AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Caricias de Hielo | Privado
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Caricias de Hielo | Privado
Como cada maldita noche, después de estar rodeado de humanos, Vincent sentía la terrible necesidad de quitarse ese sucio y asqueroso olor de su piel. Llevaba en París poco menos de cuatro meses y la sede de su compañía allí, había requerido más trabajo del esperado. Por supuesto, esa habría sido responsabilidad de su hermano. Bastian era el encargado de la administración, dado que su padre jamás habría confiado los libros contables a un simple humano; pero desde su muerte, el futuro líder de los negocios Blackraven había tenido que cumplir con todas esas funciones por sí mismo. No había más machos dentro de su línea de sangre y una de sus mujeres jamás podría ejercer tal autoridad y libertad. Ellas solo debían preocuparse por dar a la manada, descendientes de sangre pura. No se les tenía permitido relacionarse con humanos ni cambiantes de otro tipo. Él podía, pero solo porque era la mano derecha de Benjamin y nunca sería tan tonto como para criar hijos con cualquier hembra. Primero pondría fin a la vida de sus bastardos sin siquiera pensarlo. Estaba orgulloso del legado de sus antepasados y no permitiría que nadie lo manchara, mucho menos una humana que se escondía de sus garras. Iba a encontrarla y cuando lo hiciera, le haría lamentar su osadía. Su padre le había exigido que le hiciera pagar por la muerte de su hermano – no es que Vincent no lo hubiese planeado – y eso sería exactamente lo que haría. Mientras se despojaba de sus ropas, dejándolas pulcramente dobladas sobre el tronco de un árbol caído, sintió la victoria recorrer cada uno de sus músculos. Había recibido noticias sobre el posible paradero de su presa y el león dentro de él quería rugir. En esa ocasión, Harper no tendría participación. Su hermana realmente no podría pensar que confiaba en ella. Si no fuese por él, la camada de su madre habría sido una vergüenza. Los cachorros habían sido débiles, de mente y fuerza. Parecía que Vincent se había llevado todo lo bueno de ellos. Solo había que mirarlo. Cada tatuaje sobre su piel contaba una historia. Hablaba de liderazgo, ferocidad y poder. El orgullo de un Rey.
El cambio se produjo con asombrosa facilidad. Un segundo estaba en la piel de un hombre y al siguiente, en la de un majestuoso y dorado león. Ningún sonido brotó de sus fauces. Nada alertó a la naturaleza de que su gobernante había llegado para que rindieran sus homenajes y, sin embargo, el silencio que de pronto cayó sobre los bosques, hablaba de anticipación, de respeto y temor. El olor de los árboles, de los animales, del aire, de la tierra, llenó sus sentidos; llevándose el asqueroso hedor de los humanos que trabajaban con él para hacer funcionar su compañía. Acechante, anduvo más allá de las entrañas de ese lugar. Podía ver a un venado bebiendo del lago, ignorante de que le serviría de alimento esa noche; pero antes de que pudiese saltar sobre éste, el olor de uno de los suyos le alcanzó. Estaba cerca, pero no lo suficientemente cerca. Su mente buscó penetrar en la ajena, exigiendo su reconocimiento, su sumisión. Vincent detectaba a uno de su raza, pero no de su manada. Ellos se habían quedado en Inglaterra. Él estaba allí para terminar una cacería. Ninguno de los suyos – a excepción de sus padres y hermanas – sabía realmente el motivo de su partida a tierras francesas. Si bien había asuntos de negocios que atender, el principal motivo era eliminar esa mancha en la familia. Mientras le daba la espalda a su presa, para localizar a la cambiante, decidió que no tomaría el camino fácil. No había nada más placentero como ver a los demás caer sobre sus pies y; si no se equivocaba, había un humano – posiblemente un cazador – en las cercanías. ¿Quién era el ratón? ¿Ella o él? Bien decían que la curiosidad había matado al gato, pero seguramente, no a uno de su tamaño. Además, tenía que reconocer que se le antojaba más exquisito que un venado. ¿Y por qué no podía terminar la noche con un cuerpo caliente bajo él? Nadie jamás se le resistía, mucho menos lo haría una de las suyas. Cualquiera, desearía sus atenciones. Tan harto como estaba de tener que recurrir a humanas, no le diría que no a un placer prometedor. Un león macho tenía el mando, pero un Blackraven, tenía mucho más que eso, poseía el mundo entero.
