AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La flor de cerezo [Jaime Cortés]
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La flor de cerezo [Jaime Cortés]
Era agradable ver como con el paso de los días me iba aclarando cada vez más con las calles y con la ciudad en sí. Tenía varios sitios que, de momento, eran mis favoritos y que estaba segura que, cuando estuviera mal, no dudaría en acudir allí intentando conseguir algo de paz.
Tan sólo hacía un par de semanas que había llegado a la capital, y el lenguaje era lo que peor llevaba. En la casa, junto con el señor y la señora Ishikawa, aprendía poco a poco el idioma para poder defenderme. Entre nosotros hablábamos en japonés, pero de vez en cuando me hablaban en francés para que fuera cogiendo práctica. Era algo difícil, había ciertas palabras y consonantes que me era costoso pronunciar y recordar. Sobre todo las palabras con ‘r’; ya que me había dado cuenta que la de ellos era más fuerte que la que pronunciábamos nosotros… y por más que intentara pronunciarlo, era imposible.
Quitando el aspecto del lenguaje, todo lo demás iba medianamente bien. Extrañaba a mis padres más de lo que, quizá, habría pensado que podría hacer. Sabía que los iba a echar de menos… pero no pensaba que tanto. Al igual que mi tierra, ahora añoraba encontrar y ver esos campos y praderas tan verdes, con sus campos de arroz y de seda… sí, era algo extraño, pero la experiencia que estaba viviendo podía con todo lo demás. Siempre había querido ver mundo, era algo que de pequeña siempre había querido hacer. Y ahora, al menos, estaba cumpliendo ese sueño.
Poco a poco también me iba acostumbrando a la comida y a sus gentes, no tanto así con las vestimentas que allí llevaban. Me parecían que eran muy bonitas y había visto algunos vestidos que eran preciosos… pero prefería los kimonos y los Yukata. Era algo de lo que no podía despejarme, y para mí, eran mucho más cómodos. Cosa que hacía que resaltara un poco más entre aquellas calles, y entre la gente del lugar.
-¿Vais a salir otra vez, señorita? –me giré para contemplar al señor Ishikawa detrás de mí, observándome mientras su mujer recogía algunas cosas en la casa.
-Sí, poco a poco me voy quedando con los sitios y estoy segura de que aún me quedan muchos lugares que descubrir en esta ciudad –ya tenía todo listo para partir, así que me giré para quedar de cara a él, quien me miraba sonriendo.
-Me alegro de que su estancia aquí sea de su agrado, Asura. A su padre le gustará saber que os estáis desenvolviendo bien en la ciudad –sí, era algo que sin duda alegraría saber.- Pero tened cuidado y no volváis muy tarde, por la noche las calles se llenan de peligros –asentí con la cabeza y me encaminé a la puerta.
-No os preocupéis, volveré antes de que anochezca. Ittekimasu* -dije volviéndome para ver a su mujer antes de la salir por la puerta, escuchando un “Itterasshai*” por parte de ambos.
Salí de allí con una sonrisa ya que era algo muy típico de mí país decir aquel tipo de cosas cuando uno se marchaba de casa, más su respuesta por la otra persona, al igual que lo era cuando llegabas a casa. Costumbres que jamás, por muchos lugares al que fuera, perdería a lo largo de mí vida, estaban demasiado arraigadas como para que se perdieran con el paso del tiempo.
Salí a la calle y comencé a andar, por suerte la casa no quedaba muy lejos del centro de la ciudad por lo que disfrutaba del paseo mientras me sumergía en sus calles. A pesar de la estación en la que estábamos, allí en Japón hacía más frío que en la capital parisina, por lo que el frío no era algo por lo que tuviera que preocuparme. A estas alturas, la nieve estaría cubriendo las casas y los campos en Japón.
Suspiré al recordar mi tierra sintiéndome nostálgica sin poder evitarlo y, en mi camino hacia la ciudad, descubrí un sitio que no había visto hasta ese momento: había encontrado un jardín botánico.
Sin perder mucho más tiempo decidí entrar ya que era algo que me gustaba mucho y estaba segura de que habría flores que en mí país, quizá, no eran muy comunes. Por allí la flor más típica era la del cerezo, a lo largo de todo el país el árbol, así como sus flores, decoraban el paisaje. En primavera era hermoso ver todas las fores decorar las calles y los paisajes, y en otoño cuando se hacían más oscuras de color antes de caerse era aún más bonito. Estaba considerada la flor del país, y muchas de las banderas llevaban pétalos de cerezo en ellas dibujadas. Sakura* lo llamamos nosotros.
Nada más entrar al lugar te invadía un olor muy agradable, una mezcla de las flores que habían en el lugar. Tan absorta estaba en mis pensamientos, mirando a todos lados pero sin mirar muy bien por donde andaba, que choqué de bruces contra una persona. Conseguí mantener el equilibrio, por poco, y me quedé mirando apenada a la otra persona.
-¡Gomennasai!* –dije juntando las manos como si estuviera rezando, luego me mordí el labio ya que sabía que la otra persona no me entendería y, tras unos segundos, logré recordar lo que me habían enseñado el señor y la señora Ishikawa- Perdón… yo… eh…. –lo miré durante unos segundos y, finalmente, pregunté- ¿Estás bien?
*Ittekimasu: Me voy
*Itterasshai: Aunque no tiene una traducción literaria, sería como un "hasta luego"
*Gomennasai: Lo siento
*Sakura: Flor de cerezo
Tan sólo hacía un par de semanas que había llegado a la capital, y el lenguaje era lo que peor llevaba. En la casa, junto con el señor y la señora Ishikawa, aprendía poco a poco el idioma para poder defenderme. Entre nosotros hablábamos en japonés, pero de vez en cuando me hablaban en francés para que fuera cogiendo práctica. Era algo difícil, había ciertas palabras y consonantes que me era costoso pronunciar y recordar. Sobre todo las palabras con ‘r’; ya que me había dado cuenta que la de ellos era más fuerte que la que pronunciábamos nosotros… y por más que intentara pronunciarlo, era imposible.
