AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No insistas (William D. Rhys)
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No insistas (William D. Rhys)
Pasaron tres días desde aquella llegada tan fría. Tres largos días en los que ella se había pasado leyendo en su habitación, sin querer salir más que para comer delante de su padre. Lo que ingería era solo para darle gusto al vampiro, quien a fin de cuentas no tenía culpa en lo que les sucedió al llegar a aquella ciudad.
Todavía recordaba el miedo que le dio ver a su padre luchando una, sino dos veces. El temor de no volver a verle, de ser separada de él para siempre. Le dolía el pecho, era horrible para ella pensar que puedan existir situaciones en las que vuelvan a verse amenazados, ella sin poder hacer demasiado. Desde aquel día, o más bien, noche, no dejaba de pensar en ello. No le decía nada a William, porque desde el momento en que ella llegó a casa, en cuanto él le dijo que estaban a salvo y que ella tenía un bello jardín solo para su deleite, en cuanto le habló de las ventajas del hogar y aun cuando ella deseaba decirle que mejor deje de perder el tiempo con ella para ser útil ayudando al herido chofer, tan solo pudo perder el conocimiento siendo sujeta por su padre. Fue el cúmulo de emociones. El viejo asqueroso, la naturaleza de su padre, las horas sin comer ni beber, la fatiga por el correteo en el bosque y todo lo demás. Era mucho para una señorita que estaba bajo el cuidado de un padre tan cuidadoso que solo deseaba dejarle lo mejor del mundo, estaba muy mimada. Pasaron ocho horas y media antes de que reaccione, fue a bañarse y vestirse para salir a dar un paseo con su padre, pero no lo hizo. Necesitaba tiempo para sentirse segura como para afrontar su nuevo mundo.
-Adelante.- respondió al llamado de la puerta sin volver la mirada. Estaba enterada por la ligereza de los pasos dados por Sophie -la muchacha que ayudaba a su bienestar personal- de que era ella para decirle alguna cosa. Era agradable la joven de pelo oscuro y ojos marrón claro, tendría dos años mas que ella. Le parecia buena persona, sobretodo porque no estaba a la expectativa de lo que ella hiciera, adicionalmente que tenía un gusto musical privilegiado. - Dile a mi padre que estoy durmiendo.- su respuesta fue inmediata en cuanto oyó que su padre quería que merendaran juntos en el jardín. ¿Qué de malo tenía el comedor? Suspirando volvió la mirada a su libro de Astronomía. Sophie la miraba con severidad, no necesitaba eso.- No tengo hambre. Si le digo eso, se sentirá decepcionado. Dile que me siento cansada para salir y que me disculpe. - sus mejillas se sonrojaron haciendo juego con su vestido rosa pálido de mangas abombachadas. Se desplomó de nuevo en la cama quedando panza abajo sintiendo el debate entre seguir a Sophie hasta afuera o seguir allí y cómoda y segura entre esas cuatro paredes.
Todavía recordaba el miedo que le dio ver a su padre luchando una, sino dos veces. El temor de no volver a verle, de ser separada de él para siempre. Le dolía el pecho, era horrible para ella pensar que puedan existir situaciones en las que vuelvan a verse amenazados, ella sin poder hacer demasiado. Desde aquel día, o más bien, noche, no dejaba de pensar en ello. No le decía nada a William, porque desde el momento en que ella llegó a casa, en cuanto él le dijo que estaban a salvo y que ella tenía un bello jardín solo para su deleite, en cuanto le habló de las ventajas del hogar y aun cuando ella deseaba decirle que mejor deje de perder el tiempo con ella para ser útil ayudando al herido chofer, tan solo pudo perder el conocimiento siendo sujeta por su padre. Fue el cúmulo de emociones. El viejo asqueroso, la naturaleza de su padre, las horas sin comer ni beber, la fatiga por el correteo en el bosque y todo lo demás. Era mucho para una señorita que estaba bajo el cuidado de un padre tan cuidadoso que solo deseaba dejarle lo mejor del mundo, estaba muy mimada. Pasaron ocho horas y media antes de que reaccione, fue a bañarse y vestirse para salir a dar un paseo con su padre, pero no lo hizo. Necesitaba tiempo para sentirse segura como para afrontar su nuevo mundo.
-Adelante.- respondió al llamado de la puerta sin volver la mirada. Estaba enterada por la ligereza de los pasos dados por Sophie -la muchacha que ayudaba a su bienestar personal- de que era ella para decirle alguna cosa. Era agradable la joven de pelo oscuro y ojos marrón claro, tendría dos años mas que ella. Le parecia buena persona, sobretodo porque no estaba a la expectativa de lo que ella hiciera, adicionalmente que tenía un gusto musical privilegiado. - Dile a mi padre que estoy durmiendo.- su respuesta fue inmediata en cuanto oyó que su padre quería que merendaran juntos en el jardín. ¿Qué de malo tenía el comedor? Suspirando volvió la mirada a su libro de Astronomía. Sophie la miraba con severidad, no necesitaba eso.- No tengo hambre. Si le digo eso, se sentirá decepcionado. Dile que me siento cansada para salir y que me disculpe. - sus mejillas se sonrojaron haciendo juego con su vestido rosa pálido de mangas abombachadas. Se desplomó de nuevo en la cama quedando panza abajo sintiendo el debate entre seguir a Sophie hasta afuera o seguir allí y cómoda y segura entre esas cuatro paredes.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
Había pasado varios días desde que llegamos a París, antes de venir aquí vivíamos en Sceattle un lugar que me proporcionaba un lugar seguro y donde podía salir a menudo por sus cielos cubiertos de densas nubes. A lo mejor no era un lugar ideal para criar a una niña, ya que la pequeña debería salir y corretear debajo del sol aunque no creía que fuera una ciudad tan mala. Además, supongo que el mayor problema era que apenas llevabas a penas un año antes. Nunca pasábamos más de un año o dos años en el mismo lugar, nunca me había gustado estar tan quieto en el mismo sitio. Pero era el momento de que vivir en una ciudad en condiciones para la niña. Por eso mismo le pregunté si quería vivir en París y ella aceptó, y para celebrar el cambio casi abusan de la pequeña y casi la raptan. Una entrada espectacular sin duda. Al llegar a casa cayo derrotada por el cansancio. La llevé directamente a su dormitorio que llevaba listo desde aquella mañana, como bien había pedido. Desde que llegamos no había salido de su dormitorio, solo había dedicado a leer los libros que le había traído de la biblioteca, solo tenía noticias suyas gracias a Sophie. Una muchacha humana que había contratado para encargarse de Arya cuando yo no podía.
No quería presionarla más de la cuenta, quería que fuera a su ritmo y más teniendo en cuenta lo que sucedió. Le había hecho daño, me había convertido en un verdadero monstruo para ella y eso me aterrorizaba. Nunca había sentido tanto miedo, y ahora solo podía esperar.
Había un día más o menos decente, lo suficiente para que yo pudiera salir al aire libre y tener una tarde tranquila con mi hija. La mandé a llamar con la muchacha, con Sophie que solo tenía dieciséis años de edad. La contraté porque necesitaba el dinero, porque era de la edad cercana a mi hija y porque vi que era bastante bondadosa. Sabía que algunas cosas eran extrañas en esa casa, pero intentaba ignorarlas por completo, sobre todo sabiendo que trataba a la pequeña como mi hija. A la muchacha no le cuadraba que alguien como yo, de apenas unos veintitantos tuviera una hija bajo su cargo. Escuché como la doncella llegó al dormitorio de mi hija, diciéndole que quería verla para merendar en el jardín. Escuché las excusas que le decía a la sirvienta. Me levanté como un resorte y corrí hasta la entrada de la habitación de mi hija. Justo aparecí cuando Sophie salí del dormitorio, vi como se sobresaltaba por mi repentina aparición. Me miró sorprendida, para pasar de la sorpresa a una mirada de disculpa. Le hice un gesto con la cabeza de agradecimiento y que realmente no pasaba nada. Ella había hecho lo que le había pedido. Tras ese intercambio de gestos bajó a la cocina para seguir preparando lo que le había pedido para la merienda. Entré en la habitación en silencio, cerrando la puerta detrás de mí. Observé como Arya se mantenía boca abajo, vestida con su gran traje de color rosa. Acabé sentándome en el borde de la cama, a sus mismo pies. Pude ver mi reflejo en el espejo, simplemente llevaba los pantalones, una camisa blanca y el pelo algo revuelto.
-¿Hasta cuando me vas a estar evitando? -le pregunté, mirando mis manos que tenía los dedos entrecruzados. -Tengo amigos humanos, si quieres irte con alguno de ellos solo tienes que decírmelo.
No quería presionarla más de la cuenta, quería que fuera a su ritmo y más teniendo en cuenta lo que sucedió. Le había hecho daño, me había convertido en un verdadero monstruo para ella y eso me aterrorizaba. Nunca había sentido tanto miedo, y ahora solo podía esperar.
Había un día más o menos decente, lo suficiente para que yo pudiera salir al aire libre y tener una tarde tranquila con mi hija. La mandé a llamar con la muchacha, con Sophie que solo tenía dieciséis años de edad. La contraté porque necesitaba el dinero, porque era de la edad cercana a mi hija y porque vi que era bastante bondadosa. Sabía que algunas cosas eran extrañas en esa casa, pero intentaba ignorarlas por completo, sobre todo sabiendo que trataba a la pequeña como mi hija. A la muchacha no le cuadraba que alguien como yo, de apenas unos veintitantos tuviera una hija bajo su cargo. Escuché como la doncella llegó al dormitorio de mi hija, diciéndole que quería verla para merendar en el jardín. Escuché las excusas que le decía a la sirvienta. Me levanté como un resorte y corrí hasta la entrada de la habitación de mi hija. Justo aparecí cuando Sophie salí del dormitorio, vi como se sobresaltaba por mi repentina aparición. Me miró sorprendida, para pasar de la sorpresa a una mirada de disculpa. Le hice un gesto con la cabeza de agradecimiento y que realmente no pasaba nada. Ella había hecho lo que le había pedido. Tras ese intercambio de gestos bajó a la cocina para seguir preparando lo que le había pedido para la merienda. Entré en la habitación en silencio, cerrando la puerta detrás de mí. Observé como Arya se mantenía boca abajo, vestida con su gran traje de color rosa. Acabé sentándome en el borde de la cama, a sus mismo pies. Pude ver mi reflejo en el espejo, simplemente llevaba los pantalones, una camisa blanca y el pelo algo revuelto.
-¿Hasta cuando me vas a estar evitando? -le pregunté, mirando mis manos que tenía los dedos entrecruzados. -Tengo amigos humanos, si quieres irte con alguno de ellos solo tienes que decírmelo.
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2015
Localización : En mi hogar.
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Re: No insistas (William D. Rhys)
Estaba actuando como una niña pequeña. Tenía 14 años, no los aparentaba por motivos que ella no controlaba, siendo solo su figura la infantil ya que sus modales y razonamientos se marcaban en los parámetros de una señorita bien educada, llena de compasión por los necesitados, y amorosa - dentro de sus propias limitaciones- con su padre. Nunca se había sentido tan culpable. Estaba despreciando a su padre cada día, poniendo excusas para permanecer en ese encierro que ella se había impuesto para sentirse segura. ¿Qué más podía hacer? Tenía miedo, no era la mejor del planeta manejando sus temores. Él debería comprenderla, saber incluso que es lo que sucedía con ella sin que se lo mencionase. Él solo estaba pidiéndole que viese las bellezas que el hogar le ofrecía, insistiendo en que ella cogiese algo de aire fresco cuando ella solo esperaba no ver a nadie más en mucho tiempo. Todo esto la dejaba cansada. Sabía que si ella le dijese a su padre sobre sus temores, él se preocuparía, pero su forma de manejar las cosas tampoco estaba siendo la más adecuada.
