Bad Luck [Privado]

"El mundo es circular, así dicen los caminantes,
Y aunque se afanen en una ruta derecha,
Trabajosa, penosamente en una marcha estrecha,
El mismo camino los traerá de vuelta."
—A.E. Housman.

Los plenilunios eran los días más odiados de Zéphyr, se la pasaba todo el día de mal genio y con pocas ganas de hacer cualquier cosa, así fuera levantar una paja. No era tan fácil para él lidiar con la licantropía y más siendo tan novato. Apenas llevaba unos dos años, como mucho. Ernest, lo ayudaba en lo que podía y eso hacía un poco más soportable aquel karma que lo consumía cada mes. Tal vez ese sería su castigo por dedicarse a arrebatarle la existencia a otros o por simplemente dejar que su alma se consumiera por una venganza que cada día iba tomando menos sentido.

La sensación era terrible, como si algo desde su interior quisiera desgarrar sus músculos y romper sus huesos. Hasta que finalmente, aquello en su interior se liberaba, opacando los pensamientos de Zéphyr y convirtiéndolo en un desconocido para él mismo. Se veía en la obligación de huir a los bosques, pues, eran los lugares más seguros para un licántropo en París. Ahí era en donde al llegar la hora adecuada, perdía toda conciencia y el dolor en su cuerpo se volvía insoportable, mientras iba haciéndole espacio a la bestia; él no era capaz de reconocer quien era. Simplemente, pensaba en huir de sí mismo hasta los confines de aquel bosque oscuro, que lo acogía con notas silenciosas y efímeras.

Quién sabe cuánto tiempo duraría aquel hechizo terrible que lo dejaba bajo la sombra de la ignorancia, como si hubiera caído en un letargo temporal. Su mente apenas guardaba momentos pasajeros de lo que sus ojos observaban durante aquel recorrido por el paraje solitario. Zéphyr sólo era un sombra de aquel mosntruoso ser que se apoderaba de su humanidad.

Se sentía horrible ser un monstruo y todavía no comprendía del todo como algunos se sentían orgullosos de serlo.

Apenas pudo abrir sus ojos, entonces dejó escapar un bufido de su boca, mientras intentaba reconocer en donde se hallaba. De nuevo estaba en algún lugar aislado del bosque, quizás cerca de los pantanos. Podía sentir el olor tan propio de la tierra húmeda y de las hojas marchitas. Aún conservaba imágenes borrosas de todo lo ocurrido durante la oscuridad. Por suerte, ya aquel tormento había finalizado con las primeras horas de la mañana. Zéphyr estaba profundamente agradecido y aliviado; al menos la parte más terrible de ese mes había quedado atrás.

Respiró hondo y volvió a cerrar sus ojos, no tenía la fuerza para ponerse de pie y de seguro ya sus compañeros estarían en su búsqueda. Pero no pudo mantener la paz demasiado tiempo, su conciencia no había despertado del todo y con los sentidos aún dispersos, creía escuchar la voz de alguien, muy cerca. Por un instante creyó que se trataba de su imaginación, sin embargo, al girar su cabeza e intentar acomodar su cuerpo, se dio cuenta que no estaba completamente solo.

—Pero que... Demonios. Baja la voz, me estás taladrando la cabeza —masculló con molestia, sin estar seguro a quien le hablaba si es que alguien estaba ahí.

Se sentía completamente agobiado y con su mente hecha un desastre; apenas lograba recordar sus últimos minutos de sensatez, antes de convertirse en una bestia y sumergirse en una ira incontrolable. No sabía, con exactitud, cuanto estuvo derrumbado sobre el manto de hojas secas, pensándose bien el hecho de tener que ponerse de pie, pues, los músculos le dolían y los huesos parecían que se le quebrarían con el más mínimo movimiento. Las noches de luna llena no eran precisamente las mejores, en realidad, era terrible tener que lidiar con transformaciones que no era capaz de controlar y mucho menos por ser tan joven. Zéphyr consideraba su naturaleza una maldición, pero igual, terminó resignándose a ella y todo gracias a la ayuda de Ernest. Tal vez, era una manera de compensar el hecho de que fue, precisamente, por pertenecer al clan, que aquel lobo lo mordió hacía un par de años.

