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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Miér Ene 20, 2016 3:36 pm

Se suponía que una mujer debía estar feliz el día de su boda, el día en el que comenzaba una nueva vida junto a ese hombre que amaba y que, a su vez, la amaba. El matrimonio era el hito más importante en la vida de una mujer de aquella época, y, además, ellas lo aceptaban orgullosas y con una gran satisfacción de sentirse realizadas en su vida.

Todo aquello era una vil mentira.

Jeanne estaba de pie observando su reflejo frente al espejo. Llevaba uno de los vestidos que perteneció a su difunta madre, el más hermoso de los que conservaba. Era algo sencillo, sin demasiados adornos, pero lo suficientemente elegante para aquella ocasión. Después de su primer matrimonio no tan fructífero, había podido disfrutar de unos pocos meses de paz en cuanto a relaciones se trataba. Pero, cuando lo creyó oportuno, Basile, su padre, había encontrado otro hombre con el que prometer a su única hija.

Se dio la vuelta y miró la parte trasera de la prenda. Caía sobre su cuerpo de manera perfecta, como si estuviese hecho a medida para ella. Sonrió melancólica sin poder quitar el ojo de la falda, recordando cómo lo llevaba su propia progenitora. Se parecían tanto la una a la otra que podían haber sido hermanas. «Ojalá estuvieras aquí» pensó de nuevo, exactamente igual que la primera vez. La relación con su padre no era la mejor, precisamente. Él tenía sus objetivos y no descansaría hasta verlos satisfechos. Ella, como era de esperar, tenía los suyos, mucho más humildes que los de Basile y por supuesto todo lo contrario a los de él.

Respiró hondo y miró la puerta que se abría en ese momento. Una de sus primas entró emocionada en la habitación y comenzó a hablar sobre cada invitado de la fiesta. Jeanne aparentaba curiosidad y asentía de vez en cuanto, fingiendo escuchar su verborrea cuando, en realidad, todo aquello le sobraba por completo. Aquella fiesta era una farsa necesaria pero de la que podía prescindir. ¿No podía, simplemente, acudir a la iglesia, casarse con él e ir al grano? ¿De verdad necesitaban hacerle pasar por aquello? La tarde iba a ser larga, muy larga.

La chiquilla que había entrado comenzó a colocarle lazos entrelazados en el cabello, que llevaba recogido a la altura de la coronilla. Jeanne no la interrumpió, no tenía una prisa excesiva por salir de allí, aunque sabía que cuanto antes lo hiciera antes terminaría todo. Sintió la tentación de preguntarle por cómo era él, el hombre con el que había de casarse, pero se calló. Si descubría que era un viejo repelente se escaparía por la ventana, decepcionando aún más a Basile.

El ruido que hacían los invitados comenzaba a ser ensordecedor. Armándose de valor, salió de la habitación seguida de cerca por su prima. «Qué niña más ilusa. Algún día te tocará a ti». El volumen de las voces aumentó en la medida que se acercaba al salón donde todos esperaban. Cuando apareció, se hizo un silencio sepulcral que duró escasos segundos antes de que todos comenzaran a aplaudir. Entre el gentío se abrió un pasillo, y, al fondo, esperaba un hombre junto a su padre. Era él, al menos eso supuso Jeanne, puesto que no lo había visto ni una sola vez. Comenzó a caminar hacia ellos, pero su padre, rápido e impaciente como él solo, se adelantó y la llevó de la mano junto a su prometido.

—Jeanne hija, él es Bismarck Raphael Von Deroeux.

Aunque le había visto desde el otro lado de la sala, en ese momento le miró por primera vez. Al menos, no tendría que escaparse por la ventana.
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Mensaje por Bismarck Miér Ene 20, 2016 10:21 pm

Abrocho el ultimo botón de su camisa fina y de algodón para después comenzar a colocarse el moño, un accesorio que siempre le ha caído mal por el simple hecho de no saber cómo ponérselo, de ese modo tuvo que llamar a su abuela, ahora, delante de él, se encuentra la mujer que más quiere en este mundo arreglándole ese estúpido moño de color negro. En poco tiempo iba a comprometerse con una mujer que no sabía de su existencia, vaya dilema se ha metido el hechicero. Mientras tanto, esperó pacientemente a que su único familiar terminara, ya que aún le faltaba darse los últimos retoques, claro, como si fuera una mujer para hacer eso, pero estaba nervioso, no lo iba a negar, sería la primera vez que tendría una prometida para después ser esposos. Caramba, ahora, pensándolo mejor y dándose cuenta lo que implica el asunto de tener una esposa en casa y lo que conlleva aquello.

Bismarck ya la había visto con anterioridad, de lejos, claro, pero nunca tuvo el valor necesario para acercársele y poder conocerse, hablar como dos personas que en pocas semanas comenzaría su vida de matrimonio, pero fue una de las condiciones que solicito al padre de está: Verse hasta el día del compromiso, y ha llegado el momento de verse las caras, ambos.

–-Sabes que no estoy de acuerdo en lo que estás haciendo ¿verdad? –-

Tragó saliva el nieto, sabiendo perfectamente que doña Elizabeth estaba inconforme con este casamiento, ella nunca le gustó estos términos. Cuando su única hija contrajo matrimonio con el padre de Bismarck, no se metió en las decisión que hacia la madre de este, y termino eligiendo lo mejor y mira que sí, encontró a un buen hombre, atractivo, amable, inteligente, trabajador y sobre todo que no daño en ningún momento la razón de vida de Elizabeth y de ello nació su adorable pero a la vez terco nieto Bismarck.

–-Lo sé abuela, pero ya está mi palabra dicha y sabes perfectamente que la cumplo. –-

Sus palabras fueron firmes y deseando que su abuela aceptara lo que estaba haciendo, se dio media vuelta dándole entender que saliera de sus aposentos para terminar de arreglarse por sí solo, sin necesidad que ella estuviera aquí; al captar el mensaje salió con toda la calma que le fuera posible.  La mujer asistirá a la dichosa fiesta de compromiso al ser su único familiar con vida y aparte, no lo quería dejar solo en estos momentos, sabiendo que será difícil con la decisión que ha tomado.

Al escuchar como la puerta se cierra, se deja caer en la cama, cubriendo su rostro. En estos precisos momentos se siente mal por a ver aceptado un matrimonio de esta manera, sin saber lo que ella siente o piensa acerca de todo esto. Porque lo acepto en primero lugar ¿por dinero? No, él no necesita el dinero de nadie, por ello tiene la empresa que a mucha honra le dejo su padre en sus manos y tiene un buen nivel económico que hasta podría pagarle la risa al mismísimo rey de Francia.

Basile, el nombre de su futuro suegro lo conoció durante una noche de reunión con un empresario que llegó a parís y que solamente esa noche estaría en la ciudad, entablaron una agradable platica como buenos colegas que eran, al principio logro caerle bien, pero no sabía con qué propósito él se acercaba hasta que después de dos semanas de a verse visto llego a su empresa, hablaron por horas hasta que soltó la bomba que deseaba que Bismarck fuera el esposo de su hija para que le diera un nieto varón, era una propuesta tentadora, pero deseaba rechazar aquel ofrecimiento pero algo en su interior le gritaba que la aceptara hasta que finalmente no tuvo más opción y aceptó.

Dejo de pensar tantas cosas, que si siguiera de esa manera llegaría tarde.




Bajo del carruaje con su abuela como acompañante, le dijo al cochero que se podía ir, ellos estarían bien. Bismarck le dio algunas monedas extras para después avanzar hacia al interior de la morada, que por lo que veía ya estaban los invitados adentro, suspiro, sintiendo el calor que Elizabeth le brindaba con su mano en su brazos y sin más se adentró al lugar. No se sabía si para su mala fortuna o su buena, la primera persona que vio fue a Basile.

–-Mi estimado Bismarck, me alegro que llegaras, pronto mi hija estará con nosotros. –-

Comentó el padre con una sonrisa radiante, que pareciera que en vez de estar feliz la pareja por el acontecimiento era él que se iba a comprometer. Asintió solamente el joven, tímido y reservado, un poco acalorado por la situación que estaba viviendo y que sin pensarlo el solo se metió.

–-No se preocupe, ella puede tardar todo lo que desee. –-

Comentó el joven, saludado a los invitados, felicitándole por el compromiso, y deseándolo lo mejor, cuyas personas él no conocía. De repente, y sin que él lo notara las personas se habían callados y volteando a un solo lugar, el hizo lo mismo y encontrando que su futura esposa había llegado al lugar, con indicaciones del padre de la mujer fue hasta ellos, presentándolos.

–-Mucho gusto–-

Dijo el hechicero, acercándose a ella, tomó su mano con delicadeza, y dándole un beso en esta.

–-Espero que estés lista–-

Susurro, viéndole fijamente, en un rápido movimiento la acercó a su cuerpo, rozando sus labios con los ajenos y escuchando los aplausos por detrás.

