AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fool in the rain | Privado
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Fool in the rain | Privado
—Lila, Sheldon, no se alejen demasiado —pidió Slevin con voz nerviosa a sus dos fieles amigos, los perros de la raza Basset Hound que siempre lo acompañaban a todos lados.
Los animales estaban cansados; su anatomía, que constaba de un cuerpo largo pero pegado al piso y patas muy cortas y gruesas, les provocaba un rápido cansancio cuando realizaban largas caminatas, justo como la que habían dado ese día escoltando a su amo. Slevin no era la excepción. También empezaba a ser presa del agotamiento, aunque el cansancio era lo que menos le preocupaba en esos instantes. No quería admitirlo, pero era hora de aceptar que estaba perdido. Él no era un muchacho impulsivo, al contrario, su vida constaba de interminables rutinas que realizaba día a día, sin excepción alguna, pero justo esa tarde se había dejado llevar por una fuerte curiosidad que lo había impulsado a querer investigar qué había más allá de los sitios que conocía como la palma de su mano.
Así era como había terminado en medio de un bosque, adentrándose cada vez más, hasta que ya no supo cómo volver. No conforme con ello, la lluvia le había sorprendido. Ahora, Slevin estaba mojado y se moría de frío. El cabello lo tenía pegado a la frente y de las rizadas hebras castañas escurrían pequeñas gotas transparentes que encontraban la muerte en su camisa azul, que igualmente estaba empapada. Cuando sus lentes empañados no le permitieron observar bien, se los quitó e intentó limpiar los cristales y volvió a colocárselos con la mano temblorosa y los ojos entornados, viendo hacia todas direcciones, intentando reconocer el lugar. Pero era inútil. Slevin nunca había estado allí, los bosques no eran su territorio. Él era un muchacho hogareño, con cero alma aventurera. Su única esperanza era que sus caninos amigos, con su desarrollado olfato e inteligencia animal, pudieran guiarlo de vuelta a casa. Porque eso era lo único que deseaba en esos momentos: regresar a su hogar, refugiarse bajo las sábanas de su cama y no salir al mundo por al menos una semana entera. Había aprendido la lección, la había memorizado para nunca olvidarla; la recordaría para toda su vida.
—¿Lila? ¿Sheldon? ¿Dónde están? —preguntó con la voz quebrada cuando los perros quedaron fuera de su vista.
Tiritando, con los brazos abrazados a su propio cuerpo, giró sobre sus propios talones, trazando un pequeño círculo bajo sus pies, una y otra vez. Recorrió el pequeño perímetro en el que se encontraba y buscó detrás de cada árbol cercano, pero no había rastro alguno de sus amigos. Era como si una gran bestia de hocico enorme se los hubiera tragado a ambos de un solo bocado. La sola imagen lo aterrorizó. El pánico se apoderó de él, lo poseyó sin remedio alguno e hizo que la histeria le invadiera de pies a cabeza. Ahora se encontraba completamente solo en medio de una inmensa masa verde que amenazaba con desaparecerlo. Se sentía pequeño, como si de pronto se hubiera encogido y tomado la forma de una especie de insecto, uno tonto y muy estúpido. Entreabrió los labios y comenzó a hiperventilar. Escuchó su propia respiración, cada vez más agitada y más superficial. El aire no alcanzaba a llegarle a los pulmones y empezaba a sentirse ligeramente mareado por la falta de oxígeno en el cerebro.
—Todo está bien… Todo está bien…. —repitió una y otra vez, intentando calmarse, pero la verdad era que sus propias palabras sonaban falsas, sin fundamento alguno. Le aterró pensar que nunca lograría salir de allí, que pasarían días enteros y que una semana después, si es que tenía suerte, encontrarían su cadáver, destrozado por los animales salvajes que se refugiaban en el bosque.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… —comenzó a contar en voz baja y para sí mismo, tal y como hacía cada vez que algo lograba trastornarlo y sentía que no había salida.
A lo lejos visualizó un árbol de grueso tronco y se dirigió a él con la intención de encontrar un poco de refugio. Se quedó allí, de pie, sin poder pronunciar palabra alguna para pedir ayuda. Lo único que salía de su boca era esa serie de cinco números que repetía hasta el cansancio. Se le notaba visiblemente afectado por lo que le había ocurrido.
