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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Desmond M. Baines Mar Dic 01, 2015 9:52 pm


A salvo en sus Cámaras de Alabastro,
Insensibles al amanecer y al mediodía,
Duermen los mansos miembros de la Resurrección,
Vigas de raso, y techos de piedra.

—Emily Dickinson.


La metodología siempre era la misma, no había nada que cambiara la rutina de la primera noche de cada mes. Las visitas al sanatorio mental estaban programadas para esas fechas, pues, a Desmond se le había informado que justo en esos días se encargaban de depurar el lugar, y él, en su potestad de inquisidor, era quien reclutaba a los pobres infelices que estaban destinados a ser sacrificados; con ellos aplicaba todos los experimentos posibles, los usaba como ratas de laboratorio y aunque rogaran por su misericordia, Desmond no se condolía de ellos. Estaba aferrado a la idea de que era un representante de la ciencia de Dios y jamás debía mostrar clemencia ante aquellos que manchaban la especie humana con enfermedades y deformaciones. Lo consideraba algo terrible.

Estaba de más agregar que incluso, los colores de sus prendas eran parte de sus hábitos; siempre vestía de negro, jamás cambiaba aquel particular color, salvo por la indumentaria típica de un médico, pero no era algo que usara con frecuencia. Desmond era un hombre excesivamente metódico, para él, todo debía tener un orden y un porqué, nada debía escaparse de su control, especialmente cuando se trataba de su particular oficio. Ser líder de los tecnólogos no era tarea sencilla, pero lo disfrutaba y se esmeraba por mantener a la facción con buena reputación. Se hacía cargo del más mínimo detalle y toda labor debía ser ejecutada minuciosamente.

Su maestro lo había sumergido en un mundo en donde no debía existir compasión alguna con esos, que según él, ofendían a Dios con su presencia y que lo único que servían era para ser sacrificados por un bien mayor.

Desmond fue atento  a sus palabras y éstas sólo alimentaron al monstruo que yacía dormido en su interior.

Aquella noche de invierno, se dirigió a aquel lugar en particular, a buscar, como era de esperarse, a sus nuevos conejillos de indias. Para el inquisidor, las personas que estaban recluídas en ese sanatorio no eran más que animales, seres que sólo tuvieron la mala suerte de haber nacido por error y él sería quien se encargaría de acabar con sus miserias, porque se consideraba a si mismo un salvador.

Había cruzado el patio central en compañía de uno de los encargados del lugar. Intercambiaron un par de palabras y tras haber dejado atrás el inmenso umbral en forma de arco, tan típico de las construcciones neogóticas, Desmond se quedó en el gran salón próximo a las extensas escaleras que dirigían a los siguientes niveles del recinto, mientras su acompañante se encargaba de buscar a quienes guardaban los sótanos, en donde tenían encerrados a quienes iban a ser sacrificados.

Sólo bastaron unos cuantos minutos para que aquel que lo guiara hacia sus nuevas presas, apareciese entre uno de los corredores que se hallaban a los extremos de las escaleras. Iba acompañado por tres hombres fornidos que tenían caras de pocos amigos, cosa que poco le importó a Desmond, lo que interesaba era que supieran cumplir con su labor.

—Disculpe por la tardanza, señor Baines —se excusó el hombre luego de haberse acercado al inquisidor—. Hemos actualizado nuestra lista interna, se hará una limpieza de exactamente 25 personas. Aunque... —Hizo una pausa—. Hace tres noches llegó una mujer de quienes no nos fiamos en lo absoluto. Ha sido muy mansa, pero tenemos la sospecha de que se trata de una sobrenatural y siendo usted un miembro de la Santa Inquisición, quizás podría ayudarnos con esta situación. No queremos que los demás enfermos vayan a enterarse de esto. Ya sabe, por razones obvias.

Desmond lo observó con cierto desinterés y tras un bufido, decidió responder:

—Entiendo a que se refiere, pero como ya sabe, sólo he venido aquí por otros asuntos —meditó un poco más sus siguientes palabras—. Puedo hacerme cargo de la situación a menos que esa mujer sea parte del exterminio de esta noche. Esa es mi única condición.

Las miradas de ambos se cruzaron y sólo hubo en ellas maldad. Sin pensárselo mucho, aquel hombre guió a Desmond ante la recién llegada, quien se hallaba interna en el segundo piso del edificio. La noche empezaba a volverse aún más interesante.
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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Miér Dic 09, 2015 11:58 pm

Ciencia y religión no son opuestas.
Es sólo que la ciencia es demasiado joven.
Dan Brown


Perséfone tenía poco tiempo de haber regresado a la ciudad de París, lo había hecho con la única finalidad de poder ver a su vástago y divertirse con él, “por los viejos tiempos” se había dicho a si misma cuando la verdad era que extrañaba tener en su “poder” a aquel muchacho avaricioso que en la búsqueda de conocimiento se entregó a ella y a la inmortalidad. La vampiro hubiera querido correr a encontrarse con su creación, decirle que había regresado a su lado y exigirle que le otorgara la protección que él siempre le había prometido, pero eso le hubiese sido demasiado aburrido a la inmortal así que planeo un encuentro un tanto diferente. Ella conocía bastante bien a su vástago y de hecho se dedico primero a cerciorarse de que siguiera buscando victimas en el sanatorio mental, una vez que se dio cuenta de que los viejos hábitos de su vástago no habían cambiado para nada, Perséfone se dirigió a aquel lugar y fingiendo una enfermedad mental que realmente no poseía, logro ser internada además, bajo sospecha de sus habilidades sobrenaturales lo que le garantizaba un sitió alejado de los rayos del sol y claro, una cita con su querido Desmond.

Tres noches fueron exactamente las que pasaron antes de escuchar un hombre perteneciente a la inquisición había llegado para hacer cierta “limpieza” del lugar. Ante ese hecho, ella no hizo más que sonreír pues aunque había actuado bastante tranquila durante su estancia, bien sabía la inmortal que todos los que le rodeaban temían que en algún momento se decidiera a atacarlos y ese temor, le garantizaba una cita con su vástago.

Con  algo de paciencia, la inmortal espero en la habitación aislada en la que la mantenían. Su mente se hallaba saturada de preguntas ¿Qué pensaría Desmond al percatarse de que se encontraba ella ahí? ¿Le parecería divertida su manera de llegar nuevamente a él? ¿Qué habría hecho durante el tiempo que se mantuvieron separados? Y aunque en su mente rondaran esas preguntas y muchas más, la inmortal ya se había dado respuesta a todas y más valía que las reacciones y respuestas de Desmond fueran lo que ella esperaba si es que no quería verla acabar con todas los sujetos de prueba que en aquel sanatorio mental debían tener destinados para él.

Comenzaba entonces a desesperar. ¿Qué les llevaba tanto tiempo? Se cuestionaba la inmortal, cuando a lo lejos pudo detectar un grupo de pasos que se acercaban a la pequeña habitación donde le mantenían y un olor que conocía bastante bien llego hasta ella, haciéndole sonreír con esa falsa bondad que poseía de manera tan natural.
Ven a mi una vez más Desmond, aquí te espero – susurró por lo bajo. Satisfecha porque hasta ese momento su plan parecía ir tan y como ella lo deseaba.
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Mensaje por Desmond M. Baines Vie Ene 01, 2016 2:54 am


La verdadera ciencia descubre a Dios,
esperando detrás de cada puerta.

—Papa Pío XII.


Casi podía escuchar los lamentos de aquellas almas en desgracia; pero más allá de sentir pena, sentía repulsión y un fuerte deseo de destrucción. Se consideraba un emisario de Dios en la tierra y usaría sus propias manos para acabar con aquello que era impuro ante los ojos del Hacedor.

Había esperado tanto por esa velada que nada podía arruinarla. Todo estaba planeado cuidadosamente; Desmond no había perdido detalle alguno de su visita al Sanatorio. Se conocía la perfecta arquitectura del edificio y la ubicación de cada pabellón. Su confianza era evidente, se exaltaba con cada paso que daba dentro del recinto y una amplia sonrisa se dibujaba en sus labios. Estaba satisfecho con los avances que había logrado en los últimos meses, y nada ni nadie lo detendrían. ¿Cuántas vidas más se necesitaban para alimentar los oscuros planes de aquel hombre ambicioso? De seguro, miles. No pararía hasta conseguir la perfección de la que tanto hablaba su maestro.

Pero hubo algo que no estaba dentro de su casi perfecto cronograma. La presencia de un sobrenatural dentro de las instalaciones del Sanatorio podía traer consecuencias. Desmond lo supo desde el momento en que uno de los encargados del lugar le había hecho mención del asunto. Sin embargo, no cambiaría de planes por aquel obstáculo menor; el inquisidor ya había lidiado con diferentes criaturas en todo lo que llevaba de existencia. Como era de suponerse, iba perfectamente preparado y nunca estaba de más un plan B. Por eso, cuando se dirigió al hombre, lo hizo de manera cautelosa, esperando que aquel aceptara, cosa que era más que evidente.

Antes de que la conversación se alargara con comentarios absurdos y carentes de interés, todos los ahí reunidos decidieron ponerse en marcha. Los cuatro miembros del hospital iniciaron el recorrido a través de la escaleras, un par de pasos atrás los siguió Desmond, quien iba pendiente de cada movimiento a su alrededor; era alguien muy observador y siempre estaba al tanto de cada mínimo detalle. Dicha actitud la había desarrollado desde pequeño, pues su difunto maestro siempre le recordaba que debía estar atento de todo lo que lo rodeara y jamás debía bajar la guardia ante desconocidos. Aquellas palabras las tenía grabada con fuego en su mente y hasta parecían ser enunciadas con la misma voz pausada con la que solía expresarse Graham Wells.

Mientras iba ensimismado en sus pensamientos, el recorrido por el pasillo por el que lo guiaban los otros hombres, lo alertó. De inmediato, Desmond no pudo evitar cuestionarse varias cosas que no les resultaron del todo coherentes. Y no dejó a un lado sus inquietudes. Jamás lo hacía.

Simplemente se detuvo y decidió hablar:

—¿Por qué tienen a una mujer "sobrenatural" en las habitaciones del segundo piso? No se supone que podría ser "peligroso". A no ser que ella los haya manipulado y ustedes hayan caído como idiotas en su trampa, ¿cierto?

Los cuatro sujetos se giraron y le observaron sorprendidos. Al caer en el juego de palabras del vampiro, sintieron vergüenza de si mismos. Intentaron excusarse, pero Desmond les hizo seña para que continuaran, pues ya era tarde para lamentarse. Sólo bastaría con que diera un paso más para percartarse de algo en especial. Aquella presencia, que se hallaba en la última habitación, le era muy familiar. La conocía de alguna parte. Quiso adelantarse, pero prefirió que los otros hicieran lo suyo. Tenía que guardar la compostura.

Cuando la puerta de esa pequeña habitación fue abierta, Desmond no pudo ocultar su sorpresa al descubrir quien era la que se ocultaba entre esas cuatro paredes. Antes de que sus acompañantes fueran a sospechar, el inquisidor evadió cualquier gesto que pudiera delatarlo.

—¿Podrían dejarme solo un momento? Me encargaré de todo. Mejor vayan a preparar la depuración antes de que cambie de opinión —ordenó de inmediato. Los demás hombres le miraron nerviosos; aunque en un principio dudaron, terminaron marchándose del lugar, dejando a Desmond a solas con aquella mujer—. Muy bien, ahora que no hay moros en la costa, ¿podrías decirme en qué diablos estabas pensando para venir aquí?
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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Sáb Ene 09, 2016 10:57 pm

Los humanos eran fácilmente manipulables, caían de manera idiota en las garras de los inmortales y muchas veces se daban cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que ya era demasiado tarde. De esa manera había sido con todos los que laboraban en el sanatorio mental, quienes a pesar de sospechar de las habilidades sobrenaturales de Perséfone, la pusieron en un pabellón donde se encontraban otros humanos y únicamente se cercioraron de que ningún rayo de sol penetrara hasta aquella habitación para sentir que habían cumplido satisfactoriamente con su misión. Eran un grupo de tontos, de eso no cabía la menor duda pues si bien la inmortal se alimentó lo suficiente como para resistir una buena temporada sin sangre, una simple puerta como la de aquel cuarto donde la mantenían, no sería suficiente para evitar que saliera a hacer de las suyas y evidentemente ninguno de ellos, podría detenerla si es que salía de sus casillas. Aún con todas aquellas probabilidades, la inmortal se portó como toda una señorita bondadosa y no daño a nadie pues su único objetivo era encontrarse nuevamente con Desmond y para lograrlo, haría todo lo que fuese necesario.

Con una sonrisa en los labios y sentada sobre una cama maltrecha, Perséfone escuchaba con deleite al grupo que se acercaba hasta la habitación donde la mantenían recluida y fue ahí donde ella comenzó a contar los pasos que les llevarían a estar frente a la puerta. Una vez que los pasos se detuvieron y la puerta se abrió, los ojos de la inmortal se enfocaron en aquel rostro que tan bien conocía.
Es raro que vengan a visitarme, ¿Hice algo bueno, o algo malo? – aquella pregunta realmente no tenía más motivo que desviar la atención de todos los ingenuos a ella, mientras que la inmortal disfrutaba por dentro de la expresión de sorpresa de su vástago.

Las palabras dirigidas por Desmond a sus acompañantes seguían formando parte de lo que ella esperaba que sucediera, así que se mantuvo en silencio mientras observaba como los ingenuos humanos se alejaban de aquella habitación y entre murmullos se alejaban para preparar aquello por lo que su vástago había ido al sanatorio en primer lugar.
Esa es la manera de recibirme después de tiempo sin vernos, vaya que no tienes modales para tratar con las mujeres Desmond – una mueca de disgusto apareció en el rostro de Perséfone quien se puso de pie y se acercó con pasos lentos hasta donde él se encontraba – Deberías estar contento de ver todas las molestias que me tome para verte – sonrió divertida, dejando entrever a la vez sus colmillos – además, los humanos que trabajan en este sitio son todos unos tarados, ninguno de ellos haría nada contra mi así que no hay peligro alguno – aseguró antes de levantar una mano y rozar con el dorso de su mano derecha la mejilla de su creación – ¿No me has extrañado?
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Mensaje por Desmond M. Baines Sáb Feb 20, 2016 2:02 am

Cierta vez, cuando era aprendiz de Graham Wells, fue llevado a un hospital bastante retirado de la ciudad. Desmond apenas tenía catorce años por aquel entonces; estaba emocionado, porque, por primera vez, su maestro le enseñaría sobre cómo seleccionar a los "corderos" que sacrificarían para la Ciencia de Dios. Para muchos, aquel acto, por parte de Wells, era completamente terrible e irrepudiable. Pero, ¿qué más se podía esperar de un inquisidor? Y no cualquier inquisidor, sino, uno que llevaba su devoción al extremo. Desde ese entonces, las visitas a esos lugares, se convertirían en un ritual que Desmond mantendría siempre. Era una verdadera obra de arte poder contemplar las muecas de horror de aquellos a los que él concebía como una plaga. Incluso, en varias ocasiones pensó en hacerle lo mismo a su padre, a quien detestaba y no sólo por los maltratos que sufrió estando más pequeño, sino, por todas la ideas que habían controlado su mente, convirtiéndolo en un ser horrible, carente de misericordia.

Pero Desmond no estaba solo en su perversidad, habían muchos más como él. Sólo que a estos no los movilizaba un motivo tan racional, más bien, los controlaban sus impulsos. Sin embargo, el resultado era el mismo: Acabar con otros más desfavorecidos en diferentes aspectos. Era por esa misma razón que los trabajadores de ese lugar decidieron cooperar con Desmond, porque eran tan ruines como él; porque odiaban a quienes no eran como ellos.

El inquisidor se sentía motivado, en realidad, siempre que llegaba esa noche especial, se sentía de esa manera. El hecho de poder alimentar más su sed de destrucción era algo que casi hacía latir su extinto corazón. Pero, toda aquella emoción se vio arruinada con la presencia de Perséfone, su sire. Desmond no consideró la posibilidad de que la mujer sobrenatural de la que hablaron aquellos hombres, fuera la misma que lo convirtió al vampirismo hacía un siglo atrás. Fue algo que le desagradó por completo. No tenía los mejores recuerdos de ella y la odiaba por haberlo abandonado. Porque sí, Desmond se hizo la idea de que Perséfone lo dejó a un lado, traicionando su confianza.

Al verla ahí, arruinando sus planes, le molestó. Su semblante cambió de expresión de un momento a otro y aunque sabía de lo que ella era capaz, Desmond no daría su brazo a torcer. Ya no era su vástago, ya no le pertenecía. En realidad, nunca le perteneció.

—Tú no te mereces ningún tipo de recibimiento, Perséfone —dijo con frialdad, observándole fijamente, sin expresión alguna—. Ni siquiera tienes motivos para estar aquí. Te largaste hace años y debiste quedarte bien lejos... con tu traición.