Quitando el aspecto del lenguaje, todo lo demás iba medianamente bien. Extrañaba a mis padres más de lo que, quizá, habría pensado que podría hacer. Sabía que los iba a echar de menos… pero no pensaba que tanto. Al igual que mi tierra, ahora añoraba encontrar y ver esos campos y praderas tan verdes, con sus campos de arroz y de seda… sí, era algo extraño, pero la experiencia que estaba viviendo podía con todo lo demás. Siempre había querido ver mundo, era algo que de pequeña siempre había querido hacer. Y ahora, al menos, estaba cumpliendo ese sueño.
Poco a poco también me iba acostumbrando a la comida y a sus gentes, no tanto así con las vestimentas que allí llevaban. Me parecían que eran muy bonitas y había visto algunos vestidos que eran preciosos… pero prefería los kimonos y los Yukata. Era algo de lo que no podía despejarme, y para mí, eran mucho más cómodos. Cosa que hacía que resaltara un poco más entre aquellas calles, y entre la gente del lugar.
-¿Vais a salir otra vez, señorita? –me giré para contemplar al señor Ishikawa detrás de mí, observándome mientras su mujer recogía algunas cosas en la casa.
-Sí, poco a poco me voy quedando con los sitios y estoy segura de que aún me quedan muchos lugares que descubrir en esta ciudad –ya tenía todo listo para partir, así que me giré para quedar de cara a él, quien me miraba sonriendo.
-Me alegro de que su estancia aquí sea de su agrado, Asura. A su padre le gustará saber que os estáis desenvolviendo bien en la ciudad –sí, era algo que sin duda alegraría saber.- Pero tened cuidado y no volváis muy tarde, por la noche las calles se llenan de peligros –asentí con la cabeza y me encaminé a la puerta.
-No os preocupéis, volveré antes de que anochezca. Ittekimasu* -dije volviéndome para ver a su mujer antes de la salir por la puerta, escuchando un “Itterasshai*” por parte de ambos.
Salí de allí con una sonrisa ya que era algo muy típico de mí país decir aquel tipo de cosas cuando uno se marchaba de casa, más su respuesta por la otra persona, al igual que lo era cuando llegabas a casa. Costumbres que jamás, por muchos lugares al que fuera, perdería a lo largo de mí vida, estaban demasiado arraigadas como para que se perdieran con el paso del tiempo.
Salí a la calle y comencé a andar, por suerte la casa no quedaba muy lejos del centro de la ciudad por lo que disfrutaba del paseo mientras me sumergía en sus calles. A pesar de la estación en la que estábamos, allí en Japón hacía más frío que en la capital parisina, por lo que el frío no era algo por lo que tuviera que preocuparme. A estas alturas, la nieve estaría cubriendo las casas y los campos en Japón.
Suspiré al recordar mi tierra sintiéndome nostálgica sin poder evitarlo y, en mi camino hacia la ciudad, descubrí un sitio que no había visto hasta ese momento: había encontrado un jardín botánico.
Sin perder mucho más tiempo decidí entrar ya que era algo que me gustaba mucho y estaba segura de que habría flores que en mí país, quizá, no eran muy comunes. Por allí la flor más típica era la del cerezo, a lo largo de todo el país el árbol, así como sus flores, decoraban el paisaje. En primavera era hermoso ver todas las fores decorar las calles y los paisajes, y en otoño cuando se hacían más oscuras de color antes de caerse era aún más bonito. Estaba considerada la flor del país, y muchas de las banderas llevaban pétalos de cerezo en ellas dibujadas. Sakura* lo llamamos nosotros.
Nada más entrar al lugar te invadía un olor muy agradable, una mezcla de las flores que habían en el lugar. Tan absorta estaba en mis pensamientos, mirando a todos lados pero sin mirar muy bien por donde andaba, que choqué de bruces contra una persona. Conseguí mantener el equilibrio, por poco, y me quedé mirando apenada a la otra persona.
-¡Gomennasai!* –dije juntando las manos como si estuviera rezando, luego me mordí el labio ya que sabía que la otra persona no me entendería y, tras unos segundos, logré recordar lo que me habían enseñado el señor y la señora Ishikawa- Perdón… yo… eh…. –lo miré durante unos segundos y, finalmente, pregunté- ¿Estás bien?
*Ittekimasu: Me voy
*Itterasshai: Aunque no tiene una traducción literaria, sería como un "hasta luego"
*Gomennasai: Lo siento
*Sakura: Flor de cerezo
Asura Nanami- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 21/11/2015
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Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
La vida parisina era de lo más sofisticada. Casi todas las calles estaban siempre abarrotadas de personas, pero dentro de ese alboroto existía un orden que ponía al andaluz un poco nervioso. Llevaba poco tiempo viviendo allí o, más bien, malviviendo. A pesar de sus más que amplios conocimientos sobre medicina, era evidente que el idioma suponía un problema, y no había podido encontrar un lugar donde encajar. Por otro lado, tampoco había intentado llamar demasiado la atención.
Era un proscrito, un prófugo, un condenado a muerte por la Inquisición de España… y no quería estar huyendo toda su vida. Que por otro lado tampoco sería mucho peor que su situación actual. Mendigaba por las calles y rara vez dormía con una manta vieja que alguien tiraba o, la mayoría de noches, a la intemperie. Había días que no comía siquiera, de hecho llevaba casi dos semanas alimentándose de pan duro que el dueño de un restaurante le daba.
