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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Sybil Findair Sáb Ago 29, 2015 10:35 am

Un mes y medio después de verse en el teatro de Londres.

Su padre se mostró conforme con contratar a Liam. Sobre todo después de decirle que la había sacado sana y salva del teatro, cuando su pretendiente había salido corriendo dejándola allí. Hacía dos semanas que habían llegado a Escocia, aprovechando cada momento que podía para pasarlo con él. A escondidas, con la excusa de ir a ver a los caballos y salir a cabalgar un rato. A veces por la noche, teniendo cuidado de que los demás sirvientes no la descubriesen.

Amaneció pronto, como era habitual en aquellas tierras. Como cada mañana, desayunó con su progenitor, antes de ir a las cocinas y recolectar varias cosas que puso en un envoltorio. Queso, pan, un pequeño tarro cerrado de mermelada de fresa, mantequilla, unas galletas saladas autóctonas, carne asada, un par de huevos cocidos aún con su cáscara, un poco de pescado ahumado. En la otra mano llevaba un vaso con chocolate aún humeante.
Caminó con rapidez, deslizándose por los pasillos como era su costumbre desde que Liam había llegado a su tierra. Evitando las miradas curiosas. Llegó a las caballerizas y dejó el vaso sobre un taburete de madera que hacía las veces de soporte para subirse a los equinos. Posó también el envoltorio, dentro del que metió una nota. “Date la vuelta y te regalaré mi mejor sonrisa, sólo para ti”, dictaba.

Se escondió detrás de una ancha viga, cerca de una cuadra, a un metro y medio del taburete. Llevaba una ropa poco aconsejable para una dama en aquella época, pero su padre le permitía el lujo cuando iba a montar. Pantalones color arena ceñidos a sus piernas, cuyas perneras estaban medio ocultas bajo las botas altas de cuero marrón. Una camisa blanca a medida pero que parecía habérsela robado a algún hombre, con las mangas remangadas hasta los hombros. Además de un chaleco marrón claro que se ajustaba a su torso. Sus cabellos dorados lucían sueltos, cayendo en marcadas ondas sobre sus hombros.

Esperó, con sus irises marrones atentos a quien pudiese entrar. Sólo esperaba que no llegase alguien que no fuese él. Aunque ya tenía excusa válida para la comida. No podía decirles a los demás que necesitaba ver a aquel hombre que robaba sus sueños de noche, su aliento cada vez que lo veía, su respiración cada vez que la besaba, su mirada cada vez que aquellos ojos azules la atrapaban.


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Mensaje por Liam Hawthorne Sáb Ago 29, 2015 5:42 pm

Y allí estaba. En Escocia. Alejado de lo que había sido toda una vida de trabajo en los muelles londinenses y todo lo que había conocido a lo largo de mi vida. Por una decisión que aún no sabía si sería revocable, pero que tampoco tenía la más mínima intención de arrepentirme. Estaba dispuesto a asumir las consecuencias. Apenas llevaba dos semanas en aquella mansión. Y me estaba costando adaptarme un poco más de la cuenta. No por falta de ganas en realidad, pues los encuentros con Sybil, aún manteniendo las formas mas no las miradas, los roces esporádicos o los besos que conseguíamos tener en cualquier rincón que pudiera darnos intimidad suficiente por un rato... Precisamente eso, era lo que me empujaba a no tirar la toalla, pues varios sirvientes, de mi edad, estaban siendo recelosos con mi mano con los animales y mi predisposición a ayudar a quien fuera, en lo que fuera. ¿Tan cerrados eran los escoceses? Tampoco es que hubiera conocido muchos, pero no me se antojaban así. Ya me había llevado algún que otro empujón, mala mirada o algún mal comentario por ello. Pero yo no quería darle más importancia. Tarde o temprano se acostumbrarían.

Y tampoco pensaba decirle nada a Sybil.

Que quisiera pasar tiempo con ella, no implicaba que tuviera que protegerme de todo, o facilitarme las cosas. Por mi amigo, sabía perfectamente que la vida como sirviente de ricos no era una vida idílica tampoco. Pero tenía una fuerte razón para aguantar aquello. E incluso más. Una razón de cabellos rubios y ojos ambarinos. Naturalmente, estaba sujeto a ese horario errático suyo, pues no tenía idea prácticamente nunca de cuando podría verla otra vez.

Sentado como estaba en la cama, bostecé antes de llevarme las manos a la cara, como si con eso consiguiese espabilarme más rápido. Alcancé a ducharme cuando la casa apenas despertaba, desayuné un simple café, más que dispuesto a empezar con mis labores como muchacho de cuadras. El esfuerzo en aquellos establos era considerablemente menor que en los muelles, por lo que me facilitaba la intención de comer menos. Tenía la ridícula creencia de que molestaba menos así. Por lo que, los descontentos compañeros no tenían más motivos para insulsos reproches que yo no llegaba a entender.

Sonreí ligeramente cuando uno de los animales piafó al verme. Casualmente, era la montura de la Baronesa. Me había encariñado con aquel animal de manera inesperada, mucho antes de saber que pertenecía a Sybil. Me acerqué a la yegua, dejando una caricia en la frente del animal, a modo de saludo-. Nos hemos levantado con energía hoy, ¿eh? -le hablé. Había oído que los equinos tendían a suavizar comportamientos al oír la voz de los que se encargaban de ellos. Y yo me había tomado aquel rumor, bastante en serio. Poco a poco, fui sacando a los animales de sus cubículos, a un pequeño campo anexado, para que pudieran galopar y pastar a gusto mientras yo limpiaba las cuadras.

Y, adrede, dejé aquella montura para el final... Porque gustaba de empujarme y entretenerme para que no me fuera cuando la sacaba al exterior. Aquella hembra frisón gustaba de tener sus minutos de juego antes de salir a corretear y a molestar a los demás caballos. Era un animal joven y viéndola galopar se me antojaba que la vida de establo no estaba hecha para ella.

No obstante, al volver, me fijé en algo que no estaba antes de sacar a la yegua. Me acerqué con un atisbo de sonrisa a aquel taburete en el que habían aparecido misteriosamente aquella taza y un envoltorio. Atisbé un papel también, siendo lo primero que sostuve entre mis dedos. Y la comisura de mis labios se elevó de forma automática, al tiempo de girarme, obedeciendo esas palabras escritas que sabía de quién eran. En cuanto la vi, parcialmente escondida, justo al otro lado, mi sonrisa se pronunció más. Me pareció un gesto verdaderamente adorable por su parte. Tanto el detalle de traerme algo de comer, como el hecho de esconderse para ver mi reacción. No tarde en encararla, y acercarme con tranquilidad adonde estaba-. ... Buenos días. -sonreí de forma inconsciente ya, incapaz de controlar -ni querer hacerlo- esa sonrisa marcada que aparecía en cuanto Sybil se encontraba en la misma habitación que yo.


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Mensaje por Sybil Findair Lun Ago 31, 2015 1:11 pm

No era un secreto para ella lo bien que Liam se llevaba con su yegua. Había podido observarlo algún día durante aquellas dos semanas, descubriendo la buena mano de aquel encantador hombre con los caballos. Sabía que aquella hembra era impetuosa, con brío, con carácter. Si no le gustaba alguien, no dudaba en intentar dar un cabezazo o una coz. Sin embargo, con él parecía juguetear.

Pero aquel día prefirió estar escondida tras la viga para cuando él volviese. La figura varonil hizo acto de presencia. Alto, de espaldas anchas. Lo primero que tomó en sus manos fue su nota. Aquella sonrisa en el rostro masculino hizo que sus propias facciones se relajasen y sus irises pardos brillasen. Sus labios marcaron una hermosa sonrisa y salió de detrás de la viga con un suave paso hacia un lado, esperando a que se acercase.

-Buenos días –murmuró, dedicándole aquella adorable sonrisa antes de alzar una mano para acariciar la mejilla ajena. Para después unir sus labios en un beso que empezó suave, incrementando un poco la intensidad al final-. Espero que el desayuno sea de tu agrado –susurró después, cerca de su rostro, ladeando una sonrisa juguetona. Sin decir si se refería a la comida que le había llevado o al beso.

Por un momento imaginó cómo podría ser su vida con él. Despertando a su lado, compartiendo los dos un desayuno antes de irse los dos a trabajar. Yendo a visitarlo en algún descanso, de tenerlo. Y luego volver caminando juntos a casa. Sin obligaciones de protocolo, sólo dos personas. Sin títulos, únicamente viviendo y disfrutando el uno del otro. Una idea idílica con la que se vio soñando.

-Así que otra mujer ha llamado tu atención… -empezó a decir, fingiendo fruncir el ceño. Deslizó sus brazos bajo los masculinos, rodeando la cintura de él. Sus labios formaron entonces una sonrisa y lo miró a los ojos-. Me alegra que te lleves bien con Ciara –agregó, hablando de la yegua negra.

¿Y si no fuese la equina? Mientras no fuese humana, le daba igual. ¿Y si alguna otra mujer se interesaba en él? A ella tendría que pararle los pies y a él recordarle que era suyo. ¿Suyo? Técnicamente no, por desgracia. Ni siquiera era su pretendiente oficial. Sólo eran el uno del otro en las miradas, en el calor de sus labios, en los abrazos, en las caricias que a veces sólo eran un roce. Ella era suya cada vez que pensaba en él. Cada vez que despertaba en su cama y giraba la cabeza con la esperanza de encontrarlo a su lado… porque había soñado con él o por el simple anhelo. Antes de comprobar que la realidad aún los mantenía separados.

