaba de mantenerse de cierta manera por siempre, las circunstancias y el tiempo terminaban por cambiar a cualquiera y eso era algo que estaba aprendiendo a aceptar lentamente. Al licántropo le costaba mucho trabajo aceptar que existían personas que le importaban y por las que se preocupaba y la que lideraba la lista era Gianna. Aquella mujer apareció un día en su vida, cuando todo estaba mal y aunque en un principio no le agrado nada ya que se llevaban la contraria en casi en todo lo que hacían o decían, Astor no pudo evitar comenzar a caer por ella, de poderlo evitar igual no lo hubiese hecho; la inquisidora era diferente a todas las mujeres pero no había sido la única y ese era un detalle que no podía cambiarse por más que él no pensara en nadie más que en ella.

Antes de decidirse a ir tras Gianna, el licántropo era un hombre que iba por ahí seduciendo y haciendo suya a cuanta mujer se lo permitiera, nunca se aferraba a ellas y al parecer las mujeres sabían como era la cosa cuando se trataba de pasar noches con él; únicamente dos antes de Gianna le habían hecho dudar de su estilo de vida pero ninguna le afecto de la manera en la que la italiana lo hizo, por eso fue que de una manera u otra habían terminado separándose de él y eso había sido lo mejor en su momento. Mirando ahora al pasado se daba cuenta de que no era un hombre adecuado para ninguna mujer; su trabajo era peligroso, contaba con una enorme cantidad de enemigos y sobre todo, su personalidad no le ayudaba para mantener feliz a nadie; quizás en la actualidad tampoco hubiera cambiado muchas de esas cosas, pero al menos ya se sentía listo y decidido para algo formal, para al menos intentarlo y dar todo de si.

Aquel día estaba dando todo de si, pero de una manera diferente. Últimamente parecía ser que un grupo de cambiantes se dedicaban a robar los barcos que llegaban al puerto, llevándose para vender en el mercado de París, cualquier cosa que fuese de valor y aunque los robos podían ser atendidos por las autoridades comunes, era necesario que la inquisición actuara pero para dar con aquel grupo de cambiantes y para eso fue que le enviaron junto a otros dos compañeros, con quienes optaron por dividirse y buscar a aquellos ladrones. Como siempre, Astor no se preocupaba por lo que fuera a suceder con aquellos a quienes capturará, de hecho, esperaba que fueran usados en los asesinatos públicos, para de esa manera dar una lección a todos aquellos que trataran de burlarse de los inquisidores, claro que él hubiese preferido ser el encargado de asesinarlos pero su misión era únicamente dar con ellos y llevarlos a los cuarteles.

Pese a que llevaban un buen rato en búsqueda de los ladrones, los cambiantes no aparecían por ningún sitio y eso, comenzaba a frustrar al licántropo, quien detuvo su andanza y gruño de frustración. Astor había creido que aquella misión le llevaría muy poco tiempo, ya que planeaba usar lo que le quedara del día en ir a ver a Gianna y tratar de alejar lo más posible de ella al tal Roland Zarkozi. Sus planes sin embargo, sufrieron un repentino cambio.
Mientras se encontraba pensando en lo molesto que sería encontrar a Roland cerca de Gianna, un aroma que le parecía ligeramente conocido llegó hasta él, al igual que una risa infantil que le hizo buscar a quien fuera que la producía, siendo así como su mirada fue a dar con una pequeña de cabellos castaños que le miraba con curiosidad. Con extrañeza por aquello, Astor olfateo el aire, notando que aquella niña era la que despedía el aroma que le parecía ligeramente familiar, como una mezcla de su propio olor con otro que parecía haber olvidado. Los labios del licántropo se entre abrieron para hablar a la niña aquella pero ningún sonido salió de sus labios al ver a una mujer que se acercaba y a quien él conocía bastante bien.
Danna, pensé que no nos veríamos nunca más – los ojos del inquisidor iban de la mujer a la pequeña, tratando de entender que era lo que estaba sucediendo pues la aparición femenina fue tan repentina que se hallaba completamente confuso – ¿Ella es? – se concentró entonces en la duquesa que años atrás fuera la primera mujer en atraer su atención de manera importante, solo que en esta ocasión atraía su atención no ella, sino la pequeña que aún lo observaba fijamente.


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Mensaje por Danna Dianceht Lun Sep 21, 2015 7:47 am

Y ni huyendo, nadie jamás ha logrado escapar de la verdad
—Stendhald —


Hacía años que quería regresar a París, pero también sentía miedo. Francia y con ello, París, era el lugar menos seguro para los sobrenaturales desde hacía años, y su hija que apenas lograba controlar sus poderes, podía ser una presa demasiado fácil para los inquisidores de terminar descubierta por alguno de ellos. Fue aquel el motivo por el que fuera ella tras la niña al escaparse y jugar al escondite en la calle del puerto. La duquesa la protegería con su propia vida si hacía falta y viéndola reírse, o con aquella sonrisa angelical que poseía su pequeña era fácil adivinar los motivos. Diana era un ser tan inocente y transparente, que cualquiera que la conocía terminaba enamorado de esa pequeña. Sonriendo sin perderla de vista, esperó a que hija fuera hasta ella y mientras sus pensamientos fueron a otro sitio. Aquí había sido, en París donde de joven había conocido al padre de Diana y también fue aquí donde había viajado hacía tres años por última vez con Adrik. Ahora al recordarlo, deseó que Scott hubiera venido con ellas. Él con su sola presencia hacía que cada doloroso recuerdo se perdiera y fuera substituido por algún otro en el que sus labios o su sola presencia eclipsaran cualquiera de sus sentidos. Fijando la mirada donde su pequeña seguía inmóvil, decidió ir hacia ella y tras un suspiro de sus labios se encaminó en su dirección. Por ahora pensar en Scott era contraproducente, él estaba visitando a sus familiares y hablando, terminando de negociar los tratados con su familia y el ducado. No podía pedirle que viajara donde ellas, no quería romper con el ambiente familiar en el que debía de encontrarse, así que esperaría poder estar de regreso en Escocia antes de que él regresara.

Al llegar a unos pasos de Diana, la pequeña se volvió hacia ella y levantó los brazos en su dirección. Danna enseguida adelantó esos pasos que las separaban y sonriendo de forma cómplice la levantó y le dio unas vueltas en sus brazos sonsacando la dulce risa de su hija. En ningún momento fue consciente o quizás no tomó la atención debida a los demás olores de su alrededor, hasta que una voz masculina interrumpió aquel momento y Danna, abrazando a su hija contra ella se volvió hacia el propietario de aquella voz varonil y tan conocida. Sus ojos dieron contra la figura de Astor y sin ocultar la sorpresa de encontrárselo allí se quedó inmóvil, sin saber que contestarle o cómo reaccionar. ¿Qué decirle ahora? ¿Cómo ocultar a Diana? Y aún más importante; ¿Cuánto tiempo hacia que estaba allí? ¿Sería a él a quien su hija no había dejado de mirar? Un beso de su hija en su mejilla la hizo sonreír suavemente y a su misma vez depositó un beso en su sien, distrayéndose esos efímeros segundos de la presencia masculina de quien era sin saberlo, el padre de esa dulce niña.

Yo también lo pensé, Astor. Creí que jamás volveríamos a vernos y a pesar de que es peligroso, aquí estamos. —dijo separando finalmente su mirada de la de su pequeña, para concentrarse en el licántropo que tenían frente a ellas. El tiempo como a ella le había cambiado, ya no parecía haber mucho de aquel inquisidor joven que conoció hacia unos años por última vez. En otras circunstancias se habría acercado más, le habría abrazado y habría esperado saber sus últimas nuevas tras todo aquel tiempo. No obstante, ahora no podía permitirse acercarse. Con suerte, su propio olor ocultaría ligeramente el olor de la pequeña al estar subida en sus brazos. Pero no se acercaría para que él pudiera descubrir la peculiaridad de su perfume, y esperaba no fuera ya demasiado tarde para esconderlo. Con su mirada en la oscura ajena le dio a entender lo que había querido decir con sus palabras. Él era peligroso y ese había sido el motivo de que desaparecieran ambos de la vida del otro. No era tan ingenua como parecía y una vez lo encontró de cacería por Escocia, lo supo todo sobre su condición y su trabajo. El día de aquel descubrimiento fue un día liderado por una luna de sangre y aquella noche fue la última que le vio y supo de él. Él desapareció con los primeros rayos del alba y ella despertó, sin saberlo, con sus semillas floreciendo en su interior.

Ella es Diana. Es mi hija...— La presentó serenándose con una dulce sonrisa hasta que todo cambió y de pronto cada uno de sus sentidos desarrollados la avisaron de un inminente peligro que se acercaba. Dos inquisidores se aproximaban hacia ellos y la duquesa se envaró. Recordaba perfectamente como los inquisidores la habían agarrado y la habían tomado con ella en el pasado hasta que Astor apareció y la salvó de ser degollada, o algo peor, ser quemada en el fuego. Parecían conocer a Astor, pero sus miradas curiosas fijas en ella, le disgustaron. Debía de huir y ponerse a salvo. —Y es mía. —Soltó o más bien bufó, siendo más la loba protectora al ver como Astor no dejaba de mirar a su pequeña, que la duquesa asustada de que todo se torciera. Inmediatamente tras esas palabras se maldijo por su ineptitud a la hora de controlarse cuando la situación se le escapaba de su control y se reprendió. Ahora lo último que necesitaba era atraer aún más la atención de Astor hacia la niña, de lo que ya se sentía atraído. Sin embargo, el sentir a los demás inquisidores cerca de ellas, no ayudaba demasiado a la hora de controlarse y disimular. No cuando lo único que deseaba era alejar a su pequeña e inocente hija de la mirada de los compañeros inquisidores de Astor y del mismo licántropo. —Lo siento, pero debemos irnos. Nos están esperando y deben de estar preocupados al no vernos regresar. — Se excusó apenas unos pocos segundos después en un intento de huir que esperaba no estuviera destinado al fracaso.

