AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Game Over | Privado [Flashback]
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Game Over | Privado [Flashback]
“Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja”
Proverbio italiano
Proverbio italiano
La celebración del segundo natalicio de su hija menor la había dejado exhausta. Un almuerzo austero, algunos vecinos con sus respectivos niños, los pocos empleados que les quedaban, los tres retoños fruto de su matrimonio con Carmichael, y ella. Había agradecido, casi con lágrimas en los ojos, los regalos humildes y que cada uno llevase algún platillo para que Brianna no gastase demasiado. A pesar de que las deudas la apremiaban, jamás dejaría de festejar el cumpleaños de ninguno de sus hijos. Había visto a Malcolm y a Douglas reír a carcajadas con los otros pequeños de su edad, a Nerys intentando perseguirlos, provocando risas en todos. A pesar de que ellos mitigaban el dolor de la ausencia de su marido, no pudo deshacerse de la piedra que le oprimía el pecho. Habría querido compartir tan hermoso momento con su Morgan, le habría encantado ver juntos a sus nenes disfrutar, departir con los invitados y sentirse orgullosos de la familia que habían formado. También, le habría sido agradable evitar las miradas cargadas de lástima que le dirigían; había intentado ignorarlas, pero su peso se había alojado en su espalda. Algunos creían que había muerto, otros que la había abandonado por otra mujer, los menos tenían la misma esperanza que ella: que estuviese herido y aún imposibilitado de volver a su hogar. Y a pesar de que se esmeraba en no perder la esperanza de que el amor lo guiaría de vuelta, lentamente, la fe iba desapareciendo.
Depositó a una Nerys agotada en su cama, mientras Douglas y Malcolm, con la energía inagotable de la niñez, jugaban a la escondida en la parte delantera. Se sentó en el escalón que separaba la puerta de entrada del jardín, con la mirada atenta en sus hijos. El Sol se retiraba lentamente en el horizonte, una brisa fresca comenzaba a soplar, obligándola a ajustarse el abrigo. Sus hijos parecían no sentir el cambio en la temperatura, pero Shannon, muy a pesar de ellos, les pidió que entrasen a la casa. Agradecía que fuesen tan obedientes, que jamás hiciesen un gesto de disgusto y que, a pesar de extrañar a su padre, la llenasen de fortaleza para superar cada día. No había mañana que no le doliese despertar sin él y no había atardecer que no lo esperase con ansia. Pero ya no lloraba por su marido, había dejado de hacerlo desde que un acreedor la había violado frente a los inocentes ojos de su hijo mayor. Malcolm no se había olvidado del hecho, nunca la perdía de vista, pero habían decidido no hablar de ello. El silencio se había cernido sobre sus vidas, protegiéndolos del dolor de la pérdida de la inocencia. A pesar de llevar años en una profesión peligrosa, a pesar de haber acompañado a Carmichael en misiones que ponían en riesgo su existencia, a pesar de que había matado hombres y criaturas, nunca había tomado noción de la peligrosidad y de la maldad, hasta que le habían arrebatado la dignidad contra el tronco de un árbol, hasta que vio, en los ojos atónitos de su niño, el verdadero temor.
Sentados en la mesa, los dos pequeños dibujaban con unos carboncillos que le habían regalado a su hermana menor y que, claramente, ésta aún no usaría. La escocesa se había acomodado junto a ellos mientras desarmaba la trenza que una doncella le había hecho para la celebración. La misma muchacha, en ese momento, prendía las luces de la casa, demasiado grande para los trabajadores que se habían quedado, demasiado grande para ella, demasiado grande para los nenes. Escuchó el sonido de unos caballos acercándose y, desde que su esposo había desaparecido, eso no significaba nada bueno. Esperó, deseando que se desviasen en alguna bifurcación del camino, pero estaban cada vez a menor distancia. Brianna suspiró con agotamiento; en ese momento, no tenía ni un franco para pagar una deuda. Ya le habían rematado tierras, le habían robado animales y una mala cosecha le había impedido poder vender granos para hacerse con algo de dinero. Percibió los ojos de Malcolm y le sonrió para tranquilizarlo, pero él había tomado muy enserio su lugar de hombrecito de la casa luego del aberrante episodio que le había tocado vivir, por lo que dejó su entretenimiento y le ordenó a Douglas que recogiese lo que habían estado utilizando. La mujer se llenó de ternura cuando su segundo hijo acató la orden de su hermano mayor como si se tratase de la palabra de un oficial del Ejército.
Los tres golpes en la puerta, firmes, le provocaron un escalofrío. Esperó, uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, y éstos volvieron a repetirse. Quizá, si no atendía, podría evitar una situación incómoda, pero recordó que los faroles ya estaban encendidos. Sus dos perros gruñían, por lo que se vio obligada a pedirles a los nenes que los llevasen a otra habitación. Cuando, niños y animales, hubieron desaparecido tras el pasillo, tomó el picaporte y abrió. Se encontró con Horst Neumann en persona, su principal acreedor, un hombre famoso por no perdonar a sus deudores, un caballero gallardo, más alto que ella –a pesar de encontrarse en la altura-, con la mirada cruel y algunas arrugas en el rostro que develaban que ya no era un muchacho. Estaba secundado por algunos de sus hombres, aunque no lograba distinguir todos los rostros.
—Buenas noches, Monsieur Neumann —lo saludó con una leve reverencia, antes de darle el paso. —Es usted muy bienvenido.
Depositó a una Nerys agotada en su cama, mientras Douglas y Malcolm, con la energía inagotable de la niñez, jugaban a la escondida en la parte delantera. Se sentó en el escalón que separaba la puerta de entrada del jardín, con la mirada atenta en sus hijos. El Sol se retiraba lentamente en el horizonte, una brisa fresca comenzaba a soplar, obligándola a ajustarse el abrigo. Sus hijos parecían no sentir el cambio en la temperatura, pero Shannon, muy a pesar de ellos, les pidió que entrasen a la casa. Agradecía que fuesen tan obedientes, que jamás hiciesen un gesto de disgusto y que, a pesar de extrañar a su padre, la llenasen de fortaleza para superar cada día. No había mañana que no le doliese despertar sin él y no había atardecer que no lo esperase con ansia. Pero ya no lloraba por su marido, había dejado de hacerlo desde que un acreedor la había violado frente a los inocentes ojos de su hijo mayor. Malcolm no se había olvidado del hecho, nunca la perdía de vista, pero habían decidido no hablar de ello. El silencio se había cernido sobre sus vidas, protegiéndolos del dolor de la pérdida de la inocencia. A pesar de llevar años en una profesión peligrosa, a pesar de haber acompañado a Carmichael en misiones que ponían en riesgo su existencia, a pesar de que había matado hombres y criaturas, nunca había tomado noción de la peligrosidad y de la maldad, hasta que le habían arrebatado la dignidad contra el tronco de un árbol, hasta que vio, en los ojos atónitos de su niño, el verdadero temor.
Sentados en la mesa, los dos pequeños dibujaban con unos carboncillos que le habían regalado a su hermana menor y que, claramente, ésta aún no usaría. La escocesa se había acomodado junto a ellos mientras desarmaba la trenza que una doncella le había hecho para la celebración. La misma muchacha, en ese momento, prendía las luces de la casa, demasiado grande para los trabajadores que se habían quedado, demasiado grande para ella, demasiado grande para los nenes. Escuchó el sonido de unos caballos acercándose y, desde que su esposo había desaparecido, eso no significaba nada bueno. Esperó, deseando que se desviasen en alguna bifurcación del camino, pero estaban cada vez a menor distancia. Brianna suspiró con agotamiento; en ese momento, no tenía ni un franco para pagar una deuda. Ya le habían rematado tierras, le habían robado animales y una mala cosecha le había impedido poder vender granos para hacerse con algo de dinero. Percibió los ojos de Malcolm y le sonrió para tranquilizarlo, pero él había tomado muy enserio su lugar de hombrecito de la casa luego del aberrante episodio que le había tocado vivir, por lo que dejó su entretenimiento y le ordenó a Douglas que recogiese lo que habían estado utilizando. La mujer se llenó de ternura cuando su segundo hijo acató la orden de su hermano mayor como si se tratase de la palabra de un oficial del Ejército.
Los tres golpes en la puerta, firmes, le provocaron un escalofrío. Esperó, uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, y éstos volvieron a repetirse. Quizá, si no atendía, podría evitar una situación incómoda, pero recordó que los faroles ya estaban encendidos. Sus dos perros gruñían, por lo que se vio obligada a pedirles a los nenes que los llevasen a otra habitación. Cuando, niños y animales, hubieron desaparecido tras el pasillo, tomó el picaporte y abrió. Se encontró con Horst Neumann en persona, su principal acreedor, un hombre famoso por no perdonar a sus deudores, un caballero gallardo, más alto que ella –a pesar de encontrarse en la altura-, con la mirada cruel y algunas arrugas en el rostro que develaban que ya no era un muchacho. Estaba secundado por algunos de sus hombres, aunque no lograba distinguir todos los rostros.
—Buenas noches, Monsieur Neumann —lo saludó con una leve reverencia, antes de darle el paso. —Es usted muy bienvenido.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 05/01/2013
Localización : Francia
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
"El que muere paga todas sus deudas."
—William Shakespeare.
—William Shakespeare.
Aunque Horst Neumann, conocido por su vasta riqueza y su indudable poder, no tenía ninguna necesidad de enfrentarse con ninguno de sus múltiples deudores, ya que contaba con personas que hicieran el trabajo sucio por él, ésta vez decidió acudir él mismo. Pero, teniendo a tantos hombres bajo su mando, que servilmente obedecían sus órdenes con solo escuchar el tronar de sus dedos, ¿por qué tomarse semejante molestia? ¿Qué volvía a ese deudor en particular, tan especial? Era ni más ni menos que la esposa de uno de sus enemigos, si bien no el peor de todos, sí uno que se había ganado a pulso su inextinguible rencor. Sinclair no solo se había atrevido a robarle, había hecho algo mucho peor: lo había desafiado. Tal cosa lo había ofendido a niveles insospechados y, como venganza –porque sí, él siempre se vengaba-, había decidido darle un golpe duro, apuntando y disparando donde más le doliera: su familia.