Continuó acostado en el suelo húmedo del bosque, con la cabeza dándole vueltas, mientras su respiración iba regulándose poco a poco. Apenas estaba saliendo de la inconsciencia, cuando la voz de aquella mujer le hacía doler más los oídos; había tomado una actitud altiva y Zéphyr no estaba muy tolerante como de costumbre. ¿Cómo iba a estarlo si sentía que todo su cuerpo iba a romperse con el simple hecho de hablar? El día definitivamente no estaba empezando bien.

Sólo miró con desinterés las heridas de la muchacha y bufó; se sintió realmente molesto e indignado. ¿Cómo iba a saber a quién demonios iba a atacar o no? Estaba cegado por su naturaleza y por la influencia de la luna. No era del todo su culpa y ella lo señalaba, sin ponerse a pensar un poco en ello.

—Shhh... Baja la voz, ¿si? —Replicó, haciéndole un ademán con la mano, sin intenciones de moverse de donde estaba—. Y sí, quizás soy un tonto como dices, pero. ¿tú que crees? Ser licántropo no es lo más bonito. Aparte, ¿a quién se le ocurre pasear por el bosque de noche? Veo que a ti nada más.

Dijo tajante. No fue capaz de ocultar su mal genio; además, estaba siendo juzgado sin más, por aquella mujer. Zéphyr solía ser paciente, pero aquella vez, sencillamente, no podía. No había espacio en su cabeza para guardar la cordura y mucho menos si hallaban motivos para hacerlo enfadar. Era lamentable no poder controlar la licantropía y era por eso que se retiraba de todo rastro de civilización, para evitar lastimar a alguien. Sin embargo, la joven no comprendía  eso y se empeñaba en culparlo de todo.

—Oh, mira tú. Piensas aprovecharte de mi debilidad para vengarte. ¿Crees que es justo? Es como si atacaras a otro estando éste desarmado y tú portando una espada. Estarían en desigualdad y tu contrincante en desventaja —mencionó un poco antes de quedarse pensando detenidamente en lo que acababa de decir—. Lo lamento, no me siento con buen ánimo hoy y no lo estaré hasta después de varios días.

Y tenía razón, los efectos secundarios que le dejaba la transformación espontánea, no eran tan llevaderos. Así que, no pudo hacer a un lado aquella confesión. Le miró a la cara con una sonrisa ladina y por unos segundos creyó que le divertía la escena, así que sólo sostuvo con fuerza una de sus pantorillas, aprovechando la cercanía entre ambos; tiró para obligarla a flaquear y que cayera al suelo.  

No fue, quizás, lo mejor, pero era una manera para aminorar la tensión en el ambiente.

Esa voz le taladraba los nervios y más en la situación en la que se encontraba. Estaba tirado en el suelo, con el cuerpo quebrantado, sin posibilidades de moverse sin tener que quejarse por el dolor punzante en sus articulaciones. A eso se le agregaba su pésimo humor; la paciencia que solía conservar se había disipado junto con la luna llena y sólo quería estar en paz, sin que nadie le dirigiera palabra alguno, pero pasa que no fue así. En su estado de inconsciencia había atacado a alguien, por suerte, no tan común. Sin embargo, eso no era excusa para que se alejara, más bien, empeoró la situación. La mujer se empeñaba en llevarle la contraria y Zéphyr sólo quería que se callara, que no dijera más; quizás en otra ocasión hubiera aceptado su error sin titubear, pero ahora su estado era muy diferente al habitual.