–-Mi prometida–-
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Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Dom Ene 24, 2016 6:56 am

Cuando se convirtió en el centro de atención se sofocó de tal manera que estuvo a punto de dar media vuelta y volver a esconderse a su habitación. Respiró hondo un par de veces y recibió a su padre a medio camino. Él no se daba cuenta, claro, pero lo único que conseguía con su impaciencia era ponerla aún más nerviosa de lo que ya estaba. Sentía los ojos de cada invitado clavados en su nuca, juzgando y opinando sobre ella y sobre Bismarck. ¡Demonios! Si aquello hubiera sido de otra manera, un encuentro privado donde conocerse antes del matrimonio… Pero no, esa manía de Basile. ¿Acaso pensaba que si no lo hacía frente a medio París se esfumaría con el siguiente amanecer sin dejar rastro? Qué estupidez, como si no la conociese ya.

Llegó junto al hechicero, que por supuesto no sabía que lo era. Él, elegantemente vestido para la ocasión, tomó su mano y la llevó a sus labios para darle un suave beso en el dorso. No quitó ojo de todos esos movimientos suaves y delicados. Era un hombre atractivo, debía reconocer. Al menos su padre había tenido ese detalle a la hora de escogerlo.

—No sé si alguna mujer está lista para algo así —contestó.

Prefería no mirar a su alrededor, puesto que sabía perfectamente que todos estarían con la vista fija en ellos dos. Desconocía si los invitados sabían que era la primera vez que se veían, aunque, pensándolo mejor, prefería no saber nada. Ni siquiera se atrevía a mirar a Basile, que probablemente no perdería detalle del encuentro. Sólo le quedaba mirar a su prometido.

En un movimiento rápido y desprevenido juntó su cuerpo con el de él y sintió como sus labios rozaban los de ella. Fue tan repentino que ni siquiera le dio tiempo a reaccionar, quedándose paralizada donde estaba. No fue un beso largo, así que cuando se separaron seguía en la misma postura. Esta vez miró alrededor y pudo observar, con cierto alivio, que cada uno de los invitados volvía a sus charlas y encuentros previos a que ella llegara. Se sentía más tranquila ahora, así que se volvió hacia Bismarck. Si iban a terminar compartiendo una vida juntos lo mínimo que debía hacer era conocerle un poco más. Pero, ¿qué quería saber primero de él?

—Siento que he sido un poco brusca, lo siento. —Comenzó. —¿Están tus padres aquí? Me gustaría conocerlos. —En realidad, no tenía un interés especial en ello, pero era lo que debía hacer. —A ellos y al resto de invitados que hayan venido contigo, claro.

Una mujer que rondaría la edad de su padre se acercó a la pareja y les bendijo con una sonrisa de oreja a oreja. Jeanne se la presentó a Bismarck como una de sus tías, a la que siguieron numerosas primas de la joven y alguna tía abuela.

—Esto va a ser largo —susurró apartando algunos mechones del rostro.
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Mensaje por Bismarck Dom Ene 24, 2016 7:00 pm

Bismarck, el joven que ocultaba un secreto que en realidad no era nada malo o dañino, simplemente jugaba hacer un buen vagabundo sin fortuna ni clase, cuyo secreto ni su  familiar más sercano lo sabía ¿La razón? Sencillamente no quería ser reñido como si fuera un crio de cinco años, que aún necesitaba pedir permiso, aparte no desea que su abuela se enterara de las cosas que hace, sabiendo perfectamente que ella no estaría de acuerdo completamente y justa razón, porque el chico suele meterse en severos problemas por causa de su, podríamos decir, jueguito, pero para él, cada caída o en cada victoria aprende algo nuevo, como dicen muchos: De los errores se aprende algo nuevo. Y como siempre, esta no era la excepción. Un matrimonio es lo más sagrado para la persona, porque ya no eres tú solo, si no estás velando por otra persona y el hechicero se había metido en un problema gordo, no era peligroso, tampoco iba a morir por unirse con alguien más. Ahora no iba a poder darse la vuelta y huir como si fuera un cobarde, tal vez podría hacer un hechizo y borrarles la memoria a todo el mundo, incluyendo a su abuela, pero eso sería algo, bueno, algo impropio de él, aparte no sabía ningún hechizo así, vaya fracaso.

Como dijo anteriormente. Cuando él da su palabra la cumple aunque esté lastimando a personas que, la verdad, no se merecía, y no sabía si con su decisión estaba lastimando a  Jeanne, el trato era: Casarse y darle un nieto al hombre con que hizo el compromiso y tenía que ser un varón, no firmaron un documento ni nada en lo que parezca, él es un hombre hecho y derecho. En estos momentos su cuerpo parecía una gelatina, que en cualquier momento podría doblarse sus rodillas y caer directo al suelo, necesitaba ser fuerte, tanto para él, tanto para ella, ambos, en estos momentos, se necesitaban. La velada apenas empieza, tardaría bastante altas de las horas para después ambos (Tanto él, como ella) podrán respirar con tranquilidad.

No pensó, en serio, no pensó cuando sus labios chocaron con los ajenos, simplemente un impuso le dijo: Bésala, delante de ellos, para que sepan que esto no es funeral, sino una fiesta de compromiso. Así que le hizo caso a su conciencia, solo para aparentar que eran una pareja sin ningún problema alguno, estaba más que frígidos los futuros esposo, como imaginó, los invitados voltearon a verlos en el momento justo del beso, sentía, sí, sentía las miradas en su espalda, como si fueran dagas clavándose en la espalda, dios, pensó el hechicero, sonrojado por el acto que hizo, hace tiempo que no besaba alguien y parecía todo un crio en su primer beso, sin saber que con esté es el décimo. Sí, Bismarck no es un hombre que esté en cama en cama.

Abría los ojos, viéndola, con una leve sonrisa, escuchando lo dice, negó, no necesitaba explicaciones, él estaría así o mucho peor si fuera mujer.  Entrelazó su mano izquierda con la derecha de ella, y nuevamente besando el dorso con cariño, sabiendo que con su barba le rasparía, siempre le ha gustado tener barba iba decirle que si estaba sedienta pero al escucha mencionar que ella deseaba conocer a sus padres quedó callado, sin lograr hablar, en ese instante, llegaron familiares de la humana; sonrío, asintiendo  y hablando un poco con las familiares de su prometida.

-Sí, va hacer largo. –Susurró para sí mismo. –Damas, con su compermiso, me llevaré a mi prometida. –Con un leve empujoncito hizo que caminara. –Espero que tengan una buena velada, cualquier cosa no duden en decírmelo, que lo disfruten. –Comentó.

Caminaron un poco, él buscaba a su abuela para presentarla. La vio de reojo.

-Y no creo que pueda conocer a mis padres. –Dijo, de repente. –Lamentablemente ellos están muertos. – No hubo ese matiz triste, hace mucho que había pasado, pero tampoco iba a negar que no desearía que estuvieran aquí o a lo mejor, él no estuviera en este dilema de desaparecer, tal vez, sería otro el que estuviera aquí, ahora con ella. Se detuvo, ubicándose enfrente de ella, y subiendo su mano hacia la mejilla ajena, dándole una leve caricia. –Pero esta mi tierna y adorable abuela. Vamos, cariño. –Cuando iba a darse la vuelta, dijo la ultima palabra. - Mi abuela sabe de esto, de la farsa. –Susurro, cerca de ella, viéndole de reojo. - No esta de acuerdo, pero es una decisión que tomé.- -Sonrío levemente, no odiaba a esta mujer, simplemente el destino jugo una mala jugada con ambos.

Deseando que un futuro no muy lejano ambos se enamoren y sean esa familia feliz y sino, solamente que se soporten, porque una cosa si está seguro el hechicero, primero muerto antes de divorciarse.
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Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Miér Ene 27, 2016 4:10 pm

Sintió la mano de Bismarck entrelazando sus dedos en un gesto que parecía intentar reconfortarles tanto a él como a ella. Parecía que él estaba tan nervioso como ella, aunque fuera algo de por sí bastante difícil. Le dio otro beso en el dorso y se despidió de las mujeres de una manera bastante elegante, al menos eso creyó Jeanne. Las tías de la joven parecían encantadas con él, como si fuera el esposo perfecto de sus hijas. Le sonrieron y se despidieron con un movimiento ligero de la mano, como si fueran doncellas avergonzadas. Jeanne miró de reojo al brujo: llevaba una barbita corta que le pinchó un poco cuando le besó la mano pero que le gustaba como le quedaba; de porte esbelto y más alto que ella. Sería la envidia de más de alguna mujer allí, pero tampoco le hubiera importado cambiarse el lugar con otra.

Comenzó a caminar guiada por él entre todo el gentío que los rodeaba. Ella le había pedido conocer a sus padres, puesto que él ya conocía a Basile. Se sentía en una situación extraña, como si aquello fuera un mal sueño. Y es que se iba a casar con alguien del que no conocía nada, ni siquiera ese pequeño detalle sobre sus padres.

