AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Podre tener un día Normal? - Angel -
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¿Podre tener un día Normal? - Angel -
¿Día Normal?
Sophia... | Plaza | Septiembre |
Alejarme de Italia era toda una hazaña, no volverían a dejarme sola... jamas, tendría que vivir sintiendo el peso del mundo tras mi espalda, tendría que vivir con eso toda la vida, tan solo necesitaba siempre volver a la ciudad donde todo comenzó, entre sueños extraños vivía una y mil veces y ya había pasado demasiado tiempo lejos de París, la cuna de mi vida... Y ahi estaba escoltada... tratando de ser normal... El guardia real entro a la habitación, era claro que estaba en desacuerdo con mi última orden, pero tenía que acatarla, no me miro a los ojos – nunca lo hacía Majestad estaré esperándola en el vestíbulo – Dijo con voz firme, clara. Sin darme vueltas y mirándole por el espejo que tenia frente a mi sonreí victoriosa – Ya sabes, la única regla que puse para que me acompañaras es esta, vestir de manera normal, sin el traje de la guardia real y otra cosa si me vas a seguir trata de actuar como un extranjero y sonríe que de ahora eres pareja con Delia – le hice una señal para que se retirara, sabía que lo ultimo mi doncella lo había escuchado, seguramente estaba roja como un tomate, a ella le gustaba aquel hombre terco y precisamente por eso había pedido que él fuera mi escolta, algo me había enseñado mi esposo, “Si puedes poner las piezas a tus pies, siempre saldrás victorioso” y así era todas las piezas de mi vida las había movido para que nadie supiera de mi escape, salvo los que tenían que estar informados. Escuche la puerta y enseguida llego a mí con un bello vestido a cuesta, sonreí moviendo mi cabeza aquella damita tenía un gusto impecable cosa que yo aun no aprendía del todo, ambas vestiríamos lo más normal posible, otra de mis condiciones, ella, el guardia y yo seriamos por igual visitantes en Paris. El vestido entallado color guinda caía de manera majestuosa, Delia, me hizo una corona con mi propio pelo una trenza que bastante común se veía hermosa todo lo demás de mis cabellos callo por mis hombros, según ella yo necesitaba llevar mi corona aunque fuera de mentira, la deje hacer aquello además combinaba con los tirantes del vestido, eran entrelazados. Hoy era el día de pasear, comer afuera, despejar la mente y simplemente caminar. Mientras el sol escondido estaba el atardecer pasaba a la mediana oscuridad pronto a la oscuridad total, amaba la noche, su majestuosidad, su silencio, los colores como se veían ser un cambiaformas me permitía en la oscuridad ver perfectamente aun siendo un simple humano, uno de los tantos privilegios que gozaba. El vestíbulo del Hotel estaba medio lleno, un coctel había, de seguro altos mandos de países vecinos estaban en Paris o tal vez una boda. Avance hablando con Delia, dándoles concejos de que me mirara, me tratara como igual, que no se notara que fuera mi sirviente, Alejandro también escuchaba atento mientras ambos permanecían a mis espaldas, infle mi pecho y salí del Hotel, dirección el centro de la ciudad, algún café o aquel restaurant del cual alguna vez fui chef. El otoño era una estación inestable pero amena, no hacia ni mucho frio ni mucho calor, perfecta para un paseo nocturno, cubrí mis hombros con un abrigo del mismo tono del vestido y comencé a caminar, admirando Paris, viendo los rincones donde alguna vez estuve escondida como la fierecilla que era, como aquella gatita anaranjada que se dejaba tomar, mientras avanzaba sonreía sola, imágenes de tiempos pasados llegaban a mi cabeza, doble en una esquina la cual una vez con Anuar íbamos cantando una extraña canción de amor, el pintor, tan silencioso que era me costaba sacarle las palabras pero cuando se abría para mi hablábamos durante horas, el único humano que conocía mi secreto. Suspire mientras escuchaba como el guardia y la doncella interactuaban, en ese momento yo no importaba y me sentí importante por primera vez desde que había llegado al palacio real. Frente a mis ojos la góndola se veía, el centro de Paris aquella bella plaza donde solía jugar con los niños, donde iba a escuchar los cuentos de fantasía de la cuenta cuentos, donde los violines sonaban armonizando el lugar, donde los amantes de juntaban a pasear, donde yo solía soñar… Majes… Sophia – se arrepintió mientras yo giraba mi cabeza para mirar a la futura pareja, sonreí con calidez, el dolor en mi interior parecía desaparecer cuando recordaba pero volvía cuando mi cabeza llegaba a la actualidad – Alejandro, quiero pasear