AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Deadly Game | Privado
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The Deadly Game | Privado
por Timeus/Ambrosia Graves Jue Dic 31, 2015 6:31 pm
—Ella. Ella me gusta —indicó Ambrosia, mirando a través de una ventana a la muchacha que preparaba un ramo de rosas para un caballero—. Obséquiamela. La quiero.
Timeus guardó silencio e inclinó la cabeza para acercar el rostro al cristal. Examinó a la mujer un momento. Como siempre, era demasiado joven.
—¿Estás segura de que ella es la indicada? —dudó un momento.
—¿Alguna vez me he equivocado, hermano? —soberbia y pretenciosa como era, Ambrosia irguió sus hombros y el mentón. Sonrió a su hermano.
—La tendrás.
A Ambrosia le gustaban los juegos. Era antigua, poderosa y completamente capaz de tomar a quien quisiera, cuando quisiera y donde quisiera. Sin embargo, siempre buscaba involucrar a su hermano. Le divertía lograr que éste se manchara las manos cumpliendo sus caprichos, por eso desde hacía mucho tiempo atrás le encomendaba hacer el trabajo sucio. Él, por su parte, jamás había podido negarse a nada que Ambrosia le pidiera, por eso no tenía reparos a la hora de complacerla, no importando lo terribles que fueran sus deseos. La táctica del juego era sencilla: tras un largo proceso de selección, mismo que podía llevarle días o incluso semanas, Ambrosia finalmente elegía a la víctima, la que más le gustara y Timeus iba a por ella. Siempre eran mujeres, jóvenes e ingenuas, de preferencia con poca familia, o bien, solas en el mundo. Éstas no demoraban en sucumbir ante los encantos del bien parecido y carismático Timeus. Pero no morían rápido. Por el contrario, sufrían un deceso cruel, lento y doloroso; un sanguinario espectáculo, digno de una mente tan sádica como la de Ambrosia.
En esta ocasión, Ambrosia se había encaprichado con una nueva joven. Se trataba de la empleada de una gran florería situada en el centro de la ciudad. Sin embargo, no se trataba de una insignificante dependienta, sino de la dueña del local. Ambrosia se había dado cuenta de inmediato de sus orígenes de buena cuna; su larga cabellera, dorada y sedosa, y sus manos, perfectamente bien cuidadas, la delataban. Pero, si no tenía necesidad alguna, ¿por qué tomarse la molestia de atender ella misma a la clientela? Era una muchacha sencilla, modesta y, sobretodo, servicial que jamás perdía la oportunidad de sonreírle a sus clientes, cada vez que les agradecía por sus compras y les deseaba un buen día.
Como siempre, Timeus no veía en ella nada especial. Le parecía tan común como el resto. Sin embargo, debía cumplir los deseos de su querida Ambrosia. Para su suerte, el proceso siempre resultaba sencillo; un par de frases adornadas, una sonrisa arrebatadora, y en segundos ella estaría a sus pies, comiendo de su mano. De eso se trataba todo, de seducirla hasta lograr engatusarla, para más tarde poder utilizarla a su antojo.
Se detuvo un segundo en la entrada del local, acomodó su sombrero, luego empujó la puerta. La campanilla anunció la llegada del nuevo cliente y algunas personas, entre ellas una de las dependientas, alzaron la vista para encontrarse con el elegante hombre vestido de negro que acababa de entrar. Timeus paseó por el local con absoluta despreocupación. Con sus inquisitivos ojos buscó a la joven, mientras andaba por los pasillos, y la encontró cerca del mostrador, atendiendo a una dama de vestido azul que parecía bastante indecisa con su compra. Sus ojos adquirieron el brillo del triunfo y en la comisura de sus labios pudo distinguirse un breve movimiento, similar al de una discreta sonrisa.
—¿Buscaba algo en especial, Monsieur? —otra de las empleadas lo abordó. El vampiro decidió utilizarla, solo el tiempo necesario, hasta que la rubia estuvo disponible para él.
Entonces, con paso firme se dirigió hasta el mostrador. Se plantó frente a la muchacha con una expresión solemne pero amable, mostrando una irresistible sonrisa, una que no era normal viniendo de un completo extraño.
—Hola, Primrose —la saludó como si la conociera de toda la vida. La rubia alzó el rostro y abrió los ojos sin poder ocultar lo mucho que le sorprendía que aquel hombre de aspecto gallardo y encantador, al que no había visto jamás en su vida, supiera cómo se llamaba—. ¿Le incomoda que la llame así? Lo lamento, es solo que… bueno… está escrito en su botón.