—Lo… lo siento —murmuró mientras notaba que su rostro se volvía de todos los colores posibles —. No lo sabía. —Se llevó la otra mano al rostro y se lo cubrió como pudo para evitar que él la mirase. Qué vergüenza sentía en ese momento. —Mi padre ni siquiera me dijo eso —dijo después —ni siquiera eso…

Quitó la mano que cubría su rostro cuando Bismarck acercó sus dedos y le acarició la mejilla. Jeanne se sorprendió, no lo podía negar. Sonrió con sinceridad.

—Espero que tu abuela no me odie por esto —murmuró a su vez cerca de él. Siguieron andando en dirección a la mujer cuando la joven se acercó a Bismarck. —No me odia, ¿verdad? —le susurró, visiblemente preocupada.

Si le oyó o no no lo iba a saber hasta que se despidieran de la abuela del hechicero. Llegaron a su lado y Jeanne la observó. A pesar de que era una mujer mayor, vestía de manera elegante al igual que su nieto. Parecía que era seria, pero una buena mujer. Jeanne la saludó tomándole las manos con delicadeza. Siempre temía agarrar demasiado fuerte las manos de los ancianos, parecía que la piel fina y las manos huesudas se iban a romper si se aplicaba una fuerza mayor de la necesaria.

—Es un gusto conocerla, madame.

Quería seguir hablando con ella, pero otros familiares la interrumpieron en su intento. Había demasiada gente que quería saludar a la pareja, muchas tías y primas que disfrutaban con evento así. Jeanne asentía y realizaba gestos de espera, no podía atender a todo el mundo aunque lo quisiera. Se giró para seguir hablando con la mujer, pero fue interrumpida por segunda vez por exactamente las mismas personas.

—Bismarck, hay alguien que quiere conocerte —comentó sin darle mucha importancia, pero con cierto tono de molestia por la insistencia de las mujeres, que esperaban a lo lejos.

Presentó a su prometido con aquellas mujeres, a las que le unieron unas cuantas más dedicándose pellizcos en las mejillas de ambos, buenos deseos y sonrisas inocentes de las más jóvenes. Todas querían conocerle

—Mañana se les pasará, espero. —Se acercó a una de las mesas a por un par de vasos de lo que fuera, le daba igual el contenido. Necesitaba tener algo en las manos. —¿Por qué le dijiste a mi padre que sí? —preguntó sin tapujos una vez que se quedaron solos —. Quiero decir, no te amo y tu no me amas, creo. No sé… podrías haber elegido a cualquier mujer, pero te has quedado con una a la que ni siquiera conoces. ¿Por qué?

No se lo preguntaba con odio o rencor, no sentía eso cuando le veía. No podía saber cómo sería él cuando se casaran, pero por el poco tiempo que llevaban juntos no se podía decir que fuera un hombre desagradable, al contrario. Era atento y amable, cualidades que sin duda facilitarían la vida marital de ambos.
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Mensaje por Bismarck Jue Ene 28, 2016 5:51 pm

Apenas han pasado una media hora aproximadamente que entro a la fiesta, media hora que inicio con el engaño y no se sentía cien por ciento seguro de cómo seguir adelante con toda esta farsa hacia los invitados. Su mente no está precisamente aquí, nuevamente seguía pregunta cómo logro aceptar que realizara una fiesta de tal magnitud, como si de verdad se celebrara algo importante, maldita sea, pensó el hechicero con una ira interna que deseaba salir y destruir al responsable ¿Por qué no simplemente contrataron a un juez, invitar a unos testigos y casarlos, así de simple? ¿Por qué realizar todo esto? No era normal que Bismarck hiciera todo esté teatro, engañar a tantas personas y mucho menos a sí mismo, él, definitivamente no era de esta manera, en poco tiempo se estaba volviendo un completo demente por tratar de buscar una respuesta correcta y que le aclarara su mente, pero no encontraba nada y no estaba en el momento ni en lugar correcto para divagar cosas que, de verdad, estaba de más. Cerró sus parpados por unos cuantos segundos, quería relajarse, necesitaba hacerlo para darle todo el apoyo necesario a Jeanne, dejaría de pensar y solamente actuaría como él siempre lo hace y no como Basile le recomendó, que se pudra, el muy bastardo.

Trago varias veces saliva, tan fuerte que juraría que las personas lo escucharon, vaya locura tenía el sujeto. Volvió a pasar saliva, sentía que su garganta reseca, en estos momentos desearía aparecer un gran vaso de agua o de cualquier líquido que le quitara esta sed repentina. Un sudor frio es lo que su cuerpo sintió, bajando por los laterales de su rostro y eso lo colocaba en una posición un poco difícil, eso significaba que estaba muriendo por dentro y no precisamente por una enfermedad. En cualquier momento pensó que se desmayaría. Por segunda vez en la misma noche, Bismarck estaba cohibido por los varios pares de ojos sobre él y sobre Jeanne, ambos era la pareja del momento; vio de reojo a los individuos que en su maldita vida había visto, y de todos modos le dedicó una sonrisa, no grande pero sonrisa para agradecer a las personas que se tomaron su tiempo para asistir a una fiesta no deseada para la pareja supuestamente feliz. El supuesto vagabundo se quedó por un momento ido, imaginando que todo pasara rápido, que cuando menos lo espere, ambos (Abuela y nieto) estarán en su hogar, tomando una taza de chocolate caliente y con unos aperitivos recién hechos por su abuela, sí, reconfortándose a sí mismo, funcionó, y con eso, regresando a ser el mismo hombre de siempre.

Un hombre fuerte y determinado.

Justo alcanzó a escuchar que ella se disculpaba sobre  el comentario de sus padres, ya que el pobre hombre estaba distraído. Su mente decía que todo estaba bien, que se tranquilizara y que no era culpa suya, era normal que se preguntaran sobre sus familiares, pero de su boca no salió ni un sonido y lo único que se le ocurrió fue sonreírle abiertamente y sincera. El hechicero también deseaba preguntarle tantas cosas, quería saber todo, pero a la vez temía que fuera un  metido, que no le correspondía  al no tener la confianza necesaria para hacer ese tipo de preguntas y sencillamente esperaría a que fuera el momento adecuado y sobre todo, el lugar. Tanto Jeanne como Bismarck interactuaron unas cuantas palabras con Elizabeth, quería que ambas se llevaran bien, porque por obvias razones, la humana viva en la casa de su esposo. Deseaba conversar más con ella, para que su abuela no sintiera esa culpabilidad que, aunque no la reflejara, sabía perfectamente que por dentro quería gritarle a todo el mundo lo que estaba pasando. Pero la voz de su prometida lo distrajo, él asintió ante las palabras dándole una disculpa a la abuela e irse a presentarse.  

Diez minutos después de tantas palabras y de tantos saludos lograron desaparecer de toda esta estampida de individuos que sin pensarlos se adentraron. La nueva pareja se dirigieron hacia la mesa de los aperitivos y refrigerios, finalmente él tendría su deseada bebida. Observó que su prometida tomaba un vaso de sabrá que, Bismarck tomo un vaso de agua, agua es lo que siempre tomaba en las reuniones o fiesta de gala. Sí, es un hombre que no le agrada el alcohol. Todo estaba bien, hasta que la joven habló, no esperaba aquellas palabras de su parte a decir verdad e hizo que el pobre hombre se atragantara con el líquido comenzando a toser. Cuando se tranquilizó mordió su labio inferior y dejo el vaso sobre la mesa que está sumamente ordenada, con mantas elegantemente y blancas y alrededor de la mesa flores hermosas, llamativas y al centro todo aperitivo que un pobre humano de clase baja podría soñar; pensando en cómo decirle, buscando en lo más recóndito de su cerebro palabras claves y justificadas pero nada. Encogiéndose de hombros, camino hacia ella, para las demás personas era un acto de enamorados porque se vio que el hechicero rodeaba la cintura de su joven prometida, atrayéndola hacia él y pegado su boca al lóbulo ajeno, cerrando por un momento sus ojos, aspirando el aroma que desprendía de su ser, lavanda y a chocolate, eso es lo que olía Bismarck en ella.