Era consciente de ello. Sabía desde el principio que iba a haber complicaciones y no estaba dispuesta a dar marcha atrás. Porque aquellos encuentros furtivos le daban aliento para continuar. Porque él merecía la pena. Aunque tenía la impresión de que era más difícil para él. Después de haber dejado Londres, sus padres, su trabajo, su vida… para ir con ella, en una tierra extraña, rodeada de pretendientes, arañando momentos para verse.

Le regaló una radiante sonrisa, como si fuese capaz de iluminar sus más oscuros días. Se inclinó hacia él, rozando su nariz con la ajena, en un gesto tierno e íntimo. Como si no hubiese nada más en el mundo que ellos dos. Suspiró, relajada, rodeándolo con sus brazos, al tiempo que ascendía sus ojos marrones para mirarlo. Con esa facilidad de tranquilizarla que él tenía con su cercanía.

-¿Damos un paseo? –invitó-. No creo que seas de esos hombres que se escandalizan porque una mujer lleve pantalones –agregó, ladeando una sonrisa de coqueteo y reto, enarcando una ceja dorada.



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Mensaje por Liam Hawthorne Mar Sep 01, 2015 9:05 am

En un par de pasos, cubrí la distancia que me separaba de ella, mas, pese a la supuesta intimidad que teníamos, yo estaba algo tenso. Como si alguien tuviera puesto el ojo en nosotros desde las sombras. O, bueno, como yo lo sentía justamente. Cualquiera del servicio podía aparecer en cualquier momento, aunque no solía ser el caso. O, incluso, alguno de esos hombres que rondaban a Sybil que paseaban a sus anchas por su casa, como si sólo fuera cuestión de tiempo el adueñarse de ella.

Una sensación de protección, incluso de celos, tensaba mis músculos al pensar en todo aquello. Pues, aunque yo no me arrepintiera, ¿acaso no sabía de antemano la situación que íbamos a tener que aguantar? En el momento que me decidí no pensé en nada más. Había complicaciones, sí. Y yo estaba dispuesto a superarlas pero, por un momento, dudé. Ella tenía obligaciones insalvables. ¿Podría eso separarnos más? Limitar aún más, aquellas pocas veces que alcanzábamos a vernos.

Todos esos pensamientos se evaporaron en cuanto sentí el calor de su palma en mi mejilla, sus labios en los míos, su cuerpo pegado... ¿Acaso no era eso el cielo? No había nada que yo quisiera que pudiera romper aquel momento con ella. Ninguno de los dos sabíamos lo que iba a durar esta vez o cuando sería el próximo que pudiéramos tener. Reí tras el beso, con un ligero asentimiento-. No hacía falta que te molestaras... -agradecí en un susurro, sólo para ella.

La miré extrañado entonces, cuando me separé ligeramente, consecuente reacción a sus palabras. ¿Otra mujer? ¿Quién? Fui a preguntarle, inquieto y confundido, cuando ella finalmente sonrió, desvelando así la broma que turbó mi entereza por un segundo-. Dependía más de ella que de mí, en realidad. -comenté, sabiendo que los animales eran verdaderamente impredecibles en cuanto a reacciones, aunque fueras con buenas intenciones.

Suspiré ante el roce de su nariz con la mía, hasta que me miró. Hundí entonces, mi rostro en el hueco de su cuello, cubierto por esa melena rubia que desprendía un fresco aroma a azahar. Aspiré abiertamente, llenando mis pulmones de aquella esencia, sin impedir que mis brazos se cerraran sobre su cuerpo un poco más-. Soy de esos hombres tremendamente vulnerables a tus curvas... -murmuré lentamente mientras una de mis manos tuvo la osadía de perder altura hasta la zona baja de su espalda, y quedarse en la delicada línea que marca el comienzo de una de sus nalgas. Y de quedarme ahí, seguramente, me dejaría llevar por ese instinto que tenía tantas ganas de ella. Por suerte, conseguí separarme lo justo, calmando esas ganas crecientes que mantenían mi cuerpo pegado al suyo.

Me acabé haciendo con la taza, antes de considerar probar bocado de algo de lo que ella había traído. No tenía mucha hambre en particular-. ¿Hoy tienes libertad para cabalgar... sola? -pregunté con sutileza, por la opción que me concedía de acompañarla-. Déjame entonces que prepare tu montura. -añadí, justo antes de llevarme la taza a la boca y beber un poco de chocolate, que me supo a gloria.


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Mensaje por Sybil Findair Lun Sep 07, 2015 10:21 am

-¿Y privarme de la diversión de entrar en la cocina y escabullirme hasta aquí? Cada día lo haré, Liam –susurró en respuesta con una adorable sonrisa, respecto a llevarle el desayuno.

Por suerte, descubrió su broma. Hubo un momento que le pareció que Liam lo estaba pasando mal. Anotó mentalmente no volver a ponerlo en aquella incómoda situación, no al menos en tono jocoso. Suspiró con una sonrisa ante aquella respuesta sobre la yegua y alzó una mano, deslizando la yema de sus dedos por una mejilla masculina. Como si quisiera borrar el mal trago por el cual le había hecho pasar momentos antes.

Murmuró al sentir el rostro ajeno hundiéndose en el hueco de su cuello. Moviendo la mano que había estado antes en la mejilla, hasta los cabellos castaños. Internando sus finos dedos entre ellos. Suspiró de nuevo, manteniendo la otra mano abierta, con la palma apoyada completamente sobre la espalda masculina, estrechándolo contra sí. Pero su murmullo y aquel viaje de la mano ajena hicieron que primero se tensara… para después estremecerse. Su cuerpo quedó pegado al varonil, con ambas caderas unidas… hasta que él se separó y marcó distancia.

En ese momento tomó aire. Siendo consciente de que se había olvidado de respirar. Su pecho subió y bajó de manera marcada, mientras lo miraba. ¿Qué sensación tan extraña era aquella? ¿Con su propio cuerpo resistiéndose y a la vez ansiando más? Entonces se movió, llevada únicamente por un impulso. Se acercó a él. Posó una mano izquierda sobre el hombro izquierdo del hombre y lo rodeó por detrás, deslizando sus dedos por la espalda, debajo del cuello, hasta el hombro derecho. Donde se quedó. La mano derecha tocó el hombro que había dejado libre, deslizándose en una caricia por el pectoral, sobre la ropa.

Osada, se inclinó para posar sus labios sobre el cuello masculino, en un suave beso. No contenta con eso, rompió el contacto de su mano izquierda para hundir la punta del índice en el chocolate. Una vez lo hizo, lo subió al cuello del hombre, dejando un pequeño y cálido rastro. Antes de inclinarse de nuevo para limpiarlo con la punta de su lengua, de forma suave y lenta, ascendentemente, hasta llegar al oído.

-Espero que no sólo a mis curvas –murmuró en un delicado ronroneo-. ¿La temperatura está a tu gusto? –agregó en pregunta, con tono juguetón, sin especificar si se refería al chocolate u a otra cosa.

Se separó de él, andando para ponerse enfrente. El mismo dedo índice lo introdujo en su propia boca, retirando los restos de chocolate mientras miraba a Liam. Cuando bajó la mano, ladeó la cabeza.

-Eso creo. Pero… supongo que no debería ir tan sola… Por si me pasase algo. ¿Estás disponible? –le preguntó, mirándolo a los ojos. En ese momento escuchó unos pasos y marcó un poco más de distancia. Cruzó los dedos mentalmente para que su padre no le endosase a un pretendiente.

-Lady Findair de Roxburgh –escuchó una voz pomposa.

Sybil cerró los ojos con evidente molestia, antes de mirar a Liam un instante y girarse con expresión neutra hacia un noble joven, de cabello castaño echado pulcramente hacia atrás y ojos azules de una mirada que no inspiraba confianza.

-Lord Frederick Dacey… lo lamento, nunca recuerdo su nombre completo. ¿Le puedo ayudar en algo? –inquirió ella, esbozando una sonrisa por cortesía.

-Oh, no, querida –respondió el noble, después de decir un largo nombre que nunca nadie recordaría. En sus labios se vio una sonrisa calculada-. Seré yo quien la ayude a usted. Su padre me envía para distraerla. Estaba pensando en llamar a mi muy querida hermana para que pasease con ella mientras conversan de cosas de mujeres. Yo puedo mirar mientras tanto. O quizá, que me deleite tocando el piano. Una vez se cambie, claro está. No es vestimenta para una mujer.

-Ahm… -la escocesa carraspeó suavemente. Maldita suerte la suya-… lamentablemente me disponía a salir. A cabalgar, de hecho –evitó darle explicaciones sobre sus pantalones, sutilmente rechazando sus propuestas. A ver si así zafaba de su compañía de paso.

-¿Una actividad tan peligrosa para una mujer? –inquirió él, fingiendo preocupación-. Lady Findair, me preocupa su seguridad. Cuando sea mi esposa, la liberaré de tales peligros.

