AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Carnival Of Rust |Privado|
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Carnival Of Rust |Privado|
And more than ever, I hope to never fall,
where enough is not the same it was before
– Carnival Of Rust, Poets of The Fall
where enough is not the same it was before
– Carnival Of Rust, Poets of The Fall
Era irónica la situación del momento. Hallarme en el corazón de Francia y sentirme más sola que nunca. Paris no era como lo pintaban los jóvenes con sus palabras, ni como lo visualizaban los gitanos en las tribus. Paris era grande, ruidoso, y desconsiderado con los recién llegados. Había prostitutas por todas partes donde mis ojos miraban y por una parte lo entendía, el hambre era un voraz enemigo, pero por otra no podía soportar ni pensar en ello. Hacía días que había llegado y aún no había encontrado trabajo, pero no pensaba hacer la calle aunque eso significaba morirse de hambre. Junto a los gitanos, junto a mi tribu verdadera, había aprendido unos valores y lo más importante era la pureza. Había sido obligada a ejercer la prostitución, pero no iba a dejar que eso volviese a suceder. Era dueña de mi cuerpo, dueña de mi mente y de todos los años que aún me esperaban por delante.
Por ello estaba decidida a encontrar trabajo en el circo normal. El de los gitanos me había echado de mala manera porque no poseía ninguna habilidad extraordinaria, pero poco me importaba eso a mí. No iba a llorar, no era una de esas mujeres, y la única habilidad que poseía prefería mantenerla para mi persona, celosamente. Ver los auras de los demás no era cosa de broma. Nosotros, aquellos gitanos bendecidos con la gracia de Santa Sara, teníamos que tener cuidado, guiar a los nuestros y protegerlos de aquellos males que acechaban a los humanos normales. Vampiros, licántropos, todo tipo de criatura había ahí fuera y pocos éramos capaces de identificarles y plantarles, en parte, cara. No pensaba dejar que por una bendición me exhibiesen como si de un animal se tratara. No pensaba darles ventajas a aquellas viles criaturas sobre mí, y más si quería quedarme en París. En algún momento, en algún futuro lejano, sabía que la habilidad me iba a ser de mucha ayuda y algo me decía que no debía mencionarla así como así.
Las primeras diferencias entre el circo normal y el de los gitanos no tardé en verlas. Nada más pisar aquel suelo, con mi saco de ropa sobre el hombro, me di cuenta que estaba mejor posicionado, puesto que no había tanto barro, y las instalaciones para el cuidado de los animales se veían mucho más seguras que las nuestras. Aquel circo era profesional, pero le faltaba algo y eso era probablemente una chispa de magia, de misticismo, de aquello que al circo gitano le sobraba. Me pase caminando entre caravanas, entre animales enjaulados y público, hasta el anochecer y con el anochecer fue cuando vi aquello que tanto había echado de menos en un principio. Se trataba de un hombre lleno de extraños símbolos en su cuerpo, pero con el aura y el porte diferente al de los demás. Estaba sigiloso ante la gran hoguera que los circenses habían encendido hacía horas, y con los mismos movimientos sigilosos fue cuando empezó a hacer su número. Era un tragafuegos, pero no de los normales, puesto que si habría sido un tragafuegos normal mi atención no habría recaído sobre su persona. Vi encantada su número y como reaccionaba ante las llamas, pero al parecer era la única que lo veía puesto que muchos pasaban de largo sin pararse a admirar tal obra de arte. Pobres infelices, Paris había hecho mucho daño a aquellos desgraciados.
Decidida a no ser como aquellos, me acerque hacía aquel desconocido y deje mi saco de ropa de lado mientras lo miraba con total descaro. Sus rasgos no parecían franceses y su aura, desde luego, no era normal; aunque debía reconocer que desconocía por completo su especie –Para ser un hombre … has estado magnifico– murmuré con la voz ahogada por innumerables razones. Una de ellas era por la aversión que sentía hacia los hombres desconocidos, aversión que me tragaba con todas mis fuerzas para seguir hablando. Limpie las palmas de mis manos, húmedas por los nervios, encima de mi falda gitana y me acerque un paso más a aquel desconocido. Pensaba tenderle la mano, pensaba presentarme, pero los parisinos me habían enseñado que la amabilidad no existía entre ellos. Así que espere, espere para que hablara y espere para ver también mi reacción ante sus palabras.