Su ropa empezaba a parecerse más a un conjunto de trapos que a ropa misma. La mantenía todo lo limpia que podía lavándola en el río, pero en invierno era difícil, pues pasearse desnudo por el campo probablemente le causaría una hipotermia o la muerte. Otra cosa que no llevaba nada bien era la temperatura. En Sevilla rara vez se veía un copo de nieve, y en París ya estaba cansado de ella. Tampoco había conocido aún a nadie que lo ayudara a perfeccionar su acento o le enseñase la ciudad, por lo que cada día era una nueva aventura para él.
Aquella noche se había colado en un jardín botánico y, entre algunas plantas frondosas y resistentes al frío, el hombre durmió las horas que pudo. Se levantó con el primer rayo de sol y comió algunos frutos secos que tenía en su hatillo todavía. Contó algunas monedas también, aunque no estaba seguro de si le darían para una comida, pero podía intentarlo. Salió de su escondite sin mirar y sin previo aviso, y su acción le pasó factura.
Se chocó contra alguien y casi cayó al suelo. Al principio su primer instinto fue correr como alma que lleva al diablo —últimamente todo lo asustaba—, pero antes de hacerlo, se giró para descubrir a una pequeña mujer de rasgos muy característicos. Al principio pensó que era una nativa de Nuevo Mundo, pero fijándose mejor, no era de tez tan morena. Seguramente sería de Oriente.
—Gome… ¿qué? —preguntó con una ceja alzada —No ce dihculpe, ceñorita —dijo él con su marcado acento andaluz —. La culpa ha cío mía.
Se relajó un poco al ver que no parecía nada agresiva y recogió su hatillo del suelo, que en el golpe se había desenganchado. Sus tripas sonaron, pidiendo algo que llevarse a la boca y haciéndolo recordar que llevaba dos días alimentándose de unos tristes y pobres frutos secos. Se sonrojó.
—¿De dónde eh uhté? —preguntó con verdadera curiosidad —Por cierto, yo zoy el Cortecillo.
Le dedicó una de sus más sinceras sonrisas. Tal vez sonara un poco bruto, pero el Cortesillo era alguien bastante inofensivo, a la vez que simpático y amable. Seguía algo sonrojado, pues había hablado mucho más en aquella mañana que casi todo el mes que llevaba en París, y no sabía si se le iba a entender especialmente bien.
*Todas las /s/ implosivas no las pronuncia, por eso las he sustituido por una h.
*Rara vez pronuncia algunas consonantes intervocálicas también: sido>cío
*Como ya te comenté, cecea, por lo que si te supone algún problema o no te has enterado de algo, puedo corregirlo o aclararlo aquí ^^
Era un proscrito, un prófugo, un condenado a muerte por la Inquisición de España… y no quería estar huyendo toda su vida. Que por otro lado tampoco sería mucho peor que su situación actual. Mendigaba por las calles y rara vez dormía con una manta vieja que alguien tiraba o, la mayoría de noches, a la intemperie. Había días que no comía siquiera, de hecho llevaba casi dos semanas alimentándose de pan duro que el dueño de un restaurante le daba.
Su ropa empezaba a parecerse más a un conjunto de trapos que a ropa misma. La mantenía todo lo limpia que podía lavándola en el río, pero en invierno era difícil, pues pasearse desnudo por el campo probablemente le causaría una hipotermia o la muerte. Otra cosa que no llevaba nada bien era la temperatura. En Sevilla rara vez se veía un copo de nieve, y en París ya estaba cansado de ella. Tampoco había conocido aún a nadie que lo ayudara a perfeccionar su acento o le enseñase la ciudad, por lo que cada día era una nueva aventura para él.
Aquella noche se había colado en un jardín botánico y, entre algunas plantas frondosas y resistentes al frío, el hombre durmió las horas que pudo. Se levantó con el primer rayo de sol y comió algunos frutos secos que tenía en su hatillo todavía. Contó algunas monedas también, aunque no estaba seguro de si le darían para una comida, pero podía intentarlo. Salió de su escondite sin mirar y sin previo aviso, y su acción le pasó factura.
Se chocó contra alguien y casi cayó al suelo. Al principio su primer instinto fue correr como alma que lleva al diablo —últimamente todo lo asustaba—, pero antes de hacerlo, se giró para descubrir a una pequeña mujer de rasgos muy característicos. Al principio pensó que era una nativa de Nuevo Mundo, pero fijándose mejor, no era de tez tan morena. Seguramente sería de Oriente.
—Gome… ¿qué? —preguntó con una ceja alzada —No ce dihculpe, ceñorita —dijo él con su marcado acento andaluz —. La culpa ha cío mía.
Se relajó un poco al ver que no parecía nada agresiva y recogió su hatillo del suelo, que en el golpe se había desenganchado. Sus tripas sonaron, pidiendo algo que llevarse a la boca y haciéndolo recordar que llevaba dos días alimentándose de unos tristes y pobres frutos secos. Se sonrojó.
—¿De dónde eh uhté? —preguntó con verdadera curiosidad —Por cierto, yo zoy el Cortecillo.
Le dedicó una de sus más sinceras sonrisas. Tal vez sonara un poco bruto, pero el Cortesillo era alguien bastante inofensivo, a la vez que simpático y amable. Seguía algo sonrojado, pues había hablado mucho más en aquella mañana que casi todo el mes que llevaba en París, y no sabía si se le iba a entender especialmente bien.
*Todas las /s/ implosivas no las pronuncia, por eso las he sustituido por una h.
*Rara vez pronuncia algunas consonantes intervocálicas también: sido>cío
*Como ya te comenté, cecea, por lo que si te supone algún problema o no te has enterado de algo, puedo corregirlo o aclararlo aquí ^^
Jaime Cortés- Hechicero Clase Baja
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Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
No era la primera vez en aquellas semanas que llevaba en París, que me chocaba contra alguien haciendo que casi cayera al suelo. Parecía que tenía por costumbre chocarme contra la gente para entablar una conversación con alguien… cosa que resultaba irónica a la par que graciosa. Aunque eso último algo menos, ya que por dentro maldecía esos choques tontos que, por andar distraída con la ciudad, había tenido en ese par de ocasiones.
