AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Taming of the Shrew | Privado
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The Taming of the Shrew | Privado
«Las peores bestias, ante Alá, son los infieles»
El Corán
El Corán
El relámpago develó, por un instante, una figura humana. La lluvia caía con fuerza, obstruyéndole los sentidos y dificultándole los movimientos. Había un intruso, y no se entrometería en su camino. Esperó detrás del roble, sin mover siquiera su pecho. A escasos metros, un vampiro neófito, fuera de control, se daba un festín tétrico; el olor de la sangre se mezclaba con el del barro y el de hierba mojada. El cuerpo de Olympia estaba perfectamente pegado al tronco, fundiéndose y confundiéndose. Parte de su entrenamiento, era volverse una sola unidad con la naturaleza, y quizá esa era la etapa más difícil de su trabajo. Clavar un cuchillo, jalar un gatillo, cualquiera podía hacerlo, pero el verdadero arte estaba en las formas, en el sigilo y la liviandad del cuerpo que seguía el ritmo del viento, que se ocultaba tras los arbustos, que se recostaba sobre la tierra, que armonizaba con los ríos. Hacía tiempo que no la contrataban para asesinar a una bestia, y debía hacerle honor a la verdad: estaba cansada de los ajustes de cuentas y los amantes infieles. Desde su cuerpo hasta su alma respondían de forma diferente cuando se trataba de un sobrenatural, como si fuera la primera vez, como si fuera la última. Esa era ella, esa era la esencia de los El-Gohary. Cuando acababa con un inmortal, sentía que le devolvía parte de la vida a su familia.
La tormenta eléctrica le brindaba momentos de luz, y su posición, en un sitio escasamente elevado, le otorgaba cierta ventaja, no sólo sobre su competidor, sino sobre el neófito, que concentrado en su presa, no se había percatado de la presencia de quien le iba a dar muerte. Pero lo importante, en ese momento, era eliminar a aquel que amenazaba su labor. No le gustaba compartir su recompensa y que, por aquel trabajo, sería onerosa. Exhaló lentamente, sin provocar ni el más mínimo cambio en su postura. Nadie creería que la parsimonia con la que se plantaba, era tan distante a la ebullición en su interior. Necesitaba del frenesí de la batalla, lo añoraba. El vampiro sería una víctima fácil, los recién convertidos no le solían dar demasiada dificultad, y confiaba en sus habilidades para terminar su trabajo con rapidez. La lluvia no cesaba, y estaba incómoda con el negro traje de cuero mojado, adherido por completo a su piel. Y si bien era una prenda flexible y adecuada, pues ella misma la había confeccionado, no contaba con que esa noche se desatara una tormenta. Lo que más le molestaba era el cabello, que aunque lo llevaba atado en un rodete tirante, el peso del agua había comenzado a aflojarlo.
Encontró el momento que había estado esperando. El intruso se había posicionado; no le sería difícil llegar a él. Cuando la oscuridad regresó tras un intenso refusilo, con destreza felina, sorteó árboles, arbustos y pozos, hasta finalmente colocarse detrás del hombre. Era alto, bastante más que ella, y había evaluado sus posibilidades durante todo el trayecto. En cuestión de un instante, tenía atrapada la garganta y parte de la mandíbula del extraño con la parte interna del codo, y ayudaba a la presión con el otro brazo. Lo había obligado a inclinarse lo suficiente para quedar en una posición incómoda, aunque Olympia era consciente de los riesgos; si no era un improvisado, tendría varias armas, y con cualquiera de ellas podría hacerle daño. Procuró mantener el abdomen alejado; un corte a tan acotada distancia, sería letal. Comprimió un poco más, el siguiente movimiento sería quebrarle el cuello. La lluvia le golpeaba el rostro y, seguramente, le dificultaría aún más poder respirar con normalidad.
—Sabes que si presiono un poco más, estás muerto —le hablaba cerca del oído, aunque sin rozarle siquiera el rostro. Olympia era una dama letal, y estaba tratándolo con condescendencia. Sabía que eso podía costarle caro, pero tenía máximas de las cuales no podía despegarse, aún en situaciones límite, como la que se le estaba presentado. Asesinar sin motivos aparentes, no era su estilo. Que Alá la hiciese arder en el mármol del Infierno si cometía un pecado semejante —Te doy la oportunidad de que me digas quién eres y quién te contrató —si bien era común que se pidiera el servicio de varios cazadores, el caballero que había solicitado el suyo, le había prometido exclusividad.
La tormenta eléctrica le brindaba momentos de luz, y su posición, en un sitio escasamente elevado, le otorgaba cierta ventaja, no sólo sobre su competidor, sino sobre el neófito, que concentrado en su presa, no se había percatado de la presencia de quien le iba a dar muerte. Pero lo importante, en ese momento, era eliminar a aquel que amenazaba su labor. No le gustaba compartir su recompensa y que, por aquel trabajo, sería onerosa. Exhaló lentamente, sin provocar ni el más mínimo cambio en su postura. Nadie creería que la parsimonia con la que se plantaba, era tan distante a la ebullición en su interior. Necesitaba del frenesí de la batalla, lo añoraba. El vampiro sería una víctima fácil, los recién convertidos no le solían dar demasiada dificultad, y confiaba en sus habilidades para terminar su trabajo con rapidez. La lluvia no cesaba, y estaba incómoda con el negro traje de cuero mojado, adherido por completo a su piel. Y si bien era una prenda flexible y adecuada, pues ella misma la había confeccionado, no contaba con que esa noche se desatara una tormenta. Lo que más le molestaba era el cabello, que aunque lo llevaba atado en un rodete tirante, el peso del agua había comenzado a aflojarlo.
Encontró el momento que había estado esperando. El intruso se había posicionado; no le sería difícil llegar a él. Cuando la oscuridad regresó tras un intenso refusilo, con destreza felina, sorteó árboles, arbustos y pozos, hasta finalmente colocarse detrás del hombre. Era alto, bastante más que ella, y había evaluado sus posibilidades durante todo el trayecto. En cuestión de un instante, tenía atrapada la garganta y parte de la mandíbula del extraño con la parte interna del codo, y ayudaba a la presión con el otro brazo. Lo había obligado a inclinarse lo suficiente para quedar en una posición incómoda, aunque Olympia era consciente de los riesgos; si no era un improvisado, tendría varias armas, y con cualquiera de ellas podría hacerle daño. Procuró mantener el abdomen alejado; un corte a tan acotada distancia, sería letal. Comprimió un poco más, el siguiente movimiento sería quebrarle el cuello. La lluvia le golpeaba el rostro y, seguramente, le dificultaría aún más poder respirar con normalidad.
—Sabes que si presiono un poco más, estás muerto —le hablaba cerca del oído, aunque sin rozarle siquiera el rostro. Olympia era una dama letal, y estaba tratándolo con condescendencia. Sabía que eso podía costarle caro, pero tenía máximas de las cuales no podía despegarse, aún en situaciones límite, como la que se le estaba presentado. Asesinar sin motivos aparentes, no era su estilo. Que Alá la hiciese arder en el mármol del Infierno si cometía un pecado semejante —Te doy la oportunidad de que me digas quién eres y quién te contrató —si bien era común que se pidiera el servicio de varios cazadores, el caballero que había solicitado el suyo, le había prometido exclusividad.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/01/2015
Re: The Taming of the Shrew | Privado
“His cloak was his crowning glory; sable, thick and black and soft as sin.”
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
¿Qué conducía a una madre a contratar a un hombre como él para acabar con su propio hijo? Era una interesante pregunta que el cazador se hacía constantemente esa noche, que a cada paso que daba, se repetía insistente en su cabeza. Pero sabía que si quería hacer bien su trabajo, no debía darle importancia. Los detalles eran tan pocos como de costumbre, no sabía bajo qué términos aquel chiquillo había terminado por decepcionar a su progenitora, lo único relevante era la misión per se. No le interesaba saber más allá de lo que le resultara útil, y de aquel modo, se aventuró a seguir los pasos del vampiro neófito. El hijo de la mujer que había requerido sus servicios.
Un hijo sin una madre es un huérfano, pero una madre sin su hijo no es nada. Maldijo para sus adentros. La lluvia comenzó como una llovizna tenue que en principio no le significó gran obstáculo, pero pronto arreció hasta hacerlo todo más complicado. El suelo ahora estaba fangoso, la visibilidad entorpecida y el frío calaba los huesos, haciéndolo más lento. Debía ejecutar esto con prontitud y no volver a pensar en el asunto. Sin embargo, cuando estuvo cerca del descontrolado vampiro, supo que no estaba solo. Que no era el único en pos de la presa. Por cómo se movía esa otra presencia, adivinó que sería una mujer joven. Sopesó sus posibilidades, anularla a ella y luego al sobrenatural o continuar como hasta ahora. Creyó que debía rozar los límites antes de actuar. Si iba a por el otro cazador, podía delatarlo con el chupasangre.
Seguirle los pasos, a un vampiro tan joven, incluso bajo ese clima no era nada complicado. Usualmente eran descuidados, conducidos por sus impulsos. Se creían los dueños del mundo y era ahí donde fallaban. Quizá, con un poco de suerte, pudiera acabar con él mientras se alimentaba (el olor a sangre en el bosque era tan poderoso que mareaba) y no tendría que lidiar con la competencia. Claro, Asbjørn no era alguien que dejara las cosas a la suerte.
Y cada que un rayo rompía la oscuridad, se detenía. Aprovechaba la penumbra para avanzar sigiloso y la repentina luz para tantear el terreno. No contaba con que la otra persona se movería con la misma rapidez y la misma cautela. Decir que lo había tomado desprevenido era quedarse corto. En un santiamén estuvo sometido como nunca antes nadie lo había logrado con él. Debía admitir que estaba algo sorprendido y le concedía eso a su colega. Entre las sombras del bosque, sólo alcanzaba a ver un par de ojos que brillaban reflejando la luz de la luna. Un rayo y un trueno más que iluminaron el firmamento, y pudo ver fugazmente un rostro que le pareció demasiado joven y demasiado hermoso como para estar ahí, bajo la lluvia, tras un ser de la noche.
