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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Vie Mar 18, 2016 9:59 am

A veces, todo lo que hace falta para desatar el caos más absoluto es una sonrisa en el momento perfecto y a la persona adecuada. Nada más, y nada menos tampoco. Si la persona en cuestión es un inepto que no da a su mujer lo que necesita, seducir a la mujer es la mejor manera posible de que su hombría se vea tan herida que necesite repararla de la manera más animal posible. ¿Cuál? Fácil: pelear. Miklós comprendía bien el instinto porque él mismo estaba buscando pelea; había recibido un encargo hacía un par de días de entregar la cabeza de ese hombre, lleno de deudas, en bandeja, y desde entonces lo había ¿observado? No. Lo había catalogado rápido; desde entonces, había estado tonteando con la hembra a la que llamaba suya. Una mujer, aquella, que era tan aburrida que se cansó enseguida, pero por el bien de las apariencias fingió que seguía interesado durante los dos días que necesitó para volverla loca. Al tercero, los siguió a las callejuelas del barrio más bajo de París, donde él iba a embriagarse y a perder sus escasas monedas a las cartas, y cuando supo que tenía su atención, le sonrió. Y él, por supuesto, reaccionó como Miklós había sabido que haría desde el primer momento: atacó. El golpe le llegó certero, a un ojo, que después se le hincharía y se teñiría de un intenso color púrpura; por lo pronto, Miklós sonrió entusiasmado, lo agarró por las solapas del traje ajado que llevaba y lo arrastró hacia uno de los locales vacíos, abiertos, que se encontraban en aquella calle. Fue a partir precisamente de ese momento que Miklós Laborc, a quien llamaban el húngaro, empezó a disfrutar de su violencia, del ataque, de la pelea.

Su contrincante lo atacaba rápido, lleno de ira, pero él lo era más, y la adrenalina que corría por sus venas y a la que él no sabía cómo denominar lo hacía disfrutar de cada uno de los ataques que recibía. En un alarde, incluso, de su carácter pendenciero, dejó que lo atacara sin casi defenderse, con lo cual le destrozó la mandíbula y despertó por completo a la bestia que dormitaba, siempre muy despierta, en el interior de aquel Laborc. Con el sonido del crujido de su propia mandíbula muy de fondo, el húngaro tomó la iniciativa y lo empujó contra la pared para partir la viga de la habitación en la que ambos estaban peleando. La mujer gritaba; el hombre gemía de dolor; Miklós, por su parte, sonreía como podía mientras notaba que el golpe ya empezaba a sanar. Con esa certeza, esa faena que su naturaleza de cambiante traía consigo, escupió la sangre que se le acumulaba en la boca y lo golpeó en las rodillas para destrozárselas y que no pudiera levantarse. A partir de ahí, fue pan comido; la diversión de Miklós se esfumó y se transformó en crueldad, y la consecuencia principal fue que su enemigo cayó inconsciente demasiado rápido. El húngaro chasqueó la lengua y pudo así sentir los cortes del interior de su boca, el resultado de una buena pelea, aunque desde el principio él hubiera estado en una posición superior. A continuación, echó un vistazo rápido a su cuerpo y no le sorprendió ver la ropa rasgada y las heridas de su piel abiertas y sangrantes, casi expulsando pus. No le importaba: cada uno de los pinchazos de dolor era lo más parecido que tenía a la satisfacción, en absoluto relacionada con haber realizado un buen trabajo (aunque él supiese, ¡era evidente!, que así había sido).

En un alarde de fuerza, y pese a su cuerpo destrozado por su propia culpa, se lo echó al hombro y lo condujo por las callejuelas de aquella mala zona, plagada de prostitutas, bastardos y pendencieros como él mismo. Una vez abandonó la frontera invisible de la podredumbre parisina, se dirigió hasta los escalones de la entrada de la casa del judío que exigía al despojo humano como pago por las deudas que tenía con él. Allí lo arrojó; llamó a la puerta y, con desdén, se cruzó de brazos, esperando que el dueño tuviera a bien atenderlo. En cuanto lo hizo, no le dedicó a Miklós más de una mirada indiferente, y eso hizo que el cambiante apretara los puños de pura rabia, que se intensificó cuando le arrojó un saco de monedas como pago por sus servicios. Con él guardado en los harapos, se alejó de una zona de la ciudad donde lo miraban demasiado, y como respuesta él devolvía miradas hostiles, totalmente a la defensiva y casi erizado como lo estaría un felino. Qué apropiado, ¿no? De aquella guisa, se dirigió de nuevo a los barrios bajos, en concreto a la tienducha donde le cambiarían las monedas por algo de rapé, un bien escaso pero deliciosamente satisfactorio. Eso lo sabía sin llevárselo aún a la nariz, lo recordaba de todas las veces que lo había catado con anterioridad, y aquella no fue una excepción. Con satisfacción casi obscena, lo consumió, como no podía ser de otra forma, solo, tirado en un callejón detrás de las casas y cerca de la linde del bosque. Aspiró el rapé, deliciosamente molido, y después se frotó la nariz para eliminar los restos que pudieran quedarle, mezclados con la sangre coagulada. Ante tal imagen, hizo una mueca; no le disgustaba la sangre fresca, corriendo por sus puños y por las heridas de su cuerpo, pero cuando se coagulaba no le gustaba en absoluto, y ese era el momento de eliminarla. Por suerte, se encontraba lo suficientemente cerca del bosque para poder hacerlo fácilmente, así que se incorporó de un salto y antes de tocar el suelo ya era una pantera que corría entre los árboles hasta llegar a la laguna.

No volvió a transformarse en el humano herido hasta media hora después.
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Mensaje por Darko DeGrasso Jue Abr 14, 2016 1:32 pm

El término “cazar” no me gustaba en absoluto, era más bien limpiar, sí, limpiar la mugre que existía en el mundo para cambiarla por una perfecta normalidad. En donde todos podían estar tranquilos y yo podía disfrutar los más horribles estragos causados por mi mano. Por supuesto, “horribles” era solo por mi propia venganza, podía dar algunas muertes limpias cuando mi humor no estaba bueno; algo que se tergiversaba cada vez más. Como Inquisidor General mis labores iban de la mano de las monjas y sacerdotes; haciendo que los herejes confesaran sus pecados para que luego fueran liberados en los actos de fe; con la carne siendo comida por la lengua del fuego rojo y azul, haciendo una combustión casi perfecta. Sin embargo, con mis más de cien años, seguía adorando ir a la fuente principal de los sucesos. Durante un tiempo en Italia había optado por trabajar servicialmente en los sótanos, pero ahora, con la nueva excitación de vivir para una misión, había vuelto a las andadas. Ser soldado era ideal para mí y había decidido aceptar ser la mano derecha de un joven líder. De esa forma podía tomar mis propias decisiones y al mismo tiempo terminar de entrenar a aquel indulgente muchacho que tenía demasiada poca cordura, parecía cegado por la necesidad de destruir. “Condenados”, así es como nos llamaban, pero yo había optado por verlo como un don y no como un sacrificio de dolor. Un poco de oscuridad para hacer el mundo aún más limpio que antes. Dios necesitaba un plus del demonio y nosotros, los fieles, estábamos para aceptarle el mandato. Como así hicieron con mi familia cuando ellos se merecían la muerte por ser hostiles y desagradables, me lastimaron a cambio de su felicidad y ahora, estaban muertos. Relamí la parte interior de mis dientes y con cautela fue que salí de la institución santa. Dirigiéndome a los mullidos bosques en tanto la imaginación comenzaba a perderme en el camino, como un adolescente que no tenía otra cosa más que imaginar irrealidades.

Me zambullí entre las plantas nacidas de la mano de Dios, sentí en las lejanías un aura sobrenatural cambiando y me bombardeó un pasado de nostalgia y desprecio. Mi rostro grotesco se fruncía en tanto me dedicaba a sacar los guantes de cuero, eran de piel de un cambia formas gatuno, los llevaba como un trofeo personal. Después de todo, ellos me habían arruinado la esperanza.

Por un momento pensé que se trataba de la cambiante ave que tiempo atrás me había encontrado. Chasqueé los dientes, lo hubiese preferido pues al final ésta se me había salido de las manos gracias al favor de su familia; lo admitía, habían dañado un poco de mi orgullo. La sonrisa espeluznante se iluminó en mi rostro y antes de lo esperado tenía un zorro anaranjado frente a mí. Podía sentir que venía a matarlo y se quiso escapar antes de que me moviera. ¿Estaba haciendo algo ilegal? Sí, en parte sí, se suponía que no debía asesinar a nadie sin permiso extremo de la iglesia. Contrariamente debía llevarlos a que confiesen para luego ser ejecutados. Mas una falta cada tanto no le hacía ningún daño a mi historial implacable.

