I still try to find my place ─ Privado

Había tenido que salir prácticamente corriendo del barco en cuanto este atraco en el puerto. Estaba sudoroso y con ganas de lanzarme encima de Sive, porque la maldita muchacha no había parado de acercarse a mi e intentar ponerme caliente en todo momento. Sentía la piel tirante y aunque fuera el viento estaba helado yo no podía desprender más calor. ¿Cómo habíamos llegado a esa situación? Ah, tal vez, tenía mucho que ver con el hecho de que me había acostado con ella al poco tiempo de convertirme en un licántropo. No tenía escusa, la deseaba desde el mismo momento que se había mudado a mi casa como protegida y aquella noche, tras la conversión, el lobo tomo las riendas de mi cuerpo fundiéndose por completo entre sus curvas. Había sido el mejor sexo de mi vida, con diferencia, pero tampoco podía decirle eso ya que podía significar problemas tanto para ella como para mí, sobre todo para mi. ¡Por el amor de Dios! La muchacha solo tenía 25 años y yo prácticamente el doble que ella pero aun así mi bestia no comprendía esa diferencia. No me entendía tampoco a mí y se enfurecía cuando le negaba su piel. De solo pensar en su piel  sentí ganas de darme media vuelta, cogerla en brazos y meterla en algún camarote para poder hacerla mía.

¿Cuánto más iba a durar aquello? No sabía exactamente pero lo que sí notaba era que mi lobo cada vez se volvía más impaciente y las imágenes de una esposa e niños siempre estaban presentes en mi cabeza, por lo que tenía que decidirme; o hacerla mía completamente o dejarla marchar. En mi ensimismamiento me olvide por completo de las maletas y cuando me di la vuelta para encargarme de ello vi en las escaleras del barco a mi pequeña bruja tirando con ahínco de uno de los baúles más grandes ¿Es que, acaso, la maldita se había vuelto loca? Levante las manos en su dirección y le grite sin importarme quien nos escuchaba. –¿Se puede saber que estás haciendo mujer terca? Te recuerdo que tenemos un sirviente para todas estas labores. Deja de intentar levantar el maldito baúl antes de que te enfermes por el esfuerzo o pase algo peor– y mientras le gritaba miles de posibilidades de que todo eso acabara mal pasaron por mi cabeza. Varios parisinos de nuestro alrededor me miraron raro pero sus opiniones ciertamente pesaban muy poco en mí. El América éramos refinados, incluso en lo que respecta nuestro lenguaje, pero conocía a Sive desde su nacimiento y no tenía pelos en la lengua en cuanto a ella se trataba.  La había cuidado bien pero con el tiempo había aprendido que ella, bajo ningún concepto, era como las demás mujeres y que prefería la naturalidad a verse encorsetada en normas sociales desprovistas de sentimientos.

Al ver que la obstinada mujer no cesaba en su empeño de tirar de ese baúl, me vi en la necesidad de subir las escaleras del barco y cogerla en volandas gimiendo de frustración al tener su cuerpo pegado al mío –¿Harías cualquier cosa con tal de tener mis  manos sobre tu cuerpo maldita bruja, no es verdad?– le pregunté al oído mientras iba bajando con ella poco a poco los escalones. Sabía que tanto contacto y tanta familiaridad entre nosotros iba a ser duramente criticada por la sociedad pero tenía el suficiente dinero como para cerrar las bocas de mucho y lo más importante era que me daba todo absolutamente igual. –Harás que un día de estos muera de un infarto si no paras. Ya verás– le advertí en cuanto estuvimos en suelo firme y la deje con cuidado sobre sus pies. Fue entonces cuando hice un gesto a mis sirvientes y estos corrieron a pos las escaleras en busca de aquel dichoso baúl del que ella no se había querido despegar –¿En qué demonios estabas pensando? El baúl podría haberse caído sobre ti en las escaleras y eso probablemente habría acabado con tu vida. No vuelvas a hacer nada así nunca más en tu larga existencia. Te lo advierto– prácticamente gruñí esas palabras pero porque no me imaginaba una vida sin ella.

Desde que había conseguido meter a Abraham entre mis piernas mis intentos de seducirlo se habían vuelto mucho menos sutiles. Para ser sincera nunca había sido demasiado sutil, quizá tan solo cuando mi padre estaba vivo para no llamar su atención y darle un mal disgusto. Pero el caso es que las cosas con el licántropo nunca habían sido muy sutiles por mi parte. El hombre debía tener muy claras mis intenciones desde hacía tiempo, por otro lado yo le conocía lo suficiente como para saber que se contenía pero realmente él también quería. Pero haber logrado que cayera en mis redes me había hecho aun más osada. Que demonios, cada vez lo deseaba más. Siempre le había deseado, desde luego, pero después de haberlo probado sentía la ferviente necesidad de que me poseyera de nuevo una y otra vez hasta que la entrepierna me ardiera de dolor.

Que se hubiera convertido en licántropo no suponía ningún problema para mi y él lo sabía perfectamente. A fin de cuentas yo misma era una bruja a la cual la inquisición perseguiría de conocer mis poderes. Por suerte solo Abraham sabía de ello, y siempre me había protegido al respecto. Tener que vivir cerca de su manada no era tampoco un problema para mi. No consideraba a los licántropos como criaturas realmente peligrosas o malas. Simplemente tenían un animal dentro que a veces era más o menos difícil de controlar. Además, la mayoría me agradaban.

Acabábamos de llegar de viaje y de nuevo Abraham había estado de lo más exasperante rechazando mis insinuaciones. El barco recién había atracado en el puerto y yo me encontraba en mi camarote cuando eso pasó, molesta porque de nuevo él me hubiera rechazado. Como quería llevarme mis cosas a casa decidí que cargar con el baúl más pesado primero haría las cosas más fáciles después. Así que cogí el baúl y lo arrastré fuera del camarote. En cuanto llegué a las escaleras me planteé dejar que cayera hacia abajo por su propio peso sin más, pero temí que se rompiera y eso sería un problema para cargar después con mis cosas. Así que lo arrastré con cuidado y conteniendo su peso. Rodé los ojos cuando escuché la voz de Abraham quejándose a mis espaldas. -No necesito sirvientes para todo. No soy una maldita inútil.- Le dije a modo de protesta. Puede que él fuera quien llevase literalmente un animal dentro de él, pero yo tenía aun más carácter que él.

Pero lejos de dejarme seguir con mi tarea Abraham apareció tras de mi en las escaleras y me cogió en volandas. Me retorcí en sus brazos tratando de que me soltara. Sinceramente, sabía que estaba haciendo más contacto del que a él le gustaría y disfrutaba con ello. Pero esta vez no para provocarlo, si no porque estaba enfadada con él y quería que sufriera un poco. -No eres el ombligo del mundo. Solo quería llevar mi baúl a casa.- Repliqué refunfuñando, yo en voz bien alta, y aun tratando de zafarme de su agarre. En cuanto llegamos al final de las escaleras me posó en el suelo y les indicó a los sirvientes que se encargasen del baúl y del resto de mis cosas.

En cuanto terminó de hablar le crucé la cara de un bofetón de lo más sonoro, de tal modo que todo el barco nos miró pero no podía importarme menos. -Tú deja de tratarme como si fuera una damisela en apuros. Porque no lo soy y tampoco una maldita niña.- Le espeté con la furia que me había generado toda la escena de que me tratase como una niña. Él llevaba un animal dentro, pero yo llevaba una fiera.