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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cora Austerlitz Sáb Dic 26, 2015 11:27 pm

"Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor"

Ahora le recorría las venas un odio abierto, tórrido, salvaje, desenfrenado como una ráfaga que se abría en todas direcciones al ritmo de sus jadeos ahogados, desesperados y afilados como el cuchillo que clavaba una y otra vez sobre el inquisidor francés que ahora tenía bajo su cuerpo. Lo había matado sin preguntas, porque había sido suficiente verlo matar a un cambiante en un callejón como para recordarle todo. Lo asaltó por la espalda, abalanzándose sobre él y descargando su propia arma para lacerarle la carne sin detenerse un segundo. Sus ropas se llenaban de sangre, pero ella no se detenía. Lloraba con desespero, como si viera en él al asesino de su esposo, de sus pequeños hijos y de la familia completa. Estaba desestabilizada e incluso temblaba, pero no iba a detenerse hasta que la sangre dejara de salpicar. No le interesaba beber de alguien tan ruin, sólo quería matar, destruir, nada más que eso.

¿Por qué alguien se había atrevido a quitarle la vida a sus pequeños mellizos?
—Tenían cinco años, maldito ¡Cinco años!— le gritó al cadáver,  mientras el nudo en la garganta se hacía más tenso. Cora lloraba con más ira y apuñalaba el cuerpo cada vez con menos fuerza pero con más desesperación. No entendía y jamás lo haría. Sus niños eran seres indefensos y los vengaría mil veces, hasta que la locura la empujara a lanzarse a los rayos de sol como último intento. Las imágenes iban y venían en su mente, los recuerdos bailaban recordando a su esposo, las risas de sus hijos y todo lo que habían construido. Y la mirada se le perdía en una frustración incontrolable ¿Cómo había sufrido él por salvar a sus hijos? Estaba segura que había padecido infinitamente por amor a ellos y la sola idea la destrozaba peor ¿Por qué no su vida en lugar de la de ellos? El maldito descanso que era el pago por ver crecer a sus pequeños, le había costado la vida de todos. Se culpaba, se odiaba, pero no detendría su vida hasta matar al culpable que siguiera hasta París.

Tomó aire profundo, aunque no lo necesitaba, y cuando levantó el cuchillo para apuñalarlo de nuevo, sus ojos y oídos percibieron una realidad diferente. Fue como estar en otro lugar durante apenas unos segundos. Las voces de niños sonaron audiblemente y escuchó unos pasos avanzar, acercándose a donde provenían las voces. Era una calle estrecha, de muros húmedos y resquebrajados. Y ella, había caminado por ahí. Una vez, al segundo día de estar allí. Pero ¿Qué era eso? Jamás había tenido una visión, pero con el pulso aún más alterado que antes, emprendió una carrera que era movida prácticamente por un arranque de locura.

Avanzó sin detenerse durante unos cinco minutos, corría desesperada, con una intensidad que desconocía al ser calmo que solía ser. Poco importaba la humedad, la nieve, la gente muriendo de frío a los costados de las calles, nada. Tenía que entender de dónde provenía lo que había visto y ya no había nada que perder. El llanto de niños le avisó la cercanía y cuando giró la calle vio a alguien, caminando sólo y en silencio. Era un hombre, alguien que le resultaba tan familiar que dolía
—¿Dietrich…?— preguntó en voz baja, y soltó el ensangrentado cuchillo con el que había corrido durante todo el camino ¿Era él realmente o acaso sólo estaba enloqueciendo aún más?