Media hora más tarde la sangre cubría la totalidad de mis guantes. Apenas un rasguño estaba en mi mejilla derecha. Lo demás no era sino sangre ajena que me hacía lucir algo maltratado. Podría decirse que había salido de una carnicería, ya que algunos restos de órganos estaban enredados en los hilos de cuero. Un interior sumamente cálido era el de la mujer que lentamente había fallecido hasta quedar irreconocible y esparcida en los suelos de tierra. No tardaría mucho en terminar de ser devorada por los reales animales de la naturaleza. La había dejado lo suficientemente abierta desde la pelvis hasta la garganta para que luciera como un manjar para las bestias.

Me sentía relajado, mi humor se había desvanecido y un rostro como un póker se volvió a vislumbrar. Caminé por más de veinte minutos hasta llegar al río que recorría el medio de la floresta. No lo conocía, no obstante podía olerlo con finura. La arboleada comenzaba a desaparecer y me agaché para limpiar los guantes y sacudirlos, dejándolos a un costado. Los sonidos eran fáciles de distinguir, pero jamás me escondía en soledad. Solo cuando me encontraba en grupos hacía uso de mi sigilo. Y en ese entonces todo estaba despoblado. Lentamente tomé con la mano un poco de agua, escurriéndomela por el rostro, sintiendo la frescura divina del momento. Luego éste se esfumaría tan solo unos minutos después. — “Como notario del Santo Oficio y con la facultad que ello me confiere, doy por asentado en esta habla este interrogatorio.” — Susurré con una inmensurable calma cuando las patas de un animal se acercaron a un radio prudente de mí. Me encaminé a un costado, estirando el viejo cuello a los lados e inquietante esperé la aparición de otra detestable bestia. Una que al final del día me sorprendería, algo que desde hacía setenta años no sucedía.
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Mensaje por Invitado Dom Abr 17, 2016 6:41 am

El listillo de Miklós, todo lo erróneamente de lo que era capaz, había asumido demasiado rápido que transformarse en una bestia y después volver a ser humano ayudaría a curar con mayor celeridad las heridas de su cuerpo musculoso. Suponía, no sin cierto atisbo de lógica (al César lo que es del César), que si esa habilidad había nacido vinculada a su naturaleza animal, pues no había sido hasta su primera transformación que sus heridas constantes se habían curado más rápidamente, ponerse en contacto con esa faceta la aceleraría. Y tal vez en otras ocasiones hubiera sido cierto, pero como era costumbre suya, Miklós no había terminado de calcular bien el alcance del daño que había sufrido en su afán por sentirse vivo, esa maravillosa manía que lo acercaba cada vez más a la muerte. Una contradicción que a él le resultaba particularmente sabrosa, ¿o tal vez eso era la sangre? Sí, definitivamente era la sangre: aún dentro del agua de aquella laguna, que lo cubría hasta la cintura y dejaba a la vista la mayor parte de heridas de su cuerpo semidesnudo, escupió y pudo notar el hilillo de sabor metálico que le resbaló por la barbilla y que con un gesto desdeñoso se limpió. Se habría agachado para lavarse el resto del rostro, pero algo había captado su atención, un sonido que no había pasado desapercibido para sus oídos sobrehumanos, con la precisión de los felinos en los que se transformaba y cuya elegancia a veces compartía. Aquel era uno de esos momentos, pues como solía ser costumbre en él se había quedado inmóvil, con el cuerpo absolutamente en tensión y sin un atisbo de expresión en su rostro. Como si eso último fuera extraño en un hombre cuya apatía se había convertido casi en algo existencial, pese a sus desesperados intentos por zafarse de ella aunque fuera a zarpazos, si era necesario. Y si no lo era también.

Con una calma pasmosa, Miklós salió del agua sin apenas hacer ruido, se secó el cuerpo herido y se vistió, aunque solamente pudo encontrar la muda de ropa interior y sus pantalones. Técnicamente la camisa sabía dónde estaba, pero estaba tan destrozada y rasgada por todas partes que lo mismo le daba no ponerse nada, y él estaba todavía demasiado vinculado al animal en el que se había transformado para que la ropa no fuera otra cosa que un estorbo incómodo y molesto. Precisamente por esa vinculación pudo escuchar los sonidos que antes había percibido altos y claros, como si la persona en cuestión (¿persona? Su olfato estaba algo en contra de esa afirmación: olía a lobo) se encontrara tras él, y eso que el húngaro era perfectamente consciente de que eso era imposible. Lo habría percibido, de eso estaba seguro; se encontraba demasiado a la defensiva para que nadie pudiera sorprenderlo tanto, pero sí era cierto, y eso debía reconocérselo al extraño, que llevaba un rato conviviendo con él sin que ninguno hubiera hecho ademán por reconocer al otro. Tal vez a otro ser menos voluble que él le hubiera dado igual o lo hubiera considerado una bendición, al tratarse de la oportunidad perfecta para huir a un lugar donde pudiera estar seguro, pero Miklós no se había caracterizado nunca por ser tranquilo. Ni siquiera de bebé lo había sido, lo cual le había acarreado a Eszter más dolores de cabeza que bendiciones, y era inevitable que cuando el niño se había transformado en hombre continuara siendo un puro nervio, un hombre que actuaba antes de pensar y que en esa ocasión no iba a cometer una excepción. Rápidamente, se internó en la maleza que rodeaba al río y siguió el cauce del flujo de agua donde él había estado, oculto de la vista por unos cuantos árboles a los que se encaramó y saltó como si fuera un gatito, aunque ninguna de sus transformaciones fuera así.

Cuando vio al hombre semioculto, subido a una rama particularmente gruesa, se tumbó en ella de forma indolente, con la perspectiva que le daba la altura, y lo observó. Su instinto había estado acertado al decirle que se trataba de un lobo, pero estaba transformado en humano y aun así era igual de imponente que los licántropos a los que alguna vez se había enfrentado. Mayor y experimentado, eso era evidente a primera vista, seguramente pasara el siglo de antigüedad, y su actitud, las palabras que creía haber escuchado antes y su atuendo le indicaban que se trataba de un inquisidor. Sin embargo, nada de eso llamó la atención de Miklós, que se encontraba observándolo con la molesta sensación, casi picajosa, de que lo conocía, de que tenía que saber quién era, y sin embargo era incapaz de ubicarlo. – ¿Y por qué querrías interrogarme? – preguntó, con cierta curiosidad, pero aún dominaba la indiferencia en su tono de voz, en su actitud indolente e incluso en su mirada, clavada en un hombre que había sabido perfectamente que él estaba allí y que había elegido, pese a ello, no reaccionar de forma visible. Curioso; en la mente del cambiante húngaro no entraba que alguien pudiera detectar a un ser sobrenatural, trabajando en el Santo Oficio, y que no actuara, pero los inquisidores a los que él estaba acostumbrado no tenían tanto de fanáticos como el que estaba mirando… aunque no tuviera manera de saberlo en aquel instante. De hecho, en su defensa, Miklós ni siquiera sabía que tenía mucho que ver con aquel hombre, cuyo nombre ignoraba; si lo hubiera sabido, tal vez habría supuesto cosas, pero ¿atar cabos? No… Aún no. Y seguramente le costaría su tiempo. – Por lo que parece, tú has cometido más crímenes que yo, ahora mismo. – señaló, desencaramándose de la rama y aterrizando con elegancia en el suelo, frente a él.