Así, Neumann, que siempre mostraba un semblante tranquilo y hacía gala de unos buenos modales, mientras que en su interior bullía la más pura vileza y crueldad, había capturado a dos de sus hijos, privándolos de su libertad durante algunos días, los suficientes hasta lograr que el padre, quien realmente le interesaba, acudiera a su rescate, conduciéndose voluntariamente hacia su propia trampa, como un ratón que seducido por el queso, se guía peligrosamente rumbo a su ratonera. Lamentablemente, aunque en esa ocasión había logrado perturbar a los infantes hasta causarles pesadillas durante un buen tiempo, las cosas no habían salido acorde a lo planeado. Sinclair había hecho de las suyas y se las había ingeniado para salir airoso de la angustiosa situación, logrando tan solo incrementar la ira de Neumann.
Varios meses habían transcurrido desde entonces pero, Horst, que jamás se había caracterizado por ser un hombre piadoso, aún no olvidaba la insolencia de Sinclair. Durante todo ese tiempo lo había tenido bien presente. Como buen estratega, había sabido manejar la situación a su favor, y gracias a que la paciencia contaba como una de sus virtudes –aunque rara vez la utilizara para fines beneficiosos-, supo esperar el momento preciso para dar el que no solo sería su segundo gran golpe, si no el definitivo. Por si fuera poco, Sinclair le había facilitado demasiado las cosas. Tras desaparecer misteriosamente, le había dejado en bandeja de plata no solo a sus hijos, sino también a su mujer.
Sostener económicamente a una familia conformada por cuatro miembros, no era una tarea sencilla, y mucho menos si quien tenía que lidiar con ello era una mujer que estaba sola. Shannon lo estaba pasando realmente mal, y Neumann estaba enterado porque, desde la desaparición de Sinclair, había ordenado a sus algunos de sus hombres vigilar cada uno de sus pasos. De ese modo, sin que ella estuviera enterada de lo que había sido capaz de hacerle a sus hijos y, de no haber fallado, lo que había pretendido hacerle a su esposo, el peor enemigo de su familia se había convertido en su acreedor. A la fecha le debía lo que podía ser considerado como una fortuna, y si bien ésa no era la primera visita que le hacían con la intención de recaudar lo que adeudaba, ésta vez, teniendo al propio Horst en su casa, nada podía ir peor.
—Esperarán afuera —indicó secamente la imponente voz de Horst Neumann a los hombres que lo escoltaban. Luego, alargó su mano, protegida con un guante de cuero, y tocó tres veces la gruesa puerta de madera.
Obtuvo respuesta hasta su segundo intento. Entonces, la puerta se abrió y detrás de ella apareció una joven mujer de rubios cabellos. Era la primera vez que la contemplaba tan directamente, que la tenía a tan escasa distancia. Desde luego, era aún más hermosa de lo que recordaba. Clavó su mirada en ella como si de un espécimen –uno demasiado llamativo, demasiado atractivo- recién descubierto se tratase.
—Buenas noches, Shannon —respondió él con la misma voz pastosa de siempre, casi cínica, sin apartar su insistente mirada de ella. Resultaba intimidante, definitivamente irritante—. Espero no ser demasiado impertinente visitándola a esta hora tan tardía —añadió con falsa modestia—, comprenderá que el asunto a tratar no puede esperar más tiempo y en vista de que mis cobradores no supieron encontrar una posible solución al problema, decidí acudir personalmente —ella había dicho que era bienvenido, así que cruzó el umbral de la puerta y se instaló en la estancia, sin perder la oportunidad de husmear con disimulo todo lo que le rodeaba. El porte del hombre, su presencia en aquella casa, resultaban en verdad imponentes.
Esperó a que Shannon hiciera algún comentario sobre le tema, que intentara evadirlo o, por el contrario, justificar su excesivo retraso con alguna estúpida historia de madre abnegada. Era una tonta. Lastimosamente, nada de eso funcionaría. Shannon Sinclair había firmado un pacto con el diablo.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
—Lamento profundamente la demora, Monsieur Neumann —se disculpó tras cerrar la puerta. Había percibido que el hombre no estaba solo, que un séquito de empleados lo acompañaba. Era alguien de poder, y acceder a él era casi imposible. Llegar a Horst Neumann había sido una de las últimas opciones que Shannon –por ese entonces Brianna- había contemplado, especialmente por la fama de implacabilidad que le precedía al mentado caballero. Sólo había escuchado su nombre en un par de ocasiones, y nunca con las mejores referencias. Pero, cuando ya no le quedaban prestamistas, debió ir en su búsqueda, rogando que los intereses no fueran irrisorios. Lo habían sido, lo eran, y había estado dispuesta a pagarlos, poniendo la esperanza en la última cosecha, que había terminado siendo mala y, por tal motivo, el pago de la deuda con Neumann se había atrasado más de lo que le hubiera gustado. —No hay excusa que justifique mi proceder, le ruego sepa disculparme —no se pondría en la situación de víctima que detestaba y que, intuía, al visitante tampoco le agradaría. Shannon tenía suficiente con las miradas sesgadas de sus pocos conocidos y de los empleados que iban abandonándola de a uno o de los que debía prescindir por no tener cómo abonarles el sueldo. —De todas maneras, ya tengo el dinero para saldar la deuda hasta el día de la fecha —mintió.
Tenía algunos ahorros que había decidido sólo usaría en caso de extrema necesidad. Era el dinero que había guardado luego de vender las pocas joyas que poseía y que era el que invertiría en educación de los niños. Una excelente profesora de matemática había accedido a cobrarle la mitad por ambos pequeños. Hasta la desaparición de su esposo, era la propia Brianna la que se encargaba de la educación de sus hijos, con ayuda de la institutriz, sin embargo, las tareas que le demandaba no sólo su profesión de cazadora, sino también las que atañían al cuidado del campo, de los animales y del hogar, la mantenían alejada de su dedicada vocación de madre. En más de una ocasión había escuchado a Douglas quejarse con Malcolm de que ella ya no les prestaba la atención de siempre, y era el mayor el que intercedía, explicándole a su hermano que mamá ahora trabajaba mucho más que antes y que ellos debían colaborar portándose bien y haciendo sus deberes. Cada vez que evocaba aquella conversación, los ojos se le llenaban de lágrimas.
El llanto de su hija pequeña le impidió seguir con la conversación. Se excusó educadamente y desapareció tras un pasillo que comunicaba con las escaleras, donde la interceptó una de las pocas doncellas que le quedaban, con Nerys llorando desesperada. La niña, inmediatamente, estiró sus bracitos y depositó su carita caliente y húmeda en su cuello. Shannon la meció por unos segundos, y decidió regresar con la nena en brazos, algo que la incomodaba. No le gustaba tener a sus hijos en medio de aquella situación, especialmente porque no conocía las intenciones de Horst Neumann, y mucho menos de los hombres que lo acompañaban, los cuales, con mucha facilidad, podían irrumpir en su morada y provocar un desastre. Ella era hábil, pero tomar riesgos con sus pequeños dando vueltas, era demasiado.
—Ella es mi hija, Nerys —la presentó con una suave sonrisa. Neumann era alto, bastante más que ella, con un porte de guerrero, y a pesar de que podía intimidar a cualquiera, Brianna estaba acostumbrada al peligro. Pero sabía que debía mantener su posición de dama, y era por ello que se mostraba con la sumisión que le correspondía a su lugar, nada ganaría con prepotencia. Si algo había aprendido de su vida con Carmichael, era que las peores bestias no eran las que poseían un poder sobrenatural, sino un alma oscura. —Seguramente despertó con una pesadilla —le explicó. La niña clavó sus orbes verdosas e intensas, dignos de una Sinclair, en el extraño. Nerys era simpática y, a diferencia de Malcolm, poseía el carácter de Douglas; le sonrió y movió débilmente los deditos de la mano libre –pues la otra la mantenía ocupada en su boca- a modo de saludo. —Como le estaba diciendo, he logrado reunir el monto correspondiente, y si tiene la amabilidad de esperarme, iré por él y podremos finiquitar éste asunto, que en nada nos favorece ni a usted, que se ha tomado la molestia de venir hasta aquí; ni a mí, que estoy profundamente apenada.
En ese instante, Malcolm y Douglas aparecieron a espaldas de Neumann. El mayor, que no le dirigía la vista al visitante, le explicó que estaba buscando a Nerys para que ella pudiera conversar tranquila. Fue en ese instante que, ambos nenes, dirigieron su mirada hacia el visitante. Quedaron estaqueados en su lugar, entre su madre y Horst; pasado el instante de estupor, ambos se aferraron a las piernas de Shannon, que los miró desconcertada. En la mirada de Malcolm había desafío, en la de Douglas, temor.
—Mami, no dejes que ese hombre nos lleve de nuevo —rogó Douglas, que estaba abrazado a su pierna izquierda.
—Douglas, por Dios, ¿de qué estás hablando…? —iba a seguir interrogando a su hijo, pero lo comprendió todo. Horst Neumann había sido el causante de aquella situación que casi le hace parir a Nerys antes de tiempo. Los dos niños habían sido secuestrados por un enemigo de su marido, el cual le había jurado recuperarlos, y así lo había hecho. Durante semanas, los niños tuvieron pesadillas con el rostro del verdugo que casi se cobra la vida de su padre. —No me diga que usted… Dios mío… —Shannon estaba anonadada. Por instinto, apretó a Nerys, y abrazó a Douglas, que era el más afectado por la aparición.
Tenía algunos ahorros que había decidido sólo usaría en caso de extrema necesidad. Era el dinero que había guardado luego de vender las pocas joyas que poseía y que era el que invertiría en educación de los niños. Una excelente profesora de matemática había accedido a cobrarle la mitad por ambos pequeños. Hasta la desaparición de su esposo, era la propia Brianna la que se encargaba de la educación de sus hijos, con ayuda de la institutriz, sin embargo, las tareas que le demandaba no sólo su profesión de cazadora, sino también las que atañían al cuidado del campo, de los animales y del hogar, la mantenían alejada de su dedicada vocación de madre. En más de una ocasión había escuchado a Douglas quejarse con Malcolm de que ella ya no les prestaba la atención de siempre, y era el mayor el que intercedía, explicándole a su hermano que mamá ahora trabajaba mucho más que antes y que ellos debían colaborar portándose bien y haciendo sus deberes. Cada vez que evocaba aquella conversación, los ojos se le llenaban de lágrimas.
