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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Baldassare Donizetti Vie Oct 23, 2015 12:01 am


“We have art in order not to die of the truth.”
― Friedrich Nietzsche

***

Apreciable señorita Hemingway,

Después de nuestro intercambio epistolar por todo este tiempo, me he enterado —no pregunte, tengo mis métodos— de que ambos estamos coincidiendo en París. Y qué mejor sitio que la inmortal capital gala para vernos.

Creo fervientemente que la mejor manera de conocer a alguien, sobre todo a alguien como nosotros (artistas, quiero decir) es a través de sus obras. Pero al menos por mi parte, debo decirle que ya he memorizado varias de las suyas. Pocas creaciones logran cimbrarme, pero ya pasamos la etapa de elogiarnos, ¿no es así?

Como sea. Estando ambos en París me parecería una insensatez imperdonable no vernos, después de todo este tiempo, las caras al fin. Debo decirle que no es algo que acostumbro, pero en su caso, la excepción y la curiosidad se alzan por sobre la costumbre.

Envío a mi mensajero y con él puede enviar su respuesta, pues como verá, esta carta carece de dirección. De igual manera, cuando usted disponga, enviaré a mi cochero para ir a por usted, ya que mi residencia se encuentra un poco inaccesible, por así decirlo.

Sin más, quedo de usted.

Atentamente,
Baldassare L. Donizetti


***

Esa fue la misiva que envió a Annabel hace un par de días y esa era la noche acordada para finalmente verse. Conocerse en carne y piel, ya no más a través de la abstracción del arte o la vaguedad de las misivas. Cuando le decía que su residencia era poco menos que inaccesible, no mentía. Rodeada de bosque y de caminos sinuosos, sólo alguien conocedor de los terrenos no se perdería o caería en uno de las cañadas imposibles que abundaban en los alrededores. Tan alejado de la humanidad, había incluso impuesto obstáculos físicos entre los hombre y él.

Con su usual elegancia, aguardaba. La noche ya reinaba con una luna invisible, nueva comenzando el ciclo de cero. Sentando en una silla antigua pero valiosa, de resistente nogal, Baldassare tamborileaba los dedos mientras veía por una de las largas ventanas góticas de su hogar. Desde esa posición privilegiada vería llegar el carruaje desde lo senderos que conducían a la casona, más parecida a un castillo que una vivienda común.

Al fin divisó su carruaje jalado por poderosos caballos pintos que él mismo había elegido para esa labor en específico. Era algo escrupuloso incluso para tareas tan sencillas. Se puso de pie y se encaminó a la puerta de esa habitación, un estudio lleno de libros, esculturas y pinturas. Pero se detuvo en medio del lugar y alguien tocó a la puerta. «Adelante» dijo con educación y un mozo le avisó que su visita había llegado.

Háganla pasar —ordenó con voz cortante. No se podía esperar mucho de Baldassare, quien caminó de regreso a la silla y se posó detrás de ella, descansando una mano en su respaldo y con el amplio ventanal a sus espaldas, con la noche como marco. Sus ojos azules estaban clavados en la puerta abierta, en donde apareció ella.

Hemingway, al fin nos conocemos —habló con parsimoniosa calma y sonrió, aunque las sombras cubrían su rostro. Como si fuera un monstruo que se negara a ser visto. Le dijo llanamente Hemingway, en lugar de usar algo más formal—. Pasa, toma asiento, ¿qué te ofrezco de beber? —Continuó como un cabal anfitrión y miró al mozo que seguía en el umbral, ávido de una orden. Avanzó y al fin se dejó ver; joven, más de lo que sus manos expertas podían dar a entender, apuesto e indescifrable.


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Mensaje por Annabel Hemingway Vie Oct 23, 2015 6:34 pm

Estimado señor Donizetti,

¿Ha transcurrido ya todo el tiempo que si mi memoria no me engaña parece haber transcurrido desde que iniciamos este intercambio de correspondencia? Al parecer si, y sin embargo esta vez, lo admito, logra sorprenderme con esta misiva.

Respondiendo a los puntos expuestos, es de su conocimiento que aprecio y tomo en cuenta las opiniones y palabras que dirige hacia mis obras, y que esto se debe a la misma inspiración y variedad de emociones que me han transmitido muchas de las suyas. De lo contrario, y aunque muchos me tilden de petulante, no nos habríamos embarcado en este intercambio de opiniones que, he de aceptar, ha sido gratificante y estimulante en diversas formas.

Son pocos aquellos a los que considero amigos, y (supongo que en este caso quien quedará sorprendido es usted) esta vez me atreveré a utilizar ese epíteto en su persona, respaldada por el tiempo transcurrido y nuestra continua comunicación a través de las líneas.  

Habiendo dicho eso, acepto gustosa su invitación. Será de mi agrado salir de este ostracismo en el cual muchas veces nos embarcamos los artistas, a veces sin percatarnos, a veces de forma deliberada, y que mejor excusa para hacerlo que conocerle cara a cara, por lo que me tomaré la libertad de fijar la fecha para dentro de un par de días.

Se despide temporalmente de usted,

Atentamente,
Annabel Hemingway



Cuando Annabel envió la respuesta a la misiva recibida unos días atrás rompió una de sus costumbres. No era necesario conocer en persona a los autores de extraordinarias obras de arte. Sin embargo, en esta ocasión, la curiosidad había triunfado promovida por el hecho de que a través de las líneas dirigidas al intercambio de críticas y opiniones con respecto a sus mutuas obras Donizzeti le había revelado parte de su carácter. Ese sencillo motivo sumado a lo que él le había transmitido en sus pinturas le orilló a aceptar la invitación, y ahora que la noche acordada había llegado comenzaba a despertarse en ella la curiosidad.

Poco se conocía en el ambiente general acerca del artista, e incluso existían algunos rumores que le catalogaban de ermitaño. Annabel sonrió de medio lado al observar su imagen en el espejo mientras se colocaba un par de aretes colgantes que había heredado de su abuela materna y que completaban el juego con el collar que llevaba en su cuello. Se había decidido por un vestido de un discreto tono verde, y ahora que se colocaba el par de guantes pensaba que si de conductas extrañas se trataba, la de ella no era que despertaba los mejores rumores y conjeturas. Personalmente nunca le agradó hablar en sus exposiciones de su vida personal y por supuesto, tenía igualmente sus razones.

En este caso, sin embargo, los rumores no resultaban ser equívocos, al menos con respecto a las costumbres habitacionales de Donizetti. El artista vivía en un lugar bastante retirado como ella pudo constatar poco después durante el trayecto, y de no ser porque confiaba bastante en su orientación y habilidades le habría preocupado dirigirse a un destino notoriamente circundado por diversos obstáculos. La elección de su receptor epistolar provocó que alzara una de sus finas cejas.

Después de detenido el coche, e intercambiadas un par de palabras con el personal que le recibió en la puerta Annabel entró en la mansión para ser dirigida a una habitación lateral adonde al parecer le esperaba su anfitrión. -Sr. Donizzeti.- respondió al saludo, sin tomar ofensa en el hecho de que acababa de llamarla familiarmente por su apellido. Sonrió de medio lado, respondiendo a la voz de la silueta que se encontraba de pie en medio de las sombras reinantes en ese lugar de la estancia.

Por su parte ella se había detenido en el marco de la puerta. -Por un momento tuve la impresión de que su cochero me secuestraba.- lo dijo sin carencia de humor, e imaginó que él lo tomaría así, haciendo alusión a la zona en que vivía. Entró entonces finalmente y al hacerlo se percató de que se encontraban en un estudio por lo que inmediatamente dirigió su atención a las pinturas. -¿Hay obras suyas en esta habitación?-

Notando que ahora salía de las sombras cambió la dirección de sus pasos para acercarse y ofrecerle su mano a forma de saludo. -Se lo agradecería. Una copa de vino nunca cae mal.- Sin embargo se detuvo con el brazo a medio camino. Acababa de ver con claridad a su anfitrión y al hacerlo no solo descubrió su aspecto varonil y distinguido sino que igualmente no pudo dejar de notar el tono de la piel de su rostro, algo más clara de lo que se ve usualmente en mortales. Sus oídos afinados por su licantropía tampoco percibieron el latido de un corazón, y su aura... esta era inequívoca, la reconoció en seguida.

Apretó los labios ante su descubrimiento e instintivamente retiró la mano. -Logra sorprenderme de más de una forma.- comentó. Su rostro ahora era serio y cauteloso, y no podía ser de otra manera. De todo lo que imagino que encontraría en la velada esto era lo único que no había contemplado.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Sáb Oct 24, 2015 1:33 am


“I suppose the shock of recognition is one of the nastiest shocks of all.”
― Donna Tartt, The Secret History


Pero tan pronto ella puso un pie dentro, el inconfundible aroma de bosque le llenó los sentidos. Imperceptible para el resto, y para él, un escándalo en medio de silencio. Olía a hierba como si se hubiera robado la esencia de la espesura circundante a su propiedad. Y por sus venas corría sangre caliente y enemiga, casi podía palparla con las yemas pálidas de sus manos curtidas a través de los siglos.

No dijo nada, prefiriendo aguardar a la reacción ajena y actuar en consecuencia. En situaciones como esa, Baldassare podía ser bastante más mesurado que lo que lograba serlo en otros aspectos de su vida. Y es que el vampiro podía acabar con todo si se lo proponía, pero la belleza, si no va casada con algo significativo, es trivial y se desvanece. Se pierde y deja de importar. Era por ello que lograba ser tan meticuloso en algunas cosas, tan reservado, tan controlado, y en otras, simplemente, encarnar al demonio mismo.

