AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Adorable... amanecer en tu mirada - (Antonella E. Korzak)
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Adorable... amanecer en tu mirada - (Antonella E. Korzak)
Llegó de su salida nocturna, con la ropa llena de tierra, las botas enlodadas y el cabello revuelto. Algunos rasguños y moratones que de seguro le dolerían más en unos días. Solo deseaba darse un baño, y meterse en la cama, pensaba dormir hasta que lo llamaran para el almuerzo, o talvez les tiraría con lo primero que tuviera a mano, para que lo dejaran tranquilo. No había sido una de sus mejores noches y para colmo había recibido una buena zurra, nada menos que una cambiante felina, - como puede ser – se exaspero, cuando se contempló, reflejado en el espejo que tenía en el cuarto de baño, - mírate… pareces un novato -, se tocó las costillas del lado derecho y se mordió los labios para ahogar el grito de dolor que le provocaban los golpes y los zarpazos que recibiera, los que por suerte, eran bastante superficiales.
Se desnudó y sumergió en el agua tibia, emitiendo un suspiro, que daba por sentado, lo mucho que disfrutaba de aquel momento de suma intimidad. Allí se quedó, hasta que el agua fue enfriándose y no tuvo otro remedio que comenzar a vestirse. Se secó con movimientos vigorosos y pronto se dedicó a tratar las heridas y moratones con un ungüento especial, aquello le ayudaría a restablecerse prontamente. Como era costumbre, su valet le había dejado un pijama y la bata, prolijamente acomodada en el respaldo de una silla auxiliar. Cuando estuvo listo, se dispuso a dirigirse a su cómodo lecho, sonrió pensando que de ser un gato, en esos momentos sería uno gordo y feliz – pero jamás castrado – caviló. Un felino que solo deseara estirar sus patas en la suave y tibia superficie de su lecho, o en el sillón, que se encontraba cerca de la chimenea, sintiendo como el fuego le calentaba el pelaje.
Se deslizó por la habitación, sin necesidad de encender ningún candelabro o lámpara de gas, ya que le habían encendido la chimenea, seguramente pensando que la noche se presentaría muy fría, ante el invierno que se acercaba a pasos agigantados. Tanto así, había bajado la temperatura, que, Kirk, había creído sentir algunos copos de nieve, mojarle el rostro, cuando volvía a su mansión. Inspiró profundo, porque se encontraba sumamente fatigado, cuando un aroma dulzón, le recordó a su mujer, aquella joven hermosa y rebelde que en pocas semanas le había conquistado el corazón. Esa fémina que había desposado semanas atrás y que por diferentes razones, se encontraba lejos de él, - vaya, como me gustaría tenerte aquí. Si sobrevivo a estos dolores, prometo ir a buscarte – dijo en voz baja, mientras corría las cobijas y se acomodaba en el lecho. Cerró los ojos y volvió a suspirar, - que agradable sería abrazarte… mi caramelo de limón – pensó, sonriéndose, al compararla con el sabor del limón, fruto que él adoraba. Le parecía que ella tenía un por el carácter fuerte y vigoroso como el fruto, más un tanto sarcástico y engreído y que tanto solía divertirlo. - Si hasta me imagino que estirando mis manos, podría tocar tu seductora piel – susurró, dándose vuelta y buscando en el lado opuesto de la cama, aquella presencia que era imposible que estuviera allí, ¿o no?
Se desnudó y sumergió en el agua tibia, emitiendo un suspiro, que daba por sentado, lo mucho que disfrutaba de aquel momento de suma intimidad. Allí se quedó, hasta que el agua fue enfriándose y no tuvo otro remedio que comenzar a vestirse. Se secó con movimientos vigorosos y pronto se dedicó a tratar las heridas y moratones con un ungüento especial, aquello le ayudaría a restablecerse prontamente. Como era costumbre, su valet le había dejado un pijama y la bata, prolijamente acomodada en el respaldo de una silla auxiliar. Cuando estuvo listo, se dispuso a dirigirse a su cómodo lecho, sonrió pensando que de ser un gato, en esos momentos sería uno gordo y feliz – pero jamás castrado – caviló. Un felino que solo deseara estirar sus patas en la suave y tibia superficie de su lecho, o en el sillón, que se encontraba cerca de la chimenea, sintiendo como el fuego le calentaba el pelaje.