Con el cuerpo presionado al colchón, ocultaba su rostro de una delicada Sophie que resignada daba la vuelta para ir a dar una nueva negativa al vampiro que ella veía como un joven hombre lleno de carisma y bondad. Lo que ambas muchachas ignoraban es que el vampiro tenía pleno conocimiento del nuevo desplante de su pequeña, acercándose de inmediato para cruzar palabras con la niña que llorosa se mantenía con la cabeza oculta entre sus rizos. Deseaba tanto poder ser normal, quitarse los miedos que habían despertado aquel atardecer tan fatídico. Lo deseaba tanto como deseaba poder decirle a su padre que en verdad le adoraba con todo su corazón, solo que su arisca manera de ser no se lo permitía. Estaba a punto de golpear el colchón con sus delicados puños cuando oyó un suspiro tan tenue que sin alzar la vista supo que era su padre. Como un resorte se sentó en la cama, justo al costado del hombre que la miraba con congoja. Los ojos de la niña se humedecieron más por las palabras que él le arrojaba demostrando lo dolido que estaba. Con toda su fuerza de voluntad se secaba las lágrimas para menear la cabeza en forma negativa. - No te estoy evitando a ti. Es que..no quiero salir, y tú estas empeñado en que vaya al jardín, que pasee por el lago contigo. ¿Por qué no jugamos una partida de ajedrez aquí? Tengo el tablero que me diste la navidad pasada. - ofrecía con su voz ahogada intentando que él no ahondase en los motivos por los cuales no deseaba salir. Apresurada se bajó de la cama con intenciones de sacar en tablero de su lugar sagrado entre su baúl de posesiones privilegiadas, cuando Wiliam le mencionó que tenía amigos humanos donde podría enviarla. Sin ser dramática, la niña se quedó quieta en medio camino, latiendole el corazón desbocado por la proposición que acababan de hacerle. - ¿Por qué querría irme? Tú eres mi padre, ¿estás muy molesto porque no he querido salir? Yo...lo siento...pero el que no quiera salir no significa que quiera irme con alguien más. Tengo miedo, te vi herido ese día... Y yo, ¿que podría hacer para ayudarte? Soy un peso muerto, soy solo un estorbo. Quiero quedarme aquí, donde nada malo puede pasar. Por favor padre, no lo tomes a personal..- el ruego en su voz se acalló al verle allí, sentado con el pelo revuelto, lpa dedos entrelazados y la mirada llena de tristeza como si escondiese una pena muy grande en su corazón. El peso de sus acciones fue a caerle encima. En verdad, le había lastimado. Le pinchaba la culpa por ser tan desconsiderada. - Papá, mirame. - solicitó al caer arrodillada a los pies del vampiro al que miraba desde abajo con ojos humedecidos. - Tengo mucho miedo, no es culpa tuya que yo me sienta así. Es que no puedo olvidar lo que ese muchacho dijo, ni se me borra de la cabeza que estuvieron por dañarte por hacernos daño....te quiero...no lo digo muy seguido, lo que no significa que no lo sienta...- el balbuceo fue tan avergonzado, tan coloradas se le pusieron las mejillas que solo pudo bajar la mirada cohibida.
Con el cuerpo presionado al colchón, ocultaba su rostro de una delicada Sophie que resignada daba la vuelta para ir a dar una nueva negativa al vampiro que ella veía como un joven hombre lleno de carisma y bondad. Lo que ambas muchachas ignoraban es que el vampiro tenía pleno conocimiento del nuevo desplante de su pequeña, acercándose de inmediato para cruzar palabras con la niña que llorosa se mantenía con la cabeza oculta entre sus rizos. Deseaba tanto poder ser normal, quitarse los miedos que habían despertado aquel atardecer tan fatídico. Lo deseaba tanto como deseaba poder decirle a su padre que en verdad le adoraba con todo su corazón, solo que su arisca manera de ser no se lo permitía. Estaba a punto de golpear el colchón con sus delicados puños cuando oyó un suspiro tan tenue que sin alzar la vista supo que era su padre. Como un resorte se sentó en la cama, justo al costado del hombre que la miraba con congoja. Los ojos de la niña se humedecieron más por las palabras que él le arrojaba demostrando lo dolido que estaba. Con toda su fuerza de voluntad se secaba las lágrimas para menear la cabeza en forma negativa. - No te estoy evitando a ti. Es que..no quiero salir, y tú estas empeñado en que vaya al jardín, que pasee por el lago contigo. ¿Por qué no jugamos una partida de ajedrez aquí? Tengo el tablero que me diste la navidad pasada. - ofrecía con su voz ahogada intentando que él no ahondase en los motivos por los cuales no deseaba salir. Apresurada se bajó de la cama con intenciones de sacar en tablero de su lugar sagrado entre su baúl de posesiones privilegiadas, cuando Wiliam le mencionó que tenía amigos humanos donde podría enviarla. Sin ser dramática, la niña se quedó quieta en medio camino, latiendole el corazón desbocado por la proposición que acababan de hacerle. - ¿Por qué querría irme? Tú eres mi padre, ¿estás muy molesto porque no he querido salir? Yo...lo siento...pero el que no quiera salir no significa que quiera irme con alguien más. Tengo miedo, te vi herido ese día... Y yo, ¿que podría hacer para ayudarte? Soy un peso muerto, soy solo un estorbo. Quiero quedarme aquí, donde nada malo puede pasar. Por favor padre, no lo tomes a personal..- el ruego en su voz se acalló al verle allí, sentado con el pelo revuelto, lpa dedos entrelazados y la mirada llena de tristeza como si escondiese una pena muy grande en su corazón. El peso de sus acciones fue a caerle encima. En verdad, le había lastimado. Le pinchaba la culpa por ser tan desconsiderada. - Papá, mirame. - solicitó al caer arrodillada a los pies del vampiro al que miraba desde abajo con ojos humedecidos. - Tengo mucho miedo, no es culpa tuya que yo me sienta así. Es que no puedo olvidar lo que ese muchacho dijo, ni se me borra de la cabeza que estuvieron por dañarte por hacernos daño....te quiero...no lo digo muy seguido, lo que no significa que no lo sienta...- el balbuceo fue tan avergonzado, tan coloradas se le pusieron las mejillas que solo pudo bajar la mirada cohibida.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
Al entrar en el dormitorio de mi hija la vi acostada boca abajo, en un intento de esconderse de todo. La contemplé por un momento, antes de sentarme en el borde la cama y comenzar a hablar. No me gustaba que me evitara, yo quería que fuera feliz y el único motivo que encontraba para que estuviera de ese modo era porque no quería seguir viviendo conmigo. Por eso mismo inicié la conversación de ese modo y acabé por indicarle que tenía unos pocos amigos humanos, y que si quería vivir con ellos podía organizarlo todo. Mientras hablaba solo miraba mis manos, manteniendo los dedos entrecruzados. Con mi visión periférica vi como la niña se levantaba como un resorte al escuchar mi voz.
Arya se apresuró a contestarme que no me estaba evitando a mí, sino que no quería salir y rápidamente comenzó a dar opciones para actividades dentro de la casa. No levanté la vista de mis manos, y apreté con fuerza. No sabía si me estaba mintiendo o no, no quería mirarla para comprobar que me estuviera mintiendo. No quería sentirme engañado con mi niña.
-Y si era por eso, ¿por qué no me dijiste que preferías comer en el comedor? Por ejemplo. -le pregunté serio. -En vez de darme otra opción, decides quedarte en tu cuarto, sin ver a nadie, teniendo que usar a Sophie como mensajera. -me dolía que me evitara, aun así tenía que ir poco a poco con ella lo sabía, pero a veces parecía que estar retrocediendo en vez de avanzar con la pequeña. -Insisto porque no es sano que te quedes encerrada todo el día en tu dormitorio, tienes que salir, que te de la luz del sol y al aire. -le dije. Después de eso le dije lo de mis amigos humanos, justo en ese momento Arya estaba buscando el tablero del ajedrez. Se quedó a medio camino y escuché como su corazón se aceleraba. La niña comenzó a explicarme porque no quería salir fuera, y todo lo que pensaba al respecto, y yo negué con la cabeza.
-No estoy molesto, estoy preocupado. -corregí a Arya. -No eres ningún peso muerto Arya, eres mi hija y yo estoy aquí para protegerte todo lo que duren nuestras vidas. -le recordé y le aclaré para que eso lo tuviera bien claro. -Y me lo tomó a personal precisamente porque me preocupas. -todavía no me había atrevido a mirarle a los ojos a la niña. Siglos de no tener miedo por nadie y de nadie, ahora toda esa seguridad desaparecía con mi hija. Ella se dejó caer al suelo y me exigió que la mirara. Eso hice y al ver sus ojos llorosos lo único que pude hacer fue cogerla del suelo y abrazarla contra mí. -No te va a pasar nada. Yo estoy bien, no pasa nada. Yo estoy bien. -le aseguré de nuevo. -Yo también te quiero, pequeña. Eres lo más importante que tengo ahora mismo en mi vida, no lo olvides.
Arya se apresuró a contestarme que no me estaba evitando a mí, sino que no quería salir y rápidamente comenzó a dar opciones para actividades dentro de la casa. No levanté la vista de mis manos, y apreté con fuerza. No sabía si me estaba mintiendo o no, no quería mirarla para comprobar que me estuviera mintiendo. No quería sentirme engañado con mi niña.
-Y si era por eso, ¿por qué no me dijiste que preferías comer en el comedor? Por ejemplo. -le pregunté serio. -En vez de darme otra opción, decides quedarte en tu cuarto, sin ver a nadie, teniendo que usar a Sophie como mensajera. -me dolía que me evitara, aun así tenía que ir poco a poco con ella lo sabía, pero a veces parecía que estar retrocediendo en vez de avanzar con la pequeña. -Insisto porque no es sano que te quedes encerrada todo el día en tu dormitorio, tienes que salir, que te de la luz del sol y al aire. -le dije. Después de eso le dije lo de mis amigos humanos, justo en ese momento Arya estaba buscando el tablero del ajedrez. Se quedó a medio camino y escuché como su corazón se aceleraba. La niña comenzó a explicarme porque no quería salir fuera, y todo lo que pensaba al respecto, y yo negué con la cabeza.
-No estoy molesto, estoy preocupado. -corregí a Arya. -No eres ningún peso muerto Arya, eres mi hija y yo estoy aquí para protegerte todo lo que duren nuestras vidas. -le recordé y le aclaré para que eso lo tuviera bien claro. -Y me lo tomó a personal precisamente porque me preocupas. -todavía no me había atrevido a mirarle a los ojos a la niña. Siglos de no tener miedo por nadie y de nadie, ahora toda esa seguridad desaparecía con mi hija. Ella se dejó caer al suelo y me exigió que la mirara. Eso hice y al ver sus ojos llorosos lo único que pude hacer fue cogerla del suelo y abrazarla contra mí. -No te va a pasar nada. Yo estoy bien, no pasa nada. Yo estoy bien. -le aseguré de nuevo. -Yo también te quiero, pequeña. Eres lo más importante que tengo ahora mismo en mi vida, no lo olvides.