Última edición por Cora Austerlitz el Sáb Ene 09, 2016 12:27 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Dietrich Austerlitz Lun Dic 28, 2015 3:05 am

– Papá, Fred dice que volar debe ser aburrido, porque todo desde el cielo se ve más pequeño.– El niño, de cabellos color azabache, esbozaba una sonrisa inocente mientras se encogía de hombros, como si con eso dijera que no sabía de dónde sacaba ella esas ideas; pero era el brillo travieso en el suave azul de su mirada, lo que le delataba. Frederick, desde luego, solo estaba molestando a su melliza. No creía lo que decía. Cuando los pequeños descubrieron que podían cambiar en diferentes tipos de animales, cada uno había demostrado su asombro por el otro. Su hijo, en cierta forma, envidiaba la capacidad de Maud para observar el mundo desde otra perspectiva. Era un niño, y estaba lejos de valorar lo que significaba para él, saberlo más fuerte. Los Austerlitz, protegían y daban la vida por sus mujeres. Albrecht, una rareza entre los suyos, pues no había heredado la condición de sus progenitores; les había inculcado a sus hijos la importancia de la caza, con instintos y armas. Mientras el cambiante, cogía en brazos a la niña para consolarla; pensó que un día, cuando éste creciese y se enamorase – como le había pasado a él – saberse un depredador lo haría sentirse capaz de proteger a su familia. – Fred solo tiene celos, cariño. ¿Sabías que yo también los tuve cuando vi lo que Monicke era capaz de hacer? – Sus palabras, bastaron para hacer borrar las lágrimas que ponían acuosos esa preciosa mirada. Cuando veía a Maud a los ojos, Dietrich juraba estar viendo a su mujer. En esa escena, solo faltaba ella. Cora, había tenido que pagar un alto precio para continuar en sus vidas, pero se había negado a ser egoísta, quitándole a sus hijos la luz solar solo para que pasasen más tiempo despiertos durante las noches. Mencionar a su hermana, avivaba a la pequeña, especialmente desde que era la única otra ave. Una bala de plata rozó su oreja y perforó el tronco tras ellos. Dio un beso rápido en la frente a la niña y la dejó al lado de su mellizo. – Cambien. Ahora. – Les ordenó, llamando a su lobo. Sabía lo que ocurriría a continuación. Sangre, dolor, muerte, ¡desesperación! ¿Por qué demonios no se despertaba? ¡Era un sueño, maldita sea! Prefería ser preso de las pesadillas que incluían las más viles torturas a su cuerpo, que ver esas imágenes suceder una y otra vez, sin poder cambiar algunos hechos. Si se hubiese asegurado que Monicke huía, ¡estaría viva! Si hubiese eliminado a los inquisidores, no habrían ido tras Cora.

Irónicamente, fue el ulular de un búho lo que le hizo despertarse. Se había detenido solo para descansar un segundo y se había quedado dormido. Los días, tardes y noches, las dedicaba a su búsqueda. Había conseguido posada en una vieja casa en las zonas abandonadas. Una mujer y su hijo, también cambiante, aunque aún sin desarrollarse su primera transformación, le había proporcionado techo; a cambio, él conseguía monedas para pasar el invierno. Ella lo había curado y, aunque Dietrich nunca profirió palabra alguna, cuando se sintió fuerte, quiso regresar el favor. Le contó lo que era su hijo, pues el aura de ella, la marcaba como una simple mortal. No le creyó, por supuesto, hasta que le mostró. Enojado con el mundo entero, cogió una piedra y la lanzó al animal que parecía juzgarlo. En comparación con Monicke, el ave carecía de belleza. ¿Alguna vez vería el mundo de otro color que no fuese gris? Se alejó del Cementerio y anduvo varias calles. Fred ya había desarrollado el poder de la Visión Compartida, pero desde que se separaran, no había vuelto a ver a través de los ojos del niño. Visitaría de nuevo el Orfanato. Maud tenía que estar por algún maldito lado. ¿Y si los habían cogido los inquisidores? No, demonios. ¡No! La sola idea le enfermaba. Imaginar que cuchillos y todo tipo de hojas bañadas en plata, cortaban la piel de sus pequeños, le volvía demente. Sus enemigos, habían disfrutado del vínculo entre su gemelo y él. Conseguir a los mellizos, sería un premio más gratificante. Los niños eran diferentes. No era común en su raza que eso pasara. Antes de que Cora enfermase, él había querido tener más hijos. Su amor por ella, había sido tan fuerte e inquebrantable, que verlo reflejado en otros seres, le llenaba de una dicha que antaño no conocía. Saber que probablemente una inquisidora cargaba un hijo suyo en su viente, en cambio, le provocaba asco.