Obras de colegas, solamente —respondió a la pregunta de la joven. Porque aparentaba poco más de la veintena de años, pero aún carecía de alguna potestad divina o infernal que lo hicieran adivinar con exactitud la real de los que eran como ella. Había dicho obras de sus colegas y no mentía, aunque muchas obras que pendían de los muros tenían siglos de edad, en verdad había convivido con sus autores—. Mis obras están en mi taller —porque desde luego, la habitación más grande de la vieja casa, que databa del medievo, estaba dedicada a su eterna labor estética. Lo de Baldassare no era meramente artístico, trascendía las limítrofes de ello y el adjetivo calzaba pequeño en el gran orden de las cosas.

Ella no tardó en percatarse de lo mismo, necesitó tenerlo más cerca para lograrlo, pero fue rápida y le admiró eso. Tensó la perfecta mandíbula, cincelada en ángulos impecables como un hijo de Saturno, como un héroe milenario de las muchas leyendas de su país de origen.

Dos copas de vino —se dirigió al sirviente que seguía ahí como espectador. Pronto éste desapareció en la oscuridad que reinaba en la casa.

Con suma calma, con movimientos elegantes y raudos, los de un hombre mucho mayor que lo que su apariencia daba a entender, Baldassare tomó asiento en un sofá que era parte de un juego de tres. Señaló con la mano extendida otro asiento que tenía frente a él. Luego alzó la mano, señalando prudencia. No sabía si su invitada quería decir algo, pero antes de que la idea se cruzara por su cabeza, él se adelantó.

Mi sirviente no tardará. Después podremos hablar sin ser interrumpidos —aclaró. Su servidumbre no sabía nada de su naturaleza. Y no tenían por qué, excepto uno. Se conformaban con la buena paga y se callaban las preguntas. Baldassare podía ser un jefe exigente y difícil, pero también era generoso.

Dicho y hecho, el joven mozo regresó con una charola de plata donde venían depositadas dos copas servidas de vino y la botella. Dejó todo en una mesa de centro de fina caoba. Todos los muebles ahí eran antiguos, en excelente estado, muy hermosos y diseñados por algún fabricante importante de diferentes épocas. Miró al hombre hacer lo suyo y luego retirarse. Le pidió que cerrara la puerta al salir.

Ahora sí, señorita Hemingway —retomó la conversación que, a decir verdad, ni siquiera había tenido oportunidad de comenzar—. Creo que por ahora el arte queda de lado, ¿cierto? Es difícil descubrir rasgos como los nuestros en la palabra escrita. Estoy sorprendido, si le soy sincero. Si teme o quiere acabar conmigo, lo entenderé. Hace mucho que yo dejé la lucha sin sentido, soy demasiado viejo para eso —habló con voz formal y firme. No podía obligarla a nada y entre ambos la naturaleza ponderaba. Pero como él lo había dicho, hace siglos que había dejado todo aquello, aprendiendo el autocontrol.


Última edición por Baldassare Donizetti el Dom Oct 25, 2015 10:14 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Annabel Hemingway Dom Oct 25, 2015 1:22 am

En muchas ocasiones es natural que los instintos predominen, especialmente cuando se es una mujer lobo, y estos ya le habían orillado a retirar la mano en un gesto que en si mismo hubiese sido un agravio para cualquier anfitrión. Aunque si de agravios se hablaba el mayor de todos era el que le proporcionaba la vida misma al tomarle desprevenida, pues era cierto que Annabel podía ser refinada, afable y educada, pero igualmente belicosa y desconfiada, y ante todo de temperamento fuerte y tumultuoso, y en esta ocasión al menos, le había ganado el instinto.

No dejaba de saber, sin embargo, que había sido invitada, que la invitación le había sido extendida de buena fe, y que se encontraba en casa ajena, así que tomó asiento en uno de los sofás del juego de tres comprendiendo en seguida que el personal no estaba al tanto de la naturaleza de su señor. Se mantuvo en silencio durante la breve pausa que se dió entre salida y retorno del sirviente, observando la parsimonia de Donizzeti mientras el aroma ancestral de la raza bebedora de sangre no podía menos que golpear sus fosas nasales constantemente desde el asiento que él había elegido.

Su mirada recorrió la habitación, prestando atención a los detalles de la misma, a la sobria elegancia, a la elección de los muebles antiguos y a la utilización de amplios ventanales que ensamblaban armoniosamente un conjunto gótico en el que predominaba la belleza, lo cual provocó que en sus labios se dibujara una imperceptible sonrisa. El conjunto armonizaba con la noción que en ella se había forjado sobre el artista, de acuerdo a sus obras y expresión escrita, dejando aparte la naturaleza recién descubierta, y que no pasó por alto, debido a su innata apreciación de las cosas hermosas.

Extendió el brazo para tomar una de las copas de la charola, una vez que el sirviente hubo salido dejando cerrando la puerta tras de si. -Más que difícil era poco probable que cualquiera de los dos hiciera el descubrimiento.- respondió, habiendo reemplazado en su rostro la cautela por la serenidad, aunque sus ojos verde azules se tornaban indescrifrables al mantenerse fijos en los de su anfitrión. -Espero comprenda mi previa reticencia a estrechar su mano, teniendo en cuenta la magnitud de la sorpresa y aceptando, al menos por mi parte, que su raza no ha sido siempre para mi persona la más grata compañía, y que no lo tome como algo personal.-

Sus dedos movieron ligeramente la copa, provocando el movimiento ondulante del líquido que contenía. -No soy alguien que crea en las generalizaciones y aunque sé que el mero hecho de que su esencia indique que pertenece a una raza enemiga, no es motivo suficiente para cegarme e inclinarme a alguno de los dos absolutos que me indica, temerle o desear acabar con usted, y  espero que no crea que soy tan simple en mis impulsos y motivaciones.-

Tomó entonces un trago del vino que al bajar por su garganta probó ser de exquisita cosecha y colocó nuevamente la copa sobre la mesa. -Sería una lástima que la velada se trunque tan pronto ¿no le parece? Especialmente porque apenas da inicio y mayormente porque según recuerdo, ambos deséabamos intercambiar impresiones en persona, dejando temporalmente a un lado el medio escrito.- Formóse en su nívea frente una pequeña línea antes de añadir lo siguiente. -Aunque me desiluciona de entrada que abandonase el uso de Hemingway al dirigirse a mi y pasase a un trato más adusto, añadiendo el título de señorita.-

Hizo una breve pausa antes de añadir. -Eres el anfitrión Donizetti, por lo que tienes derecho a decidir si deseas que me quede o me envías de regreso. No deseo imponerte mi presencia por el mero hecho de conservar la cortesía.- Abandonó el uso del usted, indicando de esa manera que deseaba seguir adelante con la velada, y no es que pasara por alto el hecho de que la evidencia histórica apuntaba a que por pertenecer a razas radicalmente opuestas era estadísticamente posible que terminasen tratándose con alevosía, pero en este caso, el Donizetti que conocía por correspondencia y lo que le habían transmitido en múltiples ocasiones las obras de sus manos tuvo mayor peso para ella que  siglos de historia.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Oct 25, 2015 11:20 pm


“Do I not destroy my enemies when I make them my friends?”
― Abraham Lincoln


La comprendo y no la condeno —respondió con calma. Estaba acostumbrado a esa reacción de parte de los que, según reglas no escritas, viejas y a veces hasta en desuso, eran sus enemigos. La animadversión venía como adenda a la maldición de cada uno, pero quedaba claro que no era ninguna ley divina que fuese ineludible. Ahí estaban ellos dos en ese instante. Quizá es cierto, con unas desazones por el repentino reconocimiento, pero no se estaban matando en ese instante.

Baldassare a veces creía que ese tipo de reglas ágrafas eran más ideas que realidades. Aceptaba el poder de las mismas como eso, nada más. No las seguía porque, como en muchas otras cosas en su vida, ya estaba más allá de ello. Un vampiro de su edad, con sus vicisitudes, trascendía el bien y el mal.

Al fin estiró la mano y tomó la otra copa de vino. Antes de beber olió su perfume ácido de vid fermentada y luego dio un sorbo pequeño. Tomó aquel acto, el de ella y el de él, el de beber el vino ofrecido, como una especie de tregua. La escuchó con los ojos fijos en ella, azules como el más profundo de los océanos, y algo calcinantes como la más brava de las flamas. Sonrió de lado conforme las palabras de Hemingway fueron labrando su camino a través de sus oídos y su alma, si es que siendo un vampiro aún tenía una.

No lo creo, no tema por ello. Pero debía asegurarme, por mi propia seguridad. Porque debe saber que si algún día tengo que enzarzarme en una pelea de esa índole, no voy a meter ni las manos —aclaró. Era cierto, por eso, procuraba evitar a la jauría a la que pertenecía ella. La lucha no era su fuerte; nunca había sido un soldado y a estas alturas no iba a comenzar. Asintió, cerró los ojos muy despacio para abrirlos al segundo siguiente.

Sería una lástima —repitió sus palabras—, y debemos comenzar a tirar esas barreras. Las de las cartas, que no dejan de ser ciertamente limitantes, y las de lo que somos. ¿Le parece bien… Annabel? A cambio ofrezco mi nombre, Baldassare (aunque ese usted ya lo conoce) para dirigirse a mí —ofreció aquel trato, como para reforzar el armisticio. El vampiro no tenía certeza alguna de su pasado mortal, pero los indicios dictaban que había formado parte del senado de la insipiente República Romana; de ser verdad, era un político y en rasgos como aquel, de negociación y mediación, quedaba más claro que nunca.

Se puso de pie, raudo como pincelada en lienzo blanco. Sostenía la copa entre los largos dedos blancos y avanzó con agudeza y gracia. Como si se tratara de una flecha cuya punta de acero rompe el viento apenas haciendo ruido y dando en la diana. Se postró detrás de su invitada y colocó su gélida mano sobre su hombro. Antes ya había tocado cuerpos que habían bobeaban sangre con la pasión de un adolescente, pero esto… esto era distinto. Porque su calor era diferente, no sabía a ciencia cierta dónde radicaba esa desemejanza, pero lo sabía, lo sentía.