El cambio se produjo con asombrosa facilidad. Un segundo estaba en la piel de un hombre y al siguiente, en la de un majestuoso y dorado león. Ningún sonido brotó de sus fauces. Nada alertó a la naturaleza de que su gobernante había llegado para que rindieran sus homenajes y, sin embargo, el silencio que de pronto cayó sobre los bosques, hablaba de anticipación, de respeto y temor. El olor de los árboles, de los animales, del aire, de la tierra, llenó sus sentidos; llevándose el asqueroso hedor de los humanos que trabajaban con él para hacer funcionar su compañía. Acechante, anduvo más allá de las entrañas de ese lugar. Podía ver a un venado bebiendo del lago, ignorante de que le serviría de alimento esa noche; pero antes de que pudiese saltar sobre éste, el olor de uno de los suyos le alcanzó. Estaba cerca, pero no lo suficientemente cerca. Su mente buscó penetrar en la ajena, exigiendo su reconocimiento, su sumisión. Vincent detectaba a uno de su raza, pero no de su manada. Ellos se habían quedado en Inglaterra. Él estaba allí para terminar una cacería. Ninguno de los suyos – a excepción de sus padres y hermanas – sabía realmente el motivo de su partida a tierras francesas. Si bien había asuntos de negocios que atender, el principal motivo era eliminar esa mancha en la familia. Mientras le daba la espalda a su presa, para localizar a la cambiante, decidió que no tomaría el camino fácil. No había nada más placentero como ver a los demás caer sobre sus pies y; si no se equivocaba, había un humano – posiblemente un cazador – en las cercanías. ¿Quién era el ratón? ¿Ella o él? Bien decían que la curiosidad había matado al gato, pero seguramente, no a uno de su tamaño. Además, tenía que reconocer que se le antojaba más exquisito que un venado. ¿Y por qué no podía terminar la noche con un cuerpo caliente bajo él? Nadie jamás se le resistía, mucho menos lo haría una de las suyas. Cualquiera, desearía sus atenciones. Tan harto como estaba de tener que recurrir a humanas, no le diría que no a un placer prometedor. Un león macho tenía el mando, pero un Blackraven, tenía mucho más que eso, poseía el mundo entero.
Vincent Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/07/2015
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Re: Caricias de Hielo | Privado
Elise y su padre llevaban ya un tiempo considerable en París. Vivían en los bosques, lejos de los humanos que tanto le molestaban a ella y, sobre todo, lejos de los curiosos que quisieran husmear cuando se escuchaban tremendos alaridos masculinos en casa. Philippe Vranken, había sufrido un accidente grave hace un par de años, uno de tanta importancia que le había cobrado buena parte de la razón; de hecho, sus momentos de lucidez eran cada vez menos y pasaba más tiempo en su forma animal que como humano. Él era más león que persona, con toda su hambre y necesidad de dominación ¿Qué tan conveniente sería para ella dejarlo salir y ser libre bajo esa forma? Se lo venía cuestionando desde hace un tiempo, e incluso, lo habría liberado ya de no ser por esa particularidad que había heredado de él. Su padre cambiaba a un imponente león, pero era uno blanco, de esos que cazaban los que hacían su dinero en los circos o zoológicos a costa de tomar prisioneros a miembros de esa especie. Era un precio demasiado alto para perder a su padre, ese mismo que había matado a su propia esposa por defender a su hija, la gemela que sobrevivió.
A causa del episodio en el que su madre matara a su hermana gemela, Elise se había vuelto en extremo radical con las mentiras. Cualquier tipo de engaño era causa suficiente para molestarla y consideraba que los más proclives en el asunto eran los humanos. Era tal su reticencia, que en su casa no admitía servidumbre convencional, sino que más bien, había contratado para todo a una cambiante débil, su transformación era, para su suerte, una alimaña pequeña que poco podría hacer para defenderse. Aquella, de paso huérfana, le servía a un león loco y a una leona extremista ¿Qué podía hacer entonces una pequeña zorrilla? Elise le pagaba bien, pero así mismo debía servir.
No obstante, su teoría de la mentira comenzaba a extenderse. Desde hace un par de meses, había conocido en medio de los bosques a un licántropo, que dicho sea de paso, se había esforzado lo suficiente para ganar la atención de Elise, al punto que incluso comenzaron una relación. Las reglas del juego fueron claras desde el principio, pero quizás el muy incauto pensó que ella mentía, que tal vez no era tan radical como decía o, más bien, se creyó muy hábil para encubrir a su reciente amante. Pobre estúpido y débil, porque sería dependiente de la luna para defenderse, mientras que en todas las demás horas, era la leona la que llevaba las de ganar.
El sol no estaba aún oculto cuando salió de su casa, llevando sobre su cuerpo apenas un abrigo ¿Para qué molestarse en llevar tantas cosas cuando sabía que iba a transformarse? Sabía en las cercanías a un cazador, uno que tenía que ver bastante con la mujer con la que ahora había decidido salir su compañero. El desafortunado era el hermano, uno que moriría en contados instantes. Elise no reparaba cuando decidía vengarse, se enceguecía, cazaba con dominación y como la fiera en la que se transformaba.
Una vez internada en lo profundo, se retiró el abrigo y lo tiró sobre la rama de un árbol. Desnuda, avanzó un par de pasos hacia el hombre una vez lo hubo localizado, con una sonrisa sobre los labios que ocultaba su sed. Él, por su parte, no hacía más que mirarla completa, como si de la nada hubiese desaparecido su necesidad de cazar. Él sabía que tenía que buscar a una mujer de sus características, pero casi se resistió al cuerpo trabajado que avanzaba como disponible para él —Vaya, te vendieron a la fiera, bonita familia— musitó ella, burlona, a escasos metros de él. Bastó apenas un segundo para transformarse frente a sus ojos en una imponente leona blanca de impresionante tamaño, un segundo en el que él no fue capaz de reaccionar. Rugió por lo bajo, y de un salto lo derrumbó. Su peso lo asfixiaba y el arma que llevara en las manos cayó a unos centímetros de él. Una enorme pata le acarició el cuello, rozando las garras para dejar apenas fluir la sangre, mientras el cazador intentaba desesperado encontrar cualquier arma para defenderse. Elise iba lento, permitiéndole sentir el terror antes de la muerte, dejándole sentir que el aire se le escapaba primero. Iba a devorarlo completo y estaba tan segura de ello, que emitió un fuerte rugido a quien se atrevía a aparecer en escena. Esa cena no sería compartida. Quien llegaba, no era bienvenido.