Los animales estaban cansados; su anatomía, que constaba de un cuerpo largo pero pegado al piso y patas muy cortas y gruesas, les provocaba un rápido cansancio cuando realizaban largas caminatas, justo como la que habían dado ese día escoltando a su amo. Slevin no era la excepción. También empezaba a ser presa del agotamiento, aunque el cansancio era lo que menos le preocupaba en esos instantes. No quería admitirlo, pero era hora de aceptar que estaba perdido. Él no era un muchacho impulsivo, al contrario, su vida constaba de interminables rutinas que realizaba día a día, sin excepción alguna, pero justo esa tarde se había dejado llevar por una fuerte curiosidad que lo había impulsado a querer investigar qué había más allá de los sitios que conocía como la palma de su mano.
Así era como había terminado en medio de un bosque, adentrándose cada vez más, hasta que ya no supo cómo volver. No conforme con ello, la lluvia le había sorprendido. Ahora, Slevin estaba mojado y se moría de frío. El cabello lo tenía pegado a la frente y de las rizadas hebras castañas escurrían pequeñas gotas transparentes que encontraban la muerte en su camisa azul, que igualmente estaba empapada. Cuando sus lentes empañados no le permitieron observar bien, se los quitó e intentó limpiar los cristales y volvió a colocárselos con la mano temblorosa y los ojos entornados, viendo hacia todas direcciones, intentando reconocer el lugar. Pero era inútil. Slevin nunca había estado allí, los bosques no eran su territorio. Él era un muchacho hogareño, con cero alma aventurera. Su única esperanza era que sus caninos amigos, con su desarrollado olfato e inteligencia animal, pudieran guiarlo de vuelta a casa. Porque eso era lo único que deseaba en esos momentos: regresar a su hogar, refugiarse bajo las sábanas de su cama y no salir al mundo por al menos una semana entera. Había aprendido la lección, la había memorizado para nunca olvidarla; la recordaría para toda su vida.
—¿Lila? ¿Sheldon? ¿Dónde están? —preguntó con la voz quebrada cuando los perros quedaron fuera de su vista.
Tiritando, con los brazos abrazados a su propio cuerpo, giró sobre sus propios talones, trazando un pequeño círculo bajo sus pies, una y otra vez. Recorrió el pequeño perímetro en el que se encontraba y buscó detrás de cada árbol cercano, pero no había rastro alguno de sus amigos. Era como si una gran bestia de hocico enorme se los hubiera tragado a ambos de un solo bocado. La sola imagen lo aterrorizó. El pánico se apoderó de él, lo poseyó sin remedio alguno e hizo que la histeria le invadiera de pies a cabeza. Ahora se encontraba completamente solo en medio de una inmensa masa verde que amenazaba con desaparecerlo. Se sentía pequeño, como si de pronto se hubiera encogido y tomado la forma de una especie de insecto, uno tonto y muy estúpido. Entreabrió los labios y comenzó a hiperventilar. Escuchó su propia respiración, cada vez más agitada y más superficial. El aire no alcanzaba a llegarle a los pulmones y empezaba a sentirse ligeramente mareado por la falta de oxígeno en el cerebro.
—Todo está bien… Todo está bien…. —repitió una y otra vez, intentando calmarse, pero la verdad era que sus propias palabras sonaban falsas, sin fundamento alguno. Le aterró pensar que nunca lograría salir de allí, que pasarían días enteros y que una semana después, si es que tenía suerte, encontrarían su cadáver, destrozado por los animales salvajes que se refugiaban en el bosque.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… —comenzó a contar en voz baja y para sí mismo, tal y como hacía cada vez que algo lograba trastornarlo y sentía que no había salida.
A lo lejos visualizó un árbol de grueso tronco y se dirigió a él con la intención de encontrar un poco de refugio. Se quedó allí, de pie, sin poder pronunciar palabra alguna para pedir ayuda. Lo único que salía de su boca era esa serie de cinco números que repetía hasta el cansancio. Se le notaba visiblemente afectado por lo que le había ocurrido.