Tiaret Farey- Licántropo Clase Media
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Re: Carnival Of Rust |Privado|
Giraba las antorchas flameantes en ochos rápidos, creando brillantes remolinos de color naranja, que alejaban la penumbra que envolvía al circo y sus alrededores. La ira, centelleaba en su mirada, hermosa y desgarradora. Un placer indescriptible recorría sus terminaciones nerviosas. Zadok, no sólo manipulaba con asombrosa destreza el fuego, parecía ser uno mismo con el elemento. Apagó una, haciéndola pasar por su brazo, misma que bailó sobre su piel antes de parpadear y extinguirse. Atrajo la otra antorcha a su boca y lamió la llama, antes de tragarla. Por un segundo, el aro en su lengua, quedó expuesto. El cambiante no era diferente a los suyos, la plata que perforaba varias partes de su cuerpo, ardía como los mil demonios; pero se había acostumbrado a sentir ese constante dolor en su vida. Los humanos iban y venían, sin reparar en él o, quizás; sí lo hacían. No le importaba. No estaba allí por ellos. Esa noche en especial, había terminado en el circo donde algunas veces se presentaba, para honrar la memoria de Elazar. Hoy, se cumplía un año más de su muerte. El otomano, que atraía y supuraba oscuridad, sentía que era su obligación recordar. Vivir en los pantanos, rodeado de insectos y reptiles, lo sumía en un letargo del que no quería despertar. Hacerse cargo del cementerio, como enterrador y dueño, no era tan diferente. Los muertos no hablaban y aquéllos fantasmas que quedaban atrapados en esa dimensión, anclados a sus tumbas, no se atrevían a molestarlo. El chico de los tatuajes, no sólo ocasionaba miedo en los mortales, cualquier criatura se lo pensaría dos veces antes de enfrentarle. Abandonar a su madre a los caprichos del sultán, hacía tantos años, lo había cambiado. Su hermano, había sido el único anclaje, pero en esa ocasión, el dejado atrás fue él. El enamoramiento de una gitana por parte de Elazar, los había destruido a ambos. Ella no sólo había asesinado al ser que se había jurado proteger, también lo había lanzado a los brazos de las tinieblas y a la calidez destructora del fuego, tras satisfacer su sed de venganza. Los odiaba. A todos ellos.
Levantó una botella hasta su boca, tomó un trago, llevó la punta de una antorcha a sus labios, y escupió. Enormes llamas ondulantes explotaron hacia fuera, pareciendo como si exhalara. Era una especie de belleza aterradora: el fuego, el chico de los símbolos, la locura danzante en sus orbes ambarinos. En el momento en que la mujer posó su mirada sobre él, la sintió. Zadok era un maestro en muchas artes. El sultán le había enseñado a usar los cuchillos, pero más que eso, a espiar a sus enemigos. Su tarea consistía en eliminarlos sigilosamente. El veneno que escupía, era letal, y nadie que conociese su condición de cambiante, había vivido mucho tiempo para contarlo. Mientras continuaba hacia el final de su número, su mirada se clavó en la ajena, marcándola. No trató de advertirla, ni de ahuyentarla. El odio, sólo intensificaba el color de sus ojos. Si no era buena compañía para nadie, esa noche en particular, no lo era para una de las de su tipo. La muerte de su hermano no debía ser profanada por la presencia de esa hembra. Ahora, ni el fuego que les rodeaba, parecía capaz de lanzar luz sobre su mente. La fascinación que sentía, se había esfumado. Ella, ¡ella se la había robado! El sabor del líquido inflamable y la calidez del aro de plata en su boca, tampoco le era confortable. Las antorchas quedaron inertes en sus manos, mientras la voz de la gitana se hacía oír entre el murmullo de voces. Sus sentidos desarrollados, le dijeron mucho sobre la extraña. Nervios y un inconfundible matiz de miedo la envolvían. Sí. Quería que le temiera. Era muy tarde para huir. Debía presentirlo. – Me han descrito de muchas maneras, pero ha pasado tiempo desde que usaron la palabra hombre. – Sus palabras eran seseantes. La serpiente en él, hipnótica. Si sus ropas no la hubiesen delatado, lo habría hecho su aura. Los gitanos, tenían una que las diferenciaba de cualquier humano. En ella, no era tan fuerte, pero Zadok no quería averiguar por qué. – El circo de los tuyos, queda en otra dirección, gitana. – Pronunció la última palabra como un insulto, no es que la joven pareciese estar perdida. – Aquí no eres bienvenida. – Y no lo era. No por él, al menos.