-¿Si te digiera que no tengo una excusa para darte? –Habló, haciendo que su aliento rozara la oreja de la mujer para después trasladar sus labios hacia la mejilla y obsequiando un sonoro beso. Sonrió sobre la piel de está. -Tienes toda la razón, ninguno de los dos siente algo, ni amor ni mucho menos cariño, tal vez un poco complicado para ti tanto para mí, pero… -Detuvo su dialogo por unos escasos segundos, tratando de buscar palabras correctas para seguir. –Pero lograremos amarnos. –Guardo silencio a decir eso, sabiendo que tal vez nunca pasaría. –O tal vez nunca pase. –Dijo, sin más. -Pero una cosa si le diré, y espero que le quede perfectamente claro Mademoiselle Saint-Martin. Usted nunca se liberara de mí, la única forma de que usted sea libre es que yo esté muerto. –Con la otra mano libre hizo que volteara hacia él. -¿Queda claro? –Preguntó, sonriéndole con levedad. –Le daré un hijo varón que tanto quiere su bastardo padre. –Acerco los labios a los ajenos, rosándolos levemente, nuevamente  la besaría o tal vez no. -No es ninguna amenaza, la aprecio la verdad, aunque no la conozca, y quiero que este matrimonio será bien tanto para ti como para mí. –Suspiro, ladeando su rostro, presionando ahora si los labios, dándole un buen beso, solamente labios, y escuchando los aplausos de los invitados que por un momento Bismarck olvido. -La dejaré hablar con mi abuela, necesito tomar un poco de aire ¿Estará bien? Yo creo que sí. Cuando termine, venga conmigo. En poco su padre anunciara el compromiso y la fecha de boda. –Se separó de ella, alejándose, y sin voltear atrás salió hacia afuera, necesitaba aire ¡Ahora!

Bismarck no era malo, Jeanne estaría en buenas manos. Según fueron las palabras de su abuela antes que el hechicero desapareciera de la vista de su prometida y abuela.
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La receta de la ¿felicidad? {Bismarck} Empty Re: La receta de la ¿felicidad? {Bismarck}

Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Sáb Ene 30, 2016 6:54 am

Su pregunta le pilló completamente desprevenido, algo que Jeanne no esperaba pero que debía haber imaginado. Fue directa, pero no tenía ganas de andar con rodeos. Quería saber los motivos por los que se estaba celebrando aquella fiesta, pero su respuesta la dejó más confusa de lo que estaba. En realidad, el brujo no tenía un motivo para casarse con ella. Jeanne pensó que su padre le habría dado una gran dote, o quién sabe, algún tipo de negocio con la chocolatería. En algún recóndito lugar de su imaginación llegó a pesar que aquel hombre había visto verdadera belleza en ella, que la amaba incluso. Pero eso eran cuentos que la niña que llevaba dentro había compuesto para, al menos, intentar ser feliz en algún momento.

No, no había motivos para celebrar la fiesta, y, sorprendentemente, aquello la golpeó como un témpano de hielo. Sintió una presión en el pecho que pasó por la garganta hasta los ojos, pero se detuvo ahí. No lloró, no podía, aunque podría ser disimulado fácilmente. “¡Es la emoción!”, dirían, y todos sonreirían como bobos ante tal acto romántico. Sintió asco de sí misma. Se iba a casar con un hombre que no conocía y que no tenía motivos para estar allí. Ninguno los tenía, lo que le daba al matrimonio una perspectiva negra y maloliente.

Bismarck la tenía sujeta por la cintura pegada a su cuerpo. Jeanne podía sentir los impulsos del aliento del hombre en su oído cuando hablaba. Empezó a sentir un ligero nerviosismo en el vientre. Las palabras de su ahora prometido la inquietaron de una manera difícil de explicar. Ella se había hecho una composición de lo que sería su vida como mujer casada sin tener en cuenta lo que su futuro esposo esperaría de ella.  El único punto de apoyo para ello había sido su matrimonio anterior, algo tan efímero y poco convencional que apenas se había enterado de ello. ¿Y si él no quería que trabajara como chocolatera? Era su única vía de escape, a pesar de que también le traía quebraderos de cabeza. Su mirada estuvo clavada en un punto fijo hasta que ciertas palabras llegaron a sus oídos. Fue entonces cuando le dedicó una mirada desaprobatoria.

—¿Qué? ¿Te atreves a llamar bastardo a mi padre? —Separó el cuerpo de él de manera lenta pero decidida. —Disculpa, pero fuiste tú, y sólo tú, el que dijo que se casaría conmigo. No culpes a mi padre por algo que estuvo en tu mano y aceptaste sin pensar. —Los ojos se comenzarona a llenar de lágrimas que no llegaron a salir. Sentía que su cabeza iba a explotar. —Y no vuelvas a faltarle al respeto en mi presencia. Puede que no comparta su opinión, pero sigue siendo mi padre. Si no quieres seguir con eso basta con que te vayas, nadie te lo echará en cara.

Él se dio la vuelta y salió a tomar el aire. Ella se quedó donde estaba respirando hondo e intentando tranquilizarse. Con el vaso en la mano y otro nuevo se dio la vuelta y anduvo hasta el sofá donde descansaba madame Elizabeth. Se sentó junto a ella y le ofreció el vaso, que la señora aceptó con gusto. Hablaron de cosas banales como el tiempo, las noticias de actualidad y algún chismorreo de las clases altas que había salido a la luz. Jeanne sonreía, pero la mujer enseguida se dio cuenta de que no eran sonrisas sinceras.

—¿Estás bien, niña? —le dijo la mujer posando su mano sobre la de ella.

Jeanne alzó la vista y la miró. Estaba claro de dónde había heredado Bismarck sus ojos. Sus manos juguetearon con el vaso de manera nerviosa. Dio un sorbo y se peinó un mechón de pelo que se había salido del peinado.

—Estoy bien —mintió —. Es sólo que… esto es demasiado —añadió después, en el momento en que su padre se acercó a ambas.

Quería anunciar el compromiso y necesitaba que ambos protagonistas estuvieran presentes. Jeanne se levantó con el corazón en un puño para buscar a Bismarck, mientras dejó que su padre hablara con Elizabeth. Sólo esperaba que ella no le odiara también.

Salió al jardín iluminado por algunas pocas velas. Miró a su alrededor y, ligeramente apartado, vio la silueta del hechicero. Se abrazó a sí misma para combatir el frío de la noche y se acercó a él. Se quedó a cierta distancia y tardó un poco en comenzar a hablar. Respiró hondo.

—Mi padre va a hacer el anuncio y le gustaría que estuviéramos los dos presentes —dijo, dándose la vuelta después. De pronto se paró en seco y se volvió hacia Bismarck. —Hablaba en serio cuando he dicho que podías marcharte. Si no quieres seguir éste es el momento de decirlo. Buscará a otro hombre y ya está, por eso no te preocupes. —Volvió a tomar aire. —Al menos uno de los dos debería ser feliz y elegir lo que desea de verdad.

Le miró y se volvió hacia la casa. Comenzaba a tener frío allí fuera, así que aceleró el ritmo, pero frenó en seco. Estando allí fuera, sin toda esa gente que no hacía más que observarla, había empezado a llorar sin darse cuenta. Al principio fue un llanto silencioso, sólo perceptible por las lágrimas que caían por sus mejillas. Pero en cuando fue consciente su cuerpo entero empezó a temblar. Sus hombros se agitaban con cada sollozo y sus piernas temblaban, mezcla de frío, miedo y nerviosismo. Tenía la casa a un lado y el muro del jardín en el otro. Dentro de la vivienda, todos los invitados reían y esperaban el gran anuncio. Jeanne, al contrario, pensaba más en lo que había al otro lado del muro. Lo rozó con las yemas de los dedos y deseó, por enésima vez aquel día, saltarlo y huir de allí.
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Mensaje por Bismarck Sáb Ene 30, 2016 1:00 pm

Finalmente tenía un poco de paz mental como físicamente, al estar afuera y alejarse de tantas personas logró respirar como todo un buen ser humano que es. Su mente por fin tuvo un momento de descanso, tantas cosas que estaba en su mente que pensaba que iba a morir de un derrame cerebral, ahora, despejándose a la luz de la luna y con el viento moviendo un poco su ropa de gala, se sentía tranquilo; lo único que deseaba en estos momentos era vestirse como vagabundo y estar en las calles parisienas como si nada le interesara, ahí, Bismarck Raphael  Von Deroeux dejaba de existir para convertirse en “B” sí, una letra, haciendo referente a su nombre, en las calles él no tenía un nombre o un apellido o clase social, simplemente era “B”  un hombre sin fortuna ni clase, donde conseguía leves trabajos, claro de noche, ya que de día, bueno de día era otra persona.

Completamente calmado y con la mente despejada, recordó todas las palabras que le dijo, no podía creer que había dicho tantas cosas, simplemente su boca se abrió para escupir todo eso, de hecho, no pensó precisamente solo habló, maldijo por lo bajo, de verdad, él no es así, él es un hombre pasivo, tranquilo, que pensaba antes de actuar o hablar, pero ahora creo que cualidades se había ido  y solo quedo el hombre irrespetuoso y nada caballeroso. Lo único que el hechicero quería era que Jeanne se sintiera en confianza, que le abriera un poco su corazón y ambos apoyarse en esta aventura que se metieron sin pensarlo, que el matrimonio fuera estable, pero ahora empezaron con el pie izquierdo, mala jugada Bismarck, pensó por dentro, soltando un sonoro jadeo, estaba tan arrepentido que ahora no sabía qué hacer para que ella lo perdonara, se sentía el peor de las personas.