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- Reciclo este tema que abrí hace mucho tiempo y deseaba desarrollar, y que apenas recién abierto quedó inconcluso porque el otro usuario pasó a ser inactivo.
Daulte Claythorne- Vampiro Clase Alta
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Re: Fool in the rain | Privado
"El claro del bosque le regaló el mejor de los días soleados que jamás vio en su corta vida. Dalianah jugaba con su hermano en el verde pasto recién cortado del jardín de su casa. Un perro ladraba alegremente correteando a su lado y la voz de su madre que les llamaba para comer, a lo lejos. Un día de campo con la familia en donde nada podía salir mal. Sin embargo, de improviso, el cielo azul comenzó a llenarse de nubarrones, el viento sopló con fuerza llevándose a su paso la cesta con viandas y la lluvia arremetiendo con fuerza. Dalianah miró a su alrededor tratando de encontrar a su hermano, pero no la encontró por ningún lado. Ya no había verdes prados, solo oscuridad y una presencia extraña adelante, que lo miraba con ojos ensangrentados. Una bestia descomunal y peluda que tenía atrapada a su hermano en sus grandes fauces. Dalianah gritó y trató de correr a salvarlo pero aquella criatura aulló ocasionando que su piel se erizara del miedo. Segundos después la cabeza de su hermano rodó hasta sus pies con la mirada perdida hacia ningún punto en particular"
Aquella mañana se despertó con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido la misma pesadilla de la noche anterior, y la anterior a ésta. Algo no estaba bien, estaba preocupada, y no sabía porque tenía sueño tan recurrente. De cualquier modo se obligó así misma a salir de su cama o lo que parecía ser un tendido; se vistió con lo primero que encontró, se vio al espejo de bolsillo que siempre cargaba consigo y se pintó con colores llamativos igual los ojos y los labios. Bien decía el dicho: "El espectáculo debe continuar"
Eso fue lo que hizo. Se dirigió a la primera plazoleta atiborrada de gente para tratar de llamar la atención aplaudiendo, cantando y bailando. Ésa era su manera de iniciar varios de sus números que completaba con varios trucos de magia. Esta vez había sacado algunas flores de la manga de su saco. Ese truco siempre resultaba ser una novedad, porque los niños sonrían maravillados y las monedas comenzaban a tintinear en el suelo conforme la gente las iba arrojando.
Una vez que logró juntar una no despreciable cantidad de monedas, las recogió una por una y las guardó en su bolsillo. Había sido una buena recolección para dos horas de trabajo únicamente. Sin embargo no faltaban los malandros que aprovechándose de su condición de mujer, y de la soledad en la que vivía comenzaron a seguirle los pasos phacia una lugar, donde la gente normal prefería no poner un pie, ya que era demasiado oscuro y peligroso.
Acostumbrada a caminar sola y a defenderse, pero desgraciadamente para ella se vio acorralada por dos hombres al frente y dos atrás. En total eran cuatro. Estaba más que claro que podría deshacerse de ellos en un santiamén, lo único con lo que no contó aquella noche, fue que las nubes empezaron a dispersarse debido al viento, dejando ver en todo lo alto una luna llena bastante grande y brillante. ¡Cómo había olvidado ése gran detalle y salir a trabajar! Ahora mismo debía estar encadenada de pies y manos en el buen sitio donde no pudiera hacer daño la gente, sin embargo no fue así, había tenido una distracción impetdonable. Ya sabía lo que iba pasar y era una desgracia, tanto para los cuatro hombres que seguramente iban a morir en sus manos y para ella misma, ya que estaba en medio de la ciudad y eso conllevaba a correr un riesgo muy grande.
–¡No! – Gritó llevando su mano a su costado en el acto. Una fuerte comenzó a taladrarle los sentidos, obligándola a arquearse por el dolor. No podía enfocar la vista porque todo se le presentó borroso, únicamente podía notar el olor a tierra mojada y el viento colarse entre el follaje de los árboles, haciendo ese ruido característico de las hojas chocando unas con otras. El calor, el fuego que desprendía su cuerpo internamente cada que ocurría una transformación. Si, estaba ocurriendo, estaba transformándose en una loba y no había poder humano que lo parara.