-Me gusta esa actividad. Mi futuro esposo tendrá que contentarme a pesar del riesgo –interrumpió ella, frunciendo el entrecejo un instante. En ese momento, se giró hacia Liam, delante del cual estaba-. Señor Hawthorne, proceda a preparar mi montura, por favor –le pidió con voz más suave a él, dedicándole una hermosa sonrisa.

-Oh, no, no. Mozo, quédese donde está. No colabore en tal despropósito. ¿Qué pasaría si tuviese un accidente, Lady Findair?

Le dio un tic en el ojo momentáneamente, con ganas de matar al noble. Por suerte, no lo estaba mirando. Se giró de nuevo hacia él, mostrando una sonrisa de “intento no asesinarte aquí mismo, no me des más motivos para ello”.

-En ese caso, Lord Dacey, tendré a bien llevar al señor Hawthorne conmigo, ya que insiste. Después de todo, si la yegua se encabrita, quién mejor que él para evitar ese accidente del que habla –casi susurró al decirlo, a ver si así la dejaba en paz. Y encima, el muy idiota le daba la excusa perfecta para llevarse a Liam consigo. Al menos hacía algo bien, había que darle el crédito.

-Oh, no pretenderá que la deje sola, Lady Findair. ¿Qué le diría a su padre?

Pues no. Parecía no agarrar o no querer entender que ella no lo quería de compañía. Adiós a su momento a solas con Liam. Adiós también a su buen humor y a su paciencia. Se giró a mirar a Liam, con carita de “por favor, no me dejes sola con esta escoria”.


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Mensaje por Liam Hawthorne Lun Sep 07, 2015 3:35 pm

Sonreí por aquellas palabras tan seguras y convencidas de que no tendría reparo alguno en repetir cada día ese detalle que había tenido la baronesa conmigo. Terminé riendo con suavidad. ¿Quién era yo para decirle lo que tenía o no tenía que hacer?-. Mientras te diviertas... -murmuré, juntando ambas frentes, disfrutando de su compañía, en aquella mañana fresca y despejada.

Me vi cohibido con su broma. Como nadie antes me había hecho sentir. ¿Por qué había tardado apenas segundos en plantearme el asegurarle que no había ninguna otra, que sólo existía ella o encontrar una justificación a las réplicas que Sybil tuviera? ¿Podía tenerlas? ¿Podía haberme visto con alguna otra? Era imposible. Desde que había llegado a esa casa, por muy amable que fuera, parecía que sólo tenían miradas recelosas o murmullos cada vez que pasaba. Tan sólo la gobernanta, una mujer entrada en años, parecía menos reticente a mostrarse comprensiva e incluso dejarme ver muecas amistosas en su semblante. Aquella duda que brilló por un momento en los ojos de la rubia encogió mi pecho... más tiempo del que me hubiera gustado. No obstante, ella bien supo cómo hacerme olvidar aquel susto. Con el simple gesto de dejarse llevar por mi murmullo, por mi tentadora caricia, hasta que fui yo el que interrumpió todo aquello.

No podía ocultar lo que quería de ella, cada vez con más intensidad.

Sybil tampoco ayudó a calmarme cuando jugueteó conmigo, en gestos que me habrían hecho perder la cordura y haberla hecho mía en aquel lugar, sin importar nada más. Pero, en su lugar, cerré los ojos, estremeciéndome por sus caricias, sus besos, sí, pero controlando todo lo demás para no ser indecoroso, por muchas ganas que tuviera. Espiré sonoramente, al abrirlos, con las pupilas algo más dilatadas, y sintiendo otro escalofrío por sus palabras en mi oído. Tan sólo pude asentir a su pregunta, acalorado, en realidad. Mi respiración había pasado a ser algo errática. Ese juego se me hacía tremendamente adictivo, pero ya podía vislumbrar el límite a partir del cual no podría reprimir mis deseos. Esos que me instaban a devorar sus labios, como simple y clara respuesta a su última respuesta. Sin embargo, sólo alcancé a sonreír ligeramente de lado, porque justo cuando fui a asentir, alguien interrumpió la escena. Desvié mi mirada hacia aquella estridente voz que sonó al fondo de las cuadras.

Y adiós a ese momento nuestro.

Uno de los pretendientes de Sybil. Hasta ahora no había tenido la oportunidad de cruzarme con ninguno. Pero no me hacía falta. Mis nudillos acabaron volviéndose blanquecinos de la presión que hice, según avanzaba la conversación. Correspondí la sonrisa de la baronesa cuando se dirigió a mí, mas apenas me duró con las réplicas de aquel hombre intransigente y quejica. No me moví, por las órdenes de ambos... hasta que ella acabó pidiéndome ayuda con sólo una mirada-. Dispénseme, milord, pero mi autoridad es Lady Sybil. -enarqué ambas cejas, mirándolo entonces, ladeando mi cabeza hacia la rubia-. Y, si me permite mencionarlo, suele salir a montar cada mañana... -le informé. Raro era que me dejara expresarme, pero, aún así, quise hacerlo. Por Sybil-. No obstante, ya que usted quiere distraerla y asegurarse de que no le ocurre nada, puedo ofrecerme a acompañarles, si gustan, mientras dan un paseo a caballo. -mi voz acabó en murmullo, y mis ojos en los pardos de la mujer. ¿Qué más podía hacer? Quería ayudarla, pese a que yo nunca tendría ni voz, ni voto en ese tipo de asuntos. Como tampoco los tendría en cuanto ella se casara con otro.

Fue entonces, cuando encogí mis labios, pensativo, taciturno, derivando de nuevo mis azules en aquel hombre de figura delgada, antes de exhalar lentamente.


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Mensaje por Sybil Findair Vie Sep 11, 2015 1:31 pm

Sonrió encantada al escuchar el murmullo. Suspiró, sabiendo que él no le iba a imponer nada. Que no limitaría su libertad, que podría ser ella misma cada vez que estuviese con él. Movió un poco su frente contra la de él, con suavidad, ternura y agradecimiento. Sus labios no encogieron aquel gesto. Sus párpados cayeron, disfrutando de su cercanía, de aquel momento. Como si nada más existiese. Fantaseando, por un momento, con que sólo eran ellos dos.

Descubrió que no le era indiferente a aquel hombre con su osadía, con sus caricias, con aquel coqueteo nuevo y extraño para ella que él había despertado. Saber que él no era inmune a aquel juego la llenó de dicha y de una sensación victoriosa. Tendría que probarlo más a menudo, porque parecía que Liam no era capaz de articular palabra ni de moverse. Se sentía… poderosa. Pero no le sorprendió reconocerse a sí misma que sólo quería intentar coquetearlo a él. Y que únicamente se sentiría tan increíblemente bien al saber que tenía tal efecto en él… porque era él quien le importaba.

Sin embargo, sus planes de poder estar más tiempo con él se fueron al traste en cuanto su padre mandó a uno de los pretendientes a sociabilizar con ella. Uno pomposo, misógino y repelente. Casi que prefería al compañero de Liam por allí. Y fue aquel hombre, por el cual no dudaría en abandonarlo todo, quien acudió a su ruego para ayudarla.

-Su autoridad, mozo, es Milord Findair. No su hija –replicó el noble.

-Mi padre no está aquí, yo hablo en su nombre –replicó a su vez la rubia, enarcando una ceja dorada-. Sí, le permito mencionarlo –susurró, dedicándole una sonrisa a Liam.

-Yo no se lo permito. Qué desfachatez, el servicio respondiendo a la nobleza, a un invitado –tuvo que callarse cuando sintió el contundente impacto de la mano abierta de Sybil contra su mejilla.

-Le aconsejo medirse, milord. A menos que quiera que su invitación a estas tierras quede restringida –susurró amenazante y fría la baronesa.

No se había movido por ella, sino para proteger a Liam. No iba a consentir que nadie, en su presencia, lo despreciase de aquella manera. Lord Dacey pareció bastante sorprendido con aquel violento arrojo de la mujer. Y, quizá, hasta se ofendió. Pues, después de unos momentos aturdido, miró a Liam y rechazó su oferta de acompañarlos.

-Seré yo quien la proteja, mozo. Estoy seguro de que mi compañía suavizará su forma de ser –respondió el noble.

Sybil suspiró resignada y miró con carita de disculpa a Liam antes de tener que dar un paseo no deseado con el otro hombre. No se mostró cálida en ningún momento. Distraída en pensar en aquel con quien no estaba pudiendo compartir aquellos instantes. Deseó espolear a su yegua para galopar largo y tendido, intentando alejarse de la compañía non grata. Pero él ya tenía suficiente material para quejarse a su padre sobre ella. Mejor no darle más.

Se sintió aliviada cuando pudieron regresar a las cuadras, deseando alejarse de aquel despreciable ser. ¿A quién le importaba los negocios que hiciera él? ¿Y su linaje? ¿Y sus planes a futuro para con su supuesta futura mujer y sus futuros hijos? A ella no, desde luego. Quizá a su padre. Si era así, podía casarse con él.

Desmontó y le quitó la silla y las cintas a la yegua, dejándola libre en el campo. En cuanto colocó las cosas, unas manos la aplastaron e inmovilizaron contra una pared de madera. Se asustó, revolviéndose.