—Lo sé —sentenció con voz ahogada, debido a la presión sobre su cuello. El vaho de su calor corporal salió como voluta de su boca—. Pero creo que estás atacando al objetivo equivocado —esta vez logró controlar de mejor la voz y mantuvo la calma—. Yo que tú, no me ponía a exigir respuestas —continuó. Esta vez, en un movimiento tan rápido que pareció invisible, sostuvo una larga daga de acero y clavó un poco la punta en el abdomen ajeno a la altura del hígado, sin hacerle daño. Era lógico que no soltara información tan fácilmente. Su trabajo era convertirse en una sombra, y las sombras carecían de nombre.
—Podrías matarme. Si tú también quieres morir esta misma noche —amenazó, sin moverse—. O podrías dejarme terminar el trabajo. ¿Quién te envió? —Aún se le complicaba respirar y hablar por la posición en la que se encontraba, pero había sobrevivido peores.
Movió los ojos a un lado rápidamente. Ya no eran sólo ellos dos en ese justo instante. No dijo nada, no iba a delatar lo que ahora sabía. Sin embargo, miró a la chica de manera significativa, como tratando de decirle sin palabras que su botín en común los estaba observando con el rostro lleno de sangre. Asbjørn prefería trabajar solo, pero en aquel momento, lo que él quisiera pasaba a segundo plano y la prioridad era terminar el trabajo.
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 14/12/2015
Localización : París
Re: The Taming of the Shrew | Privado
Una sensación de familiaridad la recorrió por el cuerpo entero, impregnándose en su piel, viajando por sus venas y llegando hacia su alma. Fue un instante de desconcierto, que no habría podido describir. Sintió como si en sus brazos hubiera tenido a sus hermanos, y recordó los entrenamientos junto a ellos, cómo la sorprendían y la obligaban a luchar, cómo ella los atacaba de improviso y ellos se deshacían fácilmente de su cuerpo infantil y menudo. Pensó en sus primos, en sus amigos; la cercanía con el extraño cazador, con su competidor, fue un cachetazo a su pasado, ese pasado que le dolía por lo feliz. Experta en ahogar sus emociones con la misma facilidad con la que desenfundaba un cuchillo, logró superar el instante de estupor sin ceder la presión y sin perder la compostura, pero sin poder deshacerse del nudo que le estrangulaba la garganta, y del vacío que se asentó en su pecho, como si le hubieran arrancado el corazón y pudiera seguir viviendo sin él. ¿Qué era de una persona sin corazón? Hasta los mismísimos vampiros lo necesitaban.
La caricia del filo de la daga en la zona de su hígado, estuvo a punto de arrancarle una sonrisa. Era bueno, muy bueno; ágil y rápido. Esa era la clase de oponente que le gustaba. Sin embargo, la pregunta le pareció vacía, y aún continuaba teniendo la ventaja. Su simple respuesta fue ajustar la presión, a sabiendas de que él ya no podría respirar. Si moría, sería una lástima, pero nadie se entrometía en su camino. Percibió la mirada ajena, y captó el movimiento en la periferia. Observó de reojo a la bestia ensangrentada, que los estudiaba con peligrosa parsimonia. Cuando el vampiro se abalanzó sobre ellos, Olympia sabía debía utilizar a su colega como escudo, pero una voz tan íntima que ni sabía que poseía, le gritó desde las profundidades de su mente “¡Protégelo!”. Incapaz de desoír esa orden, lo soltó y lo empujó como si lo lanzase a un abismo, con fuerza visceral.
A continuación, el inmortal cargó todo su peso contra la cazadora, y la arrastró varios metros hasta aprisionarla contra un árbol, que tembló por el impacto. La muchacha sintió un dolor agudo recorriéndole la columna, y cuando logró abrir los ojos, el rostro del enemigo estaba cerca del suyo, sonriéndole con malicia. Intentó alcanzar uno de los cuchillos que escondía en la cintura, pero le fue imposible. El vampiro adivinó sus intenciones, y le apretó la muñeca izquierda hasta quebrarla. El ruido de los huesos rompiéndose se escondió tras el sonido abrumador de un rayó que fracturó el firmamento. Olympia no gritó, a pesar del dolor intenso. Logró captar las intenciones del vampiro, y pudo cubrir su cuello con el brazo sano. Los colmillos del inmortal se clavaron en el antebrazo.
La furia ante la frustración, hizo que se separara y la lanzara al suelo. La egipcia pudo tomar el arma cortante que escondía en su puño, pero al girar, ya tenía al vampiro sentado a horcajadas sobre ella. La bestia, frenética, comenzó a golpearla. Olympia sólo atinaba a dar puntazos a ciegas, mientras recibía los puños y las garras sobre el cuerpo. A pesar de que sabía que se encontraba en aquella posición por no haber utilizado al otro cazador para cubrirse, no se arrepentía. Ella sabría aceptar cuándo llegaría el fin, aunque nunca imaginó que sería en manos de un neófito al que habría derrotado con facilidad, de no ser por su orgullo y su imprudencia.
—Alá… —murmuró, sintiendo el gusto metálico de su propia sangre. Si era su voluntad que ella partiese junto a Él en ese momento, la aceptaría con fe, a pesar de no querer morir aún. Tenía una misión por concretar, y nada habría valido la pena si muriese aquella noche de tormenta. Pensó en lo fácil que le sería a su otro contrincante sin ella para estorbarle; pero Olympia era una mujer íntegra, y jamás permitiría que una bestia como la que estaba atacándola se llevara la vida de un humano, y mucho menos de uno que se dedicaba a lo mismo que ella. Había sido educada en valores e ideales claros, y siempre valoraría la existencia por sobre la ambición. En buena hora si el cazador que se llevaría el botín, sobrevivía.
La caricia del filo de la daga en la zona de su hígado, estuvo a punto de arrancarle una sonrisa. Era bueno, muy bueno; ágil y rápido. Esa era la clase de oponente que le gustaba. Sin embargo, la pregunta le pareció vacía, y aún continuaba teniendo la ventaja. Su simple respuesta fue ajustar la presión, a sabiendas de que él ya no podría respirar. Si moría, sería una lástima, pero nadie se entrometía en su camino. Percibió la mirada ajena, y captó el movimiento en la periferia. Observó de reojo a la bestia ensangrentada, que los estudiaba con peligrosa parsimonia. Cuando el vampiro se abalanzó sobre ellos, Olympia sabía debía utilizar a su colega como escudo, pero una voz tan íntima que ni sabía que poseía, le gritó desde las profundidades de su mente “¡Protégelo!”. Incapaz de desoír esa orden, lo soltó y lo empujó como si lo lanzase a un abismo, con fuerza visceral.
A continuación, el inmortal cargó todo su peso contra la cazadora, y la arrastró varios metros hasta aprisionarla contra un árbol, que tembló por el impacto. La muchacha sintió un dolor agudo recorriéndole la columna, y cuando logró abrir los ojos, el rostro del enemigo estaba cerca del suyo, sonriéndole con malicia. Intentó alcanzar uno de los cuchillos que escondía en la cintura, pero le fue imposible. El vampiro adivinó sus intenciones, y le apretó la muñeca izquierda hasta quebrarla. El ruido de los huesos rompiéndose se escondió tras el sonido abrumador de un rayó que fracturó el firmamento. Olympia no gritó, a pesar del dolor intenso. Logró captar las intenciones del vampiro, y pudo cubrir su cuello con el brazo sano. Los colmillos del inmortal se clavaron en el antebrazo.
La furia ante la frustración, hizo que se separara y la lanzara al suelo. La egipcia pudo tomar el arma cortante que escondía en su puño, pero al girar, ya tenía al vampiro sentado a horcajadas sobre ella. La bestia, frenética, comenzó a golpearla. Olympia sólo atinaba a dar puntazos a ciegas, mientras recibía los puños y las garras sobre el cuerpo. A pesar de que sabía que se encontraba en aquella posición por no haber utilizado al otro cazador para cubrirse, no se arrepentía. Ella sabría aceptar cuándo llegaría el fin, aunque nunca imaginó que sería en manos de un neófito al que habría derrotado con facilidad, de no ser por su orgullo y su imprudencia.
—Alá… —murmuró, sintiendo el gusto metálico de su propia sangre. Si era su voluntad que ella partiese junto a Él en ese momento, la aceptaría con fe, a pesar de no querer morir aún. Tenía una misión por concretar, y nada habría valido la pena si muriese aquella noche de tormenta. Pensó en lo fácil que le sería a su otro contrincante sin ella para estorbarle; pero Olympia era una mujer íntegra, y jamás permitiría que una bestia como la que estaba atacándola se llevara la vida de un humano, y mucho menos de uno que se dedicaba a lo mismo que ella. Había sido educada en valores e ideales claros, y siempre valoraría la existencia por sobre la ambición. En buena hora si el cazador que se llevaría el botín, sobrevivía.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 07/01/2015
Re: The Taming of the Shrew | Privado
“There are no 'ifs' in combat. When you win, you win, When you lose, you lose.”
― CLAMP, Tsubasa: RESERVoir CHRoNiCLE, Vol. 6
― CLAMP, Tsubasa: RESERVoir CHRoNiCLE, Vol. 6
Antes de entrenar con Lars, entrenó en Egipto, con los El-Gohary y Olympia, su amiga, a pesar de ser menor, siempre le llevó ventaja. Misma que, aunque envidiaba un poco cuando era un chiquillo, admiró también de sobremanera y estaba seguro que, de estar viva, se hubiera convertido en una gran guerrera. Sólo ella había logrado someterlo alguna vez, como ahora la desconocida lo hacía y aunque sus pulmones comenzaban a rogar por aire, algo confortable se instaló en su pecho. De no estar en aquella situación tan precaria, hubiera formulado un par de preguntas.