El llanto de su hija pequeña le impidió seguir con la conversación. Se excusó educadamente y desapareció tras un pasillo que comunicaba con las escaleras, donde la interceptó una de las pocas doncellas que le quedaban, con Nerys llorando desesperada. La niña, inmediatamente, estiró sus bracitos y depositó su carita caliente y húmeda en su cuello. Shannon la meció por unos segundos, y decidió regresar con la nena en brazos, algo que la incomodaba. No le gustaba tener a sus hijos en medio de aquella situación, especialmente porque no conocía las intenciones de Horst Neumann, y mucho menos de los hombres que lo acompañaban, los cuales, con mucha facilidad, podían irrumpir en su morada y provocar un desastre. Ella era hábil, pero tomar riesgos con sus pequeños dando vueltas, era demasiado.
—Ella es mi hija, Nerys —la presentó con una suave sonrisa. Neumann era alto, bastante más que ella, con un porte de guerrero, y a pesar de que podía intimidar a cualquiera, Brianna estaba acostumbrada al peligro. Pero sabía que debía mantener su posición de dama, y era por ello que se mostraba con la sumisión que le correspondía a su lugar, nada ganaría con prepotencia. Si algo había aprendido de su vida con Carmichael, era que las peores bestias no eran las que poseían un poder sobrenatural, sino un alma oscura. —Seguramente despertó con una pesadilla —le explicó. La niña clavó sus orbes verdosas e intensas, dignos de una Sinclair, en el extraño. Nerys era simpática y, a diferencia de Malcolm, poseía el carácter de Douglas; le sonrió y movió débilmente los deditos de la mano libre –pues la otra la mantenía ocupada en su boca- a modo de saludo. —Como le estaba diciendo, he logrado reunir el monto correspondiente, y si tiene la amabilidad de esperarme, iré por él y podremos finiquitar éste asunto, que en nada nos favorece ni a usted, que se ha tomado la molestia de venir hasta aquí; ni a mí, que estoy profundamente apenada.
En ese instante, Malcolm y Douglas aparecieron a espaldas de Neumann. El mayor, que no le dirigía la vista al visitante, le explicó que estaba buscando a Nerys para que ella pudiera conversar tranquila. Fue en ese instante que, ambos nenes, dirigieron su mirada hacia el visitante. Quedaron estaqueados en su lugar, entre su madre y Horst; pasado el instante de estupor, ambos se aferraron a las piernas de Shannon, que los miró desconcertada. En la mirada de Malcolm había desafío, en la de Douglas, temor.
—Mami, no dejes que ese hombre nos lleve de nuevo —rogó Douglas, que estaba abrazado a su pierna izquierda.
—Douglas, por Dios, ¿de qué estás hablando…? —iba a seguir interrogando a su hijo, pero lo comprendió todo. Horst Neumann había sido el causante de aquella situación que casi le hace parir a Nerys antes de tiempo. Los dos niños habían sido secuestrados por un enemigo de su marido, el cual le había jurado recuperarlos, y así lo había hecho. Durante semanas, los niños tuvieron pesadillas con el rostro del verdugo que casi se cobra la vida de su padre. —No me diga que usted… Dios mío… —Shannon estaba anonadada. Por instinto, apretó a Nerys, y abrazó a Douglas, que era el más afectado por la aparición.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
—¿Que yo qué, Shannon? —pronunció enseguida, y alzó levemente la barbilla en un claro gesto de desafío. Más que una pregunta, su tono de voz implicaba provocación—. ¿Hay algo que quiera decirme? —insistió sin despegarle los ojos de encima, mostrando esa glacial expresión que en su rostro parecía eterna. Tal vez logró intimidarla, o quizá ella sólo decidió actuar con precaución. Como no hubo una pronta respuesta de parte de Sinclair, Neumann agregó con cierta satisfacción—: Sí, eso pensé.
El ambiente se tensó. Hasta el aire se sintió más espeso. Gracias a sus hijos, Shannon lo sabía todo: él era el misterioso hombre, enemigo de Carmichael, que los había secuestrado. No obstante, como el cínico que era, se atrevió a sugerir que no tenía idea de lo que el mayor de los jovencitos estaba hablando.
—Niños. Tienen una increíble e inagotable imaginación, ¿no lo cree? —mostró una hipócrita sonrisa. El legendario pero falso encanto que Horst Neumann había mostrado al inicio, desapareció. Ahora Shannon debía verlo como lo que realmente era, un hombre brutal que estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de lograr su cometido; un asesino.
Los ojos del hombre, rodeados de tenues arrugas, descendieron para entornar al pequeño niño, que permanecía aferrado a la pierna de su madre, como una enroscada y pequeña alimaña que a Horst le parecía en verdad desagradable. Sin embargo, fue el mayor de las criaturas quien logró captar realmente su atención por la forma en que lo miraba, retadoramente, muy similar a como lo había hecho en alguna ocasión su padre. El mocoso era la viva imagen de Carmichal Sinclair.
—Tiene usted una familia encantadora, si me permite decirlo —dijo al tiempo que recorría con la vista a cada uno de los niños, iniciando por la pequeña que sostenía en brazos. Desde luego, aquellas palabras aparentemente inofensivas, viniendo de alguien como él, sólo podían significar una latente amenaza—. Nerys, Douglas… Tú debes ser Malcolm. ¿Qué edad tienes? —el niño no respondió, continuó mirándolo con recelo, siendo consciente de sus malas intenciones. Horst volvió a sonreír como si realmente aquello le causara ternura. A su mente llegaron recuerdos de aquellos días, durante el secuestro. Ah, en verdad había disfrutado ver el terror reflejado en sus pequeños ojos. Si Carmichael no hubiera llegado a tiempo, no habría tenido ningún reparo en asesinar a uno de ellos. O a ambos.
—¿Sabes? Encuentro mucho de tu padre en ti —dedujo tras estudiar al niño—. Sí, no hay duda de que eres un Sinclair. Sin embargo, eso puede ser tan bueno como peligroso. ¿Usted qué dice, Shannon? —alzó la vista hacia la mujer, mas no esperó por una respuesta. Volvió a dirigirla a Malcolm—. Tu hermano, en cambio, pinta para ser un hombre con mucho más prudencia —Douglas demostró su miedo aferrándose aún más a la pierna de su madre cuando notó que se refería a él—. ¿Qué pasa, Malcolm? ¿Acaso tu encantadora madre no te ha enseñado lo descortés que es mirar a las personas así?
Una vez más no obtuvo respuesta. Horst lanzó un suspiro. De verdad le hubiera gustado ver que el pequeño lo enfrentara y así tener el placer de ponerlo en su lugar. Nadie se salvaba de su desprecio, de su crueldad, ni siquiera los infantes. Frauke no había podido darle hijos, eso había contribuido a su amargura, provocando que mostrara cierto rechazo hacia los niños ajenos, como si los considerara pequeñas bestias desagradables. Ahora bien, si se trataba de los hijos de uno de sus enemigos, eso los ponía en otro nivel: los detestaba.
Desvió la mirada y dio media vuelta. Mientras se dirigía a la sala de estar, sin que nadie lo hubiera invitado, desabotonó su impecable traje para así tomar asiento sin la menor dificultad. No dejaba de mirar a su alrededor, reaccionando ante el lugar con una discreta mueca y un destello de frialdad en sus ojos azules. La consideraba francamente insignificante. «Un digno escondite para una rata como Sinclair», se repetía mentalmente.
—Me temo, señora, que ni todo el dinero del mundo alcanzaría a cubrir la deuda que su familia tiene conmigo —dijo mirando al frente, desechando por completo el pago que Shannon había dicho que tenía preparado para él. No consideró necesario aclararlo, ella era una mujer lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que aquello tenía que ver con todo, menos con dinero—. Sin embargo, tengo buenas noticias para usted. ¿Por qué no se sienta? Y tú, Malcolm, hijo, ven aquí. Siéntate a mi lado.
Ninguno de los dos se movió, a lo que Horst les dirigió una mirada que dejó interpretar sus palabras como lo que eran: no una petición, sino una orden. Para él aquello era como un juego de ajedrez, y la mujer y los niños, las piezas en el tablero que deseaba mantener colocadas estratégicamente. Sólo como precaución, por si algo salía mal. La mujer no tuvo más remedio que obedecer y el niño, muy a su pesar, hizo igual y se sentó justo al lado de Neumann, sin dejar de vigilar a su madre y a sus hermanos.
—Bien, ahora podemos charlar como lo que somos: dos personas civilizadas —continuó reanudando el incómodo tema de conversación—. Conozco una manera mucho más efectiva con la que podría pagarme. Quiero saber dónde está su esposo. Me refiero a la ubicación exacta —aclaró—. Podría averiguarlo, desde luego, pero considero que usted podría ahorrarme mucho tiempo. Dígamelo y su deuda estará saldada.
No era tan ingenuo como para pensar que ella delataría a su marido tan fácilmente, pero él estaba dispuesto a “ayudarla” con el problema, dándole un motivo real para hacerlo. Colocó una de sus manos sobre el hombro de Malcolm y lo atrajo hacia sí. El niño tembló bajo sus dedos.
Y ahí estaba, de nuevo una de sus tan sutiles y brutales amenazas.
El ambiente se tensó. Hasta el aire se sintió más espeso. Gracias a sus hijos, Shannon lo sabía todo: él era el misterioso hombre, enemigo de Carmichael, que los había secuestrado. No obstante, como el cínico que era, se atrevió a sugerir que no tenía idea de lo que el mayor de los jovencitos estaba hablando.
—Niños. Tienen una increíble e inagotable imaginación, ¿no lo cree? —mostró una hipócrita sonrisa. El legendario pero falso encanto que Horst Neumann había mostrado al inicio, desapareció. Ahora Shannon debía verlo como lo que realmente era, un hombre brutal que estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de lograr su cometido; un asesino.
Los ojos del hombre, rodeados de tenues arrugas, descendieron para entornar al pequeño niño, que permanecía aferrado a la pierna de su madre, como una enroscada y pequeña alimaña que a Horst le parecía en verdad desagradable. Sin embargo, fue el mayor de las criaturas quien logró captar realmente su atención por la forma en que lo miraba, retadoramente, muy similar a como lo había hecho en alguna ocasión su padre. El mocoso era la viva imagen de Carmichal Sinclair.
—Tiene usted una familia encantadora, si me permite decirlo —dijo al tiempo que recorría con la vista a cada uno de los niños, iniciando por la pequeña que sostenía en brazos. Desde luego, aquellas palabras aparentemente inofensivas, viniendo de alguien como él, sólo podían significar una latente amenaza—. Nerys, Douglas… Tú debes ser Malcolm. ¿Qué edad tienes? —el niño no respondió, continuó mirándolo con recelo, siendo consciente de sus malas intenciones. Horst volvió a sonreír como si realmente aquello le causara ternura. A su mente llegaron recuerdos de aquellos días, durante el secuestro. Ah, en verdad había disfrutado ver el terror reflejado en sus pequeños ojos. Si Carmichael no hubiera llegado a tiempo, no habría tenido ningún reparo en asesinar a uno de ellos. O a ambos.