Sentenció, tensando aún más la mandícula y empuñando las manos. No estaba contento con verla ahí, no porque arruinaba su magnífico plan, sino, porque la consideraba una traidora y no había cosa que detestara más que a las personas que lo traicionaban. Desmond se sentía completamente indignado y no hizo nada para ocultar su malestar. Incluso, se atrevió a tomar la mano de Perséfone y la hizo a un lado. No quería nada que viniera de su parte.

—No perdería mis valiosos pensamientos en alguien que no lo amerita —espetó, aún sujetando su mano, presionando con más fuerza—. Te largaste con quién sabe cuántos más ¿y pretendes que te reciba con una sonrisa? No seas hipócrita. —Terminó soltándola con brusquedad—. ¿Qué es lo que quieres? Aparte de entorpecer mis actividades de rutina, claro. No me digas... ¿acaso tus amantes no te satisfacen?

Sonrió con ironía, largando luego una carcajada. Estaba siendo molesto y por supuesto, engreído; no iba a quedarse callado, nunca lo hacía y menos con ella.

—Pero pierdes tu tiempo. No estoy para complacer tus caprichitos estúpidos; ni hoy, ni mañana... Ni nunca. Puedes hacerte pasar por loca o lo que se te venga en gana. Igual, no obtendrás mi atención y menos si te comportas como una niña malcriada. Ya estás grandecita para eso —expresó—. Puedes quedarte aquí o lanzarte por la ventana. Me da igual. Adiós. —Se dio media vuelta para retirarse de la habitación, deteniéndose unos segundos—. Una cosa más... Si piensas que con que destruir este lugar, vas a detenerme. Te digo que erraste una vez más. Porque aunque digas conocerme, no lo haces. Sólo es una maldita idea la que te haces, como siempre. La única predecible aquí, sigues siendo tú.

Cerró la puerta de un portazo y se quedó afuera, revolviéndose los cabellos. Estaba molesto y hasta extenuado de verse en esa situación. Era algo que se le escapaba de sus manos y tenía que hallar la manera de cambiarlo.
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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Jue Mar 17, 2016 10:12 pm

La manera tan cuadrada y extraña de pensar de su queridísimo vástago fue lo que hacía ya tantos años, la llevó a convertirlo en lo que era ahora. Desmond pensaba fuera de la caja, en su humanidad mostró mucho mayor potencial que otros mortales que la vampiro conociera y aunando a esos detalles el que le garantizara protección de la inquisición, bueno, aquel vástago era lo mejor que podía haber hecho. Ella no comprendía muchas de las razones que llevaban a actuar al inmortal y poco le importaban, así como a él tampoco le importaban las razones que la llevaban a actuar a ella y que a largo plazo, la hicieron dejarle en busca de diversión, algo no apreciado por Desmond.
No seas grosero – chasqueo la lengua sin dejar de mirarlo, ignorando completamente la frialdad con la que él la observaba – Todos merecen recibimientos a su llegada a algún lugar – sonrió de medio lado – y contrario a lo que piensas, tengo muchos motivos para estar aquí solo que la mayoría no son de tu incumbencia mi pequeño Desmond – el tono de su voz se torno juguetón y hasta un tanto infantil al decir aquellas palabras. Los reclamos de su vástago en lugar de alterarla o hacerla sentir mal, le ocasionaban gracia. Sobre todo esa manera en que la llamaba traidora, a lo que respondió llevando una mano a su boca para tapar la risita que se escapaba ante semejante tontería – Desmond, me aleje a tomarme unas vacaciones, todos los inmortales normales hace eso – deliberadamente hacía mención de la normalidad, todo para que el recordase que ni ella, ni otros eran tan extraños como él.

Las reacciones ajenas aunque en cierto grado esperadas le resultaban mucho más entretenidas de lo que creyó en un inicio. Esa tensión en el cuerpo de su vástago, esa mirada de reclamo, esa forma brusca de tomarle la mano.
¿Estas molesto? – la cara de la romana transmitía una inocencia que verdaderamente no iba ni con sus pensamientos ni con sus actos y una sonrisa apareció en sus labios cuando los reclamos se tornaban más personales. Perséfone había tenido amantes en los años separados, era ridículo pensar que no era de esa manera, así como también era ridículo pensar que solo deseaba estar con su vástago, aún con esos detalles, le gustaba esa manera tan peculiar que él tenía de mostrarse quizás posesivo y un tanto celoso –  No me largue con nadie – dijo rodando los ojos – Fui únicamente de viaje, París me tenía aburrida – el agarre en su mano se volvió más fuerte y la mirada de la inmortal se posó sobre los ojos ajenos hasta que él la soltó, escupiendo un par de dudas al tiempo que lo hacía – No quiero nada, solo volví – rió – y no tiene nada que ver con malos amantes, es solo que ya teníamos mucho tiempo separados, era momento de volver – Aunque le gustará como se comportaba Desmond, Perséfone tenía un limite y más valía que él supiera mantenerla contenta. Su vástago no le temía y eso se debía a que pese a saber lo que ella era capaz de hacer, nunca lo había experimentado directamente pero tampoco debía jugar con su buena suerte.