Se hizo a la idea de que, si ella era lo suficientemente inteligente, él iba a servir de escudo humano y no estuvo seguro de poder salir de aquella. Había soportado ya muchos embates, duros, terribles, que romperían a cualquier hombre, pero no a él. Sin embargo esto… esto ningún mortal era capaz de soportarlo. Cerró los ojos con resignación pero en lugar de sentir el choque del vampiro contra él, fue a dar al suelo donde alcanzó a reaccionar para caer con el hombro y no dañarse ningún hueso. Fue un impacto de consideración, la mujer sin duda había puesto todo su empeño en alejarlo del peligro, pero, ¿por qué? Se dolió un segundo, sin embargo sabía que no había tiempo que perder. Desde su lugar escuchó el crujir óseo que seguramente provenía de ella y se puso de pie. Desenfundó un arma mientras observaba el enfrentamiento. Quiso apuntar, era conocido por ser certero, por ser eficaz como pocos, pero fue incapaz de enfilar la pistola hacia el inmortal. En parte porque ambos se movían demasiado y no quería herirla a ella. Pero algo más profundo en su memoria regresó en el momento más inoportuno. Cómo se movía, cómo luchaba, cómo hablaba incluso… todo le trajo recuerdos de un pretérito desértico. De una amistad inmaculada, no tocada por la corrupción de la adultez. Tomó una bocanada de aire y se dio cuenta que había perdido demasiado tiempo.
Cuando el vampiro la tuvo contra el suelo, golpeándola una y otra vez, Asbjørn tomó impulso y corrió la distancia que los separaba. Se abalanzó por la espalda del atacante y pasó uno de sus brazos por su cuello. Al fin, con eso detuvo la tremenda tunda que estaba propiciando y se dedicó a luchar con el cazador, que todavía sostenía la pistola en la otra mano. El vampiro se puso de pie con el noruego tratando de someterlo y apuntarle para dispararle. Forcejearon, alejándose unos pocos metros de donde la desconocía yacía en el húmedo piso.
Y se escuchó un disparo. Las aves que se resguardaban de la torrencial lluvia en los árboles salieron volando, asustadas con el estruendo de la chispa y la pólvora. Los dos hombres dejaron de moverse. Asbjørn había quedado tumbado boca abajo y el vampiro de pie, con las manos abiertas, dándole la espalda a la mujer. Para el cazador fueron segundos interminables. Sintió el inconfundible calor de una bala cuando se entierra en músculos y piel y la humedad que ahora manchaba su cuerpo era distinta a la de las gotas de la tormenta. Era cálida y pegajosa. A duras penas se logró poner de rodillas en su lugar, apoyando también las manos en la hierba y el lodo. Tenía la respiración agitada, tenía sangre en el rostro tras la pelea, pero al llevarse la mano al torso, se dio cuenta que no estaba herido por el arma de fuego. Levantó el rostro entonces y vio al vampiro, de pie, con tremendo hoyo del balazo en el hombro. Y aunque el enemigo seguía mostrándose arrogante, también se notaba debilitado y eso era algo.
Se puso de pie por fin. Se limpió el rostro con el dorso de la mano y clavó los ojos en su objetivo, sin embargo, con su vista periférica alcanzó a ver a la cazadora. La impresión que le había dado era la de alguien hábil y Asbjørn respetaba a todo colega que demostrara serlo, por lo que la idea de que ese fuera el fin de la desconocida no le gustó en absoluto. Por fortuna, se encontraba bien, había intervenido a tiempo aunque ahora se culpaba por haberse dejado llevar por las memorias de un pasado menos complicado. ¿Por qué? Volvió a preguntarse, qué interruptores accionaba ella dentro de él. Quizá, si salían bien librados de esto, podría preguntárselo.
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/12/2015
Localización : París
Re: The Taming of the Shrew | Privado
Esperaba el fatídico desenlace con la debilidad de la condición humana, ya no tenía las fuerzas suficientes siquiera para hacer el lamentable e inútil gesto de cubrirse. Los golpes caían sobre ella como una tormenta de cuchillos, que se le clavaban en cada parte de su cuerpo. Pero se detuvo. Abrió los ojos, con la vista nublada por el dolor y por las magulladuras, sólo descubrió el cielo relampagueante sobre ella, mas no a la criatura endemoniada que estuvo a punto de matarla. Le costó volver al mundo terrenal, ya había elevado su espíritu a aquellos sitios donde se reencontraría con el amor sincero, donde ya no habría venganza y donde la pureza reinaría eternamente. Ella sabía que había hecho lo suficiente para no arder en el mármol del Infierno, y que entraría al Paraíso de ríos de leche, donde sería compensada por tanto dolor.
Los sonidos de una batalla le devolvieron, finalmente, la plenitud de la consciencia, y giró su rostro levente, para descubrir al otro cazador enzarzado en una lucha contra el inmortal. El disparo la obligó a incorporarse, no sin lanzar quejidos que se ahogan con la caída de la lluvia. No se detuvo en el humano, sino en el hombro perforado del vampiro, que no salía del estupor. Nunca perdía de vista a su objetivo. Se puso de pie, tambaleante, y desenfundó el cuchillo que guardaba en su cintura. Tenía el efecto sorpresa, y debía aprovechar la oportunidad, antes de que la herida comenzara a cicatrizar. Hizo caso omiso al crujir de sus huesos, habría tiempo luego para evaluar la gravedad de las heridas. Tomó impulso y corrió hacia la bestia, que sólo reaccionó cuando Olympia ya lo sostenía con sus piernas y sus manos. Se había trepado a su espalda y, antes de darle la oportunidad de moverse, hundió el filo en su garganta, hasta que la cabeza se desprendió por completo del cuerpo. Saltó, para que el cuerpo desmembrado cayese.
La cazadora sostenía la pieza por el cabello. Se mecía de un lado a otro, con la expresión atormentada grabada para siempre. La joven alzó la cabeza y miró directamente a su colega. Si hubiera sido otra clase de mujer, se habría alegrado de verlo bien. Le lanzó la cabeza del vampiro, que rodó hacia las piernas del desconocido.
—El crédito es tuyo, puedes quedártela —comentó con sinceridad. Su orgullo herido la obligaba a no presentarse con aquellas lesiones ante nadie. No le importaba perder el dinero, ya habría más oportunidades. —Eres bueno, sólo debías afirmar tu índice al disparar. Practica más —ni siquiera supo por qué hizo aquella apreciación. Seguramente, porque aún recordaba a todos aquellos que habían pasado por el entrenamiento de su familia, y aquellas eran las palabras que su padre le había dicho a un alumno que tuvo. Aquel joven fue un gran amigo de Olympia, pero el pasado era demasiado doloroso, y había aprendido a reprimir los recuerdos; pero, a pesar de ello, lo escrutó de pies a cabeza, intentando descubrir a aquel niño de tierras lejanas. Pensó que estaba loca, que era imposible cruzarse con él, y que si llegaba a encontrar alguna similitud, sería una obra de su tergiversada imaginación.
Desvió la vista hacia el cuerpo inerte del ya no inmortal. La muerte les devolvía la condición humana que alguna vez habían perdido, y se puso de rodillas ante él. Buscó en su pecho algún rastro de su vida fuera del pecado, y descubrió un relicario, que le arrancó. Con solemnidad, lo colocó en la mano helada y húmeda, que cerró en torno a él. Tendría muchos pecados que pagar, pero no era más que un vampiro joven que, seguramente, no había elegido el destino que le había tocado.
—Nadie lavará tu cuerpo, tampoco serás enterrado por tus familiares, pero que Allah te reciba en su regazo cuando hayas purgado tu alma el Día del Juicio —murmuró aquellas palabras, devolviéndole la identidad que le había sido robada cuando el veneno de quien lo convirtió, se había esparcido por su cuerpo, provocándole aquella transformación. Se puso de pie, no sin echarle un último vistazo al cazador. —Nos volveremos a ver —dijo a modo de saludo, y giró sobre sus talones, para emprender su lenta retirada. Le costaba caminar, de hecho, rengueaba, se sostenía el costado derecho con la mano contraria, y el respirar se le dificultaba. El muy maldito, seguramente, le había quebrado alguna que otra costilla. El camino se puso negro, sintió la languidez del cuerpo, y lo último que recordó, fue el impacto del barro sobre su mejilla al caer.
Los sonidos de una batalla le devolvieron, finalmente, la plenitud de la consciencia, y giró su rostro levente, para descubrir al otro cazador enzarzado en una lucha contra el inmortal. El disparo la obligó a incorporarse, no sin lanzar quejidos que se ahogan con la caída de la lluvia. No se detuvo en el humano, sino en el hombro perforado del vampiro, que no salía del estupor. Nunca perdía de vista a su objetivo. Se puso de pie, tambaleante, y desenfundó el cuchillo que guardaba en su cintura. Tenía el efecto sorpresa, y debía aprovechar la oportunidad, antes de que la herida comenzara a cicatrizar. Hizo caso omiso al crujir de sus huesos, habría tiempo luego para evaluar la gravedad de las heridas. Tomó impulso y corrió hacia la bestia, que sólo reaccionó cuando Olympia ya lo sostenía con sus piernas y sus manos. Se había trepado a su espalda y, antes de darle la oportunidad de moverse, hundió el filo en su garganta, hasta que la cabeza se desprendió por completo del cuerpo. Saltó, para que el cuerpo desmembrado cayese.
La cazadora sostenía la pieza por el cabello. Se mecía de un lado a otro, con la expresión atormentada grabada para siempre. La joven alzó la cabeza y miró directamente a su colega. Si hubiera sido otra clase de mujer, se habría alegrado de verlo bien. Le lanzó la cabeza del vampiro, que rodó hacia las piernas del desconocido.