-Fierecilla, ¿eh? Creo que debo enseñarle a ser más sumisa, milady. No toleraré una salvaje por esposa –susurró en su oído Lord Dacey, logrando que ella sintiese desagrado.

-Suélteme ahora mismo –demandó ella, intentando liberarse.

Notó que él se separó y respiró aliviada. Pero sólo fue para darle la vuelta. El ardor cruzó su mejilla izquierda, ante un golpe imprevisto descargado en ella. Gritó de dolor, aturdida, antes de sentir una mano en su cuello.

-Ninguna mujer me va a dar órdenes, milady. Voy a tener que enseñarle a dominarse y a cerrar la boca –los labios ajenos se estamparon contra los suyos.

Lo único que se le ocurrió fue morderlos que saña para que la dejase. Pero eso sólo encolerizó más a aquel hombre que se sentía humillado. Otro golpe cruzó su cara. La mano en el cuello se aflojó y ella cayó al suelo, aterrorizada.

-¡Ayuda! ¡Socorro! –gritó con todo el aire que sus pulmones pudieron retener.

-Nadie va a venir. Es casi la hora de comer. Es hora de enseñarle una lección –él se abalanzó sobre ella en el suelo, haciendo que se saltasen algunos de los botones de la camisa blanca que ella llevaba.

Intentó darle un rodillazo, pero él parecía mucho más hábil al pelear. Bloqueándole el golpe y poniendo el cuerpo masculino entre sus piernas. De nuevo una mano se cerró en torno a su cuello. La otra tocó sobre uno de sus pechos, sobre la ropa interior. Sus propias manos manotearon en el aire, intentando golpearlo para quitárselo de encima, para evitar que siguiera tocándola. Boqueó, queriendo gritar.

-Se ha metido con el hombre equivocado, milady –susurró en su oído él, malévolo-. ¿Sabe lo que más me gusta? Dominar a una mujer. Golpearla hasta que se aturda. Hacerla mía sin que ella pueda hacer nada por evitarlo después –agregó, bajando la mano que estaba sobre el pecho a los pantalones que ella llevaba, tirando de ellos-. Y, cuando acabe con usted, diré a todo el mundo que se me ha entregado y no tendrá otra salida que desposarse conmigo.

-No… ¡SO---Co--- rro! –logró decir, sin poder mantener el grito, revolviéndose, golpeándole con las manos tanto como podía, mientras él se reía e intentaba desabrochar sus pantalones.


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Mensaje por Liam Hawthorne Dom Sep 13, 2015 12:18 pm

Que Sybil era una mujer con carácter era algo que ya sabía pero verla abofetear a aquel noble por no dejar que yo hablara me sorprendió. Sí que podía estar molesta por no habernos dejado tranquilos, o porque aquel hombre era demasiado intransigente, pero yo sí había sido incauto a la hora de replicar a un hombre como aquel. Me había dejado llevar por esa protección que me proporcionaba la presencia de Sybil y, tal vez, no debería haberlo hecho. Decidí entonces procurar no meterme demasiado, pues al final, la rubia podría salir perjudicada... Y, en realidad, no tenía ni idea de cuánto, hasta que oí aquel grito en los establos.

Asentí a la mirada de Sybil cuando ambos nos resignamos a separarnos porque aquel noble insoportable quería estar a solas con ella. Les preparé sendas monturas, y les vi marchar al poco, quedándome a limpiar las cuadras. Tuve tiempo de adecentar el lugar, cambiando el heno, adecuándolo y hasta empecé a meter a los animales cuando escuché ese grito que anunció que algo no iba bien. Me dirigí a los establos, siendo consciente de esos ruidos extraños que cada vez oía con mayor nitidez. Los seguí hasta uno de los habitáculos... Y lo que vi me revolvió las entrañas. Sin pensar, de una exhalación marcada y con los dientes apretados, me acerqué-. ¡Le ha dicho que la suelte! -murmuré entre dientes al tiempo de cogerle por la ropa de los hombros y tirar de él para separarlo de Sybil. No contento con ello, evité que volviera a acercarse a ella, girándome sobre mí mismo y empujándolo a la pared contraria, quedando yo justo en medio. Sin embargo, la rabia de haberle visto intentando propasarse con ella me llevó a tomarlo de las solapas de su ropa y arrinconarlo contra la pared-. ¿Quién demonios se piensa que es?
- Cuidado, mozo. A una sola orden mía, su futuro no será más que ceniza...
- Serán sus palabras contra lo que yo he visto...
- Que es... Nada. Nadie le creerá.
- Quizás a mí no, pero milady puede aportar una versión que tal vez no le interese que los demás sepan. -murmuré reafirmándome con un empujón contra la pared. Su gesto cambió, volviéndose ligeramente pálido, lo que me dio pie a instarlo a que se fuera. Lo separé de la pared entonces, poniéndolo de espaldas a la salida-. Y ahora, lárguese. -sugerí con contundencia, soltándolo.
- Que sepa que esto no va a quedar así. Puede que aquí se sienta protegido, pero más le valdrá cuidarse las espaldas en cuanto ponga un pie fuera de la finca. -dijo mientras enfilaba a la salida, alejándose.
- ¡Largo! -enuncié a viva voz. En cuanto me cercioré que se había ido, corrí donde la baronesa-. ¡Sybil! -me arrodillé a su lado-. Eh, Syb... -temblaba violentamente, intentando balbucear entre lágrimas-. Ssssh, ya está. -mi mano fue a acariciar su mejilla, antes de ayudarla a incorporarse y así poder abrazarla con más facilidad. La sostuve contra mi pecho, rodeándola con mis brazos-. Ya se fue. No volverá a tocarte. -me deshice en caricias por su espalda, llegando a dejar un beso en su sien. Sin llegar a ser consciente, la mecí suavemente. Aquel temblor que sacudía su cuerpo menguó un tanto, pero seguía sintiendo su respiración alterada. Alcé una mano para acariciar su melena, con la intención de calmarla un poco más-. Estás a salvo, preciosa. -hasta su propia yegua llegó a asomarse, con un relincho que se me antojó repleto de preocupación. Desvié la mirada ligeramente, hacia el animal, antes de dejar caer los párpados, aplacando mi pulso que se había disparado vertiginosamente en cuestión de segundos. Exhalé pausadamente antes de moverme, ahora que parecía estar algo más tranquila. Dejé de rodearla con mis brazos momentáneamente, para quitarme la chaqueta que había usado para salir al prado, por los caballos. Apenas me lo quité, se lo puse sobre sus hombros, para que tuviera algo con lo que poder taparse-. Venga, te llevaré a las cocinas. -musité con un deje tierno en la voz, antes de pasar un brazo por detrás de sus rodillas, dejar que apoyase su espalda en el otro y alzarme con su aún tembloroso cuerpo. Dejé que se acomodara, antes de empezar a caminar, aprovechando su cercanía para posar mis labios en su frente esta vez. Noté la humedad de mi propia prenda, por sus lágrimas, pero no me importó en absoluto. Iba despacio, más pendiente de ella que de la prisa por llegar. De todas maneras, las cocinas no estaban muy lejos. Tuve mis reservas de entrar con ella, pues estarían todos comiendo. Y seguramente, harían preguntas a las que ni Sybil ni yo, querríamos contestar. Con esto se me ocurrió una alternativa que preferí llevar a cabo antes que pasearme con ella en brazos delante de todo el servicio. La llevé a una de las salas de estar de la casa. Una pequeña, de tonalidades verdes, como los vastos campos escoceses que rodeaban la finca. Con una dulzura impropia la dejé en el modesto sofá que allí había-. Sybil, voy a pedir que te traigan algo, ¿vale? -dije al separarme y volver a posar la mano en su mejilla, arrodillándome ante ella. No me animé a preguntarle siquiera cómo estaba pues, al menos, ahora estaba más calmada-. Sólo será un minuto. Menos. Enseguida vuelvo contigo. -algo en el brillo de sus ojos me hizo entender que podía marcharme, dejándola sola apenas unos minutos.

Me dirigí, ahora sí, a las cocinas, llamando a Eleanor, la gobernanta, pidiéndola que viniera conmigo. Lo que no supe adivinar es la reacción de la mujer en cuanto vio a la rubia:
-¡Ay, por la corona! ¿Qué te ha pasado, ricura? -se acercó a ella con premura antes de dirigirse a mí-. Muchas gracias, señor Hawthorne. No se preocupe. Ya nos encargamos nosotros de ella. Vuelva a sus labores. -no quería llamar más la atención. Bastante había hecho ya. Pero tampoco quería separarme de ella, aunque no tuviera más remedio. Resignado, la miré una última vez, antes de poner rumbo a los establos. Esos ojos pardos me buscaron también mientras la otra mujer ponía y disponía, dando instrucciones a una tercera muchacha que había tenido la mala suerte de pasar por la estancia. El tiempo pareció ralentizarse entonces, sólo para que yo disfrutara de esa mirada ambarina, que rogaba demasiado, entre el enrojecimiento y las lágrimas acumuladas. Quise evitar que volviera a recaer, y ya que yo no podía quedarme, acabé dedicándole una sonrisa suave de complicidad, acompañada por un fugaz guiño, antes de salir de aquella sala.


