Esplendor [Tiziano]

por **Calypso** Mar Oct 06, 2015 2:17 am

-Hoy debo lucir mejor que nunca Cornélie.-

Dichas palabras habían sido pronunciadas por los labios de Calypso un par de horas antes, cuando estaba por caer la noche y tenía anticipado asistir a la exhibición de arte del museo del Louvre. Pocas veces se podía dar el lujo de no utilizar las horas nocturnas en atender a alguno de sus clientes, dedicándoles toda la atención de su cuerpo y de su mente, como siempre se exigía, con la finalidad de que ellos siempre regresasen a buscarla, y por supuesto siempre lograba su propósito, pero lo cierto era que no tener tiempo para si misma lograba hastiarla también.

Era bien cierto que vivía de vender su cuerpo y de alimentar fantasías, pero durante la entrega de ambas tenía que abstenerse de atender sus propios gustos, sus propias necesidades, ¿y quien se ocupaba de satisfacer sus fantasías? Calypso podía sonreir con ironía al recordar en la soledad que le acompañaba las palabras de algunos justo después de haber realizado el acto sexual. Todos y cada uno de los hombres, desde el más vanidoso hasta el más tímido, deseaban creer que eran excelentes en la cama y vanagloriarse de su capacidad de amantes, por lo que ella era bastante sutil como para nunca desinflar ese ego, aunque la realidad fuera totalmente distinta.

Fuese como fuere no estaba dispuesta a dejarse amilanar por nadie que pudiera reconocerla y que voltease el rostro, como hacían a menudo las esposas de los hombres que desahogaban en ella lo que sus mujeres jamás se atreverían a hacer o a permitir considerándolo pecaminoso y repudiable, a pesar de ser lo más natural del mundo y de contar con la protección de un matrimonio de por medio. Tampoco prestaría atención a los susurros malintencionados que siempre se suscitaban cuando asistía a un lugar público. Porque ¿cómo osaba una ramera como ella atreverse a codearse con la gente de "bien"?

No, esa noche pensaba dedicarla para si. Su fiel Cornélie, la antigua esclava negra que había comprado ya hacía más de cuatro años y a quien le había regalado su libertad, pero que había demostrado su gratitud permaneciendo a su lado y a su servicio, cuidaría de su hijo como siempre lo hacía cuando la joven eslava debía ausentarse.

-Está usted más resplandeciente y hermosa que cualquiera de todas esas mujeres que tanto la envidian mi niña. Hoy hablarán más de usted.-

La dulce Cornélie, la negra mujer de edad madura que la conocía mejor que nadie, era mucho más hermosa de lo que Calypso jamás sería, pues su belleza se encontraba en lo que muchos pasan por alto, en su nobleza y su fidelidad, por lo que era ella la afortunada al gozar de su compañía día tras día aunque no la mereciera.

Tales eran los pensamientos que cruzaban por la mente de la joven mujer de vestido rojo vino (color escandaloso para muchos pero que contrastaba con su blanca piel a la perfección) que tras traspasar la entrada del museo caminaba por un pasillo en cuyas paredes abundaban pinturas de distintos artistas, destacándose entre todas ellas las de uno de origen neerlandés, Sir Lawrence Alma Tadema, que decían había fascinado con su arte a los monarcas británicos al establecerse en su país.

Sus ojos verde azules buscaron con curiosidad sus lienzos, descubriendo el primero de numerosas obras en los cuales el artista regalaba al espectador imágenes de civilizaciones antiguas, mayormente de Roma y Egipto. Sin despegar la mirada de lo que veía extendió su brazo para tomar una copa de burbujeante líquido dorado que un mesero le ofrecía.

-Dicen que poseer la habilidad de crear arte es un don, y la verdad considero aún más afortunado haber vivido en las más poderosas antiguas civilizaciones y haber sido testigo de su máximo esplendor y gloria.- dijo sin percatarse de que había expresado sus pensamientos en voz alta.

La pintura que contempla Calypso: