AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
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En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Fueron escasos los minutos que tardó en salir del que se había convertido en su hogar tras la partida de su marido. Nada de ella parecía importarle salvo usarla a su mero antojo, por lo que en cuanto este abandonó la casa sintió la necesidad de escapar de su cárcel de oro. Pidió que le ensillaran a Mavra y abandonó aquel lugar que solo auguraba dolor y pesar para ella, el lugar donde pasaría el resto de sus días. El pelaje de la yegua llamaba la atención allá por donde pasaba, su tono dorado se asemejaba a la melena que Vesper lucía al aire por no haberse tomado tiempo ni para peinarse debidamente. Quizás una visión demasiado llamativa para dar un paseo por el lindero del bosque, plagado siempre de saqueadores a la espera de carruajes que asaltar.
Uno de los hombres apareció de la nada delante del animal haciendo que se encabritara y cambiara el rumbo de su galope hacia una zona de pequeñas cabañas abandonadas en las que esperaban los demás. No podría con ellos ni en sus mejores sueños, ya estaba lastimada de la noche que había tenido que soportar junto a Aleksandr y no sabía nada acerca de peleas o defensa, tan solo de caza y quizás fue eso lo que la salvó esa noche.
Entre gritos de auxilio y patadas de la joven lograron bajarla de la yegua y meterla en una de las diminutas viviendas. Las risas de aquellos cuatro hombres resonaban entre las paredes mientras la desprendía de cada una de las joyas que llevaba encima. No tardaron en reír y valorar la idea de retirar también las prendas de su menudo cuerpo. El más bravucón de todos fue el primero en intentarlo. El olor que desprendía le producía arcadas a la joven, una mezcla de taberna y sudor que haría a cualquier dama decente temer por su dignidad. El colchón en el que estaba tendida, apoyado contra la pared, debía hacer las veces de cama para ellos y olía igual de mal. Tratando de alejarse del que se posicionaba sobre ella serpenteó por el colchón hasta no poder más y quedar apoyada contra la pared. Fue al agarrarse al borde del colchón cuando notó algo puntiagudo contra la palma de la mano, ahogó el quejido de dolor y lo movió hasta dejar el filo -de lo que resultaba ser un puñal- hacia el otro lado. No dudó al asestarle una puñalada en el cuello haciendo que se desangrara en el suelo entre gritos de agonía. Gracias a sus lecciones de caza supo el sitio exacto para clavarlo, consciente de que perdería la vida con rapidez perforando la arteria carótida.
Y sin embargo ni así podía escapar de allí, los tres restantes –al ver aquello- valoraron la idea de atarla visto que no era tan inofensiva como les había parecido y no tardaron en hacerlo. Sin delicadeza alguna la privaron del arma y juntaron sus muñecas a la espalda con una cuerda gruesa y áspera. A rastras la sacaron de la casa y ataron su cintura a un poste, no importaba las fuerzas con las que luchara para librarse de ellos y ese último golpe en la nuca acabó por marearla, -piedad…- Las fuerzas abandonaban el cuerpo de Mussorgskaya que apenas pudo ver un reflejo plateado antes de que todo se volviera negro y perdiera la consciencia por completo.
Uno de los hombres apareció de la nada delante del animal haciendo que se encabritara y cambiara el rumbo de su galope hacia una zona de pequeñas cabañas abandonadas en las que esperaban los demás. No podría con ellos ni en sus mejores sueños, ya estaba lastimada de la noche que había tenido que soportar junto a Aleksandr y no sabía nada acerca de peleas o defensa, tan solo de caza y quizás fue eso lo que la salvó esa noche.
Entre gritos de auxilio y patadas de la joven lograron bajarla de la yegua y meterla en una de las diminutas viviendas. Las risas de aquellos cuatro hombres resonaban entre las paredes mientras la desprendía de cada una de las joyas que llevaba encima. No tardaron en reír y valorar la idea de retirar también las prendas de su menudo cuerpo. El más bravucón de todos fue el primero en intentarlo. El olor que desprendía le producía arcadas a la joven, una mezcla de taberna y sudor que haría a cualquier dama decente temer por su dignidad. El colchón en el que estaba tendida, apoyado contra la pared, debía hacer las veces de cama para ellos y olía igual de mal. Tratando de alejarse del que se posicionaba sobre ella serpenteó por el colchón hasta no poder más y quedar apoyada contra la pared. Fue al agarrarse al borde del colchón cuando notó algo puntiagudo contra la palma de la mano, ahogó el quejido de dolor y lo movió hasta dejar el filo -de lo que resultaba ser un puñal- hacia el otro lado. No dudó al asestarle una puñalada en el cuello haciendo que se desangrara en el suelo entre gritos de agonía. Gracias a sus lecciones de caza supo el sitio exacto para clavarlo, consciente de que perdería la vida con rapidez perforando la arteria carótida.
Y sin embargo ni así podía escapar de allí, los tres restantes –al ver aquello- valoraron la idea de atarla visto que no era tan inofensiva como les había parecido y no tardaron en hacerlo. Sin delicadeza alguna la privaron del arma y juntaron sus muñecas a la espalda con una cuerda gruesa y áspera. A rastras la sacaron de la casa y ataron su cintura a un poste, no importaba las fuerzas con las que luchara para librarse de ellos y ese último golpe en la nuca acabó por marearla, -piedad…- Las fuerzas abandonaban el cuerpo de Mussorgskaya que apenas pudo ver un reflejo plateado antes de que todo se volviera negro y perdiera la consciencia por completo.
Última edición por Vesper Mussorgskaya el Sáb Feb 06, 2016 7:35 am, editado 2 veces
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 30/12/2015
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
El regimiento había terminado la última reunión, hacía pocos meses que habían vuelto a la ciudad, hacían excursiones por toda Europa con intención de salvaguardar las fronteras y los territorios Franceses. Como siempre Gaspard se levantó de una cama, envuelto de sudor ajeno y apartó los brazos de las jóvenes con las que había yacido. Se incorporó y miró a las dos mujeres revolotearon en la cama y a él parecía importarle poco. Después se dirigió tras el biombo donde había una pequeña bañera de cobre con agua tibia para lavarse. Se tumbó en ella resoplando y cogió un cigarrillo para llevarse a los labios. Una vez acabó de lavarse, se visitó de nuevo con su uniforme rojo, de cuellos negros y bordados, se ató la espada de caballería a su cintura y dejando el dinero en la mesa abandonó el burdel de aquella noche. Dos hombres le esperaban fuera del lugar, armados con fusiles de bayoneta y el uniforme francés Real.-¿Dónde está mi caballo?- dijo girando la cabeza levemente, para dirigirse a sus guardias- Ahora mismo señor- dijo el más novato sujetándose el gorro y corriendo al establo improvisado. Gladiator era un pura sangre española, negro que Gaspard obtuvo recientemente. Tenía un carácter dominador y fuerte como él lo era, y tenía unas patas firmes y potentes. Juntos eran un espectáculo para la vista, pues Gaspard medía alrededor de un metro ochenta y ocho, sus ojos eran antes azules y brillantes pero ahora tornados carmesí y su mirada eran igual de feroz que sus colmillos.
-Iré solo- ordenó a los soldados- Iré al bosque, vosotros las periferias de la ciudad. Si encuentran algún rebelde o sublevado al calabozo, yo iré en persona- les dijo y tirando de las riendas para que Gladiator girara el caballo relinchó y salió de allí al trote, dejando solo el sonido de los cascos en la París de media noche.
No necesitaba de ninguna luz cuando iba por la noche, sus ojos estaban tan acostumbrados y veían tan bien que él era quien llevaba al caballo y este por puro instinto se dejaba guiar, era un buen jinete y tenía uno de los mejores caballos de la provincia.
Seguía la ronda intentando buscar alguna fuente de olor o calor, por las noches muchos bandidos asaltaban los caminos amparados por la oscuridad. Habían recibió quejas de la policía local y estos les decían que fuera de la ciudad aquel territorio debía ser cuidado por la caballería. Los asaltos y las revueltas se habían acentuado el último año, a un ritmo vertiginoso a raíz de la independencia de los Estados Unidos en América. Gaspard lo sabía porque participó en ella y vio los estragos revolucionarios triunfar, emancipándose de los impuestos que Gran Bretaña había puesto a sus súbditos.
Sin embargo aquella noche, no encontró rastro alguno de hoguera, ni de olor a vino, ni un rastro que seguir. Se introdujo un poco más en el bosque y tiró de las riendas para detenerse, algo perceptible para sus oídos llegaba vagamente, algo parecido a un cristal romperse, el arrastrar de muebles de madera o las risas de unos hombres. Gaspard cerró los ojos para concentrarse en el sonido y asegurado, espoleó las riendas haciendo que Gladiator se lanzara al galope esquivando todas las ramas y árboles del bosque. Cuando llegó a la cabaña de madera de dónde venían los gritos, bajó del caballo. Le miró a los ojos-Quédate aquí- le ordenó y el caballo sacudió la cabeza junto a las crines y agachó la cabeza en señal de afirmación.
Gaspard dio una patada a la puerta ajada que se abrió de par en par e irrumpió en la sala viendo el espectáculo de los hombres. Descubrió a su testigo, la victima que a duras penas mantenía consciencia preparada para ser violada. Sacó la espada de su cinturón sin blandirla en señal de ataque y solamente apoyó la punta en el suelo, imponente- ¿Por las buenas o por las malas?- preguntó directo al grano. Cuando los tres hombres estaban estupefactos mirando al intruso y de un salto, abandonaron a la mujer para atarcar a Gaspard- Este bufó y guardó la espada en el cinto con un movimiento de brazo bastante elegante, dejando que la hoja acariciara el borde de la funda y la dejó caer. A continuación- Bien, pues por las malas- y profirió a usar el poder de infringirles un dolor en la mente tan agudo y fuerte que se arrodillaron en el suelo llevándose las manos a la cabeza. Gaspard pasó por encima de uno de ellos, pisándole con claro gesto de superioridad y se dirigió a la muchacha que al centrarse en ella, el súbito olor junto a esa tez caliente le petrificaron. Alargó la mano y apartó el pelo rubio de su rostro dejando ver el mismísimo rostro de una Afrodita terrenal y apretó la mandíbula con gesto de represión. La quería para él, era así de caprichoso y se sintió aún más enfadado de ver que esos rufianes tenían la intención no solo de tocarla sino de probarla.
Gaspard arrancó las cuerdas con una mano, cogió una manta y el vestido que supuso que había llevado y la sacó en brazos de la instancia. Cogió una pequeña carreta que había y se la colocó a Gladiator, después descubrió en el establo continuo a la yegua dorada, que supuso que sería de la joven afrodita y ató su rienda junto a la de Gladiator. La tumbó en la parte de atrás entre los sacos de semillas- Espera aquí- dijo volviendo al interior de la cabaña para acabar lo que había empezado. Uno por uno fue desnudando a todos los hombres, los tumbó en fila y les capó con su espada. Después se agachó a morder cada uno de los cuellos, con enferma crueldad y a dejarles secos por dentro, tras aquella muerte y dolor prolongado de su amputación. Cogió a los hombres uno, encima del otro y los arrastró hasta fuera para meterlos en el establo, encerrados y muertos. Después se subió junto a su afrodita y espoleó el camino hacia la ciudad.
Un par de horas más tarde, llegaron a Versalles, en la alcoba de Gaspard la tumbó y con un paño de agua la empezó a mojar la cara con suavidad. Vestido aún de uniforme, la tapó con sus mantas y la mojó la frente y el rostro para despertarla. Cuando abrió los ojos Gaspard retrocedió y enseñó las palmas de sus manos en señal de rendición o paz- Yo la he salvado- le informó pues entendía que se encontraba fuera de lugar por la conmoción- Está usted a salvo, no se preocupe- le indicó- Soy Gaspard Berthier yo la encontré en el bosque y la traje hasta aquí. Su yegua está en el establo- le dio más información para tranquilizarla- Está usted en el corazón de la nación Francesa, Versalles, mademoiselle.
-Iré solo- ordenó a los soldados- Iré al bosque, vosotros las periferias de la ciudad. Si encuentran algún rebelde o sublevado al calabozo, yo iré en persona- les dijo y tirando de las riendas para que Gladiator girara el caballo relinchó y salió de allí al trote, dejando solo el sonido de los cascos en la París de media noche.
No necesitaba de ninguna luz cuando iba por la noche, sus ojos estaban tan acostumbrados y veían tan bien que él era quien llevaba al caballo y este por puro instinto se dejaba guiar, era un buen jinete y tenía uno de los mejores caballos de la provincia.
Seguía la ronda intentando buscar alguna fuente de olor o calor, por las noches muchos bandidos asaltaban los caminos amparados por la oscuridad. Habían recibió quejas de la policía local y estos les decían que fuera de la ciudad aquel territorio debía ser cuidado por la caballería. Los asaltos y las revueltas se habían acentuado el último año, a un ritmo vertiginoso a raíz de la independencia de los Estados Unidos en América. Gaspard lo sabía porque participó en ella y vio los estragos revolucionarios triunfar, emancipándose de los impuestos que Gran Bretaña había puesto a sus súbditos.
Sin embargo aquella noche, no encontró rastro alguno de hoguera, ni de olor a vino, ni un rastro que seguir. Se introdujo un poco más en el bosque y tiró de las riendas para detenerse, algo perceptible para sus oídos llegaba vagamente, algo parecido a un cristal romperse, el arrastrar de muebles de madera o las risas de unos hombres. Gaspard cerró los ojos para concentrarse en el sonido y asegurado, espoleó las riendas haciendo que Gladiator se lanzara al galope esquivando todas las ramas y árboles del bosque. Cuando llegó a la cabaña de madera de dónde venían los gritos, bajó del caballo. Le miró a los ojos-Quédate aquí- le ordenó y el caballo sacudió la cabeza junto a las crines y agachó la cabeza en señal de afirmación.
Gaspard dio una patada a la puerta ajada que se abrió de par en par e irrumpió en la sala viendo el espectáculo de los hombres. Descubrió a su testigo, la victima que a duras penas mantenía consciencia preparada para ser violada. Sacó la espada de su cinturón sin blandirla en señal de ataque y solamente apoyó la punta en el suelo, imponente- ¿Por las buenas o por las malas?- preguntó directo al grano. Cuando los tres hombres estaban estupefactos mirando al intruso y de un salto, abandonaron a la mujer para atarcar a Gaspard- Este bufó y guardó la espada en el cinto con un movimiento de brazo bastante elegante, dejando que la hoja acariciara el borde de la funda y la dejó caer. A continuación- Bien, pues por las malas- y profirió a usar el poder de infringirles un dolor en la mente tan agudo y fuerte que se arrodillaron en el suelo llevándose las manos a la cabeza. Gaspard pasó por encima de uno de ellos, pisándole con claro gesto de superioridad y se dirigió a la muchacha que al centrarse en ella, el súbito olor junto a esa tez caliente le petrificaron. Alargó la mano y apartó el pelo rubio de su rostro dejando ver el mismísimo rostro de una Afrodita terrenal y apretó la mandíbula con gesto de represión. La quería para él, era así de caprichoso y se sintió aún más enfadado de ver que esos rufianes tenían la intención no solo de tocarla sino de probarla.
Gaspard arrancó las cuerdas con una mano, cogió una manta y el vestido que supuso que había llevado y la sacó en brazos de la instancia. Cogió una pequeña carreta que había y se la colocó a Gladiator, después descubrió en el establo continuo a la yegua dorada, que supuso que sería de la joven afrodita y ató su rienda junto a la de Gladiator. La tumbó en la parte de atrás entre los sacos de semillas- Espera aquí- dijo volviendo al interior de la cabaña para acabar lo que había empezado. Uno por uno fue desnudando a todos los hombres, los tumbó en fila y les capó con su espada. Después se agachó a morder cada uno de los cuellos, con enferma crueldad y a dejarles secos por dentro, tras aquella muerte y dolor prolongado de su amputación. Cogió a los hombres uno, encima del otro y los arrastró hasta fuera para meterlos en el establo, encerrados y muertos. Después se subió junto a su afrodita y espoleó el camino hacia la ciudad.