Danna soñó y pensó muchas veces en cómo sería un reencuentro entre ellos y en cómo le confesaría la verdad de la pequeña, pero ahora que estaba frente a ella y a la gran revelación, el miedo la mantenía tensa. Él era un inquisidor, ella una licantropa como él y la pequeña por mala o buena suerte dependiendo como se mirara, era una hechicera y como tal, también podía ser buscada en cualquier momento e incluso asesinada, como aquellos a los que estaba segura esa noche tanto Astor como los demás, buscaban hacer con algún sobrenatural. No podía arriesgarse, para ella era mejor poner tierra de por en medio y olvidarse. Muchas veces se había preguntado y soñado como sería un reencuentro entre ambos y el que él descubriera la verdad, pero ahora llegados el momento entendía que no podía arriesgar la vida de su pequeña. No, a una respuesta que estaba segura no poder asegurar y con la que poder mantener a salvo a su preciada hija. Ya que si algo conocía de Astor, era que era imprevisible, incluso con ella lo había sido y ahora de nuevo lo demostraba. O simplemente era el destino el imprevisible y los dos lobos, simples peones de su jugada.

Me alegro haberte visto Astor, te ves bien. —Sonrío una última vez mirándole a los ojos, aquellos que hacía años no contemplaba y sujetando a su pequeña contra sí en su abrazo, asegurándola contra su pecho, se volteó dispuesta a marcharse y a desaparecer esta vez para siempre de su vida. Enseguida sin esperar las reacciones del lobo le dio la espalda y dio sus primeros pasos seguros pero apresurados hacía donde les esperaban. Al irse sintió la mirada de los demás inquisidores en su espalda. El vello se le erizó en señal de alerta. Quizás la estarían midiendo como solían hacer, pero vestida entre costosas telas como las que la vestían, sabía que los demás inquisidores no irían a por ella. No era tan fácil ir contra la realeza, aun siendo sobrenaturales sus condiciones y títulos los protegían y para ir contra alguno de ellos se debían mostrar evidencias contundentes, sin embargo, la duquesa no contó con la mano que la sujetó a medio camino, reteniéndola, ni tampoco con el gruñido que por primera vez salió de su garganta. Al final, hasta Danna había aprendido a gruñir y este no fue un gruñido amistoso, sino un aviso. No quería a ningún inquisidor, a ninguno, cerca de su hija.


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Mensaje por Astor Gray Jue Mar 17, 2016 11:18 pm

Astor no era el único que había sufrido cambios, la misma ciudad también los había sufrido. Si bien desde siempre París era algo así como la capital de lo sobrenatural, tenía cerca de un año que las cosas se habían tornado realmente feas. Los sobrenaturales sin poder o rango importante eran cazados a diestra y siniestra; algunos eran torturados hasta la muerte, con otros se experimentaba para crear nuevas armas contra cada raza y algunos más, eran elegidos para ser exhibidos en plazas públicas donde después de un buen número de sermones, eran ejecutados; la finalidad de aquellos espectáculos era dar una lección a todos los sobre naturales que pensaran poner sus pies en París, la que ahora era una ciudad que no toleraba aquello diferente. Para el licántropo sin embargo, no resultaba peligroso y eso únicamente se lo debía a la inquisición. Quizás el hecho de conocer el incremento del peligro en París fue lo que le hizo observar inmóvil y  con extrañeza, no solo a la niña que antes llamará su atención, sino además a quien tan alegremente la cargara en sus brazos, alguien a quien advirtió no solo que se mantuviera alejada de él, sino también de la ciudad.

Danna Dianceht, la primera mujer que marcó su vida y a quien antiguamente llego a salvar poniendo en peligro su propia vida, se encontraba a tan solo algunos pasos de él, sosteniendo alegremente en sus brazos a la pequeña de cabellos castaños. En un principio creyó estar perdiendo la cordura, le resultaba improbable que Danna se hubiera arriesgado a volver a París después de todo lo vivido y fue en un intento por cerciorarse de que no era un espejismo, que su voz la llamó de manera firme, sacando a la fémina de sus ensoñaciones. La manera en que la Duquesa sujeto el cuerpo de la niña contra el suyo le hizo sentir un verdadero monstruo del cual debían temer y por supuesto, confirmo que se trataba de Danna y no solo de sus imaginaciones lo que a su vez le llevaba a cuestionarse ¿Qué era lo que la llevaba de vuelta a París? ¿Quién era esa pequeña niña? Y sobre todo ¿Por qué demonios la infanta olía algo como él? Gray moría por hacer todas aquellas preguntas pero no sabía como es que la Duquesa reaccionaría a verlo tan repentinamente, ya que no la trató de la mejor manera posible pero al menos él  creía que ella sabía que a su lado, podía estar segura siempre.

Ella le confirmaba que conocía la situación en París, lo que a lo llevó a asentir.
Precisamente por eso es que no creí que volverías – aseguró, mirándola con reproche por arriesgarse de esa manera – Las cosas están peor que nunca… ¿Qué haces aquí? – la manera en que la interrogaba era burda y de hecho, todo lo hacía desde la distancia. Ninguno de los dos se había atrevido a acercarse y al menos él, desconocía el motivo. Los ojos del licántropo se centraron entonces en la niña a quien ella presentaba como su hija y una ligera sonrisa apareció en los labios del inquisidor – Diana… – No estaba seguro del por qué, pero el nombre de la niña en su boca le gustaba, así como también le gusto la sonrisa sincera que la pequeña le dedico al escuchar como la llamaba – Se parece a ti – admitió cruzando los brazos a la altura del pecho – aunque ella es mucho más hermosa – y aquella aura de relajación que comenzaba a rodearlos se desvaneció de un momento a otro, cuando las presencias de los compañeros de Astor se sintieron cercanas – Danna… – Astor levantó ambas manos al escuchar como reclamaba a la pequeña como suya, en un intento por tranquilizarla pues era evidente que los malos recuerdos aun atacaban sus pensamientos. Gray quería decirle que como antaño, estaba ahí para protegerla y que nada malo iba a suceder pero no lo hizo, sospechaba que en el fondo ella lo sabía y que decírselo seria inútil.

Cuando los compañeros del inquisidor llegaron hasta donde ellos se encontraban, Danna le expreso la necesidad de alejarse para atender ciertos asuntos y si bien él sabía el verdadero motivo, asintió a lo que ella decía.
No seremos el motivo por el que no llegues a tu destino – sus ojos seguían viajando de ella a la pequeña que sostenia y quien miraba de manera curiosa a los otros hombres que ya habían aparecido a los costados de Astor – Seguro que no te alegras tanto como yo Danna – sonrió – Te ves tan bien como siempre y recuerda andar con cuidado – en esas palabras daba su despedida y claro, le advertía nuevamente de la peligrosa situación. Con la mirada fija en ambas, Astor se decidió entonces a dejarlas partir y quedarse con las dudas que le carcomían la mente, al menos durante un pequeño lapso de tiempo; Gray planeaba de hecho, ver si otro día podía encontrarse con Danna y hablar con ella de todo cuanto quería; sin embargo, ese momento de estar cerca de ella como antes y protegerla estaba demasiado cerca.

Con la vista fija en la madre y la hija, no pudo notar la manera en que sus acompañantes se miraban, siendo el momento en que uno caminaba rápidamente en dirección a Danna lo que llevó a Astor a reaccionar. Con velocidad, el compañero que se quedará cerca de él trato de detenerlo recibiendo como respuesta el brusco empujón del licántropo, todo únicamente para apresurarse y tomar del cuello al hombre que sujetaba a la duquesa. Un gruñido que opaco el de la fémina resonó en la garganta de Gray.
Suéltala – exigió, observando con ira al hombre quien trató de mantener la mirada a Astor, terminando por ceder cuando la mano del licántropo presiono su cuello en una clara señal de amenaza. La mano que impedía a Danna continuar con su camino la soltó y una vez que eso paso, Astor también lo soltó, no sin antes mirarlo a él y al otro inquisidor que optaba sabiamente por mantener la distancia después del empujón – Si las tocan, sepan que será lo último que hagan – advirtió, gruñendo nuevamente antes de volverse a la duquesa y a la niña – ¿Están bien? – preguntó, al tiempo que estiraba una de sus manos para indicarle que caminará. Si momentos antes estaba dispuesto a dejar que la Dianceht se alejará, ese incidente con sus propios compañeros le hacía cambiar de idea. No iba a dejarlas solas hasta saber que estaban a salvo.