—El crédito es tuyo, puedes quedártela —comentó con sinceridad. Su orgullo herido la obligaba a no presentarse con aquellas lesiones ante nadie. No le importaba perder el dinero, ya habría más oportunidades. —Eres bueno, sólo debías afirmar tu índice al disparar. Practica más —ni siquiera supo por qué hizo aquella apreciación. Seguramente, porque aún recordaba a todos aquellos que habían pasado por el entrenamiento de su familia, y aquellas eran las palabras que su padre le había dicho a un alumno que tuvo. Aquel joven fue un gran amigo de Olympia, pero el pasado era demasiado doloroso, y había aprendido a reprimir los recuerdos; pero, a pesar de ello, lo escrutó de pies a cabeza, intentando descubrir a aquel niño de tierras lejanas. Pensó que estaba loca, que era imposible cruzarse con él, y que si llegaba a encontrar alguna similitud, sería una obra de su tergiversada imaginación.
Desvió la vista hacia el cuerpo inerte del ya no inmortal. La muerte les devolvía la condición humana que alguna vez habían perdido, y se puso de rodillas ante él. Buscó en su pecho algún rastro de su vida fuera del pecado, y descubrió un relicario, que le arrancó. Con solemnidad, lo colocó en la mano helada y húmeda, que cerró en torno a él. Tendría muchos pecados que pagar, pero no era más que un vampiro joven que, seguramente, no había elegido el destino que le había tocado.
—Nadie lavará tu cuerpo, tampoco serás enterrado por tus familiares, pero que Allah te reciba en su regazo cuando hayas purgado tu alma el Día del Juicio —murmuró aquellas palabras, devolviéndole la identidad que le había sido robada cuando el veneno de quien lo convirtió, se había esparcido por su cuerpo, provocándole aquella transformación. Se puso de pie, no sin echarle un último vistazo al cazador. —Nos volveremos a ver —dijo a modo de saludo, y giró sobre sus talones, para emprender su lenta retirada. Le costaba caminar, de hecho, rengueaba, se sostenía el costado derecho con la mano contraria, y el respirar se le dificultaba. El muy maldito, seguramente, le había quebrado alguna que otra costilla. El camino se puso negro, sintió la languidez del cuerpo, y lo último que recordó, fue el impacto del barro sobre su mejilla al caer.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
“In Greek, ‘nostalgia’ literally means ‘the pain from an old wound’. It’s a twinge in your heart, far more powerful than memory alone.”
Si el noruego hubiera estado en la posición de ella en ese mismo instante, a punto de abalanzarse contra el enemigo común, sin duda hubiera apreciado que no interfirieran. Para ellos dos, desconocidos cuyos caminos se habían cruzado porque así de caprichosa es la trama del destino, intentaban pelear juntos, fallarían. Para que dos cazadores fueran eficaces en conjunto, se necesitaban muchos años y muchas peleas unidos. Sin embargo, no pudo dejar pasar por alto el detalle de que, a pesar de ser su primera vez luchando hombro con hombro, y muy probablemente la última, no lo habían hecho nada mal.
Fue así que la dejó hacer y más bien concentró su atención en los movimientos ajenos. Esa manera de sostener el arma, esa grácil agilidad, ese aguerrido aplomo… de nuevo Asbjørn se vio sumergido en un pretérito enrarecido, en donde los recuerdos se mezclaban con las ideas. Entornó la mirada y contuvo la respiración. El sonido de la carne, de la piel, de los huesos desgarrándose era una cacofonía demasiado bien conocida por él. Dio una bocanada, como si quisiera capturar todo el aire del mundo en ese instante y no perdió detalle hasta que la cabeza del chupasangre estuvo en el suelo. La miró rodar en su dirección y levantó el rostro luego para ver a la ejecutora. Sonrió de manera fugaz, pues cuando ella lanzó aquel consejo, los recuerdos regresaron como estampida, una vez más. Sacudió la cabeza, incapaz de responder algo, aturdido incluso como para continuar poniendo atención.
La voz de su colega sonó lejana, abstracta, entendió fragmentos que sólo contribuyeron a su tribulación y cuando quiso reaccionar era tarde. Hizo amago de querer alcanzarla cuando ella dio media vuelta, aunque todavía no sabía qué iba a decirle, sin embargo, en ese instante ella cayó al suelo, presa de las heridas.
***
El frío calaba los huesos. Una fina neblina se tejía entre los árboles. El cielo era de un color malva deslucido. La humedad de la tormenta nocturna aún permeaba en el ambiente. Asbjørn sentía el rostro entumecido, los brazos, las heridas se habían convertido en un dolor sordo que no lo dejó dormir.
Se entretenía con una manzana que quién sabe de dónde diantres había sacado. La cortaba con un pequeño cuchillo de bolsillo en cuyo mango estaba labrado con esmero el escudo de armas de la corona noruega. El rey se lo había regalado a su padre, y éste a él. Estaba recargado contra un viejo árbol; a su lado, cubierta con parte de su ropa, estaba la cazadora. Cuando desfalleció, se encargó de estabilizarla para que pudiera pasar la noche, curó algunas de sus heridas con lo que tenía a la mano, sin embargo, sabía que necesitaba atención médica. De haberse tratado de otra persona, de alguien que no contara con la resistencia de los que se dedican a lo que ellos dos hacían, no hubiera pasado la velada.
Cuando la notó moverse a su lado, se echó un trozo de manzana a la boca y se apresuró a tratar de evitar que se moviera demasiado.
—Calma, calma… —le dijo con suavidad y con cansancio—, no te muevas demasiado o podrías empeorar tus heridas —llevó una de sus enormes manos al hombro ajeno y contempló a la joven. Durante las horas que pasó guardándole el sueño no la miró directamente ni una sola vez, no quiso aunque no existía razón real para ello, sin embargo, ahora lo hacía y comenzaba a embonar piezas de un rompecabezas que armaba a ciegas.
—Necesitas ver a un médico, pero no me atreví a moverte más pues no sé la gravedad del daño —continuó, sin embargo daba igual. No sabía por qué le decía todo eso. Sin embargo, se aseguró de ser él lo primero que ella viera al abrir los ojos. Creyendo que quizá eso le daría seguridad, aunque lo más probable es que lo viera como una amenaza más.
—Escúchame. El crédito no es mío… por haber matado al inmortal. Es tuyo, eres muy buena. Sin ti no la estuviera contando ahora —era casi como si quisiera hacerla reaccionar, sacarla de el obvio dolor que estaba sintiendo en ese estado de duermevela en el que estaba.
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
Corría por su hogar. Aún era una niña alegre, que jugaba a la escondida con uno de sus hermanos, que la atrapaba con mucha facilidad, la tomaba entre sus brazos, la lanzaba por los aires, volvía a cubrirla con sus manos, la colocaba en el suelo y la llenaba de cosquillas. Olympia reía con desesperación, intentando desembarazarse de aquella tortura tan divertida. No podía ver el rostro de su hermano, pero podía sentir su carcajada. Él no paraba hasta dejarla sin aliento, y era en ese momento, cuando la voz de su madre tronaba entre los pasillos, para que la calma volviera a la estancia. Cuando el silencio reinaba nuevamente, Olympia se acercaba con sigilo a su madre y le robaba algo de comida, mientras ésta la perseguía por toda la casa, para retomar la labor que alguno de sus hijos había dejado inconclusa: hacerle rogar a la pequeña para que dejaran de hacerle cosquillas. Pero nunca lo lograban, Olympia nunca rogaba.
Se sentía dichosa, se sentía feliz. Quería permanecer allí, en ese instante que el tiempo se detenía. Pero la lluvia comenzaba a caer, los gritos comenzaban a ensordecerla, las órdenes de su padre se clavaban en sus oídos, y todo se volvía confusión. Ella corría, pero con las lágrimas cayéndole por los ojos, y se ocultaba en un sitio muy oscuro, desde donde observaba cómo sus familiares se preparaban para dar pelea. Olympia sabía que era la última batalla que estos librarían, e intentaba retener en su retina las expresiones, la forma en que sus bocas se curvaban con decisión y cómo los ojos inyectados desprendían seguridad. ¡Cuánto los amaba! Quería rogarles que huyeran juntos, que no se lanzaran a aquella disputa, pero era en vano. Le habían dado la orden de esconderse, y a pesar de considerarlo un acto de cobardía, habría sido incapaz de discutir a El-Gohary. Su padre, antes de enviarla a ese lugar, le había besado la frente y le había entregado un pequeño cuchillo, y le indicó un corte en la garganta y luego señaló su corazón, como última sugerencia. Ella, tan niña, había asentido, entendiendo el mensaje perfectamente. La única forma de matar a un vampiro era decapitarlo y deshacerse de su corazón.
El fuego la envolvía, unas manos heladas la retiraban de su sitio y unos colmillos brillantes emergían de una sonrisa. Olympia no tenía miedo, y sólo observaba los cuerpos descuartizados de los seres que más amaba. El inmortal que parecía liderar aquella horda de salvajes, le asestó un golpe en la mandíbula y la desmayó. Luego, todo se volvió negro y confuso; veía ríos de sangre, el olor de la muerte se le pegaba a la piel y se veía a sí misma someterse a un entrenamiento arduo, que rozaba la cruel. Sentía las piernas entumecidas, quería correr pero no lo lograba, quería rescatar a la Olympia de corta edad, pero no conseguía moverse. La desesperación la hacía temblar…
Abrió los ojos lentamente, y una voz extraña le sonaba lejana. Quiso incorporarse, pero una mano pesada se apoyó sobre su hombro y se lo impidió. Detestó aquella sumisión, e intentó distinguir el rostro que le cubría la visual. A medida que la neblina se iba dispersando, distinguió al cazador con el que había luchado conjuntamente, que la había salvado y al que ella le había devuelto el favor. Los hechos de la noche que iba extinguiéndose, se concatenaban con los vestigios de los sueños negros que la habían invadido a lo largo de su fiebre. A medida que despertaba, iba siendo consciente de los dolores y de cada una de sus heridas. Odió su debilidad humana, y era lo único que extrañaba de la peor época de su vida.