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Mensaje por Sybil Findair Mar Sep 15, 2015 12:02 pm

Pudo oír la voz de Liam, sentir cómo apartaba al otro hombre de ella, ver la espalda varonil de su protector en medio para que su asaltante no volviese a acercarse a ella. La baronesa se arrastró hasta dar con la pared más cercana a ella, quedándose sentada, abrazándose a las rodillas flexionadas. Su cuerpo temblaba, mientras gruesas lágrimas saladas rodaban por sus mejillas. Asustada. Por ella. Por Liam. Impotente por no poder recobrar la compostura y defenderlo en ese momento. Por no poder ponerse a su lado y amedrentar al mismo tiempo al otro varón.

Cuando Dacey se fue, sintió la proximidad de su ángel de la guarda. Si no fuese por él, si él no hubiera llegado, su destino hubiera sido más cruel. Continuaba temblando y llorando. Incapaz de sobreponerse por sí sola en aquel momento. Se tumbó, haciéndose un ovillo tembloroso, sobre el suelo cubierto con paja.

-Li…am… lo…sien…to… -sollozó entre lágrimas en un murmullo, pero no supo si él la entendió. Quiso decirle que era su propia culpa, que nada de aquello hubiera pasado si ella no se hubiera dejado llevar por aquel impulso violento.

Las lágrimas humedecieron la piel de la mano que acarició su pálida mejilla. Sollozó, restregando un poco su rostro contra sus dedos, en busca de mimos. Se volvió a sentar cuando él la ayudó a hacerlo y se abrazó a él, llorando desconsolada. Lo estrechó, necesitando su cercanía, aferrándose a él con desesperación. Suspiró al sentir el beso en su sien y poco a poco empezó a tranquilizarse cuando la meció. Con esa capacidad que él tenía de calmarla.

-Liam… gracias... –murmuró con la voz un poco entrecortada, hundiendo su rostro en el pecho masculino.

Suspiró, calmándose un poco más con las caricias en su pelo. Oyó el relincho de la frisón, pero no pudo darle la atención que se merecía. Dejó caer los párpados, un poco más relajada y abrazada a él, hasta que Liam se separó. Se dejó poner mansamente la chaqueta y aspiró su aroma. Varonil. A verde hierba, tierra mojada y heno. Suspiró ante la reconfortante sensación. Antes de que él la alzase en brazos.

Se acomodó, rodeando el cuello masculino por detrás con un antebrazo y poniendo la mano libre sobre un hombro. Se ladeó, contra el varonil torso. Sintiendo el calor que emanaba su piel a través de la ropa. El tono tierno que él utilizó la hizo sentir más protegida aún. Como si nada en aquel mundo pudiese herirla si estaba con él. Murmuró con el beso en la frente, sintiéndose de repente cansada. Después de la experiencia, el miedo y el llanto.

Movió el pulgar sobre el hombro masculino, mientras dejaba caer los párpados. Mientras él la trasladaba, no hizo ningún otro movimiento, a fin de facilitarle la tarea. Hasta que llegaron a una de las salas de estar, decorada con tonalidades en verde. La instaló en un sofá que le pareció menos cómodo y menos protector que los brazos de Liam. Pero no protestó. Alzó la mirada marrón hacia el rostro de él, con un deje aún triste. Ladeó la cabeza hacia la mano en su mejilla y después algo cambió en su mirada. Un brillo tenue de aceptar que se fuese un poco.

Durante el poco tiempo que estuvo sola, se quedó en silencio. Con su mente echa un torbellino de dudas y culpabilidad. De temores por lo que pudiese hacer un hombre despechado con Dacey. Entonces, una voz femenina llamó su atención. Una familiar, sacándola de sus oscuros pensamientos. Sus irises volvieron a verse acuosos y tragó saliva, intentando deshacer el nudo en su garganta, cuando Eleanor le preguntó qué le había pasado.

-El señor Hawthorne me salvó. He tenido… un desencuentro con Lord Dacey –murmuró, si es que podía llamarlo así-. ¿Podrías avisar a mi padre, por favor, Eleanor? –susurró en petición.

No lo quería ver más por sus tierras, su padre debía de saber lo que había pasado. La gobernanta empezó a preparar todo y buscó el rostro de Liam. Su visión quedó borrosa por las lágrimas que empezaban a acumularse de nuevo. Queriendo decirle que no la dejase sola. Que con él se sentía a salvo. Pero los dos sabían que no se podía quedar. Aquella sonrisa de Liam hizo que sus propios labios se curvasen suavemente, mientras su mentón temblaba débilmente y su ceño se fruncía un poco, con gravedad. Y ese guiño, con el que parecía querer decirle que le daba apoyo, que todo iba a ir bien. Sólo por eso se tragó las lágrimas. Sólo por eso intentó mantenerla compostura. Mirando su espalda cuando salía de la sala.

El resto del día fue una extraña mezcla de agobio y soledad. Eleanor se ocupó, junto a otra sirvienta, de tratar los golpes que había recibido. La bañaron y le cambiaron de ropa. Habló con su padre, contándole lo que había pasado con el otro noble. Su progenitor la regañó por haberlo golpeado, pero también empezó a tomar cartas en el asunto para rescindir la invitación de Lord Dacey a sus tierras. Antes de ir a darle las gracias a Liam por haber salvado a su hija del deshonor, como él lo llamó, le dejó claro a Sybil que no saldría en todo el día, como castigo.

Se sentó junto a la ventana, mirando el exterior. En sus años de vida, ese día había descubierto la dura realidad. Como mujer, no valía nada. Era una mera moneda de cambio. Si un hombre la golpeaba, presuponían que ella había hecho algo para merecerlo. Salvo Liam. Él la había protegido y cuidado en todo momento. ¿Merecía ella que la tratase así? No lo sabía, pero se sentía demasiado bien como para no querer recibir un poquitín más de esas atenciones.

No comió nada durante el resto del día, sin apetencia. Al caer la noche, se puso la larga bata blanca con unas leves transparencias sobre el camisón madreperla de falda larga y tirantes. Su vestimenta se ajustaba a su cuerpo a cada paso que daba. Sus cabellos rubios caían sueltos en amplios tirabuzones. Cogió una pequeña lámpara de gas y caminó fuera de su habitación. Se cercioró de que nadie la seguía, descalza. Subió las escaleras, hasta llegar a la zona donde dormían los sirvientes. Con sigilo, alcanzó el manillar de la puerta de la habitación de Liam y giró con cuidado, abriendo un poco.

-¿Liam? –susurró en pregunta-. ¿Puedo… entrar? No quiero estar sola –murmuró, trabándose su voz un instante. Tenía miedo de estar más tiempo en su habitación, de noche. Estaba segura de que no conseguiría dormir. Pero con él se sentía a salvo de cualquier mal, de cualquier peligro. Aunque sólo pudiese estar con él un breve rato.

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Mensaje por Liam Hawthorne Mar Sep 15, 2015 2:33 pm

Lo poco que pude entender de lo que dijo, entre sollozos, me hizo sonreír. No hacía falta que me lo agradeciera, principalmente porque me nació ayudarla de forma instintiva. Y porque no podía quedarme impasible mientras otro hombre la tocaba de tan mala manera. No es que con ello fuese a conseguir sus favores, ni que lo nuestro llegara a gran cosa, dada la situación, mas yo estaba dispuesto a pelear por ello. Por ella. Lo que más duro se me haría, sin duda, es que fuera de otro. O, mismamente, que tuviera que compartirla.

La llevé al interior con cuidado, y en una decisión rápida, a una pequeña sala de estar, donde pude dejarla un momento, en busca de ayuda. Lamentablemente, en cuanto ésta llegó, tuve que irme. La señora Eleanor Fitz no me dio demasiada opción a permanecer en la estancia, por mucho que aquellos ojos color miel me lo imploraran. Con resignación amarga volví a los establos, intentando recuperar esa concentración en mis tareas como mozo de cuadras. Pero no fue sencillo.

Ni siquiera me detuve para comer algo. Se me había revuelto el estómago de ver a ese desgraciado entre sus piernas. El vello del brazo se me erizó de pura rabia. Cuánto cambiarían las tornas si nos olvidáramos de las clases que nos diferenciaban. Como en una pelea más entre hombres a la salida de un bar, sin necesidad de que hubiera alcohol de por medio. Porque no tenía mayor deseo en aquel momento que partirle la cara a ese noble. Cerré los ojos cuando me percaté de que traía hasta la respiración alterada y los puños habían tomado una tonalidad blanquecina de tanto que los estaba apretando. Apoyé entonces un antebrazo en la pared, resoplando. Me pasé la mano por los cabellos cortos y oscuros antes de dirigirme a la cuadra de la montura de Sybil. El animal estaba inquieto, más cuando  mi figura, de andares trémulos apareció en su cercanía.

Finalmente, tuve que hacer un esfuerzo mayúsculo por tranquilizarme, y olvidarme parcialmente de lo ocurrido.

A partir del momento en el que tomé esa decisión, me fue mejor, volviendo a mis quehaceres, limpiando a los animales, alimentándoles y dejando que se dieran una última vuelta antes de que el anochecer los pillara.

Para mi sorpresa, en una de las ocasiones en las que cargaba con una pequeña paca de heno, el señor, padre de Sybil, se presentó en las cuadras. Por lo visto, vino con la intención de agradecerme también la rápida actuación frente a Lord Dacey. Estuve tentado de sugerirle que tendría que mirar un poco más a esos hombres con los que juntaba a su hija, pero me abstuve. No era quien para hacer algo así. ¿Qué le iba a decir? ¿Que yo era la mejor opción? Sería benevolente si sólo se reía en mi cara. Era un hombre de trato afable, aunque la diferencia de estatus era algo hasta palpable. Se interesó por cómo me había ido el resto del día o si me encontraba bien y había conseguido adaptarme. Omití demasiados detalles, limitándome a sonreír y a ser escueto en mis contestaciones. No había por qué complicar más las cosas.

Y así, llegó la noche. En esta ocasión, al pasar por las cocinas, dispuesto a pegarme una ducha para desprenderme del olor a cuadra me topé con la señora Fitz-. Tenga, señor Hawthorne. -me tendió una manzana que se me antojó apetitosa, con ese rojo intenso-. No se piense que no me he dado cuenta que no probó bocado al mediodía, muchacho. Pero no se preocupe. Es comprensible por el susto. Intente descansar esta noche. -pese a sus palabras amables, su tono fue lacónico. Por cansancio, tan solo respondí con un asentimiento, obediente, antes de enfilar hacia los pisos superiores, hacia mi cuarto, mientras daba buena cuenta de la pieza de fruta.

La ducha me sentó realmente bien. Corta y cálida. Espantó el frío que se había instalado en mis huesos ante ese destemple por la adrenalina. Cosa curiosa, porque tuve que quitarme la parte superior del pijama al rato de ponérmelo. Supuse que aún me duraba la ira que hacía que mi cuerpo emanase más calor que de costumbre.

Miraba al techo, tumbado bocaarriba en la cama, con la parte posterior de la cabeza apoyada en mis manos cuando la puerta sonó suavemente. Una línea de luz tenue entró seguida de un rostro conocido, con voz temblorosa. Mi sonrisa se dibujó con cierto deje de preocupación-. Sybil... -murmuré, antes de incorporarme de la cama e ir a su encuentro. Tomé el pomo de la puerta y tiré con suavidad, dándole vía libre para que pudiera pasar-. Claro, adelante. -musité sin levantar el tono, cerrando la puerta cuando ya estuvo dentro. Con ternura, me hice con la lámpara que portaba, dejándola en la mesilla, antes de volver a ella y como era costumbre, acariciar su mejilla-. ¿Cómo te encuentras?

Tarde, me di cuenta de su sugerente vestimenta... y la falta de la mía.

No es que fuera a intentar nada. De hecho, tenía la impresión de que no era buen momento, menos después de lo que aquel hombre le había dicho. No quería que la rubia perdiese valor si llegaba a algo más conmigo. Pero no pude reprimir esa sinceridad al verla así-. Aún en pijama... estás increíble. -susurré, tras posar mis labios en su frente, con suavidad, tanto el tono como aquel beso.


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Mensaje por Sybil Findair Vie Sep 18, 2015 7:54 am

La voz de Liam fue un remanso de paz en aquella noche. Deseó volver a escuchar su nombre de sus labios. Como si él supiese que lo necesitaba más de lo que podía decirle, se levantó y fue a su encuentro. Según se fue aproximando la figura masculina, se sintió más protegida. Como si sólo él pudiese perdurar aquella situación con su presencia.

Con pasos suaves y elegantes se adentró en la habitación, una vez él le dio permiso. La puerta se cerró tras ella, sigilosamente.  Le regaló un esbozo de sonrisa cuando tomó su lámpara, agradeciéndole el trato silenciosamente. Entonces, cuando él se dio la vuelta, se dio cuenta de que no llevaba camisa. Ante ella había una varonil espalda, de músculos trabajados y que se marcaban con los movimientos que él hacía.

Dejó de respirar y sus mejillas se tiñeron de un suave rubor, según él se giraba y ella podía apreciar el torso desnudo. Fijándose en él. Era la primera vez que veía a un hombre que no estaba completamente vestido. Y, lejos de desagradarle, deslizaba su curiosa mirada por su piel.

Justo antes de que él llegase a acariciar la mejilla, con su cercanía, su propio pecho se elevó, tomando aire, sin apartar su mirada de él. Sabía que no debía de causarle tanta impresión, por la horrible experiencia en las cuadras con el otro noble. Pero también era consciente que, de haber sido Liam en vez de Dacey, no le hubiera dicho que no. No hubiera gritado pidiendo ayuda, no lo habría golpeado para quitárselo de encima. De haber sido Liam, ella misma le hubiera pedido ser suya sobre la paja.

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Una vez él acarició su mejilla, dejó caer los párpados, perdiéndose en la agradable y tierna sensación. Suspiró y lo miró de nuevo, esta vez a los ojos, cuando le preguntó.

-Mejor ahora que estoy contigo –susurró y alzó una mano para posarla sobre el pecho desnudo-. ¿Cómo estás tú? –agregó.

Pudo sentir la calidez de la piel ajena bajo la yema de sus dedos, los cuales se deslizaron con delicadeza y lentitud, dibujando un mapa de aquellos pectorales. Hasta que se detuvieron, al ser su dueña consciente de la atracción que sentía por él. De aquel deseo que ninguno de los dos quiso evitar cuando se besaron por primera vez. De la tentación que suponía decirle él era el único hombre al cual quería entregarse.

¿Por qué no podía ser él una opción para pasar el resto de su vida con él? ¿Por qué tenía que desposarse con un noble que no querría y que no desearía? Cada vez que estaba a solas con él, era como si el tiempo se detuviese. Como si nada más importase. Como si aquella diferencia que los separaba dejase de existir. Hasta que la realidad se encargaba duramente de despertarlos de aquel sueño. Exigiéndoles ser conscientes de todas las dificultades.

Un suave beso en su frente fue cuanto necesitó para acallar sus pensamientos, para relajarse. Y, cuando él habló de nuevo, sus labios se curvaron en una sonrisa. Al tiempo que volvía a ruborizarse por el halago.

-No más que tú sin camisa –susurró en devuelta, deslizando sus manos por los costados masculinos para empezar un abrazo-. Liam, gracias por salvarme –murmuró, apoyando sus labios a un lado de la quijada de él-. Prométeme que no saldrás de aquí… No quiero que te haga daño… -agregó, por la amenaza del noble.

Se separó con suavidad, caminando hasta la mesita de noche, mientras deslizaba la tela de la bata sobre sus brazos y se la quitaba. En el mueble, dejó la prenda, quedándose con el vestido para dormir. Rodeó la cama con gracia natural, antes de tumbarse en ella con delicadeza de costado, mirándolo. Sus dedos acariciaron el lugar vacío y le regaló una suave sonrisa.

-¿Sería mucho pedir que te echases conmigo y me abrazases un rato? –susurró, no pudiendo evitar un deje juguetón en su voz-. Por favor, Liam… -murmuró en añadido.

Sólo un rato, en sus brazos. Aún cuando le apetecía quedarse toda la noche y despertar a su lado, tendría que regresar a su propia cama mucho antes. Sólo unos minutos, quizá una hora, para permitirse soñar que estaban los dos juntos, sin nada ni nadie que los separase. Para fingir que aquella era su casa, su dormitorio. Llenando el tiempo con momentos íntimos, llenos de tiernas caricias, conversaciones y poder sentir su calor a su lado. ¿Había algo de malo en ello?


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Mensaje por Liam Hawthorne Vie Sep 18, 2015 12:23 pm

Se la veía afectada, tensa, pese a esa suavidad con la que se movía y hasta me miraba. Se dejaba llevar con timidez, cuando la invité a que pasara, cuando me hice con la lámpara, dejándola a un lado, cuando me acerqué a ella con la misma delicadeza. No supe entonces definir esa tensión suya. ¿Acaso estaba cohibida? ¿Acaso ese encontronazo con el noble la había creado el acto reflejo de protegerse contra cualquier figura masculina? No quise darle más vueltas a ese tipo de reflexiones, pues no me llevarían a buen puerto, ninguna de ellas. Principalmente porque yo no tenía nada que ver con aquel desgraciado impetuoso que había intentado forzarla. Le habría destrozado la vida si yo no hubiera llegado a tiempo. Tragué saliva cuando mi mente divagó por aquel camino escabroso y alternativo, antes de volver con ella, a esa pequeña habitación que yo tenía para dormir en aquella mansión.

Fruncí el ceño, por su reacción justamente anterior a que mi mano se posara sobre su semblante. Me preocupó. Parecía clamar por una tranquilidad que le costaba mantener. ¿Tanto le había afectado aquel ser egoísta y aprovechado? No obstante, el que ladeara su propio rostro y cerrara los ojos, cuando mis yemas se pasearon parcialmente por su piel, me calmó un tanto, llegando a ladear una sonrisa leve en mis labios. Ésta se marcó más con su respuesta, llegando a mostrar mis dientes ligeramente. Mi pecho se infló al sentir la calidez de su mano, pero mi sonrisa volvió a esconderse con su pregunta-. Preocupado por ti, Syb. -contesté mientras perdía mis ojos en los suyos. Toda esa rabia, esa ira consecuente de haber visto a otro hombre intentando hacer daño a la mujer por la que estaba allí, por la que haría tantas cosas, no había llegado a remitir del todo, pues cada vez que aquella imagen volvía a mi mente, sentía la imperiosa necesidad de apretar puños y dientes, como si con ello consiguiese devolverle el golpe a aquel malnacido. Y, hasta ese momento, no pensé que hubiera algo que me hiciera olvidarme de algo así con facilidad. Dije hasta ese momento, pues entonces Sybil sonrió.