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Re: No insistas (William D. Rhys)
La niña estaba asustada, como nunca en su vida. Hasta esa noche en que fueron atacados nunca fue consciente de lo mucho que apreciaba al vampiro. William era para ella alguien muy especial, ni siquiera podía describir cómo es que se había ganado ese sitio en su corazón. Tampoco era capaz de mencionar lo que sintió al ser arrastrada por el terreno para ser apartada de su padre. Recordaba el terror que sentía ante la perspectiva de una vida sin William, la rabia porque le quisieran quitar la única persona o criatura, que alguna vez le demostró cariño e interés. Aún palpaba el sabor amargo de la desesperanza, y la congoja de no saber si su padre estaría bien. Ni siquiera pudo imaginar lo que sería acoplarse a alguien más, le daba lo mismo que fuese una pobre doncella que debía fregar pisos, limpiar chimeneas para dar calor al hogar o cortar alimentos en una cocina. Lo principal es que su padre no estaría y con ello, nada sería igual ni estaría nunca más a salvo y protegida como lo estaba con él. Era lógico que no quisiese volver a salir al aire libre, era su forma de resguardarse de todos los peligros externos. Fue superada por lo sucedido, eso la llevaba a actuar fuera de sus parámetros, dejando la valentía a un lado solo para cuidar el vínculo formado padre e hija. El problema es que William no dejaba de mirarla con esos ojos angustiados que le apretaron el corazón. ¡Era tan difícil! Su orgullo no le había permitido admitir ante él sus miedos, no quería desilusionarlo con su cobardía ni herirlo por la falta de agallas. Sin embargo, allí se encontraba ante la imagen de un William que incluso llegaba a ofrecerle un nuevo hogar. Al borde del llanto terminó de exponer sus miedos con la mirada baja, porque en realidad estaba avergonzada. - ¿Acaso no es preferible qué este pálida, pero contigo, qué rebosante y lejos de aquí? – murmuró en la máxima expresión de sus temores mordiendo su labio inferior para no seguir diciendo palabras de las cuales pudiera arrepentirse. Su vocecilla había sonado débil, compungida como ella lo estaba. Con las lágrimas recorriéndole el rostro hizo todos los intentos para expresar su cariño, ese afecto que con el tiempo de estar juntos y esa forma de ser exquisita, él había despertado en ella. La frustración le ganó separándose de él para acercarse al ventanal que tenía junto a la cama para apartar la cortina observando el crepúsculo. En el jardín majestuoso y florido se veía una mesa dispuesta bajo un precioso quiosco que estaba junto a uno de los lagos naturales que adornaban la estancia. Apretaba sus dedos indecisa, esperando que fuese William quien dijese algo primero, que le dijese que se quedarían allí a jugar al ajedrez comiendo ella ante sus ojos para su deleite, pero como nada pasó, tuvo que hablar. - ¿De qué sirve que sea tu hija? No soy fuerte, ni siquiera puedo ayudarte, ¿sabes lo que me costó transformarme? Ni tuve la fuerza para atacar, te dejé hacer todo a ti. Si soy un peso muerto, solo te he traído problemas desde que llegué…desde que fuiste a buscarme siguiendo el rastro de sangre. Te he hecho sufrir, te he hecho esforzarte por llegar a mí, y sé que has pasado trabajos por mí. Pero soy egoísta, y quiero quedarme aquí contigo, por más que no pueda darte nada ni ayudarte cuando lo necesitas. – exclamó con todas sus fuerzas aun cuando su padre no necesitaba que alzase la voz para oírla. Prácticamente, sus miedos la estaban haciendo involucionar. Volvía a los días en que encerrada quería pasarse el tiempo alejándose de todo y todos los que le decían que ella era una abominación. Por supuesto, sus temores ahora eran distintos, pero igualmente no deseaba que volvieran a dañarla. - ¡Tú no me entiendes! No voy a salir de aquí, me quedaré dentro de la casa donde nadie puede hacer nada para sacarme de aquí y tú estarás a salvo también. – dictaminó en un berrinche de tal magnitud que nadie lo creería sino lo viese. Decidida se metió debajo de su cama haciéndose un ovillo para que no la sacasen de su refugio. La racional se fue a dormir para dar paso a la adolescente temperamental que era. Adolescente en cuerpo de niña que con ojos cerrados esperaba que esto acabase, que acabasen los miedo y la vergüenza por ser débil, egoísta y llena de fobias.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
No sabía si estaba haciendo las cosas correctamente o no, pero no podía permitir que la niña de mis ojos se marchitara encerrada en su dormitorio. Las cosas no eran así, tenía que salir y vivir. De que demonios me servía protegerla, enseñarle todo lo que podía y más cuando después no estaba dispuesta a vivir. Si eso era así, todo lo que había hecho no tendría ningún sentido y sin duda habría fracasado como padre. No podía permitir que se marchitara, no podía permitir que se quedara aquí sin hacer nada al respecto. Intentó distraerme con el ajedrez que le compré la última vez, obviamente no caía. Era una situación demasiado seria para solo dejarme llevar por los caprichos de la niña. Seguía con la mirada en mis dedos entrelazados, sentado en su cama, ofreciéndole otro hogar si eso era lo que deseaba. La niña dejó caer todo y se colocó delante de mí, intentando hacer que entrara en razón hasta que por fin dejó soltar lo que pensaba de verdad. Ante sus palabras negué con la cabeza.
-Te equivocas, no es preferible eso. Si para que estés feliz, rebosante y viva te tienes que alejar de mi lado, sería el primero en meterte en el carruaje a ese destino aunque me partiera el corazón en miles de pedazos. -le aclaré a la niña. Prefería mil veces sufrir yo antes que verla como una muerte viviente en nuestra propia casa. Después de eso guardé silencio, y Arya en medio de un acto casi de desesperación se fue hacia la ventana. Abriéndola dejando entrar la luz del crepúsculo sin duda era una luz que molestaba, pero era la más soportable. La que menos aguantaba era la luz de amanecer. Tras unos minutos en silencio finalmente habló, soltó lo que le preocupaba, yo alcé la vista para mirarla directamente a los ojos. Aquella reacción terminó con gritos a pleno pulmón de la chiquilla. Se escondió debajo de su cama, y fui como la gota que colmó el vaso. Me levanté de la cama, y sin más levanté el pesado mueble sin problemas. Cogí a la niña de la parte de atrás de su vestido y la alcé también sin problemas. Ya teniendo a la niña cogida de aquella manera, como si se tratara de un cachorro de gato dejé la cama en el suelo de de nuevo, despacio para no romper nada. Cogí a la niña de la cintura, y la cargué como si fuera un saco. Salí de su habitación con ella a cuestas, podía gritar y patalear todo lo que le diera la gana que no iba a sentir nada. Bajando las escaleras Sophie vino corriendo por los gritos y quejas, pero al ver que la fuente era yo se relajó, dejándome pasar. Salí al exterior, y la llevé hasta el quiosco donde todo estaba preparado para la merienda. No la solté.
-¿Acaso no lo ves? -le pregunté. La cogí como era debido, dejando su rostro delante del mío. -No me ha pasado nada y estás fuera de tu dormitorio, y sigo aquí, sin sufrir ningún tipo de daño. -le repetí por segunda vez en la misma frase. -¿Sabes a cuanta gente maté antes de ser capaz de poder controlarme? -le pregunté. Seguramente esos datos de mi vida eran mejor quedármelos para mí, pero era necesario llegados a este punto. -No eres un peso muerto, no sabes lo que tienes que hacer, te falta resistencia y entrenamiento. Igual como a mí en su momento, ¿crees que he llegado a poder estar a tu lado sin la necesidad de matarte por caridad y sin sacrificios? -le volví a preguntar. La senté en la silla, y yo caminé hasta sentarme en la silla que había delante de ella. -Si no fuera por ese sacrificio es vez de ayudarte esa noche tu hubiera matado por mi propia naturaleza, pero no lo hice. -la miré a los ojos. -Eres mi hija, y no voy a permitir que mi hija se rinda sin ni si quiera haber luchado o intentar hacer algo antes. ¿Te ha quedado claro Arya? -le dije de manera ruda. -No me has hecho sufrir, eres la única cosa importante que ha pasado en mi vida, y tampoco voy a permitir que te eches la culpa de cosas que no son ciertas para poder rendirte y quedarte en tu cuarto como una muerta viviente. -extendí mi mano y serví el té en la taza que tenía delante de ella, y después en la mía, sin embargo en la mía también puse un líquido de color rojo intenso. La mejor sangre de predador de la zona. -Puede que yo no te entienda, como bien me has gritado antes, pero tú tampoco me entiendes a mí. Así que, llegados a este punto solo queda la posibilidad de que me cuentes siempre lo que te pasa y como te sientes sin tapujos. -le comenté. -Y también, -la miré a los ojos. -vas a comenzar a practicar tu transformación, te guste o no. -cogí la cucharilla y revolví un poco del contenido en mi taza de té. Antes de llevármela a los labios. -A estar alturas deberías saber ya que te quiero con toda mi existencia.
-Te equivocas, no es preferible eso. Si para que estés feliz, rebosante y viva te tienes que alejar de mi lado, sería el primero en meterte en el carruaje a ese destino aunque me partiera el corazón en miles de pedazos. -le aclaré a la niña. Prefería mil veces sufrir yo antes que verla como una muerte viviente en nuestra propia casa. Después de eso guardé silencio, y Arya en medio de un acto casi de desesperación se fue hacia la ventana. Abriéndola dejando entrar la luz del crepúsculo sin duda era una luz que molestaba, pero era la más soportable. La que menos aguantaba era la luz de amanecer. Tras unos minutos en silencio finalmente habló, soltó lo que le preocupaba, yo alcé la vista para mirarla directamente a los ojos. Aquella reacción terminó con gritos a pleno pulmón de la chiquilla. Se escondió debajo de su cama, y fui como la gota que colmó el vaso. Me levanté de la cama, y sin más levanté el pesado mueble sin problemas. Cogí a la niña de la parte de atrás de su vestido y la alcé también sin problemas. Ya teniendo a la niña cogida de aquella manera, como si se tratara de un cachorro de gato dejé la cama en el suelo de de nuevo, despacio para no romper nada. Cogí a la niña de la cintura, y la cargué como si fuera un saco. Salí de su habitación con ella a cuestas, podía gritar y patalear todo lo que le diera la gana que no iba a sentir nada. Bajando las escaleras Sophie vino corriendo por los gritos y quejas, pero al ver que la fuente era yo se relajó, dejándome pasar. Salí al exterior, y la llevé hasta el quiosco donde todo estaba preparado para la merienda. No la solté.
-¿Acaso no lo ves? -le pregunté. La cogí como era debido, dejando su rostro delante del mío. -No me ha pasado nada y estás fuera de tu dormitorio, y sigo aquí, sin sufrir ningún tipo de daño. -le repetí por segunda vez en la misma frase. -¿Sabes a cuanta gente maté antes de ser capaz de poder controlarme? -le pregunté. Seguramente esos datos de mi vida eran mejor quedármelos para mí, pero era necesario llegados a este punto. -No eres un peso muerto, no sabes lo que tienes que hacer, te falta resistencia y entrenamiento. Igual como a mí en su momento, ¿crees que he llegado a poder estar a tu lado sin la necesidad de matarte por caridad y sin sacrificios? -le volví a preguntar. La senté en la silla, y yo caminé hasta sentarme en la silla que había delante de ella. -Si no fuera por ese sacrificio es vez de ayudarte esa noche tu hubiera matado por mi propia naturaleza, pero no lo hice. -la miré a los ojos. -Eres mi hija, y no voy a permitir que mi hija se rinda sin ni si quiera haber luchado o intentar hacer algo antes. ¿Te ha quedado claro Arya? -le dije de manera ruda. -No me has hecho sufrir, eres la única cosa importante que ha pasado en mi vida, y tampoco voy a permitir que te eches la culpa de cosas que no son ciertas para poder rendirte y quedarte en tu cuarto como una muerta viviente. -extendí mi mano y serví el té en la taza que tenía delante de ella, y después en la mía, sin embargo en la mía también puse un líquido de color rojo intenso. La mejor sangre de predador de la zona. -Puede que yo no te entienda, como bien me has gritado antes, pero tú tampoco me entiendes a mí. Así que, llegados a este punto solo queda la posibilidad de que me cuentes siempre lo que te pasa y como te sientes sin tapujos. -le comenté. -Y también, -la miré a los ojos. -vas a comenzar a practicar tu transformación, te guste o no. -cogí la cucharilla y revolví un poco del contenido en mi taza de té. Antes de llevármela a los labios. -A estar alturas deberías saber ya que te quiero con toda mi existencia.
