Fantasmas del pasado (Emhyr Van Emreys) ACTIVO

Dejé que el humano descargase toda su rabia en palabras. Algo dentro de mí me decía que dentro de poco haría lo mismo, pero utilizando la fuerza. Si hay alguna capacidad que pueda describirme a la perfección, a parte de la elegancia y la cortesía, esa es la facilidad de irritar y sacar de sus casillas a las personas. Siendo así, antes o después diría algo que no agradaría demasiado a aquel joven, y él reaccionaría como todos los humanos: utilizando la fuerza que creen poseer y que cualquier ser inmortal puede superar.

Sus palabras salían con odio de su boca, lenta y dolorosamente. Parecía como si le costase recordar aquello de lo que hablaba. Al fin y al cabo, yo había desentarrado unos recuerdos que para él habían sido escondidos tiempo atrás. Había vuelto a hundir el dedo en una llaga de la que apenas se había recuperado. Podría haber pasado desapercibido y mantenerme al margen del tema, pero por desgracia, quería divertirme aquella noche de lluvia.
Noté como las gotas me caían en la cara, y oía perfectamente el sonido imperceptible para oídos humanos que hacía el agua al caer sobre mi chaqueta recién estrenada. Mi cabello comenzaba a mojarse, y los rizos a deshacerse. Era una noche preciosa que me hubiera gustado compartir con una bella dama, pero la situación que tenía ante mí difícilmente se volvería a repetir, así que tenía que aprovecharla. Además, no me desagradaba en absoluto la presencia de Emhyr. Tan sólo me irritaba su curiosidad y las preguntas que ya había comenzado a hacer. Ignoraba por completo sus palabras, manteniendo una irritante sonrisa en mis labios. Tan sólo podía pensar en el sabor de su sangre, en el líquido rojizo deslizándose por mi garganta como el elixir único capaz de de darme la vida que me hacía inmortal, y el dolor que causaba en él. De nuevo ansiaba recorrer su piel con mis colmillos y hundirlos con fiereza en su carne para escuchar sus gritos de horror. Deseaba tapar sus ojos con una prenda y saciar mi sed.
Sin embargo, las palabras salieron de su boca con fiereza y cayeron sobre mí con un peso plomizo.

Muerta. Asesinada.

Por un momento mis ojos quedaron congelados, casi tanto como mi pensamiento. Si mi corazón latiese humanamente, en aquel momento se habría detenido durante algunos segundos, y me habría olvidado de respirar. Suerte que eso eran tonterías de las que los simples humanos tenían que preocuparse; no yo.
Clavé mis pupilas en las del hijo de la mujer que me mantenía en tal estado. Bon, pas probleme. Sí, en realidad sí que lo había. Ella se había ido, y con ella se había llevado la sangre de mejor calidad que jamás se había deslizado por mi paladar. El sabor de Emhyr era parecido, casi similar, pero para nada era el mismo. Además, su hijo era un varón, y eso quitaba gusto a la hora de hablar de los medios para obtener la sangre. A ella podía encandilarla, incluso enamorarla durante noches enteras; la había amado a mi manera, de la única forma posible que un vampiro puede amar a una humana. Había llegado a obsesionarme con sus ojos, con su sangre, con su cuerpo. Pero como todo, se acabó. Y ella me pidió desaparecer de mi vida, y no pude negarme ante sus labios carnosos y su piel café. Pero con Emhyr fue distinto. Él tan sólo fue un vago recuerdo, como un retrato comparado con una persona real, como un rastro que ella dejó y yo quise seguir. La sangre del varón no era tan grandiosa como la de una fémina, y mucho menos cuando se cambia de generación.

Cuando empecé a ser consciente del tiempo que llevaba en silencio, ya habían pasado más de un par de minutos. Había oído en el fondo de mis pensamientos la pregunta que mi interlocutor había formulado, pero en aquel momento no había querido siquiera escucharla. Aparté la mirada de Emhyr y la descansé un poco, sintiendo que aquella posibilidad de volver a ver a aquella mujer había expirado.
-¿Qué importa eso ya? Si te lo contase tan sólo serían divagaciones de una mente demasiado anciana. No entenderías la mitad de lo que podría decirte, tampoco -dije con aspereza. Recordé las palabras que me habían helado la tez. Él había hablado de exilio. Como la familia de Luis XVI de Francia, que hacía tan sólo unos años había sido expulsada del país que ellos mismos habían gobernado. Fruncí el ceño con desgana. - ¿Qué hizo tu familia para ser castigada con el exilio?
Quizás nada, pensé. Quizá simplemente el pueblo se cansó de señores acomodados, como pasaba a menudo. Pero en cualquier caso, alguien había asesinado a una mujer que había sido pasto de mi obsesión y de mis cavilaciones durante bastante tiempo, y no era algo que soliese pasar. Al contrario que el resto de personas por las que me había obsesionado, de ella nunca me aburrí. Fue ella quien me pidió marcharse.