—¿Sabes? Encuentro mucho de tu padre en ti —dedujo tras estudiar al niño—. Sí, no hay duda de que eres un Sinclair. Sin embargo, eso puede ser tan bueno como peligroso. ¿Usted qué dice, Shannon? —alzó la vista hacia la mujer, mas no esperó por una respuesta. Volvió a dirigirla a Malcolm—. Tu hermano, en cambio, pinta para ser un hombre con mucho más prudencia —Douglas demostró su miedo aferrándose aún más a la pierna de su madre cuando notó que se refería a él—. ¿Qué pasa, Malcolm? ¿Acaso tu encantadora madre no te ha enseñado lo descortés que es mirar a las personas así?
Una vez más no obtuvo respuesta. Horst lanzó un suspiro. De verdad le hubiera gustado ver que el pequeño lo enfrentara y así tener el placer de ponerlo en su lugar. Nadie se salvaba de su desprecio, de su crueldad, ni siquiera los infantes. Frauke no había podido darle hijos, eso había contribuido a su amargura, provocando que mostrara cierto rechazo hacia los niños ajenos, como si los considerara pequeñas bestias desagradables. Ahora bien, si se trataba de los hijos de uno de sus enemigos, eso los ponía en otro nivel: los detestaba.
Desvió la mirada y dio media vuelta. Mientras se dirigía a la sala de estar, sin que nadie lo hubiera invitado, desabotonó su impecable traje para así tomar asiento sin la menor dificultad. No dejaba de mirar a su alrededor, reaccionando ante el lugar con una discreta mueca y un destello de frialdad en sus ojos azules. La consideraba francamente insignificante. «Un digno escondite para una rata como Sinclair», se repetía mentalmente.
—Me temo, señora, que ni todo el dinero del mundo alcanzaría a cubrir la deuda que su familia tiene conmigo —dijo mirando al frente, desechando por completo el pago que Shannon había dicho que tenía preparado para él. No consideró necesario aclararlo, ella era una mujer lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que aquello tenía que ver con todo, menos con dinero—. Sin embargo, tengo buenas noticias para usted. ¿Por qué no se sienta? Y tú, Malcolm, hijo, ven aquí. Siéntate a mi lado.
Ninguno de los dos se movió, a lo que Horst les dirigió una mirada que dejó interpretar sus palabras como lo que eran: no una petición, sino una orden. Para él aquello era como un juego de ajedrez, y la mujer y los niños, las piezas en el tablero que deseaba mantener colocadas estratégicamente. Sólo como precaución, por si algo salía mal. La mujer no tuvo más remedio que obedecer y el niño, muy a su pesar, hizo igual y se sentó justo al lado de Neumann, sin dejar de vigilar a su madre y a sus hermanos.
—Bien, ahora podemos charlar como lo que somos: dos personas civilizadas —continuó reanudando el incómodo tema de conversación—. Conozco una manera mucho más efectiva con la que podría pagarme. Quiero saber dónde está su esposo. Me refiero a la ubicación exacta —aclaró—. Podría averiguarlo, desde luego, pero considero que usted podría ahorrarme mucho tiempo. Dígamelo y su deuda estará saldada.
No era tan ingenuo como para pensar que ella delataría a su marido tan fácilmente, pero él estaba dispuesto a “ayudarla” con el problema, dándole un motivo real para hacerlo. Colocó una de sus manos sobre el hombro de Malcolm y lo atrajo hacia sí. El niño tembló bajo sus dedos.
Y ahí estaba, de nuevo una de sus tan sutiles y brutales amenazas.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Shannon recordó los días del secuestro. Aún estaba embarazada de Nerys, la relación con Carmichael estaba en su peor momento, pero él le había jurado que los traería de vuelta. Durante el tiempo que pasó sin sus pequeños, creyó que daría a luz. Los dolores en el vientre y un sangrado mínimo pero constante, habían logrado llevarla al borde del colapso. Supo que moriría si a sus hijos les llegase a ocurrir una desgracia; simplemente, no sería capaz de soportar un solo día de su vida sin sus retoños. Desde que había tenido a Malcolm, no comprendía cómo su propia madre había sido capaz de sobrevivir luego de la muerte de todos sus hijos. Ella había sido un error de cálculo, la última esperanza para una familia destruida, y los había abandonado sin reparar un instante en el Infierno que provocaría en la vida de sus padres. Cuando se llevaron a Malcolm y a Douglas, ella comprendió, de la peor manera, los sentires de sus progenitores, y se juró que algún día volvería a saldar las cuentas pendientes con ellos.
Habría deseado tener cientos de tentáculos para proteger a sus hijos, para salvaguardarlos. Sostenía a Nerys con tanta fuerza, que la niña se removía molesta. Abrazaba a Douglas por los hombros y se sentía la peor por haber dejado que Malcolm se enfrentase a la mirada y a las palabras de Horst Neumann. No le daba tiempo a responder, pero eso le permitía estudiar al indeseado visitante. Entendió que el imperio de ese hombre era total, y a pesar de estar en su propia casa, Shannon se sentía una visitante. Él parecía abarcarlo todo, llenando con oscuridad y temor, los rincones vacíos. Lo único que se escuchaba era la voz grave de Neumann y los rasguños de los canes, detrás de una puerta. Sin dudas, la cazadora deseó haber tenido a sus perros con ella, aunque imaginó que Horst no tendría reparos en destrozar a los animales frente a los niños, si éstos llegasen a molestarlo.
Caminó detrás de él, siguiéndolo, con prudencia. El temor le había cedido su lugar al resentimiento, ese que pocas veces había sentido. Deseó poder acabar con el alemán, pero cualquier impulso habría resultado un acto de imprudencia que pagaría caro. Se sentó y, decidió, que debía seguir las reglas de su juego. No esperó que llamase a Malcolm, y un nudo de alojó en su garganta. A su pobre hijo siempre le tocaba sufrir demasiado, siempre era el que soportaba los envites de la vida y el que quedaba expuesto. ¿Sería así toda su vida? No podía protegerlo, y eso la desahuciaba de una manera rayana con la desesperación. Pero Shannon se mantenía impávida, la mirada clavada en Neumann. No le permitiría que la intimidara; había aprendido de su marido, pero nunca imaginó tener que hacer uso de aquellos dotes. La sangre escocesa que corría por sus venas, hervía como lava, pero sus expresiones no demostraban absolutamente nada. Había logrado serenarse, y escuchó el trato que le ofrecía con total incredulidad. ¿De verdad estaba pidiéndole el paradero de Carmichael?
—Lamento decirle, Monsieur, que no conozco el paradero de mi marido —comentó, mientras acomodaba a Nerys en sus piernas. La niña se esmeraba en querer mirar al visitante. —Si lo supiera, no habría tenido la necesidad de pedir préstamos con intereses irrisorios, que han minado la economía de mi familia —la voz de Shannon siempre había sido dueña de una gran cadencia y dulzura, pero ante Neumann, había adquirido una firmeza que ella desconocía. —Lo considero la clase de hombre inteligente, que sabrá percibir cuándo alguien le miente y cuándo no. Nada más alejado de mí que faltar a la verdad. Ojala conociera el destino de mi esposo —nada deseaba más que eso. Quería a Carmichael allí, con ella, con los hijos de ambos. Lo necesitaba protegiéndolos; pero Shannon sabía que estaba sola y que, probablemente, lo estaría para siempre.
— ¿Le parece necesario que mis hijos estén aquí? —preguntó, observando el pánico en los ojos de Malcolm. Se le retorcía el corazón. —No es necesario involucrarlos en algo que nos compete a nosotros. Sé de los inconvenientes que ha tenido con mi esposo en el pasado, pero ellos no tienen que estar al medio. Usted y yo somos dos personas civilizadas, que sabremos llegar a un acuerdo, manteniendo a mis hijos al margen de ésta situación, tan embarazosa para todos —dulcificó la voz, levemente. Tenía que apelar a todos aquellos estratagemas que le había enseñado su madre. —Ya suficiente han tenido con la pérdida de su padre, como para revivir los días aterradores en cautiverio. ¿Puede reconsiderar su postura, por favor, y permitirles retirarse, así, usted y yo, le ponemos un fin a ésta lamentable historia?
Habría deseado tener cientos de tentáculos para proteger a sus hijos, para salvaguardarlos. Sostenía a Nerys con tanta fuerza, que la niña se removía molesta. Abrazaba a Douglas por los hombros y se sentía la peor por haber dejado que Malcolm se enfrentase a la mirada y a las palabras de Horst Neumann. No le daba tiempo a responder, pero eso le permitía estudiar al indeseado visitante. Entendió que el imperio de ese hombre era total, y a pesar de estar en su propia casa, Shannon se sentía una visitante. Él parecía abarcarlo todo, llenando con oscuridad y temor, los rincones vacíos. Lo único que se escuchaba era la voz grave de Neumann y los rasguños de los canes, detrás de una puerta. Sin dudas, la cazadora deseó haber tenido a sus perros con ella, aunque imaginó que Horst no tendría reparos en destrozar a los animales frente a los niños, si éstos llegasen a molestarlo.
Caminó detrás de él, siguiéndolo, con prudencia. El temor le había cedido su lugar al resentimiento, ese que pocas veces había sentido. Deseó poder acabar con el alemán, pero cualquier impulso habría resultado un acto de imprudencia que pagaría caro. Se sentó y, decidió, que debía seguir las reglas de su juego. No esperó que llamase a Malcolm, y un nudo de alojó en su garganta. A su pobre hijo siempre le tocaba sufrir demasiado, siempre era el que soportaba los envites de la vida y el que quedaba expuesto. ¿Sería así toda su vida? No podía protegerlo, y eso la desahuciaba de una manera rayana con la desesperación. Pero Shannon se mantenía impávida, la mirada clavada en Neumann. No le permitiría que la intimidara; había aprendido de su marido, pero nunca imaginó tener que hacer uso de aquellos dotes. La sangre escocesa que corría por sus venas, hervía como lava, pero sus expresiones no demostraban absolutamente nada. Había logrado serenarse, y escuchó el trato que le ofrecía con total incredulidad. ¿De verdad estaba pidiéndole el paradero de Carmichael?