Levantó una botella hasta su boca, tomó un trago, llevó la punta de una antorcha a sus labios, y escupió. Enormes llamas ondulantes explotaron hacia fuera, pareciendo como si exhalara. Era una especie de belleza aterradora: el fuego, el chico de los símbolos, la locura danzante en sus orbes ambarinos. En el momento en que la mujer posó su mirada sobre él, la sintió. Zadok era un maestro en muchas artes. El sultán le había enseñado a usar los cuchillos, pero más que eso, a espiar a sus enemigos. Su tarea consistía en eliminarlos sigilosamente. El veneno que escupía, era letal, y nadie que conociese su condición de cambiante, había vivido mucho tiempo para contarlo. Mientras continuaba hacia el final de su número, su mirada se clavó en la ajena, marcándola. No trató de advertirla, ni de ahuyentarla. El odio, sólo intensificaba el color de sus ojos. Si no era buena compañía para nadie, esa noche en particular, no lo era para una de las de su tipo. La muerte de su hermano no debía ser profanada por la presencia de esa hembra. Ahora, ni el fuego que les rodeaba, parecía capaz de lanzar luz sobre su mente. La fascinación que sentía, se había esfumado. Ella, ¡ella se la había robado! El sabor del líquido inflamable y la calidez del aro de plata en su boca, tampoco le era confortable. Las antorchas quedaron inertes en sus manos, mientras la voz de la gitana se hacía oír entre el murmullo de voces. Sus sentidos desarrollados, le dijeron mucho sobre la extraña. Nervios y un inconfundible matiz de miedo la envolvían. Sí. Quería que le temiera. Era muy tarde para huir. Debía presentirlo. – Me han descrito de muchas maneras, pero ha pasado tiempo desde que usaron la palabra hombre. – Sus palabras eran seseantes. La serpiente en él, hipnótica. Si sus ropas no la hubiesen delatado, lo habría hecho su aura. Los gitanos, tenían una que las diferenciaba de cualquier humano. En ella, no era tan fuerte, pero Zadok no quería averiguar por qué. – El circo de los tuyos, queda en otra dirección, gitana. – Pronunció la última palabra como un insulto, no es que la joven pareciese estar perdida. – Aquí no eres bienvenida. – Y no lo era. No por él, al menos.