En mucho tiempo no se había encontrado con mujer tan testaruda como aquella, o tal vez estaba exagerando, aunque, ella tampoco estaba cooperando para evitar que ese pensamiento no se cruzara más por su mente. Quiso tener ls habilidades de Guillaume en ese momento y hacer que todo volviera a la tranquilidad de la cual era poseedor el bosque, pero no, no tenía esos dones, así que sólo le tocaba aguantarse. Hasta que no soportó y la hizo caer. El grito que afloró de los labios de la mujer lo hizo reír, a pesar del dolor insano en sus costillas, no pudo evitar largar una sonora carcajada.

—Te creí más valiente, señorita respondona. ¿Nunca te cansas de hablar, verdad? —Habló finalmente, observándola con una sonrisa burlona—. Y bueno, quizás sí, igual te empeñas en decir que intenté asesinarte anoche, y como soy una persona complaciente, admitiré mis oscuras intenciones. —Dijo con sorna—. Oye... ¿Podrías hacerte a un lado? Estás algo pesada y yo bastante adolorido.

Aunque, si bien todavía estaba de mal humor, una parte de él intentó al menos tomarse lo que acababa de ocurrir con cierta gracia. Estaba consciente de la situación en la que se encontraban, y, honestamente, poco le importó. Por esa misma razón se atrevió a darle unas ligeras palmadas en la cintura a la mujer; eso le sumaría una bofetada, tal vez, pero valdría la pena.

—Ya, ya... Me estropeas más los músculos, no me creas almohada. Además, imagínate si me giro, estará mal. Ah, no me digas, ¿pretendes ver cosas mías que no debe ver una señorita? Uh, ese siempre fue tu sucio y elaborado plan —terminó riendo nuevamente. Se empezaba a comportar como un payaso, pero ¿qué más podía hacer? Algo tenía que alegrarle el pésimo día que acababa de comenzar—. Bueno, ya que insistes.

Advirtió antes, de decidir empujarla con su propio cuerpo para hacerla a un lado. Por suerte, él estaba boca abajo en ese momento y la acción no iba a ser tan comprometedora si hubiera estado en la posición contraria. Así que soló volvió a acomodarse como estaba, apoyando, esta vez, el rostro en sus antebrazos. Subir los brazos le costó un quejido, pero al menos estaría un poco más cómodo.

—Si quieres me haces compañía durante la siesta, en lo que llegan mis compañeros a buscarme.

¿Qué pensarían sus compañeros si lo vieran en aquella situación? De seguro nada bueno. Y no era para tanto, estaba al lado de una mujer, en medio de la nada, y no sólo eso, ambos estaban desnudos. Aquello no estaba bien y Zéphyr empezó a sentirse extrañamente incómodo; era la primera vez que algo así le ocurría y, aunque en un principio no había pensado en ello, debido al pésimo malestar de su cuerpo, al cabo de un rato, empezó a darle vueltas al asunto en su cabeza. Lo único que le quedaba por hacer era alejar a la mujer. Pero ella no hizo mucho caso y eso no estaba nada bien. En cualquier momento su equipo llegaría a buscarlo y lo encontrarían acompañado por una desconocida. Su mal humor había regresado por unos segundos; luego, se disipó, pues las respuestas de la joven lograron hacerlo reír nuevamente. De verdad había logrado molestarla un poco, y ya que las cosas habían llegado hasta ese punto, continuaría con el juego. Ya sabría que decirles a sus amigos, aunque las bromas no iban a parar en varias semanas, lo presentía.

—¿Tan valiente como para estar semi desnuda en el bosque? —Inquirió con una sonrisa burlona—. Huy, tenemos a una salvaje por aquí. Debería tener mucho cuidado, o quizás me muerda y me contagie cosas raras. —Rió con más ganas, aunque los músculos le dolieran—. Puede que termine siendo tan parlanchín como tú… uhm.

Quiso contener la risa, pero las reacciones de ella le eran muy graciosas y no podía aguantarse. Tenía que admitir que no había reído así en mucho tiempo, ni siquiera por las tonterías de Guillaume. Se sentía bien volver a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida después de tantos malos ratos.