—Lamento decirle, Monsieur, que no conozco el paradero de mi marido —comentó, mientras acomodaba a Nerys en sus piernas. La niña se esmeraba en querer mirar al visitante. —Si lo supiera, no habría tenido la necesidad de pedir préstamos con intereses irrisorios, que han minado la economía de mi familia —la voz de Shannon siempre había sido dueña de una gran cadencia y dulzura, pero ante Neumann, había adquirido una firmeza que ella desconocía. —Lo considero la clase de hombre inteligente, que sabrá percibir cuándo alguien le miente y cuándo no. Nada más alejado de mí que faltar a la verdad. Ojala conociera el destino de mi esposo —nada deseaba más que eso. Quería a Carmichael allí, con ella, con los hijos de ambos. Lo necesitaba protegiéndolos; pero Shannon sabía que estaba sola y que, probablemente, lo estaría para siempre.
— ¿Le parece necesario que mis hijos estén aquí? —preguntó, observando el pánico en los ojos de Malcolm. Se le retorcía el corazón. —No es necesario involucrarlos en algo que nos compete a nosotros. Sé de los inconvenientes que ha tenido con mi esposo en el pasado, pero ellos no tienen que estar al medio. Usted y yo somos dos personas civilizadas, que sabremos llegar a un acuerdo, manteniendo a mis hijos al margen de ésta situación, tan embarazosa para todos —dulcificó la voz, levemente. Tenía que apelar a todos aquellos estratagemas que le había enseñado su madre. —Ya suficiente han tenido con la pérdida de su padre, como para revivir los días aterradores en cautiverio. ¿Puede reconsiderar su postura, por favor, y permitirles retirarse, así, usted y yo, le ponemos un fin a ésta lamentable historia?
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Horst se mantuvo callado y una discreta sonrisa de satisfacción curvó sus labios cuando se detuvo a contemplarla una vez más. La esposa de Carmichael Sinclair, además de bella, era lista. Se esmeraba, él debía reconocerlo. Ponía todo de su parte para mantenerse tranquila, seguramente porque entendía que lo que más le convenía en esos momentos, era no mostrar debilidad ante él, su enemigo. Pero ni así lograría engañarlo. Aunque mostrara fortaleza y dominio sobre sí misma, Horst estaba seguro de que por dentro debía estar desesperada, probablemente aterrada por lo que pudiera ocurrirle a sus hijos. Porque sí, desde luego que la mejor jugada de Neumann eran los niños. ¿Acaso no era obvio? ¿De verdad creía que iba a aceptar lo que le pedía de buena gana? No podía ser tan ingenua. Sin embargo, durante todo el tiempo que se prolongó su silencio, hasta que éste se volvió algo incómodo, Neumann jugó con ella y le permitió hacerse la ilusión de que quizá estaba considerándolo. Nada más alejado de la realidad. La postura del hombre era demasiado evidente. Shannon debía hacerse ya una idea de cómo serían las cosas a partir de ese momento; entender que de nada le servirían sus estúpidas peticiones, que cualquier súplica de piedad, sería tajantemente desairada, que de nada le valdría humillarse de semejante modo.
—No. Los niños se quedan. Y me temo que es un tema que no está a discusión, señora Sinclair —rechazó finalmente, con un tono de voz tan absurdamente tranquilo, que era capaz de inquietar a cualquiera—. Malcolm y Douglas son parte de esta familia, ¿no es así? Entonces merecen saber lo que está pasando. Quiero que escuchen lo que tengo que decir, que se vayan enterando qué clase de hombre es su padre; por qué hice lo que hice, por qué estoy aquí. Tal vez descubran más de una cosa. Por ejemplo, que quizá al final no soy yo el único malo de la historia, o que su esposo no es el héroe que imaginan —tras una breve pausa, Shannon finalmente pareció reaccionar ante las palabras y despreciables intenciones de Neumann. A él le pareció identificar un sutil gesto de desprecio en ella, la inequívoca señal de una rabia contenida. Ladeó el rostro y la sometió a otro lento y descarado escrutinio; impaciente esperó un insulto, pero éste nunca llegó. Su autocontrol era admirable.
—Sé lo que está pensando. Pero, dígame, ¿quiere seguir engañando a sus hijos? La mentira es una de las cosas más destructivas que hay en el mundo, Shannon —completamente cínico, le sostuvo la mirada—. No, ellos merecen saber la verdad. Con un poco de suerte, quizá también aprendan una importante lección, algo que estoy seguro usted debe comprender a la perfección: los actos tienen consecuencias. Su esposo provocó esto. Se atrevió a meterse conmigo, y no conforme con eso, intentó burlarse de mí. Esto es su culpa —por primera vez desde su llegada a esa casa, el resentimiento que Horst sentía por Sinclair, fue notorio en el tono de su voz. Lo maldijo violentamente en su interior y de pronto su mirada también cambió. Estaba demasiado acostumbrado a obtener lo que deseaba con tan solo chasquear los dedos, no obstante, en esta ocasión su enemigo había sabido cómo escabullirse y eso lo fastidiaba hasta casi enfermarlo. Aunque no sería así por demasiado tiempo.
—Le creo —añadió de pronto, recuperando el mismo tono apacible e hipócrita del inicio—. Sé que no sabe dónde está. Pero hay algo que no podemos pasar por alto: esta es su familia e intentará contactar con ella en algún momento. No por usted, pues aunque sea su esposa, él fácilmente puede conseguirse otra mujer. En cambio ellos, sus hijos, son irremplazables. Querrá saber de ellos, estoy seguro. Sólo es cuestión de tiempo. Quizá deberíamos darle un motivo para hacerlo pronto… —y para terminar de dejar más claras sus malas intenciones, su mirada viajó hasta los niños. Observó a Douglas, que más temeroso que nunca se aferró a su madre, su protectora, pero fue en el desafiante Malcolm en quien se detuvo por mucho más tiempo—. ¿Qué dices tú, Malcom? ¿Quieres ver a papi pronto? ¿No lo extrañas? Apuesto a que sí —le dijo, burlándose, pero también para ver si lograba provocarlo.
—No. Los niños se quedan. Y me temo que es un tema que no está a discusión, señora Sinclair —rechazó finalmente, con un tono de voz tan absurdamente tranquilo, que era capaz de inquietar a cualquiera—. Malcolm y Douglas son parte de esta familia, ¿no es así? Entonces merecen saber lo que está pasando. Quiero que escuchen lo que tengo que decir, que se vayan enterando qué clase de hombre es su padre; por qué hice lo que hice, por qué estoy aquí. Tal vez descubran más de una cosa. Por ejemplo, que quizá al final no soy yo el único malo de la historia, o que su esposo no es el héroe que imaginan —tras una breve pausa, Shannon finalmente pareció reaccionar ante las palabras y despreciables intenciones de Neumann. A él le pareció identificar un sutil gesto de desprecio en ella, la inequívoca señal de una rabia contenida. Ladeó el rostro y la sometió a otro lento y descarado escrutinio; impaciente esperó un insulto, pero éste nunca llegó. Su autocontrol era admirable.
—Sé lo que está pensando. Pero, dígame, ¿quiere seguir engañando a sus hijos? La mentira es una de las cosas más destructivas que hay en el mundo, Shannon —completamente cínico, le sostuvo la mirada—. No, ellos merecen saber la verdad. Con un poco de suerte, quizá también aprendan una importante lección, algo que estoy seguro usted debe comprender a la perfección: los actos tienen consecuencias. Su esposo provocó esto. Se atrevió a meterse conmigo, y no conforme con eso, intentó burlarse de mí. Esto es su culpa —por primera vez desde su llegada a esa casa, el resentimiento que Horst sentía por Sinclair, fue notorio en el tono de su voz. Lo maldijo violentamente en su interior y de pronto su mirada también cambió. Estaba demasiado acostumbrado a obtener lo que deseaba con tan solo chasquear los dedos, no obstante, en esta ocasión su enemigo había sabido cómo escabullirse y eso lo fastidiaba hasta casi enfermarlo. Aunque no sería así por demasiado tiempo.
—Le creo —añadió de pronto, recuperando el mismo tono apacible e hipócrita del inicio—. Sé que no sabe dónde está. Pero hay algo que no podemos pasar por alto: esta es su familia e intentará contactar con ella en algún momento. No por usted, pues aunque sea su esposa, él fácilmente puede conseguirse otra mujer. En cambio ellos, sus hijos, son irremplazables. Querrá saber de ellos, estoy seguro. Sólo es cuestión de tiempo. Quizá deberíamos darle un motivo para hacerlo pronto… —y para terminar de dejar más claras sus malas intenciones, su mirada viajó hasta los niños. Observó a Douglas, que más temeroso que nunca se aferró a su madre, su protectora, pero fue en el desafiante Malcolm en quien se detuvo por mucho más tiempo—. ¿Qué dices tú, Malcom? ¿Quieres ver a papi pronto? ¿No lo extrañas? Apuesto a que sí —le dijo, burlándose, pero también para ver si lograba provocarlo.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Shannon jamás maldecía. De su boca nunca había salido un insulto, siquiera en sus pensamientos. Ni aún cuando aquella mujer de mala vida se había presentado en su hogar como la amante de su marido. Y en esa ocasión, le habían sobrado los motivos. Mas no lo había logrado; por su mente, no se habían cruzado otras palabras que no fueran plegarias para que su hija no naciera en ese instante. Pero Dios no la había escuchado, y a las pocas horas, Nerys había llegado al mundo, y ella casi se había ido de él. Pero había logrado sobrevivir, haciendo acopio de una fortaleza que creyó que no poseía. Misma fortaleza que necesitaba para levantarse cada día, sabiendo que Carmichael no estaba junto a ella y que, seguramente, nunca más lo estaría. Sólo se tenía a sí misma para sostenerse y sostener a su familia, para mantener a sus hijos y darles una vida digna. Hacía lo que podía, y mucho más. Tampoco maldecía ni insultaba su suerte. Pero Horst Neumann sacaba lo peor de ella y, por un instante, tuvo deseos de abofetearlo y soltar una catarata de palabras soeces. Eso no le gustaba, no estaba en su esencia, y se instó a serenarse.
