Interesante contrincante [Contessa Luciano]

Hoy había pasado muy poco tiempo en casa, era plena tarde y por consiguiente tendría que haberme quedado dentro de mi hogar, no obstante estaba fuera, en la calle. Dirección a mi local, ya era hora que se le viera el rostro al dueño de aquel sitio. El carruaje, bien protegido de miradas indiscretas y de la posible entrada de luz solar se movía entré las calles adoquinadas de París con maestría hasta la zona comercial de la ciudad. Un lugar que estaba repleto de personas deseosas de gastarse su capital en un lugar u otro.
A mí no me importaba tener solo un bar, sin embargo creía más oportuno que también fuera cafetería para que Arya disfrutara de los días allí si así ella lo prefería. El carruaje no tardó demasiado tiempo en dejarme en mi destino, deteniéndose justo en la sombra que proyectaba el edificio. Según para muchos que vivían conmigo y que eran bastante cortos de entendederas yo era fotosensible y que la luz del sol molestaba más de lo normal. Con el sombrero bien puesto, y ataviado con unos de mis tantos trajes a juego con mi bastón entré en mi local. Al hacerlo, vi el ambiente que allí reinaba, era uno tranquilo y con sonidos de voces sosegadas y risas elegantes a la par de estridentes. El metre se acercó a mí con toda la intención de proporcionarme una mesa con delicados modales si no tenía una mesa, al quitarme el sombrero se dio cuenta de quien era y me saludó con un movimiento suave, dejándome entrar sin mediar mucha más palabra. Fui a mi despacho del fondo del local, una zona que solo estaba reservada para los empleados. Allí había un gran escritorio donde yo trabajaba, al otro lado de la sala un escritorio algo más pequeño allí donde Arya se quedaba tranquilamente cuando me acompañaba, y no se dedicaba de ir un lado a otro del local. En uno de sus días extraños, muy extraños. Dejé mi bastón y el sombrero en el despacho, antes de centrarme en las actividades de mi negocio. Colocándome detrás de la barra o sirviendo alguna que otra mesa si era necesario. Escuchando halagos, flirteos e insinuaciones. Esto último me llamaba la atención, sobre todo cuando se trataba de mujeres pero actualmente tenía a una mujer en mi punto de mira. Me gustaría probar la sangre que corría por sus venas, tenía un olor delicioso y era raro que yo me antojara por algún tipo de sangre. Y la única manera de conseguir ese tipo de sangre era comenzar un juego de interpretación, uno donde yo era el joven galán, el joven hombre de negocios exitoso que convencía a la muchacha de tener un apasionado romance, yendo contra todas las reglas. Hacer que viviera una aventura, solo era cuestión de tiempo de que cayera en mis redes y pudiera beber el licor que corría por sus venas.

Seguía pensando en mi pequeña obsesión, un capricho que no solía sentir muy a menudo y que me encantaba intentar ganármelo a pulso. Si no lo hacía de esa manera, no tendría ninguna gracia. Por eso mismo, no me molestaba si quiera en intentar tomar su sangre a la fuerza, sin contar que el sabor del miedo en la sangre no era uno de mis favoritos. En realidad, todo eso era debido a ciertas sustancias que corrían por los vasos sanguíneos de las personas en ese momento. Esto no le interesaba a nadie, puede que solo a mí.
Para mi hija estoy pequeños caprichos no existían, si era consciente estaba claro que prefería no tomar partido ni comentar sobre el tema. De esa forma era mucho mejor para la cordura de ambos, me había costado bastante que saliera de su dormitorio tras nuestra llegada a París, no quería arriesgarme una segunda vez por culpa de mi naturaleza, de nuevo.
Me mantuve ocupado casi todo el día, ayudando a los camareros, la gestión en general y hablando un poco con todos los clientes para que se sintieran satisfechos, ya que era algo raro ver al dueño del local por ahí. Sin embargo, en medio de todo ese ajetreó llegó a mis fosas nasales el nuevo olor que me quería llevar por la demencia de mi naturaleza. Vi que la muchacha no estaba sola, otra la acompañaba. Supongo que era normal, las mujeres serían mal vistas si venían sin ningún tipo de acompañante o por lo menos eso ellas creían. Oí lo que pidieron , y cuando estuvo preparado me encargué personalmente de llevarles las bebidas.
-Un placer volver a verla, Lady Hipster. –le dije con una inclinación de cabeza como saludo. –Me complace ver que sigue igual de bella como siempre, y con tan buena compañía. –miré directamente a los ojos a la muchacha desconocida. –Mi nombre es William D. Rhys, dueño de este local. –hice una reverencia. -¿Quién tiene el gusto de ser la compañía de mi querida amiga esta tarde? –una sonrisa se formó en mis labios. Una sincera, creíble y encantadora, pero que nunca mostraba los colmillos indicativos de mi verdadera naturaleza.