A causa del episodio en el que su madre matara a su hermana gemela, Elise se había vuelto en extremo radical con las mentiras. Cualquier tipo de engaño era causa suficiente para molestarla y consideraba que los más proclives en el asunto eran los humanos. Era tal su reticencia, que en su casa no admitía servidumbre convencional, sino que más bien, había contratado para todo a una cambiante débil, su transformación era, para su suerte, una alimaña pequeña que poco podría hacer para defenderse. Aquella, de paso huérfana, le servía a un león loco y a una leona extremista ¿Qué podía hacer entonces una pequeña zorrilla? Elise le pagaba bien, pero así mismo debía servir.
No obstante, su teoría de la mentira comenzaba a extenderse. Desde hace un par de meses, había conocido en medio de los bosques a un licántropo, que dicho sea de paso, se había esforzado lo suficiente para ganar la atención de Elise, al punto que incluso comenzaron una relación. Las reglas del juego fueron claras desde el principio, pero quizás el muy incauto pensó que ella mentía, que tal vez no era tan radical como decía o, más bien, se creyó muy hábil para encubrir a su reciente amante. Pobre estúpido y débil, porque sería dependiente de la luna para defenderse, mientras que en todas las demás horas, era la leona la que llevaba las de ganar.
El sol no estaba aún oculto cuando salió de su casa, llevando sobre su cuerpo apenas un abrigo ¿Para qué molestarse en llevar tantas cosas cuando sabía que iba a transformarse? Sabía en las cercanías a un cazador, uno que tenía que ver bastante con la mujer con la que ahora había decidido salir su compañero. El desafortunado era el hermano, uno que moriría en contados instantes. Elise no reparaba cuando decidía vengarse, se enceguecía, cazaba con dominación y como la fiera en la que se transformaba.
Una vez internada en lo profundo, se retiró el abrigo y lo tiró sobre la rama de un árbol. Desnuda, avanzó un par de pasos hacia el hombre una vez lo hubo localizado, con una sonrisa sobre los labios que ocultaba su sed. Él, por su parte, no hacía más que mirarla completa, como si de la nada hubiese desaparecido su necesidad de cazar. Él sabía que tenía que buscar a una mujer de sus características, pero casi se resistió al cuerpo trabajado que avanzaba como disponible para él —Vaya, te vendieron a la fiera, bonita familia— musitó ella, burlona, a escasos metros de él. Bastó apenas un segundo para transformarse frente a sus ojos en una imponente leona blanca de impresionante tamaño, un segundo en el que él no fue capaz de reaccionar. Rugió por lo bajo, y de un salto lo derrumbó. Su peso lo asfixiaba y el arma que llevara en las manos cayó a unos centímetros de él. Una enorme pata le acarició el cuello, rozando las garras para dejar apenas fluir la sangre, mientras el cazador intentaba desesperado encontrar cualquier arma para defenderse. Elise iba lento, permitiéndole sentir el terror antes de la muerte, dejándole sentir que el aire se le escapaba primero. Iba a devorarlo completo y estaba tan segura de ello, que emitió un fuerte rugido a quien se atrevía a aparecer en escena. Esa cena no sería compartida. Quien llegaba, no era bienvenido.
Elise Vranken- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: Caricias de Hielo | Privado
Vincent, era inspirador. Los miembros de su manada, no sólo confiaban en él, le temían tanto como le veneraban. El tamaño del león en que se transformaba, no tenía precedentes. Ni siquiera su padre, podía competir con tal majestuosidad. No era extraño, por supuesto. Cada primogénito, ganaba en fuerza, poder y tamaño; a su antepasado. Era la sangre pura que corría por sus venas, la que insuflaba más ferocidad y dominio, a sus gobernantes. Jamás había ocurrido que el primero de la camada no fuese el futuro líder. Desde que la hembra quedaba encinta, todos se preparaban para la llegada del sucesor de esa dinastía. El cambiante, nunca había tenido el interés de preguntar sobre qué sucedería de presentarse una anomalía en el nacimiento de sus propios hijos. No sólo porque creyese que su destino estaba trazado y que, como Benjamin, no decepcionaría a sus protegidos; sino porque sabía la respuesta sin siquiera indagar en ella. O al menos, estaba absolutamente seguro de lo que él haría. La condena, caería sobre las crías. No dejaría a ninguno con vida. Matarlos con sus propias garras, sería lo más misericordioso por su parte. Él, a diferencia de su hermano, había sido coronado como un Rey al momento de nacer. A partir de allí, su padre se había hecho cargo de forjarlo. El mismo carácter los unía. Trabajaban codo a codo para defender su territorio. No conforme con eso, habían hecho prosperar la primera compañía de ferrocarriles. La fortuna que poseían tras ser pioneros en ese transporte para llevar cargas, los había posicionado como una de las familias más reconocidas. Nadie dudaba, que amaban ser el centro de atención. Aún faltaban nuevas mejoras para las locomotoras de vapor, pero su padre y él, estaban seguros de que los ingenieros que trabajaban en el proyecto, terminarían por lograr su cometido. Ahora, tendría que trabajar desde Francia, pero aquello valdría la pena. Las minas y los negocios que poseían, les permitían invertir en esas excentricidades y; además, no podía olvidar, cuál era el verdadero motivo que lo llevaba a estar lejos de su hogar. Sólo por eso, el león disfrutaría reduciendo a su presa.