___________________________
Al notar como los músculos de Dalianah crecían desproporcionadamente al igual que sus uñas, y que su rostro comenzaba a transformarse de tal manera, que en lugar de boca comenzaba a crecer un hocico, unas orejas puntiagudas sobresalían en su cabeza y los ojos grandes y diabólicos, los cuatro ladrones intentaron huir, pero fue demasiado tarde. Los gritos desgarradores de aquellos hombres que estaban muriendo de una manera cruel e inimaginable, alertó a toda la población circundante. Se abrieron ventanas, asomaron personas curiosas y comenzaron a gritar llamando a la policía.
De inmediato comenzó una persecución enfrente de propios y extraños. La policía nunca llegó, sin embargo, ya otro grupo de hombres "encapuchados" con antorcha en mano, comenzaron a seguir el rastro de aquella criatura, que había asesinado a sangre fría a cuatro hombres, esparciendo sus miembros por todas partes. Había sido una carnicería.
La criatura aún conservando algo de conciencia en su interior, trató de huir hacia los lindes del bosque para tratar de dejarlos atrás, pero una loba de tales proporciones no podía pasar desapercibida así como así. Debido a su velocidad y envergadura, iba arrancando matorrales a su paso y hundiendo sus garras en la tierra mojada. La cacería recién comenzaba; la criatura se sentía perseguida y desubicada ¡quería desaparecer de la faz de la tierra, encontrar un agujero oscuro y profundo donde poder guarecerse! pero sabía que no lo iba a encontrar. Por el contrario, lo único que encontró - al momento de dar un gran salto para esquivar una enorme roca que le estaba cortando el paso- fue algo con lo que no contaba. Delante de ella había un humano más, que al notar su presencia se quedó estático, congelado, incapaz de mover un músculo y la loba su vez, permaneció en su sitio gruñendo, mostrando sus grandes colmillos.
Y entonces aulló...
Aquella mañana se despertó con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido la misma pesadilla de la noche anterior, y la anterior a ésta. Algo no estaba bien, estaba preocupada, y no sabía porque tenía sueño tan recurrente. De cualquier modo se obligó así misma a salir de su cama o lo que parecía ser un tendido; se vistió con lo primero que encontró, se vio al espejo de bolsillo que siempre cargaba consigo y se pintó con colores llamativos igual los ojos y los labios. Bien decía el dicho: "El espectáculo debe continuar"
Eso fue lo que hizo. Se dirigió a la primera plazoleta atiborrada de gente para tratar de llamar la atención aplaudiendo, cantando y bailando. Ésa era su manera de iniciar varios de sus números que completaba con varios trucos de magia. Esta vez había sacado algunas flores de la manga de su saco. Ese truco siempre resultaba ser una novedad, porque los niños sonrían maravillados y las monedas comenzaban a tintinear en el suelo conforme la gente las iba arrojando.
Una vez que logró juntar una no despreciable cantidad de monedas, las recogió una por una y las guardó en su bolsillo. Había sido una buena recolección para dos horas de trabajo únicamente. Sin embargo no faltaban los malandros que aprovechándose de su condición de mujer, y de la soledad en la que vivía comenzaron a seguirle los pasos phacia una lugar, donde la gente normal prefería no poner un pie, ya que era demasiado oscuro y peligroso.
Acostumbrada a caminar sola y a defenderse, pero desgraciadamente para ella se vio acorralada por dos hombres al frente y dos atrás. En total eran cuatro. Estaba más que claro que podría deshacerse de ellos en un santiamén, lo único con lo que no contó aquella noche, fue que las nubes empezaron a dispersarse debido al viento, dejando ver en todo lo alto una luna llena bastante grande y brillante. ¡Cómo había olvidado ése gran detalle y salir a trabajar! Ahora mismo debía estar encadenada de pies y manos en el buen sitio donde no pudiera hacer daño la gente, sin embargo no fue así, había tenido una distracción impetdonable. Ya sabía lo que iba pasar y era una desgracia, tanto para los cuatro hombres que seguramente iban a morir en sus manos y para ella misma, ya que estaba en medio de la ciudad y eso conllevaba a correr un riesgo muy grande.