Ambos se conocían, sabían como dañarse y hacerse sentir realmente mal. Esos fueron los motivos que ella suponía llevaron a Desmond a soltar aquellas palabras que la dejaron a ella simplemente mirándolo, con la ira acumulándose en sus entrañas pero no siendo mostrada en su perfecto semblante de mujer inocente.
Lo que su vástago le decía no lo hubiera tolerado de nadie, pero con él hacía una excepción. Le dejó decirle todo cuanto deseaba e incluso salir de aquel mugriento cuarto todo para tomarse unos momentos, tras los cuales, siguió los pasos de su vástago abriendo la puerta que antes él cerrará y observándolo con una seriedad absoluta.
Desmond tengo algo que decirte – dio un paso al exterior, sin alejar la mirada de él – Piensas que no te conozco, piensas que no nos pertenecemos y que puedes hacer lo que te venga en gana, no solo conmigo sino con todos los que te rodean. Piensas que eres el único con sensatez y madurez– le sonrió – pero estas terriblemente equivocado – dio un par de pasos más, hasta quedar nuevamente muy cerca de su vástago – El único infantil y estúpido aquí eres tú, porque si fueras lo suficientemente listo sabrías que me comporto de esta manera porque me agrada y me funciona, pero eso no quiere decir que no pueda comportarme con seriedad – levantó nuevamente la mano y con la uña, delineo la mandíbula de su creación de manera burda – Tienes que aprender a dar gracias que contigo me comporte de manera infantil y no seria porque el día que verdaderamente me molestes con tus estúpidas actitudes, ni tu maldita organización va a poder salvarte – y dicho eso, la seriedad abandono su rostro, siendo suplida por su sonrisa infantil – Ahora… ¿Qué tienes que hacer en este sitio? Porque espero terminemos pronto, quiero irme a casa.
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Mensaje por Desmond M. Baines Dom Mar 20, 2016 9:55 pm

De un momento a otro, sus planes se vieron ofuscados por la presencia de aquella mujer. Desmond se sentía molesto; odiaba cuando el azar irrumpía en sus asuntos, derrumbando todo a su paso. Era como una ecuación; si el resultado estaba mal, algún cálculo había fallado y todo se iba al garete. Él solía tener las cosas perfectamente planificadas y nada de lo que hiciera podía fallar. Pero esa noche se equivocó; tampoco se culpaba por el rumbo que había tomado la situación. En realidad, no contaba con que Perséfone iba a aparecerse después de tanto tiempo y menos en aquel sitio. Pero claro, ella lo conocía. Sabía de sus andanzas y cuáles eran sus métodos preferidos. Encontrarse con esa debilidad hizo que Desmond se sintiera furioso, no tanto con su sire, sino consigo mismo. Había dejado una brecha abierta y eso le disgustaba; no acostumbraba a socializar con las personas, pues su maestro le hacía ver que eso podría traerle consecuencias más adelante. Aunque ya era demasiado tarde para darle la razón.

Perséfone le exasperaba con su constante aire de grandeza, y aunque, él no fuese el hombre más humilde, detestaba que alguien quisiera humillarlo o siquiera manipularlo como lo hacía ella. Le resultaba algo odioso y que no lo dejaba pensar bien. Pero no podía aferrarse a la ansiedad que experimentaba en su inmortalidad; debía hallar la manera de apaciguar su amargura y por ello se alejó de la presencia femenina que tanto le taladraba la razón.

Ignoró cada palabra pronunciada por esos labios malditos; esa voz le hacía entrar en cólera. Sin emabrgo, cuanto dijera o advirtiera, no sería de ayuda. Esa criatura egocéntrica que le había dado la no vida, no iba a dejarlo en paz.

—¿Pertenecernos? ¿En qué mundo vives? —Inquirió, sin verla a los ojos—. ¿Piensas pasar toda la eternidad haciéndote esa idea? Lo nuestro fue un simple trato; tú me diste algo a cambio, mientras yo te ofrecía protección. Sino, hubieras terminado convertida en cenizas por los inquisidores que estaban tras tus pasos.  —Le observó sin ningún atisbo de emoción en su semblante—. Mírate... Hablas de que soy un inmaduro y un estupido y tú fuiste quien me creaste. Tenemos cosas en común, ¿no lo ves? No, no lo creo. Eres demasiado superficial y ególatra para darte cuenta de eso. Vienes aquí a intentar, ¿qué? ¿Conquistarme?

La risa de Desmond rompió el silencio. Aquella carcajada resonó en cada rincón del pasillo, pero sólo bastaron unos pocos segundos para que volviera a su cara inexpresiva, mientras guardaba las manos en sus bolsillos y observaba a su creadora, detallando cada centímetro de su pálida piel.

—No eres Dios para que tenga que agradecerte algo —dijo con soberbia, evidentemente cansado de la conducta de la mujer—. Perséfone... —Masculló, tomándose el tiempo para continuar con las palabras que rondaban por su mente—. A ver, me parece que estás en un error. Han pasado casi cien años desde que te largaste. Sobreviví y ya no te necesito. Lo nuestro sólo fue un acuerdo que ya se cumplió, ¿comprendes? No quiero que estés por aquí actuando como una nena caprichosa.

Bufó sin poder ocultar su cansancio. ¿Por qué ella tenía la maldita necesidad de tomar esas actitudes que tanto le disgustaban? Ahora comprendía porque su relación se quebró desde un principio. Ambos pensaban diferente y prácticamente eran como agua y aceite. Se repelían siempre.

—Haz lo que se te pegue en gana, Perséfone. Yo me voy... No tengo nada que hacer aquí.

Inició la marcha, dejando a un lado a la vampiresa. Desmond no era el jovencito sediento de conocimiento de antaño, sino un hombre que había dejado a un lado toda su humanidad para convertirse en una criatura apática y detestable.
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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Mar Mayo 17, 2016 10:32 pm

Ella había llevado a cabo un plan perfectamente planeado para encontrarse nuevamente con su vástago, aquel mal agradecido que se atrevía a tratarla tan fríamente, llamarla infantil y dejarla sola en aquella maltrecha habitación en donde tan pacientemente lo espero. ¿Acaso no valoraba todos los esfuerzos hechos por Perséfone para verlo? Era evidente que no y pese a los actos tan desagradecidos que él hacía, ella decidía perdonarlo. No podía culpar del todo a Desmond, después de todo fue Perséfone quien opto por abandonarlo e irse a pasear pero ella no aceptaría nunca que su manera de actuar fue la menos prudente. La vampiro era caprichosa, engreída pero sobre todo, incapaz de ver sus defectos así que sin importar lo que sucediera, a sus propios ojos jamás tendría la culpa de nada.