Lo peor que tenía ese hombre, era la manera en la que afectaba a sus hijos. Y eso era lo que menos toleraba de él. El rostro empalidecido de su siempre alegre Douglas, el rencor en los ojos del dulce Malcolm, ¿cómo, Neumann, tenía las agallas para intimidar a unos pequeños? Era un cobarde, un verdadero cobarde. Y Shannon no tenía el suficiente temple para ocultar el desprecio, y en su boca se dibujó una suave mueca, que no tardó en aplacar. Se dijo que debía tener nervios de acero, era de la única manera que saldría airosa de todo aquello, era la forma que tenía de preservar a sus pequeños de todo mal. Cruzó su brazo por los hombros de su segundo hijo y lo sostuvo. Estaba aterrado. Él se aferró a su cuerpo y, por un instante, quiso esconder el rostro, pero mantuvo la mirada fija en el indeseado visitante. Malcolm estuvo a punto de replicar, pero se contuvo. Entendió que su madre era la única con autoridad, la única que debía ser escuchada. Admiraba el valor de su hombrecito. Era el vivo retrato de su padre. Cuánto necesitaba a Carmichael, cuánto ansiaba que regresara a ellos de una vez…
—Si usted tuviera hijos, no estaría sometiendo a los míos a todo éste espectáculo —fastidiada, su acento escocés se acentuaba, ese acento que se esmeraba en ocultar. Debía defenderlos, no podía tolerar que se burlase de ellos. —Saben perfectamente la clase de hombre que era su padre, por eso lograron superar el aberrante trato que usted les prodigó. Son dignos hijos de ese hombre que usted tanto se esmera en desacreditar —una mujer siempre debía defender a su marido. —Está jugando sucio conmigo. Es poco educado y, ciertamente, cobarde de su parte. Si tuviera los recursos suficientes, entendería que ellos no tienen que estar aquí, en el medio de todo esto. Pero ha elegido un camino desleal —se puso de pie, olvidándose de su débil situación. —Malcolm, ven aquí —el niño, rápidamente, bordeó la mesa ratona que los separaba y se colocó junto a su madre. Shannon lo puso contra ella, y Douglas apretó su falda. Nerys, que se había dormido, se despertó con el brusco movimiento.
—Monsieur Neumann, entiendo que no estoy en condiciones de exigir nada de usted. Pero nada conseguirá poniéndolos al medio de todo esto. Mírelos, téngales piedad. Olvídese quién es su padre, olvídese que soy su madre —acomodó a la pequeña, que escondió la carita en su cuello. —Deje su cinismo de lado, ellos no lo merecen. Son unos simples niños, Dios mío… —se sentía una leona protegiendo a sus crías. — ¿Qué mal le han hecho? No los culpe por los errores que mi esposo o yo hemos cometido, ellos son ajenos a ello. Son muy pequeños. No le pido nada para mí, sólo un poco de caridad para con ellos. Permítame llevarlos a su habitación, y nosotros arreglaremos esto como dos personas de bien. Apelo a su humanidad, Monsieur Neumann. Piense que ellos podrían ser sus hijos —odió tener que humillarse y rogarle, pero Shannon, por sus hijos, era capaz de lo que fuera.
Lo peor que tenía ese hombre, era la manera en la que afectaba a sus hijos. Y eso era lo que menos toleraba de él. El rostro empalidecido de su siempre alegre Douglas, el rencor en los ojos del dulce Malcolm, ¿cómo, Neumann, tenía las agallas para intimidar a unos pequeños? Era un cobarde, un verdadero cobarde. Y Shannon no tenía el suficiente temple para ocultar el desprecio, y en su boca se dibujó una suave mueca, que no tardó en aplacar. Se dijo que debía tener nervios de acero, era de la única manera que saldría airosa de todo aquello, era la forma que tenía de preservar a sus pequeños de todo mal. Cruzó su brazo por los hombros de su segundo hijo y lo sostuvo. Estaba aterrado. Él se aferró a su cuerpo y, por un instante, quiso esconder el rostro, pero mantuvo la mirada fija en el indeseado visitante. Malcolm estuvo a punto de replicar, pero se contuvo. Entendió que su madre era la única con autoridad, la única que debía ser escuchada. Admiraba el valor de su hombrecito. Era el vivo retrato de su padre. Cuánto necesitaba a Carmichael, cuánto ansiaba que regresara a ellos de una vez…
—Si usted tuviera hijos, no estaría sometiendo a los míos a todo éste espectáculo —fastidiada, su acento escocés se acentuaba, ese acento que se esmeraba en ocultar. Debía defenderlos, no podía tolerar que se burlase de ellos. —Saben perfectamente la clase de hombre que era su padre, por eso lograron superar el aberrante trato que usted les prodigó. Son dignos hijos de ese hombre que usted tanto se esmera en desacreditar —una mujer siempre debía defender a su marido. —Está jugando sucio conmigo. Es poco educado y, ciertamente, cobarde de su parte. Si tuviera los recursos suficientes, entendería que ellos no tienen que estar aquí, en el medio de todo esto. Pero ha elegido un camino desleal —se puso de pie, olvidándose de su débil situación. —Malcolm, ven aquí —el niño, rápidamente, bordeó la mesa ratona que los separaba y se colocó junto a su madre. Shannon lo puso contra ella, y Douglas apretó su falda. Nerys, que se había dormido, se despertó con el brusco movimiento.
—Monsieur Neumann, entiendo que no estoy en condiciones de exigir nada de usted. Pero nada conseguirá poniéndolos al medio de todo esto. Mírelos, téngales piedad. Olvídese quién es su padre, olvídese que soy su madre —acomodó a la pequeña, que escondió la carita en su cuello. —Deje su cinismo de lado, ellos no lo merecen. Son unos simples niños, Dios mío… —se sentía una leona protegiendo a sus crías. — ¿Qué mal le han hecho? No los culpe por los errores que mi esposo o yo hemos cometido, ellos son ajenos a ello. Son muy pequeños. No le pido nada para mí, sólo un poco de caridad para con ellos. Permítame llevarlos a su habitación, y nosotros arreglaremos esto como dos personas de bien. Apelo a su humanidad, Monsieur Neumann. Piense que ellos podrían ser sus hijos —odió tener que humillarse y rogarle, pero Shannon, por sus hijos, era capaz de lo que fuera.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Emitió un largo y profundo suspiro, como si estuviera muy cansado ya de la situación, cuando la realidad era que sentía exactamente lo contrario. Comenzaba a divertirse. Y es que para Neumann, pocas cosas resultaban tan placenteras como la humillación ajena. A Shannon Sinclair se le notaba tan desesperada por el bienestar de sus hijos, que poco le faltaba para arrodillarse y arrastrarse ante él. Una madre hacía eso y más por sus hijos, pero Horst, que no tenía relación alguna con el tema de la paternidad, se mostraba frío y desinteresado. Shannon perdía su tiempo, no sabía de lo que era capaz. Era tan cruel, que de haber tenido hijos propios, seguramente no habría hecho la diferencia. La gente solía decir que en el sitio donde debía estar su corazón, sólo había un gran hueco y no eran especulaciones; porque lo conocían era que se atrevían a afirmarlo.
—¿Piedad? ¿Dónde he oído eso antes? —se burló, y las comisuras de su boca se elevaron lentamente hasta formar una cínica sonrisa. Imposible no inquietarse, el gesto resultaba casi siniestro.
Aunque Malcom desobedeció a sus órdenes y no dudó en correr al lado de su madre, cuando ésta se lo pidió, Horst permaneció en su sitio, sentado, tan impasible como hasta entonces. Estudió a la familia que tan atemorizada tenía y le resultaron asquerosamente perfectos. Juntos conformaban un bonito cuadro, uno que apenas toleraba y que definitivamente estaba decidido a destrozar.
—Descuide, si lo que le preocupa son sus hijos, siéntase tranquila, seré clemente con ellos. No voy a tocarlos, estarán a salvo —hizo una breve pausa y por un momento permitió que la mujer se hiciera la ilusión de que realmente cumpliría con la promesa benevolente, pero enseguida añadió—: sólo voy a dejar que observen cómo su madre muere por culpa de su padre, y después me iré. No volverán a verme.
Se puso de pie y se paseó con pasos parsimoniosos por la sala, en medio de un silencio sepulcral. La tensión, el terror y la incertidumbre se sentían en el aire, volviéndolo más turbio y espeso de nunca. Habiendo escuchado las perversas intenciones de Neumann, a los afectados debía resultarles verdaderamente difícil respirar.
—Ah, mi querida señora Sinclair, Shannon —canturreó—, es usted una mujer muy hermosa e interesante, y realmente me gustaría poder decir que lamento tener que matarla… pero no es así —su descaro, la manera en que se mofaba de ella, regodeándose con el sufrimiento ajeno, era ya una situación insostenible—. ¿Qué cara cree que pondrá su esposo cuando reciba la noticia? No dejo de preguntármelo. Mataría por poder verlo —ironizó—. Pero supongo que tendré que conformarme con imaginarlo.
Neumann sacó de debajo de su saco el arma que había estado ocultando, una pistola de modelo reciente con la que había arrebatado ya muchas vidas, por lo que quitar una más no le significaba un problema. La alzó, sosteniéndola con firmeza, y con ella les apunto.
—Niños, es hora de decir adiós a mamá —los niños gimotearon al escucharlo—. Shannon, ponga a la niña en el sofá —pero no la vio moverse—. Hágalo —dio su última advertencia.
—¿Piedad? ¿Dónde he oído eso antes? —se burló, y las comisuras de su boca se elevaron lentamente hasta formar una cínica sonrisa. Imposible no inquietarse, el gesto resultaba casi siniestro.
Aunque Malcom desobedeció a sus órdenes y no dudó en correr al lado de su madre, cuando ésta se lo pidió, Horst permaneció en su sitio, sentado, tan impasible como hasta entonces. Estudió a la familia que tan atemorizada tenía y le resultaron asquerosamente perfectos. Juntos conformaban un bonito cuadro, uno que apenas toleraba y que definitivamente estaba decidido a destrozar.
—Descuide, si lo que le preocupa son sus hijos, siéntase tranquila, seré clemente con ellos. No voy a tocarlos, estarán a salvo —hizo una breve pausa y por un momento permitió que la mujer se hiciera la ilusión de que realmente cumpliría con la promesa benevolente, pero enseguida añadió—: sólo voy a dejar que observen cómo su madre muere por culpa de su padre, y después me iré. No volverán a verme.
Se puso de pie y se paseó con pasos parsimoniosos por la sala, en medio de un silencio sepulcral. La tensión, el terror y la incertidumbre se sentían en el aire, volviéndolo más turbio y espeso de nunca. Habiendo escuchado las perversas intenciones de Neumann, a los afectados debía resultarles verdaderamente difícil respirar.