Un par de horas más tarde, llegaron a Versalles, en la alcoba de Gaspard la tumbó y con un paño de agua la empezó a mojar la cara con suavidad. Vestido aún de uniforme, la tapó con sus mantas y la mojó la frente y el rostro para despertarla. Cuando abrió los ojos Gaspard retrocedió y enseñó las palmas de sus manos en señal de rendición o paz- Yo la he salvado- le informó pues entendía que se encontraba fuera de lugar por la conmoción- Está usted a salvo, no se preocupe- le indicó- Soy Gaspard Berthier yo la encontré en el bosque y la traje hasta aquí. Su yegua está en el establo- le dio más información para tranquilizarla- Está usted en el corazón de la nación Francesa, Versalles, mademoiselle.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Localización : Versalles
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
El golpe en la nuca había sido el responsable de que acabara desorientada y mareada. No era capaz de ver con nitidez y sentía que las fuerzas abandonaban su cuerpo por momentos. Si no hubiera sido porque un cuerpo masculino la sujetó al soltar sus ataduras habría caído al suelo sin duda alguna. No sabía quién era ni por qué motivo estaba en esa zona pero un suspiro de alivio fue exhalado entre sus labios cuando la tendió en esa carreta improvisada. Si trataba de fijar la vista en algún punto la frustración aumentaba por ser incapaz de ello por lo que decidió cerrar los ojos. Al bajar el nivel de estrés y la tensión de su cuerpo, acabó sumida en un sueño quizás demasiado pesado para ser considerado normal pero sin llegar a estar desmayada.
Fueron las atenciones que recibía por parte de Alexandre las que consiguieron arrancarla de ese estado y poco a poco recuperar la consciencia. Totalmente desubicada como estaba el primer impulso fue alejarse del desconocido que estaba sentado junto a ella en una cama y habitación que desconocía. Sin embargo, al ver su cuerpo cubierto y observar las acciones ajenas fue poco a poco tranquilizándose. No se parecía a ninguno de los asaltantes y creía sus palabras cuando le dijo que fue quien la sacó de allí, en alguna parte de su mente recordaba ese rostro entre las imágenes borrosas del desafortunado encuentro. -Menya zovut Vesper Oblónskaya*-, se presentó al escuchar el nombre de su salvador. Recordó tanto que no la entendería en ruso como que no era ese su apellido ya, nunca más lo sería, -Disculpe, Vesper Mussorgskaya-, corrigió mientras se erguía en la cama hasta apoyarse en los numerosos cojines que había bajo el cabecero. No debía quedarse allí, tenía la obligación de regresar junto a su marido o pagaría su enfado si no la encontraba allí, pero no tenía fuerzas ni ganas de volver a aquel lugar maldito y lleno de muerte.
El hombre tenía un gesto bastante serio, no sabía si porque reprobaba las ansias de la joven por volver a la normalidad con rapidez o porque lo que había visto esa noche aún no se había borrado de su mente. -Maté a un hombre… ¿qué me pasará ahora?-, estaba claro por su ropa que era un hombre importante de vida miliciana, esos crímenes no eran pasados por alto y dudaba que ella misma fuera exonerada de un asesinato. El rostro ajeno se tornó contrariado ante tal cuestión, cosa que ella comprendió como una petición de explicaciones por su parte y así fue como relató lo ocurrido desde el principio. El paseo con la yegua, el susto del primer asaltante y la trampa del resto de ellos, las intenciones de aquel primer hombre pestilente de tocarla sobre el colchón mugriento y como se había visto empujada a clavar aquel puñal en su carótida. Se fijó en sus manos y parte de la camisola interior manchadas de sangre, sintió ganas de vomitar pero se contuvo con toda la educación que pudo frente a Alexandre. La yegua estaba a salvo, así como ocurría con ella por lo que se tomó la libertad de observar un poco más calma todo lo que la rodeaba. El lugar llamaba la atención por la pulcritud y elegancia, incluso ostentoso, se notaba que el nivel de vida del joven no era inferior al suyo propio. Versalles había dicho, dios santo… se sintió empequeñecer por momentos. -No debería haberse molestado en traerme aquí, podría acarrearle problemas-.
Deseaba levantarse y poder asearse debidamente pero no veía su vestido por ningún lado y la presencia de Alexandre era en cierta manera intimidante. Acabó por aceptar que era por la manera en que la miraba -o mejor dicho observaba- como si fuera un estudioso y ella una nueva especie que descubrir y analizar. -¿Podría asearme en algún lugar antes de devolverle su privacidad?- para ella eso era una especia de intrusismo, en su país natal tan solo se invitaba al hogar a los más allegados salvo en el caso de las grandes fiestas, pero siempre cerrando las estancias privadas de la familia. Alexandre no solo le había llevado a su hogar, sino que había cedido su cama a la rubia. Con el permiso de su anfitrión, y con cuidado de no destapar más piel de la debida, caminó hasta la puerta que daba paso al aseo. Se lavó con ahínco hasta no sentir las manos de aquellos barbaros en su cuerpo, eliminó los restos de sangre y se secó antes de observar que había ropa limpia de mujer en un perchero. Como si leyera su mente, la voz masculina en la habitación contigua informó que podía hacer uso de la ropa para adecentarse. No sabía el motivo por el que tenía un vestido de mujer en su propiedad, seguramente de su esposa o hermana, pero de cualquiera de las maneras lo agradeció infinitamente. Abandonó el aseo una vez estuvo lista y recogió el pelo como pudo en un moño, aunque los mechones rubios caían rebeldes a ambos lados de su rostro. -Muchas gracias por todo monsieur Berthier. Dígame por favor cómo podría compensarle por todo lo que ha hecho por mi-, el servicio había retirado ya la ropa usada de Vesper así como la ropa de cama volviendo a dejarles solos.
-¿Podría ver a Mavra?-, preguntó esperando encontrarla en perfecto estado, -mi yegua-, aclaró. Era lo único que le unía aún a sus raíces rusas, pues todo lo demás le era arrebatado día a día desde su matrimonio. Y con ese animal se había entendido desde el primer encuentro de ambas, era de la yegua de quien recibía el cariño que necesitaba a diario aunque de cara a la sociedad pareciera una mujer enamorada y feliz junto a su esposo. Parte de la obra teatral que se veía obligada a representar si quería seguir con vida y de una pieza. Aunque algo le decía que la presencia de Alexandre en su vida no sería algo efímero y le traería más de un problema con Aleksandr. El paseo hasta la zona de los establos fue bastante agradable, el silencio no era incómodo entre ellos y por primera vez pudo disfrutar de Versalles o al menos parte de él, no podría decir qué era más hermoso si el interior o los jardines. En cierta manera le recordaba al Palacio de Invierno de San Petersburgo, igualmente grandioso y opulento. La visión de la yegua cambió su cara por completo y se acercó al animal todo lo deprisa que pudo sin perder nunca las formas, -¡Mavra! Kak dela?**- acarició el cuello y mandíbula posando la frente sobre la cara de la dorada.
* Menya zovut… = Me llamo…
** Kak dela? = ¿Cómo estás?
Fueron las atenciones que recibía por parte de Alexandre las que consiguieron arrancarla de ese estado y poco a poco recuperar la consciencia. Totalmente desubicada como estaba el primer impulso fue alejarse del desconocido que estaba sentado junto a ella en una cama y habitación que desconocía. Sin embargo, al ver su cuerpo cubierto y observar las acciones ajenas fue poco a poco tranquilizándose. No se parecía a ninguno de los asaltantes y creía sus palabras cuando le dijo que fue quien la sacó de allí, en alguna parte de su mente recordaba ese rostro entre las imágenes borrosas del desafortunado encuentro. -Menya zovut Vesper Oblónskaya*-, se presentó al escuchar el nombre de su salvador. Recordó tanto que no la entendería en ruso como que no era ese su apellido ya, nunca más lo sería, -Disculpe, Vesper Mussorgskaya-, corrigió mientras se erguía en la cama hasta apoyarse en los numerosos cojines que había bajo el cabecero. No debía quedarse allí, tenía la obligación de regresar junto a su marido o pagaría su enfado si no la encontraba allí, pero no tenía fuerzas ni ganas de volver a aquel lugar maldito y lleno de muerte.
El hombre tenía un gesto bastante serio, no sabía si porque reprobaba las ansias de la joven por volver a la normalidad con rapidez o porque lo que había visto esa noche aún no se había borrado de su mente. -Maté a un hombre… ¿qué me pasará ahora?-, estaba claro por su ropa que era un hombre importante de vida miliciana, esos crímenes no eran pasados por alto y dudaba que ella misma fuera exonerada de un asesinato. El rostro ajeno se tornó contrariado ante tal cuestión, cosa que ella comprendió como una petición de explicaciones por su parte y así fue como relató lo ocurrido desde el principio. El paseo con la yegua, el susto del primer asaltante y la trampa del resto de ellos, las intenciones de aquel primer hombre pestilente de tocarla sobre el colchón mugriento y como se había visto empujada a clavar aquel puñal en su carótida. Se fijó en sus manos y parte de la camisola interior manchadas de sangre, sintió ganas de vomitar pero se contuvo con toda la educación que pudo frente a Alexandre. La yegua estaba a salvo, así como ocurría con ella por lo que se tomó la libertad de observar un poco más calma todo lo que la rodeaba. El lugar llamaba la atención por la pulcritud y elegancia, incluso ostentoso, se notaba que el nivel de vida del joven no era inferior al suyo propio. Versalles había dicho, dios santo… se sintió empequeñecer por momentos. -No debería haberse molestado en traerme aquí, podría acarrearle problemas-.
Deseaba levantarse y poder asearse debidamente pero no veía su vestido por ningún lado y la presencia de Alexandre era en cierta manera intimidante. Acabó por aceptar que era por la manera en que la miraba -o mejor dicho observaba- como si fuera un estudioso y ella una nueva especie que descubrir y analizar. -¿Podría asearme en algún lugar antes de devolverle su privacidad?- para ella eso era una especia de intrusismo, en su país natal tan solo se invitaba al hogar a los más allegados salvo en el caso de las grandes fiestas, pero siempre cerrando las estancias privadas de la familia. Alexandre no solo le había llevado a su hogar, sino que había cedido su cama a la rubia. Con el permiso de su anfitrión, y con cuidado de no destapar más piel de la debida, caminó hasta la puerta que daba paso al aseo. Se lavó con ahínco hasta no sentir las manos de aquellos barbaros en su cuerpo, eliminó los restos de sangre y se secó antes de observar que había ropa limpia de mujer en un perchero. Como si leyera su mente, la voz masculina en la habitación contigua informó que podía hacer uso de la ropa para adecentarse. No sabía el motivo por el que tenía un vestido de mujer en su propiedad, seguramente de su esposa o hermana, pero de cualquiera de las maneras lo agradeció infinitamente. Abandonó el aseo una vez estuvo lista y recogió el pelo como pudo en un moño, aunque los mechones rubios caían rebeldes a ambos lados de su rostro. -Muchas gracias por todo monsieur Berthier. Dígame por favor cómo podría compensarle por todo lo que ha hecho por mi-, el servicio había retirado ya la ropa usada de Vesper así como la ropa de cama volviendo a dejarles solos.
-¿Podría ver a Mavra?-, preguntó esperando encontrarla en perfecto estado, -mi yegua-, aclaró. Era lo único que le unía aún a sus raíces rusas, pues todo lo demás le era arrebatado día a día desde su matrimonio. Y con ese animal se había entendido desde el primer encuentro de ambas, era de la yegua de quien recibía el cariño que necesitaba a diario aunque de cara a la sociedad pareciera una mujer enamorada y feliz junto a su esposo. Parte de la obra teatral que se veía obligada a representar si quería seguir con vida y de una pieza. Aunque algo le decía que la presencia de Alexandre en su vida no sería algo efímero y le traería más de un problema con Aleksandr. El paseo hasta la zona de los establos fue bastante agradable, el silencio no era incómodo entre ellos y por primera vez pudo disfrutar de Versalles o al menos parte de él, no podría decir qué era más hermoso si el interior o los jardines. En cierta manera le recordaba al Palacio de Invierno de San Petersburgo, igualmente grandioso y opulento. La visión de la yegua cambió su cara por completo y se acercó al animal todo lo deprisa que pudo sin perder nunca las formas, -¡Mavra! Kak dela?**- acarició el cuello y mandíbula posando la frente sobre la cara de la dorada.
* Menya zovut… = Me llamo…
** Kak dela? = ¿Cómo estás?
Última edición por Vesper Mussorgskaya el Sáb Feb 06, 2016 7:36 am, editado 1 vez
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 30/12/2015
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Afrodita había perdido sus encantos aquella noche, tan corrompida en voluntad y alma como una piedra negra, aquella mujer de cabello dorado sentía asco por su cuerpo y lo sucedido aquella noche. El crimen de sangre no logró a perpetrarse con éxito de hecho Gaspard consiguió llegar a tiempo para salvarla de la prisión y la deshonra que aquellos malhechores habrían traído a un alma tan pura como la de Vesper Mussorgkaya. Le ofreció el aseo y la ropa, desprendiéndose de la que estaba rota, el incienso de la habitación se evaporaba con el vaho del agua caliente por la habitación y Gaspard dejó la intimidad a la mujer en su habitación. Su mente clamaba por aclararse, con un tamboreo de preguntas y pensamientos que el oficial advirtió desde el otro extremo de la habitación. Aquello era un don y una maldición en los poderes de Gaspard, desde bien joven podía leer la mente de los hombre y mujeres que se encontraban en su alrededor, pero con el tiempo aprendió a perfilar aquel poder de caminar por las mentes ajenas hasta el punto de poder infringir un dolor candente en la masa gris ajena.
Sentía el poder desde siempre, aquello que corrompía a los hombres y nublaba su corazón. Su fanfarronería iba ligada a una cadena de ascensos propulsada por las hazañas bélicas y para colmo de su prepotencia y arrogancia le condecoraron como mariscal francés. Su capacidad de estrategia, le llevó el reconocimiento de la corte parisina y un título nobiliario a las afueras y por si fuera poco, esa noche su persona añadió la condecoración heroica de haber salvado a una mujer en apuros.
Vesper ya estaba lista con aquellos vestido opulentos y algo pomposos de las clases pudientes, este aún lo era un poco más, digno del círculo de la corte parisina. De algodón egipcio y seda japonesa el vestido caía de sus caderas hasta casi el suelo y la joven, aun sin el perfecto maquillaje o el peinado correspondiente daba una sensación elegante y salvaje que protagonizó el silencio de los labios de Gaspard hasta que recuperó el sentido común, dejando a un lado el noqueo de aquella estampa cuasi divina. Abrió la puerta blanca rematada con pan de oro y salieron al vestíbulo en dirección al exterior, cerca de los jardines de Versailles se encontraban las caballerizas, imponentes y grandes, donde recogían las grandes caballerizas del monarca francés entre otros. Sin embargo, junto a Gladiator, el caballo de Gaspard se encontraba aquel destello dorado de Mavra. Abrió la puerta de la caballeriza y se quedó callado observando los movimientos de la rubia, dejó caer su peso en la jamba de la puerta de la caballeriza y cruzó los brazos sobre el pecho- Es una buena yegua, algo excéntrica y no había tenido el placer de ver ninguna igual- dijo después acercándose junto a ellas y palpando el lomo de esta con una sonrisa- Le han dado malta y zanahorias, es lo que Gladiator come. No sabía lo que le dabas para el brillo- se excusó- Tampoco se me da bien el trabajo de cuadra- admitió y salió de allí- No suelo pasar mucho tiempo aquí, porque el olor es nauseabundo- le explicó mientras se giraba- Disfrute de su compañía, le esperaré fuera y hablaremos de la situación en la que le deja esta noche- su voz se iba alejando hasta el exterior y se detuvo en el exterior- En cuanto a su situación, no debe preocuparse, no constara en acta ni tendrá que declarar. Fue en legítima defensa y yo llegué a tiempo de impartir justicia. Se negaron al arresto y no midieron otra opción. Así que ese tema está zanjado y olvidado- le tranquilizó- Pero por otra parte, me gustaría verla de nuevo- dijo mirándole a los ojos- Me hubiera gustado conocerla en otras circunstancias, pero no puedo evitar pedir eso en reconocimiento a haberla salvado- su tono era imperante pero afable y tranquilo. Él sabía que estaba casada, pero también sabía que necesitaba verla. Algo en aquella mujer le había dejado sin habla, le hacía medir sus pasos y sus gestos, sus palabras y sus sentimientos, aquella mujer había alterado su sentido común y por mucho que otro hombre hubiera puesto un anillo en su dedo, no podía dejar que se marchara. Sin embargo sabía que ella tendría que tener la última palabra, pero cuando sus ojos se cruzaron y escarbaron en lo más profundo de su ser, sabía que el temple y la mirada de Gaspard había perforado la escarcha del corazón ajeno- Una cena, a solas. Escríbame- le casi ordenó cuando se giró para volver dentro del palacio y sin mirar atrás escuchó partir a Vesper sobre su yegua en dirección a París.