Con lo que ninguno de los dos contó es que el acento de Miklós, ese suave toque húngaro que destaca especialmente cuando hablaba francés, decidió hacer acto de presencia, como la pieza del puzzle que a Darko le faltaba.
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Mensaje por Darko DeGrasso Mar Jun 14, 2016 11:24 pm

No había discordia en mi mirada, estaba atenta, curiosa pues deliberadamente sentí la sangre chorrear por la piel del próximo cambiaformas. Parecía que tenía un imán para esos seres. Justo los que más odiaba, lo que me enfermaban hasta el punto de querer terminar de asesinarlos y extinguirlos de la faz de la tierra. Para mi devoción, era Dios el que me retenía de hacer semejantes atrocidades penalizadas por la ley. Ellos merecían ser llevados al cielo, aunque claro, eso no era lo que me importaba. Temía, yo no poder ingresar al firmamento. Me aterraba la idea de quedar en el limbo por culpa de unos simples asesinatos hacia animales inservibles y buenos para nada. En los profundos ojos celestes, vidriosos y rotos, se encontraba una insaciable sed de venganza, mezclada con la cólera de no haber obtenido lo que quería. Parecía que aún me perseguía el continuo rostro de la mujer que alguna vez había despertado algún sentimiento en el órgano latente de mi pecho. Conocía su funcionamiento, bombeaba la sangre, el cerebro se atrofia hasta hacer llegar sensaciones al estómago. Los sentimientos eran tan simples que había encontrado la manera de utilizarlos a mi antojo y matarlos lentamente dentro de mí. De ésta manera, solo había dejado el arte del diálogo y la sublevación. — Hay reglas que seguir en éste mundo. ¿Acaso acaba de alimentarse? — Su postura, su languidez y la manera en la que su columna se arqueaba no hacía más que decirme que se trataba de un felino. No pude sonreír, lo hubiese hecho, sin lugar a dudas. Mas su olor escocía en mi garganta, como si miles de burbujas estuvieran golpeándose contra ella hasta hacerme enloquecer de rabia. Por supuesto que ésta no se notaba, solo mis orbes estaban observándolo, algo curioso por la manera en la que fácilmente se acercó. ¡Como invitándome a matarlo de una vez por todas!
En mi subconsciente miles de cosas estaban sucediendo, no me di cuenta de ello hasta mucho tiempo después.
Él me recordaba a mí.
Indiferente, demasiado subido a las nubes, tanto que no sabía cuando se daba contra el suelo. Desdichado y arrogante. La mandíbula fornida y las mejillas hundidas. Un rostro que mantenía reprobación y una irrealizable revancha en el por venir. No podía terminar de verlo, no hasta que insinuó bajarse. Acercándose. La visión se esclareció, el color esmeralda radiante, barnizado con un contorno negro y una delgadez inquietante. La forma de sus ojos era húngara y así mismo el leve tono asqueado en sus entonaciones, profundizando cada silaba.

Mis dientes crujieron y sin titubear ni una sola vez estiré el bastón de dura piedra contra su cabeza, no era una dureza cualquiera, después de todo trataba con herejes que necesitaban aprender mucho más que con simples palabras, la fuerza de los tecnólogos inquisidores estaba en aquella arma capaz de tumbarme a mí mismo hacia el suelo. Lo sabía, porque yo mismo lo había probado. Siquiera había reaccionado a mis acciones, pues exclusivamente le hice caso a mis instintos depredadores. — ¿Un húngaro, no es así? Los límites de Dios no me permiten asesinar sin su consentimiento a dos en un día. La suerte te acompañó. Y es irrelevante tu apreciación entre crímenes y justicias. — Se sentía el fluir de mi desprecio en el aura que emanaba mi alrededor, chasqueando con la lengua, revoloteando los párpados hasta que alcé mi mano, arrugada y fría; la pasé por toda mi mejilla, estirando la piel. Era obvio que pasaban miles de cosas por mi cabeza. Cómo desmembrarlo, las razones por las cuales no debía y la duda que me quedaba en la lengua. ¿Podía estar matando a mi propia creación? ¿A un hijo bastardo de otro? Esa puta. Tan puta, que miles de ellos podían estar por todo el mundo, incluso ella quizá seguía viva como una anciana decrépita, al igual que yo. — ¿Confiesas los crímenes que has hecho bajo el cielo y en la tierra del señor? ¿Aceptas morir a cambio del perdón? Tu cuerpo impuro, nacido de herejes, la miseria de la soledad te acompaña, nadie te salvará. — Hablaba un poco más de lo normal. ¿La razón? ¡Estaba escupiendo fuego! Incluso la vejez no me dejaba en paz en un momento como ese. No había enfermedad física que pudiera matarme, ¿pero quién decía que no era el aborrecimiento el que terminaría con mis días? Hacía tiempo no sentía la ráfaga de emoción en mi columna, tiritando de deseos de acabar de una vez con todo lo bueno que yo tenía, rompiendo mis ideales de ser posible. No obstante, un pequeño ruido se sintió en mis adentros y le miré, abriendo un cambio nuevo a mis prioridades. — ¿Cómo te haces llamar? — Lo más absorto que pude, consulté. Ésta vez en una tonada más amigable, si es que eso podía decirse cuando mis sentires no ladraban asesinatos ni torturas. Sabía que podía contra él, aún con mi antigüedad y su juventud, mi experiencia y sentidos del combate me decían que él trabajaba como un bárbaro, usando su fuerza física, sus garras, su dentadura, como si fuera literalmente un animal. No pensaba y eso me daba tanta tranquilidad que de alguna manera me enfurecía. ¿Estaría errado en los cabos que había atado gracias al despilfarro de su tonada húngara mezclado con su rostro inigualable? ¿Por qué alguien que llevaba mi propia sangre podía ser tan patético? Algo en mí estaba furioso, quería matarlo, estrangularlo hasta sacarle la sangre de las orejas, sin embargo, no sería nada importante si no me llevaba huesos rotos de mi lado. El sonido hizo mella en mi mente y me di cuenta lo que terminaría por hacer.
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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 10:14 am

La pregunta voló hacia él de forma rápida, casi como si le hubieran golpeado con ella... ¡exactamente igual que el otro, el inquisidor, había hecho con aquel cayado en su cabeza! Pero no mentiría: a Miklós le daba bastante igual ser golpeado, incluso aunque le hubiera dolido (masoquista, sí; estúpido y sin terminaciones nerviosas, sin embargo, no), porque era a lo que estaba acostumbrado y lo que siempre se veía bien venir, especialmente de un inquisidor. Si bien él era un fervoroso creyente que solía acudir a la iglesia cuando podía, y no necesariamente a la iglesia de entre las piernas de una mujer (u hombre, él no hacía ascos), la Inquisición era harina de otro costal, y era una institución que aborrecía y despreciaba a partes iguales, tanto por sus métodos como por sus objetivos. En su psique, pese a la plena consciencia de que era un pecador y de que sería castigado tarde o temprano por ello, Miklós consideraba que únicamente Dios podía juzgarlo, no seres que decían trabajar en su nombre y que se regodeaban en la violencia con la excusa de cumplir los designios del Señor. Especialmente incomprensible le resultaba especialmente cuando se trataba de sobrenaturales que obedecían los designios de la Inquisición cuando ésta, toda la Iglesia en realidad, los detestaba; Miklós era inteligente en algunas cosas, pero ni siquiera así era capaz de comprender qué podía llevar a seres como aquel a licántropo a la Inquisición, en primer lugar. Hipocresía, tal vez... porque no eran capaces de hacer lo que hacía él: dedicarse a la violencia y a ejercerla, efectivamente, pero cobrando por usar los puños y sin engañarse ni tratar de pasar por algo que no eran. Hablando de eso, precisamente, el húngaro felino se metió las manos en los bolsillos, sin hacer un mínimo gesto de referencia al golpe que aún le palpitaba de dolor en el cráneo, y miró al inquisidor con sus profundos ojos azules entornados.

– Miklós Laborc Rákóczi, natural de Szekszárd. ¿Contesta eso a la pregunta...? – inquirió, con sorna, pues si el licántropo realmente sabía algo de la tierra de donde venía, el apellido habría valido por sí mismo para vincularlo a ella, y el nombre de su ciudad habría resultado un tanto redundante, incluso. En sus labios, sin embargo, sonaba como un mundo exóticamente lejano, casi tan atrayente como se pintaba el Oriente en las poesías que a veces, cuando paseaba por la alta sociedad fingiendo ser parte de ella, escuchaba entre seres presuntuosos cuyas vidas eran tan aburridas que necesitaban imaginarse otras mejores, por compensar. Miklós podía compartir ese tedio existencial, especialmente desde que lo habían dado por muerto y lo habían dejado a punto de encontrarse con la Parca, pero al menos trataba de hacer algo para salir de esa situación, aunque ese algo fuera buscar gente que lo golpeara y a quien él pudiera destrozar a cambio de que le pagaran lo que él creía suficiente para sobrevivir, y que para otros seguramente sería una miseria. – No voy a confesar ningún crimen porque no los he cometido. Tampoco me he alimentado de ninguna forma, ni he nacido de herejes, aunque reconozco que sí soy impuro, pero por eso no voy a disculparme. – añadió, ladeando el rostro y con la curiosidad grabada en sus rasgos de forma muy velada, como si ni siquiera recordara cómo se sentía con tal intensidad aunque fuera algo tan sencillo, corriente y moliente. Algo en aquel hombre le recordaba, egocentrismo aparte, a él mismo, no al rostro que veía cuando se miraba al espejo (pues ese sabía que había pertenecido a su madre, en gran medida), sino a sus gestos, a sus pensamientos y a sus propios actos. Él también habría reaccionando golpeando con el cayado, que se agachó a examinar con cuidado de sujetarlo con fuerza para que no lo volviera a usar contra él aprovechándose de su posición acuclillada, de nuevo como un felino. Parecía extrañamente poco reptil frente a él, pero le daba la impresión de que el licántropo era mucho más serpiente de lo que el mismo húngaro sería nunca.