–¡No! – Gritó llevando su mano a su costado en el acto. Una fuerte comenzó a taladrarle los sentidos, obligándola a arquearse por el dolor. No podía enfocar la vista porque todo se le presentó borroso, únicamente podía notar el olor a tierra mojada y el viento colarse entre el follaje de los árboles, haciendo ese ruido característico de las hojas chocando unas con otras. El calor, el fuego que desprendía su cuerpo internamente cada que ocurría una transformación. Si, estaba ocurriendo, estaba transformándose en una loba y no había poder humano que lo parara.
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Al notar como los músculos de Dalianah crecían desproporcionadamente al igual que sus uñas, y que su rostro comenzaba a transformarse de tal manera, que en lugar de boca comenzaba a crecer un hocico, unas orejas puntiagudas sobresalían en su cabeza y los ojos grandes y diabólicos, los cuatro ladrones intentaron huir, pero fue demasiado tarde. Los gritos desgarradores de aquellos hombres que estaban muriendo de una manera cruel e inimaginable, alertó a toda la población circundante. Se abrieron ventanas, asomaron personas curiosas y comenzaron a gritar llamando a la policía.
De inmediato comenzó una persecución enfrente de propios y extraños. La policía nunca llegó, sin embargo, ya otro grupo de hombres "encapuchados" con antorcha en mano, comenzaron a seguir el rastro de aquella criatura, que había asesinado a sangre fría a cuatro hombres, esparciendo sus miembros por todas partes. Había sido una carnicería.
La criatura aún conservando algo de conciencia en su interior, trató de huir hacia los lindes del bosque para tratar de dejarlos atrás, pero una loba de tales proporciones no podía pasar desapercibida así como así. Debido a su velocidad y envergadura, iba arrancando matorrales a su paso y hundiendo sus garras en la tierra mojada. La cacería recién comenzaba; la criatura se sentía perseguida y desubicada ¡quería desaparecer de la faz de la tierra, encontrar un agujero oscuro y profundo donde poder guarecerse! pero sabía que no lo iba a encontrar. Por el contrario, lo único que encontró - al momento de dar un gran salto para esquivar una enorme roca que le estaba cortando el paso- fue algo con lo que no contaba. Delante de ella había un humano más, que al notar su presencia se quedó estático, congelado, incapaz de mover un músculo y la loba su vez, permaneció en su sitio gruñendo, mostrando sus grandes colmillos.
Y entonces aulló...
Dalianah de Vries- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 07/03/2016
Re: Fool in the rain | Privado
Slevin continuó repitiendo aquellos números de manera casi frenética, haciendo evidente su nerviosismo. Mientras, permaneció inmóvil, sin moverse un solo milímetro y con la espalda recta contra el árbol que tenía detrás. En ese sitio recordó una parte de su infancia que lo marcó de por vida: todas las veces que permaneció a solas bajo la sombra de los árboles. Cuando era pequeño, Slevin solía observar correr, gritar y jugar a otros niños. Nunca se mezclaba con ellos, a menos de que se le obligara. Él siempre supo que era distinto, quizá de una manera que en ese entonces no era capaz de comprender; los demás tampoco supieron entenderlo. Sólo ahí, junto a los árboles, fue capaz de sentirse seguro. Y es que por esa época Slevin sufría demasiado. Los otros niños se burlaban de él, lo empujaban y lo golpeaban. Por esa razón los árboles eran para él símbolos de protección y muchas veces había fantaseado imaginando que sus grandes y abundantes ramas eran como gruesos brazos que lo cuidaban y lo defendían. ¿Haría lo mismo ese árbol? ¿Sería capaz de salvarlo de su desgracia, de regresarlo mágicamente a casa, si cerraba los ojos y lo deseaba fuertemente, como no recordaba haber deseado ninguna otra cosa en su vida? En el fondo sabía que no, pero estaba desesperado.