Su mente le gritaba que se diera la vuelta, entrara al lugar y la sacara de ahí simplemente para pedirle un gran disculpa, que no era así, que bla, bla, bla, pero tenía tanta vergüenza de s mismo de cómo pasó todo rápido, cuando menos lo espero, escucho las palabras frívolas de ella, claro, insulto así padre ¡Pero lo que dijo de él es real y es lo que siente, es un vil bastado! En poca palabras, una maldita sanguijuela que solo vive para él y su estúpido beneficio, sin importar que su hija sufra, lo noto a unos escaso días, como realmente es ese hombre imponente, y eso que le faltaba los dedos de la mano para contar los días que lo conocía. Desde que el Policía Militar aceptó el trato, a cada rato se reunían para hablar de negocio que terminaba con el tema del matrimonio,  ¿Cómo podía hacer esto a su única hija, casarla con un hombre completamente desconocido? Por cierto, ¿Cuántos años tenía Jeanne? No sabía eso, ¿Qué tal si ella tenía quince o diecisiete años? Y el como un maldito rabo verde se iba casar y consumir el matrimonio, por un momento sintió un revoloteo en su estómago yendo hacia su garganta, deseaba vomitar porque se sentía repugnante de sí mismo, ni eso logró preguntarle, cerro sus parpados imaginado el cuerpo de su prometida, aunque no tenía el cuerpo de una niña, era toda una mujer, así que se tranquilo, su momento de idiotez pasó, pero de todos modos, él le preguntaría cuantos años tenía, maldito Basile, que no le dijo la gran cosa, nada más le dio a su hija como si fuera un trofeo, por eso y más comenzaba a odiar a su suegro.

¿Cuánto tiempo paso desde que salió a tomar un poco de aire? ¿Quince minutos tal vez viento? En realidad no tomó el tiempo, pero ahora sabía que tenía que hacer algo para el bienestar de ambos, rasco un poco su nuca, tenía un plan para que todo resultara favorable, en cuanto pasara días, lo realizaría y con esa nueva determinación dio la vuelta encontrándose de lleno con Jeanne, antes de articular alguna palabra  ella se adelantó diciéndole que finalmente se llegó la hora de anunciar el compromiso, Basile está a punto de darle la buena noticia a sus invitado ¿Qué tenía de bueno? En cuanto termino de hablar, todo, dejó que ella se adelantara, no esperaba nuevamente que le digiera esas palabras tan toscas que hizo que se encogiera en su lugar, y una gran vergüenza surgió, sus manos comenzaron sudar, respiraba agitadamente parecía un ataque de ansiedad incluso mordió varias veces su labio inferior como toda una señorita en apuros.

Él ya tenía una promesa y no precisamente con ese sujeto: No iba a dejar que sufriera en manos de otro hombre, quien quita y su padre le buscara un marido todo anciano y depravado o un golpeador que cuando ella no quisiera hacer algo y el otro insista y recibiera una negativa le pegara hasta matar o para rematar uno de esos sobrenaturales que habitan en parís, no gracias. Eso no iba a permitir que pasara en sus manos ella esta cien por ciento segura, después de que se casaran el hechicero no pisara la casa del padre de su prometida, ni aunque le pagara viviera en el mismo techo, obviamente se la llevaría a su casa a vivir después de todo, ella será la nueva señora Von Deroeux y ahí el sujeto que se hace llamar su padre estaría fuera de su alcance sin hacerle más daño. Acomodo bien su traje, al corbata y sin pensarlo dos veces caminó hacia adentro, pero no avanzo mucho ya que la silueta de su futura esposa estaba recargada en el muro, vio como el cuerpo de la mujer temblaba ¿Qué estaba pasando, llorando? Trago saliva, nuevamente, acercándose con toda la calma del mundo con pasos silencioso, hasta que sin pensarlo mucho rodeo el cuerpo frágil de ella, apegándola  a su cuerpo, el brujo recargo su frente en la nuca de Jeanne, cerrando sus ojos.

-Jeanne… –Mencionó su nombre, fue más un susurro, pero ella perfectamente lo escucharía o tal vez se haría la que no, se alejaría y lo golpeara, pero ninguna de las cosas que pensó sucedió así que se animó a continuar hablando, le dirá la verdad, le dirá todo lo que siente para que ella lo comprendiera un poco y no estuviera pensando cosas absurdas o dañinas para ambos. -Me casare contigo ¿Sabes porque?...- Hizo la pregunta, no espero una respuesta de su parte. -Quiero que te alejes de tú padre, perdóname por faltarle al respeto, pero es así, y tú lo sabes, no te conozco de nada, pero sé que tu vida no como los cuentos de hadas y sé que este matrimonio tampoco lo será. –Seguía hablando, cerrando tan fuerte los ojos que pareciera que estaba retrocediéndose de dolor. -Te diré porque acepte este absurdo trato, porque acepte casarme contigo. –Trago saliva, sin hacer ningún movimiento. –Quiero, de verdad quiero salvarte, cuando tu padre llegó a mí, me contó una historia que su gran sueño es tener un nieto, varón, que antes de morir quiere ver a su hija realizada, casada y que no se quede sola cuando él muera, porque sabe que algún día se irá, no sé si es mentira, pero algo en mi interior me gritó que necesitaba ayudarte, que necesitaba alejarte de las garras venenosas de tú padre. De hecho, no me trague su cuento, lo veo tan sano y fuerte que creo que me moriré yo antes que él. –Río por lo bajo por lo que dijo, era una broma, solo deseaba despabilar este ambiente triste, este momento amargo. -De verdad, no soy hombre malo, tengo secretos, pasado, debilidades como todo mundo, soy un simple ser humano, hechicero y que se hace pasar por vagabundo Lo último lo pensó, pero no lo dijo. –Que cree que es un héroe, pero quiero ser el tuyo. –Se alejó de ella, haciendo que se diera la vuelta, al ver el rostro empapado de lágrimas, el corazón de Bismarck se encogió que hasta sintió picazón en sus ojos, a veces era un hombre sentimental.

Tragándose su propio orgullo, tomó el rostro de ella con sus manos grandes y toscas, con ambos pulgares limpio algunas lágrimas que aun salía de sus ojos, en estos momentos, Jeanne era el ser más hermoso que Bismarck vio, sí, se escuchaba malo, pero ahora más que nunca quería protegerla de todo mal, inclusive de él.

-Sabes, eres una mujer fuerte, toda una guerrera, no debes de llorar, aunque estés destrozada por dentro, debes de ser fuerte, por ti misma y luchar por lo quieres, afrontar las cosas muy bien, me siento tan afortunado de que tú seas mi esposa, nunca pensé casarme, de hecho en mis planes de vida nunca fue formar una familia, ya sabes, esposa e hijos, era un alma libre, pero el destino quiso que sea de esta manera, y no me arrepiento que pase. –Acercó su rostro, solo un poco, para darle un beso en la frente y volviéndola encerrar en sus fuertes brazos. -Déjame ayudarte, déjame ser tu esposo, el hombre, el amigo, el amante para ti. –Bajo su mirada, deseando encontrar sus ojos, esos ojos hermosos que ella tenía. –Déjame ser tu pilar y tú el mío.-Susurro y para alegrar un poco el ambiente comentó. –Oye, he visto que tu mirada a veces esta puesta en la ventana, puedes huir, no te retendré, te lo aseguro, olvidaremos este incidente, puedes salir pero sé que no lo harás ¿Sabes porque? –Al no ver su rostro el mismo levanto el rostro de la mujer haciendo que ambos ojos chocaran entre ellos. -Porque sé que tienes algo importante por cual luchar si te casas conmigo. –Finalizo, sonriendo, sonriéndole para ella, dedicándole esa sonrisa especial, que solamente aparecía cuando su abuela estaba con él, pero ahora, Jeanne se la ganó sin saber.

Basile salió para ver porque la pareja se estaba atrasando, con una leve sonrisa hipócrita comunico que por favor entraran al salón, que ya estaba todos esperando con ansias, al ver que se alejaba, Bismarck se separó no sin antes besarla delicadamente en sus labios, como modo de paz, y camino hacia la puerta y antes de entrar estiro su mano, viéndole, con esa misma sonrisa.