—Sí, sí, está bien —dijo, tajante, obligándolo a callarse. Estaba aturdiéndola, y ella sentía que su cabeza iba a explotar en cualquier momento. Haciendo un gran esfuerzo, alejó la mano masculina de sí misma, se apoyó en un codo y pudo alzar levemente su torso. Sin embargo, puntadas la recorrían íntegramente, y exhaló un suspiro de dolor para volver a caer sobre la tierra húmeda. —Gracias por cuidarme —comentó, resignada. —No era necesario —continuó. Y claro que no lo era. No se conocían, eran rivales y la deuda entre ellos había quedado saldada. Le sorprendió una actitud tan honrada de parte de alguien que vivía una vida errante como la suya, porque era de única forma que la egipcia concebía la existencia de los cazadores. —Vuelvo a estar en deuda contigo —se llevó el antebrazo a los ojos, incapaz de soportar la tenue luz del amanecer.
Se sentía dichosa, se sentía feliz. Quería permanecer allí, en ese instante que el tiempo se detenía. Pero la lluvia comenzaba a caer, los gritos comenzaban a ensordecerla, las órdenes de su padre se clavaban en sus oídos, y todo se volvía confusión. Ella corría, pero con las lágrimas cayéndole por los ojos, y se ocultaba en un sitio muy oscuro, desde donde observaba cómo sus familiares se preparaban para dar pelea. Olympia sabía que era la última batalla que estos librarían, e intentaba retener en su retina las expresiones, la forma en que sus bocas se curvaban con decisión y cómo los ojos inyectados desprendían seguridad. ¡Cuánto los amaba! Quería rogarles que huyeran juntos, que no se lanzaran a aquella disputa, pero era en vano. Le habían dado la orden de esconderse, y a pesar de considerarlo un acto de cobardía, habría sido incapaz de discutir a El-Gohary. Su padre, antes de enviarla a ese lugar, le había besado la frente y le había entregado un pequeño cuchillo, y le indicó un corte en la garganta y luego señaló su corazón, como última sugerencia. Ella, tan niña, había asentido, entendiendo el mensaje perfectamente. La única forma de matar a un vampiro era decapitarlo y deshacerse de su corazón.
El fuego la envolvía, unas manos heladas la retiraban de su sitio y unos colmillos brillantes emergían de una sonrisa. Olympia no tenía miedo, y sólo observaba los cuerpos descuartizados de los seres que más amaba. El inmortal que parecía liderar aquella horda de salvajes, le asestó un golpe en la mandíbula y la desmayó. Luego, todo se volvió negro y confuso; veía ríos de sangre, el olor de la muerte se le pegaba a la piel y se veía a sí misma someterse a un entrenamiento arduo, que rozaba la cruel. Sentía las piernas entumecidas, quería correr pero no lo lograba, quería rescatar a la Olympia de corta edad, pero no conseguía moverse. La desesperación la hacía temblar…
Abrió los ojos lentamente, y una voz extraña le sonaba lejana. Quiso incorporarse, pero una mano pesada se apoyó sobre su hombro y se lo impidió. Detestó aquella sumisión, e intentó distinguir el rostro que le cubría la visual. A medida que la neblina se iba dispersando, distinguió al cazador con el que había luchado conjuntamente, que la había salvado y al que ella le había devuelto el favor. Los hechos de la noche que iba extinguiéndose, se concatenaban con los vestigios de los sueños negros que la habían invadido a lo largo de su fiebre. A medida que despertaba, iba siendo consciente de los dolores y de cada una de sus heridas. Odió su debilidad humana, y era lo único que extrañaba de la peor época de su vida.
—Sí, sí, está bien —dijo, tajante, obligándolo a callarse. Estaba aturdiéndola, y ella sentía que su cabeza iba a explotar en cualquier momento. Haciendo un gran esfuerzo, alejó la mano masculina de sí misma, se apoyó en un codo y pudo alzar levemente su torso. Sin embargo, puntadas la recorrían íntegramente, y exhaló un suspiro de dolor para volver a caer sobre la tierra húmeda. —Gracias por cuidarme —comentó, resignada. —No era necesario —continuó. Y claro que no lo era. No se conocían, eran rivales y la deuda entre ellos había quedado saldada. Le sorprendió una actitud tan honrada de parte de alguien que vivía una vida errante como la suya, porque era de única forma que la egipcia concebía la existencia de los cazadores. —Vuelvo a estar en deuda contigo —se llevó el antebrazo a los ojos, incapaz de soportar la tenue luz del amanecer.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
“She’s like an earthquake, you don’t see her coming, but if she’s strong enough, she’ll tear everything apart, and if she’s mad enough, she’ll kill you and everything you ever knew.”
Existían las chicas a las que se les decía que debían ser una damisela en apuros. Y existían los chicos a los que se les decía que debían ser los príncipes de esas damiselas. Pero esa dinámica nunca atrajo demasiado a Asbjørn. Siempre miró a su madre trabajando a la par con su padre. Y luego, en Egipto, la conoció a ella, a Olympia, esa niña que podía patearle el trasero a él y a cualquiera, aguerrida, feroz, una amazona increíble que fue arrancada del mundo antes de tiempo. La damisela en apuros jamás había sido su tipo de mujer. Y quedaba claro, también, que esta mujer, no lo era. Aquella idea vino a él con una fuerza que le pareció excesiva, que lo aturdió. Tampoco esperaba que le agradeciera, o que se tomara muy bien el hecho de que la había cuidado lo que restó de la noche. Conocía a sus colegas, eran solitarios, por algo no comulgaban con la Inquisición, aunque a veces las metas fueran tan parecidas que se confundían.
—Nada de eso —rio roncamente y todo le dolió—. Me salvaste la vida, el que está en deuda soy yo. Sin embargo, podemos pasarnos toda la mañana peleando por quién le debe más al otro y no llegaríamos a un acuerdo —diciendo eso, se giró en su lugar para luego encararla con una cantimplora de metal y piel sostenida en ambas manos—. Bebe —le ofreció el recipiente. Era agua que acababa de recoger del río, tan sólo unos momentos antes de que ella despertara. Los únicos minutos que se separó de su lado.
—Sé que no necesitas ayuda, pero si te parece mejor, puedo acompañarte a la ciudad. Mira, estás herida y yo también, no nos vendría mal no andar solos —ofreció, aunque claro, comenzó curando la herida antes de que ésta se produjera. Era una mujer testaruda y Asbjørn, en lugar de encontrar eso repelente, le parecía encantador. Lo dicho, las mujeres sumisas no eran lo suyo.
Se recargó en el árbol y con ayuda de éste, fue poniéndose de pie poco a poco. Todo le dolía, cada músculo y cada hueso. Se quejó cada segundo de aquel simple movimiento. La sangre seca se confundía con el barro, y las heridas punzaban o le dormían una parte entera del cuerpo. Al fin logró erguirse y extendió lo mano.
—Creo que puedes sostenerte con ambas piernas. Hey, no creas que me pasé de listo mientras dormías, pero sí, revisé tus heridas. Lo que tienes roto es el brazo, aunque ya lo inmovilicé —explicó. No esperaba que ella se mostrara especialmente contenta con todo eso, pero mejor que se enterara así, de una vez.
Miró con algo de tristeza las pocas cosas que seguían en el suelo, armas, ropa hecha girones, y la navaja noruega. Agacharse iba a ser otro suplicio, pero allá fue, lentamente recogió sus cosas y las acomodó en su lugar dentro de su atuendo. Con alegría se dio cuenta que el frío contacto con algunas armas paliaba el dolor de cardenales y demás golpes.
—No puedes quedarte ahí —le dijo—. Ven, te ayudo —se agachó, de nuevo y tomó el brazo sano, lo acomodó alrededor de su cuello y así, hizo que la chica se incorporara. Para alguien que había demostrado tales habilidades, era sorprendentemente ligera. Colocó la mano alrededor de su cintura. Una figura perfecta también, firme, pero delicada—. Eres muy buena, si me permites decirlo —quizá recibiera en ese instante un golpe en la cara, aunque si era sincero, venía esperándolo desde que ella despertó.
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
Desconcertada. Era la única palabra capaz de describir cómo se sentía Olympia. Más allá de los golpes, que la tenían casi inmovilizada, los cuidados que el extraño cazador le dirigía, significaban la mayor afrenta a su orgullo. No le gustaba imaginarse como una muchacha desvalida que necesita de los cuidados de un hombre. Había pasado la mayor parte de su vida sola, curando sus propias heridas, sanando sus propios huesos, y la posición de invalidez en la que la había colocado, no le agradaba en lo más mínimo. Sin embargo, había recibido educación, y a pesar de ser una mujer dura y fría, no se creía capaz de ser descortés. Nunca lo había sido; de hecho, no toleraba la vulgaridad. Su vanidad se vio en jaque cuando la ayudó a beber, y cuando fue incapaz de disimular el gesto de dolor ante aquel movimiento tan simple. Malditas costillas, más le hubiera valido morirse antes que estar así, con aquel padecimiento que le entrecortaba la respiración. Ahora que su cuerpo había perdido el calor de la batalla, le parecía ajeno ante tanto sufrimiento físico.