—No dije que estás gorda, sólo que… ¿estás un poquito pesada? Ah, vamos, no es para tanto. Y no te quejes, tú te me lanzaste encima y yo sólo comprobaba que tan gordita estabas —murmuró, sin que esa sonrisa mordaz, que había tenido en un principio, se borrara de sus labios—. Además, me aplastabas la voluntad y discúlpame, pero quería respirar el aire, eh, húmedo… sí, eso, el aire húmedo del bosque. ¿Qué no lo sientes? Huele a tierra mojada y a hojas secas y a ramas y a una roedora pesada y con mal genio.

La verdad, no podía parar con las bromas, por más que le dolieran los músculos. Se estaba aguantando las puntadas en las articulaciones y en los huesos; su cuerpo iba acomodándose poco a poco, volviendo a su estado natural. Pero ya, a esas alturas, había pasado por innumerables transformaciones desde que fue mordido, así que, de algún modo u otro, estaba acostumbrado a aquel dolor maldito después de que la luna reluciera con todo su esplendor en lo más alto.

—Ya sabía yo que no podías negarte a mis encantos. —Movió las cejas. Aquello era un gesto tan socarrón y molesto, que de seguro si le iban a dar una bofetada—. Tanta excusa sólo para aceptar mi invitación, ¿al menos me darás un abrazo? Así no me dará frío en lo que llegan mis compañeros.

La miró con indudable seriedad; luego terminó riendo, sin importar si le daban una cachetada o no.

—Ya, ya… Pararé. Lo prometo —dijo entre risas, alzando la mano como mejor podía—. Y me vendrán a buscar porque es lo que siempre hacen. Ni modo que voy a irme desnudo por… oh, oh. —Giró la cabeza, prestando atención a las pisadas que se acercaban—. Mierda… Tenemos que escondernos en otro lado.

La adrenalina del momento hizo que se pusiera de pie lo más rápido posible, sin importar la condición de su cuerpo. Arrugó la frente, pues el dolor aún no había desaparecido.

—¿Qué esperas? Se acerca alguien y no son precisamente mis conocidos. Ven, debemos salir de aquí. —Le extendió la mano para ayudarla a levantar, mientras miraba a los lados—. ¡Rápido, mujer!

Tenía que reconocerlo, estaba pasando un buen momento en compañía de aquella mujer. Aunque en su vida se había topado con varias féminas, en esa ocasión todo era diferente. Incluso, a pesar de saber que era un pesado, no paraba de hacer bromas, sintiéndose en verdadera confianza con ella, como si la conociera de toda la vida. Las dolencias dejadas por el caótico plenilunio parecían dispersarse lentamente, sin quejas y sin recelo alguno que perturbara su mente, y todo gracias a esa agradable presencia. No podía negar que se sintiera un poco apenado por haberla atacado, pero lo había hecho en un momento de ignorancia, en el que no se reconocía siquiera a sí mismo; apenas lograba recordar todo lo malo de su existencia, como si eso fuera el desencadenante de la ira de la bestia. Sencillamente, estaba siendo juzgado con severidad; sin embargo, al cabo de unos minutos, esa tensión fue disminuyendo. Ella había aceptado la verdad oculta tras esa brutal criatura.

Aunque no creyera en el destino, parecía como si éste le hubiera colocado a una nueva persona en el camino. Era extraño explicar lo que ocurría en ese instante. Zéphyr parecía relajado, a pesar de las lesiones internas que dejaba el proceso de transformación. Incluso, su mal humor fue dispersándose, hasta el punto en que no sentía molestia alguna, más bien se sentía como un payaso, pero no le importó. Si así lograba compensar su mala acción, pues prefería seguir haciendo de tonto por un rato más, hasta que llegaran sus compañeros a buscarlo.

Sin embargo, todo ese rato cargado de bromas un tanto sugerentes, de réplicas y risas, cambió drásticamente. Alguien se acercaba a ellos, de manera lenta y no iba solo. Zéphyr pudo percibirlo de inmediato y supuso que no era ninguno de sus conocidos, lo que significaba que tanto él, como la cambiante, serían expuestos a un desconocido. Quizás podía tratarse de algún campesino, pero, en el peor de los casos, si era un cazador o inquisidor, estarían en problemas. Por lo que el licántropo tuvo que actuar rápido y salir de ahí lo antes posible.