Los bosques que ahora recorría, como si fuese su señor y dueño, no eran diferentes a los que le pertenecían a su manada y, sin embargo, le molestaba. Los Blackravens, protegían con severidad su territorio. A ninguna criatura, se le permitía cruzar sus límites. Ni humanos, vampiros, licántropos o cambiantes de otro tipo, podían poner un pie sin su permiso. Los olores que se percibían en ese viciado aire, eran diversos. Si existían manadas como las suyas en ese país, Vincent aún no se había cruzado con alguna. Casi esperaba que sí lo hubiera, para desafiar a su Alfa. Le gustaban en exceso los combates, pero los suyos, hacía mucho tiempo que no luchaban por quitar el liderazgo a su familia. El olor de la sangre del cazador y la amenaza de la hembra, hizo al león rugir ensordecedoramente en respuesta. Las aves alzaron el vuelo y los animales, que fácilmente podían convertirse en su alimento esa noche, huyeron a sus madrigueras. Para su suerte, el cambiante, no tenía la menor intención de perder el tiempo yendo tras ellos. Rápidamente, fue consciente de la belleza del felino. Ella estaba equivocada si creía que estaba tras el débil humano. El rubio, prefería las presas más grandes y su diversión esa noche, iba encaminada a otros asuntos; tales como demostrarle quién era el que tenía el mayor rango y quitarse ese asqueroso hedor a humano, de una manera más prometedora. Se quedó en su sitio, aunque, por la forma en que no apartaba la mirada de ella, cualquiera diría que estaba esperando el momento para saltarle encima y reclamar su dominio. Harper, su hermana más pequeña, podía transformase en una tigresa blanca; una rareza entre los suyos, pero que para él, no la hacía especial en nada. Ellos, representaban al león. Su emblema, llevaba al Rey de las Bestias. Así que encontrar una leona albina, sí que le resultaba interesante y atractivo. En sus sesenta años, no había encontrado a una semejante y aquello le hacía preguntarse sobre su origen. – ¿Quién eres y a quién perteneces? – En esa ocasión, hizo contacto en la mente ajena. Su intrusión fue feroz y devoradora, abriéndose paso para marcarla de maneras que ella aún no comprendía. Blackraven era dominante al extremo y, una vez decidía que quería algo, lo obtenía, sin importar cómo o cuál fuese el costo.
Los bosques que ahora recorría, como si fuese su señor y dueño, no eran diferentes a los que le pertenecían a su manada y, sin embargo, le molestaba. Los Blackravens, protegían con severidad su territorio. A ninguna criatura, se le permitía cruzar sus límites. Ni humanos, vampiros, licántropos o cambiantes de otro tipo, podían poner un pie sin su permiso. Los olores que se percibían en ese viciado aire, eran diversos. Si existían manadas como las suyas en ese país, Vincent aún no se había cruzado con alguna. Casi esperaba que sí lo hubiera, para desafiar a su Alfa. Le gustaban en exceso los combates, pero los suyos, hacía mucho tiempo que no luchaban por quitar el liderazgo a su familia. El olor de la sangre del cazador y la amenaza de la hembra, hizo al león rugir ensordecedoramente en respuesta. Las aves alzaron el vuelo y los animales, que fácilmente podían convertirse en su alimento esa noche, huyeron a sus madrigueras. Para su suerte, el cambiante, no tenía la menor intención de perder el tiempo yendo tras ellos. Rápidamente, fue consciente de la belleza del felino. Ella estaba equivocada si creía que estaba tras el débil humano. El rubio, prefería las presas más grandes y su diversión esa noche, iba encaminada a otros asuntos; tales como demostrarle quién era el que tenía el mayor rango y quitarse ese asqueroso hedor a humano, de una manera más prometedora. Se quedó en su sitio, aunque, por la forma en que no apartaba la mirada de ella, cualquiera diría que estaba esperando el momento para saltarle encima y reclamar su dominio. Harper, su hermana más pequeña, podía transformase en una tigresa blanca; una rareza entre los suyos, pero que para él, no la hacía especial en nada. Ellos, representaban al león. Su emblema, llevaba al Rey de las Bestias. Así que encontrar una leona albina, sí que le resultaba interesante y atractivo. En sus sesenta años, no había encontrado a una semejante y aquello le hacía preguntarse sobre su origen. – ¿Quién eres y a quién perteneces? – En esa ocasión, hizo contacto en la mente ajena. Su intrusión fue feroz y devoradora, abriéndose paso para marcarla de maneras que ella aún no comprendía. Blackraven era dominante al extremo y, una vez decidía que quería algo, lo obtenía, sin importar cómo o cuál fuese el costo.