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Mensaje por Danna Dianceht Vie Mar 18, 2016 6:01 pm

La única riqueza en este mundo son los niños…
Nunca nadie después de esa edad conservará la inocencia,
ni el amor y la confianza en el mundo que ellos traen
a todos aquellos que intuyen, pueden amarlos.
—Mario Puzo —


París no era la misma de antaño, no al menos la misma que recorrió años atrás en el pasado y la duquesa era muy consciente de ello. Desde solo llegar al puerto, había sentido aquel efluvio a muerte, miedo y desesperación que la había avisado de que algo andaba mal en las tierras francesas. Había oído de la intensa lucha y guerra abierta en París contra los sobrenaturales, pero no fue hasta llegar a puerto que se había detenido a pensar seriamente en que quizás aquellas habladurías pudieran ser ciertas y eh aquí, el por qué muchos clanes estaban marchando hacía otras tierras, huyendo de la santa inquisición; de la Iglesia. Todo esto tendría que haberlo pensando antes de acudir a Francia con el anuncio de su compromiso, pero la verdad era que había deseado tanto ver a sus seres queridos que moraban en estas tierras, que no se había detenido a pensar en nada más que en el deseo de su pequeña de ver a sus tíos. Sin embargo, esta vez como madre había errado grandemente y lo que más le dolió no es que fuera consciente de ello, sino que fuera Astor quien le retrajese que aquel lugar no era para ella, que qué hacía en París. Su reproche dolía, pero dolía más el saber que podría estar arriesgando tontamente la vida de su hija en aquella ciudad ahora, convertida en una trampa normal para la gente como ellas.

Lo noté al llegar, no quería creer en lo que me decían que se estaba llevando a cabo, pero veo que no iban muy equivocados, —dijo sosteniendo a su hija contra su pecho. — Y estoy aquí en nombre de Escocia, por compromisos del ducado.—Dijo siendo incapaz de en este momento anunciarle su compromiso tan turbada como se encontraba de aquel encuentro que jamás creyó posible. Desvió la mirada de sus ojos y viendo a su pequeña sonrío, asintiendo a las palabras del licántropo y viendo también ella la sonrisa de la pequeña al reconocer su nombre, ella también río suavemente contra su castaño cabello. — Estoy de acuerdo contigo, es más bella que yo y además, todos me dicen que será un verdadero problema cuando crezca. — confesó mirándole apreciando por unos segundos la forma en que con curiosidad y ternura, Astor miraba a su hija como si no pudiese creerse que aquella pequeña fuese hija de ella. Tampoco ella de estar en su posición lo creería, apenas hacía cuatro años que se habían conocido y en ningún plan de ella había prontamente una hija, pero así como ella llegó al mundo, la duquesa lo tomó y jamás se arrepentiría de la decisión de tenerla, ella era su fuerza. Y concretamente por esa razón es que al verse de pronto rodeada por inquisidores, y a pesar de saber que con Astor allí estaban a salvo, es que se sintió asustada y temiendo revivir pero esta vez con su hija lo que en el pasado ya le ocurrió, actuó sin pensar poniéndose en evidencia a ojos ajenos.

El gruñido de la fémina no terminó de salir que el gruñido de Astor lo acalló con el más grave de su garganta. La mano de uno de los inquisidores que se había adelantado hacia ella, tembló dubitativo unos segundos hasta soltarla y liberarla. Para aquel momento la duquesa al ver la mano de Astor invitándola a ser acompañadas por él, ni se lo pensó, respiró hondo y asintiendo en silencio mientras ponía en orden sus nervios y sus instintos, se refugió en la protección que él le ofrecía, caminando a su lado. Estaba siendo una extraña tarde y aún más lo sería con la presencia masculina a su lado, pero se alegraba de tenerle ahora mismo allí. No precisó de mirar hacia atrás para saber que aquellos inquisidores, compañeros de Astor los seguían con las miradas, seguramente sorprendidos por el comportamiento del mismo que permanecía callado al lado de la licántropa y su hija. Danna la miró de soslayo y viendo como su hija también lo hacía, en cuanto aquellos inquisidores desaparecieron al dejarlos atrás con sus pasos, se detuvo más calmada.

Gracias por arriesgarte por nosotras y protegernos, Astor—dijo rompiendo la tensión hasta el momento vivida  — Debí haberme controlado, pero con la niña en peligro…no pensé en que mi comportamiento solo pudiera alertarlos. —añadió quizás intentando justificarse, aunque poner en riesgo la vida de Diana no tenía de por si justificación valida alguna. — Siento los problemas que este encuentro te pueda ocasionar, yo solo quise tener a mi hija lejos de ellos, lo demás… bueno, ya sabes que yo no suelo gruñir.— añadió esbozando la primera sonrisa una vez ya se sintió aligerada de la presión de tener aquellas miradas masculinas tras su nuca, a sus espaldas y a salvo con él. Lo miró unos segundos fijamente, sin saber muy bien cuáles eran los sentimientos que aún quedaban hacia él, dentro de su corazón. Anteriormente habría dicho que nada, apenas su recuerdo y la dicha de haberle dado lo que más ahora quería y amaba en el mundo. No obstante, ahora después del encuentro, viéndolo nuevamente y la forma en que se sintió de nuevo protegida y la forma en que de un modo y otro también protegió a su hija, le hizo repensarse sus sentimientos y es que a pesar del tiempo pasado, aquel cariño que los unió, la confianza y cierta debilidad seguía estando presente, por quien siempre sería el padre biológico de su hija. — Siento haber sido tan brusca antes contigo. No lo merecías —terminó disculpándose nuevamente y bajando la mirada hacia su hija, sonrío, intentando tranquilizarla.— Y tú, pequeña mía, ¿cómo estás?— dijo con voz tenue al oído de su pequeña, depositando un beso en su mejilla y acunándola aún entre sus brazos, alegrándose de tenerla a salvo.

De solo imaginar a aquellos seres llevándosela de su lado para sacrificarla, la licántropa moría. Para una madre no debía de haber peor muerte que ver morir ante ti a tus propios hijos, a tus pequeños inocentes y no poder hacer nada, encontrarte incapacitada para acudir a sus gritos y a sus lloros para calmarlos. De solo pensarlo Danna se erizaba entera y su corazón latía a marchas forzadas. Ahora sintiendo el olor de su pequeña a su lado la reconfortó y por primera vez desde que se había encontrado con Astor, dio gracias a todos los dioses paganos y no paganos, por la protección que su presencia ya de por sí significaba en aquellas calles que él era el mismísimo cazador de los seres como ellos. Si, la duquesa era una gran contradicción. Odiaba a los inquisidores, los temía y recelaba con todas sus fuerzas, pero ella, había estado con uno, lo había conocido y por un tiempo había suspirado de joven por que volviese a hacerla sentir como aquella primera y segunda vez que él marco su cuerpo con aquella exquisita lentitud que la había hecho volar, más allá de los Elíseos de los cielos. Astor Gray era un gran amante, únicamente una vez había podido disfrutar de su encuentro, pasada la primera vez en que le arrebató la virginidad, pero y aun así, pese al dolor de la primera vez en ese encuentro incluso y pese al dolor sufrido, lo había disfrutado. Después de esa segunda vez, allí fue donde su semilla dejó sus frutos y sin saber lo que dejaba atrás, se fue por siempre o aquello pensó la licántropa hasta ahora, en que egoístamente se alegró de habérselo encontrado, ya que de no haber estado él, no habría podido saber cómo salir de aquel encuentro con los otros inquisidores.

Suspirando y calmándose, miró a su pequeña callada que seguía contemplando de una forma extraña al licántropa y frunciendo el ceño para cuando su hija se debatió en sus brazos y alzó los brazos hacía la figura masculina, Danna tragó saliva y la miró sin saber qué hacer. ¿Su hija sería capaz de sentir quién era? Se preguntó viendo incrédula el deseo de su hija por encontrarse con los brazos de quien era su verdadero padre, por lo menos, biológicamente sin saberlo. — ¿Quieres irte con él?— le preguntó sabiendo la respuesta al ver en su hija el deseo expreso en sus ojos de alejarse de sus brazos y acudir a él. Con lentitud y aún muy bien sin saber que podía desencadenar que los brazos de Astor sostuvieran a aquella hija que no sabía tenía y que ahora quería reencontrarse con él, liberó a su hija de sus brazos y dejándola en el suelo, la pequeña se quedó unos segundos quieta viendo a Astor desde aquella bajita estatura. Se escondió en las faldas de su madre y vergonzosa finalmente lo miró y dio un paso hacia él. — Hola As-stor…—susurró sorprendiendo a Danna con la rapidez que se había quedado con su nombre y dando unos pasos más hacia él, levantó los brazos demandando que la subiera a su altura. — ¿Me subes, por favor?—dijo, usando la misma técnica que usaba para cuando quería que la agarraran en brazos cuando estaba muy cansada. Solo que esta vez no estaba cansada y todo lo hacía por curiosidad, desatando así, sin querer, los nervios que su madre sentía, que aunque intentaba mantener la calma y fingir que todo estaba bien, temía; temía por la reacción de él, al darse cuenta de a quién iba a sostener en sus brazos, si accedía al ruego de la pequeña.


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Mensaje por Astor Gray Miér Mar 30, 2016 11:32 pm

Los niños no son cuadernos para colorear.
No los puedes pintar con tus colores favoritos.
Khaled Hosseini


Danna era una duquesa, una mujer que experimentó en carne propia el peligro que simbolizaba la inquisición, así que era ridículo pensar que no sabía en que se metía al ir a París. Con todo y eso Astor se mostraba muy poco contento de la presencia femenina en aquel lugar y lo demostraba mirando con absoluta seriedad a la loba, quien ignorando sus consejos viajó a la ciudad, exponiéndose no solo a si misma sino además a quien cargaba firmemente en sus brazos, al peligro. Un suspiró salió de los labios del licántropo, que movió la cabeza de un lado a otro a manera de negativa al escuchar la explicación que ella daba.
Debiste escuchar y creer todo cuanto se dice de la ciudad – la observó directamente a los ojos – ¿Sabes que ahora son más estrictos que antes? – chasqueó la lengua, desviando su mirada de la femenina y decidiendo observar en esos momentos a la pequeña que Danna cargaba para de esa manera, no traer a su mente los recuerdos del rostro de la licántropa cuando la salvó de las garras de la inquisición – Ya una vez estuvieron detrás de ti, ¿Qué te hace pensar que no ocurrirá eso de nuevo? – le reprendía quizás con una rudeza que no era necesaria pero no podía evitarlo. Un nuevo suspiró fue emitido por el licántropo, quien se llevó la mano derecha a la nuca. Asuntos del ducado, eso era al parecer lo único capaz de hacerla viajar tanto y esperaba Astor que también fuera Escocia y el ducado, lo que la mantuviera a salvo en aquel viaje – Siempre cumpliendo con lo que crees correcto – susurró más para si que para ella, antes de cambiar el tema de la conversación, pues ella ya debía estar lo suficientemente nerviosa de estar en París como para que él lanzará más leña al fuego.