Tras disculparme por el choque producido me fijé mejor en la persona que tenía delante, ya que ni siquiera me había dado cuenta de contra quién había chocado. Pude ver que era un joven algo más alto que yo, de dorados cabellos cual rayo de sol, y unos ojos de color turquesa preciosos, que contemplé durante unos segundos sin darme siquiera cuenta.
Tras el susto inicial por no saber de qué manera reaccionaría ante el choque, y viendo que algo me había entendido en las disculpas… me reí durante unos cortos y breves segundos cuando preguntó que era lo que significaba ‘gomenasai’. Me hizo gracia, sobre todo, ese acento tan peculiar que empleaba a la hora de hablar. No era lo que había oído por las calles de París en mi recorrido por la ciudad, de hecho era la primera vez que oía a alguien hablar con ese acento… y era bastante gracioso. Me gustaba. Le daba un toque algo marcado y que denotaba, o lo hacía ver, una personalidad diferente sobre él. Jamás habría pensado oírle hablar de esa forma, y eso lo hacía ver más… amigable.
Vi como se agachaba para recoger la ropa del suelo y fue entonces en que me fijé en lo que llevaba puesto. No me había fijado tan detenidamente ni en lo que llevaba puesto ni nada, y no pude evitar darle un pequeño vistazo rápido, preguntándome si era lo único que tenía para llevar puesto.
Me centré de nuevo en él cuando volvió a hablarme, ya que era algo costoso llegar a entender al cien por cien lo que me decía. Su acento hacía que no pudiera entender algunas palabras, pero por el contexto de la frase podía más o menos saber lo que me estaba diciendo. Si a eso le añadíamos que no sabía el idioma muy bien para defenderme en un caso así, lo hacía algo más difícil.
Tampoco ayudaba mi acento, en algunas palabras se me hacía algo más complicadas pronunciarlas, ya que eran de una pronunciación más fuerte que las que yo empleaba habitualmente. Sí que pude entender lo que me había preguntado y sonreí antes de responderle.
-Okinawa, una isla al sur de Japón –le respondí mientras alisaba uno de los pliegues del vestido que se había subido un poco tras el choque. En ese momento oí cómo sus tripas sonaban y al mirarlo vi como le subían un poco los colores. Me mordí el labio y luego le sonreí tras haberse presentado –Soy Asura –le hice una pequeña reverencia- Y tú, ¿de dónde eres? –estaba convencida de que no era de la ciudad, y pudiera ser que del país tampoco. Tras pensarlo durante unos segundos, le señalé con el dedo -¿Quieres… etto. tabemasu*…. –negué con la cabeza sabiendo que no iba a entender, y después hice el gesto de comer con las manos- conmigo? –Había salido de la casa sin comer nada, y era buena hora para llenar el estómago. Hice un gesto con la mano y me giré un poco -¿Vamos?
Tabemasu: Comer
FDR: No te preocupes, lo entiendo perfectamente ^^
Tras disculparme por el choque producido me fijé mejor en la persona que tenía delante, ya que ni siquiera me había dado cuenta de contra quién había chocado. Pude ver que era un joven algo más alto que yo, de dorados cabellos cual rayo de sol, y unos ojos de color turquesa preciosos, que contemplé durante unos segundos sin darme siquiera cuenta.
Tras el susto inicial por no saber de qué manera reaccionaría ante el choque, y viendo que algo me había entendido en las disculpas… me reí durante unos cortos y breves segundos cuando preguntó que era lo que significaba ‘gomenasai’. Me hizo gracia, sobre todo, ese acento tan peculiar que empleaba a la hora de hablar. No era lo que había oído por las calles de París en mi recorrido por la ciudad, de hecho era la primera vez que oía a alguien hablar con ese acento… y era bastante gracioso. Me gustaba. Le daba un toque algo marcado y que denotaba, o lo hacía ver, una personalidad diferente sobre él. Jamás habría pensado oírle hablar de esa forma, y eso lo hacía ver más… amigable.
Vi como se agachaba para recoger la ropa del suelo y fue entonces en que me fijé en lo que llevaba puesto. No me había fijado tan detenidamente ni en lo que llevaba puesto ni nada, y no pude evitar darle un pequeño vistazo rápido, preguntándome si era lo único que tenía para llevar puesto.
Me centré de nuevo en él cuando volvió a hablarme, ya que era algo costoso llegar a entender al cien por cien lo que me decía. Su acento hacía que no pudiera entender algunas palabras, pero por el contexto de la frase podía más o menos saber lo que me estaba diciendo. Si a eso le añadíamos que no sabía el idioma muy bien para defenderme en un caso así, lo hacía algo más difícil.
Tampoco ayudaba mi acento, en algunas palabras se me hacía algo más complicadas pronunciarlas, ya que eran de una pronunciación más fuerte que las que yo empleaba habitualmente. Sí que pude entender lo que me había preguntado y sonreí antes de responderle.
-Okinawa, una isla al sur de Japón –le respondí mientras alisaba uno de los pliegues del vestido que se había subido un poco tras el choque. En ese momento oí cómo sus tripas sonaban y al mirarlo vi como le subían un poco los colores. Me mordí el labio y luego le sonreí tras haberse presentado –Soy Asura –le hice una pequeña reverencia- Y tú, ¿de dónde eres? –estaba convencida de que no era de la ciudad, y pudiera ser que del país tampoco. Tras pensarlo durante unos segundos, le señalé con el dedo -¿Quieres… etto. tabemasu*…. –negué con la cabeza sabiendo que no iba a entender, y después hice el gesto de comer con las manos- conmigo? –Había salido de la casa sin comer nada, y era buena hora para llenar el estómago. Hice un gesto con la mano y me giré un poco -¿Vamos?