No es ninguna imposición. Para mí es un honor tenerte aquí, poder compartir ideas y perspectivas sobre eso que nos une —se agachó ligeramente para hablarle cerca del oído, sin acercarse de más, respectando su espacio personal. Llevó un paso más allá la propuesta implícita de la chica; cortó de tajo la formalidad. Se irguió de nuevo y la soltó. Continuó—: el arte, creo, es más poderoso que aquello que nos han dicho que no enemista, y estamos aquí por esa misma razón. ¿Cómo voy a negarme ahora que tengo la oportunidad? —Se movió y quedó en una posición adecuada para que ella pudiera verlo.

¿Me acompañas? Hablar de arte sin verlo es como tratar de explicar una canción, o escribir sobre un hito arquitectónico sin tener idea. Mi taller me parece un sitio más propicio para nuestro intercambio —estiró una mano, como si la invitara a bailar y le sonrió. Claro que su rictus era lo que era, el de un vampiro, pero con ese gesto amable, parecía de hecho inofensivo.


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Mensaje por Annabel Hemingway Mar Oct 27, 2015 5:15 am

Sorprendióse Annabel por las palabras de Donizzeti con respecto a cual sería su conducta en caso de verse involucrado en una pelea con un licántropo, pero el alma de la joven era como un barco que se bambolea fuertemente bajo el azote de constantes ráfagas de viento y feroces tormentas, manteniéndose firme en su deseo de mantenerse a flote, pero que al ser dirigido por ellas quizás se haya acostumbrado ya a la constante lucha y pierda la intención de buscar destinos más calmos, por lo que los momentos de serenidad absoluta escasean, y de presentarse, son difíciles de reconocer.

Su mirada se fijó en el rostro ajeno en el momento en que este cerraba los ojos, durante lo que para sencillos mortales se consideraría un segundo, pero que para ella fue tiempo suficiente para echar un segundo vistazo a su anfitrión y conciliar de esa forma el conjunto que conformaban el hijo de la noche y el artista, haciéndose a la idea de que ambos eran el mismo y de esa forma apreciando igualmente la bandera blanca y sus siguientes palabras.

Una lenta sonrisa se abrió paso en sus labios aunque él no llego a verla ya que con un movimiento raudo se había colocado detrás de ella. Sus afinados sentidos percibieron perfectamente el movimiento de la mano incluso antes de que se posara en su hombro. Era un tacto gélido pero lo que vino a su mente no fue ello sino la visualización de esa misma mano creando e inmortalizando en incontables ocasiones a lo largo del tiempo por medio de la utilización de pinturas y materiales pétreos. ¿Qué edad tendría Donizzeti? Probablemente bastantes más que ella y en ese sentido le envidió ese tiempo y todo lo que seguramente habría alcanzado a presenciar, tanto lo bello como lo perturbador, lo morboso, lo inconcebible, lo perecedero, lo vibrante, lo desgarrador, y todo aquello de lo cual emanaba la belleza y que podía encontrarse en tantas formas insospechadas, aún en pequeños detalles que ojos menos minuciosos pudiesen pasar por alto y que incluso un sobrenatural pudiese perderse al desviar la atención o parpadear, ya que mucha de la belleza se contenía en instantes y era efímera.

-Efectivamente, el arte es más fuerte, y los deseos por mi parte de conocer ese taller bastante intensos por lo que estaba a punto de sugerirlo. Me alegra que compartas mi deseo de extender mi permanencia durante el tiempo suficiente para llevarlo a cabo.- Sonrió de lado al verle nuevamente frente a ella, tanto por la invitación como por el abandono de las formalidades, llevando de una vez a cabo la destrucción de las mencionadas barreras. -Pero he de advertirte que cuando me enzarzo en algo que me apasiona no pienso en otra cosa y me sumerjo del todo en ello por lo que lo que para unos es mucho tiempo para mi se torna corto.- Lo cual quería decir realmente que podía abstraerse en la observación de las expresiones de arte durante mucho tiempo, opinar mucho, o que predominase el silencio, o que igualmente una mirada crítica fuese breve pues nunca había tenido paciencia para aquello que no lograba transmitirle o que le frustraba.

Tomó la mano que le tendía, y con ese gesto Donizetti semejaba a un viejo amigo que le invitara a bailar con él, y en cierta forma para ellos, los que vertían vida en lienzo, intercambiar perspectivas sobre sus creaciones era en efecto un baile. Annabel tomó la mano que tan sólo un momento antes había dudado en estrechar, habiendo las circunstancias cambiado con un breve intercambio de palabras. -¿No le temes a la crítica Baldassare?- preguntó, ahora hablándole de igual a igual, retomando el tono de sus cartas pasadas, sin importarle que le aventajara en edad.

Dejó por supuesto que él guiara el camino aunque de esquina en esquina ella se adelantaba por los pasillos con la velocidad innata que le permitía utilizar su condición de hija de la luna, deteniéndose a observar los cuadros en las paredes y los adornos que encontraban a su paso sobre mesas y estantes, absorbiéndolo todo con la mirada y los sentidos y aprovechándose de la oportunidad que se le presentaba para descifrar mejor al vampiro. -Cabe admitir que el hogar que has construido es uno hermoso.- Lo dijo sencillamente deteniéndose frente a una flor que seguramente alguien del personal había colocado en el jarrón que le contenía. Tratábase de una extraña y exótica que reconoció, una orquídea garza blanca que asemejaba un ave en vuelo. Se inclinó sobre ella y pasó sus delgados dedos sobre sus pétalos casi sin tocarlos. -Lo cual es una opinión positiva, no te acostumbres mucho a ellas esta noche.- dijo con su natural lado competitivo que siempre salía a flote tarde o temprano mientras aguardaba a que le indicase adonde se encontraba el taller.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Nov 01, 2015 1:08 am


“There is nothing wrong with the love of Beauty. But Beauty-unless she is wed to something more meaningful-is always superficial”
― Donna Tartt, The Secret History


Estaba hecho. El pacto entre ambos estaba cerrado y ahora lo sellarían con un poco de discusión, que para eso la había invitado. A Baldassare nunca le había gustado que lo trataran de intocable, le gustaba que lo confrontaran, que le mostraran sus excesos o sus fallas y Annabel, ya en sus cartas, dejaba entrever que se trataba de alguien con las agallas necesarias para una tarea como esa.

En eso nos parecemos —respondió antes de comenzar a guiar. Su casa podía ser engañosa, estaba destinada para que lo fuera—. Sólo procuremos que el amanecer no nos alcance. Ya sabes, pequeños detalles de mi condición —pronunció aquello en tono amable y avanzó por el pasillo con ella de cerca.

Oh, no, nunca. Si nadie criticara, ¿cómo mejoraríamos? Incluso las que vienen con dolo nos sirven, todo está en tomarlo con filosofía —respondió con voz calmada. En verdad creía eso que acababa de decir. A sus años, cualquier tipo de observación le venía bien y se había hecho resistente. Como todos, al principio, una crítica negativa —que las hubo— podía mermar en su autoestima, pero ya no más. Quizá entre toda la rabia con la que algunos proferían sus juicios, había algo de verdad; si era así, quedaba desmenuzar el contenido y quedarse con lo que servía. Si no era así, no había mucho más que hacer, sólo ignorar esas palabras. No había mucha ciencia en ese arte.

Antes de poder decir algo más, si es que había algo que agregar, se quedó atento al proceder de su invitada. Sonrió sin poder evitarlo, encantado con sus reacciones. Era como permitir un rayo de luz diurna en esa casa, perpetuamente sumida en la penumbra. Rio de buena gana y se acercó a ella. Le gustaba lo bello, de eso no cabía duda y siempre buscaba la trascendencia a través de la estética, no necesariamente sólo de la belleza. En su naturaleza atroz, incluso, encontraba lo sublime. En la sangre y en los corazones que dejaban de palpitar bajo su mano. Y aquella flor, como un ave batiendo sus alas, le recordaba no sólo esa noción, sino una más básica también: la vida. Había aprobado hace mucho que su servidumbre dejara detalles como aquel en su casa. No los renegaba, los atesoraba en cambio.

Pero si para eso estamos aquí —rio de buena gana, respondiéndole—. Necesito la verdad cruda. Muchos le tienen miedo, porque una mentira es consoladora mientras que la verdad es brutal. Créeme, prefiero la brutalidad a vivir siempre sumido en un confort parecido al sueño —mejor despierto que dormido ante la realidad. Siguió avanzando, y abrió la última puerta del pasillo. Una puerta doble de madera oscura y manijas doradas. Tallada con detalles las Letanías Lauretanas. Una interesante elección de decoración.

Y aquí estamos —anunció, poniendo un pie en la habitación. Era más fría que el resto, de muros de piedra desnudos en teoría, aunque en ellos descansaban muchas obras, más que colgadas, recargadas. Parecía un desorden total, pero si te detenías a verlo, veías cierta organización. Al centro había una escultura cubierta con una manta y sobre un banco alto, un cincel y un martillo de metal. Había en enorme escritorio empotrado en una pared, en él descansaban material de arte. Bocetos, pinturas, pinceles y un guardapolvo gris, manchado con salpicaduras de muchos colores. El olor era seco, a óleos y piedra, a solvente y agua—. Espero no seas muy dura —habló, dándole paso. Pero era broma, ya habían quedado que la verdad era mejor que la mentira.


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Mensaje por Annabel Hemingway Vie Nov 06, 2015 3:40 am

Annabel escuchaba atentamente las palabras de su anfitrión, y aunque aún no bajaba la guardia en cuanto a su competitividad, no pudo menos que sonreir al escuchar sus palabras y su risa que, espontánea y vibrante, brotó de repente e hizo eco en las blancas paredes, sosegando con esa breve acción cualquier posible humor exhaltado en ella que pudiese provocar la compañía de un vampiro. Y es que aunque Baldassare fuese el mismo que le había dirigido pasadas misivas, no dejaba de ser uno de esa raza, pero la noción comenzaba a reconciliarse ya en su mente por lo que en ese momento predominó la recién encontrada serenidad de la joven sobre la alevosía de la licántropa y de esa manera doblegó las reticencias, haciéndolas a un lado y tomando con agrado el breve recorrido que representaba conocer tanto su hogar como su taller.