-Mademoiselle Saint-Martin, le daré dos opciones. Tome mi mano e ir a casarnos o puede salir por la ventana, puerta o por donde usted quiera. –Pasó la punta de su lengua por sus propios labios para morderlos. –Dígame, ¿Cual elije?
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La receta de la ¿felicidad? {Bismarck} Empty Re: La receta de la ¿felicidad? {Bismarck}

Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Dom Ene 31, 2016 10:41 am

Su cuerpo seguía temblando como un flan y el punto de apoyo que había establecido en el muro le servía ahora para no caerse redonda al suelo. Se sentía impotente, demasiado, y lo único que eso lograba era generar un odio en su interior hacia todas las personas que se habían reunido allí. Todas, incluido su padre. Incluso a Bismarck, sí, a él también. Quería gritar a todos los cielos que los odiaba, que se fueran al infierno. ¡Demonios! ¿Tan difícil era entenderla? Era horrible sentirse sola, como si a nadie le importara lo que sintiera o pensara. Era como una muñeca que pasaba de mano en mano: primero Basile, luego Bismarck, y todos los allí presentes sonreían y aplaudían. «Estúpidos» pensó, para arrepentirse después, porque, en realidad, ellos no tenían la culpa. Si hubiera tenido el valor suficiente le habría plantado cara a su padre y todo aquello no estaría pasando. O sí, quién sabía, pero al menos lo habría intentado. Su educación había sido tan clásica que ni siquiera tenía esos arrebatos de niña mimada y consentida. Cuánto le hubiera gustado.

Su mente no dejaba de pensar y su respiración terminó por agitarse, haciendo que su visión se volviera borrosa. Dio un paso atrás para mantener el equilibrio. Los sonidos de la casa se escuchaban lejanos acompañados de pitidos en los oídos. Un sudor frío la invadió de arriba a abajo y un calor repentino que se mezclaba con el frío. Se estaba mareando y se desmayaría si no se sentaba pronto. Estaba a punto de dejarse caer para evitar un golpe mayor cuando sintió el cuerpo de Bismarck tras ella. Sus brazos la estaban rodeando y su cabeza estaba apoyada en la de ella. Jeanne cerró los ojos y empezó a respirar hondo y despacio. Creyó escuchar su nombre en boca del hechicero, pero todavía seguía ida.

Fue recuperando poco a poco la consciencia y abrió los ojos, pero miró al frente. La voz de Bismarck la arrullaba tras ella y le daba las explicaciones que ella necesitaba oír. ¿Sería verdad todo aquello? ¿De verdad estaba dispuesto a casarse con ella para sacarla de allí? Salir de allí, del techo que la había cubierto durante toda su vida de soltera. Durante los pocos años que duró su primer matrimonio, vivió fuera de allí, bajo el techo de su esposo. Pero al enviudar volvió al de su padre, a sus manías y sus costumbres. Estaba claro que su vida no la deseaba nadie, y ella era la primera.

El hechicero se separó de ella e hizo que girara su cuerpo, quedando así frente a él. Con suavidad tomó su rostro entre las manos y le secó las últimas lágrimas que derramó. Sus palabras quizá sólo fueran una vía para convencerla y que dejara de llorar, pero Jeanne se las creyó. Quería pensar que aquello iba a salir bien. Bismarck volvió a abrazarla y ella se dejó, hundiendo el rostro en el pecho del hombre. Todavía seguía llorando, pero era más por cadencia que por lo que estaba sintiendo. La mano de él elevó su rostro haciendo que se encontrara con el suyo y le sonrió de una forma tan bonita que ella también sonrió.

Escuchó la voz de su padre tras ella, les llamaba inquieto. Se secó las lágrimas con las mangas del vestido de manera rápida y se giró para decirle mediante gestos que enseguida entrarían.

—Qué lata de hombre, Dios Santo —murmuró para sí.

Bismarck se adelantó esta vez caminando hacia la puerta mientras Jeanne se quedaba donde estaba respirando un par de veces, intentando relajarse. Ya estaba, dentro de unos minutos estarían oficialmente prometidos. Un nerviosismo la volvió a invadir y fue entonces cuando él le tendió la mano. «¿Está hablando en serio?» Por un momento, sopesó ambas opciones seriamente. Las dos acabarían igual, ella viviendo fuera de aquellos muros, sólo que una le brindaba un futuro estable junto a él y la otra… bueno, la otra le brindaba un futuro que probablemente ni siquiera fuera largo y que le haría perder lo poco que tenía. Bismarck tenía razón: si se casaba con él tenía una opción de luchar por lo que quería. Además, si quería huir de su lado, siempre tendría la opción de hacerlo. Se remangó el bajo de la falda y caminó hasta situarse junto a él, le dio la mano sin decir nada y se encaminaron hacia el interior de la casa.

Su padre estaba en posición preparado para dar su discurso. Nada más cruzar el umbral de la puerta Jeanne apretó la mano de Bismarck y desconectó su mente de todo aquello. No quería escuchar nada, había encontrado el equilibrio dentro de ella y no pensaba dejar que nada lo rompiera. La voz de Basile iba y venía en su mente, pero no retenía ni una sola palabra.

—…el matrimonio de mi hija Jeanne… —Ella agarró la mano de su prometido con la otra mano, envolviendola con ambas y aprentándola con fuerza. —… con este hombre, al que quiero como un hijo… —Miró a su alrededor, todos tenían la vista fija en él. —… celebrará en cuatro meses…

Jeanne le miró con cara de miedo y los ojos abiertos como platos.

—¿¡Cuatro meses!?

No pudo evitarlo. ¿De verdad tendría que esperar todo ese tiempo para salir de allí? Hubo risas de fondo y alguna palabra subida de tono haciendo referencia a las prisas de la joven para casarse. Lo que ellos habían tomado por las prisas de una joven por compartir las sábanas con su apuesto prometido era, en realidad, las inmensas ganas de empezar una vida nueva que pudiera hacerla más feliz de lo que era en ese momento. Basile simplemente sonrió, encantado con la idea de que su hija estuviera tan dispuesta. El discurso acabó y una nueva riada de invitados volvió a saludar a la pareja. La mente de Jeanne seguía lejos de allí saludando a todo el que se presentara frente a ella.

—Prométeme que me sacarás de aquí —le pidió en un momento de tranquilidad, antes de que más gente se acercara.

La perspectiva del matrimonio ya no le resultaba tan horrible. Ella no se podía considerar una gran esposa, pero si le podía prometer que haría todo lo que estuviera en su mano para no dejarle en ridículo. Romper las reglas no era algo que fuera con ella.

Un grupo de primas de su edad la llamó para que se acercara, con lo que soltó la mano de Bismarck al fin y se acercó donde ellas. Parecían visiblemente emocionadas con el hechicero y sólo tenían palabras halagadoras para ambos. Todas remarcaban lo atractivo que era, el buen porte que poseía y lo mucho que parecía quererla. Jeanne le miró de reojo mientras hablaba con algunos hombres y después se volvió a ellas, sonriéndolas y asintiendo ante sus palabras. Tenía que reconocer que parte de sus palabras eran ciertas. Aparentemente estaba más alegre que al comienzo de la fiesta, pero seguía teniendo ganas de que terminara. Necesitaba un poco de tranquilidad, unos minutos a solas pensando en sus cosas, su futuro y su presente.

Se disculpó de sus primas y entró en la sala contigua. Al cerrar la puerta, el sonido se amortiguó ligeramente, dejando un remanso de paz en el interior que agradeció como nunca. Se dejó caer en un sofá en una posición nada correcta para una dama, pero le daba igual. ¡Estaba sola, al fin!
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La receta de la ¿felicidad? {Bismarck} Empty Re: La receta de la ¿felicidad? {Bismarck}

Mensaje por Bismarck Dom Ene 31, 2016 1:12 pm

Por unos segundos fueron eternos para Bismarck, juraría que ella tomaría la segunda opción y si eso pasará, él tendría que ir solo, pararse en medio de todos los invitados y sobre todo afrontar solo a Basile, un hombre con un porte arrogante y feroz que con solo mirar a su enemigo podría aventarle dagas, pero una cosa sí, el hechicero estaba completamente seguro que ganaría y no por ser un humano con poderes oculto, no, él también podría herir a las personas con su simple mirada; sonrió por dentro, cualquier decisión que tomara la mujer sería aceptada y respetada, sobre todo si toma  decisión indicada para ella, simplemente quería la felicidad, que fuera totalmente feliz. No iba a dejar caer el brazo hasta que ella hablara o hiciera un momento, pero por dentro estaba aterrad y los nervios nuevamente surgieron. Como siempre y muy a menudo su conciencia hablo Bismarck, si ella toma la decisión de huir y no casarse contigo tendrás que tener muchos cojones para irte a plantar en el salón e informales que no habrá boda y a afrontar el enojo, la ira y la humillación de tu señor suegro inclusive hará todo lo posible para encontrarla y podría hasta matarla ¿Eres estúpido o qué? Para que le diste esta tonta opción, tú sí que eres imbécil Joder, es tan patético que un humano se auto regañe aunque eso era su voz interna la voz del razonamiento. Vaya dilema del hechicero, parece un hombre con dos personalidades, pero la que saca a reducir es la que realmente quiere y como dice, la felicidad de Jeanne es primero antes que la suya, quería protegerla, se miraba como un animalillo indefenso que, por obvias razones requería total protección y eso es lo que el vagabundo hará.