Vincent Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Re: Caricias de Hielo | Privado
"Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria."
Marco Tulio
Marco Tulio
Si algo creía tener claro Elise, era que con ella, moriría el legado albino de los Vranken. Su padre, Phillippe, había sido hijo único, y provenía de una línea de escasos hombres en el que era el macho quien siempre heredara esa particular característica. Sus mujeres, por el contrario, tomaban formas felinas también, pero con el color convencional que poseen tales razas. Y eso se mantuvo durante muchos años, hasta el nacimiento de las gemelas, quienes heredaran por igual el cambio que había sido tan esquivo para las mujeres de la familia. Ahora, los únicos que quedaban de la línea con esa singularidad, luego de lo acaecido con su gemela, eran Elise y su padre. Pero pese al orgullo que rezumara, no pretendía extender la línea porque no se le daba la gana ser madre. Había sido pareja de un licántropo y, teóricamente, todavía lo era, pero eso no significaba que pretendiera tener hijos que corrieran el riesgo de ser humanos. De ser así, más valía devorarlos ella misma antes de otorgarle a su raza un mal como aquél. La reciente traición le había abierto los ojos frente a su futuro. No iba a someterse a nadie, sería tan independiente como se le diera la gana hasta que terminaran sus días. Ya no había manada a la cual seguir, ni líder coherente al cual obedecer. Ella determinaba todo, su futuro y ahora el de su padre inestable.
A partir de tanto, sabía que tampoco iba a doblegarse frente al león que tenía en frente. Quizás él pretendiera reclamar como la mayoría de felinos la caza de la hembra, pero ella no era suya y el hombre bajo sus garras no era sólo un alimento. Ellos, tampoco eran solamente animales, y era precisamente el raciocinio lo que impedía que Elise se sometiera al cambiante que hacía acto de presencia tan dominantemente. Como era de esperarse, él la superaba en tamaño y muy seguramente en fuerza, pero tampoco eso le importaba. Caso contrario, se irguió como pretendiendo enfrentarlo, incluso cuando él irrumpió en su mente con un don que también poseía ella. —Una Vranken ¿Por qué?— respondió ella, haciendo también uso de esa útil habilidad. Tenía claro que ese apellido en Francia no tendría mayor relevancia entre los de su especie, pero lo mencionó con el orgullo que tuviera antaño en sus tierras, haciendo caso omiso de lo poco que le quedaba a la estirpe para el momento actual. —Y no soy la mascota de nadie— agregó con molestia, porque no se consideraba pertenencia de nadie y probablemente jamás lo haría. El tono de su voz, a pesar de ser mental, no carecía de la fuerza que emitiera en su cambio de forma y, definitivamente, demostraba con el porte que tenía, que era consecuente con sus palabras al llevarlas a los actos. Bajo su pata, el hombre suplicaba piedad. Estaba aterrado con el rugido del león y clamaba sabiendo a Elise entendedora de cada cosa que decía. Pero él, ya no era su prioridad. — ¿Qué quieres? — Inquirió, empujando con sus patas delanteras al hombre que lloraba y sangraba sin dignidad alguna —Si es esto, es todo tuyo— dijo del mismo modo, ofreciendo al tipo que en cierto modo era inocente de su venganza, pero culpable por querer cazar lo que no debía. Después de todo, poco importaba quién lo devorara, el hecho, era desaparecerlo. Para ella, quedaban dos presas más que no compartiría: El licántropo y la muy estúpida de su amante.
Pese a todo ¿No debía ella replantearse el asunto de los territorios? Elise poco sabía de cómo funcionaban las cosas en Francia, pero quizás el reclamo del cambiante era básicamente ese, dominio. De ser así, las cosas podrían tomar otro rumbo, uno en el que el orgullo de ella tampoco abandonaría la escena, pese a no pretender volver a pisar esas tierras. Era orgullosa, sí, pero tampoco tan estúpida como para provocar a una manada.
A partir de tanto, sabía que tampoco iba a doblegarse frente al león que tenía en frente. Quizás él pretendiera reclamar como la mayoría de felinos la caza de la hembra, pero ella no era suya y el hombre bajo sus garras no era sólo un alimento. Ellos, tampoco eran solamente animales, y era precisamente el raciocinio lo que impedía que Elise se sometiera al cambiante que hacía acto de presencia tan dominantemente. Como era de esperarse, él la superaba en tamaño y muy seguramente en fuerza, pero tampoco eso le importaba. Caso contrario, se irguió como pretendiendo enfrentarlo, incluso cuando él irrumpió en su mente con un don que también poseía ella. —Una Vranken ¿Por qué?— respondió ella, haciendo también uso de esa útil habilidad. Tenía claro que ese apellido en Francia no tendría mayor relevancia entre los de su especie, pero lo mencionó con el orgullo que tuviera antaño en sus tierras, haciendo caso omiso de lo poco que le quedaba a la estirpe para el momento actual. —Y no soy la mascota de nadie— agregó con molestia, porque no se consideraba pertenencia de nadie y probablemente jamás lo haría. El tono de su voz, a pesar de ser mental, no carecía de la fuerza que emitiera en su cambio de forma y, definitivamente, demostraba con el porte que tenía, que era consecuente con sus palabras al llevarlas a los actos. Bajo su pata, el hombre suplicaba piedad. Estaba aterrado con el rugido del león y clamaba sabiendo a Elise entendedora de cada cosa que decía. Pero él, ya no era su prioridad. — ¿Qué quieres? — Inquirió, empujando con sus patas delanteras al hombre que lloraba y sangraba sin dignidad alguna —Si es esto, es todo tuyo— dijo del mismo modo, ofreciendo al tipo que en cierto modo era inocente de su venganza, pero culpable por querer cazar lo que no debía. Después de todo, poco importaba quién lo devorara, el hecho, era desaparecerlo. Para ella, quedaban dos presas más que no compartiría: El licántropo y la muy estúpida de su amante.