Reí con suavidad por su evasiva ante el halago-. No esperaba visita... -dije como mera excusa-. Pero algo me dice que no te importa lo más mínimo. -me aventuré, con cierto deje juguetón y manso, mientras correspondía esa iniciativa de abrazo. Ladeé mi cabeza hacia la suya cuando me agradeció lo que había hecho en un murmullo. Estaba convencido de que no actuaría de otra forma si volviera a pasar. Tampoco era necesario ese agradecimiento. No dije nada, porque el replicar no llevaría a ningún lado. Tan solo volví a dejar un beso allí dónde alcancé con mis labios. Nos mecí con suavidad, casi de forma inconsciente, antes de separarme lo justo para poder encararla cuando hablo-. ¿De verdad piensas que va a poder? -fruncí el ceño, casi contagiado por su preocupación. No había contemplado esa opción-. Sybil, no tenía pensado salir... ¿A dónde iba a ir sin ti? -inquirí con curiosidad, tranquilo. No había tenido necesidad de abandonar la finca, pues todo lo que yo necesitaba ya estaba en su interior-. No me va a pasar nada, preciosa. -aseguré, en un intento por aplacar esa inquietud que, repentinamente, había sacudido a los dos.

Entonces se apartó con su suavidad característica. Por mi parte, la seguí con la mirada, idiotizado, observando cómo se deshacía de la bata y se tumbaba en la cama. Volví a sus ojos, sonriendo como mera respuesta a su pregunta, a ese ruego contenido mientras paseaba su mano por el hueco que me correspondería a mí, esa vez. Me acerqué a ella, sin reprimir el impulso de agacharme, apoyar la rodilla y el brazo contrario en el colchón y buscar sus labios. No tenía intención oculta, simplemente me habían hecho falta durante demasiadas horas. Con el dorso de la mano que no tenía apoyada acaricié su suave pómulo, mientras bebía de aquel beso con calma. Un atisbo de avidez movió mis labios en el último momento, queriendo expresar tanto con tan poco. La deseaba con todas mis ganas, pero también sabía que aquello le traería más problemas incluso que los simples besos que pudiéramos darnos. Acabé separándome, exhalando lentamente, antes de alzar parcialmente la comisura de mis labios. Me acomodé entonces en la cama, pasando el brazo por debajo de ella-. Ven aquí. -dejé que se acomodara sobre mi pecho, terminando de rodearla con el brazo, dejando caricias con éste sobre su espalda, con el fin de tranquilizarla. Cerré los ojos, más que a gusto, con la increíble sensación de poder estar así con ella. No supe cuanto tiempo pasó, no mucho seguro, antes de que mis divagaciones me hicieran interrumpir aquel silencio-. Me encantaría pedirte que te quedaras esta noche... -pensé en voz alta, mientras dejaba un beso sobre la parte alta de su frente. Apoyé entonces la cabeza en la almohada y llené mis pulmones de aire, hinchando el pecho momentáneamente, antes de soltarlo con lentitud.


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Mensaje por Sybil Findair Mar Sep 22, 2015 10:05 am

Suspiró al ver la sonrisa en el varonil rostro, llegando a dibujarse una parecida en sus propios labios. Sintió su pecho subiendo bajo su propia mano, como si quisiera propiciar más aquel encuentro. Su respuesta la hizo adelantar su rostro y rozar suavemente la nariz con la de él. Sus pardos irises chocaron con los azules que él poseía. Nadando en ellos, como si quisiera sumergirse y vivir en sus pupilas.

-Entonces déjame cuidarte para que estés mejor –murmuró, ascendiendo la mano libre hasta una de las sienes masculinas e internando los dedos estirados por el cabello.

Sonrió abiertamente cuando lo escuchó reír. No podía explicar con palabras el bien que le hacía aquel sonido proveniente de él. Ladeó la sonrisa por la excusa que puso y emitió un delicado “mmm” fingiendo que pensaba, antes de volver a hablar.

-¿Siempre te la quitas cuando no esperas visita? –inquirió, enarcando una ceja jugando. Se ruborizó suavemente y mostró una sonrisa cohibida-. No me importa tocarte sin ropa y tener buenas vistas –le devolvió, escapándosele un murmullo con un deje de ronroneo cuando le correspondió el abrazo.

Dejó caer los párpados, juntando sus cabezas, dejando que su propio cuerpo se dejase llevar cuando la meció. Con los labios ajenos apoyándose en su piel de una forma tan tierna que no le hubiera importado regresar a Londres con él si se lo hubiese pedido en ese momento. Repasó la espalda masculina con suavidad, deslizando las yemas de los dedos por la cálida piel.

-No lo sé… pero prefiero no pecar de confiada –susurró, mirándolo a los ojos. Esbozó una cálida sonrisa cuando le preguntó a dónde iba a ir sin ella. Aquel hombre sabía bien cómo enternecerla. Apoyó su mejilla contra la de él, meciéndolos suavemente-. Mmm… eso de no pasarte nada… veremos. Quizá no te libres de que te robe un beso alguna vez que te vea –murmuró, medio en broma, en un intento de calmarlo también a él.

Lo esperó luego echada en la cama, observando cómo se acercaba. Esbozó una sonrisa hasta que él se agachó. Lo miró a los ojos un instante, con una mirada que quería decir más de lo que podían sus palabras. Sus labios recibieron los ajenos con suavidad, correspondiendo al beso como si tuviese todo el tiempo del mundo en deleitarse en él. Puso una mano en el cuello masculino, hasta que él intensificó el beso y sus dedos treparon hasta los cabellos, internándose en ellos. Mientras su propio cuerpo buscaba el ajeno, con sus labios imprimiendo pasión contagiada.

Suspiró cuando él se separó y lo miró con un atisbo de intensidad. Pero ante su pedido, se acurrucó contra él, sobre su pecho. Correspondiendo las reconfortantes caricias en la espalda con unas sobre el torso masculino. Suspiró, sintiéndose en calma. Dejó caer sus párpados un momento, deseando que fuesen así todas las noches. Pudiendo quedarse con él hasta el amanecer. Sus labios dibujaron una sonrisa al escucharlo de nuevo y la marcaron más al sentir el beso en su frente. Tan tierno, tan cariñoso, tan adorable… Así se había imaginado que sería su vida de estar con alguien.

-Mmm… -murmuró sintiéndose a gusto, sin poder borrar la sonrisa-. Puedo quedarme toda la noche… y volver pronto a mi cama –susurró, mirándolo e inclinándose sobre él para dejarle una seguidilla de suaves besos por la mejilla hasta la quijada masculina. Al tiempo que deslizaba sus dedos en pequeñas caricias por sus pectorales. Hasta que reparó en una cicatriz en el hombro izquierdo y frunció el entrecejo preocupada-. Liam… ¿cómo te la hiciste? –preguntó en voz baja, repasando aquella marca bajo sus dedos.

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Mensaje por Liam Hawthorne Miér Sep 23, 2015 3:08 pm

Cerré los ojos con suavidad, dejando que aquella caricia en mi sien me transmitiera toda esa preocupación que había visto en sus ambarinas pupilas segundos antes. No dije nada, pues creí que la sonrisa que se alzó suavemente en la comisura de mis labios hablaría por sí misma.

Mi risa dejó de hacer temblar mi pecho, quedando sólo una sonrisa, antes de contestar su pregunta-. Sólo cuando tengo calor. -y tenía calor por la situación que había vivido a mediodía, cuando había descubierto a un cabrón malnacido intentando aprovecharse de la mujer de la que estaba enamorado. Eso encendía a cualquiera y yo aún acusaba ese calor excedente, a pesar de que hubieran pasado varias horas-. Naturalmente, si espero visita, no me la quito. Por mucho calor que tenga... -¿por decoro? ¿Por educación? Quizás, por intentar ser respetuosamente estúpido. ¿Quién podía saberlo?
Suspiré al abrazarla, sin dejar de sonreír por sus palabras. Obvio que no le importaba, como a mí no me importaría si se diese el caso contrario, aunque tengo que reconocer que yo no tendría autocontrol alguno en ese caso. Pero, por suerte o por desgracia, la situación era distinta. Y yo no podía decir que no estuviera disfrutando de mantenerla entre mis brazos, pese a sus últimas palabras. Asentí, concediéndole la razón. Mejor era pecar de cauto. Marqué la curva que ya adornaba mis labios-. Uy, ese sería el menor de mis problemas... -el tranquilo gesto se enturbió ligeramente al pensar en la posible venganza de aquel tipo o, incluso, alguna vejación por parte de mis compañeros del servicio. No les conocía lo suficiente como para asegurar que no tuvieran tal impulso. Después de todo, los ingleses y los escoceses seguían teniendo esas rencillas. Que lo extrapolaran a mi persona, no me resultaría extraño, aunque sí estúpido, pues yo tan sólo era un trabajador más, que no le daba la misma importancia al origen, como lo pudieran hacer ellos. Me reiteraba en la afianzada decisión de no decirle nada a Sybil, pues habiendo visto el percal, ahora sí sabía que ella tenía problemas de los que encargarse, más allá de los que yo habría podido suponer- en el caso de que lo considerase como tal... -añadí antes de que se diera por aludida. No quería pararme a pensar en otra cosa, en otro instante, que no fuera aquel, en el que teníamos toda esa libertad que nos ofrecía mi cuarto para poder estar juntos.