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Re: No insistas (William D. Rhys)
Los ojos de la pequeña se cerraron tapando sus oídos con sus pequeñas y suaves manos para no oír las palabras de su padre, como una terca, como una porfiada que no quería la sacasen de su error. En días normales, cuando ella estaba mejor de ánimo, carente de miedos e ideas disparatadas escuchaba a su padre con total atención considerando a sus consejos y percepciones como muy acertadas. En esta ocasión actuaba de una forma muy distinta, se negaba a hablar, hasta se negaba a verle a los ojos porque conocía a su padre lo suficiente para saber que a partir de este momento no daría su brazo a torcer hasta que ella saliera de esa habitación para volver a su vida normal. Sus manos comenzaron a temblar explotando en llanto porque en serio creía que estaba haciendo la vida de su padre más difícil y desastrosa. No dejaba de pensar en lo que pudo pasar con el vampiro si esa bestia de la noche le hubiese matado, ella no estaba capacitada para aceptar la muerte de William ni para verla consumarse. Cuando la lucha inició frente a sus ojos viendo a su padre de nuevo ser él mismo para enfrentarse al enemigo que con sus fauces logró herirlo brotando la sangre escarlata por todos lados dándole a ella un golpe profundo al corazón. Cuando dijo que deseaba poder salir a conocer el mundo no deseaba que pasaran este tipo de cosas, ni verse envuelta en luchas en las que no podía participar por su negligencia. Y fue sufrir cada golpe que le daban a su padre, darse cuenta de que existía una parte poderosa en su interior que brotaba por causa de él, una parte que acaba con esa resistencia natural que florecía en su especie ante los vampiros. Solo le quedaba suplicar, y detestaba tener que hacerlo como el tener que vivir algo así. Si fuera por ella se encerraría toda la vida solo para no soportar una situación similar, era simple. También estaba el hecho de que sus días eran mejores en soledad y con libros alrededor, restando importancia al mundo exterior del que solo gozaba si estaba alrededor de plantas y animales.
El berrinche como decía el vampiro tuvo su fin en cuanto él alzó la cama como si se tratara de una suave pluma cogiéndola del vestido para levantarla como a un ser pequeño encendiendo el rubor en sus mejillas y una especie de rabia por la humillación que estaba viviendo que desencadeno en algo mucho peor, unos gritos que no cesaban sino que se intensificaban al ver a dónde la llevaban. – Hablo en serio padre, si no me sueltas dejaré de hablarte por el resto de mi existencia. – chilló envenenada haciendo efecto los movimientos del padre que con su astucia estaba quitando ese miedo tan profundo que la estaba aquejando dando paso a la indignación. Sophie la miraba con una sonrisa ladeada de satisfacción. Traidora, a ella también no le iba a hablar por muchos bizcochos que le subiese a la habitación para contentarla. Todos estaban en su contra, nadie entendía la verdad que ella estaba presentando. Era un estorbo y punto. – No me interesa. – murmuró entre dientes al estar en suelo firme, volteando el rostro para no mirar a su padre a los ojos. – No me interesa lo que tengas que decirme, estoy enfadada contigo por hacerme esto. – resaltaba mirando el bonito paisaje que tenían alrededor. El pasto era fresco y verde, los árboles frondosos siendo salpicados por los últimos rayos de sol. La mesa que tenían al costado estaba llena de tartas de aspecto delicioso, una que otra galleta de avena y almendras que eran sus favoritas para acompañar un corriente té de hojas de naranja que Sophie le había enseñado a degustar y olía en una de las teteras. Igual no iba a perdonarle, no importaba que él la mirase con sus brillantes ojos diciéndole que se sentase con ese tono autoritario. Enfurruñada caminó hasta sentarse en la silla que su padre corrió para tal propósito, cruzando los brazos se quedó quieta descendiendo un par de lágrimas por sus mejillas que solo aumentaban el drama a toda la situación. Cuando la pequeña se diese cuenta de que ha involucionado se sentirá desdichada por no haber contenido sus impulsos usando más el raciocinio que el corazón. Las palabras de William ingresaron en su cabeza, logrando un efecto contradictorio en ella que bajaba la cabeza al tiempo que replicaba con voz suave. – Pues si quieres enviarme lejos, hazlo. Sabes que he intentado transformarme a mi voluntad, pero no puedo. He hecho todo lo que está en mis manos, no puedo hacer más cuando no tengo a mano los pormenores de lo que soy ni tú tampoco, solo tienes una leve idea. – encaraba con firmeza girando el rostro para lanzarle una mirada de tristeza a su padre.- Tú no sabes lo que yo he sentido al verte herido, no sabes lo que es ese dolor y no me interesa lo que digas, no lo voy a experimentar de nuevo así tenga que encerrarme pareciendo un parásito. Y no sonrías, no sé qué es gracioso. No, tampoco quiero té, ni nada, me has obligado a salir aquí, pero no puedes obligarme a comer y a partir de ahora no pienso volver a hablarte por sacarme como un costal de papas enfrente de todos y por cuestionar mis sentimientos. – su argumento finalizó con un encogimiento, abrazándose a sí misma como a una desgraciada.
El berrinche como decía el vampiro tuvo su fin en cuanto él alzó la cama como si se tratara de una suave pluma cogiéndola del vestido para levantarla como a un ser pequeño encendiendo el rubor en sus mejillas y una especie de rabia por la humillación que estaba viviendo que desencadeno en algo mucho peor, unos gritos que no cesaban sino que se intensificaban al ver a dónde la llevaban. – Hablo en serio padre, si no me sueltas dejaré de hablarte por el resto de mi existencia. – chilló envenenada haciendo efecto los movimientos del padre que con su astucia estaba quitando ese miedo tan profundo que la estaba aquejando dando paso a la indignación. Sophie la miraba con una sonrisa ladeada de satisfacción. Traidora, a ella también no le iba a hablar por muchos bizcochos que le subiese a la habitación para contentarla. Todos estaban en su contra, nadie entendía la verdad que ella estaba presentando. Era un estorbo y punto. – No me interesa. – murmuró entre dientes al estar en suelo firme, volteando el rostro para no mirar a su padre a los ojos. – No me interesa lo que tengas que decirme, estoy enfadada contigo por hacerme esto. – resaltaba mirando el bonito paisaje que tenían alrededor. El pasto era fresco y verde, los árboles frondosos siendo salpicados por los últimos rayos de sol. La mesa que tenían al costado estaba llena de tartas de aspecto delicioso, una que otra galleta de avena y almendras que eran sus favoritas para acompañar un corriente té de hojas de naranja que Sophie le había enseñado a degustar y olía en una de las teteras. Igual no iba a perdonarle, no importaba que él la mirase con sus brillantes ojos diciéndole que se sentase con ese tono autoritario. Enfurruñada caminó hasta sentarse en la silla que su padre corrió para tal propósito, cruzando los brazos se quedó quieta descendiendo un par de lágrimas por sus mejillas que solo aumentaban el drama a toda la situación. Cuando la pequeña se diese cuenta de que ha involucionado se sentirá desdichada por no haber contenido sus impulsos usando más el raciocinio que el corazón. Las palabras de William ingresaron en su cabeza, logrando un efecto contradictorio en ella que bajaba la cabeza al tiempo que replicaba con voz suave. – Pues si quieres enviarme lejos, hazlo. Sabes que he intentado transformarme a mi voluntad, pero no puedo. He hecho todo lo que está en mis manos, no puedo hacer más cuando no tengo a mano los pormenores de lo que soy ni tú tampoco, solo tienes una leve idea. – encaraba con firmeza girando el rostro para lanzarle una mirada de tristeza a su padre.- Tú no sabes lo que yo he sentido al verte herido, no sabes lo que es ese dolor y no me interesa lo que digas, no lo voy a experimentar de nuevo así tenga que encerrarme pareciendo un parásito. Y no sonrías, no sé qué es gracioso. No, tampoco quiero té, ni nada, me has obligado a salir aquí, pero no puedes obligarme a comer y a partir de ahora no pienso volver a hablarte por sacarme como un costal de papas enfrente de todos y por cuestionar mis sentimientos. – su argumento finalizó con un encogimiento, abrazándose a sí misma como a una desgraciada.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
Las cosas con mi hija no iban para nada bien. Ella se empeñaba en quedarse encerrada para toda su vida, y sabía a la perfección que si no le hacía cambiar de opinión iba a cumplir su palabra de quedarse toda su vida allí metida. No pensaba permitir que hiciera tal estupidez, no quería que tuviera esa clase de vida. Cuando la recogí de ese barrio nauseabundo, cuando la curé, cuando comencé a tenerle cariño y ese cariño se convirtió en amor, lo único que tenía en mi mente es en darle una vida plena. Que creciera feliz, que disfrutara de su infancia porque hasta el momento no lo había hecho. Tenía que vivir, y eso lo iba a conseguir como que me llamaba William Draken Rhys. Esa niña no me ganaba a mi en cabezota, yo, a diferencia de ella, tenía casi dos siglos de pura y sencilla cabezonería. Estaba con esos ánimos así que no entendía o mejor dicho, no quería entender ninguna palabra que salía de mis labios. Como siempre, mi paciencia tenía un límite y esa niña lo alcanzó después de tirarse encima de la cama. La cogí del vestido y la cargué encima de mi hombro. No la solté a pesar de sus gritos, pataleos y de todo. Sé que los empleados de mi casa se sorprendieron, pero después sonrieron con ternura. Lo más probable es que vieran esta escena más que adorable, también podría ser el efecto que causaba mi hija en todos, aunque esta no se diera cuenta. Estaba seguro que cuando esa niña se desarrollara por completo tendría que comprar una escopeta, balas de plata y estar preparado para arrancar a más de uno el cuello de un mordisco.
-Está bien, siéntate igual. -le ordené. Obedeció a regañadientes, puse los ojos en blanco mientras escuchaba sus quejas y poco a poco iba colocando todo para el té y servirlo. -Yo también estoy enfadado contigo por hacerme esto, sin embargo no me pongo de morros ni me niego a escucharte. -le recordé. La niña se acomodó enfurruñada en la silla con los brazos cruzados y con lágrimas cayendo por su rostro. Inmediatamente alargué mi brazo por encima de la mesa para limpiarle el rostro con el dorso de mi mano. Podíamos estar en medio de una discusión pero seguía siendo mi hija, no podía evitar querer cuidarla. Serví el té y coloqué sus galletas favoritas delante de ella junto con el té. Yo me serví el mío, algo estúpido porque la comida para mí no sabía a nada.
-Es cierto, no sé absolutamente nada de lo que tienen que pasar los cambiantes para transformarse. -di un sorbo de té. La miré directamente a los ojos. -Te has transformado antes, así que no es imposible. Es cuestión de ponerse y punto, deja de poner pegas a todo lo que te digo. -obviamente evité el tema de mandarla lejos. Es posible que fuera capaz de hacerlo, pero no sabía hasta cuanto podía aguantar sin ir a buscarla y traerla conmigo, aunque fuera contra su voluntad. Sin duda podía ser la criatura más egoísta que pisaba la faz de la tierra. Sonreí al escuchar lo que decía. Esa niña no era consciente que me estaba partiendo el corazón al mismo tiempo que alimentaba mi amor de padre. -Nada es gracioso, pero con lo que me estás diciendo está cada vez más claro que me quieres y aun así, no eres capaz de entender lo que te pido. Puedes dejarme de hablar mientras que escuches lo que te digo. -concluí ese tema. -Eres joven, puede que tengas catorce años Arya pero solo eres una niña astuta, inteligente, cabezota e incluso valiente. Pero sigues siendo una niña… -volví a mirarle a los ojos. -¿En serio crees que lo peor de esta vida es la muerte? -negué con la cabeza. -La muerte no es lo peor que existe, es cierto que es un sino harto desafortunado mas no es lo peor… Lo peor es estar vivo y vivir como un muerto, como quieres hacerlo tú. Saber que esa persona amada está ahí, pero que no es capaz de levantarse, ni dar un paso. Ver como se marchita poco a poco hasta que se convierta en una cascara vacía, un cuerpo sin alma. Eso es lo peor que puedas ver. Si mueres, muerto estás, dejas de existir. Si yo muriera la única que me recordaría serías tú, seguiría vivo dentro de tus recuerdos no obstante cuando tú mueras, yo dejaré de existir por completo. Amo que me adores de esa forma, porque yo también te amo y por eso no quiero que seas como una muñeca, que hay que darle cuerda y obligarla a que se mueva. Quiero que vivas, que te equivoques, te levantes, que te partan el corazón y que tú también se lo partas a algún pobre muchacho. Quiero que viajes, que estudies, que veas mundo bajo ojos críticos y que te engañen una sola vez porque para el segundo intento sabrás lo que hacer. -negué con la cabeza. -No quiero que seas algo vacío hija.