La charla de ambos se dirigió entonces a la pequeña Diana, la niña que la duquesa cargaba y que aún se mantenía con la mirada fija en Astor. Una sonrisa apareció en los labios de Gray, que observó de manera divertida a la duquesa Dianceht.
Lo hermosa lo sacó de ti, entonces ¿Lo problemática lo sacó de su padre o también de ti? – aquella pregunta fue realizada sin intención alguna, solamente como una manera de continuar con la charla, aunque por la manera en que ella reacciono, dio a entender al licántropo que aquel era un tema que no concernía para nada, aunque la realidad fuese lo contrario. Al sentir que se metía donde no le llamaban, carraspeo – No te quedará más opción que vigilarla muy de cerca e impedir que se meta en problemas – pero Astor no tomaba en cuenta que no siempre eran las personas las que iban a los problemas, algunas ocasiones los problemas simplemente llegaban y no podían evitarse. Para demostrar ese hecho, los compañeros del inquisidor llegaron y aunque para Gray resultaba perfectamente normal la manera tan protectora y desconfiada en que ella reaccionaba, para los demás, era bastante extraño.

Los intentos de Astor por tranquilizarla fracasaron, así que simplemente acepto el hecho de que lo mejor era que ella siguiera su camino, lejos de él y los inquisidores que llevaban a la mente de la loba recuerdos dolorosos. Despidiéndose de ella, centrado solo en la figura femenina y en la niña que lo miraba por sobre el hombro de su madre, Astor ignoró por completo el hecho de que sus compañeros decidían actuar, impulsados por el extraño comportamiento de la fémina. La ira que inundara su cuerpo al verla en peligro era equivalente a la que lo llevó una vez a poner su vida en peligro, solo que ahora, se enfrentaba únicamente a dos de sus compañeros, a los que amenazo. Al licántropo no le preocupaba tener que dar explicaciones en los cuarteles por sus actos si es que aquel par se decidía a acusarlo de algo, pero viendo los ojos de sus compañeros, se encontraba seguro de que no llegarían a ese punto. Los otros inquisidores conocían a Astor, sabían que no amenazaba en vano y por eso era mejor no hacerlo enojar.

Alejándose entonces del par de inquisidores, Astor se mantuvo en silencio hasta que Danna habló.
Hice lo que creía que debía, pero no es algo por lo que debas agradecerme – respondió, dejando que la tensión de momentos atrás se disipara lentamente del ambiente – Te comportaste como lo haría cualquier mujer que ha pasado por lo que tu, así que no seas tan dura contigo misma que ya paso, estas a salvo y Diana también – la niña nuevamente reaccionaba con una sonrisa al escuchar su nombre, algo que de cierta manera comenzaba a causarle una curiosidad bastante peculiar a Astor, solo que nuevamente, la curiosidad quedó a un lado al escuchar a Danna hablar y mencionar el gruñido. Gray soltó una carcajada, ya que él mejor que nadie era testigo de que la duquesa era prácticamente inútil al momento de gruñir, sin embargo, al ver en peligro a su hija lo había hecho y bastante bien – Lo sé, ha sido toda una sorpresa escucharte hacerlo – se relajó entonces mucho más – quizás con un poco más de practica podrías ser capaz de espantar a cualquiera que se te acerque con malas intenciones – le observó de reojo – puedo enseñarte a hacerlo si es que quieres – gruñir era después de todo, uno de los principales dotes de Astor.

Ya te dije que no tienes nada de que disculparte – Era él quien tenía muchas cosas por las que disculparse. Astor Gray no era para nada un santo, actuaba en base a lo que creía mejor en el momento y eso lo llevaba a muchas veces, lastimar a otros. Escuchar pues a Danna pedirle disculpas lo hacía pensar en el momento en que la abandonó en Escocia después de la segunda vez que la hizo suya, recordaba la manera en que casi gritándole le advirtió que se alejara de él y de París. Pese a saber que había sido cruel con ella, que la hirió más de lo que la ayudó, él era incapaz de pedirle disculpas. Su personalidad era simplemente un asco y eso lo sabía de sobra. Sin decir pues más, contempló a madre e hija entablar una de esas comunicaciones silenciosas, esas de las que él no conocía y por ende, prefirió observar a otro lado, ignorando por completo el hecho de que para esos momentos, la pequeña se removía en los brazos de su madre en busca de estar en los de él porque en su mente, la niña solo buscaba algo de libertad no su cercanía. Aún detrás de la falda de su madre, la mirada de Diana se mantenía fija en él. Verla desde la altura del inquisidor la llevaba a realmente verse pequeña; aspecto que volvió sorprendente lo que aconteció después.

Hola Diana – saludó con cortesía a la pequeña, que seguramente después de eso, regresaría a los brazos de su madre, pero para sorpresa tanto de Astor como de Danna, con pasos firmes y decisión en su pequeño rostro, la niña se alejó más de la seguridad que su madre le brindaba, únicamente para estirar sus brazos al lobo, quien por primera vez en la vida se quedaba sin saber como reaccionar ante una presencia femenina. Con la mirada busco a Danna, quien mostró primero la misma sorpresa que él; sorpresa que rápidamente pareció ceder, siendo sustituida por un leve asentimiento de cabeza. Los ojos del inquisidor entonces se abrieron de par en par, ¿Danna de verdad aceptaría que cargará a su hija? ¿Se encontraba de verdad ella consciente de que Astor no sabía como hacerlo? Entre abrió los labios, dispuesto a decirle a la duquesa que cargar a la pequeña era algo que no podía hacer, pero antes de hacerlo, la voz infantil atrajo de nuevo su atención.
Por favor – decía Diana con los brazos estirados aún en dirección a él, siendo entonces ese el momento en que Gray se rindió y suspiró.
Ven acá – dijo a la niña, inclinándose lo suficiente como para sujetarla bien y cargarla de la misma manera en que Danna lo había hecho, esperando hacerlo bien. El inquisidor era un ser que llevaba destrucción, alguien que estaba acostumbrado a llevar muerte en las manos; por eso era que le resultaba sumamente extraño el cargar a la niña, además de que, a Gray no le gustaban los infantes, le parecían pequeñas molestias y sin embargo, Dianna tenía algo diferente, algo que sin duda alguna lo llamaba.

Cumplida su misión, la pequeña futura duquesa de Escocia le sonrió. Y en su sonrisa, Astor pudo notar que ella parecía saber algo que él ignoraba por completo.
¿Ya estas feliz? – preguntó a la niña con cierto recelo, recibiendo como respuesta un firme asentimiento de cabeza y la llegada de las pequeñas manos infantiles en su rostro. Diana le tomaba de manera firme de las mejillas y no despegaba para nada la mirada de los ojos del inquisidor, quien ya teniéndola tan cerca, volvió a notar el aroma que en un principio le llamó la atención de ella y como descubriendo algo, desvió sus ojos para encontrarse con los de Danna.


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Mensaje por Danna Dianceht Mar Jun 28, 2016 12:49 pm

La verdad levanta tormentas contra sí
que desparraman su semilla a los cuatro vientos.
—Rabindranath Tagore —


Una vez le dijeron que no había más coraje que la de una loba protegiendo a sus retoños. En aquel momento ella con apenas una juventud recién iniciada asintió medio convencida, no obstante, no era hasta ahora en que de verdad no es que lo hubiese visto; sino que lo había sentido en su fuero interno, en su amor de madre, que lo sentía tan verdadero como así sentía el aire acariciando su pálida tez. Y aquella era su escusa por comportarse como lo había hecho. Sin justificación se había puesto en evidencia y no únicamente empeorándolo con el hecho de que estaba con su hija en brazos, con lo que de una u otra forma la ponía también en la mira de la inquisición, sino que además de ello se había evidenciado frente al padre biológico de su hija. Y estaba tan segura que la riña de saber el parentesco real de su hija, se habría vuelto un tanto más reñida y oscura, que las palabras del inquisidor sonaban a cielo ahora que aún no conocía del todo los hechos pasados. Mirándolo de otra forma, ya bastante tenia ella culpándose a sí misma de su error y en silencio agradecía tanto el silencio como la presencia de Astor. Temía lo que podía pasar, y aún sus palabras contundentes de que no quería volver a encontrarse jamás con ella perduraban en su mente, más ahora él era un remanso de paz para su agitado corazón.