De poder, me habría encantado quedarme en ese beso toda la noche. Desgastar mis labios en el roce de los suyos, sin la necesidad de caer en nada más. Una necesidad que acabaría apareciendo, por dónde estábamos, cómo estábamos y... por lo que sentía por ella. La quería sólo para mí, en un arranque egoísta que no podría saciar. Porque tarde o temprano, vería cómo otro me la robaba de forma irremediable.

Fue por ese pensamiento, que apreté ese abrazo en torno a ella cuando se apoyó en mi pecho. Mis labios se volvieron a alzar en una tranquila sonrisa, ante sus caricias, sus murmullos y hasta ronroneos. No había rastro de tensión, de miedo, en su semblante. Y eso me trasmitió más tranquilidad, si cabía mencionar. Cerré los ojos, ampliando mi sonrisa algo más cuando me consintió, teniendo la intención de quedarse más tiempo conmigo, dejando que pasease sus manos todo cuanto quisiera. No podía decir que no me estuviera volviendo adicto a sus caricias. Entreabrí la mirada, neutralizando mi sonrisa, para comprobar a qué se refería-. Ah... eso. -encogí suavemente el hombro, antes de carraspear con ligereza-. No fue nada, Sybil. Quise defender a un amigo en una pelea... -expliqué, alzando la mano del lado contrario a ella, repasando la barbilla con el dorso del dedo índice, mientras me quedaba embobado mirándola-. No te preocupes... Lleva años curada. Lo único que cuando hace mucho frío se me resiente un poco, pero nada más.


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Mensaje por Sybil Findair Sáb Sep 26, 2015 4:49 pm

Llegó a sonreír a ver la curvatura en la comisura del hombre. La risa masculina fue música para sus oídos, deseando volver a escucharla y que él olvidase cualquier preocupación. Ante su respuesta, supo a qué se refería. No era una noche especialmente cálida, por lo que aún le debía durar el efecto del enojo con el noble que había intentado forzarla. Pero en vez de retomar ese tema, decidió que era mejor bromear y juguetear un poco. Enarcó una ceja dorada y lo miró, curvando el extremo de una de las comisuras de sus labios, de manera traviesa.

-¿Ah, sí? Interesante –marcó con aire divertido, tentada a comprobarlo-. ¿Hm? ¿Problemas? –murmuró abrazada a él, sin llegar a ver el cambio en el semblante ajeno. Pero él fue lo suficientemente rápido como para añadir unas palabras antes de que ella escarbase más en el asunto. Apoyó sus labios sobre el cuello masculino, en un suave beso-. Más te vale que no lo consideres un problema… porque eres mío –susurró, dejándole sentir su cálido aliento sobre la sensible piel.

Al sentir el cambio de presión en el abrazo, suspiró. Se sentía demasiado bien como para querer levantarse. En sus brazos, apoyada en su pecho, con sus caricias en la espalda. Porque tuvo la certeza de desear poder estar así cada noche y cada día al despertar. Sin importar si era aquella habitación u otra. O en las caballerizas. O bajo el cielo estrellado. Porque cuanto importaba era estar con él, con aquel hombre al que había entregado su corazón y el único con quien quería pasar el resto de su vida.

Cuando le explicó la causa de aquella cicatriz, lo miró con ternura. Dejó caer los párpados, relajándose ante la caricia del dorso del dedo que se paseaba por su barbilla. Suspiró y movió un poco la cabeza, rozando su piel con el índice que la tocaba, de manera dulce e íntima.

-Tienes un gran corazón, Liam –susurró, sin suavizar su acento escocés, marcándolo al pronunciar su nombre. Ladeó su cabeza para posar sus labios sobre la cicatriz. Una y otra vez. Dejándole sentir la calidez de su piel en el hombro-. Si alguna vez hace frío y no puedo transmitirte calor, recuerda mis besos –murmuró contra la cicatriz. Giró su cabeza lo suficiente como para enfocar el rostro masculino con sus irises marrones… antes de tener el impulso irrefrenable de apoderarse de los labios ajenos en un beso suave al que imprimió un poco de intensidad al final. Se separó, juntando sus frentes-. ¿Alguna cicatriz más que deba conocer? –susurró, deslizando las yemas de sus dedos con tranquilidad por el torso masculino-. Liam… ¿puedo pedirte algo? –murmuró, mirándolo a los ojos.


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Mensaje por Liam Hawthorne Lun Sep 28, 2015 11:21 am

No pude evitar aquel escalofrío que bajó por mi espalda, al sentir ese beso seguido de ese susurro que denotó posesión. Exhalé por la nariz lenta y sonoramente, sintiéndome, efectivamente suyo. Mas una parte de mí se revelaba contra todo aquello, porque sabía que por mucho que Sybil se reiterase en esa sensación que me arrastraba en su dirección, no podríamos estar juntos. No a menos que ella sacrificara su rango, como mínimo. Seguramente, su padre tendría fuertes reparos en dejar que su única hija se desprestigiase por un simple trabajador. Sin embargo, no había otra cosa que no no pudiera desear más: una vida con ella. Me desviviría por conseguirla si me dijeran que ese sueño era posible.

Por el momento, me quedaba disfrutar de aquellos momentos a escondidas. De aquel en concreto. En la intimidad de mi cuarto, sin preocuparnos por primera vez de miradas indiscretas, dedos acusadores o inspiraciones de desaprobación.

De poder, habría hecho aquel instante junto a ella en la cama, eterno. Sin más pretensión. Sin otra intención. Tan sólo esa primera vez juntos en la misma cama. Por mucho que deseara llegar más allá, que me muriera por recorrer todo su cuerpo con mis labios, ansioso por hacerla totalmente mía, entregándome a ella en la misma medida. Pero no, primaba aquella ternura despertada por aquel remanso de tranquilidad, y, sobre todo, el respeto que yo pudiera tener por sus deseos o, incluso, esa pesada carga que las palabras del tal Dacey habían traído. Si se entregaba a mí, estaría en la obligación de ocultar más cosas. O forzada a rebajarse, sin ninguna otra opción.

Y no quería algo así para ella.

Su susurro sonsacó mi sonrisa de nuevo. Y su marcado acento la acentuó, afianzándola en mi rostro. Me enterneció que se preocupara por algo tan insulso como esa cicatriz, marca de hacía años. Negué suavemente cuando alzó su mirada a la mía, tras besar repetidamente mi piel-. Te equivocaste de sitio para que yo recuerde tus besos. -musité levantando la cabeza, en busca de sus labios, cediendo a ese impulso suyo que alcancé a ver. La mano que mantenía con mayor libertad de movimiento subió hasta la barbilla femenina, para pellizcarla con suavidad mientras yo me perdía en aquel beso que no quería que acabase. Con mi otra mano, la atraje contra mí, deseando sentir aún más, si pudiera, esa calidez que emanaba de su cuerpo a través de su camisón. Sin llegar a controlarlo a tiempo, exhalé por la nariz cuando nuestros labios aún estaban enlazados en aquel baile-. No, tampoco soy tan problemático. -contesté a su pregunta, con un deje indignado. Fingido, por supuesto. Sybil ya había comprobado lo violento que era. Enarqué una de mis cejas con esa pregunta con voz trémula-. Dime, Syb... -susurré, tranquilo, aunque con el ceño ligeramente fruncido.


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Mensaje por Sybil Findair Miér Sep 30, 2015 7:45 am

Sus labios se estiraron en una sonrisa tranquila y divertida al mismo tiempo, cuando lo escuchó. Antes de que se encontraran con los masculinos en un beso que no le apetecía romper. Bebió de los labios ajenos, como si tuvieran toda la vida para disfrutar de aquellos encuentros. Su cuerpo presionó contra el de Liam, deslizando una pierna por encima de una de las del varón. Perdiéndose en la reconfortante sensación que era estar con él.

-Bien… porque las únicas marcas que pretendo que tengas, serán las que yo te haga –susurró, presionando suavemente sus dientes sobre el hombro, antes de descender a besar el varonil pecho, justo sobre el corazón. Como si fuese capaz de combinar la posesividad con el romanticismo en una fracción de segundo-. Que no apagues la linterna, por favor. Tengo cierto… mmm… respeto a la oscuridad… -susurró en respuesta, mientras acomodaba su cabeza sobre su hombro.

Presa de un sosiego sin igual, con una calma sonrisa. Deslizando su mano por el pecho en delicadas caricias de las yemas de sus dedos hasta trazar un camino que llevó al costado contrario de Liam. En un abrazo que la hizo suspirar. Sabiendo que, aunque tuviese que despertarse antes del alba, aquella noche dormiría plácidamente. Por estar junto a él. Con sus corazones tan cerca que sus latidos se sincronizaban. Sabiendo que se pertenecían el uno al otro.



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