Timeus guardó silencio e inclinó la cabeza para acercar el rostro al cristal. Examinó a la mujer un momento. Como siempre, era demasiado joven.
—¿Estás segura de que ella es la indicada? —dudó un momento.
—¿Alguna vez me he equivocado, hermano? —soberbia y pretenciosa como era, Ambrosia irguió sus hombros y el mentón. Sonrió a su hermano.
—La tendrás.
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A Ambrosia le gustaban los juegos. Era antigua, poderosa y completamente capaz de tomar a quien quisiera, cuando quisiera y donde quisiera. Sin embargo, siempre buscaba involucrar a su hermano. Le divertía lograr que éste se manchara las manos cumpliendo sus caprichos, por eso desde hacía mucho tiempo atrás le encomendaba hacer el trabajo sucio. Él, por su parte, jamás había podido negarse a nada que Ambrosia le pidiera, por eso no tenía reparos a la hora de complacerla, no importando lo terribles que fueran sus deseos. La táctica del juego era sencilla: tras un largo proceso de selección, mismo que podía llevarle días o incluso semanas, Ambrosia finalmente elegía a la víctima, la que más le gustara y Timeus iba a por ella. Siempre eran mujeres, jóvenes e ingenuas, de preferencia con poca familia, o bien, solas en el mundo. Éstas no demoraban en sucumbir ante los encantos del bien parecido y carismático Timeus. Pero no morían rápido. Por el contrario, sufrían un deceso cruel, lento y doloroso; un sanguinario espectáculo, digno de una mente tan sádica como la de Ambrosia.
En esta ocasión, Ambrosia se había encaprichado con una nueva joven. Se trataba de la empleada de una gran florería situada en el centro de la ciudad. Sin embargo, no se trataba de una insignificante dependienta, sino de la dueña del local. Ambrosia se había dado cuenta de inmediato de sus orígenes de buena cuna; su larga cabellera, dorada y sedosa, y sus manos, perfectamente bien cuidadas, la delataban. Pero, si no tenía necesidad alguna, ¿por qué tomarse la molestia de atender ella misma a la clientela? Era una muchacha sencilla, modesta y, sobretodo, servicial que jamás perdía la oportunidad de sonreírle a sus clientes, cada vez que les agradecía por sus compras y les deseaba un buen día.
Como siempre, Timeus no veía en ella nada especial. Le parecía tan común como el resto. Sin embargo, debía cumplir los deseos de su querida Ambrosia. Para su suerte, el proceso siempre resultaba sencillo; un par de frases adornadas, una sonrisa arrebatadora, y en segundos ella estaría a sus pies, comiendo de su mano. De eso se trataba todo, de seducirla hasta lograr engatusarla, para más tarde poder utilizarla a su antojo.
Se detuvo un segundo en la entrada del local, acomodó su sombrero, luego empujó la puerta. La campanilla anunció la llegada del nuevo cliente y algunas personas, entre ellas una de las dependientas, alzaron la vista para encontrarse con el elegante hombre vestido de negro que acababa de entrar. Timeus paseó por el local con absoluta despreocupación. Con sus inquisitivos ojos buscó a la joven, mientras andaba por los pasillos, y la encontró cerca del mostrador, atendiendo a una dama de vestido azul que parecía bastante indecisa con su compra. Sus ojos adquirieron el brillo del triunfo y en la comisura de sus labios pudo distinguirse un breve movimiento, similar al de una discreta sonrisa.
—¿Buscaba algo en especial, Monsieur? —otra de las empleadas lo abordó. El vampiro decidió utilizarla, solo el tiempo necesario, hasta que la rubia estuvo disponible para él.
Entonces, con paso firme se dirigió hasta el mostrador. Se plantó frente a la muchacha con una expresión solemne pero amable, mostrando una irresistible sonrisa, una que no era normal viniendo de un completo extraño.
—Hola, Primrose —la saludó como si la conociera de toda la vida. La rubia alzó el rostro y abrió los ojos sin poder ocultar lo mucho que le sorprendía que aquel hombre de aspecto gallardo y encantador, al que no había visto jamás en su vida, supiera cómo se llamaba—. ¿Le incomoda que la llame así? Lo lamento, es solo que… bueno… está escrito en su botón.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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