-Eso que acabas de describir podría aplicarse no sólo a las críticas sino a la vida misma. Muchos caminan en sueños prefiriendo el sereno letargo a la cruda realidad, y a tanto llega el confort de la fantasía que incluso topándose de frente y chocando de cara con la verdad prefieren cerrar los ojos y así perpetuar la bendición que encuentran en el engaño.- Annabel lo dijo de forma tranquila a pesar de que Baldassare con sus sencillas palabras acababa de tocar un punto que sacudía las fibras más profundas que la conformaban. -No soy una de ellos, prefiero siempre la verdad clara y directa en todo momento.- Se detuvo entonces ante la doble puerta observando las imágenes talladas sobre la madera. La elección de Donizzeti llamó su atención e hizo que su expresión adquiriese un matiz reflexivo. -¿Por qué presiento que no eres fácil de predecir o de llegar a descifrar completamente?-

Y allí estaban, frente a su taller. Su acompañante abrió la puerta dándole paso y la pintora sintió una mezcla de intensa curiosidad sumada a un profundo escalofrío que erizó la piel de su cuerpo con tan sólo pisar los primeros centímetros del interior. Para Annabel su taller era su santuario, una parte intrínseca de su alma, adonde acudía a desfogar no solo emociones y sentimientos, sino a canalizar la intensidad de las mismas al volcar todo aquello en lienzo o arcilla. De lo contrario, de verse impedida y negársele el hacerlo estas amenazarían con consumirla, por lo que no era exagerado decir que echar un vistazo a esa parte de su hogar era descubrir retazos de su esencia. Encontrarse en el taller de Baldassare era imponente y sobrecogedor. Su mirada recorrió la habitación con rapidez, ávida de abarcar todo y al mismo tiempo deseosa de detenerse a disfrutar de cada exhaustivo detalle.

-Es demasiado tarde para pedirme eso.- respondió, prolongando la broma que en realidad no lo era tanto. De inmediato le fascinó el olor del interior, no sólo de los familiares materiales, sino de la habitación en si, de las obras que con ese único y agudo sentido alcanzó a distinguir como una mezcla de nuevas y antiguas. -No las has exhibido todas tal parece.- Lo observó a él antes de detener sus pasos frente al primer grupo recargado en la pared, fijando los verdeazules ojos en la primera. -¿Y dices que sólo tengo hasta el amanecer?- Su mirada alternó entre obra y autor y luego se tornó seria. -Ah, esa pintura.-

Sonrió de medio lado mientras se acercaba a ella y sus dedos se elevaban, sin tocarla para no profanarla, tan solo repasando el marco. -Esta fue la primera obra de tu autoría que vi en una exhibición en Londres, mucho antes de que me escribieras. Fue hace unos años ya, mi padre me llevó obligado por mi insistencia.- Su rostro se perdió en el recuerdo, como si estuviera nuevamente en la misma galería en suelo británico. -A él le pareció algo deprimente, a mi... me conmovió y me maravilló la escena, fue como ser transportada a otro lugar al fusionarte con la obra y por un momento vivir la desesperanza reflejada en escena y personajes...- De repente quizás hablaba como alguien a quien le faltaba algo de cordura, por supuesto en ocasiones le faltaba, pero no solía hacerlo tan evidente. Su mirada se desvió hacia él al añadir. -Intuyo que has de haber oído cosas similares, incluso quizás bajo diferentes nombres. ¿O me equivoco al asumir lo último?-
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Mensaje por Baldassare Donizetti Lun Nov 09, 2015 11:54 pm


“Beauty without a sense of loss is superfluous.”
― Guillermo del Toro


Sonrió con un dejo de autosuficiencia. Baldassare creía que si a alguien se le podía perdonar la arrogancia, era a los artistas y él mismo podía serlo bastante, sólo matizado por esas muchas otras características que tenía. Era como una pintura de Caravaggio, marcada por los claroscuros. Y era en las sombras que ocultaba las partes más importantes de su personalidad. Creía importante, casi tanto como su labor de artista, esa parte de su vida. El misterio y la incógnita lo ayudaba a mantenerse terrenal cuando todo en él no lo era. No, no podía descifrársele al completo porque incluso él mismo carecía de información esencial sobre su vida, como toda esa parte previa a la inmortalidad.

Con detenimiento la miró entrar y observarlo todo. Iba de cerca, pero no demasiado, no quería parecer intrusivo. Aquello debía ser una experiencia libre para Annabel. No es que creyera que su taller era especialmente distinto al de otros artistas, porque no lo era, sino porque habían construido la idea por tanto tiempo de manera epistolar, que lo creía importante.

Entonces se posó junto a ella cuando identificó una obra en particular. Espalda recta, manos entrelazadas en la espalda, mirando por sobre el hombro de su invitada. Lo recordaba, recordaba aquella exhibición de la que hablaba. Asintió, aunque ella no podía verlo y escuchó. Escuchó y aquellas palabras disparatadas tenía un significado diferente para él y Annabel debía saberlo. Porque ellos hablaban un idioma distinto, de poesía y de lírica.

No te equivocas —al fin abrió la boca—, no recuerdo con qué nombre expuse en aquella ocasión, aunque usualmente son sólo variaciones de cuatro opcionesBaldassare Lazzaro Donizetti Gentileschi, pero no las dijo en voz alta, como si fueran la combinación que diera pie a su más atesorada posesión: la identidad falsa que se había construido al no poseer la verdadera.

He oído cosas como esas pero… creo que eres la persona que ha articulado la idea de mejor forma. Compruebas que entre artistas nos entendemos. Usualmente suelo provocar esas reacciones en la gente, deprimirlos o conmoverlos. A veces ambas. Yo sólo pinto lo que necesito pintar, tú debes entenderme. La necesidad de plasmar una imagen, de decirlo todo de ese modo aunque el mensaje no sea claro. Eso también es parte de él. Un mensaje oculto y personal que perdura y que jamás es descifrado. La verdad más abrumadora y clara, de manera encriptada. Pero el arte es vivo, y respira y exuda, el mío, tal vez, rezuma melancolía. No puedo saberlo. Han pasado muchas lunas… y supongo que después de tanto tiempo, la nostalgia termina por ganarte a veces —sonrió con amargura fijando los ojos añiles en la pintura que era motivo de su charla en ese instante.

Por un momento se sintió temeroso. ¿Ella se habría dado cuenta? Aunque no había dicho nada comprometedor, era de esas raras ocasiones en las que podía mostrarse vulnerable. El pobre tonto que está tan asustado que no sabe ni cómo se llama. Era Vitus de nuevo y necesitaba ser rescatado. Porque aunque había sido vago, había dado a entender que ese de sus obras era él. El verdadero Baldassare. No supo qué lo condujo a tal conducta, y no se arrepentía, pero no se sentía muy orgulloso tampoco. ¡Mira! ¡Mira lo débil que soy! ¡En la fragilidad de esas imágenes que cimbran esta la mía!

En ocasiones me pregunto si la raza humana, a la que pertenecí alguna vez y por tanto, para usos semánticos en este instante, me incluyo en ella, crea arte por eso mismo… —levantó el rostro y la miró fijamente—. ¿Creamos arte porque somos humanos o somos humanos porque creamos arte?


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Mensaje por Annabel Hemingway Lun Nov 16, 2015 3:10 am

Retuvo la mirada en el perfil de su antifitrión un momento cuando corroboró la utilización de diversos nombres y luego la devolvió a la pintura. Perdióse en ella entonces sin por ello dejar de prestar atención a las palabras de Donizetti. Sus ojos se enfocaron en las imágenes intensamente y volvió a suceder lo mismo que la primera vez. Estas cobraron vida propia, como si se desprendieran del lienzo para entregarle aquel mensaje que había sido vertido en ellas en el momento en que fueron creadas y que el artista había volcado a través del pincel para así dejar aquella marca personal que entre colores y matices traslucía y se volvía palpable. Y es que era cierto que en toda obra el autor dejaba parte de si mismo. De no ser así esta no pasaría de ser un mero intento mediocre, o sobrevalorado, aún si las imágenes estuviesen dotadas de la mejor técnica no dejarían de ser frías y carentes de un motivo que les volviese memorable.

-Esa melancolía de la que hablas la he presenciado en tus obras cuando en diversas exhibiciones me concentraba en aquellas que poseyeran tu firma.- Sus sentidos habían captado el sutil cambio en la voz y mirada de Baldassare e incluso en la sonrisa que nada jolgoriosa se había asomado a sus labios al describir sus pinturas. Ah, el artista acababa de revelar una verdad más grande de lo que se percibía en su conversación, y si ella no le hubiese visto en el exacto momento, si hubiese parpadeado tan solo en la brevedad de una única vez se lo hubiese perdido. Pero aquella expresión que fue tan efímera en su rostro fue suficiente confirmación de un hecho, de algo que ella ya presentía en sus obras. Aquella fuerza avasallante transpirable en forma de melancolía no era solo el sentimiento que rezumaba en los lienzos, sino en el mismo Baldassare. -La he reconocido en las pinturas porque no me es ajena y porque aunque mis años han sido cortos en este mundo sé más de melancolía y de nostalgía que muchos que han transitado por el sin nunca llegar a conocer ni una cosa ni la otra.-

Fue ahora ella quien sonrió con un tinte sombrío. -Era inevitable que tus pinturas me atrajeran como la polilla se ve atraída a la flama.- Era una verdad tangible, a pesar de que en el interior de Annabel existiese una contradicción, ya que a pesar de la existencia de la nostalgia existía otra motivación mucho más intensa y fulminante que permitía que la loba aún existiese y respirase. -¿Importaría en realidad conocer la respuesta correcta?- respondió ante la última interrogante que él había lanzado mientras sus ojos ahora se fijaban en los ajenos escarbando de esa forma en su interior porque, aunque no lo hubiese hecho deliberadamente, él acababa de develarle un secreto.