Los segundos pasaban, por un momento sentía la mirada penetrante del padre de la humana clavándose en su espalda, no iba a voltear, no aun, y como era costumbre esta noche, cerró los ojos, tratando de pensar que hacer si las cosas no salieran bien, pero de repente, sintió un tacto caliente y una mano delicada, de inmediato abrió sus los parpados, viendo enfrente suyo a la mujer que, ahora sí, iba hacer su esposa, quería decir gracias, pero simplemente su boca se alargó mostrando todos su dientes perfectamente blancos, era esa típica sonrisa de oreja a oreja, aparte, sintió su rostro sonrosarse ¿Por qué? Tal vez ella era su pequeña luz de esperanza, para ambos. Entrelazó sus dedos con los ajenos y sin más, entraron al salón recibiendo unos aplausos, de reojo vio a su abuela, con una mirada de compasión para ambos jóvenes, el asintió para caminar hacia donde estaba el padre, él que daría buena y maravillosa noticia.

Basile habló y habló como si ambos se aparecieran, hasta lo llamo el hijo, maldito bastado, pero sonrió cuando ambos ojos chocaron, duelo de miradas es lo que se vio pero sin perder esa sonrisa hipócrita que ambos, sin pensarlo se dieron. Regreso su mirada a su prometida, besando la dorso de ella, dándole señales de cariños, ya no la sentía nerviosa pero no quería que nuevamente tuviera un colapso nervioso, hasta que escucho que en cuatro meses se iba a realizar el casamiento, entreabrió un poco su boca iba a replicar pero mejor quedo callada, ¿Qué? No me jodas cabrón, ¿Por qué cuatro meses? No estaba desesperado para que preña a su hija. Que vejete tan bipolar primero quiere que sea lo más pronto posible y… Salió de su mente cuando escucho el grito que dio Jeanne, genial, no era el único alarmado, solo quería sacarla de esta casa, enserio, pero ahora tendría que esperar cuatro malditos y jodidos meses para tenerla finalmente en su casa, está bien, cuatro meses bueno, cuatro meses Jeanne no estará en casa

El morocho noto que estaba rodeado de gente que los felicitaba, sonriendo levemente, escuchando que se había ganado la lotería con su prometida, era una belleza, al terminar de estrechar sabrá cuantas manos, se alejaron, respirado un poco hasta que escucho lo que decía ahora su oficial prometida.

-Es una promesa de por vida. –Toco la punta de la nariz de Jeanne. –Desde a partir de mañana, estarás menos en esta casa y más conmigo o así. –Tenías planes, vendría por ella, se la llevarías para después decirle a dónde quiere ir, si ella le apetecería estar sola y acordar una hora para que venga y después traerla, buen trato.

Cuando iba a decir otra cosa, llegaron unos parientes de su pronto esposa, y la dejo ir, viéndole reírse él también lo hizo, sentía sus miradas pero las ignoro, hasta que unos hombres –conocidos- se aceraron a él, comenzando hablar sobre el nuevo producto de su empresa, Bismarck es dueño de una empresa de muebles de buena calidad, exportando a Italia e Inglaterra ese producto, es bueno en lo que hace y le gusta, hasta el mismo hace un par, por ejemplo, su casa tiene muebles hecho por él mismo, es muy trabajador en lo que hace. El tiempo pasaban, hace minutos que vio como Jeanne desaprecia, dejaría que se tomara su tiempo, no la hostigaría, como según su padre siempre hace, ahora ella tiene como un especie de hombre, iba ser su mujer y el padre de está ya no tenía ningún poder sobre ella.

Basile con su abuela un poco, después con las primas de la familia  Saint-Martin hasta una de ellas se le insinuó, vaya, y el que pensaba que estaba libre de coqueteos que ahora es un hombre comprometido, inmediatamente. La velada fue rápida después de que todo está aclarado, poco a poco los invitados fueron yéndose, quedaba pocos y algunos hasta ebrios estaban, en todo el rato no hubo rastro de ella ¿Se abra escapado? No, confiaba en ella. Inmediatamente fue hasta donde desapareció anteriormente ella, al estar enfrente de la puerta, toco varias veces

-¿Jeanne? –Subió un poco su voz. –La fiesta se acabó. -¿Y si se quedó dormida? Es posible y le alegraba que uno de los dos hubiera descansando, si fuera el caso, esperaría aquí. Hasta que ella abierta.
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La receta de la ¿felicidad? {Bismarck} Empty Re: La receta de la ¿felicidad? {Bismarck}

Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Mar Feb 02, 2016 4:53 pm

Estaba sola. ¡Sola! Después de toda la tarde rodeada de pares de ojos que no la quitaban la vista de encima ahora se sentía como si no fuera nadie, o, más bien, como si fuera transparente para el resto. Igual que los días que visitaba el mercado, que nadie se fijaba en ella más de lo necesario. Respiró hondo una vez y después se acercó a la ventana. La abrió de par en par y volvió a respirar hondo un par de veces, aspirando el aire fresco de la noche. Una delicia. Miró a través del hueco y se apoyó en el alféizar. Un par de pajarillos cruzó volando el jardín desde el muro hasta un seto bajo y se metieron entre las ramitas del arbusto, guareciéndose en su nido. Jeanne sonrió durante los segundos que los pajaritos estuvieron a la vista. Después su semblante se entristeció.

En cuatro meses se convertiría en una mujer casada. Aquello no era nuevo para ella, pero a la vez, se sentía como una primeriza. Tenía miedo, miedo de la convivencia con Bismarck, que, aunque no se presentaba especialmente complicada, no podía imaginar cómo sería. Durante el día podía estar con otras personas, tenía la tienda, la casa y muchas otras cosas de las que hacerse cargo. Pero por la noche estarían ellos dos solos, compartiendo el lecho. Su estómago se contrajo y sintió un ligero malestar. Cerró la ventana de golpe y se acercó al sofá, donde se tumbó dejando los pies colgando del reposabrazos. El lecho, ese era el lugar que más miedo le daba de todos. Menuda tontería, una cama, pero que para ella se presentaba como el sitio más íntimo que compartiría con el hechicero.

Y es que, Bismarck era su siguiente dilema.

—Es perfecto —dijo mirando el techo. —Maldita sea, es perfecto.

Sí, parecía un hombre tan perfecto que le costaba trabajo creer que fuera a ser su esposo. Salvo por el hecho de que odiaba a su padre, y lo hacía a muerte. Suspiró. ¿Qué iba a hacer con él? De verdad quería que aquello saliera bien, pero la relación entre los dos hombres no la veía nada clara. Aunque le doliera admitirlo, su prometido tenía parte de razón. Basile podía llegar a ser odioso, repelente y tozudo cuando se lo proponía. Ella le había soportado con todas sus manías durante años, había tragado tantas tonterías de él que podría alimentar a la ciudad entera durante dos inviernos seguidos. Pero no dejaba de ser su padre, y no podía evitar quererle a su manera. Con el tiempo quizá podía conseguir que Bismarck le aceptara tal y como era, sobre todo si ella dejaba la casa familiar para irse a vivir a la suya. Salir de allí, esa era la clave. El malestar se convirtió en una especie de cosquilleo que le erizó el vello de los brazos y la nuca. Dejar de vivir a la sombra de Basile era lo que la impulsaba a seguir adelante con ello. Nada le prometía que el hechicero no fuera a ser igual que él, pero Jeanne tenía el presentimiento de que los dos eran polos opuestos con respecto a ella.

Su mente vagó de allá para acá pensando, principalmente, en su prometido. Recordó cada palabra que se habían dicho en el tiempo que duró la fiesta, cada gesto por parte de él primero, por parte de ella después. Se sonrojó sin saber muy bien por qué. Giró el cuerpo y quedó tumbada de lado sobre el sofá, con la cabeza apoyada en el mullido cojín del lado opuesto. El murmullo de fondo la arropó y sólo se despertó cuando escuchó unos golpes en la puerta. ¿Era acaso la voz de Bismarck la que se escuchaba? Se levantó todavía un poco adormilada y se miró en un espejo de la sala. Tenía el cabello revuelto y el peinado deshecho junto con una cara hinchada y horrible. Se acomodó el pelo lo mejor que pudo y asomó la cara por la ventana, intentando que el frío la espabilara. Abrió la puerta y allí estaba él, esperando.

—¿Cuánto tiempo he estado ahí dentro? —le susurró mirando a su alrededor. Buscaba a su padre, estaría hecho una furia. —Esto está desierto. ¿Por qué no me habéis avisado antes?

Parecía que más de la mitad de los invitados habían abandonado la fiesta sin despedirse de ella. Basile habría dado alguna excusa, de eso no tenía duda alguna. Antes mentir que dejar entrever que no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba su hija. Aparentando tener el control, como siempre. Abrió la boca para preguntar donde se encontraba el hombre, pero enseguida escuchó su voz desde el otro lado de la sala.