-Está bien, siéntate igual. -le ordené. Obedeció a regañadientes, puse los ojos en blanco mientras escuchaba sus quejas y poco a poco iba colocando todo para el té y servirlo. -Yo también estoy enfadado contigo por hacerme esto, sin embargo no me pongo de morros ni me niego a escucharte. -le recordé. La niña se acomodó enfurruñada en la silla con los brazos cruzados y con lágrimas cayendo por su rostro. Inmediatamente alargué mi brazo por encima de la mesa para limpiarle el rostro con el dorso de mi mano. Podíamos estar en medio de una discusión pero seguía siendo mi hija, no podía evitar querer cuidarla. Serví el té y coloqué sus galletas favoritas delante de ella junto con el té. Yo me serví el mío, algo estúpido porque la comida para mí no sabía a nada.
-Es cierto, no sé absolutamente nada de lo que tienen que pasar los cambiantes para transformarse. -di un sorbo de té. La miré directamente a los ojos. -Te has transformado antes, así que no es imposible. Es cuestión de ponerse y punto, deja de poner pegas a todo lo que te digo. -obviamente evité el tema de mandarla lejos. Es posible que fuera capaz de hacerlo, pero no sabía hasta cuanto podía aguantar sin ir a buscarla y traerla conmigo, aunque fuera contra su voluntad. Sin duda podía ser la criatura más egoísta que pisaba la faz de la tierra. Sonreí al escuchar lo que decía. Esa niña no era consciente que me estaba partiendo el corazón al mismo tiempo que alimentaba mi amor de padre. -Nada es gracioso, pero con lo que me estás diciendo está cada vez más claro que me quieres y aun así, no eres capaz de entender lo que te pido. Puedes dejarme de hablar mientras que escuches lo que te digo. -concluí ese tema. -Eres joven, puede que tengas catorce años Arya pero solo eres una niña astuta, inteligente, cabezota e incluso valiente. Pero sigues siendo una niña… -volví a mirarle a los ojos. -¿En serio crees que lo peor de esta vida es la muerte? -negué con la cabeza. -La muerte no es lo peor que existe, es cierto que es un sino harto desafortunado mas no es lo peor… Lo peor es estar vivo y vivir como un muerto, como quieres hacerlo tú. Saber que esa persona amada está ahí, pero que no es capaz de levantarse, ni dar un paso. Ver como se marchita poco a poco hasta que se convierta en una cascara vacía, un cuerpo sin alma. Eso es lo peor que puedas ver. Si mueres, muerto estás, dejas de existir. Si yo muriera la única que me recordaría serías tú, seguiría vivo dentro de tus recuerdos no obstante cuando tú mueras, yo dejaré de existir por completo. Amo que me adores de esa forma, porque yo también te amo y por eso no quiero que seas como una muñeca, que hay que darle cuerda y obligarla a que se mueva. Quiero que vivas, que te equivoques, te levantes, que te partan el corazón y que tú también se lo partas a algún pobre muchacho. Quiero que viajes, que estudies, que veas mundo bajo ojos críticos y que te engañen una sola vez porque para el segundo intento sabrás lo que hacer. -negué con la cabeza. -No quiero que seas algo vacío hija.
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Re: No insistas (William D. Rhys)
[b">¿Y? ¿Tengo que sentirme feliz porqué me harás hacer lo que tú quieres? Ni siquiera me permites tomar parte en las decisiones, prometiste hace dieciocho meses que me tratarías como una señorita y no como una cría, ¿debo avergonzarme de la falta de valor en las palabras de mi padre? – exclamó con los brazos cruzados buscando su participación en las decisiones que se estaban tomando. – Puedo entrenar dentro de la casa, y si mejoro saldré, sino, no quiero salir. – arremetía proponiendo un trato justo. Si ella no lograba mejorar las condiciones de su transformación significaría que él querría salir con ella a todas partes, y aunque fuese una demente paranoica, prefería que su padre no estuviese si esos hombres o criaturas, demonios o lo que fuesen, volvieran por ella. Esperaba que él asintiera, pero nada sucedía, no a la primera. Lo que vino después solo le incrementó el llanto. Las palabras de aquella voz aterciopelada fueron tan profundas, tan cargadas de dulzura y buen tino que no supo como refutarlas. Se quedó en silencio con la mirada clavada en sus manos posadas en su regazo al que se aferraban con fuerza para sentir una ligera estabilidad. – No quiero que mueras. ¿No puedo intentar un equilibrio en esto? Dices que si mueres estarás en mis recuerdos, ¿puedes darme todo lo que me das ahora desde allí? ¿Me bastaría con recordar cómo hemos vivido? No puedo vivir sin que estés en este mundo, no sé cómo hacerlo padre y no quiero aprender. Todo lo que conozco después de ti es destrucción y dolor, solo odio. Nadie me querrá sino eres tú, nadie. A veces considero que me amas porque tienes una mente privilegiada, porque no tienes miedo de lo que soy porque tú también eres diferente, pero esa noche cuando nos atacaron…esos hombres eran diferentes y solo tenían maldad. Yo no quiero exponerme a la maldad de los hombres, ya no quiero hacerlo. Solo me queda este lugar, contigo, aquí soy feliz, y si algún día alguna persona logra amarme por lo que soy, no reemplazara el sitio que te has ganado en mi corazón. Es por ello que tengo tanto miedo a perderte, y más si el motivo soy yo misma.[/font]
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Re: No insistas (William D. Rhys)
Eran contadas con los dedos de la mano las ocasiones en que discutían ellos dos. Lo común era que ante alguna discrepancia se sentasen para dialogar con calma, como seres civilizados. En la mayoría de las conversaciones, la muchacha gozaba de oír las opiniones de su padre, es cierto que jugaba a no creer ni estimar sus percepciones solo para molestarlo un poco teniendo mucho que ver esa resistencia natural que tenía contra los vampiros. Lo palpable con el paso de los años viviendo juntos, en soledad, viajando solo con lo necesario por un sitio y otro para establecerse de nuevo, es que lo único que tenían como preciado tesoro, era al otro y se acoplaban bastante bien. Ella no tenía mayores exigencias, ni él tampoco. Los cambios en esta ocasión estaban ligados, más que eso, regidos por los límites de su cordura. Estaba dispuesta a vestir como una simple doncella, a limitar sus fuentes de lectura, a que la mesa se encontrara con menos manjares de los que ahora tenía a su disposición y deleite, a lo único que no estaba dispuesta a someterse es a una vida sin su padre. Estaba convencida de que todos sus esfuerzos, sean pocos o exagerados, incluso infantiles si él quería verlo de esa forma, eran necesarios para dar protección al vínculo que le había permitido sanar sus heridas y ser feliz, porque lo era. Fueron demasiados sentimientos, demasiadas verdades las que le golpearon a la cara esa noche en medio del camino lodoso. Fue el horror, el desespero de verse alejada de su padre, viéndose de nuevo como un monstruo, un error de la naturaleza que no debe existir. Todo, cada uno de esos sentimientos le hicieron darse cuenta de forma violenta de lo mucho que adoraba al vampiro que con sus modos y manías le proporcionó una estabilidad que, aunque le encantaba pensar podría mantener ella sola, simplemente no podía, no duraría mucho tiempo si eran separados o si él moría por cuidarla.
Terminaron discutiendo. O ella lo hacía con toda la intensidad de la ofensa de la que acababa de ser víctima al ser obligada a salir al aire libre. Sintió confort y paz en aquel ambiente natural rodeado de las bellezas que su padre había preparado para el nuevo hogar, pero claro, ella no lo admitiría a la primera estando más ocupada en lanzarle sus cuestionamientos y el enojo, uno tan poderoso que le hicieron brotar en llanto terminando por decir todo lo que pensaba. Dejó fluir las palabras expulsando todo el cariño, la admiración, la estima que tenía por su protector sin mirarle, con todo el paquete de enfurruñamiento colocado sobre sus hombros despreciando cada sonrisa que el vampiro con su encanto pudiese regalarle. Oyó las demandas, y supo que a partir de ese momento él se encargaría de que ella entrene por las buenas o por las malas, todo estaba en sus manos. Con un bufido volvió a mirarle teniendo los ojos rojos a lo que su padre respondió acariciándole las mejillas para borrar el rastro de lágrimas que quedaban sobre ellas. - ¿Y? ¿Tengo que sentirme feliz porqué me harás hacer lo que tú quieres? Ni siquiera me permites tomar parte en las decisiones, prometiste hace dieciocho meses que me tratarías como una señorita y no como una cría, ¿debo avergonzarme de la falta de valor en las palabras de mi padre? – exclamó con los brazos cruzados buscando su participación en las decisiones que se estaban tomando. – Puedo entrenar dentro de la casa, y si mejoro saldré, sino, no quiero salir. – arremetía proponiendo un trato justo. Si ella no lograba mejorar las condiciones de su transformación significaría que él querría salir con ella a todas partes, y aunque fuese una demente paranoica, prefería que su padre no estuviese si esos hombres o criaturas, demonios o lo que fuesen, volvieran por ella. Esperaba que él asintiera, pero nada sucedía, no a la primera. Lo que vino después solo le incrementó el llanto. Las palabras de aquella voz aterciopelada fueron tan profundas, tan cargadas de dulzura y buen tino que no supo como refutarlas. Se quedó en silencio con la mirada clavada en sus manos posadas en su regazo al que se aferraban con fuerza para sentir una ligera estabilidad. – No quiero que mueras. ¿No puedo intentar un equilibrio en esto? Dices que si mueres estarás en mis recuerdos, ¿puedes darme todo lo que me das ahora desde allí? ¿Me bastaría con recordar cómo hemos vivido? No puedo vivir sin que estés en este mundo, no sé cómo hacerlo padre y no quiero aprender. Todo lo que conozco después de ti es destrucción y dolor, solo odio. Nadie me querrá sino eres tú, nadie. A veces considero que me amas porque tienes una mente privilegiada, porque no tienes miedo de lo que soy porque tú también eres diferente, pero esa noche cuando nos atacaron…esos hombres eran diferentes y solo tenían maldad. Yo no quiero exponerme a la maldad de los hombres, ya no quiero hacerlo. Solo me queda este lugar, contigo, aquí soy feliz, y si algún día alguna persona logra amarme por lo que soy, no reemplazara el sitio que te has ganado en mi corazón. Es por ello que tengo tanto miedo a perderte, y más si el motivo soy yo misma.