—Ya habrá tiempo para presentaciones —murmuró mientras estrechaba su mano y se echaba a correr—. Y no, claro que no son mis amigos. Si lo fueran, ¿crees que iba a huir de esta manera? Me iban a molestar todo el mes por encontrarme al lado de una mujer, pero solamente eso. Puede que sea un campesino y tampoco quiero arriesgarme a descubrirlo.

Corrió al lado de la cambiante, internándose en lo más profundo del bosque, lo que, de algún modo u otro, desagradó a Zéphyr, pues a sus compañeros les iba a resultar más complicado encontrarlo. Pero no tenía más opción, y aunque el cuerpo le doliera de manera terrible, continuó avanzando hasta que se detuvieron en un riachuelo. Quiso recordar el lugar, sin embargo, algo en su mente falló.

—Más te vale que sea cierto eso que dices... Priscila —dijo, ya más relajado—. Y sí, sí. Claro que presté atención a tu nombre, no tengo tan mala memoria. —Esbozó una sonrisa, exhalando luego de aquel gesto—. ¡Vaya! No pensé que esto me iba a pasar. O sea, me he visto en situaciones medio raras, pero nunca en algo así...

Y pudo continuar con sus palabras de no ser por haber recordado su desnudez. Antes no se había sentido tan acomplejado porque estaba resguardado en el suelo, boca abajo, sin mucho que mostrar; sin embargo, esta vez ya no estaba tan protegido.

—Mejor vamos rápido a esa cueva. —Avanzó, sin tener idea hacia dónde ir—. ¿Dónde dijiste que quedaba?

Aquello parecía un sueño irreverente, de esos en donde se está metido en situaciones hilarantes y descabelladas. Mucho necesitaba que alguien lo pellizcara para escapar de su escepticismo, más no fue necesario, todo el dolor que padecía su cuerpo le revelaba que estaba despierto y muy consciente de lo que le ocurría. En tanto tiempo, desde que fue convertido en licántropo la primera vez, nunca estuvo en condiciones semejantes a esa, que aún continuaba siendo curiosamente divertida. Al menos su compañera también se lo había tomado de ese modo, luego de haber querido matarlo por atacarla en su frenesí. Por fortuna, ella terminó aceptando la realidad de los hechos, pues Zéphyr, el hombre, no tenía culpa de una naturaleza que no pidió nunca. Era un alivio que así fuera. Bueno, tampoco podía cantar victoria. Quizás la adrenalina por tener que huir de quien se les acercaba hizo que olvidara todo. Ya mejor dejaba de darle tantas vueltas al asunto, ahora la meta era otra.

—No dudé de tu memoria, bueno, un poco —confesó algo avergonzado—. ¡Lo siento! Entre huir y ocultarnos, mi cerebro no coopera muy bien. —Intentó esquivar la mirada de la fémina lo mejor que pudo. Quería evitar ver más de la cuenta. Aunque no era alguien con un trabajo digno, tenía ciertos principios bien sustentados—. Y no, no tendrás que llamarme siempre “lobo”, porque tampoco es seudónimo que me agrade. Simplemente puedes decirme Zéphyr.

Sus respuestas sólo buscaban la manera de aliviar la tensión, y desde luego, lo muy tonto que se sintió al ver que se equivocaba de dirección y ella se lo recalcaba. Se llevó la mano a la nuca, algo incómodo, pero no pudo evitar reír un poco. ¡Diablos! Nunca antes había estado involucrado en algo así, y mucho menos con una mujer. Aunque su oficio lo orillaba a tener que lidiar con toda clase de personas, Zéphyr solía dedicarles un profundo respeto a las mujeres. Lo hacía para honrar la memoria de su madre con algo, no era mucho, aun así, para él significaba demasiado.