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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Re: Carnival Of Rust |Privado|
No me había dado ni una sola oportunidad. Me había sentenciado a ese odio crudo que se veía en sus ojos incluso antes de dignarse a hablarme. No me quería cerca, eso lo tenía más que claro, pero él no era quien para echarme y tampoco era quien para odiarme con esa intensidad. No le había hecho nada, ni a él ni a otro ser viviente. Al contrario, ellos me lo habían hecho todo a mí, esos hombres, ese género escoria. Solo unos pocos se salvaban de mi juicio, y desde luego aquel artista del circo no estaba entre ellos. Si alguien tenía el derecho de odiar y despreciar con las palabras, esa era yo. –Eres un hombre, seas de la especie que seas.– sentencie, pues no le podía definir de otra forma. Entre los suyos, también existía ese género, masculino y femenino, sin importar que no fuesen humanos. –Pronuncias esa palabra, “gitana”, con desprecio, pero no me conoces. No sabes quién soy, no sabes que puedo hacer y aun así me juzgas. ¿Crees que todos los gitanos somos iguales? Déjame adivinar, crees que somos ladrones, mentirosos por naturaleza y personas sin honor; pero yo, que he catado las dos caras de la misma moneda, puedo decirte que los gitanos tienen más honor de lo que una escoria de clase baja avariciosa puede tener. Al menos los gitanos cuidan de los suyos, que ya es más de lo que otras personas avariciosas han hecho por sus seres queridos– curiosamente, los recuerdos no volvieron mientras le daba el discurso al circense. El cabreo incipiente había hecho que cualquier pizca del pasado y cualquier pizca de miedo muriese con mis palabras. Eso me hizo sonreír levemente, dándome cuenta que debía ser una imagen muy perturbadora. Hace tan solo unos segundos le estaba regañando y al siguiente sonriendo como si nada hubiese pasado.
–No seré bienvenida para ti, porque no veo a ninguna otra persona quejándose, así que me quedaré por mucho que eso moleste sí, sin duda le estaba picando. Por lo visto el jueguecito se estaba haciendo más divertido de lo que pensaba –Estoy buscando trabajo en este circo. El de los gitanos pide demasiado, y mira que hasta ahora me han pedido hacer cosas descabelladas, pero no quiero ser una atracción de circo, tan solo trabajar en él. Creo que te resultará extraño ver una gitana que quiere pasar desapercibida ¿Toda una sorpresa eh?– sonreí de lado y di unos pasos. Con descaro me acerque más a él aun a sabiendas de que no le gustaba. Tal vez no debía empujarle, pero cualquier gota de miedo de mi cuerpo se había esfumado y la diversión así como la curiosidad más primitiva habían sustituido todo lo malo. –¿Conoces a alguien de este lugar que necesite un trabajador? Puedo hacer incluso de ayudante. Hay pocas cosas que me den miedo en la vida, y te aseguro que ser la ayudante de algún mago chiflado que pueda matarme no es una de ellas– la vida era así, los riesgos debían asumirse y todo mi miedo estaba centrado en los hombres. No había espacio para el miedo a la muerte o el miedo a la vejez o cualquier otra cosa parecida. Le miré desde más cerca y suspire. Al pobre le había dado la brasa suficiente. A decir verdad era la primera vez que había intercambiado más de dos palabras con alguien desde mi llegada a París. Se sentía bien, pero también necesitaba a alguien que quisiese hablar conmigo, o al menos internarlo, y él no parecía muy por la labor –Creo que te he incordiado lo suficiente. Esa soy yo cuando me siento bien. Disculpas, no debí molestarte aunque… haces bien tu número. Haces olvidar a las personas que hay cosas malas en su vida y eso es difícil hoy en día.– porque hoy en día todo era malo, todo estaba podrido, el mundo necesitaba un giro de 180 grados y no había nadie dispuesto a ayudar a darlo.