-¿O trascendemos a tales planteamientos? Especialmente si nuestra alma o como deseémos llamarle a lo que sea que seres como nosotros poseen nos induce una y otra vez a plasmar la belleza de una forma u otra y a otorgar ese regalo a la humanidad, lo cual es una verdad irrefutable aunque suene arrogante.- La loba sonrío de medio lado, resultaba extraño explayarse así con Baldassare, aunque ya lo hubiesen hecho anteriormente por papel, lo cierto es que hasta ese momento no habían realmente hablado de asuntos personales. ¿Se debía a que ahora estuviesen presentes en frente del otro en carne y hueso? Lo dudaba porque hacía mucho había dejado de revelar nada a nadie, aún a sus más allegados. Tanto tiempo había pasado desde que revelase un simple detalle íntimo a alguien más que de hecho le parecía casi antinatural hacerlo.

-¿A qué se debe la melancolía que has llevado contigo tanto tiempo?- Antes de que la misma pregunta hubiese hecho mella en su mente, las palabras ya habían salido de sus labios por si mismas. No era solo la prueba evidente en sus obras ni la manera en que las había descrito, sino algo que había visto en su semblante lo que provocaba el que necesitase conocer la respuesta. -¿Por qué padece de ella alguien que en apariencia lo tiene todo?- Annabel acababa de comprender una verdad absoluta al dirigirle la pregunta, había reconocido el desasosiego en Baldassare porque lo había presenciado muchas veces en los dos últimos años observándole de vuelta en el espejo.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Vie Nov 20, 2015 6:29 pm


“Solitude is fine but you need someone to tell that solitude is fine.”
― Honoré de Balzac


Estudió cada movimiento de su invitada, hasta el más ínfimo. El cómo se movía su boca al hablar o cómo sus párpados se cerraban cada cierto tiempo, negándole al mundo la visión de unos ojos hermoso. Se fijó en su pecho, en cómo subía y bajaba al inhalar y exhalar aire. Se fijó en ese sitio donde un corazón latía con fuerza, bombeando sangre; un elixir vital para él. Se fijó en cada detalle, sin dejar de escucharla con atención.

Dice la Física que los opuestos se atraen, pero creo que a veces eso no aplica para las personas. El lobo atiende al llamado del aullido, se une a la jauría. Las aves vuelan en parvada. Los iguales se atraen también, sobre todo cuando no hay más de por medio que imágenes. Un lenguaje más contundente, si me permites decirlo. En él no hay mentiras, sólo se debe saber encontrar la verdad —habló con tono pausado, mirándola como si ella misma fuera una obra digna de análisis. Importante e inmortal.

Luego giró el rostro y oteó su taller para dar con una silla que a veces ocupaba para descansar, ya que la mayoría de su labor artística la cometía a pie. La jaló para sentarse e invitó a Annabel a hacer lo mismo con gesto, en donde ella quisiera. Había cajas y bancos y mesas, cualquier lugar serviría. Baldassare creyó que la informalidad de aquello serviría para su charla. Hace años que no mantenía una tan estimulante, a decir verdad.

Creo que en la misma pregunta encontramos la respuesta. En dejar la incógnita abierta. En la eterna interrogante, esa ya es la respuesta por sí sola. Y perdón si me pongo muy filosófico, creo que son gajes de la edad —su voz esta vez sonó más tranquila, casi juguetona. Su tono fue afable—. Nada de eso. Si alguien juzgará al mundo por ser arrogante, ese no soy yo. Conozco de dónde adolezco con más intensidad. La modestia no se me ha dado bien nunca —sonrió.

Pero su ademán pronto dio pie a la seriedad. Las preguntas de Annabel llegaron sin previo aviso como flechas de pueblos bárbaros. Una lluvia de acero que cae del cielo para acabar con todo. No creyó que aquello fuera con dolo, y no lo tomó como tal. Simplemente se sintió descolocado, aturdido. Tardó más de lo que le hubiese gustado en acomodar sus ideas. Suspiró quedamente.

¿No es inherente a todos los artistas? La melancolía, el estado contemplativo… —reviró con refinada retórica. Negó con la cabeza—. Pero esa no es una respuesta justa. Soy experto en evadir asuntos personales, pero si lo hiciera ahora, todo nuestro ejercicio se vería truncado. La verdad de las cosas es… hemos escuchado muchas veces que aquel que lo tiene todo es el que más anhela, quizá eso me sucede en cierta medida, pero no es ahí donde yace… “mi problema” por llamarlo de algún modo. La inmortalidad te da demasiado tiempo para pensar, y pensar termina por comerse las uñas de la ansiedad. Ningún hombre sería capaz de mantenerse indemne a una vida de miles de años; eso en lo general. En lo particular, mi historia posee ciertos toques que la hacen sonar como un cuento de hadas… —pausó y se rascó el tabique nasal—. Quizá hago preguntas que intento responder con arte porque mi existencia entera es una gran incógnita.

Le estaba dando vueltas al asunto y lo sabía. Hizo acopio de su valor para continuar. Aunque no lo pareciera, a Baldassare lo trastocaban muchos temas de su vida.

Yo no sé nada de mi vida mortal. No sé quién fui. Si tuve familia. Qué hacía para vivir. Y lo más importante, no sé quién me transformó y por qué lo hizo. Todo aquello ha mermado en mi cordura, me han hecho el pintor melancólico que has conocido en diversas exposiciones y que está frente a ti ahora —a pesar de la dificultad del tema, logró decir todo aquello con aplomo, no se quebró ni una sola vez. Culminó esbozando una sonrisa y cruzando las piernas, donde descansó las manos.

¿Qué hay de ti? Al parecer hablamos el mismo idioma y créeme que a mis años, me es cada vez más difícil encontrar personas así. He visto tu obra y ella posee su propia nostalgia. Una que, ahora que te conozco en persona, me hace sentido con tu figura, pero que me hace cuestionarme su lugar de origen.


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Mensaje por Annabel Hemingway Miér Nov 25, 2015 1:48 am

Pocas son las veces en que una conversación trasciende, al menos eso pensaba Annabel. A menudo se encontraba con algún conocido e inevitablemente al cruzarse las miradas ya no podía hacerse la desentendida. A sus veintitrés años se había convertido en una huraña, pero una que aún seguía los formulismos sociales lo suficiente como para acercarse al conocido, intercambiar saludos, interesarse incluso por conocer el estado de un cónyuge, unos vástagos, sonreír y despedirse con bastante rapidez aduciendo un compromiso. En ese sentido no mentía, se mantenía ocupada todo lo posible, pero ella sabía que rehuía un contacto más imperecedero, el establecimiento de lazos fuertes de amistad, sabía igualmente que con su conducta había alienado a aquellos que habían querido permanecer cerca de ella, aunque aquello había sido inevitable.

Sin embargo, en ni tan siquiera una hora, el intercambio de palabras con Baldassare había provocado reacciones internas de distintos matices en la loba. En muchos sentidos hablaban el mismo idioma y eso resultaba un cambio agradable, saber que alguien comprende a que te refieres sin que tengas que buscar explicaciones demasiado largas porque él también lo ha experimentado. Aunque quizás con su última pregunta se había excedido, había tomado ventaja de la oportunidad que se le presentó para indagar respecto a su anfitrión. Sin embargo él no pareció ofendido aunque si permaneció en un momentáneo silencio que ella aprovechó para acercar un banco y tomar igualmente asiento.

Asintió con la cabeza de forma ligera, escuchando el inicio de la explicación, con el rostro apacible seguía el hilo de la misma. Se preguntó internamente si tenía derecho a una respuesta. En cierta forma Baldassare respondía a la pregunta y en cierta forma parecía que buscaba aún la manera de llegar a cierto punto. Y al parecer el punto debía tener bastante relevancia por la manera en que la inflexión de su voz comenzó a cambiar, quizás él mismo no lo hubiera notado pero para ella, que ahora tenía concentrados todos sus sentidos en todo lo que hacía, fue sencillo percibir.

Permaneció en silencio, aún con la mirada fija en la suya después de que escuchó la revelación. La había hecho con digna serenidad, algo que admiró teniendo en cuenta su magnitud. En cuestión de segundos comprendió. Su mirada capturó nuevamente esa verdad al detenerse en las pinturas que se encontraban directamente frente a ella. Cada una desprendió una vez más aquel mensaje encriptado ahora descifrado completamente en conjunción con las palabras del pintor. Esto provocó que le conmoviesen nuevamente, pero de una forma más contundente, más intensa y personal, pues ahora sabía que el protagonista de ellas era el propio Baldassare, e igual sabía que no se trataba de una obra de unos cuantos años sino de un período muchísimo más prolongado que probablemente no se mediría ni siquiera en unos cuantos siglos.

-Comprendo...- Realizó una pausa. -Y también comprendo ahora el verdadero significado de tu arte. Siempre tuve la certeza que lo tenía del todo definido pero ahora me doy cuenta de que me faltaba la pieza vital.- Meditó al tiempo que se expresaba en voz alta. -Tú eras la pieza faltante, me faltaba conocerte en carne y hueso, comprender que no sólo había parte de ti en las obras sino que tú mismo estabas en ellas.- Hablaba  pausadamente a medida que pensaba en el significado de no conocer el origen de uno mismo. -No puedo imaginar lo que es no poseer el conocimiento de tus raíces, de tus orígenes, o de tu propio nombre... pero si de alguna manera pudiera ayudarte a encontrarlos, o si pudiera asistirte a conocer quien eras, o cualquier cosa que necesitases, créeme que lo haría.- Se detuvo allí. No estaba segura de cuanto debía decir al respecto y quizás ya había dicho mucho para gusto de su anfitrión.