Estar ahí era lo más horrible a lo que había tenido que enfrentarse en sus tres décadas de vida. No recordaba una sensación tan devastadora como el saberse extraviado y olvidado, pues nadie lo esperaba en casa y por lo tanto nadie notaría su ausencia, lo que a su vez significaba que ni un alma acudiría a su rescate. ¿Que haría entonces? Lo único que se le ocurrió fue rodear con sus brazos su cuerpo para abrazarse a sí mismo, aunque sabía que eso no ayudaría en nada. Con la espalda aún recargada sobre el tronco del árbol, Slevin se deslizó hasta abajo. Así, acuclillado como estaba, parecía un niño aterrorizado. Cerró los ojos y los apretó hasta que sintió que le dolían. ¡Qué arrepentido estaba!
Pero eso no sería lo peor.
Pronto descubrió Slevin el verdadero motivo por el cual sus amigos caninos se esfumaron tan repentinamente, algo que definitivamente no ocurría a menudo. Algo enorme y letal se movió entre los árboles y, avanzando a pasos agigantados, se dirigió directamente a él. El muchacho entornó los ojos, grandes como platos, y pronto se encontró frente a la bestia. Con gran dificultad a causa del miedo, tambaleándose, Slevin logró ponerse de pie. Temblaba como una hoja, los dientes le castañeteaban y su respiración seguía siendo entrecortada. No sabía qué tipo de animal era pero, como si la imagen de aquella bestia enorme cubierta de pelo de pies a cabeza y ensangrentada no fuera lo suficientemente atemorizante, ésta abrió el hocico dentado y emitió un sonido demasiado agudo. Slevin chilló, se llevó las manos a la cabeza y cubrió sus oídos. En ese instante el terror hizo que volviera a tambalearse y resbaló, cayendo de nalgas sobre el fango. Sus anteojos se estrellaron y se mancharon de lodo, por lo que y su visión empeoró. Por más que hiciera el esfuerzo, ya no era capaz de entornar bien la figura de aquel animal salvaje.
—A-ayuda. P-por favor —fue todo lo que fue capaz de decir, pero aunque hubiera deseado que alguien lograra escucharlo, su voz fue apenas un susurro.
Era el fin.
Estar ahí era lo más horrible a lo que había tenido que enfrentarse en sus tres décadas de vida. No recordaba una sensación tan devastadora como el saberse extraviado y olvidado, pues nadie lo esperaba en casa y por lo tanto nadie notaría su ausencia, lo que a su vez significaba que ni un alma acudiría a su rescate. ¿Que haría entonces? Lo único que se le ocurrió fue rodear con sus brazos su cuerpo para abrazarse a sí mismo, aunque sabía que eso no ayudaría en nada. Con la espalda aún recargada sobre el tronco del árbol, Slevin se deslizó hasta abajo. Así, acuclillado como estaba, parecía un niño aterrorizado. Cerró los ojos y los apretó hasta que sintió que le dolían. ¡Qué arrepentido estaba!
Pero eso no sería lo peor.
Pronto descubrió Slevin el verdadero motivo por el cual sus amigos caninos se esfumaron tan repentinamente, algo que definitivamente no ocurría a menudo. Algo enorme y letal se movió entre los árboles y, avanzando a pasos agigantados, se dirigió directamente a él. El muchacho entornó los ojos, grandes como platos, y pronto se encontró frente a la bestia. Con gran dificultad a causa del miedo, tambaleándose, Slevin logró ponerse de pie. Temblaba como una hoja, los dientes le castañeteaban y su respiración seguía siendo entrecortada. No sabía qué tipo de animal era pero, como si la imagen de aquella bestia enorme cubierta de pelo de pies a cabeza y ensangrentada no fuera lo suficientemente atemorizante, ésta abrió el hocico dentado y emitió un sonido demasiado agudo. Slevin chilló, se llevó las manos a la cabeza y cubrió sus oídos. En ese instante el terror hizo que volviera a tambalearse y resbaló, cayendo de nalgas sobre el fango. Sus anteojos se estrellaron y se mancharon de lodo, por lo que y su visión empeoró. Por más que hiciera el esfuerzo, ya no era capaz de entornar bien la figura de aquel animal salvaje.