Tabemasu: Comer
FDR: No te preocupes, lo entiendo perfectamente ^^
Asura Nanami- Vampiro Clase Alta
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Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
Desde luego, desde su llegada a París Jaime había estado mucho más perdido que nunca. En un principio, pensó en establecerse en algún lugar caluroso y seco de Nuevo Mundo. Después, pensó en buscar un refugio medianamente caliente, aunque fuera en una cueva que pudiese modificar un poco. Más tarde, su preocupación era la comida y, por el momento, la supervivencia.
Sus pasos lo habían llevado hasta todos los rincones de París en la búsqueda de esa necesidad que tenía para sobrellevar ese día a día. Usaba su magia en contadas ocasiones, y siempre en pos de ayudar a los demás. De todos modos, el joven sevillano no terminaba de acostumbrarse a esa gente. En Sevilla, cualquier persona le daba un mendrugo de pan o un vaso de vino en una taberna, y nadie se extrañaba por ello. La gente era amable y, si limpiabas las mierdas de caballo de las calles, te podías ganar un dinerillo de parte de algún transeúnte.
En París había gente para todo. La ciudad estaba tan perfectamente estructurada que no había ninguna manera de conseguir trabajo. Lo único que había conseguido encontrar era trabajo de cortesano… y lo había rechazado, claramente. Él no estaba hecho para esas cosas. También intentó trabajar como ayudante de algún galeno, o doctor, o algo así, pero su juventud no inspiraba confianza.
De todos modos, la chica que tenía frente a él era distinta a todos los parisinos. Evidentemente no tenía ni idea de qué era Japón, por lo que describir una isla al sur perdió al rubio por completo. En toda su vida se había sentido más tonto. Sin embargo, le dedicó una sonrisa y asintió con la cabeza para, acto seguido, darle dos besos, desconocedor de que en su cultura eso no se hacía. Los españoles y su sangre caliente…
—Encantao, Azura —dijo después de esto y antes de que sus tripas volvieran a sonar. Su rojo se hizo más intenso.
Cuando estuvo a punto de irse —sopesando la posibilidad de pedirle limosna—, ella dijo algo que abrió su día como si de una amapola se tratase. Dijo algo como que quería tabemasu con él… y por el gesto que ella hizo, era comer, claramente. Intentó negar para no parecer un muerto de hambre, pero como técnicamente lo era, asintió con la cabeza suavemente.
—Cí, vamoh…
Corrió un poco hasta ponerse a su lado, y echó su hatillo a su espalda, andando algo cercano a ella. No sabía qué hacer o qué decir. Parecía una dama ricachona, debido a sus ropajes… aunque, por otro lado, las apariencias podían engañar. De todos modos se encogió de hombros. No le importaba su cuna, sino el hecho de ser invitado a comer. Tal vez él pudiera, en el futuro, hacer algo por ella. Tal vez El Cortesillo no le sirviera para nada… pero Jaime Cortés, el médico y hechicero, sí que era alguien a tener en cuenta.
—¿Ehtá muy lejoh Japón? —preguntó, no sin cierta vergüenza a su compañera. Seguro que pensaba que era tonto… pero resolver dudas era de sabios. Callarse era de verdaderos estúpidos.
FDR: A este paso será Jaime quien acabe hablando japonés... XD
Sus pasos lo habían llevado hasta todos los rincones de París en la búsqueda de esa necesidad que tenía para sobrellevar ese día a día. Usaba su magia en contadas ocasiones, y siempre en pos de ayudar a los demás. De todos modos, el joven sevillano no terminaba de acostumbrarse a esa gente. En Sevilla, cualquier persona le daba un mendrugo de pan o un vaso de vino en una taberna, y nadie se extrañaba por ello. La gente era amable y, si limpiabas las mierdas de caballo de las calles, te podías ganar un dinerillo de parte de algún transeúnte.
En París había gente para todo. La ciudad estaba tan perfectamente estructurada que no había ninguna manera de conseguir trabajo. Lo único que había conseguido encontrar era trabajo de cortesano… y lo había rechazado, claramente. Él no estaba hecho para esas cosas. También intentó trabajar como ayudante de algún galeno, o doctor, o algo así, pero su juventud no inspiraba confianza.
De todos modos, la chica que tenía frente a él era distinta a todos los parisinos. Evidentemente no tenía ni idea de qué era Japón, por lo que describir una isla al sur perdió al rubio por completo. En toda su vida se había sentido más tonto. Sin embargo, le dedicó una sonrisa y asintió con la cabeza para, acto seguido, darle dos besos, desconocedor de que en su cultura eso no se hacía. Los españoles y su sangre caliente…
—Encantao, Azura —dijo después de esto y antes de que sus tripas volvieran a sonar. Su rojo se hizo más intenso.
Cuando estuvo a punto de irse —sopesando la posibilidad de pedirle limosna—, ella dijo algo que abrió su día como si de una amapola se tratase. Dijo algo como que quería tabemasu con él… y por el gesto que ella hizo, era comer, claramente. Intentó negar para no parecer un muerto de hambre, pero como técnicamente lo era, asintió con la cabeza suavemente.
—Cí, vamoh…
Corrió un poco hasta ponerse a su lado, y echó su hatillo a su espalda, andando algo cercano a ella. No sabía qué hacer o qué decir. Parecía una dama ricachona, debido a sus ropajes… aunque, por otro lado, las apariencias podían engañar. De todos modos se encogió de hombros. No le importaba su cuna, sino el hecho de ser invitado a comer. Tal vez él pudiera, en el futuro, hacer algo por ella. Tal vez El Cortesillo no le sirviera para nada… pero Jaime Cortés, el médico y hechicero, sí que era alguien a tener en cuenta.