Las risas de los huérfanos, que jugaban con la nieve, renovaron su odio. Las cicatrices que se veían por cada parte de su piel desnuda, eran incomparables a las que llevaba por dentro. Descarnado, así se sentía. Respiraba, pero solo porque era una función que su cuerpo hacía por sí solo. No importaba que esos niños, de distintas edades, no tuviesen padres. La Inquisición nunca les tocaría porque no eran diferentes. Al contrario, muchos de los miembros de esa organización, salían de entre esas paredes. Hombres, que violarían a sus mujeres, mientras las mantenían prisioneras. Hombres, que no tendrían corazón para experimentar con el cuerpo de un niño cambiante. ¿Quién era el animal en esa historia? Su mano se cerró sobre lo que una vez, fue una daga. No tenía empuñadura. La plata le quemaba la palma, pero él no sentía, la determinación lo movía. Iba a matarlos. Haría un favor a su especie. Sus niños por los suyos. Dio un paso más. La Inquisición se enteraría. Él los marcaría con el mismo número que le pusieron: prisionero ciento once, el gemelo sobreviviente. Pero entonces una voz que jamás olvidaría, pronunció su nombre y si era imaginación o no, se preguntó qué era lo que significaba. ¿Quería que se detuviese o que reclamase su venganza? – Esta noche, solo serán dos, en memoria de Fred y Maud. – Porque si no lo hacía, su cordura finalmente moriría. Porque si no, ¿cómo exteriorizaría el dolor que sentía? Si no fuese por el seco sonido del metal al caer sobre la nieve, Dietrich no se habría girado para enfrentarse al fantasma de su mujer. – Yo no pude vengarlos, pero ahora puedo, Cora. – Su mente estaba dividida. Si se acercaba, ¿ella lo recibiría? No estaba preparado para su abierto rechazo, así que no hizo nada, más que embeberse de su presencia. – Voy a arreglarlo. Juro que voy a arreglarlo. – Repitió su promesa, porque necesitaba que ella supiera. Encontrarla, lo cambiaba todo.
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Mensaje por Cora Austerlitz Dom Ene 10, 2016 9:41 pm

"Estar contigo o no estar contigo, esa es la medida de eternidad y de mi tiempo.
¡Despierta!"

“Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida” esa promesa salió de los labios de ambos el día que se casaron. Y esa promesa se hizo carne cuando nacieron sus mellizos, tan hermosos y especiales que Cora no había sido capaz de salir de sus vidas, aunque a cambio, tuviese que convertirse en una bebedora de sangre. Pero ¿Cómo concebir dejar solos a sus hijos recién nacidos y a un esposo que se desvivía por ellos? Recordar todo eso, ahora dolía y quemaba cualquier resquicio de paz que le pudiese quedar a la alemana. Esos recuerdos eran lo único que le había dejado la inquisición, porque jamás volvería a ver o escuchar las risas pícaras de sus niños, ni a sentir las caricias tiernas de su esposo que sobrepasaban su nueva naturaleza. Ya habían terminado para siempre las peleas inocentes de los mellizos, y los besos al despertar de Dietrich, que a veces la acompañaba en medio de sus tinieblas. Jamás volvería a preparar una cena que no comería, pero que la familia que había formado si disfrutaría. Y en ese punto, ya no podía dejar de odiarlos, pero tampoco podía parar el torrente de pensamientos que se desbordaban hasta convertirse en lágrimas mientras corría.