—A-ayuda. P-por favor —fue todo lo que fue capaz de decir, pero aunque hubiera deseado que alguien lograra escucharlo, su voz fue apenas un susurro.
Era el fin.
Daulte Claythorne- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/09/2012
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Re: Fool in the rain | Privado
Sintió claramente como las patas se hundían en el barro debido al peso, y a las gotas de lluvia que comenzaban a caer. Aulló una vez más, agazapándose, olfateando a la presa que tenía delante de su nariz. Gruñó mientras acortaba la distancia, enseñando toda una hilera de dientes gruesos y largos. Al momento de tenerlo frente a frente, se quedó ahí, estática, sin mover un sólo músculo, respirando a escasos centímetros de su rostro.
Las fosas nasales se abrían y cerraban acompasadas. Uno grueso de hilo de baba, se desprendía a cada lado se su hocico. Olía tan apetitoso. Dos días sin comer como la gente mandaba, le cambiaban la cara a cualquiera. Ahora lo observaba como un suculento y delicioso pedazo de filete tierno y tibio. No pudo soportar las ganas y le lamió completamente el rostro para saborearlo. Efectivamente, muy tierno y suave. Era un hombre de buen tamaño que le proporcionaría alimento para dos días aproximadamente.
Abrió el hocico. El estómago comenzó a protestar, había llegado el momento de morderle el cuello para fracturárselo, pero al momento siguiente, escuchó que sus perseguidores seguían en pie de guerra para darle caza. ¡Pero ella tenía hambre! Volvió a gruñir, y lo único que pudo hacer fue morderle el pantalón y arrastrarlo por una zona encharcada para que el rastro se perdiera. Si su olfato nunca la engañaba, estaban muy cerca de la ladera de un río. Podía escuchar claramente la corriente, y ahí le perderían la pista probablemente. "La comida" parecía protestar, pero yo no prestaba atención a nada más que encontrar un buen refugio donde poder alimentarme. De preferencia una cueva oscura y profunda, donde nadie se atrevería entrar a buscar a una loba hambrienta y desesperada.
Hambre, hambre, hambre...
Seguí arrastrando a aquel pobre incauto que tuvo la mala suerte de estar en el momento y lugar equivocados. Mi mente seguía concentrada en decidir si le arrancaría primero una pierna o un brazo. Quizás si tasajeaba su abdomen, fuera más provechoso, debido a los órganos blandos del interior. ¡Vaya dilema!
Las fosas nasales se abrían y cerraban acompasadas. Uno grueso de hilo de baba, se desprendía a cada lado se su hocico. Olía tan apetitoso. Dos días sin comer como la gente mandaba, le cambiaban la cara a cualquiera. Ahora lo observaba como un suculento y delicioso pedazo de filete tierno y tibio. No pudo soportar las ganas y le lamió completamente el rostro para saborearlo. Efectivamente, muy tierno y suave. Era un hombre de buen tamaño que le proporcionaría alimento para dos días aproximadamente.
Abrió el hocico. El estómago comenzó a protestar, había llegado el momento de morderle el cuello para fracturárselo, pero al momento siguiente, escuchó que sus perseguidores seguían en pie de guerra para darle caza. ¡Pero ella tenía hambre! Volvió a gruñir, y lo único que pudo hacer fue morderle el pantalón y arrastrarlo por una zona encharcada para que el rastro se perdiera. Si su olfato nunca la engañaba, estaban muy cerca de la ladera de un río. Podía escuchar claramente la corriente, y ahí le perderían la pista probablemente. "La comida" parecía protestar, pero yo no prestaba atención a nada más que encontrar un buen refugio donde poder alimentarme. De preferencia una cueva oscura y profunda, donde nadie se atrevería entrar a buscar a una loba hambrienta y desesperada.
Hambre, hambre, hambre...
Seguí arrastrando a aquel pobre incauto que tuvo la mala suerte de estar en el momento y lugar equivocados. Mi mente seguía concentrada en decidir si le arrancaría primero una pierna o un brazo. Quizás si tasajeaba su abdomen, fuera más provechoso, debido a los órganos blandos del interior. ¡Vaya dilema!
Dalianah de Vries- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/03/2016
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