Miré hacia la derecha, luego a la izquierda sin saber qué rumbo tomar. Mirase donde mirase, faltaba la magia de aquel rincón donde estaba el hombre gruñón. Fruncí los labios y empecé a caminar por la izquierda, pero enseguida paré, y volví al sitio de donde me había marchado porque me estaba olvidando de lo más importante, mi saco con ropa. Fui a cogerlo y luego de cargarlo a mi espalda empecé a caminar otra vez hacía la izquierda, pero me arrepentí y me fui a la derecha, para volver a arrepentirme. Todos los caminos me hacían dar vueltas alrededor de aquel ser desconocido. Al final volví a su lado y deje caer el saco a mis pies para luego hablar con más sinceridad de lo que lo había hecho nunca –¿Crees que podrías ayudarme?Por favor... No soy mala, solo quiero un trabajo para comer sin caer en la prostitución o algo parecido. Entregarse a los hombres por algo de comer no es el sueño de mi vida aunque no lo creas.–
–No seré bienvenida para ti, porque no veo a ninguna otra persona quejándose, así que me quedaré por mucho que eso moleste sí, sin duda le estaba picando. Por lo visto el jueguecito se estaba haciendo más divertido de lo que pensaba –Estoy buscando trabajo en este circo. El de los gitanos pide demasiado, y mira que hasta ahora me han pedido hacer cosas descabelladas, pero no quiero ser una atracción de circo, tan solo trabajar en él. Creo que te resultará extraño ver una gitana que quiere pasar desapercibida ¿Toda una sorpresa eh?– sonreí de lado y di unos pasos. Con descaro me acerque más a él aun a sabiendas de que no le gustaba. Tal vez no debía empujarle, pero cualquier gota de miedo de mi cuerpo se había esfumado y la diversión así como la curiosidad más primitiva habían sustituido todo lo malo. –¿Conoces a alguien de este lugar que necesite un trabajador? Puedo hacer incluso de ayudante. Hay pocas cosas que me den miedo en la vida, y te aseguro que ser la ayudante de algún mago chiflado que pueda matarme no es una de ellas– la vida era así, los riesgos debían asumirse y todo mi miedo estaba centrado en los hombres. No había espacio para el miedo a la muerte o el miedo a la vejez o cualquier otra cosa parecida. Le miré desde más cerca y suspire. Al pobre le había dado la brasa suficiente. A decir verdad era la primera vez que había intercambiado más de dos palabras con alguien desde mi llegada a París. Se sentía bien, pero también necesitaba a alguien que quisiese hablar conmigo, o al menos internarlo, y él no parecía muy por la labor –Creo que te he incordiado lo suficiente. Esa soy yo cuando me siento bien. Disculpas, no debí molestarte aunque… haces bien tu número. Haces olvidar a las personas que hay cosas malas en su vida y eso es difícil hoy en día.– porque hoy en día todo era malo, todo estaba podrido, el mundo necesitaba un giro de 180 grados y no había nadie dispuesto a ayudar a darlo.
Miré hacia la derecha, luego a la izquierda sin saber qué rumbo tomar. Mirase donde mirase, faltaba la magia de aquel rincón donde estaba el hombre gruñón. Fruncí los labios y empecé a caminar por la izquierda, pero enseguida paré, y volví al sitio de donde me había marchado porque me estaba olvidando de lo más importante, mi saco con ropa. Fui a cogerlo y luego de cargarlo a mi espalda empecé a caminar otra vez hacía la izquierda, pero me arrepentí y me fui a la derecha, para volver a arrepentirme. Todos los caminos me hacían dar vueltas alrededor de aquel ser desconocido. Al final volví a su lado y deje caer el saco a mis pies para luego hablar con más sinceridad de lo que lo había hecho nunca –¿Crees que podrías ayudarme?Por favor... No soy mala, solo quiero un trabajo para comer sin caer en la prostitución o algo parecido. Entregarse a los hombres por algo de comer no es el sueño de mi vida aunque no lo creas.–
Tiaret Farey- Licántropo Clase Media
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Re: Carnival Of Rust |Privado|
Vaya, vaya. La gitana no se iba por las ramas. Zadok no podía recordar la última vez que un ser humano, cruzó más de dos palabras con él. Por lo general, las personas no sólo no podían sostenerle la mirada, sino que la incomodidad y el miedo; les hacía propensos a hacer todo cuanto estuviese en sus manos, para huir lejos, muy lejos de su espacio. Había esperado que el sentido común, dictara los pasos de la fémina. No se había equivocado cuando el picante olor de sus emociones, le había golpeado. ¡¿A dónde demonios se había ido su temor?! Unos minutos atrás, lo había paladeado. Al parecer, sus palabras amenazadoras, sólo habían actuado como un efecto dominó, derribando las otras fichas en su camino. Curiosidad, no era algo que la cobra sintiese. Lo había