libre por la Plaza, puedes tenerme en la mira, se lo preparado que estas y capacitado para protegerme- hice una pausa sintiendo un nudo en mi garganta – Quiero sentir por un segundo que soy libre – no espere respuesta, era una orden Delia, quiso acercarse pero el guardia la retuvo, al parecer había entendido el mensaje o al menos eso esperaba. Sobre mi cabeza deje caer la capucha del abrigo y rodeando la plaza me quede estática en la belleza nocturna del lugar, nunca la había visto de esa manera, el dolor seguía, aumentaba pero se alejaba como si de una montaña rusa se tratara, cerré mis ojos suspirando, los recuerdos envolvieron mi memoria y mis ojos se dejaron guiar por la noche, adentrándome al lugar sonreí levemente a los amantes que caminaban ya yéndose de aquel lugar, un poco más allá un jovencito llegaba, escuálido de un estuche sacaba un bello violín llamo la atención de más de un transeúnte y luego el sonido inundo el lugar, una sonata nocturna… armoniosa que me hizo volar, no sé cómo pero avance hacia el violinista quería envolverme por completo de aquellas melodías, quería olvidar, necesitaba queme arrebataran el dolor y prontamente unas lagrimas cayeron por mi rostro nublaron mi vista pero no importo… - Hermosa melodía – susurre para mí. |
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Última edición por Sophia D`Luca el Sáb Sep 26, 2015 6:59 pm, editado 2 veces
Sophia D'Luca- Cambiante/Realeza
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Re: ¿Podre tener un día Normal? - Angel -
¿Cuál es la diferencia que hay entre las calles parisinas y las de Florencia? Sin duda alguna la respuesta era muy fácil… la gran muchedumbre que invadía todos los días y a todas horas las calles de Paris. Tal vez el día que había elegido por ir a hacer mis compras no fue la decisión más acertada de aquea tarde, sin embargo, mi necesidad de ir por algunas hierbas y otros elementos que abastecieran mi botiquín, así como algunos alimentos para que me preparan para el día siguiente había sido mayor. La mayoría de las personas iban de aquí por allá, los carruajes tirados por los corceles pasaban una y otra vez, algunos pasaban a una velocidad no adecuada y no les importaba mucho los accidentes que pudieran pasarles a los que iban despistadamente cruzando o caminando por donde ellos pasaban.
A pesar de llevar ya tiempo en París, no podía evitar extrañar mi bella Florencia, una ciudad elegante y enigmática, una de las más importantes de Italia, aunque a duras penas llegaría a ser un tercio de las tierras de toda Roma; conocida por sus ríos, por las familias de renombre y de dinero que en su mayoría, como era el caso de la mía, tenían carrera recorrida en el negocio bancario. Reí para mí mismo cuando recordé mi hogar, o más bien, el que había sido.
Seguí caminando y comprando antes de que las tiendas cerraran, fue justo cuando llegue al centro donde estaba la plaza Tertre que decidí descansar. A pesar de que mi herida ya había cicatrizado por completo, la pérdida de sangre aun me seguía pasando factura con ligeros mareos o cansancio; de apoco la oscuridad se estaba haciendo presente y las luces de los faroles o locales se estaban haciendo presentes. La brisa pasaba y jugueteaba con las pocas hojas de los árboles de la plaza, una que otra era arrancada mientras que con lentitud iba cayendo con gracia hasta el suelo. Mi mirada pasaba de un lado a otro mientras me encontraba sentado en una de las bancas que estaban a lo largo de plaza, fue cuando mi oído distinguió el sonido de un violín no muy lejos de ahí que comencé a buscar al culpable de aquella melodía.
No era mayor, no era un niño tampoco pero su edad no la pude saber con certeza tras esas sucias ropas que portaba aquel escuálido joven. Sus dedos se movían de una manera brillante por las cuerdas mientras que su bella y armoniosa música comenzaba atraer público a su alrededor. Su talento estaba claro pero su interpretación, la forma en que movía su cuerpo sintiendo la música era lo que realmente valía la pena aquella noche.
Sin saber bien en que momento me había acercado termine por lanzarle unas cuantas monedas a su estuche como lo habían hecho ya la mayoría de su público, sin embargo, cuando el termino de tocar y agradeció a la gente con una reverencia, nunca hubiera imaginado a la persona que me encontraría casi enfrente mío. Abrí ligeramente mi boca por la sorpresa para después pasar a una expresión de confusión, gire varias veces mi cabeza a diferentes lados en busca de otras personas, de alguien que me dijera que la persona que estaba ahí no era realmente ella.