—¿Ehtá muy lejoh Japón? —preguntó, no sin cierta vergüenza a su compañera. Seguro que pensaba que era tonto… pero resolver dudas era de sabios. Callarse era de verdaderos estúpidos.
FDR: A este paso será Jaime quien acabe hablando japonés... XD
Jaime Cortés- Hechicero Clase Baja
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Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
Tenía la vana esperanza de que, quizás, podría rechazar la invitación a comer que le había echo. Todavía no conocía muy bien la ciudad ni sus costumbres, aunque realmente me daba igual lo que la gente pudiera pensar. Era una persona muy empática, y si yo estuviera en la situación en la que se encontraba… también me gustaría que hicieran ese gesto. Yo misma podría haberme encontrado en su situación si no hubiera tenido la suerte de que el señor Ishikawa había preparado todo para mí llegada… o la suerte de contar con el linaje de mi padre. Era algo que hacía tanto por él como por mí misma, en cierta forma me sentía realizada de invitarlo a comer. Porque, ¿qué me supondría a mí? Nada, pero para él quizás fuera mucho más.
Lo que si tuve que hacer, nada más presentarnos fue reponerme del estupor que me causó cuando se acercó de aquella manera a mí y… ¡me plantó dos besos! Por un momento me quedé algo parada, quieta donde estaba mientras lo contemplaba con una ceja alzada. No porque dudase de su acercamiento o sus intenciones, sino más bien porque en donde vivía las muestras de afecto, en público, era algo que no se solía hacer. Tampoco solía haber mucho contacto físico cuando te presentabas a alguien…. Imaginé que, de donde él venía, era común y típico saludarse o presentarse de aquella manera.
Tras recuperarme comencé a andar entre risas, mitad nerviosa y mitad divertida. Sabía que conocer mundo era sinónimo de aprender, y en los pocos días que llevaba en la capital había conocido más cosas de las que podría haber pensado. Le resté importancia y seguí caminando, dando un vistazo para comprobar que me seguía. Una vez estuvo a mi lado le miré y le sonreí… buscando la forma de darle a entender lo que hacíamos nosotros.
-Etto… beso –dije señalando ambas mejillas donde me había dado los dos veces- Nosotros no hacemos –hice una pausa para ver si me entendía, o al menos intuía por donde iba la cosa- Nosotros hacer esto –me paré e hice una reverencia, cuando hacíamos cada vez que nos presentábamos. Levanté mi rostro y le miré sonriendo- Tu forma más divertida –dije mientras retomaba el camino y seguía andando. También me había fijado en la forma en que pronunciaba mi nombre, y me resultaba gracioso. No era una “s” en sí, sino más bien sonaba más a una “z”… una diferencia muy pequeña, pero que me hacía mucha gracia.
Le miré cuando me preguntó si quedaba muy lejos y suspiré. Había sido un viaje muy, muy, muy largo y agotador. Amaba el mar y siempre sentía una sensación de libertad que no podía describir muy bien. Pero el viaje había sido largo y cansado, no por nada casi me había recorrido medio mundo para llegar hasta parís. Asentí con la cabeza mientras pensaba cómo explicarlo.
-Muy lejos… -me paré y puse la palma de mí mano hacia arriba, esperando que se fijara en la mano para poder explicar –Nosotros aquí –señalé el centro de mi palma, como si esta fuera el mapa del mundo y así pudiera explicarle mejor dónde, exactamente, vivía- Japón aquí –llevé mi dedo al extremo derecho y le miré sonriendo –No me arrepiento…. París es precioso –esperaba que hubiera entendido, más o menos, donde quedaba Japón y no pude evitar preguntarle a él también, mientras salíamos de aquel precioso jardín botánico y nos adentrábamos en las calles de París- Tú, ¿de dónde eres?
Lo que si tuve que hacer, nada más presentarnos fue reponerme del estupor que me causó cuando se acercó de aquella manera a mí y… ¡me plantó dos besos! Por un momento me quedé algo parada, quieta donde estaba mientras lo contemplaba con una ceja alzada. No porque dudase de su acercamiento o sus intenciones, sino más bien porque en donde vivía las muestras de afecto, en público, era algo que no se solía hacer. Tampoco solía haber mucho contacto físico cuando te presentabas a alguien…. Imaginé que, de donde él venía, era común y típico saludarse o presentarse de aquella manera.
Tras recuperarme comencé a andar entre risas, mitad nerviosa y mitad divertida. Sabía que conocer mundo era sinónimo de aprender, y en los pocos días que llevaba en la capital había conocido más cosas de las que podría haber pensado. Le resté importancia y seguí caminando, dando un vistazo para comprobar que me seguía. Una vez estuvo a mi lado le miré y le sonreí… buscando la forma de darle a entender lo que hacíamos nosotros.
-Etto… beso –dije señalando ambas mejillas donde me había dado los dos veces- Nosotros no hacemos –hice una pausa para ver si me entendía, o al menos intuía por donde iba la cosa- Nosotros hacer esto –me paré e hice una reverencia, cuando hacíamos cada vez que nos presentábamos. Levanté mi rostro y le miré sonriendo- Tu forma más divertida –dije mientras retomaba el camino y seguía andando. También me había fijado en la forma en que pronunciaba mi nombre, y me resultaba gracioso. No era una “s” en sí, sino más bien sonaba más a una “z”… una diferencia muy pequeña, pero que me hacía mucha gracia.
Le miré cuando me preguntó si quedaba muy lejos y suspiré. Había sido un viaje muy, muy, muy largo y agotador. Amaba el mar y siempre sentía una sensación de libertad que no podía describir muy bien. Pero el viaje había sido largo y cansado, no por nada casi me había recorrido medio mundo para llegar hasta parís. Asentí con la cabeza mientras pensaba cómo explicarlo.