No podía haberla acompañado por el inminente amanecer que se levantaba por el Este, se quedó en la ventana absorto en sus pensamientos y con la barbilla apoyada en su mano- Vesper…- susurró mientras se giraba de nuevo hasta su escritorio y se disponía a tumbarse en la cama que antes había atesorado aquel cuerpo divino.
La mañana pasó y en el ocaso, las cortinas se abrieron dejando paso a la oscuridad que indicaba el comienzo de un nuevo día para Gaspard, aseado, cogió un traje azul, con la pechara blanca y botones dorados, con las solapas rojas como era el traje del ejército francés, pero siempre con las condecoraciones. Se dirigía hasta el vestíbulo cuando el cartero real llegó. La mirada de Gaspard se cruzó con la de él y cogió la carta que le brindaba. Pulcra, pequeño y con un perfume característico. La vainilla negra de la loción de su crema era ahora un vago recuerdo que se materializaba en la mente del vampiro y sonrió cogiendo la carta. Subió de nuevo a sus aposentos y jugó con el sobre sentado en su sillón orejero verde. La pasó por los labios oliendo aquel papel y dudó en abrirla por temor al rechazo- Vesper…- con un ataque de gallardía, rompió el lacre y se dispuso a leer la carta.
Sentía el poder desde siempre, aquello que corrompía a los hombres y nublaba su corazón. Su fanfarronería iba ligada a una cadena de ascensos propulsada por las hazañas bélicas y para colmo de su prepotencia y arrogancia le condecoraron como mariscal francés. Su capacidad de estrategia, le llevó el reconocimiento de la corte parisina y un título nobiliario a las afueras y por si fuera poco, esa noche su persona añadió la condecoración heroica de haber salvado a una mujer en apuros.
Vesper ya estaba lista con aquellos vestido opulentos y algo pomposos de las clases pudientes, este aún lo era un poco más, digno del círculo de la corte parisina. De algodón egipcio y seda japonesa el vestido caía de sus caderas hasta casi el suelo y la joven, aun sin el perfecto maquillaje o el peinado correspondiente daba una sensación elegante y salvaje que protagonizó el silencio de los labios de Gaspard hasta que recuperó el sentido común, dejando a un lado el noqueo de aquella estampa cuasi divina. Abrió la puerta blanca rematada con pan de oro y salieron al vestíbulo en dirección al exterior, cerca de los jardines de Versailles se encontraban las caballerizas, imponentes y grandes, donde recogían las grandes caballerizas del monarca francés entre otros. Sin embargo, junto a Gladiator, el caballo de Gaspard se encontraba aquel destello dorado de Mavra. Abrió la puerta de la caballeriza y se quedó callado observando los movimientos de la rubia, dejó caer su peso en la jamba de la puerta de la caballeriza y cruzó los brazos sobre el pecho- Es una buena yegua, algo excéntrica y no había tenido el placer de ver ninguna igual- dijo después acercándose junto a ellas y palpando el lomo de esta con una sonrisa- Le han dado malta y zanahorias, es lo que Gladiator come. No sabía lo que le dabas para el brillo- se excusó- Tampoco se me da bien el trabajo de cuadra- admitió y salió de allí- No suelo pasar mucho tiempo aquí, porque el olor es nauseabundo- le explicó mientras se giraba- Disfrute de su compañía, le esperaré fuera y hablaremos de la situación en la que le deja esta noche- su voz se iba alejando hasta el exterior y se detuvo en el exterior- En cuanto a su situación, no debe preocuparse, no constara en acta ni tendrá que declarar. Fue en legítima defensa y yo llegué a tiempo de impartir justicia. Se negaron al arresto y no midieron otra opción. Así que ese tema está zanjado y olvidado- le tranquilizó- Pero por otra parte, me gustaría verla de nuevo- dijo mirándole a los ojos- Me hubiera gustado conocerla en otras circunstancias, pero no puedo evitar pedir eso en reconocimiento a haberla salvado- su tono era imperante pero afable y tranquilo. Él sabía que estaba casada, pero también sabía que necesitaba verla. Algo en aquella mujer le había dejado sin habla, le hacía medir sus pasos y sus gestos, sus palabras y sus sentimientos, aquella mujer había alterado su sentido común y por mucho que otro hombre hubiera puesto un anillo en su dedo, no podía dejar que se marchara. Sin embargo sabía que ella tendría que tener la última palabra, pero cuando sus ojos se cruzaron y escarbaron en lo más profundo de su ser, sabía que el temple y la mirada de Gaspard había perforado la escarcha del corazón ajeno- Una cena, a solas. Escríbame- le casi ordenó cuando se giró para volver dentro del palacio y sin mirar atrás escuchó partir a Vesper sobre su yegua en dirección a París.
No podía haberla acompañado por el inminente amanecer que se levantaba por el Este, se quedó en la ventana absorto en sus pensamientos y con la barbilla apoyada en su mano- Vesper…- susurró mientras se giraba de nuevo hasta su escritorio y se disponía a tumbarse en la cama que antes había atesorado aquel cuerpo divino.
La mañana pasó y en el ocaso, las cortinas se abrieron dejando paso a la oscuridad que indicaba el comienzo de un nuevo día para Gaspard, aseado, cogió un traje azul, con la pechara blanca y botones dorados, con las solapas rojas como era el traje del ejército francés, pero siempre con las condecoraciones. Se dirigía hasta el vestíbulo cuando el cartero real llegó. La mirada de Gaspard se cruzó con la de él y cogió la carta que le brindaba. Pulcra, pequeño y con un perfume característico. La vainilla negra de la loción de su crema era ahora un vago recuerdo que se materializaba en la mente del vampiro y sonrió cogiendo la carta. Subió de nuevo a sus aposentos y jugó con el sobre sentado en su sillón orejero verde. La pasó por los labios oliendo aquel papel y dudó en abrirla por temor al rechazo- Vesper…- con un ataque de gallardía, rompió el lacre y se dispuso a leer la carta.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/01/2016
Localización : Versalles
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
La presencia de Mavra junto a ella logró tranquilizarla del todo. Se sentía segura en compañía de Alexandre pero era el animal el que conseguía amoldarse al carácter ajeno y calmar a una aún atemorizada joven. Aprovechó esos momentos a solas con la yegua para acariciarla y abrazar su ancho cuello notando el calor que desprendía. Era el animal más bello que había podido observar jamás, pero incluso si se tratara de uno en malas condiciones la haría sentir en casa. Último resquicio de su hogar y su familia, Mavra era lo único verdaderamente suyo en su nuevo país, pues la capital gala le había privado de voluntad y libertad. Cuando uno de los mozos se acercó para ensillarla de nuevo y dejarla preparada para la marcha de Vesper, esta aprovechó siguiendo los pasos del vampiro hacia el exterior. Agradeció las palabras del mariscal acerca del incidente, no se podía permitir un escándalo como aquel sin que su honor fuera vapuleado. Sin duda alguna ella también hubiese deseado conocerle en otras circunstancias, le costaba imaginarse una situación peor que en la que la encontró. La imagen de su marido se le pasó por la cabeza, el riesgo que suponía verse en público con otro hombre no era escaso, no además cuando este era tan celoso de sus posesiones, sus marionetas… Quizás se cegó por el atractivo de Aleksandr antes de lo debido, quizás ese fue el mayor error de su vida y ahora era cuando conocía a un hombre con el que sí podría haber compartido más que el gusto por los lujos y la caza. -No podría negarle tal petición-, decir más le hubiera resultado imposible al recibir tal mirada de aquellos ojos azules. El tono de su voz además, no daba pie a una respuesta negativa. Se estaba metiendo en problemas, lo sabía. ¿Qué mujer casada aceptaba una cena a solas con un hombre ajeno a su familia? Ninguna. La capacidad de Alexandre para cambiar de gesto era sorprendente, tan pronto estaba mirándola de una forma que haría temblar a cualquier mujer como estaba alejándose de ella sin apenas una despedida.
Una vez sujetó bien las riendas de Mavra emprendió el camino de vuelta a casa, con suerte no se encontraría en ella a nadie más que la servidumbre. Todos la habían recibido con los brazos abiertos, posiblemente sintiendo lástima por ella y en lo que se había convertido. Disfrutó de aquel día como si nada fuera de lugar hubiera pasado, nadie hizo preguntas y como suponía Aleksandr no la había mandado llamar, de hecho no debía ni estar allí. Posiblemente anduviera persiguiendo a alguna de las fulanas de los burdeles. Aprovechó las primeras horas de la tarde para recuperar el sueño y las fuerzas. Le dio vueltas a la petición del mariscal y a su propia respuesta afirmativa, ¿debería esperar para reunirse con él? No le veía razón alguna para hacerlo, no estaba siendo una relación de cortejo por lo que hacerse la interesante estaba de más y para una persona con la que sentía que podía ser ella misma, lo disfrutaría. En el escritorio se dispuso a escribir la misiva en que solicitaba la presencia de Alexandre en una cena privada esa misma noche. Uno de los lugares que había descubierto en sus escasas escapadas, se encontraba en las afueras de la ciudad. Un pequeño pero coqueto mesón que hacía las veces de hospedaje para los viajeros, nada comparable con los restaurantes de nivel del centro de la ciudad pero la comida casera de la dueña y el trato cariñoso le gustaron a la rusa. Además de que contaba con una amplia extensión de terreno por el que podrían pasear después de la cena si es que sobraba tiempo para ello. Una vez hubo detallado cómo llegar al lugar y la hora a que se reunirían allí, pidió que la carta fuera entregada directamente en Versalles.
Se cubrió una risa nerviosa y traviesa con los dedos de la diestra y se dispuso a arreglarse antes de partir. Una vez aseada, tocaba escoger ropajes. Uno de sus vestidos negros con filigranas y bordados dorados fue el elegido, le encantaba y la ocasión le parecía perfecta para usarlo. El escote en barco dejaba espacio para una de las joyas de su familia -una de las que con más tesón atesoraba- con diamantes negros y un gran rubí que quedaba situado en el centro del nacimiento de sus pechos. Añadir más adornos hubiera sido demasiado ostentoso para su gusto por lo que se decidió por un recogido apenas complicado que dejaba libres algunos mechones sobre las mejillas de la joven. La estola de piel para abrigarse la recogió en la entrada de la vivienda de manos de uno de los sirvientes, mismo que había preparado el coche de caballos. Muy a su pesar, llevar a Mavra habría llamado más la atención de lo deseado por lo que el coche mantendría su identidad oculta de miradas indiscretas. Con nervios en la boca del estómago emprendió el camino hacia su destino en silencio. Las dudas sobre si Gaspard habría recibido su mensaje y si en caso afirmativo había decidido asistir al encuentro atronaban en su mente. Por suerte para ella pronto saldría de dudas, el coche se detuvo ante la entrada y la joven descendió por las escalerillas con la gracilidad innata de las de su clase. Al conocer -de otras visitas- a la dueña, fue realmente sencillo que la mesa estuviera separada de las demás y levemente oculta aunque no tanto como para parecer sospechoso. La ventana a la derecha daba a la parte trasera en la que se extendía el jardín, ahora iluminado por un cielo despejado y una luna menguante. Para entrar en calor había una chimenea en medio del salón que además le daba un toque cálido con su luz amarillenta y su chisporroteo continuo. A la espera de la entrada de Alexandre, pidió que le sirvieran una copa de vino. Aunque este entraría por detrás de ella pues daba la espalda a la puerta, cada vez que esta sonaba sentía su pecho latir con más intensidad.
Una mano cálida rozó la nuca de la joven lo que provocó una sonrisa en esta y que alzara la mirada. Cuál fue su sorpresa cuando en vez de el rostro del mariscal se encontró con la de un total desconocido que además podría jurar nunca había tocado algo tan puro en su vida. Su atuendo dejaba claro que era un viajero o un mendigo, el olor que desprendía era tedioso y su forma de moverse daba a entender que había bebido más de lo que podía soportar y seguramente pagar. -Aléjese de mi ahora y este incidente no llegará a mayores-, realmente le había desagradado el contacto y ahora más que nunca desearía poder propinarle un buen golpe y librarse así del incordio, pero una vez más llamar la atención era la peor de las ideas por lo que debería convencerle para que se alejara y no despertar la curiosidad de los demás comensales.
Una vez sujetó bien las riendas de Mavra emprendió el camino de vuelta a casa, con suerte no se encontraría en ella a nadie más que la servidumbre. Todos la habían recibido con los brazos abiertos, posiblemente sintiendo lástima por ella y en lo que se había convertido. Disfrutó de aquel día como si nada fuera de lugar hubiera pasado, nadie hizo preguntas y como suponía Aleksandr no la había mandado llamar, de hecho no debía ni estar allí. Posiblemente anduviera persiguiendo a alguna de las fulanas de los burdeles. Aprovechó las primeras horas de la tarde para recuperar el sueño y las fuerzas. Le dio vueltas a la petición del mariscal y a su propia respuesta afirmativa, ¿debería esperar para reunirse con él? No le veía razón alguna para hacerlo, no estaba siendo una relación de cortejo por lo que hacerse la interesante estaba de más y para una persona con la que sentía que podía ser ella misma, lo disfrutaría. En el escritorio se dispuso a escribir la misiva en que solicitaba la presencia de Alexandre en una cena privada esa misma noche. Uno de los lugares que había descubierto en sus escasas escapadas, se encontraba en las afueras de la ciudad. Un pequeño pero coqueto mesón que hacía las veces de hospedaje para los viajeros, nada comparable con los restaurantes de nivel del centro de la ciudad pero la comida casera de la dueña y el trato cariñoso le gustaron a la rusa. Además de que contaba con una amplia extensión de terreno por el que podrían pasear después de la cena si es que sobraba tiempo para ello. Una vez hubo detallado cómo llegar al lugar y la hora a que se reunirían allí, pidió que la carta fuera entregada directamente en Versalles.