Terminaron discutiendo. O ella lo hacía con toda la intensidad de la ofensa de la que acababa de ser víctima al ser obligada a salir al aire libre. Sintió confort y paz en aquel ambiente natural rodeado de las bellezas que su padre había preparado para el nuevo hogar, pero claro, ella no lo admitiría a la primera estando más ocupada en lanzarle sus cuestionamientos y el enojo, uno tan poderoso que le hicieron brotar en llanto terminando por decir todo lo que pensaba. Dejó fluir las palabras expulsando todo el cariño, la admiración, la estima que tenía por su protector sin mirarle, con todo el paquete de enfurruñamiento colocado sobre sus hombros despreciando cada sonrisa que el vampiro con su encanto pudiese regalarle. Oyó las demandas, y supo que a partir de ese momento él se encargaría de que ella entrene por las buenas o por las malas, todo estaba en sus manos. Con un bufido volvió a mirarle teniendo los ojos rojos a lo que su padre respondió acariciándole las mejillas para borrar el rastro de lágrimas que quedaban sobre ellas. - ¿Y? ¿Tengo que sentirme feliz porqué me harás hacer lo que tú quieres? Ni siquiera me permites tomar parte en las decisiones, prometiste hace dieciocho meses que me tratarías como una señorita y no como una cría, ¿debo avergonzarme de la falta de valor en las palabras de mi padre? – exclamó con los brazos cruzados buscando su participación en las decisiones que se estaban tomando. – Puedo entrenar dentro de la casa, y si mejoro saldré, sino, no quiero salir. – arremetía proponiendo un trato justo. Si ella no lograba mejorar las condiciones de su transformación significaría que él querría salir con ella a todas partes, y aunque fuese una demente paranoica, prefería que su padre no estuviese si esos hombres o criaturas, demonios o lo que fuesen, volvieran por ella. Esperaba que él asintiera, pero nada sucedía, no a la primera. Lo que vino después solo le incrementó el llanto. Las palabras de aquella voz aterciopelada fueron tan profundas, tan cargadas de dulzura y buen tino que no supo como refutarlas. Se quedó en silencio con la mirada clavada en sus manos posadas en su regazo al que se aferraban con fuerza para sentir una ligera estabilidad. – No quiero que mueras. ¿No puedo intentar un equilibrio en esto? Dices que si mueres estarás en mis recuerdos, ¿puedes darme todo lo que me das ahora desde allí? ¿Me bastaría con recordar cómo hemos vivido? No puedo vivir sin que estés en este mundo, no sé cómo hacerlo padre y no quiero aprender. Todo lo que conozco después de ti es destrucción y dolor, solo odio. Nadie me querrá sino eres tú, nadie. A veces considero que me amas porque tienes una mente privilegiada, porque no tienes miedo de lo que soy porque tú también eres diferente, pero esa noche cuando nos atacaron…esos hombres eran diferentes y solo tenían maldad. Yo no quiero exponerme a la maldad de los hombres, ya no quiero hacerlo. Solo me queda este lugar, contigo, aquí soy feliz, y si algún día alguna persona logra amarme por lo que soy, no reemplazara el sitio que te has ganado en mi corazón. Es por ello que tengo tanto miedo a perderte, y más si el motivo soy yo misma.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
Las cosas con Arya se complicaban cada vez más, no quería complicaciones con eso. Era mi hija y tenía que ser feliz, punto, feliz y vivir. Bueno, no podía comprender como alguien podía ser feliz sin vivir. Entendía los sentimientos de mis padres cuando me exigían más y más sin pararse a pensar sobre todo aquello que ya había conseguido. La diferencia entre mi persona y mis padres era que yo le hacía saber a mi hija lo orgulloso que estaba de ella, o por lo menos eso creía. Por eso mismo, acabé sacando a la chica por la fuerza de su dormitorio hasta el jardín para disfrutar de una tarde en condiciones con ella. Le serví el té, y coloqué unos pasteles y galletas delante de ella para que pudiera, como siempre que los dos estábamos en ese estado acabamos discutiendo y terminé por decirle lo que en verdad era doloroso. Era inteligente, pero seguían siendo una niña.
-También te dije que te trataría como una señorita si te comportabas como tal, y no lo estás haciendo. -seguía mirando a sus ojos, revolviendo el té cuidadosamente antes de darle un mordisco a una de las galletitas. Enarqué una ceja al ver como se cruzaba de brazos, ese simple gesto en mi cara era como una demostración. -Por lo tanto, yo también tendría que avergonzarme de la falta de valor de tu palabra, hija. -Le dije lo que sentía, le limpié las lágrimas que habían surgido de sus ojos pero eso no me detuvo. Cuando terminé de explicarme no recibía ningún pero, ninguna protesta. La pequeña se quedó mirando sus manos. Yo esperé otro tanto a que centrara todos sus pensamientos para contestarme. Al hacerlo y escucharla se me escapó un suspiro silencioso.
-Si yo muero tendrías que entender que te di todo lo que pude, y más que eso y tendrás que conformarte con lo que he podido darte hasta el momento. Te tendría que bastar, te tendrías que obligar a ti misma a recordarlo como momentos felices y bonitos, en vez de teñirlos de dolor. Porque yo no te adopte, no te convertí en mi hija y no comencé a quererte como una hija para cogieras todos los recuerdos que tienes conmigo como fuente de dolor, sino como fuente de amor. Si me pasara algo quiero que me recuerdes -bajé las manos hasta la mesa, hasta el momento había mantenido los ojos dedos entrelazados. -Pues vas a aprender, me niego que seas como todas esas demás mujeres que dependen de su padre y a falta de este de su marido. Me niego a que seas una de esa mujeres vacías y falta de valentía. Tu eres mi hija, y no te estoy criando para que seas una mujer sin aspiraciones y se conforme, y mucho menos te estoy criando para que seas una cobarde. -me comí de un solo bocado la galleta que había olvidado por el tema de conversación. -Nadie te querrá como yo, porque yo voy a ser el único hombre que más te ame en todo tu existencia. -le corregí. -Sin embargo, no puedo garantizarte que haya alguien ahí fuera esperando a encontrarte y enamorarse perdidamente de ti. Eso no te lo puedo asegurar porque yo en mis doscientos años no he encontrado a alguien así. Pero lo que si te puedo asegurar que me tengo en muy alta estima a mi mismo. Debes aprender a quererte y aceptarte, si tu misma te rechazas aquellas personas que te quieren o te cogen cariño sufrirán o acabaran abandonándote porque prefieren recordarte de una manera antes que destruida. -negué con la cabeza. -Precisamente te amo porque eres diferente. No eres como el resto de jovencitas que te sueles encontrar en la calle, vistiendo sus mejores galas con la intención de buscar un buen marido para que las mantengan y tener un hogar al que cuidar. Por eso mismo también me agrada Sophie, sabe lo que es importante, que es vivir. Si en su mente está los planes de bodas los aparca porque esos ideales no van a darle de comer. Tú tienes que tener lo mismo, deja de pensar en quien sería o no capaz de amarte. Piensa en lo que tienes ahora, y si vale la pena por algo que nadie sabe. Seguramente alguien aparecerá en tu vida y te apreciara, ya sea de la manera que sea, lo hará. -me serví más té porque parecía que mi taza tenía un agujero. -Vivir en este mundo implica que tienes que enfrentarte a la maldad. Hay tanto como maldad como bondad, tienes que aprender a enfrentar ambas cosas. Esa maldad que es capaz de helar la sangre de un muerto como yo, y la bondad que puede hacer incluso más daño porque te destroza por dentro. Tienes que aprender, te guste o no. Porque ya te lo he dicho, lo peor en esta vida no es morir, sino vivir como pretendes hacerlo tú. -la miré a los ojos. -Y parece que no te das cuenta, supongo que es porque eres demasiado joven y porque solo estás pensando en mi muerte… Pero piensa en la tuya… ¿Qué crees que va a pasar? -le pregunté. Todas las palabras de los conocidos, tantos los nuevos como los viejos, aparecieron en mi mente, con la misma pregunta. -Tu naturaleza es tener una longevidad increíble, pero no eres inmortal a diferencia de mí. Cada vez que creces un centímetro, cada vez que veo tus futuros rasgos de mujer siempre me pregunto cuanto tiempo me queda para estar contigo. Porque no eres consciente de que el que se va a quedar en este mundo sin ti, soy yo. Yo voy a ser quien te va a enterrar, y es muy poco probable que yo tú me entierres a mí. Siendo, al fin, consciente de esto serás capaz de entenderme porque me niego a lleves a cabo tu encierro caprichoso. Me niego a verte marchitar antes de tiempo y de tal manera. Yo veo como tu tiempo se agota, aunque tengas el doble o el triple de tiempo que una humana normal, y como yo soy el testigo de eso no quiero, me niego a que no vivas y disfrutes de lo que Dios te dio. Y si no existe un Dios, a lo que sea que te dio la vida. -me había servido el té, pero no lo había tocado. Me aferraba con fuerza a los posa brazos de las sillas de jardín. Su metal se deformó con facilidad, como si fueran mantequilla, ante mi fuerza. Intentaba controlarme para no destrozar el metal. -Tampoco voy a permitir que tires por la borda todos mis esfuerzos por mantenerte con vida después de encontrarte. Te lo vuelvo a repetir, quiero que salgas afuera. Conozcas a gente, que te traicionen y aprendas en que tipo de persona debes confiar la siguiente vez. Que te partan el corazón, que te lo partan a ti. Que me digas que quieres ir de viaje, ya sea en mi compañía o sola y que en el segundo caso me mandes cartas todas las semanas relatándome tus aventuras y que, cuando vuelvas, me traigas alguna pieza exótica o algún libro como recuerdo. Que un día entres en nuestro hogar dispuesta a presentarme al hombre con el que deseas pasar el resto de tu vida, celebrar una boda y que al poco tiempo me digas que voy a ser abuelo. Eso es tener una vida plena, eso es vivir. -la intensidad de mis ojos aumentaron clavándose en los suyos. El dolor, la esperanza, la desesperación y el amor tiñeron cada una de mis palabras, se deslizaban con cada sílaba que pronunciaba en francés con ese acento galés. El dolor y desesperación por no poder hacerla entender de que sus ideas eran suicidas, que verla destruirse de esa manera me mataría también a mí. El amor y la esperanza de ver todo aquello que le había dicho, o que por lo menos viviera, sencillamente. Me daba igual si nunca encontraba ese amor que llamábamos verdadero, mientras que ella fuera feliz con lo que hiciera. Como si se iba a China para montar un negocios de seda y ella misma se dedicara toda su vida criando gusanos. Me daba igual mientras eso hiciera que en su rostro se formara esa sonrisa que tantas le había visto hacer cuando tenía un nuevo libro en las manos, o cuando le decía algo para molestarla e hinchaba ligeramente las mejillas ofendida, o como se regañaba cuando probaba algo especialmente amargo. Todas esas expresiones que indicaran que estaba viva, que vivía y que seguía teniendo deseos de seguir haciéndolo. -¿Qué vas hacer? -le pregunte. -Arya Marion Rhys, ¿qué es lo que vas hacer a partir de ahora?
-También te dije que te trataría como una señorita si te comportabas como tal, y no lo estás haciendo. -seguía mirando a sus ojos, revolviendo el té cuidadosamente antes de darle un mordisco a una de las galletitas. Enarqué una ceja al ver como se cruzaba de brazos, ese simple gesto en mi cara era como una demostración. -Por lo tanto, yo también tendría que avergonzarme de la falta de valor de tu palabra, hija. -Le dije lo que sentía, le limpié las lágrimas que habían surgido de sus ojos pero eso no me detuvo. Cuando terminé de explicarme no recibía ningún pero, ninguna protesta. La pequeña se quedó mirando sus manos. Yo esperé otro tanto a que centrara todos sus pensamientos para contestarme. Al hacerlo y escucharla se me escapó un suspiro silencioso.