Sin pensar demasiado hacia donde iban, pero intuyendo que seguramente Astor debía acordarse de la forma más rápida de llegar donde ella solía alojarse desde siempre, prestó atención a su hija poniendo atención en todo lo que hacía, incluyendo las miradas que esta le dedicaba a Astor. A la pequeña le brillaban los ojos cuando lo miraba y en su sonrisa intuía que algo se estaba cociendo a fuego lento en aquella cabecita pequeña que no tardó en desconcertarla. Tal y como preveía, había un algo extraño en su hija y esta en cuanto le indicó el deseo de ir hacia Astor, lo vio claro. Algo no cuadraba, ¿Por qué querría una niña pequeña ir con un inquisidor? Se preguntó sin poder evitar pensar en que lo que su madre le había contado como el hombre malvado y del que debía de huir, para muchos este podía representar perfectamente el papel de Astor en la inquisición.

Alerta, Danna en todo momento mantuvo los ojos sobre Diana. ¿Reconocería su hija a su padre? ¿Podría ser aquel el motivo por el que se le quedase mirando desde un buen principio? Miles de preguntas sobre el incierto alcance de los poderes de la pequeña le perturbaban, sin embargo, cuando la pequeña sonrío a Astor y le pidió para subirla, todo desapareció de su mente hasta solo quedar la imagen de Astor tomándola con inusual delicadeza entre sus brazos de guerrero. Aquellos brazos que podían ser la peor de las armas, el golpe final para todo ser sobrenatural, ahora se abrían para acobijar a una pequeña hechicera que como hacia siempre jugaba con todos, embobándolos con su inocencia, con su luz. Y aquel lobo no parecía tener mucho más resistencia a sus encantos, coincidió la duquesa al ver como su hija lo tomaba de las mejillas y jugaba con él y con sus pequeñas manos sobre su rostro, sin obtener ni un gruñido, ni una queja del inquisidor.

Diana río contra la mejilla del lobo y depositando un beso allá donde sus manitas habían jugado, se abrazó a su cuello, colgándose de él con una confianza que a la licantropa casi le hace dejar escapar un par de lágrimas emocionada. La pequeña se encontraba completamente segura en los brazos de Astor y sino, solo hacía falta ver su angelical sonrisa para constatar aquel hecho. La duquesa hace muchos años, en su juventud también se habría encontrado colgada y segura entre sus brazos, no obstante, el tiempo, la experiencia y sus encuentros habían terminado por apartarla, hasta que el destino quiso volver a unirlos una trágica noche. Trágica pero bonita, en la que un alma tan pura como la de Diana llegó a la vida.

Sostenida por los brazos del inquisidor, la pequeña y futura duquesa parecía tan pequeña que en cualquier momento pareciera que pudiera desaparecer, más al ver como aquellos brazos la mantenían a su lado hicieron respirar tranquilamente a Danna que tras dejar la visión de su hija feliz, desvió los ojos hacia el rostro de Astor y allí, ahora sí, coincidió con su mirada acusadora. No era extraño que él pudiera oler algo extraño en todo ello, aún más al tener a Diana tan cerca de él y poder reconocer claramente dos efluvios provenientes de su sangre; la de ella y la de él. En un pasado, incluso sin ir más lejos; unas horas atrás, se habría encontrado reticente a contarle la verdad, a que se encontrasen hija y padre en algún momento, más ahora en que parecía que había sido su propia hija la que lo había encontrado, era imposible huir de la mentira. Y si Astor no había llegado a esa conclusión, era su deber abrirle los ojos. No por ella, sino por su pequeña hija, por su protección y bienestar… por su felicidad. Danna le mantuvo unos largos segundos la mirada sin titubear hasta que finalmente la desvió de nuevo y con un ademan con la cabeza siguió caminando esperando que él con su hija le siguiera.

Caminemos por favor, —Susurró mientras ponía en su cabeza todas las ideas en orden y buscaba la forma de contarle, lo que por miedo no pensó contarle jamás. Atrás empezó a quedar el puerto y a medida caminaban un tenso silencio empezó a formarse entre ellos. Situación similar a los minutos anteriores a que Astor hace años le contase toda  la verdad de su trabajo y de su naturaleza. Ligeramente aquel recuerdo le hizo sonreír y acordándose de lo que la había tensado aquella misma situación por aquellos días, se compadeció del inquisidor que debía de estar torturándose a preguntas sin respuestas… por el momento. Suspiró y deteniendo sus pasos, miró un instante al cielo semioscuro de la tarde noche. — Os acordáis de la última noche en que nuestros caminos se cruzaron?— Preguntó finalmente incapaz de seguir alargando lo inevitable por más tiempo. Al terminar de hablar se volvió de nuevo a él con los ojos llenos de dudas y miedo. Él ahora mismo tenía todo cuanto le importaba en el mundo en sus brazos y de solo pensar que podía perderla, la devastación se hacía inmensa. Si solo él supiese que allí, en aquella pequeña e inocente criatura de ojos verdes, residía su fuerza, su coraje y el fruto que un día ambos lograron traer a la vida, estaba segura que sería incapaz de hacerle daño. Y si, seguramente sería incapaz de hacerle daño aún si no fuera sangre de su sangre, sin embargo, había un riesgo y todo riesgo podía ponerse en su contra. Por ese riesgo ella al menos, estaba dispuesta a dar la vida. ¿Qué no daría  una madre por su hijo? — ¿Te acuerdas de lo que pasó? —Respiró hondo y lo miró fijamente, mientras su hija los miraba a ambos y así como si supiera que debía acudir al lado de su madre depositó un último beso en el cuello del licántropo y esperó que la bajara de sus brazos para volver a los de Danna. Sentía que su madre ahora la necesitaba más que lo que él la necesitaba a ella, y no se equivocaba. La necesitaba ahora más que nunca; Ahora en que iba a abrir las puertas de la verdad por ella.


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Mensaje por Astor Gray Jue Sep 29, 2016 9:53 pm

Era una sorpresa para él encontrarse con Danna, pero era una sorpresa aún mayor ver que a pesar de seguir teniendo el mismo rostro y la sonrisa de siempre, fuera ya una mujer fuerte, capaz de gruñir y mostrar las garras con tal de proteger aquello que más amaba, su hija. La Duquesa había cambiado para bien, eso al menos desde la perspectiva de Astor, aunque claro, el hecho de que ahora fuera más fuerte y más decidida no eliminaba la preocupación que el licántropo sentía. A Gray le resultaba imposible verla y no evocar a ratos el rostro de Danna aterrado, a punto de enfrentarse con la muerte, acorralada y herida. Tratando de calmarse a si mismo y deseándole de corazón un buen viaje, Astor la dejaba partir, sabiendo que eso era lo mejor, al menos para ella pero no para los otros inquisidores que sintieron que la Duquesa era una buena presa.

Después del intento de ataque de sus compañeros inquisidores, Astor se apresuro a dejar en claro que Danna no era ninguna amenaza y sobre todo, advirtió que quien les pusiera una mano encima sufriría de un terrible destino. Temerosos de lo que pudiera pasarles, los inquisidores dejaron que tanto Danna como su hija se fueran, esta vez, acompañadas de Astor que se encargaría de guiarles a un lugar donde estuvieran seguras, lejos de su equipo o de cualquier otro inquisidor que pudiera sentir curiosidad por ellas. Conforme avanzaban, la tensión disminuyo y la charla entre ambos licántropos se volvió tan natural que incluso la pequeña hija de Danna había estirado sus brazos en dirección al inquisidor y él buscando no ofender a su vieja enamorada, tomo entre sus brazos (no sin cierta torpeza y un poco más de fuerza) a la infante.

Ver a Diana de cerca fue toda una revelación nueva para Gray; en aquellos pequeños ojos que se mantenían fijos en él y en esas manos que le recorrían con cariño y admiración el rostro, Astor descubrió algo, rastros de si mismo, detalle que le hizo observar a la Duquesa de manera fija, interrogándole con la mirada. Danna mantuvo su mirada fija en la de él como si le retara a que expusiera sus dudas en voz alta, pero eso era inútil. La Duquesa lo conocía, sabía del buen olfato de Astor y que si preguntaba, no tendría ni un mínimo de piedad, sus dudas serían expresadas con voz firme, con confusión y quizás hasta con ira, así que lo mejor era que ella hablara sin tener que hacerlo primero él, en especial teniendo en cuenta de que cargaba a una infante que aún se mantenía aferrada a él, en lo que el inquisidor consideraba ya, el abrazo más largo que recibiera en su historia.

Cuando la loba le pidió que caminaran nuevamente, Astor le siguió en silencio, uno que se extendió durante varios minutos que lo llevaron a cuestionarse una y otra vez si es que lo que olía era real o una mera alucinación ocasionada por algo desconocido. Confundido, hundió su nariz en el cabello de la niña, quien soltó una risita. Diana olía a Danna y a él, de eso no había duda alguna pero ¿Era una casualidad aquel peculiar olor que despedía la niña? ¿Habría una gran historia que no lo incluiría a él? ¿Debía escuchar a Danna o lo mejor era que le entregara a la niña y desapareciera una vez más? Las dudas se arremolinaban en su mente sin darle la oportunidad de pensar claramente en lo que debía hacer. Que la loba se detuviera a su lado le indico que erra muy tarde para escapar y tampoco era algo que quisiera hacer, no con tantas dudas en su mente.