—Ya, ya, lo siento. Esta parte del bosque no me es tan... familiar. Así que no es extraño que actúe así, ¿verdad? —dijo, algo retraído—. Priscila es un buen nombre, ¿eres italiana? —preguntó como un intento de distraerse, obviando lo evidente, mientras avanzaba a su lado hacia donde sea que lo llevara—.Y créeme que no es que me importe que me vean con una dama, pero no quisiera que tu reputación se vea mancillada por algo ocurrido por capricho del azar. Espero me entiendas —explicó. Era evidente que se preocupaba por algo así, se notaba en el tono que empleaba y hasta en su rostro—. Pero, sí, voy a aceptar tu ayuda, creo que es lo menos que puedo hacer, luego de haber amenazado tu vida a causa de... Mejor no entrar en detalles.

Una risa nerviosa escapó de su garganta, recordar los incidentes relacionados con el plenilunio no era algo que le hacía bien, se recriminaba no tener la capacidad de controlar sus propios actos durante ese instante. Era como si le colocaran una venda en los ojos y apenas podía y podía pensar; bueno, en realidad no lo hacía. Por suerte, la mujer que iba a su lado fue lo suficientemente ágil para huir a tiempo, ahorrándole un terrible cargo de conciencia a Zéphyr.

¿Y cómo podía poner atención al camino hecho una bestia? ¡Apenas y recordaba lo que hacía antes de transformarse! Y eso, tratándose de un licántropo, era un logro, a decir verdad. De cierto modo envidiaba esa cualidad de los cambiantes de poder adquirir forma animal sin perder sus cinco sentidos; si él pudiera hacer eso, de seguro tendría una vida mucho más sencilla. Bueno, sencilla entre comillas, porque siendo un asesino a sueldo no era algo tampoco tan satisfactorio. Pero, ¡eh!, eso era algo que no debía saber ella, ¡ni en broma! Y mucho menos cuando habían congeniado tan bien, a pesar de lo anterior sucedido. De momento sólo debía prestar atención al susodicho camino; o al menos eso intentaba, porque el pudor le estaba ganando.

¡Pudor! ¿Él? Sí, así es. Y no era por falta de experiencia, (de esa tenía muchísima), sino porque, esta vez, estaba tratando con una persona aparte de su mundo, y claro, la mujer no se merecía ninguna clase de falta de respeto. Zéphyr, aunque se dedicara a negocios turbios, tenía muy en claro sus principios, y con quienes aplicarlos de la manera más sensata posible. Al menos aún conservaba intacta esa parte de su pasado, de cuando su madre aún se mantenía con vida. Pero tuvo que obligarse a apartar esos recuerdos, pues aún era consciente de que no se encontraba solo.

—Supongo que tienes razón con respecto a lo del camino —dijo, entre que se aclaraba la garganta y se quedaba mirando fijamente el suelo—. Pero no creo que me sirva de mucho cuando quedo medio inconsciente por ahí. De todas maneras, agradezco tus palabras. —Hizo una pausa antes de continuar, como si de repente sintiera deseos de dejar salir parte de sus dudas. ¿Hacía cuánto no se sentía así de cómodo con alguien ajeno a sus compañeros de faena?—. No es tan sencillo ser un licántropo, ¿sabes? Al menos los que son como tú pueden controlarse; nosotros sí que la tenemos liadísima.  Tampoco es algo que hayamos escogido, sólo vino de improviso, sin avisar, sin preguntar siquiera...

Se mordió la lengua, porque no tenía que cargarle a otros sus propios conflictos existenciales, ya debían tener suficientes con ser ellos como para que, encima, viniera él con una cantaleta de ese tipo.

—Mi madre siempre me decía que el ser cortés no quita lo valiente, y como buen hijo, le he tomado la palabra —agregó al momento en que ingresaban, por fin, a la cueva. Pero eso no era todo, no pudo reprimir una sonrisa cuando la escuchó decir lo de la ropa. Esa mujer estaba llena de sorpresas—. Eres una cajita de Pandora, me parece... —y pudo haber continuado la frase de no ser porque ya no era más humana, sino una ardilla—, que eso fue brillante.