La muchacha al ver que estaba allí y que me quedaba parecía emocionada, podía sentir el aumento de su ritmo cardiaco, a pesar de todos los que estaban allí. Bueno, por lo menos los humanos que estuvieran allí. Cualquier criatura era bienvenida, y no cerraba las puertas a los clientes por su naturaleza, solo por sus modales. Intercambiamos un par de palabras antes de presentarme ante la desconocida. Asentí con elegancia al escuchar su nombre.
-Igualmente Señorita. -contesté con simpleza, antes de centrarme en la chica de alta clase. No significaba que la Señorita Luciano no lo fuera, era tan sencillo de que ella no me interesaba como la Señorita Hipster. Nunca hubo necesidad de complicarse. Mi interesante compañía y yo manteníamos un par de palabras. En ese momento, Luciano me dedicó unas palabras. Como respuesta le dediqué una sonrisa, sin mostrar mi naturaleza como estaba ya acostumbrado.
-No se preocupe, hay suficientes camareros. -no mentía. Solo estaba allí de casualidad ayudando en el local y para que me vieran en pelo y no creyeran que era un lugar abandonado por su dueño. Mi presa pareció algo avergonzada, y también comenzó una conversación con su acompañante. -¿A qué a usted no le molesta mi presencia Señorita Hipster? -la muchacha negó con rotundidad y yo volví a sonreír, esta vez complacido conmigo mismo. -Supongo que sabiendo los deseos de su amiga, tendrá que soportar un poquito más mi presencia con ustedes. -podían llamarme descarado, sin duda, no me importaba. Ahora mismo no me importaba nada de lo que podía decir de mí, quería algo y la tendría porque esta se entregaría a mí. Lo más probable es que si se entregaba a otra persona me daría algo igual, sin embargo, no se me pasó por alto que a mi objetivo también se sentía alterada con su amiga. Así que, solo había dos posibilidades que le tuviera miedo o que le gustara, descarté rápidamente la primera. No podía oler la adrenalina en sus venas, que siempre daba un toque especial a los seres vivos, por eso el miedo no era una opción. Así que, esta muchacha se salía de lo normal, socialmente hablando, claro. Seguramente la mitad de París tenía peores vicios que esta pobre muchacha. Estaba claro que solo buscaba aventura, y que todavía era demasiado joven y que posiblemente viviera en un mundo de hadas. Mi hija era mucho más sensata que ella, eso sin duda era una realidad. Me daba un poco de pena, pero que se le iba hacer. No hay nada que me até para impedir que intentara tomar un poco. Si lo había, pero ese pequeño impedimento era inconsciente de mis gustos de ahora mismo o por lo menos no quería saber nada y se mantenía a parte de todo. Ya que una cosa era alimentarme porque era necesario, y otra bien distinta era buscarla por capricho, como lo estaba haciendo.
-Dígame Señorita Luciano, ¿cómo se conocieron? -apoyé toda mi espalda en el respaldo, sentándome como era debido. -Siento curiosidad por conocer la anécdota.