-Si yo muero tendrías que entender que te di todo lo que pude, y más que eso y tendrás que conformarte con lo que he podido darte hasta el momento. Te tendría que bastar, te tendrías que obligar a ti misma a recordarlo como momentos felices y bonitos, en vez de teñirlos de dolor. Porque yo no te adopte, no te convertí en mi hija y no comencé a quererte como una hija para cogieras todos los recuerdos que tienes conmigo como fuente de dolor, sino como fuente de amor. Si me pasara algo quiero que me recuerdes -bajé las manos hasta la mesa, hasta el momento había mantenido los ojos dedos entrelazados. -Pues vas a aprender, me niego que seas como todas esas demás mujeres que dependen de su padre y a falta de este de su marido. Me niego a que seas una de esa mujeres vacías y falta de valentía. Tu eres mi hija, y no te estoy criando para que seas una mujer sin aspiraciones y se conforme, y mucho menos te estoy criando para que seas una cobarde. -me comí de un solo bocado la galleta que había olvidado por el tema de conversación. -Nadie te querrá como yo, porque yo voy a ser el único hombre que más te ame en todo tu existencia. -le corregí. -Sin embargo, no puedo garantizarte que haya alguien ahí fuera esperando a encontrarte y enamorarse perdidamente de ti. Eso no te lo puedo asegurar porque yo en mis doscientos años no he encontrado a alguien así. Pero lo que si te puedo asegurar que me tengo en muy alta estima a mi mismo. Debes aprender a quererte y aceptarte, si tu misma te rechazas aquellas personas que te quieren o te cogen cariño sufrirán o acabaran abandonándote porque prefieren recordarte de una manera antes que destruida. -negué con la cabeza. -Precisamente te amo porque eres diferente. No eres como el resto de jovencitas que te sueles encontrar en la calle, vistiendo sus mejores galas con la intención de buscar un buen marido para que las mantengan y tener un hogar al que cuidar. Por eso mismo también me agrada Sophie, sabe lo que es importante, que es vivir. Si en su mente está los planes de bodas los aparca porque esos ideales no van a darle de comer. Tú tienes que tener lo mismo, deja de pensar en quien sería o no capaz de amarte. Piensa en lo que tienes ahora, y si vale la pena por algo que nadie sabe. Seguramente alguien aparecerá en tu vida y te apreciara, ya sea de la manera que sea, lo hará. -me serví más té porque parecía que mi taza tenía un agujero. -Vivir en este mundo implica que tienes que enfrentarte a la maldad. Hay tanto como maldad como bondad, tienes que aprender a enfrentar ambas cosas. Esa maldad que es capaz de helar la sangre de un muerto como yo, y la bondad que puede hacer incluso más daño porque te destroza por dentro. Tienes que aprender, te guste o no. Porque ya te lo he dicho, lo peor en esta vida no es morir, sino vivir como pretendes hacerlo tú. -la miré a los ojos. -Y parece que no te das cuenta, supongo que es porque eres demasiado joven y porque solo estás pensando en mi muerte… Pero piensa en la tuya… ¿Qué crees que va a pasar? -le pregunté. Todas las palabras de los conocidos, tantos los nuevos como los viejos, aparecieron en mi mente, con la misma pregunta. -Tu naturaleza es tener una longevidad increíble, pero no eres inmortal a diferencia de mí. Cada vez que creces un centímetro, cada vez que veo tus futuros rasgos de mujer siempre me pregunto cuanto tiempo me queda para estar contigo. Porque no eres consciente de que el que se va a quedar en este mundo sin ti, soy yo. Yo voy a ser quien te va a enterrar, y es muy poco probable que yo tú me entierres a mí. Siendo, al fin, consciente de esto serás capaz de entenderme porque me niego a lleves a cabo tu encierro caprichoso. Me niego a verte marchitar antes de tiempo y de tal manera. Yo veo como tu tiempo se agota, aunque tengas el doble o el triple de tiempo que una humana normal, y como yo soy el testigo de eso no quiero, me niego a que no vivas y disfrutes de lo que Dios te dio. Y si no existe un Dios, a lo que sea que te dio la vida. -me había servido el té, pero no lo había tocado. Me aferraba con fuerza a los posa brazos de las sillas de jardín. Su metal se deformó con facilidad, como si fueran mantequilla, ante mi fuerza. Intentaba controlarme para no destrozar el metal. -Tampoco voy a permitir que tires por la borda todos mis esfuerzos por mantenerte con vida después de encontrarte. Te lo vuelvo a repetir, quiero que salgas afuera. Conozcas a gente, que te traicionen y aprendas en que tipo de persona debes confiar la siguiente vez. Que te partan el corazón, que te lo partan a ti. Que me digas que quieres ir de viaje, ya sea en mi compañía o sola y que en el segundo caso me mandes cartas todas las semanas relatándome tus aventuras y que, cuando vuelvas, me traigas alguna pieza exótica o algún libro como recuerdo. Que un día entres en nuestro hogar dispuesta a presentarme al hombre con el que deseas pasar el resto de tu vida, celebrar una boda y que al poco tiempo me digas que voy a ser abuelo. Eso es tener una vida plena, eso es vivir. -la intensidad de mis ojos aumentaron clavándose en los suyos. El dolor, la esperanza, la desesperación y el amor tiñeron cada una de mis palabras, se deslizaban con cada sílaba que pronunciaba en francés con ese acento galés. El dolor y desesperación por no poder hacerla entender de que sus ideas eran suicidas, que verla destruirse de esa manera me mataría también a mí. El amor y la esperanza de ver todo aquello que le había dicho, o que por lo menos viviera, sencillamente. Me daba igual si nunca encontraba ese amor que llamábamos verdadero, mientras que ella fuera feliz con lo que hiciera. Como si se iba a China para montar un negocios de seda y ella misma se dedicara toda su vida criando gusanos. Me daba igual mientras eso hiciera que en su rostro se formara esa sonrisa que tantas le había visto hacer cuando tenía un nuevo libro en las manos, o cuando le decía algo para molestarla e hinchaba ligeramente las mejillas ofendida, o como se regañaba cuando probaba algo especialmente amargo. Todas esas expresiones que indicaran que estaba viva, que vivía y que seguía teniendo deseos de seguir haciéndolo. -¿Qué vas hacer? -le pregunte. -Arya Marion Rhys, ¿qué es lo que vas hacer a partir de ahora?
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2015
Localización : En mi hogar.
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: No insistas (William D. Rhys)
La situación se ha tornado compleja. Estaban debatiendo un tema muy serio, ambos desde un ángulo muy distinto, tal cual estuviesen lanzando impresiones sobre el último libro que ella ha leído. En esta ocasión, el tema de discusión era otro, uno bastante complicado para ella porque en primer lugar estaba exponiendo sus sentimientos como nunca antes lo había realizado. Hasta este día el cariño que sentía por su padre era implícito en su cotidiano vivir, en cada palabra, en cada acción y en el respeto que le profesaba. El respeto que hoy se vio mellado por su terquedad, una que no disminuía por mucho que él insistiese en que debía reaccionar. Cabezota, terca, incluso algo incoherente, pero decidida a obtener resultados positivos que vendría a ser, el no dar mayores motivos para inconvenientes en el camino de su padre. William pudiese alegar todo el día con la pequeña, que en su cabeza no entraría la idea que deseaba plantarle. Daba lo mismo que él fuera un vampiro con siglos de experiencia, que se pudiese transformar en un monstruo que le helaba la sangre a cualquiera, incluso a ella. Todo aquello lo tenía presente, todo era nada si lo sopesaba con la imagen del hombre bueno que le llevaba de la mano de su lecho de muerte a una biblioteca enorme indicándole que podría leer cuanto quisiese sin temores. Aún estaba fresco el recuerdo de esa tarde, los rayos del sol estaban menos intenso en aquel punto del atardecer donde el vampiro luchando contra ella misma la guiaba hasta ese sitio entregándole un primer libro, una historia pintoresca de unas niñas que debían sobrevivir en época de guerra y dificultad. Ese primer paso fue el inicio de una relación cordial que en ese momento parecía lejana por los cambios que hubo de parte de uno y otro. No le importaba el continuar, el separarse incluso de él para conocer el mundo por su cuenta, si tan sólo estuviese segura de que no sucedería alguna desgracia que le obligase a él a exponerse. Porque sí, tenía muchas dudas en su vida, miedos e incluso paradigmas que luchaba por romper, pero estaba completamente segura que William siempre intentaría protegerla lo cual era el origen de todo el berrinche. Quería que viviera, no que tuviera que luchar contra la mala suerte de una hija cambiante que siempre que salía al mundo exterior acababa llevando la peor parte. – Siempre te recuerdo, siempre te voy a recordar, pero ese no es el punto. – alzando la voz dio golpecitos a la mesa con frustración terminando con su ataque de ira al ponerse de pie alejándose unos pasos de la mesa para evitar que el siguiese siendo dulce y duro a la vez, que le derretía que le cogiese de las mejillas para limpiar con sus fríos pulgares las lágrimas que no dejaban de brotar de sus ojos. Desde su posición, justo detrás de la silla a la que se aferraba con ambas manos arremetió con palabra. – Tampoco he dicho que quiero que me protejas por toda la eternidad, no soy tan tonta, sé que llegara un día donde encontrarás una buena mujer que será capaz de llenar tu corazón, con la que podrás compartir tus días. Me gustaría ver eso, saber que mi padre puede tener un cariño distinto al que yo puedo darle y verte feliz, mucho más feliz que en otras ocasiones. Sé que tendré que crecer, que ya no podrás pasar tanto tiempo conmigo, y no me importa, solo quiero ver que sigas con bien. – su temperamento estaba algo en contra a todo aquello, pues aunque sus intenciones eran decorosas, nobles en demasía, es una niña en varios aspectos como el sentir celos de su padre. ¿Existiría alguna mujer digna de él? Dudaba de ello, dudaba en verdad. Giró el rostro a un costado pasando su palma derecha por sus mejillas para limpiarlas. – Salgo afuera y todo lo malo se viene encima, no entiendo el porqué, solo entiendo que por protegerme pudiste acabar mal. No quiero que me protejas, eso es lo que quiero, no quiero que puedas morir por mi causa porque es eso lo que no podré soportar en principal. Quiero que sigas bien, conmigo si es posible, o sin mí, pero vivo e ileso. – su voz se alzó crispada al decir lo último enfrentándolo con la mirada. – Quiero vivir todas esas cosas, no planeo quedarme tras tus piernas toda la vida, solo quiero saber que siempre tendré a mi padre conmigo, no quiero ser quien evite eso, es todo. – ya no le quedaban fuerzas para seguir hablando del tema, no cuando veía cada parte del relato de su padre en su cabeza pudiendo palpar el futuro.
Se quedaron en silencio, fue breve porque en poco él lanzaba un desafío para ella, como buscando la activación de esa llama que se encendía cuando estaba por enfrentar a algo nuevo. ¿Cómo puedes enfrentar algo que odias? Esa era la cuestión, el odio que sentía por esa parte de sí misma que quisiera cambiar al punto de que si existiera un monto que pudiese cancelar para borrar su condición de cambiante para ser una simple humana, lo pagaría. De reojo miraba a su padre percatándose de la seriedad de su rostro, la que desechaba al apretar los labios luchando contra lo que era inminente. – Voy a entrenar y si lo hago bien saldré, si fracaso me quedo adentro y si te molesta, pues me iré lejos para que no tengas que verme encerrada. – concluyó dándole la espalda para romper en llanto sintiéndose sumamente incomprendida, frustrada por como suceden las cosas en su vida y tremendamente asustada porque se hiciesen realidad sus temores. En su mente estaban como aguijones los recuerdos de su padre biológico, los que eran buenos como los malos, recordaba las palabras que él le decía enrabiado porque ella era diferente. Le había tocado hondo, era duro que dijesen que le has arruinado la vida a alguien que quieres mucho. Suponía que si William sufría por ella, sería una sensación mucho peor.
Se quedaron en silencio, fue breve porque en poco él lanzaba un desafío para ella, como buscando la activación de esa llama que se encendía cuando estaba por enfrentar a algo nuevo. ¿Cómo puedes enfrentar algo que odias? Esa era la cuestión, el odio que sentía por esa parte de sí misma que quisiera cambiar al punto de que si existiera un monto que pudiese cancelar para borrar su condición de cambiante para ser una simple humana, lo pagaría. De reojo miraba a su padre percatándose de la seriedad de su rostro, la que desechaba al apretar los labios luchando contra lo que era inminente. – Voy a entrenar y si lo hago bien saldré, si fracaso me quedo adentro y si te molesta, pues me iré lejos para que no tengas que verme encerrada. – concluyó dándole la espalda para romper en llanto sintiéndose sumamente incomprendida, frustrada por como suceden las cosas en su vida y tremendamente asustada porque se hiciesen realidad sus temores. En su mente estaban como aguijones los recuerdos de su padre biológico, los que eran buenos como los malos, recordaba las palabras que él le decía enrabiado porque ella era diferente. Le había tocado hondo, era duro que dijesen que le has arruinado la vida a alguien que quieres mucho. Suponía que si William sufría por ella, sería una sensación mucho peor.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/08/2015
Re: No insistas (William D. Rhys)
-Claro que es el punto niña boba. -le contesté con ternura. Suspiré. -Tú me recordarás, pero si vives de la manera que te toca vivir, ¿cómo te recordaré yo a ti? -le pregunté. -Te lo he dicho, puede que ahora tu te preocupes por mí, que tengas una larga vida mucha más que una humana corriente, pero sigues siendo mortal. Tienes que vivir, yo soy el padre, tu la hija. -la miré. -Tu obligaciones es ir por ahí, intentando llamar la atención a hombrecitos o cosas estúpidas, hasta el punto de que me pongas los pelos de punta y yo te tenga que decir que está mal y por qué. -por un momento me quedé en silencio. -Tampoco quiero que vayas levantándome la falda a cualquier hombrecito por ahí, porque yo mismo cerraré la puerta de tu dormitorio contigo dentro hasta que se te vayan esas hormonas de jovenzuela. -la señalé entera. -Y yo he sido joven, hace mucho, cierto, pero sigo recordando con claridad. Así que ojito con lo que haces con los jóvenes caballeros que se consideran todos unos hombres hechos y derechos porque son capaces de beber brandy al lado de su padre.
