Memento Mori [Privado]

por **Zarek Woźniak** Mar Abr 26, 2016 11:41 am

Del pasado que aun acarreaba a cuestas, solo cenizas y huesos quedaban. Ocultos bajo la mortalidad de su cuerpo, el envase que servía como conducto entre el mundo de los muertos y el de los vivos, su mirada lánguida se acostumbró pronto a diferencia entre un alma nómade y los colores vivos que irradiaba un sobrenatural como él. Sobrevivía en un mundo de ensueño llamado Paris, aunque la verdad era que ningún propósito le ataba a ese lugar, podía mandar todo al demonio y dejarse llevar al viento como hoja en otoño. Se consideró a si miso huérfano desde el momento en que su progenitora intentó matarle, aquella mujer que no había hecho otra cosa que violentarle y acusarle de ser un monstruo aquella ocasión en la catedral de su aldea cuando Zarek hacia flotar sobre sus manos las pequeñas flamas de las velas que se hallaban frente al altar. Su rostro mancillado en lágrimas ardía gracias a las bofetadas que esa noche se ganó por primera vez.

¿Cómo iba a controlar aquellas dádivas malditas? Que lejos de ayudar en su desarrollo, solo le condenaban a una humillación por parte de los aldeanos. El tema de su padre había resultado taboo pues desde que tuvo uso de razón su madre le había prohibido estrictamente hacer comentario alguno sobre él. Quizás porque ese hombre había sido el inicio de todos sus problemas ¿Habría sido sobrenatural como él? Esa y muchas otras preguntas permanecerían flotando en su mente hasta el día de su muerte. No necesitaba de nadie y no iba a empezar ahora, salvo aquellos inocentes que en las calles se volvieron parte de su vida, ingratos como el que abandonados a su suerte compartían comida o techo, solo por ellos se ensuciaba de vez en cuando las manos, para no dejarles morir y de ese modo mostrar un lado afable, uno que pensó no poseía. ¿Qué había ganado al final? Jugando a ser un héroe sin nombre, un héroe que solo se hundía cada vez más en ese lado oscuro de la miseria.

Vendería su alma al diablo por menos que eso, dichos infortunios eran bien merecidos por haber cometido tales atrocidades en su natal Polonia. Con pasos mezquinos se alejó del bullicio, para adentrarse en la lobreguez de las zonas alejadas, terruños de mala muerte visitados normalmente por asesinos y demás escoria. Al adentrarse a lo que parecía ser una vieja casona, no reparó en cerciorarse si alguien más se encontraba dentro, las acanaladas paredes eran frías y los muros que le sostenían parecían derrumbarse a la más mínima provocación. A su alrededor un par de espíritus parecían reaccionar ante su presencia. Les miró con un dejo de desgano, recargó su cuerpo sobre una de las paredes, a su alrededor un par de cuervos se materializaron en cuestión de segundos producto de sus habilidades, miró de reojo a una nuevo visitante que penetraba en la oscuridad.

–¿Así que también los puedes ver? No es curioso, como la vida te reduce a esto– mencionó refiriéndose a los espíritus –Ahora son solo basura–

por **Yves Poulenc** Miér Mayo 11, 2016 10:54 pm

“Be careful who you trust, the devil was once an angel.”
― Ziad K. Abdelnour

El rumor de un buen samaritano que salvaba moribundos sin casa llegó hasta los oídos del heredero Poulenc. Yves era caprichoso y no se necesitaba ser un genio para notarlo. Alix se encargaba de los negocios e incluso de marcar a las víctimas futuras, ¿y él? Él era un bonito rey en un bonito trono, con una bonita corona. Una imagen, nada más y eso le frustraba de sobremanera. Así que buscaba cómo distraerse.

Esa tarde, cuando el sol ya amenazaba con ocultarse, porque el joven hechicero, sin duda, obraba mejor de noche, salió al fin de casa, en pos de su nuevo interés. Más de un mozo de la residencia insistió en acompañarlo, pero con esos modos tan poco sutiles que tenía él, lo descartó sin darle derecho a réplica. Así, como una parca solitaria, envuelta en penumbra y muerte, recorrió las calles y aunque su vestimenta, pulcra y elegante, desentonara con la podredumbre de as calles, su presencia imponía lo suficiente como para que nadie se atravesara en su camino.

Pudo localizarlo el momento justo en que se alejaba hacia una propiedad abandonada. No fue tras él de inmediato, con parsimonia, avanzó sin perderle la pista, pero sin ir pisándole los talones. Aguardó un momento afuera y luego, finalmente se metió a la deplorable construcción que olía a polillas y rancio. Con el sigilo de una sombra se adentró en la oscuridad y observó al joven. Era más peculiar de lo que había imaginado, sin embargo, eso le deleitó. Sonrió con ese gesto torcido usual en él, de demonio encaprichado.

Observó entonces al chico hacer lo suyo. Se sorprendió, de buena manera, de los alcances de sus poderes. Definitivamente le sería útil. Siempre necesitaba peones para esas partidas de ajedrez en las que siempre salía triunfador.

Dio un paso al frente cuando lo escuchó e hizo una ligera reverencia a modo de saludo. Había algo lacerante y condescendiente en sus movimientos, como si desde ya, se supiera superior. Alzó el mentón y lo miró hacia abajo con desdén.

—Yo tendría más cuidado en cómo me refiero a ellos —dijo con voz plana. Aunque Yves fuese un sujeto frío y desinteresado, poseía un arraigado respeto por todo lo que tuviera que ver con su magia, y la de otros—. Si los trataras mejor, ellos lo agradecerían, y te concederían favores —se acercó amenazante, aunque su intención no era hacerle daño.

—Y no sólo son ellos. Ellos son sólo mensajeros. Hay seres más terribles, que cobran precios más altos, pero que lo que son capaces de concederte es inimaginable —lo dijo como si estuviera narrando los eventos de una tarde de cricket. Casi como si no importara. Y es que Yves estaba acostumbrado a lidiar con señores del inframundo, cuyas ofrendas son, en verdad, terribles y sus dones maravillosos.

—No huyas de lo que eres —al fin sentenció con más solemnidad—. Yo puedo ayudarte a encontrar el camino que estás buscando —falacias. Porque como esos lores del Hades, él también se presentaba ante ti y te ofrecía eso que más deseabas, sólo para después cobrárselo con creces.

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