-Muy lejos… -me paré y puse la palma de mí mano hacia arriba, esperando que se fijara en la mano para poder explicar –Nosotros aquí –señalé el centro de mi palma, como si esta fuera el mapa del mundo y así pudiera explicarle mejor dónde, exactamente, vivía- Japón aquí –llevé mi dedo al extremo derecho y le miré sonriendo –No me arrepiento…. París es precioso –esperaba que hubiera entendido, más o menos, donde quedaba Japón y no pude evitar preguntarle a él también, mientras salíamos de aquel precioso jardín botánico y nos adentrábamos en las calles de París- Tú, ¿de dónde eres?
Asura Nanami- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/11/2015
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Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
Como era de suponer, Jaime se sonrojó ligeramente cuando ella le dijo que no solían darse dos besos. De todas formas, cuando ella se paró a hacer una reverencia, él la imitó de manera algo torpe, aunque en parte estaba ilusionado por poder aprender algo sobre otra cultura que, hasta el momento, desconocía. Rió, divertido, y se echó una mano atrás cuando dijo que su forma era más divertida.
Desde luego, en España, la distancia con la que se trataba la gente era mucho menor. Los besos estaban a la orden del día, y todo el mundo se tocaba o se daba golpecitos mientras hablaba —costumbre andaluza en su mayoría —. De todos modos, no le parecía algo raro. Él mismo a veces se cansaba de que, mientras le hablaban, le estuvieran dando golpecitos en el brazo. Sin embargo, echaba tanto de menos Sevilla que a estas alturas le daba igual.
También la gente de París era más despegada, y ello hacía que el chico se sintiera, en la mayoría del tiempo, algo solo. Sin embargo lo sobrellevaba como podía, e intentaba adaptarse de forma casi camaleónica a la situación. Estuvo atento a la mano de Asura cuando ella dijo dónde se encontraba Japón, y él abrió mucho los ojos.
—Válgame Dioh —dijo en voz baja —, qué viaje máh largo…
De todas formas, sonrió. Esa clase de viajes habrían matado a cualquiera, y supuso que la chica, a pesar de su frágil aspecto, era más dura de lo que parecía. Le llamaban la atención sus rasgos: la piel tan fina, los ojos rasgados, el pelo tan brillante… eran rasgos de los que los europeos carecían y que la hacían parecer más bonita que cualquier otra mujer que hubiera conocido.
—¿Yo? Zoy de Zevilla, Ehpaña —puso ahora su palma e hizo otro recorrido, hacia el sur, pero bajando muy poquito —Ehtá juhto debajo de Francia, y mi ciudad ehtá al zur. A mí no me guhta Paríh, pero no puedo volvé…
No supo mantener la boca callada y se le escapó. De todas formas, siguió andando con naturalidad, dejando que la chica lo llevase donde ella quisiese. Sentía que había cometido un pequeño error, pero en verdad llevaba tanto tiempo huyendo de desconocidos que, por primera vez en mucho tiempo, era él el que necesitaba acercarse a ellos. Necesitaba a alguien con quien hablar o, al menos, que se preocupara por él un mínimo.
Desde luego, en España, la distancia con la que se trataba la gente era mucho menor. Los besos estaban a la orden del día, y todo el mundo se tocaba o se daba golpecitos mientras hablaba —costumbre andaluza en su mayoría —. De todos modos, no le parecía algo raro. Él mismo a veces se cansaba de que, mientras le hablaban, le estuvieran dando golpecitos en el brazo. Sin embargo, echaba tanto de menos Sevilla que a estas alturas le daba igual.
También la gente de París era más despegada, y ello hacía que el chico se sintiera, en la mayoría del tiempo, algo solo. Sin embargo lo sobrellevaba como podía, e intentaba adaptarse de forma casi camaleónica a la situación. Estuvo atento a la mano de Asura cuando ella dijo dónde se encontraba Japón, y él abrió mucho los ojos.
—Válgame Dioh —dijo en voz baja —, qué viaje máh largo…
De todas formas, sonrió. Esa clase de viajes habrían matado a cualquiera, y supuso que la chica, a pesar de su frágil aspecto, era más dura de lo que parecía. Le llamaban la atención sus rasgos: la piel tan fina, los ojos rasgados, el pelo tan brillante… eran rasgos de los que los europeos carecían y que la hacían parecer más bonita que cualquier otra mujer que hubiera conocido.
—¿Yo? Zoy de Zevilla, Ehpaña —puso ahora su palma e hizo otro recorrido, hacia el sur, pero bajando muy poquito —Ehtá juhto debajo de Francia, y mi ciudad ehtá al zur. A mí no me guhta Paríh, pero no puedo volvé…
No supo mantener la boca callada y se le escapó. De todas formas, siguió andando con naturalidad, dejando que la chica lo llevase donde ella quisiese. Sentía que había cometido un pequeño error, pero en verdad llevaba tanto tiempo huyendo de desconocidos que, por primera vez en mucho tiempo, era él el que necesitaba acercarse a ellos. Necesitaba a alguien con quien hablar o, al menos, que se preocupara por él un mínimo.
Jaime Cortés- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 08/12/2015
Localización : Allá donde lo llevan sus pasos.
Re: La flor de cerezo [Jaime Cortés]
Le sonreí de manera sincera y divertida al ver como él repetía el gesto de reverencia que había echo, y negué con la cabeza todavía divertida por aquello. Realmente había sido algo raro ver que hiciera aquello, después de que me mostrara su costumbre a la hora de saludarse la otra acción parecía, en él, fuera de lo común. Bueno, tampoco estaba acostumbrada ver a extraños hacerlo. Pero seguramente sería algo a lo que me tendría que acostumbrar, porque a lo mejor en lo que duraba allí toda mi estancia, no fuera él al primero que viera hacerlo.