Pese a todo ¿No debía ella replantearse el asunto de los territorios? Elise poco sabía de cómo funcionaban las cosas en Francia, pero quizás el reclamo del cambiante era básicamente ese, dominio. De ser así, las cosas podrían tomar otro rumbo, uno en el que el orgullo de ella tampoco abandonaría la escena, pese a no pretender volver a pisar esas tierras. Era orgullosa, sí, pero tampoco tan estúpida como para provocar a una manada.
Elise Vranken- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: Caricias de Hielo | Privado
Sus padres, sólo habían tenido dos hijos. Mientras que Bastian, su hermano menor, había actuado como administrador de los bienes de la familia, había sido él, a quien entrenasen para dirigirlo todo. Desde niño, Vincent aprendió a comportarse como un verdadero predador. Benjamin, no había mostrado piedad alguna por su edad. Solían adentrarse en las profundidades de los bosques, lejos de los límites de sus territorios, para provocar a las manadas vecinas. El señor Blackraven, elegía a su adversario y le enviaba a la caza de éste. El sigilo, fue la primera habilidad que pulió con destreza, seguida de la paciencia. El rubio podía aguardar entre la maleza el tiempo que fuese necesario para saltar y desgarrar a su presa. Por naturaleza, todos los suyos poseían esos instintos, pero aquéllos que su padre elegía, solían doblarle en tamaño. Más pronto que tarde, sin embargo, descubrió la excitación que le provocaba enzarzarse en verdaderos combates. Anunciar su presencia, se había convertido en una costumbre que, hasta las fechas, seguía teniendo. Para el inglés, el mundo giraba alrededor suyo. Un mundo que, desde luego, compartiría con su primogénito. El haber decidido, semanas atrás, que Harper sería desposada por un miembro de la familia Wooler, a quienes había investigado a fondo para saber si eran dignos de emparentarse con los suyos; selló sus destinos. El tiempo de elegir a la madre de su heredero había llegado, lo cual, según sus estándares, no sería fácil. Mientras que Agatha, había tenido a siete cachorros, dos habían sido eliminados porque amenazaron con manchar su prestigiado apellido y; entre ese par, estaba el único otro macho calificado para actuar como su mano derecha. Ni a su padre, y a él, les gustaba que otros que no fuesen de su sangre, tomaran las riendas de sus negocios. Eran controladores. De allí que todo el trabajo, recayese últimamente en sus hombros. Si bien Benjamin, aún tenía el poder y la fuerza para continuar con el liderazgo; cierto era que él debía iniciar a su propio hijo pronto. Los cambiantes, crecían con menos rapidez que un humano promedio. Le tomaría, al menos treinta años, alcanzar la plenitud del animal que los caracterizaba. Sin duda, engendrar a su sucesor, era tan importante como eliminar al bastardo que Bastian había hecho crecer, en el vientre de esa maldita mujer.
Por eso, cuando la leona albina, respondió a su pregunta y no reconoció el apellido, se dijo que investigaría. Los suyos, le entregarían un informe detallado de su árbol genealógico. Ellos sabrían qué buscar, porque Vincent había hecho público su deseo de tomar esposa. Las mujeres bajo su protección, no habían tardado en proponerse para el puesto, pero él había declinado con irritación. Si alguna le hubiese interesado lo suficiente, habría permitido que su semilla germinara en ellas. Dado que eso no había sucedido, en su opinión, el tema estaba zanjado. Desde que su palabra era ley, no volvió a escucharlas quejarse. El rubio sabía lo que quería y, cuando lo encontrase, lo reclamaría. Su rugido se hizo eco ante el tono de voz de la fémina. Era una advertencia. Había eliminado a muchos, por menos que eso. El aura que le envolvía, cargada de poder, era destructiva. – ¿Quién ha hablado de mascotas? – Gruñó. – La simple idea es repugnante. – Los de su especie, jamás debían dejarse domesticar. El que siguieran a alguien más poderoso, no significaba que perdían su libertad. La manada Blackraven, era fuerte e inteligente. No tenían nada que envidiarles a los demás sobrenaturales. Cualquiera que jugara en sus dominios, se encontraba con un muro de feroces e impresionantes felinos. Con gracilidad, cubrió la distancia que les separaba. Vincent empezaba a dejar su marca en ese territorio. Reclamaba para sí, la atención de la hembra. – Puedo cazar mi propia comida. – Agregó con sorna. Sin embargo, eso no implicaba que tuviese que aguantar las quejas del humano. Sus garras rasgaron la yugular del hombre, cortando su gimoteo. La sangre tiñó la tierra y bañó su pata delantera. ¡Maldita sea! Se suponía que se quitaría el hedor a humano, no que se revolcaría en éste. – Si vas a devorarlo, hazlo antes de que se enfríe. – Ordenó, rodeándola. El cambiante quería marcarla con su olor. Estaba tomando todo su autocontrol no hacerlo. El que quisiese un informe detallado de su estirpe, no significaba que no pudiesen divertirse. – Si no perteneces a nadie, Vranken. Eres libre para tomar. – Sentenció, midiéndola. Si decidía escapar, él la perseguiría. Si decidía luchar, él la dominaría. Realmente, no tenía muchas opciones. No cuando todas, llevaban al mismo destino.