—Ah, mi querida señora Sinclair, Shannon —canturreó—, es usted una mujer muy hermosa e interesante, y realmente me gustaría poder decir que lamento tener que matarla… pero no es así —su descaro, la manera en que se mofaba de ella, regodeándose con el sufrimiento ajeno, era ya una situación insostenible—. ¿Qué cara cree que pondrá su esposo cuando reciba la noticia? No dejo de preguntármelo. Mataría por poder verlo —ironizó—. Pero supongo que tendré que conformarme con imaginarlo.
Neumann sacó de debajo de su saco el arma que había estado ocultando, una pistola de modelo reciente con la que había arrebatado ya muchas vidas, por lo que quitar una más no le significaba un problema. La alzó, sosteniéndola con firmeza, y con ella les apunto.
—Niños, es hora de decir adiós a mamá —los niños gimotearon al escucharlo—. Shannon, ponga a la niña en el sofá —pero no la vio moverse—. Hágalo —dio su última advertencia.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Aceptó, con oscura resignación, el sacrificio que debía hacer. Caviló todas y cada una de las posibilidades. Los hombres que estaban en el exterior, el que tenía en frente, y había una sola manera de que sus hijos salieran ilesos: entregando su vida a cambio. Acarició el cabello de Nerys, y se hizo de la idea de que no la vería crecer. Tampoco sería testigo de cómo Malcolm y Douglas se volvían adultos. No tenía dudas de que sus tres pequeños serían grandes personas, que estarían juntos siempre y que nada los separaría. ¡Le ardía el pecho de saber que la despedida había llegado! Aquella situación, junto a Carmichael, la habían analizado cientos de veces. Sabían que el rumbo que habían tomado, podía llevarlos a la muerte, y eran conscientes de que priorizarían a sus hijos por sobre todo. Le tocaba a ella tomar una decisión por los dos.
A lo largo de su vida, había adquirido habilidades que fueron perfeccionándose con los años. Sabía combatir, manejar armas, defenderse. Había luchado contra bestias sin perder su esencia. La crueldad y la muerte, no la habían cambiado. Seguía siendo la misma mujer alegre y amorosa, enamorada de sus hijos y fiel a su marido. También, había aprendido que los peores monstruos eran los humanos, que eran capaces de albergar los sentimientos más temibles, con total racionalidad. A eso le tenía miedo. A convertirse en alguien a quien no podría reconocer en el espejo. Había logrado que su reflejo le devolviera una persona que estaba conforme con lo que había hecho. Se repetía, entre lágrimas: Shannon, has hecho lo que has podido. Y sí que había sido así. Rogaba haber sido un buen ejemplo para sus hijos, y de sólo pensar que Nerys no la recordaría, le hacía trizas el corazón. Sabía que los dos mayores, se encargarían de que la pequeña la tuviera presente cada día.
Sostuvo a la menor con uno de sus brazos, y con el libre, obligó a Neumann a disparar su arma hacia otro lado. Con rapidez, sacó el cuchillo que guardaba en el puño, y lo clavó en la mano de su verdugo. Douglas y Malcolm se abrazaron, pero Shannon los instó a ponerse de pie. Colocó a Nerys en los brazos del primogénito, al cual miró a los ojos, y también vio a Carmichael. En una fracción de segundo, vio nacer a sus tres hijos. Recordó con total nitidez la llegada de cada uno de ellos al mundo. Los quejidos del alemán llegaban entre amenazas, y la explosión provocada había obligado a los empleados a agolparse a la puerta. No tardarían demasiado en entrar.
—Malcolm, hijo, mi amor… Ha llegado la hora de hacer lo que te enseñamos con tu padre —su marido había descubierto un túnel subterráneo que conducía a varios kilómetros de la propiedad. Un adulto no entraba parado, y ambos lo habían recorrido en una posición sumamente incómoda. Se habían encargado de mostrarle el camino al niño, así como de mantener siempre unas raciones de comida fresca y dinero, que lo encontrarían a los doscientos metros de iniciado el trayecto.
—No. Mami, no voy a dejarte —se abrazó a Shannon, desatando el llanto de la bebé.
—Debes hacerte cargo de tus hermanos —se puso de rodillas, y no pudo evitar las lágrimas que le bañaban el rostro. Atrajo a Douglas y los apretó a los tres, depositando besos en sus cabecitas. —Deben cuidarse siempre —dijo, con la voz entrecortada. —Y recuerden que su padre y yo, los amaremos eternamente.
—Te amo, mamita —susurró Douglas, que a pesar de no saber del escape, había entendido a la perfección que aquello era una despedida.
—Y yo a ti, cielo. Te amo con todo mi corazón —le tomó el rostro y le acarició la frente. Lo mismo hizo para aliviar el ceño fruncido del mayor. —Ahora, váyanse. Por favor. Y sean valientes...
Corrió hacia una puerta lateral, que conectaba con una habitación colindante con esa. La abrió, y antes de cerrarla, Malcolm volvió para darle un último abrazo y susurrarle que la amaba. Shannon los miró por última vez, Douglas le sonrió, Nerys también, y el mayor lo intentó. Éste último, abrió el compartimento, al mismo tiempo que se escuchaba la entrada de los empleados de Neumann. Shannon cerró la puerta, inspiró profundo, y se aferró a los mangos de los cuchillos que llevaba con ella. Uno había sido de Carmichael y otro de su padre. Había llegado el momento de demostrar que era una MacKenzie.
A lo largo de su vida, había adquirido habilidades que fueron perfeccionándose con los años. Sabía combatir, manejar armas, defenderse. Había luchado contra bestias sin perder su esencia. La crueldad y la muerte, no la habían cambiado. Seguía siendo la misma mujer alegre y amorosa, enamorada de sus hijos y fiel a su marido. También, había aprendido que los peores monstruos eran los humanos, que eran capaces de albergar los sentimientos más temibles, con total racionalidad. A eso le tenía miedo. A convertirse en alguien a quien no podría reconocer en el espejo. Había logrado que su reflejo le devolviera una persona que estaba conforme con lo que había hecho. Se repetía, entre lágrimas: Shannon, has hecho lo que has podido. Y sí que había sido así. Rogaba haber sido un buen ejemplo para sus hijos, y de sólo pensar que Nerys no la recordaría, le hacía trizas el corazón. Sabía que los dos mayores, se encargarían de que la pequeña la tuviera presente cada día.
Sostuvo a la menor con uno de sus brazos, y con el libre, obligó a Neumann a disparar su arma hacia otro lado. Con rapidez, sacó el cuchillo que guardaba en el puño, y lo clavó en la mano de su verdugo. Douglas y Malcolm se abrazaron, pero Shannon los instó a ponerse de pie. Colocó a Nerys en los brazos del primogénito, al cual miró a los ojos, y también vio a Carmichael. En una fracción de segundo, vio nacer a sus tres hijos. Recordó con total nitidez la llegada de cada uno de ellos al mundo. Los quejidos del alemán llegaban entre amenazas, y la explosión provocada había obligado a los empleados a agolparse a la puerta. No tardarían demasiado en entrar.
—Malcolm, hijo, mi amor… Ha llegado la hora de hacer lo que te enseñamos con tu padre —su marido había descubierto un túnel subterráneo que conducía a varios kilómetros de la propiedad. Un adulto no entraba parado, y ambos lo habían recorrido en una posición sumamente incómoda. Se habían encargado de mostrarle el camino al niño, así como de mantener siempre unas raciones de comida fresca y dinero, que lo encontrarían a los doscientos metros de iniciado el trayecto.
—No. Mami, no voy a dejarte —se abrazó a Shannon, desatando el llanto de la bebé.
—Debes hacerte cargo de tus hermanos —se puso de rodillas, y no pudo evitar las lágrimas que le bañaban el rostro. Atrajo a Douglas y los apretó a los tres, depositando besos en sus cabecitas. —Deben cuidarse siempre —dijo, con la voz entrecortada. —Y recuerden que su padre y yo, los amaremos eternamente.
—Te amo, mamita —susurró Douglas, que a pesar de no saber del escape, había entendido a la perfección que aquello era una despedida.
—Y yo a ti, cielo. Te amo con todo mi corazón —le tomó el rostro y le acarició la frente. Lo mismo hizo para aliviar el ceño fruncido del mayor. —Ahora, váyanse. Por favor. Y sean valientes...
Corrió hacia una puerta lateral, que conectaba con una habitación colindante con esa. La abrió, y antes de cerrarla, Malcolm volvió para darle un último abrazo y susurrarle que la amaba. Shannon los miró por última vez, Douglas le sonrió, Nerys también, y el mayor lo intentó. Éste último, abrió el compartimento, al mismo tiempo que se escuchaba la entrada de los empleados de Neumann. Shannon cerró la puerta, inspiró profundo, y se aferró a los mangos de los cuchillos que llevaba con ella. Uno había sido de Carmichael y otro de su padre. Había llegado el momento de demostrar que era una MacKenzie.
Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
¡Esa maldita y desgraciada ramera lo había herido! Fue más de lo que Horst era capaz tolerar, y si acaso había existido una pequeña, mínima posibilidad de que le diese una muerte rápida y piadosa, con ello terminó de anularla por completo. La insolencia conformaba a los Carmichael y con cada segundo transcurrido, Neumann aprendía a odiarlos más. Merecían lo peor, cada uno de ellos.
El dolor en la mano lo obligó a apartarse, perdiéndose el emotivo momento en que la madre se despedía de sus hijos. Aunque no fuera definitivo, había perdido el control de la situación, y eso debió extrañar a sus empleados, que se encontraron con aquella escena en cuanto estuvieron adentro de la casa. Que Horst Neumann resultara herido, no era algo que ocurriese todos los días. ¿Qué había ocurrido? Era francamente imposible que no lo hubiera previsto tratándose de un hombre tan diestro en el combate como él. Tal vez debía empezar a creer lo que su esposa Frauke le había dicho y que con burla había desairado: no sería joven por siempre. A sus casi cincuenta años, quizá la edad había empezado a hacer de las suyas en él. Y así como sus sentidos no habían previsto el ataque de Shannon, una insignificante y miserable mujer, su puntería pronto podría ya no ser tan perfecta. Eso produjo una mella en su amor propio y sólo logró enfadarlo más.
—Alto. Nadie se atreva a tocarla —ordenó a sus empleados en cuanto vio cómo éstos desenfundaban sus armas con la intención de intervenir—. Encárguense de los mocosos, no quiero a ninguno vivo. Ella es mía.