Se cubrió una risa nerviosa y traviesa con los dedos de la diestra y se dispuso a arreglarse antes de partir. Una vez aseada, tocaba escoger ropajes. Uno de sus vestidos negros con filigranas y bordados dorados fue el elegido, le encantaba y la ocasión le parecía perfecta para usarlo. El escote en barco dejaba espacio para una de las joyas de su familia -una de las que con más tesón atesoraba- con diamantes negros y un gran rubí que quedaba situado en el centro del nacimiento de sus pechos. Añadir más adornos hubiera sido demasiado ostentoso para su gusto por lo que se decidió por un recogido apenas complicado que dejaba libres algunos mechones sobre las mejillas de la joven. La estola de piel para abrigarse la recogió en la entrada de la vivienda de manos de uno de los sirvientes, mismo que había preparado el coche de caballos. Muy a su pesar, llevar a Mavra habría llamado más la atención de lo deseado por lo que el coche mantendría su identidad oculta de miradas indiscretas. Con nervios en la boca del estómago emprendió el camino hacia su destino en silencio. Las dudas sobre si Gaspard habría recibido su mensaje y si en caso afirmativo había decidido asistir al encuentro atronaban en su mente. Por suerte para ella pronto saldría de dudas, el coche se detuvo ante la entrada y la joven descendió por las escalerillas con la gracilidad innata de las de su clase. Al conocer -de otras visitas- a la dueña, fue realmente sencillo que la mesa estuviera separada de las demás y levemente oculta aunque no tanto como para parecer sospechoso. La ventana a la derecha daba a la parte trasera en la que se extendía el jardín, ahora iluminado por un cielo despejado y una luna menguante. Para entrar en calor había una chimenea en medio del salón que además le daba un toque cálido con su luz amarillenta y su chisporroteo continuo. A la espera de la entrada de Alexandre, pidió que le sirvieran una copa de vino. Aunque este entraría por detrás de ella pues daba la espalda a la puerta, cada vez que esta sonaba sentía su pecho latir con más intensidad.
Una mano cálida rozó la nuca de la joven lo que provocó una sonrisa en esta y que alzara la mirada. Cuál fue su sorpresa cuando en vez de el rostro del mariscal se encontró con la de un total desconocido que además podría jurar nunca había tocado algo tan puro en su vida. Su atuendo dejaba claro que era un viajero o un mendigo, el olor que desprendía era tedioso y su forma de moverse daba a entender que había bebido más de lo que podía soportar y seguramente pagar. -Aléjese de mi ahora y este incidente no llegará a mayores-, realmente le había desagradado el contacto y ahora más que nunca desearía poder propinarle un buen golpe y librarse así del incordio, pero una vez más llamar la atención era la peor de las ideas por lo que debería convencerle para que se alejara y no despertar la curiosidad de los demás comensales.
Última edición por Vesper Mussorgskaya el Sáb Feb 06, 2016 7:37 am, editado 1 vez
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 30/12/2015
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Llegó raudo y veloz junto a su caballo al mesón en el que se encontraba Vesper esperándolo. Se había puesto un traje de corte militar, como todos los que solía llevar, pulcros, decorados y de hombros rectos. En las hombreras colgaban los pequeños cordones dorados típicos de los uniformes militares, aunque no fuera el reglamentario, el tenía que ir siempre vestido como tal. Por su autoridad y por su posición. Sin embargo esa noche, como en la que conoció a Vesper se encontró con ella en extrañas circunstancias.
Una vez entró por la puerta, la campana anunció su llegada, pero él se quitó el abrigo oscuro con piel de conejo alrededor de su cuello y buscó con la mirada, entre el humo de pipa americano, la madera crispar de la chimenea de piedra y el olor que salía de la cocina, tan delicioso como acogedor. Todo el conjunto daba una sensación hogareña que se palpaba en cada rincón del lugar. En uno de esos rincones se encontraba Vesper, pero en contra de lo que esperaba Gaspard, estaba acompañada. Sin embargo retirando a un lado los celos inconscientes que le nacen a cualquier hombre de sus entrañas se acercó por detrás a ellos y posó una mano en el cuerpo del hombre que parecía molestar a Vesper- Ha escuchado a la señorita. Márchese antes de que pase a menores y le aseguro- dijo ahora girando al hombre para que le mirara a los ojos profundos y feroces tras las cejas hundidas por el ceño en señal de enfado- que yo no le habría avisado si quiera, antes de pasar a peores.- tomó la mano del hombre y la retorció hacia atrás haciendo que este se fuera arrodillando por el dolor y por intentar contrarrestar la doblez que Gaspard hacía en su mano. El hombre asustado y arrodillado se excusó y se fue en dirección a la puerta. Después se giró para mirar a Vesper- Siempre que está sola , está en peligro. Se porta mal- dijo cogiendo su mano y para besar su dorso con suavidad sin dejar de mirar a sus ojos con picardía- Siento haberla hecho esperar, tuve que presentarme ante el rey- se excusó y tomó asiento frente a ella, se quitó los guantes blancos y los dejó a un lado sin apartar la mirada de Vesper. Notaba el rubor de sus mejillas y su corazón bombear con rapidez, seguramente si el de Gaspard latiera fuera tan rápido como el de ella. Era tan sedante su presencia como excitante. La mesera se acercó con una copa de vino y se lo entregó a Gaspard que sonrió con agradecimiento. Después volvió la mirada a Vesper como había hecho desde que llegó, analizando cada detalle de su vestimenta, de su cuerpo y de su rostro. Desnudaba con minuciosidad cada parte de su cuerpo, hasta la barrera de sus ropas eran algo que podía zafar con facilidad, pues ya había visto parte de su cuerpo.
Y el así continuaría, pensaba que se estaban diciendo toda la verdad a los ojos, su boca estaba sin embargo condicionada por las medidas públicas, el decoro y el protocolo. Aunque ya era raro que un hombre y una mujer estuvieran cenando a solas, sin embargo, Gaspard dibujó una sonrisa en su boca- No estaba seguro de que quisiera volver a verme- dijo empezado a tirar de aquel hilo que había entre los dos, no con intención de desatarlo, sino de acercarla hasta él.
La cena transcurrió tranquila, casi como si los dos necesitaran disfrutar de la compañía mutua. Al menos Gaspard se alimentaba de cada momento en su compañía, había diseccionado cada parte de su compañía en mil recorridos por su piel, tan fuerte y mordaz como certera era su espada en el campo de batalla.
Antes de tomar el postre, Gaspard se levantó y ofreció su mano a Vesper para que le acompañe al salón donde había una pequeña orquesta tocando, y algunas parejas bailando- Baile conmigo- dijo mientras le conducía al centro de la pista. Se acercó hasta el director de orquesta y le pidió un Vals ruso que él bien conocía y estaba seguro que ella también. Así que cuando comenzó la llevó dando vueltas al compás de tres cuartos típico de ese baile y en cada movimiento de manos, apresaba cada momento alargándolo un par de segundos. Se acercaba a ella y tan cerca de su rostro que notaba su aliento y sus labios calientes. Seguían bailando, sin interrupciones hasta que la elevó por debajo de los hombros y la dio una vuelta, cuando la bajó sus narices chocaron y la gente empezó a advertir un comportamiento fuera de lugar. Sin embargo para él, para ambos, todo el gentío parecía haber desaparecido del salón y solo sus reparaciones entrecortadas se oían. Tan excitante como el silencio entre ambos.
Una vez entró por la puerta, la campana anunció su llegada, pero él se quitó el abrigo oscuro con piel de conejo alrededor de su cuello y buscó con la mirada, entre el humo de pipa americano, la madera crispar de la chimenea de piedra y el olor que salía de la cocina, tan delicioso como acogedor. Todo el conjunto daba una sensación hogareña que se palpaba en cada rincón del lugar. En uno de esos rincones se encontraba Vesper, pero en contra de lo que esperaba Gaspard, estaba acompañada. Sin embargo retirando a un lado los celos inconscientes que le nacen a cualquier hombre de sus entrañas se acercó por detrás a ellos y posó una mano en el cuerpo del hombre que parecía molestar a Vesper- Ha escuchado a la señorita. Márchese antes de que pase a menores y le aseguro- dijo ahora girando al hombre para que le mirara a los ojos profundos y feroces tras las cejas hundidas por el ceño en señal de enfado- que yo no le habría avisado si quiera, antes de pasar a peores.- tomó la mano del hombre y la retorció hacia atrás haciendo que este se fuera arrodillando por el dolor y por intentar contrarrestar la doblez que Gaspard hacía en su mano. El hombre asustado y arrodillado se excusó y se fue en dirección a la puerta. Después se giró para mirar a Vesper- Siempre que está sola , está en peligro. Se porta mal- dijo cogiendo su mano y para besar su dorso con suavidad sin dejar de mirar a sus ojos con picardía- Siento haberla hecho esperar, tuve que presentarme ante el rey- se excusó y tomó asiento frente a ella, se quitó los guantes blancos y los dejó a un lado sin apartar la mirada de Vesper. Notaba el rubor de sus mejillas y su corazón bombear con rapidez, seguramente si el de Gaspard latiera fuera tan rápido como el de ella. Era tan sedante su presencia como excitante. La mesera se acercó con una copa de vino y se lo entregó a Gaspard que sonrió con agradecimiento. Después volvió la mirada a Vesper como había hecho desde que llegó, analizando cada detalle de su vestimenta, de su cuerpo y de su rostro. Desnudaba con minuciosidad cada parte de su cuerpo, hasta la barrera de sus ropas eran algo que podía zafar con facilidad, pues ya había visto parte de su cuerpo.
Y el así continuaría, pensaba que se estaban diciendo toda la verdad a los ojos, su boca estaba sin embargo condicionada por las medidas públicas, el decoro y el protocolo. Aunque ya era raro que un hombre y una mujer estuvieran cenando a solas, sin embargo, Gaspard dibujó una sonrisa en su boca- No estaba seguro de que quisiera volver a verme- dijo empezado a tirar de aquel hilo que había entre los dos, no con intención de desatarlo, sino de acercarla hasta él.
La cena transcurrió tranquila, casi como si los dos necesitaran disfrutar de la compañía mutua. Al menos Gaspard se alimentaba de cada momento en su compañía, había diseccionado cada parte de su compañía en mil recorridos por su piel, tan fuerte y mordaz como certera era su espada en el campo de batalla.
Antes de tomar el postre, Gaspard se levantó y ofreció su mano a Vesper para que le acompañe al salón donde había una pequeña orquesta tocando, y algunas parejas bailando- Baile conmigo- dijo mientras le conducía al centro de la pista. Se acercó hasta el director de orquesta y le pidió un Vals ruso que él bien conocía y estaba seguro que ella también. Así que cuando comenzó la llevó dando vueltas al compás de tres cuartos típico de ese baile y en cada movimiento de manos, apresaba cada momento alargándolo un par de segundos. Se acercaba a ella y tan cerca de su rostro que notaba su aliento y sus labios calientes. Seguían bailando, sin interrupciones hasta que la elevó por debajo de los hombros y la dio una vuelta, cuando la bajó sus narices chocaron y la gente empezó a advertir un comportamiento fuera de lugar. Sin embargo para él, para ambos, todo el gentío parecía haber desaparecido del salón y solo sus reparaciones entrecortadas se oían. Tan excitante como el silencio entre ambos.
- Vals:
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Sintió cierto pudor por la manera en que la encontraba cada vez que coincidían, cualquiera pensaría que Vesper actuaba de forma que llamara la atención de los hombres menos deseables, cuando en realidad era bastante discreta y tranquila. No obstante Alexandre no parecía dar importancia alguna a su alrededor ni a la situación de la que nuevamente la tuvo que librar. ¡Oh, esa frase! Con tan pocas palabras y había tanto dicho por parte de ambos. Como respuesta tan solo obtuvo una sonrisa y un encogimiento de hombros por su parte, otorgándole un aspecto más aniñado del que acostumbraba. Cualquier otra mujer casada se hubiera negado a una cena a solas con Alexandre, por mucho que la hubiera ayudado en aquella fatídica noche, no dejaba de ser un desconocido para ella y para su marido, aunque en lo más profundo de sí misma no lo sintiera así. Algo la empujaba a acercarse a él, no tanto de forma física como simplemente conversando como en esa ocasión. Había una extraña conexión entre ambos y eso ninguno de los dos sería capaz de negarlo aunque no sería Vesper quien lo comentara. Por encima de todo lo que ella sintiera o deseara estaba su deber, desde que hubo celebrado sus nupcias pertenecía a otro nombre y como tal llevaba su apellido, pesando sobre su cuello como un yugo asfixiante. Por eso mismo trataba de ser lo más correcta posible sin dejar de lado el agrado que le despertaba la presencia del vampiro. Su tranquilidad y sus modales eran perfectos así como su conversación fluida y versátil. Aunque su físico y sobre todo su manera de mirar la desconcertaban y ponían verdaderamente nerviosa. Había momentos durante la velada que más que mirarla parecía analizarla, como si se tratara de una obra de arte que quisiera comprender en un museo.
Ya llegada la hora del postre, Alexandre de manera repentina e inapropiada -hablando en términos de protocolo- se puso en pie con intención de sacarla a bailar. Los pasos de Vesper la llevaron al centro de la pista siempre prendida de la mano ajena, que parecía que ninguno de los dos pretendía soltar. Sonrió al escuchar la melodía que el mariscal había pedido para ellos y siguió los pasos de este por el salón sin problemas. -No me trates de usted, sólo Vesper-, pidió entre uno de esos momentos en que ambos casi chocaban durante el baile. Los encontronazos con los orbes de Alexandre eran capaces de ponerle el vello de punta, la cercanía con él era distinta a la única que recordaba, tan suave, delicada y fuerte a la vez, sin rozar lo agresivo. Tuvo que buscar los hombros ajenos por inercia cuando la elevó de esa manera del suelo, no era una mujer entrada en carnes pero tampoco un peso pluma que se pudiera levantar con tal facilidad y en cambio al vampiro no se le notó gesto alguno de esfuerzo por ello. Fue el regreso al suelo lo que volvió a condenar a la pareja. La cercanía entre ellos era un enemigo constante, como si el mismo demonio les empujara a pecar o al menos a ella. Si un hombre soltero se relacionaba con una mujer casada el honor mancillado sería el de la dama y esa era la situación que Vesper veía venir. Temía moverse por si cualquier cambio en su posición empeorara aquello, los cuchicheos aumentaban entre los presentes y ambos eran conscientes de ello, Alexandre no parecía muy preocupado pero a Vesper ciertamente le incomodaba despertar el interés de la gente de esa manera y más en su posición. No podía cometer ningún fallo o sería su sentencia de muerte si es que no estaba sentenciada ya. Despacio dio un paso atrás separándose del cuerpo masculino y tras hacer una reverencia que marcaba el fin del baile avanzó hasta la puerta trasera del local.
El aire llenó sus pulmones una vez estuvo a solas, maldiciéndose por haber dejado que aquello llegara tan lejos. Su madre una vez la dijo la amistad entre hombre y mujer no existe o está envenenada de mentiras. ¡Cuán cierta parecía ser! Al principio ella había visto en Alexandre un buen amigo con el que poder aprender y disfrutar de su tiempo libre, su cargo y sus vivencias le parecían más que interesantes y al salir del banco cada día le apetecería pasear o tomar un café con él. Pero esa cena le había mostrado que no sería tan sencillo mantener su relación de esa manera. Ambos parecían sentirse de igual manera el uno con el otro pero era él quien daba más rienda suelta a sus apetencias respecto a Vesper. Elevó la mirada cuando la puerta junto a ella volvió a abrirse iluminando el verde del jardín, la figura del mariscal quedó enmarcada en la puerta antes de volver a cerrarla quedando los dos a solas. -Siento haberme ido, me faltaba aire-, no era del todo una mentira y estaba claro que no iba a contarle el motivo real de su distancia. Además… ¿quién la podía afirmar que no la pasaría lo mismo que con su marido? Tacha alguna fue capaz de encontrarle en su periodo de noviazgo y prometidos, era el hombre perfecto, detallista y cariñoso aunque no en exceso, protector, galán… Comenzaba a dudar que los hombres fueran sinceros alguna vez cuando había una mujer de por medio. No, él no podía ser así, pues tuvo la oportunidad de tenerla cuando la encontró medio desnuda y sin conocimiento en aquella inhóspita casita.
La idea de irse a casa se le cruzó por la mente pero no era posible ya que el coche de caballos que la había dejado allí no se había quedado esperando y Mavra estaba en el establo de casa, por lo que dependía de Alexandre o de la hospitalidad de la dueña del hostal para poder regresar a su hogar. -Estoy mejor, ¿entramos a por el postre?- preguntó cuando este se hubo acercado suficiente hacia ella. Para ese hombre nada pasaba inadvertido y era obvio que sabía que algo más allá aparte de no poder respirar era lo que había separado a Vesper de él pero deseó que no ahondara en el tema y al menos pudieran acabar la velada tranquilos, aunque probablemente –contra sus propios deseos- no volviera a verle nunca más.