La inmortal siguió a su maravillosa creación al exterior de la habitación, aquella donde él se atreviera a dejarla y después de darle un “ligero sermón” le sonrió de manera despreocupada, como si todo lo que acababa de decir no fuera a hacerlo enojar más, como si Desmond debiera simplemente escucharla, tomar notas mentales de lo dicho por ella y seguir como si nada hubiera pasado, algo que no iba a suceder. Su vástago, era justamente su otra mitad cuando a terquedad e ideas firmes se trataba y quizás era por eso que ella se encontraba tan obsesionada con él a pesar de los años transcurridos.

Cuando su creación comenzó a hablar sin verla a los ojos, Persefone sintió la furia arder en su interior. Desmond podía decir cuanto quisiera, negar todo lo que ella dijera y hacer cosas que a la inmortal no le parecieran pero nunca, absolutamente nunca debía alejar su mirada de los ojos de la vampiro. La falta de contacto visual al llevar a cabo una conversación era algo que la enfurecía desde sus tiempos de mortal, algo que no podía evitar volverla colérica.
Ojos aquí inquisidorcito – mencionó para después prestar atención a lo que le decía y a la manera en que su rostro se giraba a ella, carente de emoción alguna – Lo nuestro fue un trato en eso tienes razón pero eres un tonto si piensas que ese trato iba a volverte libre de mi – le sonrió con burla en su perfecto rostro – y ¿Piensas de verdad que me salvaste de los inquisidores? – se rió de manera descarada – Por favor, hice ese trato contigo simplemente porque ya estaba aburrida de tener que estar asesinando inquisidores y lidiando con sus tonterías – ladeo el rostro – soy perfectamente capaz de cuidarme sola, pero un trato contigo sonaba interesante. Trata de negar que tenemos ciertos aspectos en común tanto como quieras, pero sabes que eres tan ególatra como yo y no – le miro de arriba abajo – no vengo a conquistarte, vengo a pasar tiempo contigo porque te guste o no Demond, soy tu creadora y de verdad que ese lazo no podrás romperlo nunca.

Claro que él pensaba que no tenía que agradecerle nada, la inmortal nunca le había mostrado realmente todo de lo que era capaz. Desmond conocía después de todo la faceta más inofensiva y boba de la vampiro, pero debía saber que en el fondo no era ni tonta, ni infantil.
Cree lo que quieras Desmond, así cuando te des cuenta de la verdad vas a arrepentirte de muchas cosas – soltó un suspiro innecesario y rodo los ojos al escucharlo – y yo ya te dije que aunque haya sido un trato nuestro lazo nunca va a romperse, por lo que eres un tonto de creer lo contrario.

Aquella no era la primera y de seguro no sería la última vez que ambos vampiros discutían, de hecho, su relación siempre había sido así de complicada pero obsesiva, al menos por parte de la inmortal a quien no le importo en absoluto la expresión de cansancio de su vástago, ni las palabras que le siguieron.
Pues entonces vámonos a casa, quiero ver donde es que vives ahora – sonrió – Por cierto, ¿Qué sucedio con tu hijo? – el hijo de Desmond era apenas un pequeñito cuando la vampiro llegó a la vida del inquisidor, así que no podía evitar la curiosidad que sentía sobre saber si su vástago se atrevió a convertir a su propio hijo o aquel chiquillo ya se encontraba bajo una fría lapida en el cementerio.
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Mensaje por Desmond M. Baines Miér Ago 10, 2016 12:45 am

Si existía una persona que fuera capaz de desquiciarlo, esa era Perséfone. Desmond había lidiado con muchos personajes exasperantes a lo largo de su existencia, pero su creadora se llevaba el primer lugar, algo que lo irritaba de manera descomunal, pues odiaba tener que verse vulnerable ante alguien. Él siempre se había considerado superior a otros, intocable; él se consideraba la mano derecha de Dios en la tierra, por eso tenía el don de comprender perfectamente la ciencia. O al menos eso era lo que le dijo una vez su maestro. Aquellas enseñanzas aún se mantenían grabadas a fuego en su mente; tampoco era de extrañarse que Desmond se hubiera convertido en una copia exacta de Graham Wells. Aunque la tenacidad del discípulo y su determinación, fueran peores que las del maestro. Uno sabía cuándo parar, el otro no. Y ese era Desmond Baines. Por eso estaba en ese lugar, para destruir; para quitar de en medio lo que consideraba un estorbo en este mundo. Pero sus planes se vieron arruinados por completo, algo que no pudo tolerar. Era como si hubiera perdido una batalla muy personal.

Las palabras aumentaban más su indignación; parecía que todo lo mencionaba era para sacarlo de sitio, descolocarlo y avivar más las llamas de su rabia. Aun así, Desmond continuó su marcha, sintiéndose internamente derrotado; pero Perséfone no paraba de recriminarle por todo y tampoco dejó seguirlo. Por lo que tuvo que detenerse a escasos pasos lejos de ella, con la cabeza gacha, intentando hacerse resistente y no caer en sus provocaciones.

—Si te salvé o no, ese no es mi problema. Sólo me interesaba el beneficio que obtendría por tener que aguantarte —dijo a secas, girándose para confrontarla de nuevo—. ¿Lo ves? Presta atención a tus palabras, Perséfone. Decir que sólo estabas aburrida, más allá de tener un objetivo claro, es una actitud inmadura —cruzó los brazos, observándola con seriedad—; también es desagradable y peca de absurda. ¿Qué no te cansas? Llevas siglos existiendo, y en vez de aprovechar ese tiempo en algo grande, sólo andas por ahí y por allá, ¿haciendo qué? ¿Fastidiando a otros? Es patético y bajo.