Estaba claro que iba a ser divertido, aunque esta clase de situaciones siempre traían enemigos para uno. La situación era bastante sencilla, los dos leones se pelearían por su trozo de carne, fin. Aquí era lo mismo, aunque ahora no jugaba la fuerza bruta. Sino las hormonas de la humana que teníamos a nuestro lado, todo dependería de ella. Menos mal que mi hija no estaba aquí en estos momentos, vería la parte más siniestra de su padre y también la más desagradable. Luciano no se sentía cómoda ante mi presencia, y me dejó claro que no era bienvenido, a lo cual yo usé la baza de la humana para quedarme. Esta parecía encantada de recibir la atención de dos seres especialmente bellos y que estaban dispuestos a dedicarle algo de sus tiempos para satisfacer su propio ego. Incluso estaría pensando que era por su propia belleza que dos personas tuvieran una relación tan tirante, aunque se equivocaba. No éramos personas. Lo que nos convertía en los titiriteros y ella en el muñeco para manejar. Un pensamiento cruel, pero sincero. Sonreí disimuladamente, aunque seguramente que la señorita Luciano se daría cuenta de ello, al escuchar su gruñido de resignación.
-Me alegra saber que mi presencia no le hace sentir incómoda. -eso era mentira, sentía gran placer saber que se sentía incómoda por mi presencia. Hacía tiempo que vivía demasiado tranquilo, estaba claro que mi subconsciente estaba pidiendo algo de guerra. Una batalla que no tenía nada que ver con pegarse a golpes limpios. Algo que valiera la pena ganar, y al mismo tiempo valiera la pena perder. -Bueno, ahora son de tres. -sonreí mirando a la humana, esta sonrió con un rubor en las mejillas asintiendo que estaba de acuerdo conmigo. Para mejorar la situación le pregunté como se habían conocido, por si había alguna historia detrás.
-Vaya, -dije tras escuchar su primer encuentro. -¿el baile de la semana pasada? -pregunté con interés fingido. Conocí a los padres de la chica en la biblioteca, aunque en realidad tenía que decir que conocí a su marido. Porque después de intercambiar un par de palabras con ella me dejó bastante claro que solo era una cascara bonita, sin nada de materia gris dentro del cráneo. De hecho el padre también era del mismo palo, sin embargo intentaba cultivar su mente leyendo todo tipo de libros que nunca sería capaz de entender o profundizar en ellos. Seguramente me encontraría con esta clase de gente más de lo que me gustaría a lo largo de mi existencia. Miré a Luciano. -Bueno señorita, si no me equivoco usted tiene que provenir de Italina o sus ascendentes son de ese país, su apellido es más que revelador. -sonreí. -He estado en Italia en un par de ocasiones. -le comenté, esto hizo que nuestro hámster particular se emocionara más de la cuenta y se sintiera maravillada.

Aquel juego me excitaba más que conseguir el premio. Me temía que esta vez iba a ser esa clase de juegos que disfrutabas más del juego que de lo que uno ganaba. Si iba a acabar así, pues que acabara, mas no pensaba retirarme ahora. Si lo hacía no podía estar seguro de como podrían haber salido las cosas. La diversión tenía que ser plena, había tenido oponentes masculinos y muy rara vez femeninos, este era uno de los pocos encuentros que tenía como contrincante a otra mujer. No me daba vergüenza admitir que había perdido muchas veces, tanto contra hombres contra mujeres, obviamente también había ganado. Hasta el momento no había tenido una batalla tan reñidas, siempre había una clara ventaja alguna de las dos caras de la moneda. Su comentario sobre que éramos tres, la verdad es que me pareció notar el doble sentido que soltaba sus palabras. Los dos estábamos consciente del otro, de la naturaleza del otro.
-Sin duda. -susurré en tono demasiado bajo para que unos oídos humanos pudieran escucharme. Me estaba divirtiendo demasiado y de mala manera. Sobre todo cuando vi su jugaba magistral al acercarse de aquella manera a nuestra presa, después decían que los hombres éramos las rastreros. Como si ella no jugaban sucio, me acaricié el mentón y la boca para disimular una sonrisa. La chica se sobresaltó al sentir el contacto de aquella mujer. -Sí, estuve en aquel baile. La señorita Hipster fue una espléndida anfitriona. -comenté suavemente. Ella sonrió, aun estaba aturdida por las acciones de la mujer. Le pregunté a la mujer por su procedencia, y acomodé la silla más adelante girándola a un lado, dejando caer las manos sobre mis piernas recién cruzadas, colocando mi tobillo encima de mi rodillas. Contestó a mi pregunta, escuché perfectamente su comentario sobre los amantes. Había tenido alguna que otra amante italiana, parece ser que me encontré a las más sosas del país. Sonreí cuando me preguntó.
-Soy extranjero. -sabía que mi acento era algo especial, e incluso en Inglaterra podría ser mal visto. Sutiles manías que tenían los londinenses. -Soy galés. -le dije sin ningún apuro. -Italia me resultó sumamente interesante, sobre todo las ruinas. -de pronto nuestra acompañante dio un respingo y se sonrojó desde el cuello hasta la raíz del pelo. Y eso que solo le había acariciado la pierna, subiendo un poco la mano, todo esto por encima de la tela de su vestido. Como reaccionaría si hiciera algo más que aquello. Los latidos de su corazón se volvieron locos, bombeando casi toda la sangre a su rostro para mantenerlo de ese color. Los ajenos de nuestra mesa no sabrían lo que estaba pasando, sin duda la señorita que tenía delante de mí sí. Retiré la mano para que la muchacha pudiera respirar de nuevo. -La Basílica de San Marcos me trae buenos recuerdos, y sin duda es toda una obra de arte. Mas, Italia no ha sido el único sitio que he visitado. He estado por casi todo el mundo. ¿Ustedes han viajado a algún sitio que no sea Francia e Italia?