Se deslizó por la habitación, sin necesidad de encender ningún candelabro o lámpara de gas, ya que le habían encendido la chimenea, seguramente pensando que la noche se presentaría muy fría, ante el invierno que se acercaba a pasos agigantados. Tanto así, había bajado la temperatura, que, Kirk, había creído sentir algunos copos de nieve, mojarle el rostro, cuando volvía a su mansión. Inspiró profundo, porque se encontraba sumamente fatigado, cuando un aroma dulzón, le recordó a su mujer, aquella joven hermosa y rebelde que en pocas semanas le había conquistado el corazón. Esa fémina que había desposado semanas atrás y que por diferentes razones, se encontraba lejos de él, - vaya, como me gustaría tenerte aquí. Si sobrevivo a estos dolores, prometo ir a buscarte – dijo en voz baja, mientras corría las cobijas y se acomodaba en el lecho. Cerró los ojos y volvió a suspirar, - que agradable sería abrazarte… mi caramelo de limón – pensó, sonriéndose, al compararla con el sabor del limón, fruto que él adoraba. Le parecía que ella tenía un por el carácter fuerte y vigoroso como el fruto, más un tanto sarcástico y engreído y que tanto solía divertirlo. - Si hasta me imagino que estirando mis manos, podría tocar tu seductora piel – susurró, dándose vuelta y buscando en el lado opuesto de la cama, aquella presencia que era imposible que estuviera allí, ¿o no?
Sung Yun Oh- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 11/05/2014
Edad : 40
Re: Adorable... amanecer en tu mirada - (Antonella E. Korzak)
Podría decirse que la nueva vida que había iniciado Antonella no era para nada mala. Tenía riquezas y un esposo que la amaba; aquello era más que suficiente para que una mujer de la época estuviera feliz. Pero para alguien, cuya ambición no tenía límites, todo eso no le satisfacía. Ella quería tener el control de todo y que las cosas se hicieran a su manera. Siempre había sido así. Sin embargo, su padre, no la complació del todo. Antonella jamás obtuvo lo que más ansiaba por parte de su progenitor y esto la llevó a cometer un crimen horrible y al convertirse en una mujer con mucha oscuridad en su interior.
A Antonella le fue negado el poder. Ella jamás sería una hechicera talentosa y fue tanta la desilución de su alma, que su corazón se había llenado de puro rencor.
Su pasado se marcaba profundamente en su alma, sus manos estaban llenas de sangre y sus acciones nunca fueron tan honestas. Pero cuando conoció a Kirk, supo, que si de verdad quería ser feliz, tenía que dejar todo atrás e intentar empezar de nuevo. No iba a ser fácil, pero tenía que intentarlo. Se mentalizaba cada mañana que no iba a tratar mal a nadie, no sería tan severa con la servidumbre y tampoco le reclamaría a Kirk cuando éste saliera a cumplir con sus deberes. Sin embargo, a veces, el mismo encierro, la aburría tanto que cuando ya anochecía, dejaba salir toda su frustración. A Antonella le era difícil admitir ciertas cosas que giraban en torno a la vida de su pareja. Lo quería, se había enamorado de él, pero también, todo aquel amor, iba acompañado por los celos.
Y justo en aquella mañana, su enojo, fue precisamente causado por esa misma razón. No le mencionó nada a Kirk y actúo lo más serena posible. Ya cuando éste abandonó la casa, Antonella se encargaría de que él no recibiera la misiva que le había enviado su amiga. Aunque lo negara, detestaba a Kelsey; pensar en ella la llenaba de coraje y sin dudarlo, haría hasta lo imposible por mantenerla lejos de Kirk.
Su dama de compañía, una jovencita de unos veintantos años, le contaba cada detalle de lo que ocurría en la mansión y fue precisamente, que cuando organizaba la correspondencia, notó aquella carta. Sin pensárselo dos veces le fue con el chisme a Antonella. Ésta, furiosa, quemó la carta.
—Es una insolente, ¿cómo se atreve a enviarle cartas a mi marido? Martina, quiero que revises el estudio de Kirk con la excusa de que irás a limpiar y si encuentras más escritos de esta mujer, no dudes en hacerme entrega de todo. Te recompesaré muy bien por eso —mencionó mientras se limpiaba las manos.
La muchachita asintió complacida y se retiro a cumplir con sus demás oficios. Entre los críados, aquella chica se había la simpatía de la señora de la casa. Siempre buscaba de agradarle y desde luego, Antonella la recompensaba por su fidelidad.