Era de pocas palabras, así que sus expresiones no iban más allá de simples muecas, que variaban entre el fastidio, la desconfianza y el resquemor. En ningún momento se había cruzado por su cabeza que él se hubiese propasado, especialmente, porque se encontraba tan averiado como ella, y en aquellas condiciones, difícilmente hubiera podido tomarla en contra de su voluntad. La aclaración le pareció estúpida, y se encargó de demostrarlo con un leve revoleo de ojos. Intentó mirarse, pero no consiguió alzar la cabeza lo suficiente sin sentir que estuviera a punto de arrancársela. Sería en vano intentarlo, por lo que se resignó e intentó que sus músculos se relajasen y encontrasen un momento de paz entre tanta tensión. ¡Cómo hablaba! ¿Acaso no disfrutaba del silencio? Ella ansiaba pedirle que se callase de una vez, pero estaba en deuda con el hombre, motivo por el cual, lo mejor era guardar su temperamento para el momento que hubiese saldado la cuenta pendiente con el cazador. Ahora comprendía por qué no había querido unirse a nadie en su lucha contra los monstruos que amenazaban a la humanidad. Le habría gustado tener la camaradería que su familia había poseído, pero la gente le repelía, y había optado por aislarse de la sociedad, y salía de su escondite sólo cuando era estrictamente necesario. Transcurría sus días entrenando y orando.
—Creo que no será nece… —la frase murió entre sus labios, porque cuando pudo reaccionar, su cuerpo ya se encontraba pegado al del cazador. Ella no tenía intenciones de irse a ningún lado, curaría sus heridas sola, cuando hubiese recuperado la fuerza lo suficiente para moverse por sus propios medios, pero parecía que la voluntad la había abandonado. Inspiró hondo, pues levantarse había significado un esfuerzo demasiado grande, y soltó el aire con dificultad. Sentía que le quemaban el vientre, y el ardor se expandía a los largo de su costado derecho. La cercanía con su molesto colega la ponía nerviosa, le costaba el contacto con las personas, prefería la distancia, y sólo en un combate era capaz de tolerarlo. Intentó no reparar demasiado en la mano que se cernía sobre su cintura, o en su aliento fresco acariciándole el rostro, levemente ladeado, mientras la elogiaba.
—Tú también lo eres. Pero un neófito casi acaba con ambos —se quejó. El reproche fue dirigido tanto a uno como al otro. —Mi nombre… Alá… Cómo duele… —se atrevió a decir cuando comenzaron la caminata. No llegarían demasiado lejos. —Mi nombre es Olympia —susurró. Hablar le quitaba demasiada fuerza. Notó la tensión en él, pero imaginó que se debía a los golpes que él también ostentaba. — ¿El tuyo cuál es? —se atrevió a preguntar, más por cordialidad que por interés.
Era de pocas palabras, así que sus expresiones no iban más allá de simples muecas, que variaban entre el fastidio, la desconfianza y el resquemor. En ningún momento se había cruzado por su cabeza que él se hubiese propasado, especialmente, porque se encontraba tan averiado como ella, y en aquellas condiciones, difícilmente hubiera podido tomarla en contra de su voluntad. La aclaración le pareció estúpida, y se encargó de demostrarlo con un leve revoleo de ojos. Intentó mirarse, pero no consiguió alzar la cabeza lo suficiente sin sentir que estuviera a punto de arrancársela. Sería en vano intentarlo, por lo que se resignó e intentó que sus músculos se relajasen y encontrasen un momento de paz entre tanta tensión. ¡Cómo hablaba! ¿Acaso no disfrutaba del silencio? Ella ansiaba pedirle que se callase de una vez, pero estaba en deuda con el hombre, motivo por el cual, lo mejor era guardar su temperamento para el momento que hubiese saldado la cuenta pendiente con el cazador. Ahora comprendía por qué no había querido unirse a nadie en su lucha contra los monstruos que amenazaban a la humanidad. Le habría gustado tener la camaradería que su familia había poseído, pero la gente le repelía, y había optado por aislarse de la sociedad, y salía de su escondite sólo cuando era estrictamente necesario. Transcurría sus días entrenando y orando.
—Creo que no será nece… —la frase murió entre sus labios, porque cuando pudo reaccionar, su cuerpo ya se encontraba pegado al del cazador. Ella no tenía intenciones de irse a ningún lado, curaría sus heridas sola, cuando hubiese recuperado la fuerza lo suficiente para moverse por sus propios medios, pero parecía que la voluntad la había abandonado. Inspiró hondo, pues levantarse había significado un esfuerzo demasiado grande, y soltó el aire con dificultad. Sentía que le quemaban el vientre, y el ardor se expandía a los largo de su costado derecho. La cercanía con su molesto colega la ponía nerviosa, le costaba el contacto con las personas, prefería la distancia, y sólo en un combate era capaz de tolerarlo. Intentó no reparar demasiado en la mano que se cernía sobre su cintura, o en su aliento fresco acariciándole el rostro, levemente ladeado, mientras la elogiaba.
—Tú también lo eres. Pero un neófito casi acaba con ambos —se quejó. El reproche fue dirigido tanto a uno como al otro. —Mi nombre… Alá… Cómo duele… —se atrevió a decir cuando comenzaron la caminata. No llegarían demasiado lejos. —Mi nombre es Olympia —susurró. Hablar le quitaba demasiada fuerza. Notó la tensión en él, pero imaginó que se debía a los golpes que él también ostentaba. — ¿El tuyo cuál es? —se atrevió a preguntar, más por cordialidad que por interés.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
“I dream of the past, of the things that could have happened, or should have happened or never happened.”
— Marina Keegan, The Opposite of Loneliness: Essays and Stories
— Marina Keegan, The Opposite of Loneliness: Essays and Stories
Podía comprender a la chica, en el sentido que él también era solitario y en una situación así, estaría igual de reticente. Era observador, debía serlo si quería sobrevivir a cada noche de caza, y ninguno de los gestos que la mujer le pasó desapercibido. Pero no la culpaba, él hubiera actuado peor, de hecho, le admiraba la capacidad de mantenerse en silencio. Ahí estaba él, que no sabía cuándo cerrar la maldita boca. Y era en serio, no sabía. Estaba tan acostumbrado a andar solo que no tenía idea de cuándo era el límite para callarse.
Si parecía más parlanchín de lo usual, era porque canalizaba los nervios de ese modo. Porque prefería eso al silencio incómodo. Le hubiera gustado conocer un poco más de ella, pero quizá la llevaría a París, con un doctor o lo que fuera, y sus caminos nunca más volverían a cruzarse. Era lo que solía suceder en esos casos y Asbjørn lo sabía. No era la primera vez, y no sería la última, que tendría que trabajar con un colega para salir airoso. Ese oficio que había elegido como suyo era peligroso. Cualquier día podía dejarlo, tenía una carrera, en Arqueología como sus padres y ellos, que trabajaban para la corona noruega, seguramente lo acogerían con gusto. Pero lo fácil nunca le había sentado bien; primero, aquella curiosidad había nacido como ansiedad de querer acercarse más a Olympia, ser como ella, la admiraba, no iba a mentirse, con el tiempo se dio cuenta que eso en verdad era para él. Asumía entonces todo lo que conllevaba. Como la pérdida, ahí estaba su amiga de Egipto y su maestro en Noruega, ambos arrancados de este mundo por esas criaturas que ellos tres, como eje, cada uno en su tiempo y en su espacio, habían jurado aniquilar.
—Pfff, vamos, no seas tan dura. Los neófitos pelean con todo, eso ya deberías… —pero la frase quedó inconclusa. Se detuvo un poco cuando se quejó, fue a decir algo, sin embargo, de nueva cuenta, fue acallado de manera apabullante. Escuchó el nombre como si éste proviniera de una realidad diferente a la que estaba viviendo en ese momento. Casi la suelta, una fuerza más allá de su entendimiento se lo impidió, pero se detuvo finalmente.
La miró consternado. «Nah, era una coincidencia», se dijo y la miró de frente. ¿Desde cuándo creía en las coincidencias? El rostro, el nombre, todo hizo clic y aún así, se negó a creerlo. Olympia, su Olympia estaba muerta, debía estarlo, no había otra explicación. Entonces no le quedaba claro cómo era que el modo de pelear de esta mujer era tan similar al de los El-Gohary, que lo entrenaron cuando era un niño curioso.
Sonrió, los golpes en su rostro se vieron acentuados con ese gesto. Aquello pronto devino en una risa ronca, dolorida y afectada. Negó con la cabeza y continuó caminando.
—No vas a creerlo. Conocí a alguien con tu nombre, pero ya está muerta. Me la recuerdas y ahora que sé cómo te llamas… bueno, parece increíble —¡en verdad estaba diciendo eso! Quería aferrarse a lo que conocía porque de pronto se dio cuenta que no sabría que hacer si nada de eso fuera verdad. No iba a poder manejarlo y esto era controlado, esto era lo más sencillo, aún cuando él toda su vida había nadado contracorriente como un maldito salmón—. Hace años, cuando era niño, estuve en Egipto, ahí la conocí. Yo… mi nombre es Asbjørn —al fin respondió la pregunta. Pudo haber dado un nombre falso, siempre lo hacía cuando no quería tener nada más que ver con las personas, pero en esa ocasión, fue tan directo y honesto como un golpe en la cara. Pronunció con ese fuerte, áspero acento nórdico que había atenuado con los años. Como dijo, desde niño había viajado mucho.
Pero aunque se negó a creer que el pasado volvía y se le venía encima como alud, sintió que algo esencial había cambiado, ahí mientras trataba de avanzar con la chica que compartía nombre con su amiga de la infancia. Ambos heridos y cansados. Pero ¿el qué? El cazador no pudo decirlo con certeza y respirar le dolió más de la cuenta. Giró el rostro para verla y sintió que veía a su amiga nuevamente. Estuvo seguro que habría crecido para convertirse en una mujer igual de bella. Se dejó llevar por la nostalgia, aún cuando él no se permitía muchos sentimentalismos.