– Dime, inquisidor, ¿cuál es tu nombre? Dado que pareces haberte dado prisa en condenarme, supongo que al menos se me puede dar el privilegio de conocer quién es mi acusador. – pidió, sin que sonara lo más mínimo a petición sino a una perezosa orden, como si la curiosidad de antes se estuviera disipando y se volviera poco a poco la apatía que solía serle habitual a Miklós. Ni siquiera el encuentro con un extraño que había capturado su caprichosa atención servía para mantenerlo interesado en el tema más de unos minutos, aunque estaba seguro (por mucho que no fuera a admitirlo) de que al extraño, al inquisidor, solamente le valdría con golpearlo para que su interés volviera a resurgir, junto al dolor. ¿Quién había dicho que Miklós era un hombre lógico y racional...? El húngaro podía enorgullecerse de mucho, de hecho el orgullo Rákóczi era una especie de cáncer en él porque no dejaba de crecer hasta si las circunstancias no eran las apropiadas, pero de ser una cabeza pensante, precisamente, no. Tal vez por eso dejó el cayado, se incorporó casi de un salto aunque no llegó a despegar los pies del suelo hasta que quedó a su altura, erguido todo lo largo que era. – No acepto morir. Y no acepto que me vayas a dar el perdón tú, no te corresponde, eso es sólo cosa de Dios. Ahora bien, tal vez me plantee aceptar tu perdón en Su nombre de otra forma, si me dices qué interés tienes en averiguar si soy o no húngaro. ¿Qué conoces de allí? Porque no pareces oriundo de la zona. – dedujo, con el ceño ligeramente fruncido, y por un momento, la curiosidad pareció volverle al rostro pálido y anguloso.

Sólo que, probablemente, esta vez acudía para quedarse y para condenar a Miklós a encadenarse a un ser que solamente busca su destrucción.
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Mensaje por Darko DeGrasso Sáb Ago 13, 2016 7:00 pm

Allí estaba la mentira en carne viva, la traición que año tras año había sufrido. Era como una historia que se repetía frente a mí pero cambiaba de final, me pregunté entonces cuál sería el de éste caso y si las cosas podían modificarse según mi placer y no por arte del destino. Me puse hacer cuentas en silencio entonces. Sin embargo era demasiado complicado para notar su apariencia y su realidad al ser cambia formas. Sumando que la rabia se estaba apabullando en mi expresión, como así también el crujir de mis dientes, una falta de respeto tal que el saber que era un bastardo solo ensanchaba más la cicatriz envenenada de mi alma y mente. Todo me estaba gritando que lo mate, sabía que no pasaría, siquiera había sido capaz de matarla a ella. Eszter Rákóczi. La había considerado una simple gitana húngara pobre, con una belleza sin igual, no sólo física, sino que su mente era maravillosa, llena de ideas y esperanza que jamás había conocido. Era la locura en persona, risueña y de unos ojos perfectamente azules vidriosos. Exactamente iguales a los del muchacho que tenía frente a mí que no podía pasar los treinta años de vista. Alcé entonces una de mis manos para pasar los dedos por alrededor de mi boca, apretando mis mejillas hasta que, extasiado, la volví a bajar, parecía que estaba escuchando algo de otra época o que no era de mí mismo. Y la ira se subió tanto que quise volver a atinarle un golpe. Ya me había percatado de sus recientes movimientos al afianzarse para no ser magullado. No podía culparlo, de haberlo podido hacer quizá le hubiese quebrado la cabeza esa vez. — Es más de lo que quisiera saber. Sabes, muchacho, hoy no te vas a morir. Pero estoy seguro que querrías eso. — Anuncié agachándome para encontrarme a su altura y apoyar una mano sobre su hombro, esto, al mismo tiempo que terminaba la oración. No había dudas de que no lo iba a matar, no hasta descubrir su nacimiento, para ello la tortura que estaba dentro de mí tenía que trasladarse a él. Y no tardé en aplastarle una clavícula hasta romperla, en lo que acomodaba mi voz en un carraspeo.

Era divertido, la conversación se daba tan jugosa que la hubiese disfrutado antes de terminar el juicio en la iglesia, lastimosamente eso no iba a pasar y la provocación no iba a tener un final feliz para mí. Aun así acepté responderle, él nunca sabría de mí, seguramente no tenía la más remota idea, pues estaba por decírselo. ¿Qué podía ser peor que tener un hijo bastardo y un padre asesino de animales malditos de nacimiento como lo era él? Una abominación. — Darko DeGrasso. Empezando por tu acento, en realidad, solo lo pensé por ello. Pero ser Rákóczi es otro indicio. ¿Dónde está tu madre? Dímelo y de ese modo vas a poder sobrevivir todo lo que quieras. — Podía sentirlo, los ojos del salvaje licántropo que estaba dentro mío se hacían presentes, así mismo las venas que se notaban alrededor de las fauces, sin luna llena no había trasformación, mas eso no evitaba la naturaleza sobrenatural que emanaba de mi como un demente. ¿Cuál era el sentimiento detestable que palpitaba? Aunque había pasado décadas doblegándolas ahora no la podía distinguir. Eszter había sido la causante de la negación a los placeres carnales, la pura traición estampada en su nombre al ser una alimaña escondiéndome de la forma más burda posible: enamorándome como quizá pocos tienen la oportunidad de sentir. Cuando insistió en levantarse, lo hice con él, me di cuenta que había algo en común con nuestras habilidades sobrenaturales, tenía una inminente resistencia al dolor. Lo que me hizo gracia y al mismo tiempo, todo mi rostro enfureció para volver a darle un golpe, ésta vez en su estómago, para así acercarme lo suficiente como para tenerlo prácticamente arriba. — Escúchame bien muchacho, tu vida pende de un hilo en éste momento. Sé un buen chico y respóndeme otra cosa; ¿cuándo naciste? — Era la única pieza que me faltaba. Y maldije esa salida en la noche, porque era la noche que condenaría todas las siguientes por el resto de mi vida. Aunque, para mi sorpresa, la idea de tener algo mío no me sabía del todo inmunda, como un gusto amargo en la boca, del cual te puedes acostumbrar.
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Memento mori {Darko DeGrasso} Empty Re: Memento mori {Darko DeGrasso}

Mensaje por Invitado Lun Ago 29, 2016 3:55 pm

Exasperado, Miklós puso los ojos en blanco ante el enésimo ser que lo acusaba de querer suicidarse, como si fuera tan inútil que no fuera capaz de entregarse a la muerte si realmente lo deseaba. ¿Tan complicado resultaba entender que el dolor le daba la vida, y no se la quitaba? Los demás, seres sin duda acostumbrados a la comodidad y a las facilidades, tenían una visión del mundo que se podía atrapar en una caja porque encajaba perfectamente, pero la suya era diferente, estaba llena de aristas, y rompía el material de las cajas de los demás, de manera que nunca sabían cómo tomárselo y siempre, siempre, lo malinterpretaban. Literalmente hacía años que nadie comprendía algo tan básico de él como que amaba el riesgo por encima de todo, salvo de su hermana Imara, pero qué más daba porque a ella no volvería a verla; ante él, Darko DeGrasso (¿por qué demonios le resultaba familiar el nombre, vamos a ver?) había cometido el error nuevamente, pero a cambio le rompió la clavícula, y eso hizo que la situación estuviera un tanto mejor. El hueso quebrándose coincidió con el momento en que los perezosos iris azules de Miklós descendían suavemente hasta sus cuencas almendradas; el sonido de uno se combinó con el mutismo del otro y Miklós jadeó y sonrió, por supuesto, porque así era él y porque le gustaba la sensación de punzante y dolorosa presión cerca del cuello. A un tiempo, las imperiosas preguntas de Darko penetraron en sus pensamientos, y con el ceño fruncido reflexionó un instante ante el hombre que tenía delante, que sin duda si conocía a su madre tenía que haber sido uno de los muchos seres que habían caído a sus pies. Pero el lobo engañaba, su forma de envejecer era similar a la de la pantera, y realmente bien podía pasar el siglo... de forma que habría conocido a su madre en la cumbre de su belleza. ¿Y por qué no? Muchos lo habían hecho.