Dándole la espalda, incapaz de mirarle en esos momentos, Danna le interrogo trayendo a la memoria de Astor una vez más el terrible episodio en el que ella casi perdía la vida.
Claro que lo recuerdo, me será imposible borrarlo de mi mente – admitió, al tiempo que observaba como ella se giraba para mirarle. En los ojos de la loba vio miedo, inseguridad y en su interior, él podía sentir que eso era en parte su culpa. Un nuevo momento de silencio surgió entre ambos, uno que hasta Diana pareció respetar durante unos segundos. Al escuchar nuevamente la voz de su madre, la pequeña besó a Astor y se removió en sus brazos. Con cuidado, Astor bajó a la niña como si lo que su madre preguntaba no le hubiera alertado a él para nada y por dentro estuviera sumamente tranquilo, algo que no era para nada la realidad. Desde que oliera a Diana, el que ella fuera suya le pareció una probabilidad, sin embargo, había pensado que de ser así Danna se lo habría dicho, descartando esa idea casi al instante pero segundos atrás, al ver los ojos de la Duquesa llenos de miedo, lo comprendió todo, por más que su mente se hubiera negado a ello en ese preciso instante. Tomando aire se paso ambas manos por los cabellos y después de ello, suspiro – Recuerdo muy bien todo Danna pero no pensé que… – sus ojos se posaron en Diana – Y no me dijiste nada, ¿Por qué no me dijiste nada? o ¿Mi sentido del olfato me falla y la verdad es que no tengo que ver en esto? – interrogó, aún confundido. Gray necesitaba pues que ella le dijera que aquella pequeña era suya, solo entonces todo el peso de esa verdad oculta caería sobre él.


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Mensaje por Danna Dianceht Lun Nov 21, 2016 10:17 am

   El que busca la verdad
corre el riesgo de encontrarla.
—Manuel Vicent  —


Un dicho muy común decía que la verdad liberaba, que cuando todo era revelado uno se sentía bien, más para la duquesa no parecía ser así. Desde la muerte de su madre, pasando por la licantropía; la muerte de su padre y por último; el origen de su hija como hechicera, todo habían sido verdades ocultas que de una u otra forma había descubierto. Muchas de estas verdades la habían dañado hasta un punto de no retorno, más otras aunque si era cierto se había encontrado mejor al descubrirlas; luego habían venido los insanos dolores de cabeza y de consciencia. ¿Por qué su hija había heredado su sangre mágica, si ella no había presentado jamás señal alguna de poseerla? ¿En qué beneficiaria a su hija ser hechicera, y por el contrario… cuanto peligro correría por su condición? Esas preguntas y miles más se acumulaban en su cabeza, y una y otra vez las preguntas y respuestas la atormentaban. ¿Cómo decir entonces ahora al padre biológico de la pequeña, que no solo le había escondido la verdad de la concepción, sino también de su condición sobrenatural? Más aún cuando él mismo la había avisado del peligro, de que no debía de cruzarse en su camino y que desde ese instante, ambos caminos debían romperse para siempre.

¿Y ahora, como se lo digo? Se preguntó dejando que los segundos pasaran y el silencio entre ambos fuese incrementándose. El mayor de sus miedos, se había presentado ante ella y ahora no había forma de huir o echar el tiempo para atrás. No obstante, aún con la opción de poder hacer retroceder el tiempo, Danna no lo hubiera hecho. Mejor enfrentar ahora la verdad, que encontrarse con esta batalla cuando fuese demasiado tarde. Si a ella algún día llegaba a pasarle algo, ¿Quién velaría por la seguridad de Diana? Era ahora o nunca, o se lo contaba, o él iba a descubrirlo, y una verdad como esa necesitaba de un tacto que ella poseía, aunque en verdad este tacto estuviese desactivado por culpa del pánico que por unos segundos atenazó su voz.  Sus orbes fijas en las masculinas intentaron aguantar aquella mirada de hierro que él poseía el inquisidor, más cuando Diana corrió hacia sus brazos, bajó su mirada para ver aquel milagro suyo; su hija. Abrió sus brazos hacia ella y tomándola entre ellos, acobijándola contra ella, las primeras preguntas de Astor llegaron a sus oídos y con eso, irremediablemente llegó la hora de contar todo aquello que por miedo a que pudieran separarlas, o inclusive matarlas, por tantos años se había callado. Respiró hondo unas pocas veces y besando la frente de su pequeña, tomó fuerzas de su interior para aquello que estaba por venir.

¿Cómo podía decirte acaso algo, si tú mismo me dijiste que no deseabas verme más? ¿Qué debía de alejarme por seguridad? —preguntó contra el cabello de Diana —Y luego vino ella y únicamente pude pensar en su propia seguridad. —añadió, alzando sus ojos hacia los de él, apartando en cierta forma su hija la que como su madre hizo, miró también a Astor, aunque ella de una forma distinta a la de su madre. —Sentí miedo Astor, mucho miedo y tenía claro que iba a tenerla fuese como fuera. No podía correr el riesgo ni siquiera de pensar que pudieras arrebatármela o que lo hiciera la inquisición de llegar su existencia a sus oídos.

Quizás sus palabras podían hacerle enfurecerse, no obstante, lo único que la loba quería decirle aquello era que de cierta forma él las había apartado y ellas, temerosas de la inquisición habían aceptado apartarse de su camino y de su vida por siempre… al menos, hasta este momento. Mirando fijamente a Astor el nudo en la garganta cada vez se hacía mayor, y de nuevo no supo que más decirle. ¿Cómo excusar su silencio después de tanto tiempo? No tenía excusa más que el propio bien de su hija; de la de ambos, y como tal solo podía argumentar lo que cualquier madre protectora con su retoño podía decir. Por amor Danna había escondido la verdad aquellos cuatro años, y ahora, también por amor, lo estaba diciendo. Quería que su hija de alguna forma tuviera un padre, que supiera quien había sido su padre y quien podría protegerla. Si algún día necesitase de protección, necesitaba saber que ella estaría preparada para acudir a él y él a ellas. Si al final sus sospechas se confirmaban tenía entre manos a una hechicera que aparte de encantar lobos, encantaría a otro tipo de personas y eso siempre era peligroso. Y por la forma en que a la pequeña le brillaban los ojos al mirar a Astor, era imposible negarle ese derecho a saber la verdad de la niña y de la sangre que corre en sus tiernas venas.

Si llegasen a quitármela, sería mi fin. Si antes me he puesto así por detenernos, imagínate si fuera para algo más… Enloquecería Astor, y no podía permitirme eso. No podía correr el riesgo. ¿Lo entiendes? No puedo jugar con su vida. — De nuevo intentaba excusarse sin saber si sería suficiente, pero su empeño no disminuía, todo lo contrario. Por unos segundos vio a Astor perdido, mirando a la nada, perdido en sus pensamientos y fue en aquel momento que bajó a su hija de nuevo al suelo, dejando que fuera ella la que ahora procediese como quería. Y conociéndola, cuando la pequeña volvió a acercarse a Astor, buscándolo con las manos para que volviera a subirla, la duquesa sonrió. Aquella hechicera cautivaba a todos, por más fieros y gruñones, daba lo mismo, ella siempre con el gran amor de su corazón conseguía todo lo que se proponía. —Tú tienes todo que ver con esto. Aquella noche hiciste que en mi vientre brotara la vida, Astor. —dijo ella acercándose hacia los dos, tomando de nuevo en brazos a Diana antes de que el lobo se agachara a tomarlo entre los suyos, dándole así un tiempo para que pudiera pensar en ello y acostumbrarse a la mera idea de que tenía una hija. — Tú eres su padre biológico… Eres el padre de Diana. — le confesó finalmente con todas las palabras para no dejar duda alguna de lo que le estaba diciendo.


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Mensaje por Astor Gray Vie Abr 13, 2018 10:38 pm

El tiempo se detuvo. Ya no transcurrían los segundos y aquella imagen de Diana corriendo en dirección a los brazos de su madre, quedaría marcada en la memoria de Astor como uno de los momentos más agridulces de su vida. Danna, su primer gran amor sujeto entre sus brazos a la pequeña y pareció buscar en ella la fuerza para confesar la verdad que Astor ya sabía pero que necesitaba confirmar y tras un silencio demasiado extenso para el gusto del inquisidor, la licántropo admitió entre más interrogantes que efectivamente, aquella niña poseía la sangre de los dos. Los ojos de Astor fueron una vez más a posarse sobre la pequeña Diana y un suspiro fluyó de sus labios, al tiempo que le daba la espalda a la loba y a la niña.

Danna tenía razón. Él le había dicho que se alejará, que no deseaba más saber de ella, más lo hizo para protegerla y para evitar que su vida corriera peligro una vez más, ya que de haber sabido que al alejarse ella llevaba una nueva vida en su vientre, nunca la habría dejado partir y de hecho, le hubiera protegido contra todo, aun a costa de su vida; pero ya era tarde para eso, las cosas estaban hechas y nada podía hacerse al respecto.
Te dije que te fueras y que no quería verte más porque también tenía miedo – soltó al girarse y enfrentar sus miradas – ¿Crees que me fue fácil verte sufrir? ¿Crees que no quería estar contigo?... Tuve que dejarte ir porque no podía verte derrumbarte de nuevo, no podía volver a exponer tu vida solo por el hecho de querer estar contigo – su expresión entonces cambio a una de decepción. Danna dudó de él, de que fuera a protegerla a ella y a la niña – ¿Creíste que le haría algo? – señaló a Diana – ¿Creíste que sería capaz de hacerle algo a mi propia hija?. Danna, te defendí a ti. Me enfrente a la inquisición por ti, así que no me vengas con que pensaste que no sería capaz de haber defendido a mi hija… – hizo una pausa. Su hija. Tenía una hija, una pequeña a quien no vio nacer pero que aún así, lo miraba como si fuera el hombre más maravilloso del mundo y tenía la certeza de que eso le decía la niña, pues cada vez que sus ojos se encontraban los de Diana se iluminaban y quizás solo por eso, Astor la hubiera protegido contra todo, aún si no hubiera sido suya – a ella, yo la defendería de todo – aseguró entonces mirando a Danna y finalmente se perdió.