Por eso, cuando la leona albina, respondió a su pregunta y no reconoció el apellido, se dijo que investigaría. Los suyos, le entregarían un informe detallado de su árbol genealógico. Ellos sabrían qué buscar, porque Vincent había hecho público su deseo de tomar esposa. Las mujeres bajo su protección, no habían tardado en proponerse para el puesto, pero él había declinado con irritación. Si alguna le hubiese interesado lo suficiente, habría permitido que su semilla germinara en ellas. Dado que eso no había sucedido, en su opinión, el tema estaba zanjado. Desde que su palabra era ley, no volvió a escucharlas quejarse. El rubio sabía lo que quería y, cuando lo encontrase, lo reclamaría. Su rugido se hizo eco ante el tono de voz de la fémina. Era una advertencia. Había eliminado a muchos, por menos que eso. El aura que le envolvía, cargada de poder, era destructiva. – ¿Quién ha hablado de mascotas? – Gruñó. – La simple idea es repugnante. – Los de su especie, jamás debían dejarse domesticar. El que siguieran a alguien más poderoso, no significaba que perdían su libertad. La manada Blackraven, era fuerte e inteligente. No tenían nada que envidiarles a los demás sobrenaturales. Cualquiera que jugara en sus dominios, se encontraba con un muro de feroces e impresionantes felinos. Con gracilidad, cubrió la distancia que les separaba. Vincent empezaba a dejar su marca en ese territorio. Reclamaba para sí, la atención de la hembra. – Puedo cazar mi propia comida. – Agregó con sorna. Sin embargo, eso no implicaba que tuviese que aguantar las quejas del humano. Sus garras rasgaron la yugular del hombre, cortando su gimoteo. La sangre tiñó la tierra y bañó su pata delantera. ¡Maldita sea! Se suponía que se quitaría el hedor a humano, no que se revolcaría en éste. – Si vas a devorarlo, hazlo antes de que se enfríe. – Ordenó, rodeándola. El cambiante quería marcarla con su olor. Estaba tomando todo su autocontrol no hacerlo. El que quisiese un informe detallado de su estirpe, no significaba que no pudiesen divertirse. – Si no perteneces a nadie, Vranken. Eres libre para tomar. – Sentenció, midiéndola. Si decidía escapar, él la perseguiría. Si decidía luchar, él la dominaría. Realmente, no tenía muchas opciones. No cuando todas, llevaban al mismo destino.
Vincent Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/07/2015
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Re: Caricias de Hielo | Privado
"Nuestro carácter nos hace meternos en problemas,
pero es nuestro orgullo el que nos mantiene en ellos."
Esopo
pero es nuestro orgullo el que nos mantiene en ellos."
Esopo
Los Vranken habían sido una especie de linaje puro hasta el error de su padre, que en su afán de escabullirse del peligro se había casado con una humana. Pero el peligro siempre estuvo en su casa, en su cama, entre sus piernas. De haberlo entendido, sabría que más valía morir peleando que vivir con el engaño de una malnacida como esa, que se acostaba con su amante junto a la habitación de sus hijas, y luego mataba a una de ellas a sangre fría por no entender lo que pasaba. Había tenido como madre a la peor de las estúpidas y haría lo posible por ocultarlo para siempre; sobre todo, porque mientras Elise había estudiado la ascendencia de su progenitora para buscar una gota de sangre cambiante, se encontró con uno sólo de ellos nacido cinco generaciones atrás, pero luego, nada, el rastro hubo desaparecido por completo.