Su mundo colapsó de la mano con sus ideas cuando el hombre al que había llamado, realmente respondió. Sí, claro que se trataba de su esposo, y lo había encontrado gracias a esa primera visión que tuviese en la vida. No la entendía del todo, pero tampoco importaba. Asombrada, se llevó una mano a la boca y sonrió, porque si él estaba vivo, entonces quizás sus pequeños también. Lamentablemente, su efusividad logró que entendiera tarde lo que él prácticamente susurraba. Fred y Maud estaban muertos. Ella lo sabía, pero esa confirmación la deshizo, aún más de lo que creía posible. Quiso dejar a su cuerpo caer sobre las rodillas, llorar e incluso gritar amargamente, pero a cambio, mantuvo la mano sobre su boca, permaneciendo en silencio mientras lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. Se había contenido porque él claramente estaba alterado. Dietrich no necesitaba gritar o llorar para mostrarse destruido, pero la venganza estaba arraigada a su corazón tan fuerte, que parecía incapaz de reconocer que su esposa estaba realmente ahí, avanzando ahora hacia él. ¿Qué carajos había sucedido? ¿Cómo murieron? Las preguntas debieron esperar, porque Cora sabía que sus votos debían ahora ser más vigentes que nunca, porque ambos lo habían perdido todo, hasta que se encontraban de nuevo uno al otro. Habían perdido a sus hijos, sí, pero ahora estaban juntos para vengarlos, a pesar de no poder recuperarlos o incluso poder tener más.

Contenerse costaba mucho, y sólo las lágrimas continuaron, acompañando los pasos temerosos de Cora hacia él, que la miraba sin mayor atención. Él estaba ahí físicamente, pero su mente, difícilmente coincidía con esa situación. Con las manos ensangrentadas todavía, al igual que ella misma, apoyó las palmas de sus manos en las mejillas ajenas cuando por fin lo tuvo de frente y empezó a palparlo como para confirmar que realmente lo tenía ahí
—En la alegría y en las penas, mi amor. Ahora también en la venganza. Pero necesito que despiertes, por favor— su voz era una súplica, lo necesitaba más cuerdo que nunca para poder atar cabos que los llevaran a los culpables. —Necesito que me digas qué pasó. Dime lo que le pasó a nuestros niños— susurró, dejándose llevar y olvidando rápidamente la intensión de mantenerse sobria. Amaba a Dietrich, a pesar de todo, pero ellos tendrían que llevar el duelo juntos, o buscar a los demás si es que alguno quedaba. Y además, Cora necesitaba confirmar de nuevo que ya no tendría más a sus niños, aunque pareciera masoquista, debía matar cualquier esperanza para poder empezar a matar de nuevo.
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Mensaje por Dietrich Austerlitz Miér Feb 24, 2016 2:39 pm

Si las almas gemelas existían, Dietrich había encontrado la suya. No lo había sabido entonces, pero cada minuto de su existencia, había servido para llevarlo a ese lugar y momento; donde su vida cambiaría por completo. Decir que la amaba, era quedarse demasiado cortos. Él, simplemente, no podía concebir un mundo sin ella. Ciertamente, no había podido vivir en uno donde no estuviera. Aunque nunca lo había dicho en voz alta, cuando la extraña enfermedad amenazó con arrancarla de su lado, el cambiante supo que no tardaría en seguirla. Su gemelo lo había sabido, el vínculo que compartían, no sólo le mostraba la determinación que nublaba sus pensamientos, sino le hacían partícipe del dolor que le aquejaba en el pecho. – ¡Piensa en los mellizos! ¡¿No crees que también te necesitan?! – Alexander lo había golpeado, tratando de meterle algo de sentido común, pero dándose por vencido cuando no se defendió. Por supuesto que amaba a sus pequeños, más que a su vida misma, pero Monicke los cuidaría. No iba a dejar a Cora sola. Donde fuera, él iría. Saberla vampiro, puso fin a sus miedos. No sólo no viviría más que ella, no tendría que preocuparse de que su cuerpo, sufriese un daño que los doctores no supiesen controlar o curar. Su mujer era inmortal, la eternidad la aguardaba y; aunque nadie jamás sabría, cuando él fuese un recuerdo, el mundo agradecería silenciosamente a su egoísmo. Por ello, cuando los inquisidores se infiltraron en su territorio, Dietrich juró que un día los mataría a todos. Ahora, no estaba seguro. No quería despertar. ¿Por qué querría hacerlo? Finalmente, estaban juntos. ¿Qué importaba si estuviesen muertos? Los mellizos no se veían por ninguna parte, pero eso no podría ser una mala noticia. Eso sólo significaba que estaban vivos, que lo habían logrado, que su estrategia había funcionado. Frunció el ceño cuando vio las lágrimas cayendo sobre las mejillas de su esposa. Dietrich alzó sus manos para limpiarlas suavemente y recordó otra escena, varios meses atrás. A él, diciéndole a Fred, que sus mujeres sólo debían llorar de felicidad. Sin apartar su mirada de los ojos de la fémina, capturó sus muñecas. Entonces no pudo negarlo más, no cuando la envolvió en sus brazos y sus dedos se enterraron en sus cabellos, aferrándola con fuerza a su cuerpo. – Cora. – Pronunció el nombre con abandono. Había caminado por ese salvaje desierto en busca de un pozo y, en cambio, encontraba un manantial. Un fresco y precioso manantial.