Ya al caer la noche, su humor no mejoró nada y mucho menos ante la ausencia prolongada de su esposo. Estaba molesta y sentía que en el cualquier momento perdería la cordura, pero debía mantener la compostura, tampoco deseaba arruinar las cosas. Tenía que pensar en cada movimiento que haría; precipitarse podría traer consecuencias de las cuales se arrepentiría luego. Esperó hasta tarde a Kirk, como era de suponerse, éste no llegó sino hasta bien entrada la noche. Sin embargo, esta vez, no se quedó en su cama como solía hacerlo, sino en otra parte de la casa y sólo se dirigió a la habitación que ambos compartían cuando el cazador decidió descansar finalmente.
Entró a la habitación sigilosamente, sin hacer mayor ruído y cuando estuvo ahí, no pudo contenerse.
—Otra vez llegando tarde. Podrías al menos avisar y así no tendría que quedarme deambulando por toda la casa esperando a que llegues. Ya van varios días que haces lo mismo —le refutó, sentándose luego en el otro extremo de la cama.
Intentaba guardar la calma y hablar con serenidad, pero de seguro él notaría su cambio de humor por más que Antonella se esforzara en mantener las apariencias.
A Antonella le fue negado el poder. Ella jamás sería una hechicera talentosa y fue tanta la desilución de su alma, que su corazón se había llenado de puro rencor.
Su pasado se marcaba profundamente en su alma, sus manos estaban llenas de sangre y sus acciones nunca fueron tan honestas. Pero cuando conoció a Kirk, supo, que si de verdad quería ser feliz, tenía que dejar todo atrás e intentar empezar de nuevo. No iba a ser fácil, pero tenía que intentarlo. Se mentalizaba cada mañana que no iba a tratar mal a nadie, no sería tan severa con la servidumbre y tampoco le reclamaría a Kirk cuando éste saliera a cumplir con sus deberes. Sin embargo, a veces, el mismo encierro, la aburría tanto que cuando ya anochecía, dejaba salir toda su frustración. A Antonella le era difícil admitir ciertas cosas que giraban en torno a la vida de su pareja. Lo quería, se había enamorado de él, pero también, todo aquel amor, iba acompañado por los celos.
Y justo en aquella mañana, su enojo, fue precisamente causado por esa misma razón. No le mencionó nada a Kirk y actúo lo más serena posible. Ya cuando éste abandonó la casa, Antonella se encargaría de que él no recibiera la misiva que le había enviado su amiga. Aunque lo negara, detestaba a Kelsey; pensar en ella la llenaba de coraje y sin dudarlo, haría hasta lo imposible por mantenerla lejos de Kirk.
Su dama de compañía, una jovencita de unos veintantos años, le contaba cada detalle de lo que ocurría en la mansión y fue precisamente, que cuando organizaba la correspondencia, notó aquella carta. Sin pensárselo dos veces le fue con el chisme a Antonella. Ésta, furiosa, quemó la carta.
—Es una insolente, ¿cómo se atreve a enviarle cartas a mi marido? Martina, quiero que revises el estudio de Kirk con la excusa de que irás a limpiar y si encuentras más escritos de esta mujer, no dudes en hacerme entrega de todo. Te recompesaré muy bien por eso —mencionó mientras se limpiaba las manos.
La muchachita asintió complacida y se retiro a cumplir con sus demás oficios. Entre los críados, aquella chica se había la simpatía de la señora de la casa. Siempre buscaba de agradarle y desde luego, Antonella la recompensaba por su fidelidad.
Ya al caer la noche, su humor no mejoró nada y mucho menos ante la ausencia prolongada de su esposo. Estaba molesta y sentía que en el cualquier momento perdería la cordura, pero debía mantener la compostura, tampoco deseaba arruinar las cosas. Tenía que pensar en cada movimiento que haría; precipitarse podría traer consecuencias de las cuales se arrepentiría luego. Esperó hasta tarde a Kirk, como era de suponerse, éste no llegó sino hasta bien entrada la noche. Sin embargo, esta vez, no se quedó en su cama como solía hacerlo, sino en otra parte de la casa y sólo se dirigió a la habitación que ambos compartían cuando el cazador decidió descansar finalmente.
Entró a la habitación sigilosamente, sin hacer mayor ruído y cuando estuvo ahí, no pudo contenerse.
—Otra vez llegando tarde. Podrías al menos avisar y así no tendría que quedarme deambulando por toda la casa esperando a que llegues. Ya van varios días que haces lo mismo —le refutó, sentándose luego en el otro extremo de la cama.
Intentaba guardar la calma y hablar con serenidad, pero de seguro él notaría su cambio de humor por más que Antonella se esforzara en mantener las apariencias.
Minerva Balzaretti- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 03/09/2015
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