Los ojos de Astor fueron a enfocarse en otra cosa, mientras que sus pensamientos finalmente parecían caer en cuenta de la realidad. ¡UNA HIJA!. Una criatura vulnerable y frágil que durante años dependería de la protección de Danna y de él para desarrollarse a salvo. Una pequeña que viviría en constante peligro aunque la alejaran de todo, pues su madre y su padre estaban inmersos en mundos peligrosos, mundos de los que no podían escapar. Gruñó y frunció el ceño. La duquesa tenía razón. No podían jugar con la vida de Diana, no podían exponerla aun así, ¿Cómo le había ocultado ella aquello? ¿Verdaderamente tenía tan poca confianza en él? ¿Qué pensaba hacer ella ahora? ¿Se enteraría la inquisición? ¿Tratarían de hacer algo contra ellas?. Las preguntas se arremolinaban en su mente y antes de que emitiera otro gruñido, sintió algo en su pierna que lo obligo a mirar hacía abajo, descubriendo ahí a Diana, que una vez más le pedía que la levantará, pero no tuvo oportunidad de tomarla entre sus brazos, pues la loba aparecía para levantarla ella y para decirle a Astor, con la certeza y la fuerza que ahora parecían caracterizarla, que Diana si era suya.

Entiendo que no podías poner en peligro su vida – aseguró centrando su mirada en la niña – que no me lo dijeras – miró entonces a la loba con ira – me molesta más de lo que puedes imaginar, sin embargo, sé que ya te has atormentado lo suficiente por tu silencio – sonrió un tanto más tranquilo y miró a Diana que jugaba con los cabellos de su madre – te conozco y sé que en más de una ocasión te arrepentiste de guardarme el secreto así que te quitare lo que puede quedar de carga en tu mente y corazón. Danna, hiciste bien protegiendo a nuestra hija, hiciste bien al no exponerte ni a ti ni a ella después de lo que pasamos, has hecho bien tu sola hasta ahora, pero ya no estas solo tú para ella, ¿Lo entiendes? – No sabía si podía hacer gran cosa por ellas pero estaba dispuesto a intentarlo, estaba dispuesto pues a ser el padre de Diana, aún cuando la verdad de su paternidad solo la supieran ellos y para Diana, fuera simplemente el amigo de su madre que tanto la protegía.


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Mensaje por Danna Dianceht Vie Mayo 11, 2018 9:55 am

 Nada nos vuelve tan solitarios
como nuestros secretos.
—Paul Tornier  —




Una a una las palabras masculinas rompieron el silencio y la duquesa, no esperó otra cosa del licántropo. Astor podía ser uno de los mejores inquisidores entre los soldados, pero incluso el más dañino de ellos, tenía un gran corazón como para prometer seguridad y protección a sus seres queridos. Realmente jamás había puesto en duda que él pudiese ser capaz de protegerlas, pero de ponerle en una situación en la que debiese de escoger; la inquisición o su hija, aún ahora... desconocía la respuesta. También desconocía la respuesta de la inquisición, si uno de sus mejores inquisidores desertaba. Los inquisidores solo tenían un único futuro y este fuera como fuere siempre era la muerte una vez entraban en su ejercito. O morían a manos de los enemigos o si abandonaban las filas, acababan muriendo a manos de sus compañeros. Ese destino era cruel, por eso ella si se hubiese encontrado en la tesitura de escoger si unirse o morir, habría escogido sin pensarlo ni un segundo la segunda opción A pesar de aquella vez en que Astor llegó para salvarla en el ultimo segundo y en donde ella solo deseaba vivir, tras los últimos años había llegado a la creencia que era mejor morir que acabar siendo el perro de los diabólicos párrocos que formaban la aquella insana sede que no dejaba de crecer y de la cual por suerte o desgracia; Astor era uno de ellos.

Dando un ultimo beso a la frente de la pequeña, miró fijamente a Astor y viendo entre ambos como las sombras de los recuerdos de aquella ultima vez en que se vieron, se reflejaban en ambos iris, siguió caminando en silencio con Diana a salvo entre sus brazos. Cavilando interiormente sus ultimas palabras, lo guió en silencio hacia donde podrían hablar tranquilamente. París a estas horas era muy concurrida y con tantos ojos, les sería fácil confiarse; Lo ultimo que la duquesa quería hacer para con la seguridad de Diana. Cuanto mas se confiasen, más ojos tendrían sobre ellos. No hizo falta decirle al inquisidor que las siguiera, enseguida él también apretó el paso y antes de que ella pudiera replicarle, el licántropo tomo el papel de guía y adivinando los pensamientos de Danna, empezó a llevarla por unos callejones que lentamente los ocultaban del gentío. Suspiró y con la mirada fija en la espalda ajena, le siguió por primera vez mansa. Él le había hecho entender que quería quedarse con la paternidad de su hija, que quería verla... que quería protegerlas. Lo aceptaría, nunca había querido negarle nada ni a él, ni a su propia hija. Lo ideal habría sido haber crecido con un padre a su lado, una figura masculina que la hiciera sentirse protegida y a salvo, pero al final, pese a quererlo, no había podido ser así y ella había adoptado ambos roles. No se arrepentía de sus actos, ni de su silencio. Como madre al cuidado de una tierna vida que apenas iniciaba a vivir, había sido necesario hacer ese sacrificio por su bien, y aquello era algo en lo que Astor todavía estaba verde; primerizo. Solo hacia unos minutos que había sabido de su paternidad y de la existencia de su hija, poco tiempo para darse realmente a la idea de todo cuan implicaba su gesto y sus palabras, y de cuanto podía llegar a cambiarle la vida.

Él imperturbable siguió su camino hacia un callejón sin salida, y completamente desierto. Diana entre sus brazos, al ver a Astor volverse hacia ellas al detener finalmente sus pasos, enseguida alzó sus brazitos hacia él. Con una débil sonrisa la duquesa dejó que este tomase a su hija. Diana con confianza se acurrucó en los brazos masculinos y mirándolo fijamente, pareció que lo reconociese. Dejandoles cierta intimidad, Danna dio unos pasos alejándose de ellos y con la mirada perdida en las sombras oscuras de aquel callejón, no demasiado apartado pero si para que no los espiasen, intentó reunir todas sus fuerzas para la siguiente batalla. Le iba a hacer entender, no solamente su punto de vista, si no el motivo por el que hasta él debería de cavilar con su consciencia a solas sobre  las consecuencias que aquella verdad podía plantearle. ¿Sería capaz de anteponer el bienestar de su recién hija encontrada a los designios y deseos malévolos de la inquisición?

¿Estás seguro de saber a lo que te estás comprometiendo, astor? — Preguntó de espalda a ellos, sin atreverse a ver el brillo en sus ojos en cuanto concluyera todo lo que se sentia en la necesidad de decirle. A Danna no le bastaban las palabras, necesitaba tener fe; creer. — No hablamos de un arma que puedas usar y desechar. Si deseas estar en su vida, estoy conforme a que ejerzas de padre, pero necesito que entiendas que esto es para siempre; no es algo que podamos deshacer o de lo que rehuir.— concluyó dándose la vuelta para ahora si, quedar contra la figura masculina. — Cuanto más te involucres, más riesgos tomarás de que tus enemigos vean a tu hija como un arma contra ti. Por eso mismo, jamás te dije nada. No temo que no puedas defenderla, temo que estés demasiado lejos cuando eso ocurra. Temo que la inquisición se inmiscuya y a parte de pedir mi cabeza, pidan la de ella. ¿Entiendes todo lo que puede conllevarte? Ninguno estará a salvo y si la inquisición optase por quedársela, no deseo esta vida para ella.—Su mirada brevemente bajó a la mirada de pronto taciturna de su hija y sonrío. A veces ella; su pequeño milagro, parecía entender más de lo que parecía, y aún en brazos de Astor, parecía entender la seriedad del asunto manteniéndose sujeta al cuello de él, mirándolos alternativamente. Acarició la mejilla de la pequeña y regresó la mirada al lobo.  —En estos años han avanzado mucho sus armas y hasta como sabrás, algunos cazadores se han aliado con ellos y por las pocas noticias que llegan a Escocia, soy consciente de la crueldad que empiezan a experimentar con sus victimas alentados por la iglesia. Lamento habértelo escondido por tantos años, de verdad; lo lamento, pero es una niña demasiado especial como para asumir riesgos y tanto tu trabajo como su posición son su mayor riesgo... ¿Sabes lo difícil que es para mi confiártela sabiendo lo cerca que estás del peligro? ¿De que pueden descubrirla? No solamente es nuestra hija, también posee el don de la magia... Sin saber como, creamos a la mayor hechicera de lobos de Escocia. Y eso lejos de tranquilizarme, solo me inquieta más. No necesitaba mas dianas de las que ya ha heredado de nosotros.


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Mensaje por Astor Gray Dom Mayo 13, 2018 11:04 pm

Tras expresar todo cuanto pensaba y aún con la realidad, terrible y dulce, asentándose en su mente, no dejó de mirar a Diana, quien parecía comprender la importancia y la seriedad de lo trataban los adultos, pues por varios minutos, permaneció quieta así como ellos silentes. ¿Qué debían hacer ahora que la verdad era revelada? ¿Qué problemas enfrentarían desde ese momento y en adelante?. Astor no pecaría de ingenuo. Sabía perfectamente que la identidad de Diana como su hija saldría a la luz tarde o temprano, aún así, tanto Danna como él retrasarían ese momento tanto como les fuera posible, por lo que empezaron alejándose de aquel lugar donde ya se habían mantenido demasiado tiempo.