Al parecer no me había visto, su mirada seguía observando al joven músico que volvió a tocar otra melodía un poco más rápida que la anterior. Me fui acercando a ella de apoco para saciar mi curiosidad, a unos pocos metros tuve la certeza de que esa bella dama que estaba a unos pasos de mí era la joven reina viuda de mi país. Estaba asombrado de que estuviera sola, de que alguna persona de su guardia no estuviera a su lado cuidándola, y a pesar de no ser la primera vez que me dedicaba a contemplarla, aquella ocasión era diferente, siempre la había visto acompañada de su ya fallecido esposo y ahora, que podía observarla mejor, sin que tuviera que respetar algún protocolo de la época, simplemente veía a una joven con una profunda tristeza que reflejaba en su mirada y que terminaba por ensuciar con lágrimas sus mejillas, -lo extraña- me dije a mi mismo refiriéndome a su fallecido esposo, no pude evitar cierto recelo al no saber lo que era amar a alguien de esa forma en la que se notaba ella lo hacía y estaba seguro, por todo lo que se había hablado de ellos, que él le había correspondido.
Sin saber si hacia bien o no, sin importarme que mi acto me trajera consecuencias en un futuro, termine por meter mi mano a mi bolsillo para sacar un pañuelo blanco con mis iniciales para ofrecérselo –Sin duda alguna la vida es dura, no podemos entender el por qué de las cosas… pero cuando lleguen los bellos momentos de nuevo, se puede saber que aunque las lágrimas estén ensuciando nuestro rostro terminan por limpiar nuestro corazón- termine por decirle extendiéndole para que tomara mi pañuelo.
A pesar de llevar ya tiempo en París, no podía evitar extrañar mi bella Florencia, una ciudad elegante y enigmática, una de las más importantes de Italia, aunque a duras penas llegaría a ser un tercio de las tierras de toda Roma; conocida por sus ríos, por las familias de renombre y de dinero que en su mayoría, como era el caso de la mía, tenían carrera recorrida en el negocio bancario. Reí para mí mismo cuando recordé mi hogar, o más bien, el que había sido.
Seguí caminando y comprando antes de que las tiendas cerraran, fue justo cuando llegue al centro donde estaba la plaza Tertre que decidí descansar. A pesar de que mi herida ya había cicatrizado por completo, la pérdida de sangre aun me seguía pasando factura con ligeros mareos o cansancio; de apoco la oscuridad se estaba haciendo presente y las luces de los faroles o locales se estaban haciendo presentes. La brisa pasaba y jugueteaba con las pocas hojas de los árboles de la plaza, una que otra era arrancada mientras que con lentitud iba cayendo con gracia hasta el suelo. Mi mirada pasaba de un lado a otro mientras me encontraba sentado en una de las bancas que estaban a lo largo de plaza, fue cuando mi oído distinguió el sonido de un violín no muy lejos de ahí que comencé a buscar al culpable de aquella melodía.
No era mayor, no era un niño tampoco pero su edad no la pude saber con certeza tras esas sucias ropas que portaba aquel escuálido joven. Sus dedos se movían de una manera brillante por las cuerdas mientras que su bella y armoniosa música comenzaba atraer público a su alrededor. Su talento estaba claro pero su interpretación, la forma en que movía su cuerpo sintiendo la música era lo que realmente valía la pena aquella noche.
Sin saber bien en que momento me había acercado termine por lanzarle unas cuantas monedas a su estuche como lo habían hecho ya la mayoría de su público, sin embargo, cuando el termino de tocar y agradeció a la gente con una reverencia, nunca hubiera imaginado a la persona que me encontraría casi enfrente mío. Abrí ligeramente mi boca por la sorpresa para después pasar a una expresión de confusión, gire varias veces mi cabeza a diferentes lados en busca de otras personas, de alguien que me dijera que la persona que estaba ahí no era realmente ella.
Al parecer no me había visto, su mirada seguía observando al joven músico que volvió a tocar otra melodía un poco más rápida que la anterior. Me fui acercando a ella de apoco para saciar mi curiosidad, a unos pocos metros tuve la certeza de que esa bella dama que estaba a unos pasos de mí era la joven reina viuda de mi país. Estaba asombrado de que estuviera sola, de que alguna persona de su guardia no estuviera a su lado cuidándola, y a pesar de no ser la primera vez que me dedicaba a contemplarla, aquella ocasión era diferente, siempre la había visto acompañada de su ya fallecido esposo y ahora, que podía observarla mejor, sin que tuviera que respetar algún protocolo de la época, simplemente veía a una joven con una profunda tristeza que reflejaba en su mirada y que terminaba por ensuciar con lágrimas sus mejillas, -lo extraña- me dije a mi mismo refiriéndome a su fallecido esposo, no pude evitar cierto recelo al no saber lo que era amar a alguien de esa forma en la que se notaba ella lo hacía y estaba seguro, por todo lo que se había hablado de ellos, que él le había correspondido.