– ¿Mi madre? Tal vez la conocieras, tenía ese efecto en los hombres. – replicó, burlón, y sonriendo aún más que antes. – Eszter Rákóczi. Bastarda de la rama secundaria o terciaria, no lo sé, tal vez incluso de la principal de la familia, nunca tuvo a bien decírmelo. Murió hace veinte años, más pobre que una rata, más vieja y desgastada que cualquier ruina que veas aquí. – resumió, encogiéndose de hombros, pero sin acritud. Miklós y su madre habían tenido una relación muy extraña, sobre todo porque aunque habían coincidido mucho, ella lo tenía más por una carga y posteriormente un compañero de engaños que como carne de su carne, y en el caso del húngaro la situación era semejante. Había considerado más progenitor a Thibault, por ejemplo, que a Eszter, y eso que Thibault ni siquiera había tenido nada que ver en su alumbramiento, o al menos eso creía Miklós; en cualquier caso, no la había llorado, y no lamentaba su muerte, no cuando para él era casi una desconocida, y poco más. – Nací en diciembre del año del Señor de 1742. No hace falta que digas que me conservo bien, lo sé de sobra. – añadió, coronando su soberbia anterior con otra muy propia de la familia que le daba el apellido que portaba, Rákóczi. Precisamente por ese orgullo suyo no iba a llevarse la mano al estómago, aunque el golpe que el licántropo le había dado le doliera y le convirtiera el hecho de respirar en una tarea complicada. Por un instante, casi había sonado irónico al mencionar su juventud, pues sonaba como un viejo achacoso por las dificultades que tenía al recuperar el aliento; se repuso pronto, no obstante, igual que lo hacía siempre, imposible de derribar a menos que un huracán pasara por su lado, y en muchas ocasiones ni por esas. Miklós, y eso tal vez lo descubriera pronto Darko, era muy difícil de matar... y no sería porque no lo habían intentado ya varias veces. Entonces, con ese pensamiento, le vino otro a la cabeza, y frunció el ceño aún más que antes, recordando. – Ella, Eszter, mencionó a un Darko una vez. Fue hace como veinticinco años, empezaba a estar achacosa, salvo con los hombres a los que aún seducía, y me dijo que no había habido ninguno nunca como Darko.

Y, efectivamente, nunca lo había habido, o de lo contrario Miklós tendría algún clon y se encontraría a salvo en un hogar en vez de haciendo méritos para correr hacia la boca del lobo sin posibilidad alguna de salir de semejante trampa mortal.
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Mensaje por Darko DeGrasso Lun Sep 12, 2016 9:09 am

Una risa cruda se me escapó cuando los ojos del húngaro se pusieron en blanco, girándose como para hacer de cuenta que mis palabras eran historia repetida y prácticamente aburrida. Pero la idea de que él desearía morir ese día es porque podía hacerle desear algo peor que eso. Mis manos habían sido hechas para causar dolor y sufrimiento, las había habilitado para ser terribles armas mortales. Como así también lo eran mis palabras, había olvidado como hablar sin buscar el dolor ajeno. El muchacho seguramente y para ese entonces, ya se había dado cuenta de eso. Pero era un masoquista, un vil hereje que me gritaba ser masacrado. La ironía de su voz era irritable en medidas exorbitantes y en un ataque de desesperación pura golpeé su mejilla con un puñetazo, sintiendo una punzada de dolor que seguramente no había experimentado desde hacía sesenta años. Mi rostro se mantuvo intacto en lo que volvía a golpearlo hasta que la sangre me llegó a salpicar el rostro y le dejé por completo, levantándome para mirarme las manos como si fuese un espectáculo viejo. Olisqueé la sangre y pude notar la esencia de la mujer en alguna parte, muy lejos entre la peste que el muchacho emanaba. Una peste que simulaba ser la mía propia.

¿Muerta? Claro que sí estaba muerta. ¿Cómo podía no estarlo? Era una inmunda pecadora que solo buscaba en los demás una riqueza elocuente. Una basura que me había engañado y usado como así lo había hecho esa familia que recordaba muy ajena a mí. Acaricié la barba que se me juntaba en el mentón y me dispuse a asentir para mí mismo. Pensando en las retorcidas ideas, intuyendo que si era un bastardo hijo mío entonces me pertenecía y como nunca había tenido nada mío, ahora no me importaba tomarlo.

— Chico, eres sumamente ingenioso para hacerme desear matarte. Así que murió, claro que ella murió. ¿Cómo podría estar viva con todas sus mentiras acuesta? Supongo que hay una mentira “viva” que se llevó a la tumba. — Todo el rompecabezas se armaba como si fuese oro puro y al final paseé la yema de mis dedos por los bordes de mis labios, relojeando el cielo y cada tanto el alrededor. Él no había hecho ningún movimiento para atacarme o escaparse, ¿por qué? Para ese entonces cualquier víctima empezaba a cansarse de los maltratos, teniendo claro que buscaba matarlos empezaban a acudir a sus instintos. El tal Miklos solo miraba como si fuese una clase de masaje de cordura. Ese pobre muchacho, nefasto, perverso e impertinente como ningún otro. Hasta podía hacerme reír en sus estupideces. — ¿Te gusta provocarme? Seguramente sí. Te digo una cosa, “Miklos”… me pregunto, ¿por qué te pusieron ese nombre? No importa, soy tu progenitor biológico; evidentemente. Tu madre se llevó hasta la muerte que había tenido un maldito hijo mío. Se ve que no importa cómo, la carne de la sangre se persigue. — Luego de hacer reiteradamente las cuentas supe que era la única posibilidad, por ese entonces era un licántropo audaz y era prácticamente imposible que Eszter pudiera engañarme. Lo habría sabido de alguna forma, ya sea oliéndola o por mero instinto. Y confiaba en mis instintos, nunca me habían fallado y creía imposible que lo hubiesen hecho en esa época. Pues había sido en el apogeo de mis fuerzas. Así que, ¿por qué no habría de compartir mi frustración con él? Igualmente no parecía encariñado con su madre, seguramente menos lo estaría conmigo. Sin embargo, me abrí a disposición en una barrera gigante de asco. La realidad es que no iba a matarlo si en sus venas corría mi herencia. Tenía ese maldito eufemismo viejo de recordar lo maldita que había sido mi vida, que la idea de hacerle lo mismo a un hijo me carcomía la poca conciencia que me quedaba. Mis ojos desorbitaron por un momento en tanto me distraía sacando un pañuelo de mi bolsillo, limpiando mis manos hasta dejarlas impecables. Los años mil setecientos recaían en mi memoria como recuerdos literalmente felices. Y él era la viva imagen de que eso había muerto y me obligaba a despreciarlo más, si es que eso era posible. Claramente mi reconocimiento hacia él era evidente, la razón es que no corría ninguna duda, no necesitaba más prueba que su exacto carácter y sus débiles rasgos faciales, aunque en gran parte había agarrado todo de la madre. Seguramente también lo maldita perra mentirosa que podían ser las mujeres. Siempre, década tras década, el mundo me demostraba que la biblia tenía tanta razón sobre las féminas y lo podrida que estaban, mentirosas y descaradas como ninguna otra. Me habían traído el infierno hasta en vida. — Levántate, ¿o acaso te gusta verte patético como una rata muerta? Si acaso eres mi maldito hijo demuestra un poco de valor. — Quejoso, igual que cualquier viejo latoso fruncí mi entrecejo, carraspeando por la garganta furioso al punto que quería volver a matar a alguien.
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Memento mori {Darko DeGrasso} Empty Re: Memento mori {Darko DeGrasso}

Mensaje por Invitado Sáb Sep 17, 2016 6:43 am

Cada golpe que recibió Miklós le hinchaba el rostro un poco más, redondeándoselo y dulcificándoselo más de lo que, en condiciones normales, el húngaro deslenguado y masoquista luciría. Su herencia había sido afilada como una navaja, tanto en la personalidad que había recibido y desarrollado a partes iguales como en su propio aspecto físico, y su rostro iba en consonancia con lo que se ocultaba tras él, en su cabeza casi rapada, pero sólo casi. Con sus golpes, Darko DeGrasso imponía una nueva herencia en su bastarda criatura, y al húngaro en cuestión no le sorprendió darse cuenta de que, en realidad, aquella afirmación no significaba mucho para él. Tal vez Darko hubiera puesto la semilla responsable de que él se desarrollara en el vientre de Eszter, pero no lo había criado como lo había hecho Thibault, por encima de los otros compañeros que la gitana cambiante húngara había elegido con el tiempo. Así que sí, de acuerdo, su responsabilidad ahí estaba, pero Darko no podía esperar seriamente que Miklós lo alabara como si fuera un rey y su nuevos dios, ¿no...? – ¿No te lo contó? Eso es tan propio de ella... Pero, ahora que te tengo delante, entiendo por qué. Si hubieras reaccionado con ella como lo haces conmigo, no existiría yo porque por tu bestialidad me habría perdido. Sí, me gusta provocarte, pero no te lo tomes como algo personal, me gusta provocar a todo el mundo... padre. – remató aquella provocación con un vocativo que jamás había utilizado, salvo quizá con Thibault, y ni siquiera, porque a él siempre solía llamarlo por su nombre para pulir su pronunciación en la lengua de Molière. ¿Quién iba a decirle que había ido hasta París para encontrar a su ascendencia, a una que nunca había buscado y que intuía que le iba a cambiar y amargar bastante la existencia? Atónito ante semejante certeza (no por el descubrimiento, al menos no aún; así funcionaba su apatía, al ralentí), Miklós obedeció a su progenitor en la petición con tono de orden que le había escupido hacía un instante y se incorporó. No contento con ello, se estiró las ropas, quitándoles las arrugas, e incluso las sacudió, sacándoles parte de la suciedad que se acumulaba en ellas. De ahí a parecer un gentilhombre, dentro siempre de las posibilidades del húngaro, había un paso diminuto.