visto absolutamente todo: la crueldad, la injusticia, la maldad y la pobreza. Que se encontrase escuchando lo que la desconocida tenía que decir, significaba más de lo que ella alguna vez sabría. Quizás era la forma apasionada en que se defendía o, la incredulidad que sentía porque se atreviese a hablarle, cuando le dejó en claro, que no era bienvenida. El odio era legible en su mirada ámbar y eso, aunado a las marcas y aros dándole un aspecto siniestro, debió haber sido suficiente para que cogiese sus pocas pertenencias y corriera. El cambiante, hacía mucho que no se consideraba un hombre. Había escogido ser algo más, cuando le pidió al chamán que llenara de símbolos su cuerpo. Esa noche completamente oscura, sin estrellas ni Luna alumbrando el campamento circense, teñida luego por llamas consumiendo a personas y animales; también había muerto. Elazar, había sido el único vínculo que lo atase a la humanidad. Sin él, no había tenido sentido fingir ser alguien que no existía. Los reptiles, eran su familia. Los pantanos, su hábitat. Los cadáveres, su atadura con la muerte. El cementerio, la tierra profana e infértil. Por supuesto que la despreciaba, pero no lo confirmó, las palabras sobraban. El otomano, la ponía en el mismo saco del montón, pero por razones diferentes a las que ella enumeraba. La única que importaba para él, era que fue una de su clase, la que engatusó a su hermano y le apuñaló en la espalda. – No hay tonos grises para mí, gitana. – Deliberadamente, volvió a usar ese tono desagradable. Si cabía posible, fue más insultante. – O es negro o blanco. Juzgo a los tuyos por las acciones de los demás y nada de lo que digas, va a cambiarlo. Aunque fue un discurso bastante detallado. – Sus manos, apretaron con fuerza las antorchas. Un poco más, y terminaría por quebrarlas.
Después de esas palabras, Zadok se quedó en completo silencio. Cualquiera que tuviese los sentidos desarrollados, podría apreciar los sonidos de los insectos a su alrededor. Imperturbable, así era, por dentro y por fuera. Tampoco parecía que necesitase decir algo. Nunca había visto a una mujer unir tantas frases en un santiamén aunque, por supuesto, no se había dado la oportunidad de hablar mucho con las de su género. Hacía un tiempo, que había dejado de satisfacer las demandas de su cuerpo. Permanecer en su forma de caimán, facilitaba las cosas. Era un ser apático y taciturno, que no se sentía atraído por lo mismo que otros de su especie. La indiferencia, lo gobernaba. Ella se burlaba de él. La manera en que le sonreía, como si fuesen dos malditos conocidos. Su cercanía, le resultaba incómoda y, a la vez, extraña. ¿Qué veía cuando le miraba? Las sombras en sus facciones, ¿no la persuadían de que era un ser que no se debía molestar? Siseó. Sí. Lo había incordiado pero, más importante, había despertado su interés. Se dijo que eso último sólo se debía a que la cobra, quería abordarla de manera silenciosa y venenosa. No sería la primera vez que se mostrase impertérrito, para hacer una visita después; para matar, desde luego. Si Elazar estuviese con él, sin duda, se habría reído por la escena que representaban. Estaba acostumbrado a que pasaran de largo, haciendo como si no lo vieran, pero la gitana no actuaba como los demás. Nadie, jamás, le había dicho que su número era bueno. ¿Qué la hacía tan osada? Si supiese que deseaba matarla, ¿pensaría de diferente forma? Tal vez, no había sido lo suficientemente claro. No se trataba de que su presencia fuese indeseada, sino que la odiaba. La vio mirar a los lados y luego andar de uno a otro, sin convicción. El siseo, volvió a salir de su boca. No apartó la mirada de ella, como si quisiera asegurarse que no diera marcha atrás, lo cual, finalmente sucedió. – La última vez que alguien me pidió ayuda, lo puse a dormir bajo tierra. – No mentía, ni bromeaba. Zadok era dueño del Cementerio de Montmartre, pero prefería hacer el oficio de sepulturero. Se encargaba de eliminar cualquier evidencia que pudiese poner en peligro, el secreto del mundo sobrenatural. – Ten cuidado con lo que deseas. El genio de la lámpara, siempre concede retorcidamente. – Su madre, solía contarle aquéllas historias cuando era un crío. Y él, a su vez, lo había hecho con Elazar. Cada noche, durante tres meses, contó una nueva historia. – Puede que encuentres que la prostitución, es un oficio más piadoso que trabajar para la muerte. Por suerte para ti, la mujer que actuaba en mi número de cuchillos, murió. – No agregó que fue por causas externas. Quería que ella pensase que había sido el causante. Tenía sus razones para ofrecerle el empleo. Si es que podía llamársele así, a poner en sus manos, literalmente, su vida.
