Detrás del misterio [privado]

Era media tarde en territorio francés y la baronesa británica apenas llevaba un corto tiempo en la capital. Aún era incierto el tiempo que permanecería allí, pues a pesar de que tenía asuntos que atender en Inglaterra y otros más en Rumania, estaba decidida a realizar algunas indagaciones sobre la desaparición y posterior fallecimiento de su gemela. Las circunstancias seguían siendo muy extrañas y algo no cuadraba del todo, además de que su fuero interno le decía que había mucho más en la historia de los supuestos últimos días de Devina que lo que las autoridades le habían narrado.

No era Selina el tipo de mujer poco práctica y sentimental, a pesar de sus jóvenes años, y de hecho, en nada se parecía a las otras mujeres de la nobleza que a su edad se dedicaban a presentarse en reuniones y bailes. A ella siempre le habían atraído los espacios abiertos y las reliquias enterradas bajo tierra o en cuevas olvidadas de la mano de Dios. Podía pasar semanas traduciendo antiguos escritos en viejos pergaminos o en antigüedades recién descubiertas, olvidándose incluso de comer o de dormir, tal era su abstracción. Aunque por supuesto no podía dejar de lado tampoco sus obligaciones de cazadora y sus investigaciones respecto a sus propios antepasados.

El motivo de su salida de ese día llevaba doble propósito, por un lado se dirigía a visitar las ruinas de un monasterio localizadas en las afueras de la ciudad y por el otro seguía una pista acerca de los avistamientos de sobrenaturales en sus cercanías. Para quien la viera no era ella más que una joven que se paseaba por el lugar y a menos que la escuchasen hablar y se percatasen de su acento británico ni tan siquiera una extranjera. El que siempre llevase armas debajo de su ropa, en los lugares más estratégicos, hacia los cuales los ojos de la gente de bien no se atrevería a dirigir la mirada ni tan siquiera considerar por simple y llano pudor, constituía también una ventaja.

Así fue como llegó a la zona y despidió al cochero indicándole a que hora debía regresar, ya que el carruaje no podría seguir avanzando a partir de allí. Le había tomado medio día alcanzar el lugar por lo que deseaba aprovechar el tiempo que le quedaba hasta el momento en que se ocultase el sol. El lugar se encontraba aislado, localizado en las afueras de la ciudad, poblado de árboles y una vegetación tan descuidada que en ocasiones cubría ante sus ojos el camino hacia las ruinas que debía de haber sido visible. Así fue como se vió obligada a recurrir a su orientación, sabía que debía seguir hacia el norte, por lo que aceleró la marcha y finalmente comenzó a correr.

Corría entre los árboles, se detenía a cortar ramas cuando estas le estorbaban y avanzaba en su camino. Sus hábiles piernas le permitían seguir así su recorrido, al igual que las botas que llevaba puestas, y únicamente se detuvo cuando volvío a distinguir el camino que ahora se tornaba nuevamente visible.

Intuyó que ahora estaba muy cerca de su destino, y así fue. A tan solo unos metros de distancia sus azules ojos distinguieron la antigua construcción, amplia y enorme pero igualmente derruida en muchas partes, aunque a primera vista aún no alcanzaba a verla completa. Habían muchas leyendas en torno a ella según había escuchado.

Una de las más populares contaba que los monjes que habitaban el lugar habían caído presas de una maldición la cual les había conducido al exterminio de sus propios compañeros. Otra afirmaba que no era sensato visitar el antiguo lugar santo pues ahora estaba maldito y quien se acercase corría el riesgo de no regresar. Sea como fuere una sonrisa se dibujó en sus labios al alcanzar la entrada de las ruinas, siempre le gustaron los misterios y este frente a ella no sería la excepción.

Los monjes del antiguo monasterio. La cazadora los veía ahora, no como fantasmas ni como abominaciones informes creadas de huesos. Los veía tal y como fueron hace ya siglos. Estaban de pie formando dos filas a ambos lados de ella, frente a un halo de luz, brillante y casi cegador que ahora les aguardaba como debió haberlo hecho hace tanto tiempo. En sus rostros veía agradecimiento y serenidad, al fin descansarían.

Caminó entre ellos y por un momento se sintió tan embelesada por la luz que veía que sintió un impulso irresistible de correr hacia ella, y eso hizo, siguiendo a los monjes que se adentraban en ella y se dirigían al otro lado... ¿Estaría su madre allí? ¿Devina también?

-Cherie despierta...- la voz capturó su atención, por un momento titubeó sin estar segura de adonde dirigirse. -...lo logramos petit.- Se detuvo entonces. «Devina. Madre...» Observó a los monjes una última vez y giró corriendo en dirección contraria, dejando a la luz detrás para seguir la voz del hechicero que le indicaba como regresar a su presente.

Parpadeó al abrir los ojos. El aire puro entró en sus fosas nasales y la suave brisa agitó sus rubios cabellos extendidos como una cascada de oro sobre la verde grama. Allí estaba él, a escasos centímetros, observándola con su mirada felina. -Jake...- Alzó su mano, en sus labios se dibujó una sonrisa y le contempló rozando suavemente su mejilla con las yemas de sus dedos. ¿Qué había para decir? Lo habían logrado, al fijarse la mirada en la otra compartían ese momento de triunfo y liberación.

Permaneció así un momento y luego se puso de pie. El sol brillaba resplandeciente y para alguien que acaba de pasar una experiencia casi letal en medio de las más oscuras sombras era una vista incomparable. Sin embargo fue ese panorama el mismo que le indicó que debía partir. Sacó el reloj de oro de su bolsillo y escuchó el leve tic tac. Sus manecillas habían vuelto a la vida como si nunca se hubieran detenido, todo volvía a la normalidad.

Habían transcurrido muchas horas desde que se alejara del palacio en el cual residía en la capital y debía regresar de inmediato. -Debo marcharme.- Lo observó un momento. La cazadora era ferozmente independiente pero ese día se había percatado de que trabajar en equipo no siempre era tan malo y que quizás... podía confiar en alguien más.

Se acercó al hechicero de cabello blanco, se puso de puntillas y apoyando sus manos en sus hombros presionó suavemente sus labios contra su mejilla. -Intuyo que esta no es la única vez que nos veremos.- dijo en su oído a manera de despedida. Lo miró una última vez con una corazonada bastante fuerte y giró sobre si misma, alejándose mientras cantaba con voz vibrante y una sensación inigualable causada por el mero hecho de seguir con vida.

-Hail to the mountains with summits of blue,
To the glens with their meadows of sunshine and dew.
To the women and men ever constant and true,
Ever ready to welcome one home.
Oh ro soon shall I see them;
Oh he ro see them oh see them.
Oh ro soon shall I see them the
mist covered mountains of home.-