Ahora fue su turno de mostrarse sorprendida ante el giro inesperado que tomó la conversación. -Ah...- Si hubiera tenido aún el vino a su alcance en ese momento hubiera tomado un largo trago apurando el líquido directamente de la botella. -A tus años, y por lo que indicas son muchos, no sólo sabes filosofar tópicos interesantes sino que dominas el dudoso arte de redirigir el curso de una conversación.- Rió entre dientes ante lo inesperado de verse expuesta a la pregunta.

-Qué puedo decir... es la historia más antigüa...- Sus ojos volvieron a los ajenos para detenerse en ellos mientras una sonrisa sombría se dibujaba en sus labios. -Seguro la conoces... Imagino que habrás amado a lo largo de tu vida, una o varias veces... Supongamos que alguien amó a su maestro, a quien le enseñó no sólo las bases del arte, sino a quien le impulsó a desprenderse de sus temores y de todo aquello que le impedía vertir parte de si misma en lo que creaba, para que se atreviese de una vez a liberarse de todo aquello que la refrenaba. Supongamos que ese maestro fue después su prometido y que ella le amó con toda la fuerza de su juventud y con cada molécula que la conformaba.-

-Pero él ahora ya no existe, le fue arrebatado, y ahora ella vierte en el lienzo la nostalgia de sus recuerdos.- No añadió nada más, ni sobre sus pesadillas, ni sobre lo que le motivaba a salir por las noches, ni sobre lo que había hecho para hacer pagar a quienes se lo arrebataron, ni lo que aún faltaba por hacer. Se mantuvo impávida aunque sintió un extraño desahogo al haberlo expresado en voz alta.

Antes de que él respondiera añadió. -Espero no empieces a verme bajo una luz distinta y concluyas erróneamente que soy una criatura frágil.- Arqueó una ceja a modo de advertencia. -De ser así créeme que ni con todos tus años de vampiro contendrías la indignación de la loba que en menos de lo que tardases en parpadear saldría por la puerta.- Lo dijo con firmeza pero al observarla debía percatarse de que sus ojos sonreían.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Nov 29, 2015 3:08 am


“There are no men like me. There's only me.”
― George R.R. Martin, A Clash of Kings


Hace mucho, hablamos de centurias, que Baldassare no decía nada de aquello en voz alta, porque ni siquiera se atrevía a hacerlo cuando mantenía un diálogo consigo mismo. Eran realidades demasiado ocultas y terribles. Pero Annabel era como él, en cierto sentido, si alguien podía comprenderlo, era ella. Desde luego, sabía, que sólo él había vivido una historia tan desgraciada como la suya, pero eso no negaba que, ambos siendo orfebres del mismo oficio, podían entenderse.

Por unos segundos mantuvo la vista perdida, fija en un pretérito tumultuoso, en ese periodo entre el despertar y hacerse a la idea, donde la consternación lo entronizaba como una aureola de oro. Parpadeó al escuchar la voz de Annabel y regresó su atención, no sólo a ella, sino al presente, al hombre en el que se había convertido. En sus labios se dibujaba una sonrisa taimada, más nostálgica que otra cosa. Las palabras de la chica calaron hondo, y las agradeció. A pesar del tiempo transcurrido, no muchos habían expresado una preocupación así; no es que se hubiera confesado con demasiadas personas a lo largo del tiempo, en todo caso.

Lo agradezco, pero si algo me han enseñado los años, es que no existe solución y más vale no aferrarse a la idea, si se pretende mantener la cordura —habló con suavidad, como si todavía estuviera navegando entre esos dos mundos, el onírico, irreal, el de un pasado apenas visible entre la bruma; y este, real y cruel. Y aunque decía aquello y lo creía de verdad, él mismo no dejaba ir del todo la idea de saber quién fue. Lo atormentaba, aunque cada vez en menor magnitud.

Entonces escuchó atento a la joven. Cada palabra que ella decía él la plasmaba en su mente. Dibujaba las escenas, la tragedia. La pérdida… algo de lo que él conocía demasiado. Conforme el relato fue avanzando, Baldassare se sentía más conmovido, más adentro en las frases y en la voz de su invitada. Cuando hubo terminado, guardó silencio y luego sonrió.

Mi labor no es la de juzgar —aclaró primero—. Y si una vez que te conté mi historia, mi obra cobró un significado nuevo, lo mismo puedo decir. Ahora lo entiendo, ahora puedo ver con más claridad la belleza de la melancolía que en ellas habita. Lamento mucho lo que te sucedió. Al parecer hoy nos ha tocado revivir un poco de aquello que nos moldeó, para bien o para mal —jugó con la tela de su ropa un momento, como si estuviera meditando algo a conciencia.

¿Y qué queda? Quiero decir… —alzó el rostro para verla directamente a los ojos—. Ni yo lo tengo claro, imagínate. Pero me pregunto si tú sí… ¿a dónde te quieres dirigir con lo que haces? No necesariamente debe ser un destino, puede ser un momento. O ninguno —la miró como un náufrago que ruega por agua. Quería escucharla, para quizá él mismo encontrar motivo. Un aliciente.

Ah… —pareció recordar algo—. Y aunque te sorprenda, con más de dos mil años, sólo he amado una vez —esta vez sonrió más ampliamente. El recuerdo de Aelia nunca había sido doloroso. La tuvo a su lado, la amó como nunca amó a nadie y como nunca lo hizo después y la tuvo que dejar ir con tal de no condenarla a lo que él era, aunque ella se lo pidió —pero no sabía lo que estaba pidiendo.

Tampoco hablaba muy a menudo de ese tema, pero si ya estaba ahí, mostrándole a Annabel sus heridas, recibiendo a cambio lo mismo, qué más daba. Era momento de dejarlas sangrar de nuevo, como debía hacer de vez en cuando para ayudarlas a sanar.


Última edición por Baldassare Donizetti el Dom Dic 13, 2015 2:15 am, editado 1 vez


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Mensaje por Annabel Hemingway Vie Dic 04, 2015 9:00 pm

Annabel asintió pensativa, escuchaba a Baldassare y desglosaba interiormente cada una de sus frases. Su mirada lo absorbía todo, se fijaba en los más ligeros movimientos del vampiro, en el cambio de gestos tanto corporales como faciales, como si pintase un cuadro en su mente en el cual plasmase todo lo que ahora lograba ver en él. Debido a ello rebuscaba en la mirada ajena primordialmente, ya que esta la que mayormente le transmitía lo que expresaba, y se preguntaba si habría mucha diferencia entre el actual Baldassare y aquel que no recordaba, o si a pesar de la carencia de recuerdos mantenía la misma esencia. -Creo que comienzo a ver algunas ventajas en ser alguien de tu edad, sé que yo no puedo ser pragmática en muchas cosas.- En sus labios se dibujó una ladeada sonrisa.

-Pero aunque hayas nacido bajo otro apelativo, después de tanto tiempo vivido, ¿no eres en realidad Baldassare después de todo? No sólo porque así lo declara la totalidad de tus obras sino por lo que has logrado, aparte de dejar desde ya un legado que otros seguirán admirando, analizando, criticando, y envidiando. Igualmente has construido tu nombre, tu reputación, y...- señaló alrededor con un movimiento de su dedo índice, para indicar la mansión en su totalidad. -...todo esto. Aquel mortal que fuiste alguna vez ¿podría haberlo imaginado o soñado? Y con todo lo que has vivido ¿no habrás ya excedido todas sus expectativas?-

Entrecerró los ojos un momento. El vampiro no la miraba ni le hablaba con lástima, sentimiento que ella hubiera repudiado en seguida, sino con serenidad y lo que parecía un genuino interés en escucharle. Lo cierto es que aunque él no se percatase, le había acorralado con la siguiente pregunta. Una pregunta que ella misma no se hacía, porque no veía un "después" de lo que tenía que hacer. Vivía solo para ese momento, para vengarle a él, porque sólo en ello encontraba un propósito, y sólo culminado encontraría descanso, lo demás era intrascendental, su mismo existir sólo buscaba ese punto. ¿Qué habría después? Satisfacción, alivio, cierre, vacío quizás... -Habrá un momento si... aquel en el cual cumpla mi propósito... No busco luz en mi vida, hace mucho la perdí, no la reconocería ni aunque me obligasen a verla de frente. O quizás... he perdido todo interés en transitar por ella.- El tema era espinoso aunque no desconfiase de Baldassare, aún así jamás lo expresó anteriormente en voz alta por lo que al atravesar el aire las palabras sonaban en sus oídos como si proviniesen de una extraña. -Cuando llegue ese momento, cuando arrebate a quien más me arrebató, habré encontrado mi culminación... El después no importa en realidad.-

Sus dedos jugaron un momento con el collar que adornaba su cuello antes de descender para reposar sobre su regazo. Guardó silencio antes de hablar de nuevo. -Has amado una sola vez...- en sus labios se dibujó lentamente una sonrisa. -Esa parece más la actitud que esperaría de un lobo Baldassare.- Nuevamente alzó una ceja. Le sorprendía esa revelación, mayormente después de escuchar que tenía más de dos mil años.

Se puso de pie con cierta renovación. Habían hablado de temas espinosos pero también habían mantenido la serenidad, y por su parte era como si se hubiese explayado con un amigo a quien conocía de mucho tiempo atrás. -Ya hemos hablado mucho del ayer y de un incierto futuro pero a mi parecer deberíamos enfocarnos en el ahora.- Extendió su mano hacia él, pero no como se extiende un salvavidas sino como un acto en el cual ambas manos constituyan un ancla que les mantenga firme y a buen flote. El pintor había apaciguado el alma de Annabel con su conversación por lo que ella esperaba de alguna manera poder retribuirle algo parecido antes de que finalizase la velada.