Tras lanzarle una mirada que Astor supo leer perfectamente como un “Sígueme”, Danna comenzó a andar, para lentamente adentrarse en los callejones cercanos al puerto. Aquellas callejuelas eran de las más solitarias de todo París, pero eso no significaba que estuvieran exentas de peligros y conociendo lo que podía suceder, el licántropo se adelanto, poniendo su cuerpo cerca de dos pasos delante de Danna y Diana para ser él quien viera primero a lo que se podían enfrentar. Después de avanzar una distancia considerable y tras estar seguro de que nadie los seguía o se encontraba algún alma cerca, Astor se detuvo y se giro para enfrentar una vez más las figuras femeninas que esa noche estaban marcando su vida. La mirada del inquisidor se centró primero en la de la licántropo más su atención se desvió rápidamente cuando los pequeños brazos de Diana aparecieron en su campo de visión. En esta nueva ocasión en que su hija le ofrecía los brazos, Astor no dudo y tras tomarla entre sus brazos con cuidado, suspiró. La situación no era sencilla, el tiempo no volvería nada más fácil y Danna, ella estaba convencida de que lo mejor era recordarle esos detalles.

Sujetando firme a Diana y sin despegar la mirada de Danna, ni siquiera cuando ella le daba la espalda, Astor la escuchó. Entendía las dudas de la loba, sus temores y por supuesto, los peligros a los que se verían expuestos. Él más que nadie comprendía, porque su pasado no era algo de lo que hablará. Para el mundo que lo rodeaba, Astor Gray entró a la inquisición porque había nacido para matar a otros, esa era su vocación; más la realidad era que fue obligado a formar parte de aquellas filas y que tuvo que abandonar todo lo que fue para sobrevivir, siendo eso lo que le llevó a convertirse en el monstruo que todos veían.
Comprendo perfectamente a que me estoy comprometiendo. Diana es mi hija también y quiero estar para ella cuando me necesite, ya se ahora o después, estaré para ella sin importar nada – Entonces, vino la verdadera preocupación, los problemas a los que se enfrentarían – Ninguno estará a salvo nunca Danna – sabía que ella era consciente de aquello – Y no lo digo porque ella sea nuestra y tengamos muchos enemigos, sino porque la situación es peligrosa en general – miró el vulnerable rostro de Diana, quien lo miraba fijamente –  Ambos sabemos lo que esta pasando aquí en Francia y otros lugares, nadie esta a salvo, ni humanos, ni sobrenaturales – volvió la mirada a Danna tras escuchar más de las preocupaciones de la licántropo con respecto a la inquisición pero más que las preocupaciones de la fémina, la palabra hechicera fue lo que hizo eco en la mente de Astor, quien rápidamente volvió la mirada a Diana – Hechicera… – susurró, viendo entonces como la niña sonreía y se acurrucaba más contra él. En sus brazos, el inquisidor cargaba no solo el tesoro de la loba y él, sino uno que resultaría también valioso no solo para la inquisición, sino también para cazadores y otros seres sobrenaturales – Nadie va a tocarla nunca – emitió aquello con total seguridad – te aseguro Danna que hare todo lo que este en mi poder por mantenerlas a salvo, en especial a Diana y para empezar, deberemos retrasar tanto como podamos el que se sepa que soy su padre y claro, habrá que ocultar tanto como sea posible sus habilidades, al menos hasta que sea capaz de manejarlas y… – volvió la mirada a su hija y se quedó mudo. No sabía como podría defenderla del mundo que la rodeaba, pero estaba seguro de que daría la vida por ella y de que preferiría mil veces vivir como un perro de la inquisición o acabar muerto luchando contra ellos, que entregando a su hija a aquellos que acabaron la luz de su vida – ¿Qué te hicimos pequeña? – preguntó a Diana, para después, hundir su nariz en el cabello de la infante y oler aquella mezcla de Danna y él, en ella.



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Mensaje por Danna Dianceht Vie Sep 07, 2018 1:21 pm

(...) Cuando de la angustia más profunda
emerge la tenue pero firme certeza
de que todo lo que pasa no es tan real,
de que más allá del miedo hay una protección,
ahí, en alguna parte; algo desconocido nos protege.
—Pierre Lemaitre —




Nada era sencillo. Nada lo era tanto como para que la mera visión de su hija en los brazos de su verdadero padre la dejase sin aliento. No en ese momento, Danna tenía demasiado que analizar en su cabeza como para atesorar esa breve paz que parecía haberse formado alrededor de los tres personajes, sin embargo, era difícil resistirse. Su hija siempre lo conseguía. No solo encontraba luz en la oscuridad mas profunda, sino que con una sola mirada era capaz de disipar toda oscuridad. Solo hacía falta verla para ser conscientes de su naturaleza especial. La niña, la pequeña hechicera lejos de sentirse extraña, parecía conocer al inquisidor. Se veía minúscula y frágil en aquellos brazos masculinos que la sostenían, más a la vez, solo hacía falta ver como él la miraba para darte cuenta de que la mas fuerte de ambos, no era él; sino ella. Si no fuese imposible,la duquesa creería que aquella mas que hacer magia con sus pequeñitas manos, encantaba y domaba bestias. Como con la manada de lobos salvajes que protegía,la cual de un momento a otro acabó reconociendo a la pequeña como una líder, ahora el que parecía postrarse ante sus ojos era el lobo de Astor y el humano a la vez ante su mera presencia. Danna clavó sus ojos en su hija y sonriendo de lado al verla tan tranquila, dejó que aquellas palabras masculinas la tranquilizaran. Hubo unos años en que cualquier palabra de Astor, habría bastado para que el miedo fuera solo una mero recuerdo, ahora en cambio, la intranquilidad no parecía querer dejarla. Como una segunda piel la arropaba, indestructible bajo su piel.

No es lo que le hemos hecho, sino lo que le he hecho.— Susurró ella. La silenciosa tensión ente ambos pareció romperse al volver hablar y en cuanto habló, se acordó de tanto cuanto aún no le había contado de su hija. No solo era una hechicera, sin saberlo provenía de una larga nissaga, en el cual Danna tendría que haber sido la siguiente en la sucesión de los poderes. Siendo mordida de pequeña, su sangre no despertó y la magia quedó estancada en sus venas hasta que estas se mezclaron y dieron vida a Diana. Allí,todo cuanto hubiera podido contener de poder, entró en el minúsculo cuerpo que su cuerpo nutrió por meses, mezclándose con el propio poder de la futura hechicera. Y ahí estaba, la gran tormenta que asoló el nacimiento de la pequeña. La gran lluvia torrencial que bañó las montañas al son del dolor que la duquesa sintió aquella noche. Todo y absolutamente todo tenía el sello del despertar de la última Dianceht.

Es la última de una larga descendencia de jóvenes provistas de poderes para la visión y el control. Mi padre al morderme impidió que la magia despertara en mi, pero con ella... Apenas tiene unos años de vida y solo en su nacimiento provocó fuertes tormentas por todo Escocia. Astor, ¿Te das cuenta de lo difícil que será esconderla? Juraría incluso que conociéndola ha sido ella la que ha organizado este encuentro para localizarte y conocerte. ¿Como podríamos detener algo así? Hemos llegado a un momento en que ni siendo de la realeza estamos a salvo. Pero tendría que haber otro modo de detener esto... el mundo, tú, yo y todos, no podemos segur así eternamente. ¿Que será de ella cuando todo acabe?

Tras susurrar bajito cada una de aquellas palabras que la quemaban por dentro al ser incapaz llegados a este momento de guardarle mas secretos a Astor, dio unos pasos hacia ambos depositando suavemente un beso en la mejilla de Diana que seguía aferrada al licántropo. A todo lo anteriormente dicho estaba de acuerdo, y tampoco iba a contrariarlo y a ponerle frenos a cada una de aquellas promesas que soltaba, dicidiendose a proteger a su hija,asumiendo cualquier coste. El coste de un inquisidor a su promesa equivaldría a su propia vida o a su esclavitud eterna al servicio de los oscuros tentáculos del vaticano. ¿Deseaba semejante vida al padre de su hija? No y mil veces no, aunque no conociera otra vida que la de matar, aquella era una vida muy oscura para alguien que había traído luz al mundo. ¿Y si algún día él fuera tras algún amigo de su hija y se encontrasen? No, no deseaba que eso les ocurriera a ninguno de ellos. Danna les miró y no podía haber mejor estampa que aquella en la que su hija rodeaba el cuello de su padre y se acostaba sobre sus brazos, totalmente desprovista de miedo y desconfianza. Definitivamente en algún momento se le tendría que explicar a lo que se dedicaba su padre. Se mordió el labio y coincidiendo en silencio con la mirada oscurecida de Astor, ambos parecieron entender los pensamientos del otro. ¿Como la protegerían de tanta oscuridad? ¿Como la resguardarían a salvo, si en algún momento esta guerra entre especies les iba a estallar en la cara? Apartando la vista de la mirada ajena, se  permitió cerrar un instante los ojos y dejando su cuerpo moverse hacia ellos, se acurrucó entre la pequeña y Astor. Diana sonrió y sin soltar en ningún momento a su padre llamó como pudo a su madre con sus manitas pidiéndole acercarse más. Danna incapaz de negarle eso a su hija, se apretó más contra ellos, hasta ser los brazos del inquisidor los que la sostuvieron.


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