La apartó lo suficiente para darle un ligero beso en los labios, en las mejillas, en la frente; tomándose su tiempo en éste último para acomodar sus caóticos recuerdos. – Nuestros niños… Ellos, huyeron. ¡Dios! Tenemos que encontrarlos, antes de que nuestros enemigos lo hagan. Si lo hacen… – No terminó la frase. ¿Cómo explicarle que la muerte sería más piadosa que las pruebas a las que les someterían de capturarlos? Alexander y él, apenas habían soportado las torturas. ¡Ni siquiera estaba seguro de mantener su cordura! Habían jugado con sus mentes y cuerpos. Aún sentía el eco del dolor siguiendo cada terminación nerviosa. Las pesadillas jamás se irían, de eso estaba seguro, pero todo eso no importaba si podía reunir a su familia de nuevo. – Alexander, Monicke, no lo consiguieron. Nadie lo hizo. – Su voz sonaba rota. Pronunciaba los nombres con desesperación y rabia. Quizás, algún día, perdonaría a su gemelo por hacer que los cazaran; quizás, algún día, cuando viese a sus hijos, recordaría quién había sido. Su sacrificio valdría la pena, sólo si lograba encontrarlos a salvo. Ellos no merecían ser dañados. ¡Maldita sea! Eran mejor que cualquier otro ser. No conocían malicia, rencor u odio. Tenían sólo cinco años. Cualquiera que mirara sus sonrisas, terminaría amándolos. Eran suyos. Suyos y de Cora, y era su deber devolvérselos. – ¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo escapaste? Pensé que te había perdido para siempre. Cuando volví a casa y no te encontré, yo… – En sus orbes, se podía ver la tempestad. Dietrich no podía terminar las frases. Esa era su manera de decirle cuánto le había afectado no verlos. Al final, había roto su promesa de protegerlos. ¿Cómo podría esperar que honrara cualquier otra? Rendido, acarició la mejilla de su mujer, para dejar caer su brazo mientras contaba, con la mirada ausente. – Habíamos salido a los bosques, como de costumbre, para practicar. Si hubiese puesto más atención. – Agregó con frustración y autodesprecio. – Los inquisidores llegaron y no les importó poner en la mira a unos críos. ¿Qué bastardos sin corazón hacen eso, Cora? Dejé a Maud con Monicke, seguro de que les compraría tiempo para que se marcharan; pero sólo nuestra hija lo logró. Fred, él… Yo lo vi subirse a una carreta, antes de perder el conocimiento. – No estaba siendo conciso, ¿pero quién podía cuando estaba atormentado con las escenas que pasaban por su cabeza? Hacía tan sólo unos instantes, lo había revivido en sus sueños. – Vine aquí siguiendo un impulso, pero ahora sé que no son imaginaciones mías, te encontré. Los encontraremos. – Prometió, acariciándola de nuevo. No podía estarse quieto.  
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Mensaje por Cora Austerlitz Jue Mar 24, 2016 1:39 pm