-Aún no he visto todo, y bien podrías enseñármelo. Muéstrame lo que más te guste de este lugar que constituye en el presente tu hogar, ya sea la escultura que guardas debajo de esa sábana, los jardines de tu mansión, o algún objeto que represente algo importante para ti... Algo que me muestre más del Baldassare que hoy vive y que confirme quien eres, aún sin el recuerdo de tus primeros años.-
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Dic 13, 2015 4:05 am


“A miserable collection of little secrets, that's all any of us is. ”
― Guillaume Musso, Seras-tu là?


El vampiro relajó la postura un momento. Cruzó los brazos sobre el pecho, pero no en señal de cerrazón, que eso solía significar esa pose, sino de estar meditando algo. Distrajo la mirada un momento, pero pronto la atención volvió a ella. Sonrió ante sus palabras. De algún modo, éstas siempre había estado ahí, como aves volando alrededor de su cabeza, torpes, que chocan unas con otras y contra los muros, y no fue hasta que la joven pudo acomodarlas, que logró capturarlas en pleno vuelo. No respondió, pero en su gesto se podía adivinar lo profundamente agradecido que se sentía. A pesar de ser un hombre sereno, tranquilo consigo mismo y su alrededor en medida de lo posible, esta conversación le estaba brindando perspectivas nuevas y aquello resultaba un logro inigualable, considerando que a su edad, era difícil presentarle algo desconocido.

Se movió para volver a quedar frente a ella. Entornó la mirada cuando siguió hablando. Admiró su encarnizada pasión, que era su motor, su gran empresa. Él ya no tenía una y aunque la de Annabel fuera la venganza, quiso volver a sentir algo así. Si bien, la duda de su origen parecía nunca irse de sus pensamientos, como una planta que ha echado raíces, era eso, una presencia, no el combustible que lo ayudaba a moverse. El arte parecía algo más parecido a ello.

Deseo que lo consigas. Y una vez llegado el momento, que seas capaz de ver el siguiente objetivo —habló al fin. A Baldassare no le iba la compasión, y eso era lo que le estaba entregando a su invitada, la verdad dura y pura. No una conmiseración patética, sino su sentir más fiel, sin filtros. En verdad deseaba que lograra su meta. Pues por cómo hablaba de ella, sabía que era importante.

Luego rio y tuvo que estar de acuerdo, asintió sin decir más. Era solitario como un lobo, de eso no cabía duda, sólo no había caído en cuenta en la ironía de aquello. Aquel sonido se fue apagando en el aire y el acto de Annabel, ese de estirar su mano en su dirección, lo tomó por sorpresa, pero como de costumbre, no reflejó el hecho. Baldassare tenía la capacidad de parecer bajo control siempre. En cambio sólo la imitó e hizo lo mismo. Tomó la mano ajena con suavidad y la mantuvo así por un instante.

Ah, esa escultura aún no está digna como para verse —señaló con la mirada la pieza cubierta por el lienzo blanco—. Pero tengo algo mucho más interesante —continuó y se inclinó ligeramente para besar la mano de la joven que sostenía con la suya.

Sin decir más la haló de ese modo y salieron del taller, una habitación que se hacía más evidentemente fría cuando la abandonabas y el calor de la casa te envolvía. Avanzó por el pasillo y un par de puertas más allá se detuvo. Al fin la soltó y abrió la puerta. Una sencilla puerta de manijas doradas, misma que dio pie a una oscura habitación sin demasiados muebles, excepto por un sofá. Además de eso, había una escultura de mármol enorme al centro. La escultura, que presentaba un hombre desnudo con un arco y una flecha, quizá Apolo mismo, miraba hacía la única ventana de la habitación, dándole la espalda a la entrada.

Aparte de eso, en el lugar sólo había un cuadro en una pared. Una pintura de una mujer de blanca piel y cabello oscuro. Por la forma en cómo estaba representada, imitaba una Madonna. El sitio estaba iluminado de manera muy tenue por velas y por la luz que se colaba desde la ventana.

Estas son las dos piezas que más aprecio. Sólo una la hice yo —habló y pasó al lugar, invitando a Annabel a hacer lo mismo. Señaló con la mano extendida la pintura—. Ese cuadro, lo pinté yo. Es mi difunta esposa. En cambio… la escultura aquí presente —giró el rostro y ahora que estaban de costado, se podían distinguir las facciones del dios romano, que imitaban a las del vampiro—. La hizo mi maestro, yo le serví de modelo —habló sin despegar los ojos de ese perfil albo de la efigie. No solía mostrar esas dos piezas, que eran las más valiosas para él, pero el intercambio de la noche lo valía. Sabía que Annabel sabría apreciarlo.  


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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Dic 17, 2015 9:45 pm

Capaz de ver el siguiente objetivo... Las palabras que le dirigiera su anfitrión se mantuvieron dando vueltas en su psique. Eran palabras directas que no había considerado antes pero que ahora, de alguna manera, imponían su presencia su mente, instándole a considerar un después. Sin embargo la loba no estaba preparada aún para ahondar en ello por lo que aunque las palabras calaron profundo su voluntad las rezagó con rapidez, postergando un análisis de todo aquello.

Sonrió al verle incorporarse, y al aceptar su mano se preguntó por qué en un inicio la ajena le pareció gélida, cuando en realidad su tacto distaba de serlo. En ese momento aquella le transmitió empatía y serenidad. Asunto inusitado y extraño, que la serenidad se expandiera como un manto que cobijase el alma inquieta y perturbada que habitaba en ella, aunque no lo tomó a mal, esa noche percibía e intercambiaba impresiones con su acompañante de forma tal que no existía otro apelativo más que el de una sincera comodidad al hacerlo así.

El beso en su mano y el posterior recorrido por el pasillo contribuyeron a mantener ese ánimo en ella, salpicado de volutas de curiosidad que danzando en su interior se irradiaban a su acompañante al preguntarse que le mostraría a continuación. Y no fingía interés en descubrirlo, muy por el contrario, las manijas doradas no se abrían con la suficiente rapidez para saciar el mismo.

La habitación casi carente de inmobiliario no necesitaba tener más para regodearse de ser una de las más valiosas de entre todas. Fue lo que su mirada percibió de inmediato al comprender lo que esta contenía. -Los tesoros de Donizetti...- dijo, esbozando una sonrisa entre curiosa y apreciativa. Avanzó entre la luz titilante de las velas, dirigiendo su mirada en el mismo orden en que él las describía.

La pintura era diferente de todas las demás que él había creado, la amalgama de emociones que evocaba surgían del delicado detalle que había prestado a la hermosa madonna de cabello oscuro acrecentado por aquellas que indiscutiblemente ella había inspirado en él. Annabel sintió un golpe de emoción el cual canalizó cruzando sus brazos y abrazando ligeramente su cintura. -Era realmente hermosa.- No dudaba que como lo había expresado Baldassare, le hubiese amado profundamente.

La observó en callada contemplación varios minutos y luego recompuso sus emociones para dirigirse al segundo tesoro. Caminó despacio a lo largo de la escultura apreciando sus exquisitos detalles. -¿Aún vive tu maestro?- Hizo la pregunta sin despegar la mirada de la obra. Era un fulminante y arrebatador dios griego con la apariencia de Baldassare, y el que fuera así, provocó que Annabel le imaginase en otras épocas, con otras vestimentas y en otras civilizaciones. -Si aún vive, me gustaría conocerle... alguna vez.- Era una idea intempestiva, pero después de todo lo que habían hablado, la idea de llegar a conocer a quien sentó las bases de su arte era algo que ella apreciaría como pocas cosas.

Miró entonces de soslayo a Baldassare, comparando ambos perfiles, el real y el de la estatua, y eran estos casi indeferenciables. -De todas las cosas que pudiste mostrarme has escogido aquellas que mayormente representan a quienes más significado han tenido para ti.- Elevó la mirada topándose con aquella de profundidades azules. -Quizás si haya algo más. Algo que tus tesoros me revelan ahora. Ese momento que preguntabas. Uno en el que te topes nuevamente con algo así.-

Sus dedos señalaron ambas obras. -Un momento que vuelva a inspirarte, a sacudirte, a conmoverte lo suficiente como para quedar inmortalizado si no por obras, en tu mente o en tu alma. Uno similar al que experimentaste cuando amando a tu esposa le retrataste o cuando posaste para tu maestro.-  La expresión de la loba se tornó entonces pensativa. -Si me encontrase con un momento así, quizás aún valdría la pena seguir después de concretar mi venganza.- Lo dijo con tal intensidad que sin percatarse toda ella tembló y sus puños se cerraron con fuerza provocando que sus nudillos se tornasen blancos.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Lun Dic 28, 2015 1:37 am


“The clouds were disappearing rapidly, leaving the stars to die. The night dried up.”
― André Breton, The Magnetic Fields


Sonrió con un dejo de complicidad por un momento ante la forma en cómo Annabel había descrito esa habitación. Sin duda lo era. Objetos materiales que representaban algo más, más profundo, más significativo. Partes de su vida que se encontraban en aquel pretérito que se extendía amplio, pero que no podía compararse si quiera con el futuro incierto y eterno que le deparaba. Baldassare no era alguien que se detuviera a llorar las pérdidas de su pasado, tampoco quien se angustiara por lo venidero, y en ese instante, más que nunca, se hizo consciente del presente como un fragmento de tiempo y espacio que en un suspiro pasa a los anales de sus recuerdos.

Y aquel mismo camino de sus pensamientos encontró puerto en lo que Annabel continuó preguntando. La miró por un momento como si no hubiera entendido la pregunta y luego esbozó una sonrisa triste. Negó con la cabeza y dirigió la vista a la escultura.

No, él… me parece que fue de las primeras víctimas de la inquisición —no, no le gustaba perder el tiempo lamiéndose las heridas, pero sin duda existían puntos en su basta historia que aún seguían calando hondo. Se acercó a la figura de mármol y posó una mano en una de las pantorrillas de ese reflejo suyo hecho de piedra—. A él le hubiera encantado conocerte. Era un hombre… amante del arte, claro, pero también que siempre buscaba a otros como él, así que desde ahí ya tenían algo en común —volvió a prestar su atención a su invitada y su semblante se volvió más ligero. El repentino viaje a su pasado más remoto lo descolocó, pero Baldassare tenía autocontrol suficiente como para no desviarse.