Las palabras de Desmond parecían dagas afiladas. Pocas veces dejaba escapar parte de su sensatez y mostraba ese lado formal que no solía surgir con facilidad. Él solía ser sarcástico, severo en excesos, y un maestro del teatro, tendiendo a guardarse para sí mismo la verdad de sus memorias. Sin embargo, en ese momento, dijo lo que se cruzaba por su cabeza, en vez de agregarle más tonterías al asunto.

—Y saca a Baptiste de esto, no es tu asunto. Lo que haya sucedido con él no es tu problema —respondió de mala gana—, ya está bueno. Y no, no vendrás conmigo a ninguna parte. No fastidies. Ve a inoportunar en la existencia de otros, no en la mía. —Exhaló y al cabo de unos segundos terminó acortando toda distancia entre ambos—. Si tomaras una actitud diferente, yo no te rechazaría tanto, Perséfone. ¿Por qué siempre tuvo que ser así?

Extendió la mano para acariciar los cabellos de la vampiresa, como lo hubiera hecho tiempo atrás, cuando apenas era un mortal. Aunque renegara de ella, seguía siendo su creadora, aquella que compartió su inmortalidad con él y eso... eso era algo que no podía negar, por más su ego se empeñara en hacerlo a un lado.

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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Sáb Oct 08, 2016 11:44 pm

Eran como perros y gatos, incapaces de llevarse bien ni aunque de eso dependiera su supervivencia. La relación entre Perséfone y su vástago siempre fue así de complicada y volátil, lo que volvía de cierta manera increíble el hecho de que ella lo hubiera transformado en un principio y aún más increíble era que lograron convivir sin matarse durante un corto periodo de tiempo, quizás todo eso se debía a que aunque ambos lo negaran rotundamente, en el fondo se querían.

Desmond había sido una válvula de escape, una oportunidad de existir de manera diferente para la vampiresa, un negocio conveniente que poco a poco paso a tornarse en algo más importante de lo que esperaba. Eso era lo que la había llevado a huir, el darse cuenta de que Desmond se volvía cada vez más importante para ella, el notar que se preocupaba realmente por él, algo que no ocurrió nunca con nadie. Aterrada ante sus extraños sentimientos, Perséfone hizo lo que creía lo más adecuado, huir. Huir antes de que terminaran por intentar matarse, tal y como le había sucedido a su creador y a ella cuando el amor se transformó en odio y el deseo por el bien del otro en deseos de muerte; algo que ella no quería sucediera con su vástago, porque aunque no lo aceptara, Desmond era lo más importante para ella.

Andando detrás de su vástago, Perséfone no dejaba de hablar, insistiendo con el hecho de que por más que trataran de alejarse, el vinculo formado por la sangre sería imposible de romperse.
Ambos obtuvimos un beneficio por aguantarnos, ya, eso quedo claro pero… – las palabras se quedaron en sus labios cuando la figura del inmortal que andaba frente a ella se giro a observarla de manera severa, como un adulto que regañaba a un pequeño infante por hacer las cosas que no debía – Bueno, uno de los dos debe tomarse la existencia más relajada que el otro después de todo aunque somos vampiros nada nos asegura que seres eternos, así que tal y como hacen los mortales, vivamos una noche a la vez – sonrió mostrando su blanca dentadura – Me funciona esta actitud inmadura y absurda para sobrevivir, además que antes no te fastidiaba tanto – cruzó los brazos también – ¿Tanto me odias? – Dejarlo fue una estupidez si, pero no podía culpársele a alguien que no sabía como reaccionar ante sentimientos nuevos.

El tema de Baptiste siempre era algo que alteraba a Desmond, pero la respuesta de su vástago basto para hacerle saber que el muchacho se encontraba bien y eso a ella le era suficiente.
¿De verdad vas a dejarme aquí? – Perséfone se mantenía inmóvil en su sitio, mirando con cierto dolor a su vástago, mismo que se desvaneció al verlo acercarse más a ella y acariciarle los cabellos. Una sonrisa cargada de tristeza apareció en sus labios, mientras que sus manos iban a sujetar la de su vástago – Si hubiera sido de otra manera, esto – apretó la mano de su vástago un poco – jamás hubiera funcionado. Nunca nos hubiéramos acercado el uno al otro si hubieramos sido diferentes – sonrió un poco más alegre – No me importa que me odies y me quieras fuera de tu existencia, prefiero eso a la posibilidad de nunca habernos conocido – dicho eso soltó la mano de Desmond – y bien, creo entonces que no hay posibilidad de que vaya contigo a casa, ¿Verdad? – no podía dejar de tratar de estar cerca de él, pero si en definitiva era imposible, iba a rendirse… al menos esa noche.
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Mensaje por Desmond M. Baines Sáb Feb 04, 2017 12:57 am

Sí, todos, –o casi todos–, conocían esa postura de bastardo que mantenía Desmond, como si nunca hubiera existido algún tipo de humanidad en él. ¿Había nacido con los sentimientos tan podridos? Tal vez. Pero lo cierto es que pocos, poquísimos en realidad, conocían la verdadera historia del inquisidor, aquella misma se remontaba a su infancia. Había sido un muchacho maltratado, proveniente de un núcleo familiar disfuncional, y para colmo, el único que le brindó protección, terminó convirtiéndolo en un monstruo aferrado a una ciencia corrupta. Perséfone no hizo más que empeorar aquel estado de locura en Baines, el mismo que intentó hacerle abandonar su difunta esposa, a quien asesinó sólo por contraer una enfermedad respiratoria, que con todo el conocimiento de Desmond, hubiera sido perfectamente curable. Sin embargo, para él, la única cura era la muerte.