Miré y presté atención cuando él hacía lo mismo que yo y señalaba con su mano el viaje que había tenido que hacer él. Evidentemente, el mío fue mucho más largo y duradero, quizás el suyo en la mitad de un día –y pudiera ser que menos- se realizara el viaje. Era lo malo que tenía vivir en la otra punta del mundo, y querer ir a un lugar tan lejos.
Me sonó el nombre que dijo y estuve durante unos segundos pensando de qué me sonaba. Quizás no igual pronunciado que lo había dicho él… pero había leído sobre donde él vivía.
-¡Ah, Supein*! –dije con un dedo alzado de mi mano cuando por fin recordé cuál era el nombre, al caer en cuenta. El había dicho… ¿España? Sí, creo que lo había pronunciado más o menos así. Lo relacioné tanto por el nombre como la ubicación del mismo. Desde pequeña me había gustado mucho viajar y allí, en Okinawa, tenía un montón de libros y mapas del mundo. Y aunque no me había memorizado cada rincón del planeta, había algunos que sí me sonaban mucho y había leído algo de su cultura. –Yo… he leído de tu país- De lo que si no tenía mucha constancia era la ciudad que me había dicho. Había leído un poco sobre la historia y las costumbres, pero no me las había memorizado- ¿Es… bonita? –estaba segura que sería muy diferente a París, al igual que lo era de Japón, y por un momento se me antojó que me contara más sobre aquella ciudad, y si me gustaba quizás en algún momento pasaría a ver cómo era.
Tampoco me pasó por alto el comentario de que no le gustaba París, y de que no podía volver. De momento, en lo poco que llevaba allí, la ciudad me gustaba. Estaba segura de que aún debía de conocer y explorar mucho más, que todavía me quedaban muchas cosas por descubrir de aquel lugar. También entendía que no a todos podría gustarle la ciudad… y eso me llevaba a su última frase. Mi curiosidad quería saber más y preguntarle, pero tampoco sabía si debía de hacerlo o no.
-¿No… puedes volver? –no entendía muy bien porqué lo decía, pero quizás había una historia detrás de todo aquello, y podría estar metiendo la mata. Pero ya había lanzado la pregunta, aunque tampoco quería que se sintiera obligado a decirme nada y me mordí el labio, maldiciendo mi curiosidad. Algún día me pasaría factura. –Gomen, no debí preguntar –dije negando con las manos, en un gesto muy típico de mí país, y seguí andando en dirección a alguna taberna para comer algo. Ya nos habíamos adentrado entre las calles de la ciudad y yo, mientras andaba, buscaba algún lugar donde poder entrar. Todavía no conocía bien la ciudad -Dime más de Sevilla –le dije para cambiar de tema, ya que había despertado mi interés sobre aquella ciudad de la cual no sabía nada en absoluto.
Supein: España
Miré y presté atención cuando él hacía lo mismo que yo y señalaba con su mano el viaje que había tenido que hacer él. Evidentemente, el mío fue mucho más largo y duradero, quizás el suyo en la mitad de un día –y pudiera ser que menos- se realizara el viaje. Era lo malo que tenía vivir en la otra punta del mundo, y querer ir a un lugar tan lejos.
Me sonó el nombre que dijo y estuve durante unos segundos pensando de qué me sonaba. Quizás no igual pronunciado que lo había dicho él… pero había leído sobre donde él vivía.
-¡Ah, Supein*! –dije con un dedo alzado de mi mano cuando por fin recordé cuál era el nombre, al caer en cuenta. El había dicho… ¿España? Sí, creo que lo había pronunciado más o menos así. Lo relacioné tanto por el nombre como la ubicación del mismo. Desde pequeña me había gustado mucho viajar y allí, en Okinawa, tenía un montón de libros y mapas del mundo. Y aunque no me había memorizado cada rincón del planeta, había algunos que sí me sonaban mucho y había leído algo de su cultura. –Yo… he leído de tu país- De lo que si no tenía mucha constancia era la ciudad que me había dicho. Había leído un poco sobre la historia y las costumbres, pero no me las había memorizado- ¿Es… bonita? –estaba segura que sería muy diferente a París, al igual que lo era de Japón, y por un momento se me antojó que me contara más sobre aquella ciudad, y si me gustaba quizás en algún momento pasaría a ver cómo era.
Tampoco me pasó por alto el comentario de que no le gustaba París, y de que no podía volver. De momento, en lo poco que llevaba allí, la ciudad me gustaba. Estaba segura de que aún debía de conocer y explorar mucho más, que todavía me quedaban muchas cosas por descubrir de aquel lugar. También entendía que no a todos podría gustarle la ciudad… y eso me llevaba a su última frase. Mi curiosidad quería saber más y preguntarle, pero tampoco sabía si debía de hacerlo o no.
-¿No… puedes volver? –no entendía muy bien porqué lo decía, pero quizás había una historia detrás de todo aquello, y podría estar metiendo la mata. Pero ya había lanzado la pregunta, aunque tampoco quería que se sintiera obligado a decirme nada y me mordí el labio, maldiciendo mi curiosidad. Algún día me pasaría factura. –Gomen, no debí preguntar –dije negando con las manos, en un gesto muy típico de mí país, y seguí andando en dirección a alguna taberna para comer algo. Ya nos habíamos adentrado entre las calles de la ciudad y yo, mientras andaba, buscaba algún lugar donde poder entrar. Todavía no conocía bien la ciudad -Dime más de Sevilla –le dije para cambiar de tema, ya que había despertado mi interés sobre aquella ciudad de la cual no sabía nada en absoluto.
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Asura Nanami- Vampiro Clase Alta
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