No era la venganza lo que la movía, sino el amor

Había formado una familia basada en un primer encuentro en el que él, fue alguna vez su cliente, un coleccionista cualquiera que entraba a su tienda en busca de objetos y no por una esposa. Había dividido a unos gemelos al elegir a uno, pero había llenado una casa de las risas de un par de mellizos que llenaban el corazón de cualquiera de los Austerlitz. Esos niños habían unido lo que se alguna vez se hubo separado, y habían hecho justificable lo que alguna vez resultara inconcebible ¿Cómo entonces vivir sin ellos? ¿Cómo era posible dejarlos partir? El recuerdo de cada uno de sus actos parecía permanecer condensado en la mente de Cora, que hasta el momento, quizás no terminaba de asimilar lo que sucedía por completo. Dietrich, en un instante que se sintió eterno, la tomó entre sus brazos y ese acto tan íntimo permaneció durante varios minutos, los cuales ellos no fueron capaces de asimilar. Aunque finalmente era él, y el aroma de su esencia se quedó impregnado en ella que no pretendía soltarlo hasta saber que realmente lo había recuperado. Hace menos de una hora lo había perdido todo y, ahora, él aparecía en una muestra de esperanza que lucía enferma, pero no por eso menos hermosa.

El corto beso sobre sus labios fue la confirmación de su presencia, pero ellos estaban allí en cuerpo presente, pero con la mente y el alma ausente como prendidas a la sola idea de sus mellizos.
—Están vivos…— susurró ella, con lágrimas manando por una felicidad inexplicable. Sería difícil encontrar a un par de niños tan pequeños, pero aún podrían. Su familia no se había consumido, tenía a un esposo vivo y a unos hijos por buscar. Después, huirían a cualquier lugar del mundo y vivirían como fuese necesario para asegurarle a los pequeños un futuro tranquilo. Pero si eso era así ¿Por qué Dietrich seguía luciendo tan mal? Sus ojos denotaban un vacío tal que aterraba y, eso, sólo significaba que la inquisición lo había destruido de maneras aún peores a la muerte. —Mi amor, necesito que despiertes— repitió Cora, con una voz tan dulce que al mismo tiempo se sentía dolorida —Fred y Maud están muy pequeños para sobrevivir sin nosotros. Tenemos que encontrarlos, tenemos que superarlo por ellos. Por favor— sus manos se fueron a las mejillas de su esposo, era obvio que se sentía destruido y era totalmente comprensible. Había perdido a sus padres y hermanos, pero quedaba todavía más por lo cual luchar. Por lo mismo, Cora lo abrazó de nuevo, porque no podía ofrecer un consuelo distinto para un acto tan horrendo. Pero sus hijos eran su prioridad, más que nada, sobre todo porque a pesar de tener cinco años, a duras penas aparentaban los tres. Sería fácil para cualquiera robarlos y separarlos, no podían darle más tregua al tiempo. —Fue Victor, llegó por mí antes que ellos. Él me lo contó todo— musitó. Victor era el viejo amigo de la familia que le diera la inmortalidad. Aquél hombre ya la había salvado dos veces, pese a que en esta última él mismo corriera peligro. Tenía alguien de la inquisición que le había contado lo sucedido, pero si eso se llegaba a saber… —Después de eso no pude encontrarlos. Victor alcanzó a decirme que a Monicke la habían subido a un barco que se dirigía a Francia y…— el reencuentro en medio de su tormenta les robaba las frases completas, actuaban incluso como si hasta ahora se estuvieran conociendo a pesar del amor que se sentían. Nada había sido fácil y eso, daría cosas por reparar de ahí en adelante.

—Shhh. Basta— exigió Cora, poniendo sus dedos sobre la boca de su esposo —No quiero que te culpes por nada, esto no fue por ti. Pero fuiste tú precisamente quien vio a nuestros niños huyendo. Ahora tenemos que irnos de aquí, de inmediato. He creído ver a alguien que no debe saber por ningún motivo que vives— y así era, porque en su veloz carrera había divisado a lo lejos un rostro en el que no reparó en su momento. No obstante, ahora tenía más que claro de quien se trataba. —Lo conocen como Darko. Él también está aquí. Pero ¿Ellos saben que escapaste?— La pregunta casi sonó a sentencia. Sin embargo, no había mucho para decir, porque tendrían que matarlo antes de encontrar a sus mellizos.
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