Después de esas palabras, Zadok se quedó en completo silencio. Cualquiera que tuviese los sentidos desarrollados, podría apreciar los sonidos de los insectos a su alrededor. Imperturbable, así era, por dentro y por fuera. Tampoco parecía que necesitase decir algo. Nunca había visto a una mujer unir tantas frases en un santiamén aunque, por supuesto, no se había dado la oportunidad de hablar mucho con las de su género. Hacía un tiempo, que había dejado de satisfacer las demandas de su cuerpo. Permanecer en su forma de caimán, facilitaba las cosas. Era un ser apático y taciturno, que no se sentía atraído por lo mismo que otros de su especie. La indiferencia, lo gobernaba. Ella se burlaba de él. La manera en que le sonreía, como si fuesen dos malditos conocidos. Su cercanía, le resultaba incómoda y, a la vez, extraña. ¿Qué veía cuando le miraba? Las sombras en sus facciones, ¿no la persuadían de que era un ser que no se debía molestar? Siseó. Sí. Lo había incordiado pero, más importante, había despertado su interés. Se dijo que eso último sólo se debía a que la cobra, quería abordarla de manera silenciosa y venenosa. No sería la primera vez que se mostrase impertérrito, para hacer una visita después; para matar, desde luego. Si Elazar estuviese con él, sin duda, se habría reído por la escena que representaban. Estaba acostumbrado a que pasaran de largo, haciendo como si no lo vieran, pero la gitana no actuaba como los demás. Nadie, jamás, le había dicho que su número era bueno. ¿Qué la hacía tan osada? Si supiese que deseaba matarla, ¿pensaría de diferente forma? Tal vez, no había sido lo suficientemente claro. No se trataba de que su presencia fuese indeseada, sino que la odiaba. La vio mirar a los lados y luego andar de uno a otro, sin convicción. El siseo, volvió a salir de su boca. No apartó la mirada de ella, como si quisiera asegurarse que no diera marcha atrás, lo cual, finalmente sucedió. – La última vez que alguien me pidió ayuda, lo puse a dormir bajo tierra. – No mentía, ni bromeaba. Zadok era dueño del Cementerio de Montmartre, pero prefería hacer el oficio de sepulturero. Se encargaba de eliminar cualquier evidencia que pudiese poner en peligro, el secreto del mundo sobrenatural. – Ten cuidado con lo que deseas. El genio de la lámpara, siempre concede retorcidamente. – Su madre, solía contarle aquéllas historias cuando era un crío. Y él, a su vez, lo había hecho con Elazar. Cada noche, durante tres meses, contó una nueva historia. – Puede que encuentres que la prostitución, es un oficio más piadoso que trabajar para la muerte. Por suerte para ti, la mujer que actuaba en mi número de cuchillos, murió. – No agregó que fue por causas externas. Quería que ella pensase que había sido el causante. Tenía sus razones para ofrecerle el empleo. Si es que podía llamársele así, a poner en sus manos, literalmente, su vida.
Zaccary Pattakie- Cambiante Clase Media
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