Neumann, que no le permitiría otra humillación a ningún miembro de esa familia, supo recuperar la compostura rápidamente.
—Ven aquí, estúpida —le dijo cogiéndola bruscamente del pelo, cuando la sorprendió queriendo escabullirse justo a la entrada de la habitación continua—. Yo voy a educarte, algo que evidentemente tu marido no fue capaz de hacer —con violencia la estampó contra la pared. El golpe fue tan brutal que la sangre no demoró en aparecer en su cabeza. La vio caer al piso, arrastrarse desorientada, pero no le dio oportunidad de nada y volvió a tirar de su pelo, estampándola una vez más.
—¿Creíste que como tu marido lograrías burlarte de mí? —Le espetó con furia, muy cerca del rostro, cuando la tomó del cabello por tercera vez—. Ustedes, los Carmichael, me tienen harto y no descansaré hasta borrarlos completamente del mapa. Puedes estar segura de que esas malditas y desagradables sabandijas que tienen por hijos, pagarán por cada una de sus insolencias.
La aventó, esta vez sobre el piso, y como si se tratara de una cosa, se lanzó contra ella a patadas. La molió a golpes, de la manera más salvaje posible, descargando en ella toda su ira. Escuchó con satisfacción cómo sus huesos crujían. Era una escena espeluznante. Shannon podría ser valiente, muy fuerte, pero los golpes que recibía eran tan brutales como para que su cuerpo lograra resistirlo. ¿Así era como acabaría con su vida? Después todo, ¿qué podía esperarse de ser tan vil, un maltratador de mujeres como Horst Neumann?
El dolor en la mano lo obligó a apartarse, perdiéndose el emotivo momento en que la madre se despedía de sus hijos. Aunque no fuera definitivo, había perdido el control de la situación, y eso debió extrañar a sus empleados, que se encontraron con aquella escena en cuanto estuvieron adentro de la casa. Que Horst Neumann resultara herido, no era algo que ocurriese todos los días. ¿Qué había ocurrido? Era francamente imposible que no lo hubiera previsto tratándose de un hombre tan diestro en el combate como él. Tal vez debía empezar a creer lo que su esposa Frauke le había dicho y que con burla había desairado: no sería joven por siempre. A sus casi cincuenta años, quizá la edad había empezado a hacer de las suyas en él. Y así como sus sentidos no habían previsto el ataque de Shannon, una insignificante y miserable mujer, su puntería pronto podría ya no ser tan perfecta. Eso produjo una mella en su amor propio y sólo logró enfadarlo más.
—Alto. Nadie se atreva a tocarla —ordenó a sus empleados en cuanto vio cómo éstos desenfundaban sus armas con la intención de intervenir—. Encárguense de los mocosos, no quiero a ninguno vivo. Ella es mía.
Neumann, que no le permitiría otra humillación a ningún miembro de esa familia, supo recuperar la compostura rápidamente.
—Ven aquí, estúpida —le dijo cogiéndola bruscamente del pelo, cuando la sorprendió queriendo escabullirse justo a la entrada de la habitación continua—. Yo voy a educarte, algo que evidentemente tu marido no fue capaz de hacer —con violencia la estampó contra la pared. El golpe fue tan brutal que la sangre no demoró en aparecer en su cabeza. La vio caer al piso, arrastrarse desorientada, pero no le dio oportunidad de nada y volvió a tirar de su pelo, estampándola una vez más.
—¿Creíste que como tu marido lograrías burlarte de mí? —Le espetó con furia, muy cerca del rostro, cuando la tomó del cabello por tercera vez—. Ustedes, los Carmichael, me tienen harto y no descansaré hasta borrarlos completamente del mapa. Puedes estar segura de que esas malditas y desagradables sabandijas que tienen por hijos, pagarán por cada una de sus insolencias.
La aventó, esta vez sobre el piso, y como si se tratara de una cosa, se lanzó contra ella a patadas. La molió a golpes, de la manera más salvaje posible, descargando en ella toda su ira. Escuchó con satisfacción cómo sus huesos crujían. Era una escena espeluznante. Shannon podría ser valiente, muy fuerte, pero los golpes que recibía eran tan brutales como para que su cuerpo lograra resistirlo. ¿Así era como acabaría con su vida? Después todo, ¿qué podía esperarse de ser tan vil, un maltratador de mujeres como Horst Neumann?
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Game Over | Privado [Flashback]
Había amado. Había amado con la furia de un volcán. Se había atrevido a romper las reglas, esas que la habían mantenido prisionera. Lo había hecho por él, y lo volvería a hacer en todas y cada una de las vidas que le tocasen, porque sabía que se reencontraría con él. Con el amor de su vida, con su marido, con el padre de sus hijos. Carmichael la había premiado con lo más maravilloso, que no era sólo su familia, sino con la mujer que había descubierto que era. La había conectado con su esencia, con su sensualidad, con sus deseos, con el placer. En él había comenzado su vida, y por eso, seguramente, ya no podía continuar. Sin su esposo, ya nada tendría sentido. Lo lamentaba por esos tres niños que habían concebido con amor, que crecerían sin sus padres, pero Shannon se había sentido incapaz de vivir sin Carmichael. Ellos eran uno. Malcolm, Douglas y Nerys, serían capaces de salir adelante. No dudaba de que, a pesar del poco tiempo compartido, eran pequeños repletos de fuerza y de valores que los acompañarían a lo largo de sus caminos, que esperaba fueran largos y siempre se cruzaran.
Aceptó que la muerte vendría a ella, en el instante mismo que vio a sus hijos desaparecer por el pasadizo secreto. La aceptó con resignación, como siempre aceptaba lo que le tocaba. Shannon no tenía maldad en su corazón, jamás había logrado reconciliarse con todo lo que le había tocado ver, y si había lo había soportado, era porque Carmichael se había encontrado a su lado. Cualquier mujer que la hubiera escuchado hablar, la habría juzgado. ¿Y cómo no? Dependía emocionalmente de un hombre, de su hombre. Ella misma, en más de una oportunidad, se había sentido ridícula, pero eso no había importado. Como tampoco había importado la infidelidad, la distancia, y todo lo que había amenazado con separarlos. Lo único que había logrado hacerlo, era la muerte; y era la misma que los reencontraría en cuestión de instantes.
El dolor físico se convirtió en un conducto hacia ese sitio de paz. No dudaba, ni por un instante, de la capacidad de Malcolm para guiar a sus hermanos hacia un camino seguro. Igualmente, pudo percibir que los hombres salían tras ellos. Pero les resultaría casi imposible encontrarlos. Shannon había parido con dolor a esos niños. Y era otra de las cosas que haría cientos de veces. Eran el legado del amor que Carmichael y ella habían sentido; seguirían vivos en y a través de ellos. El sabor metálico de la sangre le provocó náuseas, que se amortiguaron con los puntapiés que le quitaron la respiración.
Sentía cómo todos y cada uno de sus huesos iban quebrándose. Cómo ese cuerpo que había sido amado y adorado por un solo hombre, era destrozado con saña, con maldad, con desprecio. Era el precio que debía pagar por haber salvado a los niños. No podía permitir que ellos la vieran morir. Era la tercera cosa que volvería a repetir en incontables ocasiones. Shannon lloraba, por supuesto. Las lágrimas se mezclaban con la sangre y con los quejidos, que emitía cada vez con más debilidad.
De pronto, ya no hubo más dolor. <<Los amo…>> pensó con alegría. Su último pensamiento fue destinado a sus hijos. Malcolm, el mayor, el más valiente y confiable. Douglas, el del medio, la verdadera alegría y la dulzura. Nerys, la más pequeña, la que no la recordaría, pero que sería el nexo entre sus hermanos. Harían un gran equipo. La escocesa podía abandonar el mundo en paz. Había cumplido con su misión. Y también fue dirigido a sus padres, con la esperanza de que la hubieran perdonado.
Shannon había amado. Había sido amada. Y sólo por eso había valido la pena la vida…y también la muerte.
Aceptó que la muerte vendría a ella, en el instante mismo que vio a sus hijos desaparecer por el pasadizo secreto. La aceptó con resignación, como siempre aceptaba lo que le tocaba. Shannon no tenía maldad en su corazón, jamás había logrado reconciliarse con todo lo que le había tocado ver, y si había lo había soportado, era porque Carmichael se había encontrado a su lado. Cualquier mujer que la hubiera escuchado hablar, la habría juzgado. ¿Y cómo no? Dependía emocionalmente de un hombre, de su hombre. Ella misma, en más de una oportunidad, se había sentido ridícula, pero eso no había importado. Como tampoco había importado la infidelidad, la distancia, y todo lo que había amenazado con separarlos. Lo único que había logrado hacerlo, era la muerte; y era la misma que los reencontraría en cuestión de instantes.
El dolor físico se convirtió en un conducto hacia ese sitio de paz. No dudaba, ni por un instante, de la capacidad de Malcolm para guiar a sus hermanos hacia un camino seguro. Igualmente, pudo percibir que los hombres salían tras ellos. Pero les resultaría casi imposible encontrarlos. Shannon había parido con dolor a esos niños. Y era otra de las cosas que haría cientos de veces. Eran el legado del amor que Carmichael y ella habían sentido; seguirían vivos en y a través de ellos. El sabor metálico de la sangre le provocó náuseas, que se amortiguaron con los puntapiés que le quitaron la respiración.
Sentía cómo todos y cada uno de sus huesos iban quebrándose. Cómo ese cuerpo que había sido amado y adorado por un solo hombre, era destrozado con saña, con maldad, con desprecio. Era el precio que debía pagar por haber salvado a los niños. No podía permitir que ellos la vieran morir. Era la tercera cosa que volvería a repetir en incontables ocasiones. Shannon lloraba, por supuesto. Las lágrimas se mezclaban con la sangre y con los quejidos, que emitía cada vez con más debilidad.
De pronto, ya no hubo más dolor. <<Los amo…>> pensó con alegría. Su último pensamiento fue destinado a sus hijos. Malcolm, el mayor, el más valiente y confiable. Douglas, el del medio, la verdadera alegría y la dulzura. Nerys, la más pequeña, la que no la recordaría, pero que sería el nexo entre sus hermanos. Harían un gran equipo. La escocesa podía abandonar el mundo en paz. Había cumplido con su misión. Y también fue dirigido a sus padres, con la esperanza de que la hubieran perdonado.
Shannon había amado. Había sido amada. Y sólo por eso había valido la pena la vida…y también la muerte.
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Shannon Sinclair- Cazador Clase Media
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