Ya llegada la hora del postre, Alexandre de manera repentina e inapropiada -hablando en términos de protocolo- se puso en pie con intención de sacarla a bailar. Los pasos de Vesper la llevaron al centro de la pista siempre prendida de la mano ajena, que parecía que ninguno de los dos pretendía soltar. Sonrió al escuchar la melodía que el mariscal había pedido para ellos y siguió los pasos de este por el salón sin problemas. -No me trates de usted, sólo Vesper-, pidió entre uno de esos momentos en que ambos casi chocaban durante el baile. Los encontronazos con los orbes de Alexandre eran capaces de ponerle el vello de punta, la cercanía con él era distinta a la única que recordaba, tan suave, delicada y fuerte a la vez, sin rozar lo agresivo. Tuvo que buscar los hombros ajenos por inercia cuando la elevó de esa manera del suelo, no era una mujer entrada en carnes pero tampoco un peso pluma que se pudiera levantar con tal facilidad y en cambio al vampiro no se le notó gesto alguno de esfuerzo por ello. Fue el regreso al suelo lo que volvió a condenar a la pareja. La cercanía entre ellos era un enemigo constante, como si el mismo demonio les empujara a pecar o al menos a ella. Si un hombre soltero se relacionaba con una mujer casada el honor mancillado sería el de la dama y esa era la situación que Vesper veía venir. Temía moverse por si cualquier cambio en su posición empeorara aquello, los cuchicheos aumentaban entre los presentes y ambos eran conscientes de ello, Alexandre no parecía muy preocupado pero a Vesper ciertamente le incomodaba despertar el interés de la gente de esa manera y más en su posición. No podía cometer ningún fallo o sería su sentencia de muerte si es que no estaba sentenciada ya. Despacio dio un paso atrás separándose del cuerpo masculino y tras hacer una reverencia que marcaba el fin del baile avanzó hasta la puerta trasera del local.
El aire llenó sus pulmones una vez estuvo a solas, maldiciéndose por haber dejado que aquello llegara tan lejos. Su madre una vez la dijo la amistad entre hombre y mujer no existe o está envenenada de mentiras. ¡Cuán cierta parecía ser! Al principio ella había visto en Alexandre un buen amigo con el que poder aprender y disfrutar de su tiempo libre, su cargo y sus vivencias le parecían más que interesantes y al salir del banco cada día le apetecería pasear o tomar un café con él. Pero esa cena le había mostrado que no sería tan sencillo mantener su relación de esa manera. Ambos parecían sentirse de igual manera el uno con el otro pero era él quien daba más rienda suelta a sus apetencias respecto a Vesper. Elevó la mirada cuando la puerta junto a ella volvió a abrirse iluminando el verde del jardín, la figura del mariscal quedó enmarcada en la puerta antes de volver a cerrarla quedando los dos a solas. -Siento haberme ido, me faltaba aire-, no era del todo una mentira y estaba claro que no iba a contarle el motivo real de su distancia. Además… ¿quién la podía afirmar que no la pasaría lo mismo que con su marido? Tacha alguna fue capaz de encontrarle en su periodo de noviazgo y prometidos, era el hombre perfecto, detallista y cariñoso aunque no en exceso, protector, galán… Comenzaba a dudar que los hombres fueran sinceros alguna vez cuando había una mujer de por medio. No, él no podía ser así, pues tuvo la oportunidad de tenerla cuando la encontró medio desnuda y sin conocimiento en aquella inhóspita casita.
La idea de irse a casa se le cruzó por la mente pero no era posible ya que el coche de caballos que la había dejado allí no se había quedado esperando y Mavra estaba en el establo de casa, por lo que dependía de Alexandre o de la hospitalidad de la dueña del hostal para poder regresar a su hogar. -Estoy mejor, ¿entramos a por el postre?- preguntó cuando este se hubo acercado suficiente hacia ella. Para ese hombre nada pasaba inadvertido y era obvio que sabía que algo más allá aparte de no poder respirar era lo que había separado a Vesper de él pero deseó que no ahondara en el tema y al menos pudieran acabar la velada tranquilos, aunque probablemente –contra sus propios deseos- no volviera a verle nunca más.
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 30/12/2015
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
El peso de las miradas era cada vez más difícil de evitar. El público de aquel baile no solo miraba de reojo sino que cuchicheaban de forma advertible para todos los presentes. Alexandre se quedó quieto, viendo como la figura de Vesper se alejaba por la puerta, huyendo de la escena de aquel crimen perpetrado hacia la cordura y la decencia. Sin duda alguna se trataba de una situación difícil para ambos, pues el adulterio condenaba y repudiaba a las mujeres y más si estaban casadas. Sin embargo a los ojos de los hombres, una aventura con una mujer no solo le proporcionaba un aumento en su escalafón social, sino que en el caso de Alexandre probablemente aumentaría la popularidad entre los miembros del ejército y por consiguiente su carrera militar. Sin embargo, Alexandre era un hombre mucho más complicado de lo que aparentaba y como todos los militares era noble, caballeroso y practicaba los buenos modales con asiduidad. Era un ejemplo para muchos de sus subordinados e iguales y eso lo había demostrado en muchas otras ocasiones, en este caso debía hacer lo mismo que antaño.
Siguió los pasos y la estela del perfume que había dejado Vesper, como si se trataran de migas de pan llevándole por el camino de la perdición de una mujer infeliz y desdichada. Estaba casi seguro que aquella era una de las pocas veces que se había divertido y también que se sentía el centro de atención para bien o para mal, pues acostumbrada a estar sola, como casi siempre la veía, aquel tipo de preocupaciones eran algo que en cierta manera proporcionaba cordura y preocupación humana Vesper. Cuando se quedó en el umbral de la puerta contemplándola supo que el peso de los prejuicios y la sociedad pesaban como una losa sobre los hombros suaves y firmes de la joven. El silencio era el tema de conversación favorito de Alexandre, pues aunque no dijera palabra su presencia no pasaba desapercibida por nadie, quizás por el porte pulcra y militar, por su rostro masculino y ojos penetrantes, quién sabe. Lo que le quedó claro al salir a por ella fue que el tiempo de baile se había acabado y que tocaba el momento del postre, que se había interrumpido por el baile. Alexandre, advirtiendo el por qué había salido de forma repentina, mantuvo una distancia prudencial hasta que se encontró con los ojos de vesper-¿Quiere una bola de helado? Están sirviendo helado- su voz sonó tan sugerente como el postre que parecía estar esperándoles en la mesa que momento antes habían ocupado- Chocolat- dijo viendo que alrededor de las bolas heladas había pequeños trozos de fresas y nueces. Elevó una ceja por la mezcla de olores en su nariz y paladar y miró a la mesera que rápidamente sirvió champagne francés para ambos.
Alexandre atesoraba cada movimiento y gestos que hacía su cita mientras comía o bebía el champagne. Sacó un cigarrillo de una pitillera y se lo llevó a los labios un bálsamo entre bastidores escapando de tales olores que se mezclaban en el ambiente, entre ellos, el de la sangre de Vesper. Tan roja y sugerente que tornaba sus mejillas e hinchaba sus labios de forma tan deseable como una flor abriéndose al sol. Jamás en su vida, Alexandre deseó a una mujer como ella y el único obstáculo que se interponía entre sus apetencias era su decencia. Porque nada le habría impedido abalanzarse sobre ella, como un depredador sobre su presa, ni si quiera el hecho de que estuviera casada, quizás eso era algo que le propiciaba a desearla aún mas, no señor. La única barrera que había entre los dos , la empezaron a tejer desde que aceptaron esta cita ambos, un barrera hecha de naipes que aventuraba un derrumbamiento precoz al instinto y al amor-La acompañaré a casa- dijo Alexandre consciente de la periferia donde se encontraban y la hora que era. Un mala noche para volver andando, pero eso dependía de cómo y con quién lo haría.
Siguió los pasos y la estela del perfume que había dejado Vesper, como si se trataran de migas de pan llevándole por el camino de la perdición de una mujer infeliz y desdichada. Estaba casi seguro que aquella era una de las pocas veces que se había divertido y también que se sentía el centro de atención para bien o para mal, pues acostumbrada a estar sola, como casi siempre la veía, aquel tipo de preocupaciones eran algo que en cierta manera proporcionaba cordura y preocupación humana Vesper. Cuando se quedó en el umbral de la puerta contemplándola supo que el peso de los prejuicios y la sociedad pesaban como una losa sobre los hombros suaves y firmes de la joven. El silencio era el tema de conversación favorito de Alexandre, pues aunque no dijera palabra su presencia no pasaba desapercibida por nadie, quizás por el porte pulcra y militar, por su rostro masculino y ojos penetrantes, quién sabe. Lo que le quedó claro al salir a por ella fue que el tiempo de baile se había acabado y que tocaba el momento del postre, que se había interrumpido por el baile. Alexandre, advirtiendo el por qué había salido de forma repentina, mantuvo una distancia prudencial hasta que se encontró con los ojos de vesper-¿Quiere una bola de helado? Están sirviendo helado- su voz sonó tan sugerente como el postre que parecía estar esperándoles en la mesa que momento antes habían ocupado- Chocolat- dijo viendo que alrededor de las bolas heladas había pequeños trozos de fresas y nueces. Elevó una ceja por la mezcla de olores en su nariz y paladar y miró a la mesera que rápidamente sirvió champagne francés para ambos.
Alexandre atesoraba cada movimiento y gestos que hacía su cita mientras comía o bebía el champagne. Sacó un cigarrillo de una pitillera y se lo llevó a los labios un bálsamo entre bastidores escapando de tales olores que se mezclaban en el ambiente, entre ellos, el de la sangre de Vesper. Tan roja y sugerente que tornaba sus mejillas e hinchaba sus labios de forma tan deseable como una flor abriéndose al sol. Jamás en su vida, Alexandre deseó a una mujer como ella y el único obstáculo que se interponía entre sus apetencias era su decencia. Porque nada le habría impedido abalanzarse sobre ella, como un depredador sobre su presa, ni si quiera el hecho de que estuviera casada, quizás eso era algo que le propiciaba a desearla aún mas, no señor. La única barrera que había entre los dos , la empezaron a tejer desde que aceptaron esta cita ambos, un barrera hecha de naipes que aventuraba un derrumbamiento precoz al instinto y al amor-La acompañaré a casa- dijo Alexandre consciente de la periferia donde se encontraban y la hora que era. Un mala noche para volver andando, pero eso dependía de cómo y con quién lo haría.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
No tenía por qué mentirse. Se arrepentía terriblemente de haberse casado con Aleksandr y lo peor de todo es que esa era la mente del vampiro. Todas las formas de hacerla sufrir era bien recibida por él y ¿quién sabía? Posiblemente si se enterara de la amistad que mantenía con Alexandre se carcajearía de ambos por su imposibilidad de aumentar el grado de intimad en su relación. Vesper se sentía como una res a la que habían marcado a fuego, la alianza así como todos los regalos de su marido pesaban sobre su alma sin dejarla apenas respirar. La única manera en que sentía paz era en el banco donde trabajaba todo el tiempo posible o en compañía del mariscal, juraría que se podría perder en la mirada azul del joven. No sentía que la estuviera cortejando y sin embargo los sentimientos estaban ahí más latentes que nunca, si bien era cierto que el contacto físico había sido nulo desde que se conocieron, ahora ese baile había dado vuelta al mundo de Vesper. El descanso del que pudo disfrutar en la parte exterior del restaurante le dio tiempo para relajarse y no parecer tan nerviosa cuando este fue en su busca, no pudo sino sonreír por el detalle de que no ahondara en el tema que evidentemente la había llevado a abandonar el baile. Los gestos, la manera de moverse de Alexandre eran delicados y firmes a partes iguales, como si hubiera practicado ante un espejo… Sin mediar palabra le siguió al interior y tomó asiento para disfrutar del postre que les habían preparado. -¿No es muy aficionado al dulce, verdad?-, una vez que ella había acabado ya el contenido de la copa, en la ajena quedaba aún más de la mitad mientras que el champagne bajaba a un ritmo bastante más elevado.
Fue el tiempo que transcurrió entre recoger sus ropas de abrigo y alcanzar la puerta lo que tardó Vesper en idear un plan para que no la acompañara a casa. No deseaba regresar, no todavía al menos. Cada minuto que pasaba con el mariscal era un aliento de vida que más tarde se ocuparía de eliminar Aleksandr, por lo que no iba a desperdiciar los momentos a su lado. Tenía consciencia de la celebración de una fiesta en casa de una de las familias rusas asentadas en París, su presencia había sido requerida por la anfitriona y su asistencia puesta en duda. Era atrevido sin duda asistir con un hombre que no era su marido, el querido y adorado Mussorgsky. Le repateaban las entrañas por saber y conocer su verdadera naturaleza macabra y tener la boca sellada por el miedo de las represalias. No conocía aún los límites de este para con ella y sus seres queridos y eso era lo que mantenía la fachada de matrimonio perfecto para todos salvo Alexandre. -Estoy invitada a la fiesta de los Ivanov, ¿querría verme allí?-No podía esperar para estar a solas con él, teniendo a la vez pánico de que llegara dicho momento. La sensación de peligro la perseguía allá donde fuera, ya por su relación conyugal o por su creciente afecto por el mariscal. Hasta que se hubo subido en el coche de caballos, Vesper se mantuvo junto al cuerpo del varón rozando con sus dedos los ajenos y recibiendo el mismo trato. Ninguno de los dos medió palabra pero no hacía falta, el baile de sus dedos hablaba por ellos.
En cuanto llegó a la fiesta fue recibida por Regina Ivanova con el afecto que se mantenían las familias rusas que se encontraban lejos del hogar. Pasaron ambas al interior del palacio donde se encontraba el resto de mujeres que enseguida preguntó por su marido, fue fácil excusarse en que trabajaba hasta tarde para explicar su ausencia. El calor en aquel salón por donde los invitados circulaban, bebían y charlaban era infernal. Todo el grupo de jóvenes entre las que se incluía Vesper estaba empleado con sus respectivos abanicos mientras destripaban a la sociedad parisina con una sutileza que bien pareciera que no les cayera mal nadie. Aburrida por tales comentarios encubiertos, Mussorgskaya buscó un cigarro que llevarse a los labios, sin éxito en la búsqueda del encendedor. Sin embargo esto no fue necesario. Sin saber cómo, ni cuándo había llegado la presencia de Alexandre se cernía sobre ella iluminando su rostro por el fuego que ahora prendía su cigarro. De nuevo ese roce entre sus manos y la mirada fija en los orbes ajenos les consumieron. ¿Cómo podía sentir tantas ganas de entregarse a él? De gritar que no pertenecía a su marido sino al hombre que la salvó aquella noche y que desde entonces no había dejado de hacerlo… Muchos tildarían a la mujer de infiel y la habladuría recorrería las calles al día siguiente.
Fue el tiempo que transcurrió entre recoger sus ropas de abrigo y alcanzar la puerta lo que tardó Vesper en idear un plan para que no la acompañara a casa. No deseaba regresar, no todavía al menos. Cada minuto que pasaba con el mariscal era un aliento de vida que más tarde se ocuparía de eliminar Aleksandr, por lo que no iba a desperdiciar los momentos a su lado. Tenía consciencia de la celebración de una fiesta en casa de una de las familias rusas asentadas en París, su presencia había sido requerida por la anfitriona y su asistencia puesta en duda. Era atrevido sin duda asistir con un hombre que no era su marido, el querido y adorado Mussorgsky. Le repateaban las entrañas por saber y conocer su verdadera naturaleza macabra y tener la boca sellada por el miedo de las represalias. No conocía aún los límites de este para con ella y sus seres queridos y eso era lo que mantenía la fachada de matrimonio perfecto para todos salvo Alexandre. -Estoy invitada a la fiesta de los Ivanov, ¿querría verme allí?-No podía esperar para estar a solas con él, teniendo a la vez pánico de que llegara dicho momento. La sensación de peligro la perseguía allá donde fuera, ya por su relación conyugal o por su creciente afecto por el mariscal. Hasta que se hubo subido en el coche de caballos, Vesper se mantuvo junto al cuerpo del varón rozando con sus dedos los ajenos y recibiendo el mismo trato. Ninguno de los dos medió palabra pero no hacía falta, el baile de sus dedos hablaba por ellos.