Ahora, fruto de ese suceso y de los acontecido con sus parejas en el camino, se comportaba como si la venganza fuera la más ardiente de las llamas. Se movía en pos de ejercer justicia con sus propias garras, y no dudaba un segundo en despedazar a nadie si así creía que debía hacerlo. Y lo disfrutaba, como si su personalidad se deleitara y alimentara de cada sentimiento y víctima que aparecía. Esa era ella, quien no planeaba ceder, ni aún si tenía en frente a otro de su misma especie. Sus rugidos no la intimidaban, porque ninguno superaría el que conservaba de su padre cuando intentó protegerla de su propia progenitora. Él jamás estuvo tan enojado y según le había contado, Elise había llorado por varios días a causa de un terrible dolor en los oídos. Un león molesto era un riesgo terrible, algo que nadie podría olvidar jamás si es que sobrevivía a la escena. — ¿Por qué otra razón preguntaría a quién pertenezco? No lo hago ahora, no lo haré después— espetó, poniéndose mucho más firme que antes mientras él se acercaba. En tamaño, era un poco más grande que las otras cambiantes felinas que hubiese conocido. Quizás eso iba de la mano de ese extraño gen albino, o sencillamente era resultado del entrenamiento diario y de la estatura que había logrado alcanzar aún en su forma humana. —No pienso devorar esta basura— afirmó, luego que fuese él quien terminara el trabajo que ella había iniciado. Eso no le molestaba, porque el fin del sujeto había sido completado y, pronto, tanto su futuro difunto novio como la hermana de la víctima, estarían tan advertidos como enterados. Ojalá no pudieran dormir en paz durante las siguientes noches, porque en una de esas, ella aparecería por fin para terminar con la traición de ambos. Por ahora, les quedaban un par de horas para empezar a temer, o a huir.
Pero no todo terminaba ahí, porque el otro cambiante empezaba a rodearla como si planeara atacar en cualquier momento. La examinaba con la mirada, la amenazaba en cada giro. No obstante, ella lo hacía al tiempo con él, clavando sus ojos claros en los ajenos, y manteniendo la postura de defensa. Elise tomaba esos movimientos como si aquél quisiera retarla a probar fuerzas, como si ella fuese un león más, en lugar de una hembra — ¿Cree que voy a permitir que un príncipe caprichoso me tome como si le perteneciera? No se equivoque, porque entiendo que éste pueda ser su territorio, pero yo no hago parte de sus propiedades— le manifestó, con una voz que aunque mental, no dejaba de ser firme e incluso burlona. No necesitaba saber mucho de él, porque reconocía ese comportamiento en felinos anteriores, cuya estirpe les hacía sentir que tenían derecho a todo lo que se les cruzara por el frente. Ahí, él tenía sobre sí el orgullo de su origen, y ella, todo el honor que le daba su rareza albina, y el recuerdo y últimos genes útiles que tendrían los Vranken. Ella no huiría, pero si él decidía tomar algo por la fuerza, no le sería para nada fácil.
Ahora, fruto de ese suceso y de los acontecido con sus parejas en el camino, se comportaba como si la venganza fuera la más ardiente de las llamas. Se movía en pos de ejercer justicia con sus propias garras, y no dudaba un segundo en despedazar a nadie si así creía que debía hacerlo. Y lo disfrutaba, como si su personalidad se deleitara y alimentara de cada sentimiento y víctima que aparecía. Esa era ella, quien no planeaba ceder, ni aún si tenía en frente a otro de su misma especie. Sus rugidos no la intimidaban, porque ninguno superaría el que conservaba de su padre cuando intentó protegerla de su propia progenitora. Él jamás estuvo tan enojado y según le había contado, Elise había llorado por varios días a causa de un terrible dolor en los oídos. Un león molesto era un riesgo terrible, algo que nadie podría olvidar jamás si es que sobrevivía a la escena. — ¿Por qué otra razón preguntaría a quién pertenezco? No lo hago ahora, no lo haré después— espetó, poniéndose mucho más firme que antes mientras él se acercaba. En tamaño, era un poco más grande que las otras cambiantes felinas que hubiese conocido. Quizás eso iba de la mano de ese extraño gen albino, o sencillamente era resultado del entrenamiento diario y de la estatura que había logrado alcanzar aún en su forma humana. —No pienso devorar esta basura— afirmó, luego que fuese él quien terminara el trabajo que ella había iniciado. Eso no le molestaba, porque el fin del sujeto había sido completado y, pronto, tanto su futuro difunto novio como la hermana de la víctima, estarían tan advertidos como enterados. Ojalá no pudieran dormir en paz durante las siguientes noches, porque en una de esas, ella aparecería por fin para terminar con la traición de ambos. Por ahora, les quedaban un par de horas para empezar a temer, o a huir.
Pero no todo terminaba ahí, porque el otro cambiante empezaba a rodearla como si planeara atacar en cualquier momento. La examinaba con la mirada, la amenazaba en cada giro. No obstante, ella lo hacía al tiempo con él, clavando sus ojos claros en los ajenos, y manteniendo la postura de defensa. Elise tomaba esos movimientos como si aquél quisiera retarla a probar fuerzas, como si ella fuese un león más, en lugar de una hembra — ¿Cree que voy a permitir que un príncipe caprichoso me tome como si le perteneciera? No se equivoque, porque entiendo que éste pueda ser su territorio, pero yo no hago parte de sus propiedades— le manifestó, con una voz que aunque mental, no dejaba de ser firme e incluso burlona. No necesitaba saber mucho de él, porque reconocía ese comportamiento en felinos anteriores, cuya estirpe les hacía sentir que tenían derecho a todo lo que se les cruzara por el frente. Ahí, él tenía sobre sí el orgullo de su origen, y ella, todo el honor que le daba su rareza albina, y el recuerdo y últimos genes útiles que tendrían los Vranken. Ella no huiría, pero si él decidía tomar algo por la fuerza, no le sería para nada fácil.
Elise Vranken- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/09/2015
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