Y no dijo más, simplemente se recostó la cabeza en la pared rocosa de la cueva, mientras intentaba olvidarse del mal rato y de todo, por decirlo de algún modo. Al menos en lo que llegaba la ardilla escurridiza con la ropa... ¡Ardilla! No pudo evitar reír como un estúpido al recordar la escena. Pero de inmediato se borró la sonrisa de su rostro  cuando escuchó a alguien acercarse, y no se trataba de Priscila.

—¡Demonios! Que susto me diste... ¿Cómo me encontraste?

Durante gran parte de su vida se había expuesto a situaciones curiosas, otras no lo eran tanto, pero aquella no sólo resultaba ser peculiar, sino agradable, de alguna manera lo era. Quizá lo consideraba de ese modo porque estaba tratando con una persona simpática; estaba con una mujer que hasta le sacó una sonrisa, a pesar de sentir todo el cuerpo destrozado, producto de la mala noche anterior. Eso era algo bueno, al menos para él, que ya estaba bastante harto de los malos ratos; de los enemigos que salían de un lado a otro, y de personas que pudieran amenazar su integridad en cualquier momento. Pero no, ella no. Priscila no haría una cosa de esas, estaba más que seguro de ello. Que en su molestia lo amenazó... Bueno, esa era otra cuestión. Sin embargo, tampoco iba a hacer mucho, más allá de darle una bofetada o algo así. Por lo que no se tomó nada en serio sus palabras, aunque en ese preciso instante sí que se encontraba un poco aburrido de la vida misma, y por eso le replicó del modo en que lo hizo en un principio.

Y justo cuando se quedó solo en aquella cueva, esperando por la ardilla escurridiza, quiso reflexionar un poco. Incluso se preguntó si era adecuado seguir ahí o no. Probablemente ella se enojaría, hasta se decepcionaría, de no encontrarlo a su regreso. ¿Y qué importaba? Quizá nada. O quizá le preocupaba que ella terminara relacionándose con una persona como él, que era nada más que un sicario. ¿Cómo sería capaz de contaminar a otra persona con su propia existencia? Lo admitía, se sentía culpable, sin siquiera serlo por lo ocurrido ese día. Sin pensarlo mucho resultaba ser una amenaza para los demás que no fueran como él. ¿Por qué todo lo que tocaba terminaba marchito?

Estaba siendo pesimista, y empezaba a actuar como un cobarde, o como esos tipos que eran condenadamente amargos y nostálgicos. Desde luego, él, Zéphyr Bonnet, tenía razones de peso para sentirse así. Pero, ¿por qué echarse a morir justo ahora? ¡Y menos tenía que hacerlo a causa de una desconocida!

Fue entonces cuando su propia realidad se le presentó sin siquiera llamarla. Un amigo suyo estaba de pie frente a él, observándolo con la mirada entrecerrada. Se rió luego de su aspecto, dejando escapar alguna broma que de graciosa no tenía nada, al menos no para Zéphyr, que no terminaba de entender cómo demonios había dado con su paradero. Aunque preguntarse por una cosa así resultaba estúpido, sobre todo por conocer la astucia de sus compañeros, quienes presumían, con razón, de ser asesinos a sueldo muy bien adiestrados en el negocio.

Por un momento se le llegó a olvidar Priscila, pero no de manera intencional, simplemente fue sorprendido en el momento menos adecuado. No obstante, antes de que siquiera pudiera ponerse de pie, ella apareció, y para Zéphyr todo fue más hilarante que antes. Su amigo no pasó por alto el detalle, hasta se atrevió a sonreír de manera burlona, para definir mejor el gesto. Zéphyr fue el primero en replicar:

—Deja de darle vueltas a tu imaginación, John. No pasó nada de lo que tú crees, la señorita se ofreció amablemente a ayudarme, a pesar de que estuve a punto de asesinarla durante el plenilunio —explicó, con ese característico tono hostil de costumbre—. Priscila este es John, uno de mis conocidos. No te sientas intimidada, a la primera que suelte un comentario incoherente, le suelto toda la dentadura. Y dame esos pantalones antes de que me congele...