En cuanto llegó a la fiesta fue recibida por Regina Ivanova con el afecto que se mantenían las familias rusas que se encontraban lejos del hogar. Pasaron ambas al interior del palacio donde se encontraba el resto de mujeres que enseguida preguntó por su marido, fue fácil excusarse en que trabajaba hasta tarde para explicar su ausencia. El calor en aquel salón por donde los invitados circulaban, bebían y charlaban era infernal. Todo el grupo de jóvenes entre las que se incluía Vesper estaba empleado con sus respectivos abanicos mientras destripaban a la sociedad parisina con una sutileza que bien pareciera que no les cayera mal nadie. Aburrida por tales comentarios encubiertos, Mussorgskaya buscó un cigarro que llevarse a los labios, sin éxito en la búsqueda del encendedor. Sin embargo esto no fue necesario. Sin saber cómo, ni cuándo había llegado la presencia de Alexandre se cernía sobre ella iluminando su rostro por el fuego que ahora prendía su cigarro. De nuevo ese roce entre sus manos y la mirada fija en los orbes ajenos les consumieron. ¿Cómo podía sentir tantas ganas de entregarse a él? De gritar que no pertenecía a su marido sino al hombre que la salvó aquella noche y que desde entonces no había dejado de hacerlo… Muchos tildarían a la mujer de infiel y la habladuría recorrería las calles al día siguiente.
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 30/12/2015
Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Sonrió como respuesta a la pregunta del dulce, era cierto que no era apasionado del azúcar, sino que era apasionado de la sangre dulce. Cada persona absorbía de una forma el azúcar y otras sustancias como el champagne. Para un vampiro como Alexandre, si era cierta la expresión “Lo que se come se cría”. El mariscal tan apuesto como pulcro esperó a que las ropas de abrigo se posaran sobre sus hombros, como si anunciara el paso de aquella despedida que por ninguno era deseada. Sin embargo la ligereza de la voz de aquella mujer, resultó de lo más esperanzador cuando habló de aquella reunión en la residencia Ivanov. En silencio ambos se montaron en la calesa y conscientes de la repercusión que podría tener una mujer casada de presentarse en público con otro hombre, Alexandre esperó a que bajara de la calesa ella primero. Se quedó observando a través del cristal del carruaje la noche fría y oscura que asolaba París esa noche y se hizo consciente totalmente de la situación.
Esperó el tiempo suficiente ensimismado para que Vesper albergara la idea de que el oficial se hubiera marchado, no de forma consciente, sino que el tiempo no era importante para el vampiro, lo que para un humano podía ser una eternidad para él, era sólo un suspiro. Y entró con paso lento, con una mano en la espalda haciendo que su pecho estuviera más recto de lo común. Se quitó el gorro y se pasó la mano por el pelo, con intención de adecentarlo como la ocasión merecía, fueron pocos, por no decir que sólo las mujeres se giraron para recibirlo con una amplia sonrisa. Él como buen amante que era, besó el dorso de las mujeres que se presentaban, pero al contrario que su boca, sus ojos tenían fijado el objetivo. La presencia del Vesper no pasaba desapercibida para el vampiro, de entre toda la mediocridad y la exuberante muestra de elitismo de la alta sociedad, la joven mujer con melena dorada como el sol, estaba de espaldas. Sus pasos siguieron la dirección de sus ojos justo detrás de ella y en su flanco derecho, Alexandre sacó una pitillera de oro blanco con sus iniciales grabadas, de ella sacó un cigarrillo que fue cogido por Vesper y las mujeres que estaban a su lado se separaron con lentitud. Encendió un fósforo y prendió el extremo del cigarrillo de los mismísimos labios de la mujer, sin apartar la mirada de los opuestos. Al dar la calada y toser, Alexandre llevó su mano diestra hasta el cigarrillo acariciando de forma insaciable el brazo desnudo de Vesper- Courage- pronunció fumando- Es muy atractivo ver a una mujer fumar- dijo el oficial quedándose erguido y desafiante en la mirada- Por un momento planteé la posibilidad de no entrar, pero no mi instinto me dice que no me separe de usted- le concedió en un susurro de perdición seguramente para los labios de aquella mujer, mancillada, triste y prisionera de un matrimonio sin amor – ¿Se alegra de verme?- dijo casi desesperado por un atisbo de cariño de la mujer.
Madame Bijou se acercó hasta ellos, con intención de saludarlos, aunque fuera una fiesta de familia rusa, muchos de los aristócratas de la élite parisina se encontraban en aquel salón conversando. Esta mujer enjoyada y emperifollada hasta el pelo, lucía las pieles más caras que podía encontrarse y sin duda, su excentricismo interrumpió aquella conversación tan interesante como necesaria, que ambos tenían- ¿Quién es esta criatura tan dulce, Mariscal Berthier?- preguntó haciendo una reverencia a modo de saludo. La situación crispaba a Alexandre y antes de girar y mirarla, apretó la mandíbula por el creciente mal humor que no tardó en disimular- Madame Bijou, esta es Madame Mussorskya- la educación de Vesper la predecía y la calidez de su sonrisa hacia la recién llagada aplacó el mal humor de Alexandre hasta que abrió la boca nuevamente- Oh, veo que no ha venido su marido, una pena. Creo que añadiría a la reunión alguna conversación importante- comentó sin ton ni son. La mano de Alexandre se cerró en un puño. La mandíbula se tensó lo suficiente como para ser vista por cualquiera que le mirara. No podía no ponerse celoso, sabía desde el primer momento en donde se metía al acercarse a una mujer casada, pero que aquel desdichado tuviera aquella reputación que no se merecía le hacía hervir la sangre fría que le caracterizaba- Si, es una pena. Pero Mademoiselle Mussorskya nos brinda con su presencia y es más que suficiente para alegrar el salón, ¿no le parece?- preguntó el mariscal ahora mirando con unos inquisitivos más duros de lo normal a Madame Bijou, que con una risa falsa y una reverencia más que ensayada se retiró a otro grupo.
Nuevamente Alexandre miró a Vesper a los ojos, acortando la distancia entre ellos, aunque no de forma evidente, siempre con respeto- ¿Se alegra de verme o no?- insistió, aunque hubiera sido más fácil leer el pensamiento de Vesper, le prometió que sin su consentimiento no lo haría, y era un hombre de palabra. Impaciente miró a los labios de Vesper, deseando escuchar una afirmación a su pregunta.
Esperó el tiempo suficiente ensimismado para que Vesper albergara la idea de que el oficial se hubiera marchado, no de forma consciente, sino que el tiempo no era importante para el vampiro, lo que para un humano podía ser una eternidad para él, era sólo un suspiro. Y entró con paso lento, con una mano en la espalda haciendo que su pecho estuviera más recto de lo común. Se quitó el gorro y se pasó la mano por el pelo, con intención de adecentarlo como la ocasión merecía, fueron pocos, por no decir que sólo las mujeres se giraron para recibirlo con una amplia sonrisa. Él como buen amante que era, besó el dorso de las mujeres que se presentaban, pero al contrario que su boca, sus ojos tenían fijado el objetivo. La presencia del Vesper no pasaba desapercibida para el vampiro, de entre toda la mediocridad y la exuberante muestra de elitismo de la alta sociedad, la joven mujer con melena dorada como el sol, estaba de espaldas. Sus pasos siguieron la dirección de sus ojos justo detrás de ella y en su flanco derecho, Alexandre sacó una pitillera de oro blanco con sus iniciales grabadas, de ella sacó un cigarrillo que fue cogido por Vesper y las mujeres que estaban a su lado se separaron con lentitud. Encendió un fósforo y prendió el extremo del cigarrillo de los mismísimos labios de la mujer, sin apartar la mirada de los opuestos. Al dar la calada y toser, Alexandre llevó su mano diestra hasta el cigarrillo acariciando de forma insaciable el brazo desnudo de Vesper- Courage- pronunció fumando- Es muy atractivo ver a una mujer fumar- dijo el oficial quedándose erguido y desafiante en la mirada- Por un momento planteé la posibilidad de no entrar, pero no mi instinto me dice que no me separe de usted- le concedió en un susurro de perdición seguramente para los labios de aquella mujer, mancillada, triste y prisionera de un matrimonio sin amor – ¿Se alegra de verme?- dijo casi desesperado por un atisbo de cariño de la mujer.
Madame Bijou se acercó hasta ellos, con intención de saludarlos, aunque fuera una fiesta de familia rusa, muchos de los aristócratas de la élite parisina se encontraban en aquel salón conversando. Esta mujer enjoyada y emperifollada hasta el pelo, lucía las pieles más caras que podía encontrarse y sin duda, su excentricismo interrumpió aquella conversación tan interesante como necesaria, que ambos tenían- ¿Quién es esta criatura tan dulce, Mariscal Berthier?- preguntó haciendo una reverencia a modo de saludo. La situación crispaba a Alexandre y antes de girar y mirarla, apretó la mandíbula por el creciente mal humor que no tardó en disimular- Madame Bijou, esta es Madame Mussorskya- la educación de Vesper la predecía y la calidez de su sonrisa hacia la recién llagada aplacó el mal humor de Alexandre hasta que abrió la boca nuevamente- Oh, veo que no ha venido su marido, una pena. Creo que añadiría a la reunión alguna conversación importante- comentó sin ton ni son. La mano de Alexandre se cerró en un puño. La mandíbula se tensó lo suficiente como para ser vista por cualquiera que le mirara. No podía no ponerse celoso, sabía desde el primer momento en donde se metía al acercarse a una mujer casada, pero que aquel desdichado tuviera aquella reputación que no se merecía le hacía hervir la sangre fría que le caracterizaba- Si, es una pena. Pero Mademoiselle Mussorskya nos brinda con su presencia y es más que suficiente para alegrar el salón, ¿no le parece?- preguntó el mariscal ahora mirando con unos inquisitivos más duros de lo normal a Madame Bijou, que con una risa falsa y una reverencia más que ensayada se retiró a otro grupo.
Nuevamente Alexandre miró a Vesper a los ojos, acortando la distancia entre ellos, aunque no de forma evidente, siempre con respeto- ¿Se alegra de verme o no?- insistió, aunque hubiera sido más fácil leer el pensamiento de Vesper, le prometió que sin su consentimiento no lo haría, y era un hombre de palabra. Impaciente miró a los labios de Vesper, deseando escuchar una afirmación a su pregunta.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
El humo rascando su garganta virgen en tabaco fue lo que le hizo reaccionar a tiempo para lograr cambiar el gesto de su rostro ante los demás invitados. La tensión era palpable para la pareja, pero esperaba que no fuera tan evidente para los demás. No pudo sino responderle -volveré a intentarlo otro día- cuando supo que le parecía atractivo ese gesto en una dama. ¿Qué estaba haciendo? Se volvería loca si continuaban con ese juego, ese juego que se estaba volviendo peligroso ahora a la vista de todos. Regina no les quitaba ojo y Alexandre parecía ignorar los murmullos aumentado por momentos. Ignoró su pregunta pues le parecía ridículo tener que contestar, estaba tan segura de que el vampiro sabía la respuesta que prefirió atender otros temas por el momento. -Buenas noches madame Bijou, es un placer conocerla- concedió imitando su reverencia como saludo a la mujer, miró de reojo fugazmente a Alexandre cuando esta mentó a su marido y notó la crispación en sus facciones mas nada podía hacer ella por que se sintiera mejor al respecto, tan sólo disimular por el bien de ambos, -a Aleksandr le hubiera encantado poder asistir pero me temo que está desbordado de trabajo, ya me pidió que me disculpara en su nombre ante madame Ivanova- respondió con la más inocente de las sonrisas. Aquella mujer no le agradaba en absoluto y demasiado tiempo había convivido entre fiestas de ese estilo como para saber reconocer a quienes hacían comentarios con ánimo de molestar e incomodar, madame Bijou era una de ellas. Sin embargo, siempre había que contestar con la máxima educación pues de lo contrario se tomaría como un gesto de culpabilidad y sería tremendamente peor.
Alexandre no parecía tener la misma paciencia que Vesper, pues su comentario fue bastante más brusco que el propio lo que hizo que una sonrisa triunfal se instaurara en los labios de aquella insidiosa mujer. Tras retirarse y quedarse de nuevo solos, la mirada de Vesper reprobó el comportamiento de Alexandre, -¿por qué hiciste eso?- no parecía consciente de los problemas que esa simple frase le podría acarrear a Mussorgskaya. La misma distancia que él había acortado entre ellos, ella la aumentó dando un paso atrás. Sí, se alegraba de verle, pero le iba a traer serios problemas y no estaba en condiciones de lidiar con algo así. -Esto debe acabar, consigue que me sienta culpable de algo que no he hecho. Si de verdad le importo me devolverá la paz.- la poca fuerza de voluntad que podía tener con ese hombre había salido a la luz. Ni su mirada ni sus gestos eran tan suaves como acostumbraba con él, se habían vuelto más severos y cortantes. Era la única posibilidad de que la situación no se les acabara de ir de las manos, de que no pasaran los límites del pecado.
Acto seguido abandonó la sala. Si permanecía ante él volvería a caer, se alimentaría de sus palabras y bebería de sus escasos momentos en que sus manos se rozaran. Alejarse ella era la única manera por doloroso que fuera y de verdad que rezó mentalmente mientras se iba, porque este no la siguiera. En un momento uno de los sirvientes le entregaría su abrigo y podría volver a su casa, con su marido. La punzada de dolor se repitió, se alejaba de quien la daba momentos de lucidez y felicidad solo por protegerse y por proteger a su familia, ¿sería Alexandre consciente de ello? La espera se estaba haciendo eterna en el hall de la casa, cuando –como era de esperar- este se acercó a ella de nuevo. Su posible partida a otra ciudad francesa la destrozaba por dentro, de verdad lo hacía pero ¿no era esa la oportunidad perfecta para olvidar todo lo que estaba ocurriendo entre ellos? Se dio la vuelta dejando que fuera él quien le pusiera las pieles por encima y emprendió el camino hacia la salida. Mas a medida que se alejaba el pecho rogaba que reconsiderase la decisión de dejarle ir. -¡No! Quédese…- los había condenado a ambos. Los dos sabían lo que esas palabras significaban y ya nada ni nadie podría frenar una relación a la que todos se opondrían.
Alexandre no parecía tener la misma paciencia que Vesper, pues su comentario fue bastante más brusco que el propio lo que hizo que una sonrisa triunfal se instaurara en los labios de aquella insidiosa mujer. Tras retirarse y quedarse de nuevo solos, la mirada de Vesper reprobó el comportamiento de Alexandre, -¿por qué hiciste eso?- no parecía consciente de los problemas que esa simple frase le podría acarrear a Mussorgskaya. La misma distancia que él había acortado entre ellos, ella la aumentó dando un paso atrás. Sí, se alegraba de verle, pero le iba a traer serios problemas y no estaba en condiciones de lidiar con algo así. -Esto debe acabar, consigue que me sienta culpable de algo que no he hecho. Si de verdad le importo me devolverá la paz.- la poca fuerza de voluntad que podía tener con ese hombre había salido a la luz. Ni su mirada ni sus gestos eran tan suaves como acostumbraba con él, se habían vuelto más severos y cortantes. Era la única posibilidad de que la situación no se les acabara de ir de las manos, de que no pasaran los límites del pecado.