Se colocó de modo que volvió a quedar frente a ella, separados por algunos pocos metros y la escuchó, pero sobre todo, la observó. Miró cada detalle de cómo a cada palabra que pronunciaba algo se iba haciendo más intenso en ella y no tuvo palabras para responderle, ninguna le pareció correcta. Creyó que no habían inventado aún las adecuadas. Tensó la mandíbula y en un par de zancadas salvó la distancia que los separaba. La tomó de ambas manos como pidiéndole en silencio que soltara eso a lo que se aferraba al cerrar los puños con tanta fuerza.

Lo encontrarás —pronunció de manera suave. No hacía falta elevar la voz pues estaban a un palmo de distancia. La soltó con calma, pero no se alejó—. No hay por qué atormentarse por eso ahora. Lo más inteligente es cumplir la meta y luego mirar la próxima —sin darse cuenta, el vampiro se había inclinado ligeramente al frente de tal modo que sus narices casi se rozaban. Entonces se percató de lo que había hecho y se hizo para atrás. Carraspeó.

Lo importante no es estar en esa búsqueda constante, sino dejar que ella te encuentre a ti —habló con serenidad, recomponiéndose del momento previo. Caminó alrededor de la efigie de Apolo que llevaba su rostro—. Si no, te perderías de lo que la vida tiene por ofrecerte. No es algo que yo siga al pie de la letra, pero sin duda es un consejo valioso que recibí hace tiempo —miró de soslayo el cuadro de Aelia, pues habían sido palabras de su esposa.

Creo que es momento de regresar al lugar donde partimos —hablaba del salón donde él la había esperado; ofreció su mano como si la invitara a una aventura mucho más grande—. Lamento que la noche sea mi límite y que el día esté a punto de alcanzarnos —miró por última vez la estatua antes de salir. Miraba a la ventana, la había dispuesto ahí para que el sol le diera en la cara, ya que él no podía hacerlo. Ni siquiera recordaba cómo era—. Perdón si parezco atrevido pero, ¿te gustaría quedarte? Haré que arreglen una habitación para ti, en caso de que tu respuesta sea afirmativa. Ya te robé tu noche, debes estar cansada —la miró por el rabillo del ojo mientras se dirigía a la puerta y luego al pasillo principal.


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Mensaje por Annabel Hemingway Vie Ene 01, 2016 10:45 pm

Desde que era una niña Annabel había experimentado cada nuevo sentimiento con una pasión muy intensa. Ya fuese amor, odio, alegría o tristeza, cada nueva emoción que se presentaba en ella lo hacía de forma contundente. Había resultado entonces natural que debido a esa sensibilidad fuera una artista, pero, al sumarse a esa natural disposición la licantropía, las emociones que antes fuesen tan abrumadoras, a menudo se acrecentaban de forma gigantesca y avasalladora.

Precisamente debido a ello temblaba en ese momento, por eso sus puños se cerraban con tan fuerte tenacidad, amenazando con lastimarse las palmas sin apenas percatarse de ello. En medio de esa oleada gigantesca no podía dejar de sentir. Pensó en el creador de la maravillosa escultura, pensó en François y pensó en la inquisición que nuevamente se adueñaba de quien quería y arrebataba vidas a su antojo. Dió un respingo al sentir las manos de Baldassare sobre las suyas, no se había percatado de que se había acercado, sin embargo debido a ese gesto poco a poco dejó ir todo aquello y se encaminó orillas más tranquilas.

Pasado un momento alzó la mirada y se topó con el rostro masculino a escasos centímetros del suyo. La cercanía provocó que sus sentidos se afinaran más, concentrándose en todo lo que era el vampiro, y así permaneció esos instantes, interesada en ese reconocimiento silencioso de todo aquello que lograba percibir en él con el simple hecho de que estuviera de pie allí, hasta que finalmente le oyó carraspear y le vió alejarse un poco. -Procuraré recordar ese consejo, a pesar de que no siempre la razón logre predominar sobre todo lo demás. - dijo suavemente.

Desvió la mirada entonces hacia los ventanales. Podía intuir la llegada del alba antes de que esta se presentase y sabía, que en efecto, faltaba muy poco. -Con bastante rapidez han transcurrido las horas...- Le sorprendía el hecho. No se había percatado de que hubiese pasado ya tanto tiempo. Dirigió una última mirada al retrato y a la escultura y luego se adelantó para tomar la mano que le extendía el pintor.

Escuchó la invitación antes de caminar a lo largo del pasillo junto a él. Su primer instinto fue rechazarla. Había acudido a conocerlo y ya le había robado mucho tiempo, lo cual en si ya era abusar de su hospitalidad, pero lo volvió a pensar. Estaba cansada, le gustaba su mansión y estaba segura de que en una de las recámaras podría descansar a gusto, cosa que se le antojaba mucho más que subir de inmediato en el carruaje y seguir el largo trayecto de vuelta. Por otro lado, le agradaba la idea de permanecer allí un poco más.

-De acuerdo.- rompió el silencio justo al entrar de vuelta en el salón adonde soltó lentamente su mano para ir a buscar el abrigo que había dejado al llegar. -No me caerá mal un poco de descanso.- Giró hacia él y sonrió cálidamente. -Antes de que te retires debo agradecerte por la velada, fue más de lo que esperaba.- Hizo una pausa, ordenando sus ideas. -Nunca hablo de mis asuntos... pero percibo que tú no me juzgas y que comprendes, cosa que aprecio en verdad. Por otro lado... intuyo que tú tampoco lo haces a menudo por lo que me alegra que hayas roto esa costumbre.-

Uno de los miembros de la servidumbre entró en la estancia por lo que aguardó a que Baldassare le indicase que se quedaría. Iba a seguir al lacayo pero se detuvo en el marco de la puerta y volteó sobre su hombro sosteniendo su mirada unos segundos. -No sé que opinarás pero a mi me gusta quien es Baldassare Donizetti y estimo haber visto lo suficiente de ti esta noche para formarme esa opinión.- Sonrió y se despidió con esa última reflexión, refiriéndose al hecho de que no conociese a su creador ni sus orígenes, y luego avanzó sobre sus pasos abandonando el salón.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Mar Ene 12, 2016 1:12 pm


“Scars are just another kind of memory.”
― M.L. Stedman, The Light Between Oceans


Podía entender a Annabel como podía entender a pocas personas. El vampiro usualmente no se conectaba con nadie. Su reclusión voluntaria no era coincidencia, era mitad porque la humanidad entera ya no le representaba un reto, pero la otra mitad era porque incluso antes de cumplir su primer centenar de años, fue incapaz de comprender y comprenderse con las personas en su mayoría, con excepciones como Cato. Pero a la chica, cuya naturaleza dictaba que debían enfrentarse, enfrascados en una guerra que ni siquiera era suya, y no era de nadie, a ella lograba comprenderla. A sus años había recibido miles, miles de consejos, unos más valiosos que otros, pero no porque los apreciara significaba que los seguiría al pie de la letra, aunque quisiera, esa parte pasional y visceral que predominaba en él, como artista, usualmente no daba tregua al raciocinio.

Sonrió de medio lado al observarla, esperando por una respuesta. Se dio cuenta que estaba más expectante de lo que pretendía cuando ella hubo contestado. Su sonrisa se acentuó en el rostro blanco, como una luna menguante de labios escarlata. Sólo asintió sin decir nada en realidad. Ella había captado bien el peso de sus palabras esa noche y por ello le agradecía. A cambio, ofrecía lo mismo; sabía lo difícil que era regresar al pasado. No sólo eran frases, no sólo eran historias; eran heridas que nadie podía ver y que le estaba mostrando a voluntad. Vulnerándose ante ella.

Se apresuró a llamar un mayordomo. Cuando este hubo arribado, Baldassare ordenó con palabras escuetas que fuera preparada una de las habitaciones para huéspedes. La casona era antigua —aunque no tanto como su dueño— y poseía largos y anchos pasillos plagados de habitaciones que nunca se usaban, pero que al amo le gustaba tener en orden, limpias y arregladas.

Usualmente a mi no me gusta Baldassare —respondió cuando el mozo se alejó, a la espera de la mujer a la que llevaría hasta sus habitaciones. La tomó de una mano con suavidad—. Porque es un personaje que me he creado, pero creo que, finalmente, lo he asimilado. Sí, este soy yo y si tú dices que te gusta, me gusta a mí también —sus palabras parecían un acertijo. Pero a pesar de lo veladas que resultaban, eran una verdad absoluta sobre él.

Besó el dorso de la mano de su invitada de manera galante antes de señalar la puerta, para indicarle que siguiera al sirviente que esperaba por ella.

Gracias a ti, por sacar lo mejor de mí —al fin le dijo. Dio media vuelta y se sentó detrás del escritorio que había en la habitación donde aguardaban. Sólo volvió a levantar la vista para verla alejarse.

Pensó, desde luego, en lo extraño que seguramente resultaría para sus sirvientes que por una vez, recibiera visita, y no sólo esto, que ésta se quedara a pernoctar. Pero sin duda, lo que más ocupaba sus pensamientos en ese momento era la recapitulación de la conversación esa noche. El como un encuentro que comenzó ríspido había terminado poniendo en perspectiva su nada corta vida. Eran animales de una misma especie en el fondo, pero sus diferencias eran las suficientes como para contraponerlos.

Terminó un trabajo de papeleo y con paso austero y silencioso, recorrió con calma los pasillos de su casa. Esos rincones a los que llevó a Annabel y esos otros que la mujer no conocía aún. Al fin y antes del alba, Baldassare entró a sus aposentos. Una oscura habitación con ventanas tapiadas. Tan particular que no sabía duda que era suya. Y se dispuso a descansar.

TEMA FINALIZADO.


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