Extendió el brazo, haciéndole señas para que se apresurara y no tuviera que seguir contando con la vergüenza de que había un tercero presente.

—Ya deja esa maldita mirada, John, o yo mismo voy a dejarte sin deseos de existir —ladró, mientras se colocaba la ropa que le había traído Priscila—. No soy un baboso como tú, lo sabes, ¿no? ¿O tengo que hacerte entender por las malas?

John sabía que las advertencias de Zéphyr eran muy en serio, lo que hizo que rápidamente cambiara el gesto, dejando a un lado su sonrisa burlona. Desvió la mirada, inclusive. Conocía perfectamente a Bonnet, y cuando replicaba algo con tanta seriedad, es porque tenía mucha razón de tomar esa postura. Aunque se dedicara a negocios turbios, había una parte de él que aún conservaba mucho del ser honrado, leal y honesto. Y eso era sencillamente admirable.

Zéphyr se sintió satisfecho ante su propia amenaza, porque era injusto que alguien como Priscila, que sabía que no tenía culpa de nada, terminara con una reputación dudosa por culpa de él y de un accidente que podía ocurrirle a cualquiera. Así que sonrió satisfecho; le sonrió a John, en un gesto confidencial, que el otro sabría entender perfectamente. Luego se acercó a Priscila, colocándole una mano sobre el hombro. La tomó por sorpresa, pero así era él de impredecible en algunos casos.

—Si apenas me descuide, hace alguna mueca estúpida, tú misma puedes encargarte de darle una buena patada en su parte más preciada —le susurró, palabras que acompañó con un guiño—. Lamento que hayas conocido al más cabeza hueca del equipo. Al menos Guillaume se toma las cosas con más seriedad, a pesar de vivir en China casi toda la temporada. Algunos deberían seguir su ejemplo y no pensar mal de cualquier situación.

La indirecta fue lo bastante directa, tanto que John llegó a alzar los hombros, como si de verdad no le diera importancia, pero ya luego se quejaría de haberlo dejado mal ante una mujer y eso no hacía, y más bla, bla, bla. Y por supuesto, Zéphyr tenía argumentos muy creíbles para defenderse y dejarlo callado, justo como en ese momento.

—En fin, creo que, dicho esto, podemos retirarnos, ¿verdad? Al menos que a ustedes les guste más el bosque que a mí. En lo personal, ya tuve bastante de este lugar —agregó, estirando un poco los hombros, aunque el dolor aún seguía ahí, molestando lo suficiente para hacer que arrugara el rostro—. Y sí, me refería a los tres. Priscila, tú vendrás con nosotros, y no acepto un no por respuesta. Eh, tampoco excusas. Aunque seas una ardilla astuta, ya ves lo que te ocurrió por andar merodeando por donde no debes.

Parecía un viejo cascarrabias, y siempre lo parecía, de seguro ese sería el pensamiento fugaz de John, quien ya había empezado a adelantarse. Zéphyr se rascó la nuca un tanto pensativo, aunque igual lo dejó pasar por alto.

—Lamento esto, no pensé que fueran a encontrarme tan rápido. Pero bueno, a veces peco de iluso. Sin embargo, lo de golpearlo fue en serio, porque a veces es un poco pesado —se burló. Luego le hizo un ademán para que se le adelantara, él después empezó a seguirla—. También lamento haberte atacado. Tampoco lo hubiera hecho estando en mis cinco sentidos. ¿Eres residente o simplemente estás de visita en la ciudad?

¿Por qué diablos había preguntado eso? ¿De verdad tenía el presentimiento de que la volvería a ver o era un deseo estúpido nada más? ¡Él no podía permitirse arrastrar a inocentes a su desgracia! Ya bastante tenía con su propia conciencia.