Acto seguido abandonó la sala. Si permanecía ante él volvería a caer, se alimentaría de sus palabras y bebería de sus escasos momentos en que sus manos se rozaran. Alejarse ella era la única manera por doloroso que fuera y de verdad que rezó mentalmente mientras se iba, porque este no la siguiera. En un momento uno de los sirvientes le entregaría su abrigo y podría volver a su casa, con su marido. La punzada de dolor se repitió, se alejaba de quien la daba momentos de lucidez y felicidad solo por protegerse y por proteger a su familia, ¿sería Alexandre consciente de ello? La espera se estaba haciendo eterna en el hall de la casa, cuando –como era de esperar- este se acercó a ella de nuevo. Su posible partida a otra ciudad francesa la destrozaba por dentro, de verdad lo hacía pero ¿no era esa la oportunidad perfecta para olvidar todo lo que estaba ocurriendo entre ellos? Se dio la vuelta dejando que fuera él quien le pusiera las pieles por encima y emprendió el camino hacia la salida. Mas a medida que se alejaba el pecho rogaba que reconsiderase la decisión de dejarle ir. -¡No! Quédese…- los había condenado a ambos. Los dos sabían lo que esas palabras significaban y ya nada ni nadie podría frenar una relación a la que todos se opondrían.
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Cuando las palabras salieron de la boca de Vesper la mirada exasperada de Alexandre se relajó. Soltó un suspiro de alivio aunque sabía que no era lo correcto, estaba presionando a una mujer casada a que rompiera sus votos matrimoniales a ojos de una sociedad protocolaria y dedicada al ocio y pocos asuntos importantes. Sin embargo Alexandre intentaba liberarla aunque en la condena social estuviera, de aquel engaño que su marido le había mostrado de lo que era el amor. Atesoraba a aquella mujer, e incluso se podía decir que en ese momento de su relación, Alexandre la codiciaba, empezaba como si el día y su vida pudieran girar en torno a ella. Incluso desesperada y asustada conseguía verse deseable para él. Sabía que después de lo que Vesper había dicho en voz alta, el deseo de que no se fuera de allí era una declaración de sus sentimientos ante él. Así que la dejó marchar sabiendo que era lo correcto, pues aquella carga de emociones eran demasiado para ellos mismos y sobre todo para manifestarse en público y por primera vez, Alexandre rezó para que no se arrepintiera de lo que había dicho.
La vio marchar en su carruaje al hogar vacío de un hombre que no la apreciaba, sintiéndose egoístamente feliz al saber que ella sentía lo mismo por él.
Al día siguiente la impaciencia se había apoderado de Alexandre. No había dormido en toda la mañana, se había sepultado en una habitación con cortinas echadas y corridas y se había sumergido en una botella de alcohol. Contaba las horas y los momentos. No había recibido telegrama o carta alguna de Vesper, de reunirse ese día o no. No sabía que hacer después de lo ocurrido en la cena y empezaba a desesperarse. Su aspecto pulcro y seguro se había desvanecido, su impaciencia se confundía con hambre y buscó a alguna doncella en el palacio para beber de ella. Era lo único que le calmaba y le mantenía ocupado, no podía ocuparse del país así ni si quiera podía ocuparse de si mismo.
Estaba sentado en el sofá con el rostro hundido en sus manos, el pelo que casi siempre llevaba peinado severamente hacia atrás estaba revuelto y seco. Aún estaba desnudo en su torso después del baño que se había dado por primera vez, siendo un vampiro, el tiempo que parecía un suspiro era lento como la losa del temor que tenía de pensar que Vesper se arrepintiera y le dejara atrás. Hasta que alguien llamó a la puerta.
La cabeza de Alexandre se giró hacia ella, sus pasos se acercaron con rapidez y casi con duda y miedo abrió la única barrera que ahora le separaba de Vesper. Se quedó mirándola en silencio, como si hubiera visto un fantasma. Tan elegante y bella como siempre se quedó observándola durante unos instantes hasta que por fin alargó la mano hacia ella y en el momento de su contacto la atrajo para sí y la besó. La besó con suavidad, cerrando la puerta tras ellos, cogiendo su rostro con ambas manos y buscando la humedad de su lengua, la lucha por sus labios y por ver cual quedaba por encima del otro. La sangre y el nerviosismo de Vesper aceleró su ritmo cardíaco que Alexandre intentó relajar estrechándola entre sus brazos ahora, deslizándolos desde su rostro hasta sus hombros y finalmente abarcar su espalda. A modo de protección. No quería separarse de ella, no podía. Quería alargar ese beso, estaba enganchado a su respiración entrecortada, a su calidez. A sus besos húmedos y la ansiedad que le entraba al querer desprenderla de aquel vestido que llevaba y pecar. Pecar de todas las formas, recorrer cada centímetro de su cuerpo, de su piel. Absorber y memorizar cada poro de su piel con vehemencia y sed. Pero siguió besándola.
Las palabras sobraban si estaba ella allí, había dicho más con su presencia que cualquier otra cosa que hubieran podido decir. Nada más romántico que las ganas de hacerla el amor, de que sus manos ávidas y firmes recorrieran con fuerza la curva de sus labios, de su cintura y su cuerpo. La cogió por los muslos haciendo que las piernas ajenas envolvieran su cintura y sin cesar los besos la llevó hasta la cama donde la dejó caer con delicadeza y él sobre ella.
La vio marchar en su carruaje al hogar vacío de un hombre que no la apreciaba, sintiéndose egoístamente feliz al saber que ella sentía lo mismo por él.
Al día siguiente la impaciencia se había apoderado de Alexandre. No había dormido en toda la mañana, se había sepultado en una habitación con cortinas echadas y corridas y se había sumergido en una botella de alcohol. Contaba las horas y los momentos. No había recibido telegrama o carta alguna de Vesper, de reunirse ese día o no. No sabía que hacer después de lo ocurrido en la cena y empezaba a desesperarse. Su aspecto pulcro y seguro se había desvanecido, su impaciencia se confundía con hambre y buscó a alguna doncella en el palacio para beber de ella. Era lo único que le calmaba y le mantenía ocupado, no podía ocuparse del país así ni si quiera podía ocuparse de si mismo.
Estaba sentado en el sofá con el rostro hundido en sus manos, el pelo que casi siempre llevaba peinado severamente hacia atrás estaba revuelto y seco. Aún estaba desnudo en su torso después del baño que se había dado por primera vez, siendo un vampiro, el tiempo que parecía un suspiro era lento como la losa del temor que tenía de pensar que Vesper se arrepintiera y le dejara atrás. Hasta que alguien llamó a la puerta.
La cabeza de Alexandre se giró hacia ella, sus pasos se acercaron con rapidez y casi con duda y miedo abrió la única barrera que ahora le separaba de Vesper. Se quedó mirándola en silencio, como si hubiera visto un fantasma. Tan elegante y bella como siempre se quedó observándola durante unos instantes hasta que por fin alargó la mano hacia ella y en el momento de su contacto la atrajo para sí y la besó. La besó con suavidad, cerrando la puerta tras ellos, cogiendo su rostro con ambas manos y buscando la humedad de su lengua, la lucha por sus labios y por ver cual quedaba por encima del otro. La sangre y el nerviosismo de Vesper aceleró su ritmo cardíaco que Alexandre intentó relajar estrechándola entre sus brazos ahora, deslizándolos desde su rostro hasta sus hombros y finalmente abarcar su espalda. A modo de protección. No quería separarse de ella, no podía. Quería alargar ese beso, estaba enganchado a su respiración entrecortada, a su calidez. A sus besos húmedos y la ansiedad que le entraba al querer desprenderla de aquel vestido que llevaba y pecar. Pecar de todas las formas, recorrer cada centímetro de su cuerpo, de su piel. Absorber y memorizar cada poro de su piel con vehemencia y sed. Pero siguió besándola.
Las palabras sobraban si estaba ella allí, había dicho más con su presencia que cualquier otra cosa que hubieran podido decir. Nada más romántico que las ganas de hacerla el amor, de que sus manos ávidas y firmes recorrieran con fuerza la curva de sus labios, de su cintura y su cuerpo. La cogió por los muslos haciendo que las piernas ajenas envolvieran su cintura y sin cesar los besos la llevó hasta la cama donde la dejó caer con delicadeza y él sobre ella.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
Sentía una presión brutal en el pecho, presión que no se le pasó en toda la noche que apenas pudo dormir. Sabía que Aleksandr no estaba en casa pero aún así la mera posibilidad de que regresara y la encontrara en ese estado de nerviosismo le suponía a la joven un malestar mayor aún del que ya la consumía. La velada con Alexandre había sido maravillosa pero no libre de riesgos y es que la presencia de ambos en aquella fiesta había levantado las sospechas de más de una de las mujeres allí presentes. Los murmullos les habían acompañado hasta su salida, y eso no tardaría en llegar a oídos de su marido si no era capaz de acallarlos antes. La promesa había sido que ella fingía ser la esposa perfecta y enamorada en público y él no tocaría a su familia, era solo una pieza más de un estudiado juego para el vampiro. Todo en su vida era como un escenario con una perfecta decoración que tapaba todos los entresijos de su vida real. Vesper podría haber actuado mucho mejor si no hubiera conocido al mariscal, pero no podía negar que los sentimientos por él crecían con cada encuentro y eso hacía que su vida se tornara aún más complicada. Este le había prometido seguridad si llegaba a abandonar a Aleksandr pero no le conocía, no sabía nada sobre él y su falta de escrúpulos o límites, era un hombre sin valores y con alguien así nunca se podía salir victorioso. El mariscal de Francia, al menos de momento, debería conformarse con lo poco que Vesper le podía entregar, pocos momentos a solas y saber cuáles eran sus sentimientos por él.
Al día siguiente valoró todas las opciones posibles respecto a su amante. Lo primero que pensó fue en no volver a verle, en dejar que creyera que todo había sido falso y que buscara en otra el amor y la vida que ella no podía darle; idea que descartó por el dolor que sintió de tan solo pensarlo. Más tarde comenzó a redactar una carta, que acabó quemando al recordar que todos en aquella casa temían demasiado a su marido como para dejar salir una carta de la señora sin ser revisada. Paseó nerviosa por la habitación y acabó pidiendo que prepararan a su yegua. Si solicitaba un coche, sería el mismo cochero quien se enterara de a dónde se dirigía y estaría en la misma situación, por lo que cabalgaría por zonas poco transitadas hasta llegar a Versalles. Mavra era la yegua en que más confiaba y a pesar de lo vistosa y llamativa que resultaba, sabía que con ella llegaría antes que con cualquier caballo de la familia Mussorgsky. Una manta negra tapaba casi todo el lomo del animal por debajo de la silla de montar y la capa con que Vesper se había cubierto tapaba desde la cabeza de la joven hasta los cuartos traseros del animal, por lo que ambas iban medianamente protegidas de miradas curiosas. Conocía el camino hacia la entrada del palacio mas no hasta la habitación del oficial por lo que una vez allí solicitó tanto que llevaran su montura al establo como que se le condujera a ver a aquel hombre. Agradeció no tener que dar explicaciones sobre el motivo que la había llevado hasta la estancia de Alexandre y una vez sola frente a la puerta hizo sonar los nudillos contra la madera.
Los pasos no se hicieron esperar y ante ella apareció la figura de un Alexandre bastante distinto al que ella había conocido. El pelo desordenado, el pecho descubierto y el claro desorden del interior. Se retiró la capucha y se dejó arrastrar al interior de la estancia dejándose llevar por ese beso que tanto había deseado. Los nervios le impedían actuar con todo el control que hubiera deseado y estaba segura de que él notaba ese estado en ella, pues inmediatamente después del beso la estrechó de una manera que nadie jamás la hubo abrazado. Le necesitaba. No podía estar más segura de lo que sentía por él, al igual que no podía estar más segura de lo que él sentía por ella. Ambos estaban condenados a una vida de mentiras y engaños, de vivir ocultos y verse a escondidas pero nada parecía importar ahora que estaban juntos y a salvo en Versalles. Al contrario de lo que le había pasado con Aleksandr, con él cuanto más le conocía más confiaba en él y más deseaba compartir un futuro a su lado. Creía al mismo ritmo el amor y el deseo y no podía negarle que esos besos no eran mezcla de ambas cosas, no temía nada de lo que este pudiera hacerle y la mera idea de entregarse a él le parecía atractiva y morbosa. Ya en la cama, la pesadez del vestido estorbaba así como la poca ropa que Alexandre tenía aún puesta. La visión de la entrepierna del pantalón de este henchida hizo gemir a la joven que peleó con sus ropajes hasta que estos cayeron al suelo y tan solo tenía la fina camisola y bombachos que hacían las veces de ropa interior a las jóvenes de su posición social.
Tiró del cuerpo de Alex hacía ella y ya más segura de sí misma, aunque aún inexperta en esos temas, deslizó la mano por el interior del pantalón ajeno acariciando el miembro de este sin dejar de besarlo. No había palabras para expresar cuán diferente se sentía hacer el amor a ser obligada a tener sexo por el hecho de estar casada. Se sentía tan excitada como nunca en su vida y ese hombre de momento no había hecho más que besarla. El contacto con su piel, las caricias sobre su erección eran más que suficientes para hacer que ella misma estuviera lista para recibirle y eso aumentaba su ritmo cardíaco y la desinhibía por momentos. -Quiero sentirte de todas las maneras posibles-, fue lo único que atinó a decirle cuando este había descendido la línea de besos por su cuello y escote.
Al día siguiente valoró todas las opciones posibles respecto a su amante. Lo primero que pensó fue en no volver a verle, en dejar que creyera que todo había sido falso y que buscara en otra el amor y la vida que ella no podía darle; idea que descartó por el dolor que sintió de tan solo pensarlo. Más tarde comenzó a redactar una carta, que acabó quemando al recordar que todos en aquella casa temían demasiado a su marido como para dejar salir una carta de la señora sin ser revisada. Paseó nerviosa por la habitación y acabó pidiendo que prepararan a su yegua. Si solicitaba un coche, sería el mismo cochero quien se enterara de a dónde se dirigía y estaría en la misma situación, por lo que cabalgaría por zonas poco transitadas hasta llegar a Versalles. Mavra era la yegua en que más confiaba y a pesar de lo vistosa y llamativa que resultaba, sabía que con ella llegaría antes que con cualquier caballo de la familia Mussorgsky. Una manta negra tapaba casi todo el lomo del animal por debajo de la silla de montar y la capa con que Vesper se había cubierto tapaba desde la cabeza de la joven hasta los cuartos traseros del animal, por lo que ambas iban medianamente protegidas de miradas curiosas. Conocía el camino hacia la entrada del palacio mas no hasta la habitación del oficial por lo que una vez allí solicitó tanto que llevaran su montura al establo como que se le condujera a ver a aquel hombre. Agradeció no tener que dar explicaciones sobre el motivo que la había llevado hasta la estancia de Alexandre y una vez sola frente a la puerta hizo sonar los nudillos contra la madera.
Los pasos no se hicieron esperar y ante ella apareció la figura de un Alexandre bastante distinto al que ella había conocido. El pelo desordenado, el pecho descubierto y el claro desorden del interior. Se retiró la capucha y se dejó arrastrar al interior de la estancia dejándose llevar por ese beso que tanto había deseado. Los nervios le impedían actuar con todo el control que hubiera deseado y estaba segura de que él notaba ese estado en ella, pues inmediatamente después del beso la estrechó de una manera que nadie jamás la hubo abrazado. Le necesitaba. No podía estar más segura de lo que sentía por él, al igual que no podía estar más segura de lo que él sentía por ella. Ambos estaban condenados a una vida de mentiras y engaños, de vivir ocultos y verse a escondidas pero nada parecía importar ahora que estaban juntos y a salvo en Versalles. Al contrario de lo que le había pasado con Aleksandr, con él cuanto más le conocía más confiaba en él y más deseaba compartir un futuro a su lado. Creía al mismo ritmo el amor y el deseo y no podía negarle que esos besos no eran mezcla de ambas cosas, no temía nada de lo que este pudiera hacerle y la mera idea de entregarse a él le parecía atractiva y morbosa. Ya en la cama, la pesadez del vestido estorbaba así como la poca ropa que Alexandre tenía aún puesta. La visión de la entrepierna del pantalón de este henchida hizo gemir a la joven que peleó con sus ropajes hasta que estos cayeron al suelo y tan solo tenía la fina camisola y bombachos que hacían las veces de ropa interior a las jóvenes de su posición social.