Sin saber si hacia bien o no, sin importarme que mi acto me trajera consecuencias en un futuro, termine por meter mi mano a mi bolsillo para sacar un pañuelo blanco con mis iniciales para ofrecérselo –Sin duda alguna la vida es dura, no podemos entender el por qué de las cosas… pero cuando lleguen los bellos momentos de nuevo, se puede saber que aunque las lágrimas estén ensuciando nuestro rostro terminan por limpiar nuestro corazón- termine por decirle extendiéndole para que tomara mi pañuelo.
Angel Auditore- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 30/08/2015
Re: ¿Podre tener un día Normal? - Angel -
¿Día Normal?
Sophia - Angel | Plaza | Septiembre |
Tome aire sonriendo mas para mi que para cualquier otra persona, todo parecía perfecto, simple, nostálgico, quería con encontrarme con Anuar, mi amigo el único que nunca dudo de mi quien me había tendido la mano a ciegas, sin conocer mi historia, sin conocer mi ser… también necesitaba a mi esposo, quien tenía siempre una palabra de aliento, su forma de ser simplemente llenaba los espacios vacíos de mi alma, de su ser. Ensimismada en mis pensamientos, con aquella melodía rondando en mi cabeza solo vi el pañuelo frente a mis ojos y toda mi piel se erizo, en estado de alerta y note como Delia con Piero (guardia real) se acercaban quedando atrás de mi espalda, mis ojos vieron las iniciales en el pañuelo, no sabía quién era y esperaba con todas mis ansias que él no supiera quién era yo, poco probable fue cuando sus palabras dejaban en vista ese acento tan singular de un italiano. Mi guardia mantenía cercanía todo fluirá siempre y cuando yo no diera la señal de lo contrario - Siempre he tenido la idea que cuando uno llora es para liberarse de alguna carga, emocional, física, espiritual… es una forma de nuestro cuerpos de decirnos que aun somos un alma, un ser con sentimientos - tome el pañuelo haciendo un leve gesto de gratitud con mi rostro y seque la huella del lamento contenida en una lagrima - Gracias - Devolví el pañuelo - Señor… - deje a la espera que me dijera su nombre y así concretar mi idea de nacionalidad de aquel joven, atrevido, educado o tal vez simplemente una persona que ignoraba lo sucedido, este último era lo que más deseaba. Piero inquieto no se quedó tranquilo y tocando mi hombro me dijo en perfecto italiano - Está Usted bien - gire mi rostro hacia él y mirando a Delia, guiñandole un ojo - Es perfecto estado- respondi en la misma lengua natal de aquella escolta encubierta que dejaba en claro que yo no andaba sola, prevenir antes de lamentar, ese era su legado… lo conocía muy bien. En ese momento me salto la duda y si bien podía estar fingiendo uno nunca sabía, nadie muy estúpido se acercaria a la reina sin aprobación de esta o sin siquiera hacer un venía ante ella, cosa de por cierto estaba en total desacuerdo pero yo no había creado las leyes de la alta alcurnia no podía hacer mucho, así que supuse que aquel no sabía de mi, una mentira o una verdad ya me daba lo mismo, había accedido a su ayuda y con eso le daba mi consentimiento de acercarse, creía yo. - No cualquier persona ofrece palabras de aliento a una dama sin siquiera conocerla, así que le estoy agradecida - esboce una sonrisa mis lágrimas solo detonaban angustia, recuerdos, ansias de retroceder el tiempo y cambiar… cambiar todo, pero no se podía… El violinista terminaba su trabajo y como muchos me acerque para darle unas monedas que generosamente resonaron en el sombrero que tenía para la recolección de francos, su forma de ganarse la vida era simplemente bella, pensé mi gratitud era más grande que mi clase y mientras yo tuviera eso claro nadie podría decirme algo, sabía que era mal visto andar “sola” cualquiera podría intentar algo en mi contra… pero solo de esa forma podía vivir, esperando que algo normal se transformará en un caos… porque no me gustaba la normalidad… no me gustaba mi vida y tenía que seguir lamentablemente adelante, el agradecimiento hacia el joven de iniciales A.A. iba más allá de todo… estaba agradecida de la libertad que había tenido el… esa libertad que yo tanto añoraba. Piero se acerco hacia mi - Mmmm… Sophia, creo que deberíamos regresar - me sugirió, pero yo no deseaba eso no… hoy no - No… queda mucho por recorrer - dije con determinación - Tenemos un trato - le dije a sus oídos,- un dia normal… como persona normal - termine por pronunciar y busqué con la mirada al joven A.A. |
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Sophia D'Luca- Cambiante/Realeza
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