– Supongo que Miklós le gustaría, y no iba a preguntarte tu opinión, así que ese eligió. Laborc tiene más intriga, porque debió de intuir que sería como ella y lo eligió a propósito. – respondió, perezosamente, el húngaro, consciente de que si el hombre que tenía delante había seducido a Eszter había tenido que saber hablar húngaro por fuerza, y sabría perfectamente el significado del segundo nombre que le había sido otorgado en su bautizo, una de las pocas ceremonias que se habían hecho bien en su vida. La religión tenía gran poder para la Rákóczi que lo había parecido, de lo contrario no habría elegido a un inquisidor como progenitor, y tal vez por ello se había asegurado de pasarlo por las aguas del bautismo y de inscribirlo en el registro de una iglesia, donde seguramente ya se le daría por muerto porque no había vuelto allí hacía varias décadas y muchos habían fallecido de peste. Miklós era casi anónimo, se había acostumbrado a serlo, y el hombre que tenía delante le había arrancado esa naturaleza quieta y muda para obligarlo a recibir un apellido que era más conocido en ciertos círculos que su Rákóczi natal; lo había reconocido, y el húngaro no estaba demasiado seguro de querer serlo, porque intuía que le iba a traer más problemas que beneficios. – Así que DeGrasso. ¿Miklós DeGrasso? Tardaré en acostumbrarme. Asumiendo que planees reconocerme más allá de aquí y ahora, donde nadie salvo los árboles y el Altísimo puedan ejercer como testigos de la debilidad de tu carne hace más de medio siglo. No creo que vaya a ser una descendencia ejemplar, y menos si no lo fui con Eszter cuando aún tenía algo de control sobre mí. Aun así, supongo que eso lo deberás decidir tú. – planteó, encogiéndose de hombros y dejando que la realidad de la elección cobrara fuerza en el aire al tiempo que él se limpiaba la sangre del rostro con el dorso de la mano y no le daba más importancia al hecho de que su cara era una caricatura de su estado habitual, y poco más. Miklós podía ser muy dejado en cuanto a su cuidado personal, y ni siquiera la posibilidad de perder el atractivo que sabía que poseía le afectaba seriamente, menos por mucho rato. Se necesitaba algo más que la vanidad para sacarlo de su apatía existencial...

Lo que Miklós ignoraba, y seguramente Darko también a juzgar por el comportamiento de su inesperado vástago, era que el inquisidor itálico era lo más cercano que Miklós había estado de sentir algo en una temporada muy larga.
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Memento mori {Darko DeGrasso} Empty Re: Memento mori {Darko DeGrasso}

Mensaje por Darko DeGrasso Jue Oct 06, 2016 12:59 pm

Mentir era una imposibilidad en mi vida y en ese instante tampoco tenía la más remota idea de cómo hacerlo. Sentía inflamado los pulmones con la inminente necesidad de hacer explotar alguna garganta entre mis manos. Buscar la muerte a como dé lugar, sea insecto, ser vivo o inmortal. Pero no podía permitirme semejante herejía, después de todo era un leal discípulo de Dios y si había tenido un hijo no iba a dudar en reconocerlo aunque me costara una herida. ¿Por qué? Porque al fin y al cabo era mi responsabilidad, ¿cómo no hacerme cargo de lo que hice en un amor estrambótico décadas atrás? La culpaba a ella, a Eszter por haberlo parido y no habérmelo dicho. Aun cuando era una inmunda cambiaformas que era llevada por el infierno desde el nacimiento, mis lealtades me negaban matar a mi propia semilla, claro que eso no incluía a mi familia en general, pues bien lo había disfrutado cuando sucedió. Un hijo era diferente, incluso si matarlo es lo que en realidad debería hacer por mis votos a la inquisición. Por supuesto todo eso no era algo que Miklós tuviera que saber, el muchacho se acongojaba lo suficiente como para no gastar una pizca más de mí en abollarle la cabeza que era dura y maciza como una jodida piedra. — ¿Tú crees que la hubiese golpeado hasta matarla? No es mala idea. — Mascullé sin ninguna emoción, con el sonido grave y rasposo saliendo de mi garganta tal cual si fuese a tajear los árboles a su paso. Si retrocedía al pasado no podía encontrar la manera en la que hubiese reaccionado, ¿felicidad? Sí, quizá, porque eso me obligaría a aceptar la mentira de su sobrenaturalidad. No obstante no tenía seguridad, era el pasado que no podía agarrar. Se escapaba de mí. Por tanto no había nada que pudiera decir, solo el veneno me recorría la boca al pensar que ella estaba tan muerta como así lo que podía llegar a sentir en mi podrida alma.

— ¿Y qué pasó? ¿No eres como ella acaso? Un sucio cambiaformas, pobre y mugriento. — Para ese entonces ya me encontraba limpiando mis puños ensangrentados con un pañuelo, acomodando los bordes de la camisa sin demostrar prestarle real atención. Claro que seguía todos sus movimientos y escuchaba atentamente sus palabras, igual que si fuesen un recordatorio de lo que había perdido. El destino llamado “Dios” era bastante congruente, enviándome a un bastardo que tenía mi sangre como prueba de mis infinitos delitos hacia la divinidad, ¿intentaba hacerme recapacitar? Me obligaba a hacerme cargo de una manera en la cual no estaba ni cercanamente acostumbrado. Y el camino del dolor y suplicio eran el menú de los días venideros.

En breves dejé salir un escupitajo hacia el suelo, sacando la mugre que me había quedado en la garganta. Terminando entonces de “acicalarme” ya no había golpes que pudiera darle o terminaría matándolo o deformándolo permanentemente. — ¿Estás seguro que quieres tomar ese apellido, chico? Podría darte más maldiciones que emociones. Y como lo dijiste, “su” presencia es suficiente para obligarme. Aunque no eres apto, eres patético. Mira tu rostro, te dejaste golpear sin saber quién era. ¿Acaso eres así de débil y lastimoso? ¿O es que quieres morirte? — Molesto le observé con una ira entremezclada con sarcasmo. Parecía ser que de alguna forma sentía esa especie de necesidad de proteger. “¿Así que sigo teniendo sentimientos?” Me pregunté a mí mismo, sorprendido por esa ‘cosa’ que tenía dentro. Maldecir no iba a hacerlo parar y reírme tampoco era una opción. Por lo cual, le miré desconcertado, frunciendo el entrecejo con una curiosidad innata. — Camina. ¿Cómo llegaste a ésta parte del mundo muchacho? Y, ¿cómo se murió tu madre? Te reconoceré solo porque no tengo dudas de que eres hijo mío. Pero no te confundas, tu vida penderá de un hilo si no te comportas. No vine a éste bosque para encontrar a un descendiente del cual nunca me enteré. Y tú tampoco a buscar a tu padre. — Ambas cosas eran obvias, así que empecé a caminar hacia el agua en donde primeramente habíamos estado. A cuclillas busqué agua entre mis manos para beberla y luego enjuagar el rostro arrugado y anguloso que llevaba, lanzando hacia atrás los cabellos grises que caían por los costados, cada año más finos. Aunque para mí no era evidente, cualquiera podía notar que intentaba distraerme con diferentes cosas para poder oír al húngaro.
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Memento mori {Darko DeGrasso} Empty Re: Memento mori {Darko DeGrasso}

Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2016 7:00 am

Miklós comenzaba a darse cuenta, o tal vez hubiera sido obvio desde el principio aunque no entendiera por qué, de que mirar a Darko DeGrasso era como intentar ver el propio reflejo en una charca estancada, donde el agua está sucia y cubierta por musgos varios y apenas siquiera muestra a quien se mira en ella. No es que al húngaro le hubiera entrado de repente complejo de Narciso y quisiera ahogarse en su propia belleza, pues el propio término le era subjetivo hasta a él mismo, simplemente se daba cuenta de que, aunque lejanamente, se veía reflejado en aquel inquisidor licántropo más de lo que le gustaría. Si bien físicamente Miklós era hijo de su madre, la sensación de querer golpear a Eszter hasta matarla no le era ajena, y a punto estuvo de decirle que sí, que lo creía capaz porque él mismo habría podido hacerlo, mas se contuvo, y permaneció silente más rato que hasta aquel momento de lo que llevaban de noche. El licántropo le soltaba la lengua a su descendencia porque lo invitaba a las burlas y provocaciones, pero para poder dar una respuesta rápida hay que saber escuchar lo que dice el interlocutor, y para ello Miklós debía prestar atención a las palabras venenosas que salían de la boca de Darko, con cuidado de que no le salpicaran y el ácido le destrozara la piel. Así pues, Miklós permaneció más o menos quieto, considerablemente atento y con los ojos almendrados heredados de Eszter clavados en los del inquisidor, a sabiendas de que el constante parecido estaba poniéndolo más a prueba que su propia actitud deslenguada y descarada. Únicamente cuando consideró que Darko ya había terminado de elucubrar, como parte de ese proceso de aceptación que Miklós había decidido arrastrar bien lejos para enfrentarse a él en otro momento, el húngaro decidió que era hora de intervenir, y para ello se acuclilló junto a la oreja del agua donde Darko había decidido despejarse con un poco del frío líquido acariciando su piel estirada y arrugada por los años y el tiempo.

– No quiero morirme. No soy débil. No lo entenderías, así que no voy a esforzarme en explicarlo. Si quieres creerme así, adelante, me da absolutamente igual. Y en cuanto al apellido, ¿tan célebre es DeGrasso? Prueba a apellidarte Rákóczi en el Sacro Imperio, allá donde se habla húngaro, y a no tener más que migajas para llevarte a la boca. Eso eran maldiciones; adoptar DeGrasso, seguramente traiga bendiciones, en comparación. – descarnadamente sincero, Miklós resumió los años de burlas por ser un bastardo de una familia noble en apenas un instante, con la mirada indiferente de quien ha superado el pasado hasta que empieces a hurgar en la herida y la infectes. Lo cierto era que, habiendo vivido lo que había vivido como Rákóczi de una rama secundaria, terciaria o vete tú a saber cuál de la familia noble principal, cualquier apellido sería bienvenido, hasta si era de un mendigo anónimo de la ciudad de París. DeGrasso, incluso, tenía una cierta sonoridad agradable, le parecía a Miklós que casaba bien con su Laborc, que era el nombre por el que se refería a sí mismo en la intimidad de sus pensamientos, así que realmente no había dudas al respecto, lo aceptaría y ya estaba. Cuanto más pudiera alejarse de un pasado que lo había empujado a patadas lejos de todo lo que conocía, antes podría superar toda la pérdida que esa ruptura había traído aparejada consigo. – Todo está relacionado, como suele ser lo normal en estos asuntos. Eszter murió dando a luz a una medio hermana mía, y en vez de hacer como ella y dejar que se ocuparan otros del asunto, decidí hacerlo yo mismo y cuidar de la criatura como si fuera su padre, su hermano y todo lo que ella necesitara. Sin embargo, el padre de mi hermana no aceptó que yo la cuidara, y decidió robármela y casi matarme en el intento. Tú ya lo has descubierto, pero él ignoraba que no soy fácil de matar, así que sobreviví y me alejé de toda la zona de influencia del maldito cazador que casi me mató. Supongo que, ante tus ojos, me arrastré desde el Sacro Imperio hasta este reino como una alimaña, pero huí para sobrevivir y para poner tierra de por medio. Así que aquí estoy. – resumió, encogiéndose de hombros y aguardando la respuesta de Darko.

Irónicamente, sobre todo teniendo en cuenta la mala suerte que había tenido con figuras paternales que no se llamaran Thibault (y a las pruebas se remitía), en el húngaro aún existía un pequeño ramalazo de esperanza en Darko… la persona menos indicada para que aceptara algo de luz proveniente de un bastardo como Miklós.
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Mensaje por Darko DeGrasso Dom Nov 20, 2016 9:48 pm

Era fácil notarlo a un lado, como una alimaña que estaba a punto de desear comerme aunque no pudiera, parecía que algo inexistente lo estaba agarrando por todos lados, nefastamente para controlarlo. ¿Qué clase de hijo mío podía dejarse basurear peor que las lombrices de una cama? Miklos demostraba en lo profundo y asqueroso de su ser que aún con todo y los años se negaba a morir y ser defenestrado hasta dejar de respirar. Lo que suponía una risa bastante agria y seca por mi parte, de esas que dan un poco de asco y un poco de miedo a la vez. Era de esperar, no me había reído en más de una década. — Muchacho, la desgracia no se hereda, si la recogiste junto con un apellido es porque quisiste. El miedo al nombre se hace, al igual que el miedo al hombre. Cuando digo que el mío acarrea algo, es porque me acarrea a mí. — Todavía podía recordar las épocas de oro cuando poco más y la iglesia rogaba por mi presencia en las torturas. Era capaz de sacarle las palabras al hombre más fuerte y no por los métodos de tortura, iba más allá de todo. La lógica y la capacidad para hacerle pisar los pensamientos y creencias eran la razón. Pero ya habían pasado muchos años desde ese entonces y aunque el nombre se había impuesto como un alto rango en la ayuda de los condenados, había desaparecido mi nombre de las listas de los jóvenes con ideales vivos. Los míos estaban más bien muertos y estancados. Era estúpido por mi parte decir que no acababa de tener otra oportunidad de emoción. Miklos parecía proponer darle un poco de diversión a mi vida, aunque se tratara de una oscura y vil de mi parte.

Al final no tardé en secarme el rostro empapado con un pañuelo grisáceo que saqué de mi bolsillo, simplemente distrayéndome de mis instintos asesinos que siempre estaban ahí, dormidos pero igualmente sanguinarios. Para su suerte la historia fue bastante interesante, me llenaba de ira pensar que Eszter había tenido otra hija, incluso cuando acababa de saber que había tenido un hijo conmigo. Esa llama inmunda que había vivido en mi mente por tantos años me venía a perturbar ahora más que nunca. Le miré de reojo, alzándome en tanto me acomodaba y de forma sarcástica atinaba a responderle como si no hiciera mella de su amargura, después de todo yo: más que nadie en el mundo, odiaba las familias felices. — Y no fuiste por venganza por lo que veo. Estás bastante solo, quedándote a hablar con tu padre biológico acabado de conocer. Contándome tú desgracia. No me das lástima, aunque al menos tu sinceridad hace que no desee matarte. ¿Qué quieres que haga contigo? Harapiento y buscando poner kilómetros de por medio entre tú y el enemigo. No seas cobarde. — Casi entre chasquidos de dientes fue que terminé por decirlo, sintiendo una leve chispa de odio que me hacía recordar a mi inevitablemente. Escapando de esa especie de amor que había tenido por simple miedo, terror a no poder acarrear con mis ideales. Pero él no tenía ni una cosa ni la otra, ¿o me equivocaba? ¿De qué podría huir sino? La muerte no era más que una vieja amiga en ese caso. Era difícil para mi sencilla persona entender la situación, la guerra me había terminado por pelar esos sentimientos hasta convertirlos en basura.