Tiró del cuerpo de Alex hacía ella y ya más segura de sí misma, aunque aún inexperta en esos temas, deslizó la mano por el interior del pantalón ajeno acariciando el miembro de este sin dejar de besarlo. No había palabras para expresar cuán diferente se sentía hacer el amor a ser obligada a tener sexo por el hecho de estar casada. Se sentía tan excitada como nunca en su vida y ese hombre de momento no había hecho más que besarla. El contacto con su piel, las caricias sobre su erección eran más que suficientes para hacer que ella misma estuviera lista para recibirle y eso aumentaba su ritmo cardíaco y la desinhibía por momentos. -Quiero sentirte de todas las maneras posibles-, fue lo único que atinó a decirle cuando este había descendido la línea de besos por su cuello y escote.
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
En ese momento el tiempo parecía detenerse. La chimenea que casi siempre estaba encendida bailaba con furor iluminando la estancia y arrojando la calidez que Alexandre con su cuerpo quitaba. El vestido de Vesper decoraba el suelo entre el caos y el desorden que había causado la ansiedad de la espera, y las manos de Alexandre descansaban sobre el cuerpo de aquella mujer, tan pecadora como él, recorriendo con suavidad cada poro y centímetro de su cuerpo. Su erección era palpable y las caricias de Vesper sobre ella no hacían más que acenuarlo, haciendo que el deseo le cegara por completo y abandonara su mente al momento. Sobre la cama besó los labios ajenos, mientras apoyaba el peso en su brazo izquierdo y con el derecho desnudaba la poca ropa que le quedaba a esa joven afrodita. Se colocó entre sus piernas y descansó su cuerpo sobre ella, deleitándose con sus labios, sin poder evitar, de forma instintiva, un movimiento con su cadera, reflejo de que quería penetrarla. Sin embargo aún continuaba el roce sobre su ropa interior mojada por la humedad de Vesper al roce de ambos.
Su boca que se había entretenido bailando con su lengua se deslizó de forma segura por el cuello de Vesper, sus brazos ahora aguantaban sus muñecas y a medida que iba bajando la diestra atesoró uno de sus pechos para apuntar con su pezón directamente a su boca y como si fuera un manjar lo beso, lo acarició con la punta de la lengua y empezó a succionar de ellos. Primero de forma suave, casi nimio el contacto que agradecidos empezaron a hincharse y a estar duros, algo que la lengua de Alexandre agradeció y empezó a perfilar desde las aureolas de sus pezones hasta el centro exacto de ellos para después morderlos. Una vez tenía atrapado su pezón entre los dientes siguió lamiéndolos junto a la presión para dejarlos descansar en un final, en el que palpitaban tanto como su entrepierna. Mientras tanto escuchaba el ronroneo y los gemidos de Vesper y como se retorcía de placer excitándole, si cabía aún más.
En el recorrido de su cuerpo bajó, con avidez, pasando por su tripa blanquecina y tersa, se entretuvo con un beso dulce sobre su ombligo y el peso de su cuerpo dejó de estar sobre ella. Abrió las piernas de Vesper y se colocó entre ellas encontrándose de lleno con su sexo, abierto y húmedo para él. Besó esta vez desde sus gemelos finos y menudos, hasta el interior de sus muslos besando sus ingles y viendo como aquello provocaba un cosquilleo que hizo tambalear sus piernas. Alexandre las abrió un poco más y llevó su mano diestra hacia el interior, acarició su clítoris en círculos pequeños, por encima para después introducirlos poco a poco en el interior de Vesper, sin poder evitar mirar hacia arriba para ver la mueca de placer que protagonizaba el rostro de aquella mujer. Los preliminares la estaban preparando, pero estaba tan excitado que no veía el momento de poder estar en ella y hacerla su mujer. De llenó sumergió su boca entre sus muslos buscando el beso húmedo de su sexo y comenzó a acariciar de la misma forma que hizo con sus pezones su sexo, pero esta vez aumentando la presión y el ritmo de su lengua.
Las piernas de Vesper se cerraron sobre su cabeza, las manos que agarraban en frenesí las sábanas o su pelo, no hacían más que excitarle y mientras estaba concentrando en el sexo oral que le daba, Alexandre decidió desprenderse de su ropa interior humedecida y dejando libre su erección- Estás riquísima…Diosa- dijo porque así era. La mismísima afrodita estaba gimiendo por y para él. Lamía y recorría su cuerpo de forma frenética y una vez consideró que estaba lista, de nuevo se colocó entre sus piernas, colocó con sus manos la entrada de su erección al cuerpo de Vesper y empujó la cadera jadeando por cómo aquel estrecho y húmedo rincón le recibía con un gemido ahogado por una respiración entrecortada. Alexandre se acercó a mirar sus ojos y empujó con la cadera para penetrarla completamente. Jadeó y cerró los ojos para concentrarse en aquella sensación que deseaba que no quería que acabara y siguió así una y otra vez. Las uñas y manos de Vesper apresaron su espalda, la arañaron en cada embestida y los preliminares y la delicadeza se quedaron obsoletos. Alexandre salió de ella y se dejó caer a un lado, pasó su brazo por debajo del cuello de Vesper y la atrajo contra él para volver a besarla. Sabiendo que entre jadeos las manos de Vesper le buscarían. La atrajo más hacia él tirando de ella, haciendo que se colocara ahora encima. Notó como sus manos se apoyaban sobre su pecho mientras ella se preparaba para montarle. Sintió de nuevo la suavidad y la humedad, cada vez más palpable de Vesper y esta vez, ella al hundirse sobre él. La penetración fue aún más profunda. Alexandre rodeó la espalda de Vesper y moviendo la cadera comenzó a penetrarla más rápidamente, sin dejar de prestar atención a su boca. Cuando se detuvo a que Vesper se recompusiera sobre él, seguramente para estirar la espalda. Alexandre que no podía soportar alejarse de su boca, se recostó, aún sin salir de ella, la besó los labios, su cuello, sus pezones, esta vez con más brío y posando sus manos sobre su culo, la atrajo contra él, ayudando a la penetración. Cerró los ojos nuevamente y se centró en su tacto y los incipientes gemidos de Vesper que anunciaban un éxtasis, algo que Alexandre seguramente no podía soportar- Si gimes así estoy perdido..- le gruñó casi mientras ella pasaba del gemido al grito y del grito al silencio por el orgasmo. De la misma manera que él, cuánto más aclaraba más escuchaba la excitación de Vesper lo hacía de igual manera y seguramente cuando sintiera el orgasmo de ella terminaría corriéndose. Y así fue. Notó como Vesper jadeaba mientras su humedad inundaba por completo el miembro de Alexandre. El interior de Vesper se cerraba inconscientemente sobre él haciendo que cada contracción apretara la embestida y por consiguiente fuera más placentero no pudiendo soportarlo más, Alexandre se corrió. La miró a los ojos y el orgasmo le tensó todos los músculos del cuerpo mientras gemía para abarcar derrotado sobre el pecho de Vesper. Aún sentados en la cama y con Vesper sobre él, se quedó ahí- No quiero salir de ti- le dijo aún ebrio de placer y besando su cuello hasta llegar a su boca.
Su boca que se había entretenido bailando con su lengua se deslizó de forma segura por el cuello de Vesper, sus brazos ahora aguantaban sus muñecas y a medida que iba bajando la diestra atesoró uno de sus pechos para apuntar con su pezón directamente a su boca y como si fuera un manjar lo beso, lo acarició con la punta de la lengua y empezó a succionar de ellos. Primero de forma suave, casi nimio el contacto que agradecidos empezaron a hincharse y a estar duros, algo que la lengua de Alexandre agradeció y empezó a perfilar desde las aureolas de sus pezones hasta el centro exacto de ellos para después morderlos. Una vez tenía atrapado su pezón entre los dientes siguió lamiéndolos junto a la presión para dejarlos descansar en un final, en el que palpitaban tanto como su entrepierna. Mientras tanto escuchaba el ronroneo y los gemidos de Vesper y como se retorcía de placer excitándole, si cabía aún más.
En el recorrido de su cuerpo bajó, con avidez, pasando por su tripa blanquecina y tersa, se entretuvo con un beso dulce sobre su ombligo y el peso de su cuerpo dejó de estar sobre ella. Abrió las piernas de Vesper y se colocó entre ellas encontrándose de lleno con su sexo, abierto y húmedo para él. Besó esta vez desde sus gemelos finos y menudos, hasta el interior de sus muslos besando sus ingles y viendo como aquello provocaba un cosquilleo que hizo tambalear sus piernas. Alexandre las abrió un poco más y llevó su mano diestra hacia el interior, acarició su clítoris en círculos pequeños, por encima para después introducirlos poco a poco en el interior de Vesper, sin poder evitar mirar hacia arriba para ver la mueca de placer que protagonizaba el rostro de aquella mujer. Los preliminares la estaban preparando, pero estaba tan excitado que no veía el momento de poder estar en ella y hacerla su mujer. De llenó sumergió su boca entre sus muslos buscando el beso húmedo de su sexo y comenzó a acariciar de la misma forma que hizo con sus pezones su sexo, pero esta vez aumentando la presión y el ritmo de su lengua.
Las piernas de Vesper se cerraron sobre su cabeza, las manos que agarraban en frenesí las sábanas o su pelo, no hacían más que excitarle y mientras estaba concentrando en el sexo oral que le daba, Alexandre decidió desprenderse de su ropa interior humedecida y dejando libre su erección- Estás riquísima…Diosa- dijo porque así era. La mismísima afrodita estaba gimiendo por y para él. Lamía y recorría su cuerpo de forma frenética y una vez consideró que estaba lista, de nuevo se colocó entre sus piernas, colocó con sus manos la entrada de su erección al cuerpo de Vesper y empujó la cadera jadeando por cómo aquel estrecho y húmedo rincón le recibía con un gemido ahogado por una respiración entrecortada. Alexandre se acercó a mirar sus ojos y empujó con la cadera para penetrarla completamente. Jadeó y cerró los ojos para concentrarse en aquella sensación que deseaba que no quería que acabara y siguió así una y otra vez. Las uñas y manos de Vesper apresaron su espalda, la arañaron en cada embestida y los preliminares y la delicadeza se quedaron obsoletos. Alexandre salió de ella y se dejó caer a un lado, pasó su brazo por debajo del cuello de Vesper y la atrajo contra él para volver a besarla. Sabiendo que entre jadeos las manos de Vesper le buscarían. La atrajo más hacia él tirando de ella, haciendo que se colocara ahora encima. Notó como sus manos se apoyaban sobre su pecho mientras ella se preparaba para montarle. Sintió de nuevo la suavidad y la humedad, cada vez más palpable de Vesper y esta vez, ella al hundirse sobre él. La penetración fue aún más profunda. Alexandre rodeó la espalda de Vesper y moviendo la cadera comenzó a penetrarla más rápidamente, sin dejar de prestar atención a su boca. Cuando se detuvo a que Vesper se recompusiera sobre él, seguramente para estirar la espalda. Alexandre que no podía soportar alejarse de su boca, se recostó, aún sin salir de ella, la besó los labios, su cuello, sus pezones, esta vez con más brío y posando sus manos sobre su culo, la atrajo contra él, ayudando a la penetración. Cerró los ojos nuevamente y se centró en su tacto y los incipientes gemidos de Vesper que anunciaban un éxtasis, algo que Alexandre seguramente no podía soportar- Si gimes así estoy perdido..- le gruñó casi mientras ella pasaba del gemido al grito y del grito al silencio por el orgasmo. De la misma manera que él, cuánto más aclaraba más escuchaba la excitación de Vesper lo hacía de igual manera y seguramente cuando sintiera el orgasmo de ella terminaría corriéndose. Y así fue. Notó como Vesper jadeaba mientras su humedad inundaba por completo el miembro de Alexandre. El interior de Vesper se cerraba inconscientemente sobre él haciendo que cada contracción apretara la embestida y por consiguiente fuera más placentero no pudiendo soportarlo más, Alexandre se corrió. La miró a los ojos y el orgasmo le tensó todos los músculos del cuerpo mientras gemía para abarcar derrotado sobre el pecho de Vesper. Aún sentados en la cama y con Vesper sobre él, se quedó ahí- No quiero salir de ti- le dijo aún ebrio de placer y besando su cuello hasta llegar a su boca.
Alexandre Berthier- Vampiro Clase Alta
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Re: En la condena reside mi salvación || Alexandre Berthier
* Horas después *
La noche había transcurrido entre besos, caricias, sexo y confesiones. Esa era la relación que Vesper quería mantener durante toda su vida y no en la que ella misma se había metido y jurado ante Dios. Hasta el momento no había detalle de la personalidad de Alexandre que le desagradara a la rubia y todo lo que hacía por ella era un auténtico regalo. Se sentía querida y deseada, que ya era más de lo que podía decir de su marido y aunque estaba convencida de que iría al infierno por pecar de aquella manera confiaba en que Dios se apiadara de su alma sabiendo todo lo que estaba sufriendo por culpa de su casamiento.
Horas habían pasado desde el último beso que se habían dado antes de caer dormida, no sabía si Alexandre también habría sido vencido por Morfeo o si, en cambio, había resistido despierto un rato más. La luz ya se podía apreciar entrando por la ventana, tras las gruesas cortinas que el vampiro tenía siempre cerradas cubriendo los ventanales. Se sentó en la cama y cubrió su torso con la sábana que él no retenía, fue así como se puso a pensar en todo lo que se perderían ambos del mundo tanto por Aleksandr como por el sol, y sintió un tremendo pesar. Los paseos los domingos por la mañana, tomar un helado en un parque, montar a caballo por las laderas de las afueras y hacer un picnic… Sentía que algo había hecho demasiado mal como para recibir ahora tan solo a vampiros en su vida.
Suspiró y miró al hombre que aún descansaba a su lado. Le quería, nunca se lo había dicho pero así era. Apartó todos aquellos pensamientos negativos de su mente y se dedicó a acariciar el rostro ajeno, a enmarcar sus rasgos con los dedos y retirar el pelo revuelto de su cara. Enrojeció al recordar todo el sexo de la noche anterior y sintió su interior estremecerse, ¿podía ser que tuviera agujetas? Así lo parecía. Rió y salió de la cama en busca del cuarto de baño donde asearse antes de regresar a su lado. Sin hacer ruido le dejó solo y se dedicó a lavarse y relajarse un rato a solas, el vampiro parecía tener de todo en aquella instancia, todo tipo de jabones e incluso sales perfumadas, cosa que le extrañó a la rusa pero lo agradeció a la hora del baño. Una vez terminó y se secó cogió una de las camisas ajenas y se sentó en su lado de la cama mirándole una vez más, parecía dormir tan profundamente como un bebé y esa visión le enternecía. -Alexandre…-, contuvo la risa al ver que no había tenido éxito y continuó susurrando su nombre mientras acariciaba el torso ajeno hasta que este pareció reaccionar. -Buenos días-, saludó impidiéndole hablar sellando sus besos con un rápido beso. -Me he dado un baño y te he cogido una camisa prestada, espero que no te moleste.-
El abrazo de Alexandre la tomó por sorpresa y reprimió un grito cuando la tumbó junto a él de nuevo en la cama. Se podría acostumbrar a aquello. -Lamento decir esto pero debo irme, tengo que trabajar-, sabía que sería duro para ambos despedirse después de esa noche y con todas las ganas renovadas de pasar tiempo juntos pero no podía perder su empleo, era lo único que la mantenía cuerda día tras día. Después de una lucha que se le antojó eterna, entre ambos en la cama, Vesper acabó por sacar fuerza de voluntad para ir a vestirse y peinarse debidamente. -¿Pasarás por el banco algún día?-, preguntó ya en la puerta. No soportaba la idea de dejar de verle y deseaba que el próximo encuentro fuera lo antes posible.
* Tema finalizado *
Marla Van Driesten- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 30/12/2015
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