Mi hija dio un par de golpecitos en la mesa para levantarse y quedarse de espaldas a mí antes de girarse y agarrarse al respaldo de la silla del jardín para seguir hablando conmigo. Enarqué una ceja, deteniendo mi acción de llevar mi taza a mis labios.
-¿Por qué de pronto estamos hablando de mi futura y poco probable vida amorosa? -le pregunté porque el giro de conversación. -¿Crees que el amor de una mujer podrá ocupar tu lugar? -le pregunté exaltado e incrédulo, sin dejar de pasar por la indignación por lo que estaba haciendo. Aguanté las ganas de suspirar para seguir escuchando lo que tenía que decir la pequeña ante todo aquello. Ella seguía en sus treces, y yo en los míos, no sabía como decirle que dejara de preocuparse por mí. Sin contar que yo no era tan delicado como ella pensaba, he estaba peor que aquella noche que llegamos a Francia. Mucho peor y he seguido adelante, ella debería hacer lo mismo. -Arya Marion Rhys, aunque no quieras voy a seguir protegiéndote el resto de mi vida o por lo menos el resto de la tuya. -di el último sorbo a mi tercer té por lo menos o algo por el estilo. -Ya te he dicho que no soy tan fácil de matar, lo que pasó aquella noche solo fue un accidente aislado, nada más. He estado en peores situaciones, y en cada una de ellas las he buscado yo, de alguna manera u otro. Así que, deja de preocuparte por mi salud, yo ya no tengo de eso. -le aseguré. -Vas a tenerme todos y cada uno de tus latidos.
Después de aquello el silencio se instaló entre nosotros. Esperé a que la niña hiciera algún comentario, para mí era una niña aunque tenía claro que en realidad se trataba de una señorita. En otra época, por ejemplo en la mía, chicas de su edad ya estaban casadas y con hijos. Las cosas habían cambiado sigilosamente pero no tanto como uno podía esperar después de dos siglos. Las chicas seguían casándose bastantes jóvenes, esta vez a los diecisiete o una edad parecida. Por lo menos, eran de esa edad las muchacha que venían en cinta para preguntar por su salud y la de su hijo nonato. Pensar que a Arya tal vez solo le quedaban tres años para que me diga que estaba deseando tener un marido me erizaba la piel de escándalo. Podía quedarse sin un hombre a su lado hasta los treinta si quería en esa época mi niña aparentaría quince años. Terminó por aceptar el tema del entrenamiento, antes de darme la espalda y comenzar a llorar. Me levanté de la silla sin emitir ningún tipo de sonido, la cogí en brazos sin pedirle permiso para abrazarla sin importarme sus posibles quejas.
-Lo vas a conseguir, porque ninguna hija mía se va a dar por vencida.
Mi hija dio un par de golpecitos en la mesa para levantarse y quedarse de espaldas a mí antes de girarse y agarrarse al respaldo de la silla del jardín para seguir hablando conmigo. Enarqué una ceja, deteniendo mi acción de llevar mi taza a mis labios.
-¿Por qué de pronto estamos hablando de mi futura y poco probable vida amorosa? -le pregunté porque el giro de conversación. -¿Crees que el amor de una mujer podrá ocupar tu lugar? -le pregunté exaltado e incrédulo, sin dejar de pasar por la indignación por lo que estaba haciendo. Aguanté las ganas de suspirar para seguir escuchando lo que tenía que decir la pequeña ante todo aquello. Ella seguía en sus treces, y yo en los míos, no sabía como decirle que dejara de preocuparse por mí. Sin contar que yo no era tan delicado como ella pensaba, he estaba peor que aquella noche que llegamos a Francia. Mucho peor y he seguido adelante, ella debería hacer lo mismo. -Arya Marion Rhys, aunque no quieras voy a seguir protegiéndote el resto de mi vida o por lo menos el resto de la tuya. -di el último sorbo a mi tercer té por lo menos o algo por el estilo. -Ya te he dicho que no soy tan fácil de matar, lo que pasó aquella noche solo fue un accidente aislado, nada más. He estado en peores situaciones, y en cada una de ellas las he buscado yo, de alguna manera u otro. Así que, deja de preocuparte por mi salud, yo ya no tengo de eso. -le aseguré. -Vas a tenerme todos y cada uno de tus latidos.
Después de aquello el silencio se instaló entre nosotros. Esperé a que la niña hiciera algún comentario, para mí era una niña aunque tenía claro que en realidad se trataba de una señorita. En otra época, por ejemplo en la mía, chicas de su edad ya estaban casadas y con hijos. Las cosas habían cambiado sigilosamente pero no tanto como uno podía esperar después de dos siglos. Las chicas seguían casándose bastantes jóvenes, esta vez a los diecisiete o una edad parecida. Por lo menos, eran de esa edad las muchacha que venían en cinta para preguntar por su salud y la de su hijo nonato. Pensar que a Arya tal vez solo le quedaban tres años para que me diga que estaba deseando tener un marido me erizaba la piel de escándalo. Podía quedarse sin un hombre a su lado hasta los treinta si quería en esa época mi niña aparentaría quince años. Terminó por aceptar el tema del entrenamiento, antes de darme la espalda y comenzar a llorar. Me levanté de la silla sin emitir ningún tipo de sonido, la cogí en brazos sin pedirle permiso para abrazarla sin importarme sus posibles quejas.
-Lo vas a conseguir, porque ninguna hija mía se va a dar por vencida.
William D. Rhys- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2015
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Re: No insistas (William D. Rhys)
Con sus ojos anegados en lágrimas seguía cada movimiento de su padre, analizando, como es su costumbre, cada palabra y frase que él arrojaba para disuadirla. No eran la misma sangre, no fue concebida por un vientre que él hubiese explorado con su virilidad previamente, quedando nulas las leyes de genética que indican que se transmite cosas de padre a hijo. Como el color de pelo, o el de los ojos, rasgos físicos y costumbres. Ha leído un libro sobre eso, una novedad, solo conjeturas porque están prohibidas ciertas ideas en este tiempo. Lo que sabía es que todo quedaba nulo respecto a ellos, pues cogía la taza de té de la misma forma que su padre, y cuando analizaba tomaba su misma postura, e incluso cuando quería desviar el tema lo hacía tal como él estaba haciéndolo en ese momento. Con la mirada cristalina se sonrojaba conforme él avanzaba en sus palabras queriendo aportar para que tomase las riendas de su vida mostrándose positiva dejando de lado los miedos que se resumían básicamente, en perderle a él, su único afecto en el planeta. Mordía su labio inferior con nerviosismo, no le gustaba que mencione el tema de los muchachos, y él debería saberlo. Jamás se comportó interesada en los jóvenes que solían acompañar a sus padres en las reuniones a las que asistían juntos, para ser formales y cordiales con los señores que tenían negocios junto a su padre. Los jóvenes eran gallardos, algo desatinados en sus comentarios presuntuosos para darse mayor importancia de la que tenían. Ese camino no era el más adecuado para que William le hiciera reaccionar, y así lo expresó atropelladamente bloqueando las palabras con tono a jocoso sermón que él comenzaba a mencionar. – No intentes irte por las ramas padre, no estás hablando con una niña. – entonces sus miradas se cruzaron, por supuesto, él estaba picándole en silencio porque lo que acababan de presenciar es un berrinche de su parte en toda la regla. Aferrando sus manos a la pomposa falda de su precioso vestido rompió el contacto con la dignidad que fue capaz de reunir. – Sabes de sobra que no soy el tipo de jovencita que levantaría las faldas a cualquiera, el solo hecho de pensar en que debo actuar como una tonta bajando el escote del vestido para mostrar el busto que no tengo me produce urticaria. – con el carmín intensificado sobrepasando las murallas en sus mejillas convirtiéndose en la versión humana de un tomate, tomó aire. – No soportaría a nadie más cerca. – Esa es una parte de la verdad. La otra es simple, ella no cree que exista una persona capaz de deslumbrarla, y que además de ello, pueda aceptarla con todo lo que implica. No es humana, algo parecido, pero no es humana. – Quizás deberías preocuparte por Sophie. Es una buena chica, dulce e inteligente, prudente en todos los sentidos y guapa. Siempre se pone de tu parte cuando yo no lo estoy e intenta que ceda para que dejemos de estar en desacuerdo, como ahora. – ante la mirada de su padre, que expresaba falta de entendimiento. – Es de la familia, a ella la acosan los jovenzuelos que mencionas, no es a mí. – explotó con tono de lógica quedándose en silencio.
Le preocupaba un poco el futuro. Es cierto, William es su padre por decisión. No le soporta en ocasiones, o cree que no le soporta, pero incluso cuando la naturaleza oscura del vampiro le pincha en el fondo de su corazón, le quiere. Le quiere tanto que está expresando con todas las letras que hasta prefiere alejarse para que él haga su vida con una buena mujer, antes de quedarse y que le hicieran daño, que es lo que en su cabeza sucedería tarde o temprano. – Estoy hablando de tu vida amorosa porque eres hombre, necesitas una compañera. ¿Recuerdas el libro de sermones que me regalo esa anciana en Gales? Allí dice que cada hombre necesita un complemento, siempre pienso que tú lo necesitarás en algún momento. Sé que me cuidaras, ¡padre! No estoy hablando de eso. – le cortó para que se callase mostrándose avergonzada, le dio la espalda cayendo nuevamente lágrimas de sus ojos. – No quería que encontraras a alguien especial, sentía que estábamos bien solo tú y yo, sin otra persona que pueda odiarme y hacer que me rechaces con el tiempo. Estaría dispuesto a pasar por ello, si solo me dejas mantenerme en casa para sentir que te estoy cuidando. – murmuró con terquedad recibiendo una respuesta negativa. – Está bien, entrenaré a partir de mañana como tú quieres. Ahora me voy a la casa, no quiero té, quiero tocar un poco el piano. – refunfuñó esquivando la mirada del vampiro esperando por educación que él le diese permiso.
Le preocupaba un poco el futuro. Es cierto, William es su padre por decisión. No le soporta en ocasiones, o cree que no le soporta, pero incluso cuando la naturaleza oscura del vampiro le pincha en el fondo de su corazón, le quiere. Le quiere tanto que está expresando con todas las letras que hasta prefiere alejarse para que él haga su vida con una buena mujer, antes de quedarse y que le hicieran daño, que es lo que en su cabeza sucedería tarde o temprano. – Estoy hablando de tu vida amorosa porque eres hombre, necesitas una compañera. ¿Recuerdas el libro de sermones que me regalo esa anciana en Gales? Allí dice que cada hombre necesita un complemento, siempre pienso que tú lo necesitarás en algún momento. Sé que me cuidaras, ¡padre! No estoy hablando de eso. – le cortó para que se callase mostrándose avergonzada, le dio la espalda cayendo nuevamente lágrimas de sus ojos. – No quería que encontraras a alguien especial, sentía que estábamos bien solo tú y yo, sin otra persona que pueda odiarme y hacer que me rechaces con el tiempo. Estaría dispuesto a pasar por ello, si solo me dejas mantenerme en casa para sentir que te estoy cuidando. – murmuró con terquedad recibiendo una respuesta negativa. – Está bien, entrenaré a partir de mañana como tú quieres. Ahora me voy a la casa, no quiero té, quiero tocar un poco el piano. – refunfuñó esquivando la mirada del vampiro esperando por educación que él le diese permiso.
Arya M. Rhys- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 26/08/2015
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