Última edición por Asbjørn Lindstrøm el Jue Sep 01, 2016 9:44 pm, editado 2 veces
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
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Re: The Taming of the Shrew | Privado
Asbjørn. El nombre del cazador hizo eco en sus oídos. Fue un golpe en la boca del estómago que la dejó sin aliento, sin sentidos, sin palabras. El relato encajaba perfectamente en ese rompecabezas inconcluso que era su interrumpida historia de vida. Lo recordaba a la perfección: los juegos, las bromas, las exigencias. Se atrevió a mirarlo con los ojos de esa niña dormida que aún vivía en su interior, con la inocencia de la niñez corrompida, con la ingenuidad de quien aún no conoce el mundo. Y lo vio. Su alma triste reconoció la de Asbjørn. Se reencontró, en sus recuerdos, con ese niño amable, que provenía de sitios demasiado lejanos para ser reales, con ese amigo que ella juraba que no volvería a ver. En todos esos años lo había pensado, preguntándose si él había vuelto a Egipto para encontrarse con el lamentable espectáculo de la estirpe El-Gohary completamente devastada. Su comentario, fue la respuesta a esa pregunta. La creía muerta, como todos. De hecho, tendría que estarlo. Pero la recordaba, la tenía presente; y, a pesar de que no darse cuenta que era ella, de alguna forma, lo sabía.
No pudo continuar, ni tampoco seguir en contacto con él. Se desembarazó de su sostén y, haciendo acopio de una fuerza que no tenía, logró mantenerse en pie, tambaleándose levemente por el dolor. Se puso frente a Asbjørn y lo estudió. Sí, era él. Ya no tuvo dudas. En sus ojos oscuros, aún conservaba aquel brillo único que lo había caracterizado. Los habría reconocido entre cientos, y se preguntó por qué no se había dado cuenta antes. Quizá, no había querido tomar real consciencia de ello. Hubiera sido dolorosa la decepción de creer que era él y que, finalmente, no lo fuera. Pero íntimamente lo sabía, por eso no dudó ni un instante, ni pensó en un posible engaño para hacerla caer en una trampa. Ese adorado amigo de la infancia, de los pocos que había tenido, había regresado a su vida, la había salvado y la estaba cuidando con una camaradería poco común entre los que llevaban adelante su profesión. Eso era algo que se enseñaba entre los El-Gohary, era propia de ellos. Su familia había sido generosa y solidaria, abierta a ayudar en la misión de acabar con los sobrenaturales, aceptando discípulos de diferentes niveles sociales, sin recibir nada a cambio. Cuánto los extrañaba y cuánto los necesitaba…
—Asbjørn. Asbjørn Lindstrøm. Soy yo —se llevó ambas manos al pecho. —Soy tu amiga de la infancia. Soy Olympia El-Gohary. No estoy muerta, sobreviví. Sobrevivo —y se le quebró la voz de dolor y emoción. Era la primera vez, en tantos años, que pronunciaba unas palabras tan significativas para sí misma. Era la reafirmación de que el legado estaba vivo, de que no habían podido erradicarlos de la faz de la Tierra. Era el convencimiento de que ella aún estaba lista para dar pelea y llevar adelante su venganza. Era su identidad. Sí, era Olympia El-Gohary, y había logrado liberarse del yugo de los inmortales que la habían tenido cautiva durante diez años, en los que la habían vuelto adicta a su sangre y le habían enseñado mucho de lo que sabía. No había sido fácil salir, de hecho, aún continuaba ansiando las bondades que ese elixir maldito le había otorgado, pero día a día batallaba contra eso, y no había caído.
—No puedo…no puedo creerlo —le costaba demasiado hablar, el dolor de su cuerpo era demasiado intenso. Pero se mantuvo de pie, respirando con dificultad. No podía quitar su mirada de Asbjørn. Él también era parte del legado que su familia había dejado. Al continuar siendo cazador, mantenía viva la llama de los El-Gohary, y Olympia estaba demasiado sensibilizada por eso. Siempre se había preguntado qué había sido de esos niños que habían estado bajo las enseñanzas de su padre, si estarían vivos o si habían tomado otros caminos. No habían sido muchos, y ella sólo había hechos migas con Asbjørn –porque lo consideraba un rival digno y porque, al igual que su progenitor, veía su potencial-, pero saber que, al menos uno los mantenía en sus recuerdos, la llenaba de satisfacción. De pronto, no se sintió tan sola en el mundo. Y no importaba si no volvía a verlo, guardaría esa jornada por lo que restase de vida.
No pudo continuar, ni tampoco seguir en contacto con él. Se desembarazó de su sostén y, haciendo acopio de una fuerza que no tenía, logró mantenerse en pie, tambaleándose levemente por el dolor. Se puso frente a Asbjørn y lo estudió. Sí, era él. Ya no tuvo dudas. En sus ojos oscuros, aún conservaba aquel brillo único que lo había caracterizado. Los habría reconocido entre cientos, y se preguntó por qué no se había dado cuenta antes. Quizá, no había querido tomar real consciencia de ello. Hubiera sido dolorosa la decepción de creer que era él y que, finalmente, no lo fuera. Pero íntimamente lo sabía, por eso no dudó ni un instante, ni pensó en un posible engaño para hacerla caer en una trampa. Ese adorado amigo de la infancia, de los pocos que había tenido, había regresado a su vida, la había salvado y la estaba cuidando con una camaradería poco común entre los que llevaban adelante su profesión. Eso era algo que se enseñaba entre los El-Gohary, era propia de ellos. Su familia había sido generosa y solidaria, abierta a ayudar en la misión de acabar con los sobrenaturales, aceptando discípulos de diferentes niveles sociales, sin recibir nada a cambio. Cuánto los extrañaba y cuánto los necesitaba…
—Asbjørn. Asbjørn Lindstrøm. Soy yo —se llevó ambas manos al pecho. —Soy tu amiga de la infancia. Soy Olympia El-Gohary. No estoy muerta, sobreviví. Sobrevivo —y se le quebró la voz de dolor y emoción. Era la primera vez, en tantos años, que pronunciaba unas palabras tan significativas para sí misma. Era la reafirmación de que el legado estaba vivo, de que no habían podido erradicarlos de la faz de la Tierra. Era el convencimiento de que ella aún estaba lista para dar pelea y llevar adelante su venganza. Era su identidad. Sí, era Olympia El-Gohary, y había logrado liberarse del yugo de los inmortales que la habían tenido cautiva durante diez años, en los que la habían vuelto adicta a su sangre y le habían enseñado mucho de lo que sabía. No había sido fácil salir, de hecho, aún continuaba ansiando las bondades que ese elixir maldito le había otorgado, pero día a día batallaba contra eso, y no había caído.
—No puedo…no puedo creerlo —le costaba demasiado hablar, el dolor de su cuerpo era demasiado intenso. Pero se mantuvo de pie, respirando con dificultad. No podía quitar su mirada de Asbjørn. Él también era parte del legado que su familia había dejado. Al continuar siendo cazador, mantenía viva la llama de los El-Gohary, y Olympia estaba demasiado sensibilizada por eso. Siempre se había preguntado qué había sido de esos niños que habían estado bajo las enseñanzas de su padre, si estarían vivos o si habían tomado otros caminos. No habían sido muchos, y ella sólo había hechos migas con Asbjørn –porque lo consideraba un rival digno y porque, al igual que su progenitor, veía su potencial-, pero saber que, al menos uno los mantenía en sus recuerdos, la llenaba de satisfacción. De pronto, no se sintió tan sola en el mundo. Y no importaba si no volvía a verlo, guardaría esa jornada por lo que restase de vida.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/01/2015
Re: The Taming of the Shrew | Privado
“‘I miss you,’ he admitted.
‘I’m here,’ she said.
‘That’s when I miss you most. When you’re here. When you aren’t here, when you’re just a ghost from the past or a dream from another life, it’s easier then.’”
— Neil Gaiman, American Gods
‘I’m here,’ she said.
‘That’s when I miss you most. When you’re here. When you aren’t here, when you’re just a ghost from the past or a dream from another life, it’s easier then.’”
— Neil Gaiman, American Gods
Su apellido, tan nórdico que no podía ser de otro modo, ligado a su nombre como una vieja y olvidada canción. Fue como si lo escuchara por primera vez. Como si nadie antes lo hubiera llamado así, a pesar de que todos lo llamaban así. Era su nombre, arquetipo de lo que era, pero salido de ese par de labios, sabía diferente. A sangre y a sal. A hierro y a desierto. No supo qué decir, o qué hacer una vez que la tuvo de frente. Era un sueño, una pesadilla, porque iba a despertarse sólo para enterarse que Olympia seguía muerta.
Su respiración se volvió más evidente, su pecho subía y bajaba con dificultad, tratando de hacerse a la idea de todo esto. Era demasiada información. El bosque poco a poco se iluminaba aquella mañana color peltre, que le pareció, de hecho, un estupor, un fragmento de vida que no pertenecía a ninguna línea de tiempo. Algo demasiado increíble, y entonces se dio cuenta que, con la pérdida y la batalla se había vuelto terriblemente pesimista. ¿Por qué no simplemente aceptaba que estaba ahí ella? Olympia, su amiga. Fuera verdad o fuera mentira.
—Olympia —al fin abrió la boca y dijo muy quedo. Un suspiro acompañado de vaho que el frío de aquel nuevo día provocaba. Decir el nombre parecía hacer corpóreo a ese fantasma que regresaba de un pretérito árido y caluroso en el erial—. ¡Olympia! —Entonces pareció que la aceptación llegaba al reticente Asbjørn y su voz se tornó trémula. El hecho de que esa hermosa y fuerte mujer no podía ser otra que Olympia El-Gohary se instaló en su cabeza como una verdad irrefutable. Ahora todo resultó tan evidente, la idea de que no podía existir otra de ese modo se hizo presente y absoluta al tiempo que, sin meditarlo, sin preguntar, sin palabras de por medio, se abalanzó a ella y la abrazó tan fuerte que parecía que quería impedir que volviera a irse.
Todo el maldito cuerpo le dolió, pero le importó lo mismo que un carajo. Sentirla de nuevo, real, presente, viva, sirvió para que no quedaran más dudas. Aquel abrazo se prolongó, y es que simplemente no quería soltarla. La olió, también, la batalla rezumando en su piel, la lluvia en su cabello, y los recuerdos en toda ella.