— ¿Acaso quieres que te eduque teniendo sesenta años? Los chicos como tú, que no viven la muerte en carne propia son débiles. Huyendo, sin pensar, oliendo a alcohol y penas. Supongo que heredaste alguna que otra cosa mía. Sigues vivo. ¿Alguna vez fuiste cazado por la inquisición? Eso es saber realidades, chico. — Inevitablemente, como si el deseo saliera de mi interior a vivas tablas, le hablaba y le proponía de una manera completamente inconsciente, que me siguiera. ¿Inquisidor? No, eso no era para alguien viejo como él, no podrían aceptarlo. La razón de decirle, de hablarle, era que deseaba involuntariamente despejarlo de la ridícula tragedia que aún no terminaba por saber. Tenía curiosidad, leve, pero existente: ¿por qué no la seguía buscando a la hermana? ¿Qué miedo estaba escondiendo que al final no lo había terminado de decir?
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 3:08 pm

¿Y qué demonios sabía él de Miklós para afirmar tan felizmente que no conocía lo que era la muerte en sus malditas y propias carnes, eh? ¿Qué idea tenía él de lo que Miklós había pasado, e incluso de lo que hacía para ganarse el pan, y que lo acercaban a los brazos de la Parca un paso más con cada minuto que transcurría? Nada, y lo juzgaba, porque todo el mundo disfrutaba haciéndolo, quizá porque al parecer un maldito desharrapado nadie creía que tenía el enorme orgullo que tenía y que le daría igual lo que le dijeran. De hecho, tal vez podría llegar a darle igual si se tratara de otra persona, pero ¿el padre que lo había parido? No, él no. Y no porque se tratara de su progenitor, sino porque llevaba menos de media hora siéndolo conscientemente y ya se estaba encargando de reprenderlo como si lo hubiera criado y realmente lo decepcionara que Miklós fuera tal cual era, sin engañarlo al respecto. Bien sabía el Todopoderoso que el húngaro había podido fingir ser cualquier cosa delante de Darko antes y después de conocer su relación con él, pero lo cierto era que no lo había hecho, y su motivo era simple: no tenía por qué mentir. Esa sinceridad que DeGrasso, apellido al que debía empezar a acostumbrarse, tanto valoraba, era realmente rara en Miklós, y solamente se daba cuando estaba lo suficientemente desesperado o le daba igual todo y no veía motivos para mentir. En caso de aquel encuentro, realmente era una mezcla de ambas lo que lo empujaba constantemente a decir verdad: por un lado, lo desesperadamente solo que se encontraba sin nadie que le importara realmente salvo quien no estaba cerca; por otro, la indiferencia existencial que le producía la vida y que, salvo las oleadas ocasionales de rabia que acompañaban a sus palabras, también le producía el maldito Darko DeGrasso.

– No busco tu lástima, te lo cuento porque no es un secreto. No soy un cobarde, salvo el cuello como puedo mientras espero a tener los recursos para ir a por ellos. ¿Qué quiero de ti? Esos recursos me vendrían bien, pero no te los voy a pedir porque no quiero tu maldita limosna, y menos siendo inquisidor. – aunque sus palabras fueran amargas, su tono no lo había sido tanto como podría sugerir el mensaje que le había regalado, casi escupido a Darko: me da igual lo que pienses de mí, sé cómo soy, sé por qué hago lo que hago, y no me harás cambiar de idea. Ah, si tan solo fuera todo tan fácil como eso… Pero no, Darko era una nueva figura en la vida de Miklós, una que el húngaro debía empezar a asociar a sí mismo y a poner en un nivel semejante a otros como Thibault, que de hecho sí que habían llegado a hacer mucho por él (criarlo, por ejemplo. Nada importante.), y realmente no sabía bien cómo actuar al respecto. Parte de sí mismo quería su aprobación, mientras que otra parte no menos importante odiaba la idea de querer ser aprobado por alguien a quien acababa de conocer; esa guerra civil dentro de la cabecita del húngaro se acabaría notando, y era lo que explicaba sus actos… Hasta aquellos que Darko seguramente no entendería. – Soy una pantera, DeGrasso, ¿tan mal piensas de tu amado Santo Oficio que ni siquiera te planteas que haya acabado en sus redes? Sí, me han cazado. Pero me he rebelado, y me he encargado de que se arrepintieran de haberme amenazado siquiera con un poco de plata. ¿Por qué clase de gato pusilánime me tomas? ¿No decías que crees que tengo algo tuyo? Será eso, ¿no? Eszter nunca tuvo tanto aguante, ni tampoco era tan bestial como puedo llegar a serlo yo. – sentenció, provocador, y llegó incluso a alzar la barbilla en una clara muestra de orgullo desmesurado que, estaba seguro, provenía de ambos progenitores, pues los dos por igual le habían demostrado que eran capaces de mantenerse erre que erre, en sus trece, subidos al caballo de la dignidad que portaban y de la que hacían gala como si realmente se la merecieran. ¡Ja! Qué sabrían ellos de orgullo, qué sabrían de sobrevivir ante la muerte… Ni Eszter ni Darko la habían probado tan de cerca como él, de eso estaba seguro, y por eso jamás podrían llegar a comprenderlo.

Pero, realmente, el magyar estaba siendo particularmente ambicioso con tamaña empresa, no solamente porque Darko parecía carecer de empatía básica (¡casi como su hijo! De tal palo…), sino porque, si no se entendía a veces ni el propio Miklós, ¿cómo pretendía que lo hiciera otro, al que además acababa de conocer?
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Mensaje por Darko DeGrasso Mar Dic 27, 2016 6:16 pm

¿Acaso se me había escapado una risa verdadera de mi interior, de mi propia boca? Sí, la estaba escuchando, gruesa, rasposa y bastante tétrica. Por supuesto que así era, aunque sincera y con bastante diversión seguía imponiendo miedo. Sin embargo el muchacho húngaro, nacido de mi propio esperma como ya había entendido y aceptado, me había hecho reír. Y no de pena, ni lástima, sino como un atisbo de aprobación. Sí, acababa de aprobar sus palabras y pronto mi rostro volvió a la seriedad y se enroscó en una tenebrosa sonrisa a medias. Comencé a caminar de repente, esperando que el muchacho me siguiera, era un cordero, uno para el matadero, pero por el que estaba dispuesto a tener alguna clase de afecto aunque fuese asqueado por el tiempo. — Entonces te ganarás tus recursos. ¿Para buscarla, no es así? No heredaste eso de mí. Yo mismo deseé la muerte de mi hermana y la vi arder con felicidad cuando la maldita bruja se hacía cenizas. — Respondí con sorna, aunque esa verdad no estaba entera. La parte en donde yo sufría no existía para los demás, las historias me habían convertido en lo que era ahora: un monstruo sin compasión. Claro que alguna vez la había tenido, Ezster había hecho que una gran parte de mi humanidad se encendiera otra vez. Incluso si odiaba tener sentimientos. Pero su traición era comparada con la de cualquier ser sobrenatural, nunca eran sinceros. Así que, ¿por qué sentía que él sí lo era? Quizá tenía tantos años que ya había aprendido a notar la mentira en los ojos ajenos. Sí, eso debía ser, podía saborear cada verdad, había gastado la empatía en solo eso: verdad o falsedad. — Vamos, chico. Si me encontraste aquí es porque el Señor quiere que te termine ayudando, ¿no es así? Tienes mucho que decirme, puedo notarlo. Me pregunto realmente si me importa lo que me vayas a decir. Espero que sí, espero que cada palabra que salga de tu boca sea importante como para gastar el tiempo en escucharla. —

Pronto la arboleada cayó y la gente se veía con más regularidad, íbamos a llegar a la casa en la que me habían movido, no era la gran cosa. Aunque tenía poder y dinero para hacer lo que quisiera, lo único importante era mantenerme en una zona apropiada, tener los instrumentos correctos. Sí, armas de tortura, de fuego, blancas y para distancia. La casa estaría repleta de eso, la cocina era mediocre y no había nada para preparar comida, solo sobras de alimentos comprados. Sin embargo aún estábamos a unas cuantas cuadras, el silencio era devastador entre ambos y me preguntaba realmente qué haría con él, aparte de dejarle mis frustraciones como un contrato a tiempo completo. — Los cambiaformas son difíciles de notar, deberías haber pasado desapercibido. No todos los que cazan pueden ver auras. Te enseñaré a ocultarla, ¿conoces a Gaia acaso? Seguramente no, no eres un licántropo. No seas imbécil. Veremos cuánto aguante tienes, yo decidiré eso. Te llevaré a cada lugar en donde trabajo y cada vez que apartes la mirada golpearé uno de tus huesos. Si en dos meses logras mantener la mirada por todo un día entonces te daré mi ayuda completa. — Porque si había algo que Miklos no sabía era que su padre era el que torturaba a cada uno de los líderes de grupos sobrenaturales. Nunca los terminaba de matar, la mayoría morían en la hoguera. Y ni uno solo se había ido sin confesar donde estaban los otros y qué clase de cosas pretendían hacer contra los humanos o la iglesia. Realmente me preguntaba qué tantas masacres podría presenciar. Su mente, aunque orgullosa y amenazante, no iba a lograrlo tan fácilmente. Menos con mujeres, ¿su hermana era una no era así? Entonces lo haría de ese modo. Sonreí, entre falaz y emocionado. Miklos acababa de proporcionarme una nueva diversión y entretenimiento, cosas que había resultado perder durante los años en la inquisición, siempre lo mismo, década tras década ninguno cambiaba. Ni el baptisterio, ni los sobrenaturales y mucho menos los humanos, egoístas y austeros en cada rincón de ese mundo. El pacto con mi propio hijo se había hecho y no iba a dudar en saborear hasta su último sentimiento.


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Darko DeGrasso
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