Que su creadora estuviera en ese lugar, el mismo que pretendía le ofreciera una noche perfecta, no solucionaba nada. Estaba molesto, colérico, a punto de querer volarle la cabeza a alguien. ¿Cómo podía ser ella tan estúpida? Y peor, ¿en qué diablos estuvo pensando él en dejarse convertir por semejante criatura? Al menos pudo haber aceptado la inmortalidad por parte de un vampiro mucho más sensato, inteligente, ¡alguien lo más parecido a su maestro Graham! Pero no, ahí estaba el motivo de su reciente malestar. Desmond la observó en silencio por largos minutos, recordando lo que ocurrió hacía cien años atrás. No quería aceptar que había sido un imbécil al asesinar a Elodie, aunque una parte de sí mismo le repitiera constantemente que había hecho bien.

Se alejó repentinamente, cortando la distancia de manera fugaz. Se refregó el rostro y volvió a sentirse como una bestia enjaulada. Haber sacado de sus abismos mentales el recuerdo de Elodie no fue lo más indicado.

—¿Y qué pretendes? Tú misma te internaste aquí, ya eso escapa de mis manos —afirmó con crudeza—. Y ya, no digas más, Perséfone. Quizás, si hubiera sido de otro modo, pudiste haber acabado como ella. No me gusta admitirlo, pero sí, que seas una malcriada es lo mejor, así te evito lo mejor posible. No puedo permitir distraerme cuando tengo tantas cosas pendientes —espetó. No podía creerse lo que acababa de hacer, era tan temperamental en algunas ocasiones. Pero, aunque quiso decirlo, se guardó la verdad. Quiso ver en Perséfone a Elodie, y acabó todo mal. ¡Y mejor así!—. ¿Por qué no te consigues tu propia casa? Sólo irás a molestar, y a estar interrumpiéndome. También fastidiando a Baptiste. ¿Cuál es el empeño? Estuviste, óyeme bien, un siglo entero fuera. ¿Cuál es tu insistencia?

Hizo una pausa, conteniendo todo el enojo en su interior. Por más que le dijera a la vampira que no, que no podía irse a vivir con él, ¡porque no la quería cerca! Ella insistiría, una y otra vez, hasta lograr que perdiera los estribos. Concluyó en ahorrarse otra discusión innecesaria por su bien mental.

—¡Bien! Bien. De acuerdo —aceptó, aunque no estuviera tan contento—. Pero, bajo mis condiciones. Primero, no estarás merodeando en mi lugar de trabajo, segundo, dejarás a Baptiste fuera de esto, tercero, nada de creerte la dueña de la casa. En fin, todo va al mismo punto de no causarme disgustos innecesarios, ¿te parece bien? Si no, entonces, puedes empezar a acostumbrarte a este lugar.

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Mensaje por Zenevieva Nikoláievich Miér Abr 19, 2017 5:03 pm

En el fondo de su ser la inmortal sabía que nunca fue lo que Demsond espero tener de creadora. Ella fue simplemente una inmortal que apareció en el momento preciso frente al Baines que ya tenía en la cabeza la idea de la inmortalidad y como Perséfone aprendió, cuando una idea se le metía a Desmond en la cabeza no existia nada ni nadie que se la quitara. Perséfone entonces no fue más que la solución a la idea que Desmond no podía expulsar de su cabeza y pese a que ella lo supo todo el tiempo, acepto a convertirlo. De cierta manera ella estaba tan enferma como él. La inmortal después de todo se negó a perderlo en manos de otro vampiro, lo convirtió para atarlo de manera retorcida a ella y ahora, después de tanto tiempo era evidente que las desiciones de ambos no fueron del todo las indicadas.

Con los ojos fijos en los de su vástago, Perséfone sonrió. Estaban los dos algo dementes pero con toda y su demencia, se querian y a su manera, se preocupaban por el otro.
Es que vine aquí porque sabía que si aparecia por tu trabajo estarías mucho más molesto. Tampoco podía llegar a tu casa porque quizás me hubiera recibido Baptiste y a ti no te gusta que este mucho cerca de él – La inmortal aún no comprendia bien porque a Desmond no le gustaba verla cerca de su hijo, después de todo, ella prometido nunca ponerle un dedo encima o dañarlo así que desde su punto de vista las preocupaciones paternas de Desmond estaban de más. Ante la petición de su vástago porque no dijera más, guardo silencio. En los ojos de él podía ver que le daba de cierto modo la razón y eso para ella era suficiente – No me gustan las casas aquí en París, son demasiado grandes y una casa para mi sola – frunció el ceño – No me convence del todo – se encogió de hombros ante el recordartorio del tiempo que paso lejos de su vástago – Ya sé que fue mucho tiempo pero les extrañe y te juro que es la verdad – Los Baines eran lo único en el mundo que de cierta manera daban sentido a su existencia porque ni siquiera de su creador sabía algo ya.

En el segundo que Desmond acepto que fuera a vivir con ellos, Perséfone dio un par de saltitos, seguidos de su firme promesa de hacer lo que él le indicara.
Sera como quieras y me portare muy bien – una enorme sonrisa aparecio en sus labios y mientras escuchaba lo que su vástago tenía para decir asentia – Claro que me parece. Ya veras que ni siquiera notaras mi presencia y que no volvere a hacer nada como esto – miro a su alrededor – ahora… ¿Nos iremos de aquí juntos? O ¿Tengo que idear mi escape? – preguntó curiosa aunque para ese momento ya tenía una idea bastante extravagante para salir de aquel lugar, aunque seguramente a Desmond no le agradaría tanto como a ella.
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