Empezaba a tener constancia del fuerte granizo que había empezado a golpear mi pétrea piel. Más allá de la débil lluvia que caía cuando aún dudaba si desvelar a aquel joven que yo era quien lo había torturado y se había aprovechado de él, ahora el furor del clima dejaba perpetuo su aroma a tierra mojada, y erizaba el suave tacto de las flores con las piedrecitas caídas del cielo.
Escuché sus palabras, que pretendían golpearme de la misma manera que lo hacía el granizo. No obstante, un ser cuya vida no pende de un hilo y tiene toda la eternidad para soportar y aprender a hacerlo no podía darse por vencido con semejante palabrería. Él tan sólo pretendía hacerme daño, pero dudaba que consiguiera más que lastimar mi maltrecho corazón.
-Me ofendes, turco. -dije atisbando una leve sonrisa sobre el rostro blanquecino que ya estaba completamente encuadrado por el cabello azabache y mojado.- No pretendo dañarte, como tú sí lo deseas conmigo. Mi tiempo ya pasó, y sabes que lo aproveché para eso. -me acerqué mirando sin desdén aquellos ojos oscuros que me recordaban a las ansias de un vampiro un poco más joven- Ya no busco dañarte, pero tampoco espero que tú lo hagas. No deberías guardarme rencor, y tampoco intentar aplacarlo con una sonrisa y palabras bonitas -dije, ahora sí, esbozando una completa sonrisa de sarcasmo.

Rodeé aquel cuerpo de momento débil y exhausto ante el inevitable recuerdo traidor. El encuentro entre ambos había sido indudablemente sorpresivo y repentino, pero eso no implicaba que no hubiese sabido de su existencia durante aquellos años pasados. De hecho, hacía apenas días había recibido noticias de que un viejo exiliado turco iba en busca de una inmortalidad que no le correspondía. Maintenant, c'est le moment, pensé.
-Corren rumores de que andas presto buscando un cuerpo nuevo, ¿me equivoco? -su sorpresa fue inevitable, aunque por mi parte no fue de ninguna manera inesperada.- Deberías tener cuidado, Emhyr. -dije acercándome a él, sintiendo su aliento helado.- Yo mismo pude convertirte en lo que quise, en un ser inmortal, en uno de los vástagos de Satán. -alcé mis manos y comencé a tocar con suavidad el cuello de su camisa deshilachada. Sin duda, no corrían buenos tiempos para él. Interrumpiendo el momento de suavidad, estiré con fuerza y rapidez los cuellos hacia los lados, sobresaltándolo - Pero no lo hice -añadí con crudeza.- ¿Y ahora vienes a pedirme explicaciones? Deberías estarme agradecido, en lugar de buscar una respuesta que no existe.
En aquel momento, todo valía. La mentira era algo que no solía utilizar, a excepción de para responder a mi edad o a mi condición no-humana. Sin embargo, aquella noche no estaba dispuesto a revelar lo que había llegado a sentir por la única humana que había merecido la pena en mi vida. No quise hablarle del porqué, y de momento no lo haría. Puro aburrimiento, quizás.

-En lugar de proferir un simple "merci", sin embargo, te atreves a ir en busca de seres sobrenaturales que te otorguen poder y habilidades que no te corresponden. ¿Me equivoco? -esperé su reacción, intentando desviar el tema para no tener que hablar sobre algo que no quería.- Te has ido por la dirección contraria, Emhyr. Puedo ser tan buen amante como mal enemigo.

Esperé a que terminase de hablar, aunque ansiaba interrumpirle cada dos por tres. Era demasiado ingenuo. Demasiado inocente, aunque él estuviese empeñado en lo contrario.
-En efecto, creo que es la casualidad, o el simple capricho de algunos vampiros lo que lleva a otros a ser tales seres, pero no es este tu caso. -dije mostrando mis dientes. Empezaba a ponerme furioso- No sé bien a qué has venido a París, Emhyr. Pero estás aquí, y sé de buena tinta que andas buscando un lugar en el que encajar, lejos de tu actual esencia.
Dejé de hablar unos segundos, y escuché su comentario sobre que alguien quizás sí se alegraría.
-Oh, vaya, ¿ahora has cambiado de bando? -reí, soltando una carcajada al aire húmedo. Después de esto, el joven turco pasaría unos días encamado con un buen catarro, sin duda.- Tenía entendido que te gustaban más los lobitos... Dudo que un vampiro se alegre de que haya otro ser más de ese calibre, tan monstruoso y despreciable como un licántropo. -soltaba las palabras con verdadera furia.- ¿Qué harás cuando seas uno de ellos? ¿Te unirás a uno de sus clanes y marcharás en mi busca para matarme cuando seamos iguales? Es asqueroso, Emhyr.

Sabía que el tema se estaba desviando, aunque por otro lado, no me importaba escuchar sus motivos ni hablar sobre este tema en particular. Tenía especial interés por saber qué sucedería con él. De cualquier modo, seguía siendo el hijo de aquella preciosa turca, y seguía portando su sangre; lo único que quedaba de ella. Observé como de su boca, el aliento salía en forma de vapor. Hacía bastante frío, y la lluvia no lo arreglaba demasiado. Yo era intocable, por mí no había problema, pero él acabaría enfermando.

No te preocupes, me dije. Es sólo un humano.