—Eres tú, en verdad eres tú —se separó al fin, la tomó de ambos hombros y sonrió. De nuevo, los golpes de la noche anterior parecieron acentuarse con el acto—. Pero… ¿cómo? —Eso resumía muy bien todas sus dudas: «¿cómo?» si él mismo había visto lo que esas bestias habían hecho con los El-Gohary. ¿Dónde había estado? ¿Qué había pasado? Tenía tantas preguntas que intentaban salir de su boca que ninguna lograba hacerlo. Sólo aquella, «¿cómo?».
Seguía bastante turbado por todo, aunque contento como no lo había estado en años. De a poco la soltó de los hombros, sólo para tomar ambas manos de su vieja amiga entre las suyas, como si la invitara a bailar una antigua danza de su tierra árida y de leyendas. Quizá se estaba dando demasiado crédito, pero ahora le hacía sentido todo lo acontecido la noche anterior; la necesidad de protegerla, la admiración que le despertó, incluso el hecho de haberle velado el sueño. ¿Hubiera hecho lo mismo con otro? Ahora comenzaba a dudarlo.
Luego de estarla observando detenidamente por algunos segundos, se formó una nueva sonrisa en su rostro. Ésta pronto dejó escapar una risa como tos, y al final, soltó una carcajada estertórea que sonó por todo el bosque, espantando aves que descansaban en la cercanía. Como si el absurdo se apoderara de él.
—Olympia, creo que tenemos mucho de qué hablar —dijo cuando su risa fue desapareciendo en el ambiente húmedo—, pero primero, debemos llegar a la ciudad, ambos estamos hechos trizas —pero su talante fue cándido, esa parte que demostraba con muy pocos. El Asbjørn secreto, el que era más parecido a ese niño en Egipto. Había cambiado demasiado, pero conservaba esa parte, que sólo mostraba con unos cuantos privilegiados.
¿Olympia habría cambiado? Lo que tuviera que contar se lo confirmaría. Temía lo peor, era verdad y le acobardaba —sí, a él, al valiente cazador— escucharlo. Porque no quería enterarse como su amiga, su única amiga, había llegado a ese punto.
Última edición por Asbjørn Lindstrøm el Vie Oct 28, 2016 9:21 pm, editado 1 vez
Asbjørn Lindstrøm- Cazador Clase Alta
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Localización : París
Re: The Taming of the Shrew | Privado
¿Cuándo la habían abrazado por última vez? No recordaba si había sido su madre, o tal vez su padre, quizá alguno de sus hermanos. No sabría decir con exactitud, sólo que habían pasado más de diez años desde aquel último gesto de cariño. Contrajo sus músculos y endureció su posición, no sólo por el dolor que le provocó la efusividad de su antiguo amigo, sino porque estaba incómoda. Había sido demasiado tiempo sin recibir una muestra de cariño, nadie se alegraba de verla, para nadie era importante, y la soledad había echado raíces en su mancillado corazón. Finalmente, logró que su cuerpo se relajara, y si bien no devolvió el abrazo, se permitió recibir su calidez. Cerró los ojos contra el pecho amplio de Asbjørn, inspiró profundamente, hasta que todo su cuerpo se llenó de su familiar aroma. Ahora podía estar segura que era él. Sólo Lindstrøm era capaz de transmitirle aquella paz, esa sensación única de confort, uno que pensó que jamás volvería a su vida. Se había resignado a una existencia sin nadie más que ella misma, sola frente al espejo, sola en el camino, sola en el final.
Cuando se separó, Olympia se sintió huérfana de nuevo. Le hubiera gustado poder abrazarlo, tal como él lo había hecho. Contrario a ello, escuchó su pregunta con un gesto inmutable. Era de esperarse… Los El-Gohary habían sido masacrados, desmembrados uno a uno, torturados. Todos abandonaron el mundo de los vivos envueltos en el dolor, pero ninguno había rogado, habían dado batalla hasta el último aliento. Pero no eran invencibles, y si bien sus cualidades como guerreros habían prolongado su agonía, no los había salvado. Sólo Olympia, la más pequeña del clan, había sido tocada por la varita de la piedad y había tenido una nueva oportunidad. Aquellos que la mantuvieron cautiva, le relataron una y otra vez, el día del deceso de sus familiares, plantando la semilla del odio y la venganza, cavando sus propias tumbas. Pero eso era algo que aún no estaba lista para relatar, no se sentía a gusto con su historia, y hasta la llenaba de vergüenza, por lo que respiró aliviada, cuando Asbjørn cambió drásticamente la conversación. Lo observó carcajear, con un suave gesto de incredulidad mutando sus siempre inalterables facciones. Ladeó el rostro, y gozó con la nuez de Adán del cazador, subiendo y bajando a lo largo de su cuello amplio. Su amigo se había convertido en un hombre demasiado guapo.
—Estás tan distinto…y tan igual al mismo tiempo —comentó, evitando la risa. Olympia había perdido la alegría, aunque debía admitir que Asbjørn le contagiaba parte de la suya. Cuando era una niña, había sido un cascabel. Nunca había vuelto a divertirse, le habían robado los sueños y la infancia.
El amanecer la encontró regocijada, repleta de magullones y sangre seca –propia y ajena-, también en compañía de, quizá, el único que la recordara. Porque había notado sinceridad en él, que su presencia le agradaba por encima de la memoria; sintió el cariño, mismo que ella poseía pero que era incapaz de exteriorizar. Palpó el abismo que los separaba, la mella que habían hecho las vivencias, y la invadió la tristeza, la nostalgia. Se había puesto como objetivo, jamás pensar en potenciales, pero le fue imposible no preguntarse cómo hubiera sido todo de no haber ocurrido aquella tragedia. Pero Alá le estaba regalando una bendición, y debía acatar su voluntad con el mismo respeto que había aceptado todas y cada una de sus desgracias.
—Sí, lo mejor es que vayamos a la ciudad —realmente necesitaban asistencia. —Debo hacer mis oraciones matinales —reflexionó, más para sí que para ella misma. En ese estado le sería difícil. —Continúo con mi religión, Asbjørn. No me mires de esa forma —descubrió que disfrutaba de pronunciar su nombre, y que la embargaba una honda alegría cuando él decía el suyo. Ese Olympia con la gravedad de la voz de Lindstrøm, se había vuelto poesía. No quería que jamás dejara de nombrarla. —Necesitamos un médico, pero lo que más necesitamos, es descansar —volvió a su lado y se acercó a su cuerpo. Cruzó el brazo por su cintura y se aferró a él. —Debes ayudarme, me llevé la peor parte por tu imprudencia —y si bien no sonrió, le impregnó picardía al tono que implementó para hablar.
Cuando se separó, Olympia se sintió huérfana de nuevo. Le hubiera gustado poder abrazarlo, tal como él lo había hecho. Contrario a ello, escuchó su pregunta con un gesto inmutable. Era de esperarse… Los El-Gohary habían sido masacrados, desmembrados uno a uno, torturados. Todos abandonaron el mundo de los vivos envueltos en el dolor, pero ninguno había rogado, habían dado batalla hasta el último aliento. Pero no eran invencibles, y si bien sus cualidades como guerreros habían prolongado su agonía, no los había salvado. Sólo Olympia, la más pequeña del clan, había sido tocada por la varita de la piedad y había tenido una nueva oportunidad. Aquellos que la mantuvieron cautiva, le relataron una y otra vez, el día del deceso de sus familiares, plantando la semilla del odio y la venganza, cavando sus propias tumbas. Pero eso era algo que aún no estaba lista para relatar, no se sentía a gusto con su historia, y hasta la llenaba de vergüenza, por lo que respiró aliviada, cuando Asbjørn cambió drásticamente la conversación. Lo observó carcajear, con un suave gesto de incredulidad mutando sus siempre inalterables facciones. Ladeó el rostro, y gozó con la nuez de Adán del cazador, subiendo y bajando a lo largo de su cuello amplio. Su amigo se había convertido en un hombre demasiado guapo.
—Estás tan distinto…y tan igual al mismo tiempo —comentó, evitando la risa. Olympia había perdido la alegría, aunque debía admitir que Asbjørn le contagiaba parte de la suya. Cuando era una niña, había sido un cascabel. Nunca había vuelto a divertirse, le habían robado los sueños y la infancia.
El amanecer la encontró regocijada, repleta de magullones y sangre seca –propia y ajena-, también en compañía de, quizá, el único que la recordara. Porque había notado sinceridad en él, que su presencia le agradaba por encima de la memoria; sintió el cariño, mismo que ella poseía pero que era incapaz de exteriorizar. Palpó el abismo que los separaba, la mella que habían hecho las vivencias, y la invadió la tristeza, la nostalgia. Se había puesto como objetivo, jamás pensar en potenciales, pero le fue imposible no preguntarse cómo hubiera sido todo de no haber ocurrido aquella tragedia. Pero Alá le estaba regalando una bendición, y debía acatar su voluntad con el mismo respeto que había aceptado todas y cada una de sus desgracias.
—Sí, lo mejor es que vayamos a la ciudad —realmente necesitaban asistencia. —Debo hacer mis oraciones matinales —reflexionó, más para sí que para ella misma. En ese estado le sería difícil. —Continúo con mi religión, Asbjørn. No me mires de esa forma —descubrió que disfrutaba de pronunciar su nombre, y que la embargaba una honda alegría cuando él decía el suyo. Ese Olympia con la gravedad de la voz de Lindstrøm, se había vuelto poesía. No quería que jamás dejara de nombrarla. —Necesitamos un médico, pero lo que más necesitamos, es descansar —volvió a su lado y se acercó a su cuerpo. Cruzó el brazo por su cintura y se aferró a él. —Debes ayudarme, me llevé la peor parte por tu imprudencia —y si bien no sonrió, le impregnó picardía al tono que implementó para hablar.
TEMA FINALIZADO
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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