—¡Jeanne Marie! ¿Se puede saber dónde te habías metido?

La mujer suspiró, miró al hechicero y mostró una sonrisa cansada. «Cuatro meses. Sólo cuatro meses más»

—No me encontraba bien, estaba mareada —mintió, aunque parecía que no le importó demasiado.

La agarró de la mano y la llevó al vestíbulo, donde se despidió de algunas tías besuconas y más y más invitados, de los cuales no conocía a más de la mitad. Vio a Elizabeth por allí cerca, que supuso se marcharía junto con Bismarck. Debía ser tarde, pobre mujer, quizá podía ofrecerle una habitación donde pasar la noche. Jeanne no sabía si el camino hacia su casa iba a ser largo, pero fuera hacía frío y el clima parisino podía ser fatal para las personas como ella. Más saludos y finalmente el grupo que estaba listo para salir terminó marchándose. Aparte de los vasos y los restos de la fiesta, sólo quedaban un par de grupos de invitados salteados por la habitación. La joven la cruzó de nuevo para acercarse a Bismarck.

—Parece que la prueba está superada —bromeó. Sabía que su padre le regañaría por decir algo así, pero sentía que con él podía hacerlo, que podía ser un poco más ella misma. —He visto a tu abuela ahí fuera —siguió. ¿Y si era demasiado? —Es tarde y hace frío. Hay una habitación libre en la planta baja. Puede… dormir aquí, si quiere. Imagino que estará cansada. —Gesticulaba de manera exagerada y le costaba trabajo formar las frases. Sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. —La habitación sólo tiene una cama, pero podría preparar otra si… —Su rostro entero se sonrojó —si no quieres dejarla sola. Puedo encender la chimenea para que temple la habitación.

Desvió la mirada de la de Bismarck. Sus ojos se fijaban en cualquier cosa que no fuera él. ¿De dónde había salido aquella espontaneidad tan repentina?

—Sé que no soportas a mi padre. Podéis marcharos a primera hora, seguro que dormirá hasta bien entrada la mañana. Ni siquiera tienes que hablar con él —aclaró —. Lo hago por ella, sobre todo.
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Mensaje por Bismarck Miér Feb 03, 2016 3:07 pm

Bismarck esperó pacientemente. De hecho, se recargo en el marco de la puerta, esperando, no le iba a exigir nada, no era su dueño para maltratarla o reclamarle del porqué de su larga ausencia, ella necesitaba pensar, todo ocurrió tan rápido que hasta él estaba abrumado. En cuestión de horas tuvo una prometida que recién la conoce, bella, ella era hermosa. Sí, algún hombre estaba envidiado de la prometida que le tocó y como hombre, su ego se elevó, aunque no lo diré en voz alta. Claro está. Ni tardo diez minutos cuando la puerta finalmente se abrió, revelando a una no muy despierta Jeanne. Quería reír, era una escena graciosa y a la vez tierna, acertó en sus pensamientos: Ella había dormido.  Con su mano diestra acomodo algunos cabellos que deseaban escapar de su lugar, deslizándole por el lateral izquierdo de la cabeza de la mujer, y trasladándole hacia la nuca, ya que vio un cabellito rebelde. El negó, aunque no articulo ninguna palabra. No quería molestarte, es lo que pensó y es lo que nunca dijo en voz alta, pero debería decirle para que estuviera tranquila justo en el momento que iba hablar la voz gruesa y malhumorada de Basile se escuchó por la casa, ambos respirando hondo  Cuatro meses, solamente cuatro meses para alejarte de aquí Jeanne.

Pero de su boca no salió nada, solamente entrelazó sus dedos con los de la joven, caminando, todavía quedaba algunos cuantos invitados, comenzaron a despedirse, alargando más la sonrisa en cuanto escucho cada palabra de ella, al momento de permanecer a solas, coloco un dedo sobre los labios ajenos para hacer callar, hablaba muy rápido y parecía que en cualquier comento iba a colapsar y ahogarse con su propia salvia

-Cariño, tranquila. –Lo que menos pensaba en estos momentos era dormir. Desvió su mirada hacia donde se encontraba su abuela, platicando con unas tías de Jeanne, lo sabía, porque hace horas atrás la misma le había presentado, notó que los ojos de Elizabeth estaba cansados, perfecto, tal vez, solo tal vez ella si quisiera quedarse a dormir, ella, él no. Bismarck tenía otro tipo de planes y no incluía una cama. -Estoy completamente de acuerdo con usted. Le preguntaré a mi señora abuela que si desea dormir en su hogar y por la mañana marcharnos. –Con delicadeza comenzó a separase, no sin antes besar el dorso de su muy pronto mujer, pero no logró evitar que su boca se abriera. –Sabe. –Dijo, muy firme y con voz ronca, solo para ella. –Se ve mucho más bella con se sonrojo que adorna sus mejillas. –Se acercó, no sabía del porque pero quería besar aquellos labios, pero finalmente sus labios se posaron en la frente, fue un gesto cariñoso y reconfortador, para ambos. -Si me disculpa, iré a donde está, Lizzy. –Sin más contratiempo, se acercó dónde estaba ubicada la señor hechicera, tomó las manos arrugadas y delicadas de está, comenzando hablar. -Abuelita hermosa. Jeanne menciono que si podíamos quedarnos a dormir, de hecho, es lo mejor para ti, sí, sí, sabemos perfectamente que podemos defendernos haya afuera, pero quiero que estés bien. Sabes perfectamente que ya no estar para hacerte la heroína hechicera. –Lo último lo dijo en susurro y aparte recibió un buen golpe por parte de la ya mencionada, riéndose cerro los ojos antes de estallar en una grande carcajada, siempre le gustaba picara a su abuela con el tema de su vejez. Sí la familia de Bismarck eran unos estupendos hechiceros y por ellos él se siente orgulloso de ser uno, pero no por eso estarán a salvado de otros seres o de los mismos humanos.

-¿Estas completamente seguro de que desea que nos quedemos a pasar la noche en su casa?-Preguntó con una voz dudosa. Su nieto solamente asintió, con una leve sonrisa, suspiró terminando aceptando. –Está bien hijo, nos quedaremos. –La sonrisa del hechicero se ensancho más, y cuando se iba a dar la vuelta lo detuvo. –Tú, Saldrás está noche. –No era una pregunta si no una total afirmación, que astuta era su abuela. Tomó sus manos, besando la palma de cada una, siempre lo había hecho, como una forma de demostrar que todo saldría bien.–Tengo que salir abuela. Pero no se me preocupe, como siempre. Volveré. –Le guiño un ojo –La dejo, deseo informarle su aceptación a su nueva nieta. –Sin más que decir, se alejó, nuevamente regreso con Jeanne. -Regresé. –Río bajito, está feliz, eso no cabía duda, y los invitados pensaba que era por la gran noticia de su casamiento. –Y nuestra abuela aceptó con gusto. –Susurro cerca de su rostro, esa palabra, nuestra  no esperaba decirlo, pero su boca simplemente habló, que bocaza era algunas veces, pero tampoco la retiraría. En vez de eso, recargo su frente en el costado de la cabeza de Jeanne, cerrando sus ojos, estaba cansando, pero aun necesitaba hacer una cosa esta noche. -Madame. Usted también necesita dormir. Fue un día largo. Yo tengo que hacer, un asunto que arreglar, así que. Le pido que conduzca a mi abuela a sus aposentos y mañana temprano vendré por ella y por usted.-Tensio. -Hace horas atrás le dije que a partir de que usted es mi prometida, pasaremos mucho tiempo junto. Planee el día de mañana, dígame si estoy incluido o si simplemente desea andar por si sola en las calles parisinas y... ¿Me dejaría hacer una cosa? –Preguntó, vio con duda que aceptaba. –No le haré daño. –Confesó, con calmas para posar sus labios en los de ella. Un beso, quería probar sus labios, desde el momento que los probó por primera vez, su deseo era sentirlos nuevamente ¿él podría besarle cuantas veces quisiera, verdad? Es su prometida. Abrió los ojos y en la entrada vio alguien, conocido por supuestos

Con calma se alejó tanto de sus labios como de su cuerpo, y caminó hacia la puerta, pero antes de salir, volteo a verla, sonriéndole.

-Buenas noches, Mademoiselle Saint-Martin. –Finalmente salió.

La noche terminó. De ese modo, fue a lo que hacia todas las noches: Ser policía Militar, que a veces lo llaman y a veces a muy altas de la noche. Y estar como vagabundo, cuando está en su empresa o como guardián de la ciudad suele jugar como un clase baja, sin dinero, sin clase, sin nada. A veces hay días que no duerme en todo el día. La vida de este hombre es algo complicado y es por su culpa. Nadie lo metió en eso ¿Le dirá la verdad a su prometida? O callara como lo ha hecho para con su abuela, un dilema complicado la tiene. Pero ese seria otro momento, ahora ambos están bien. Contentos y en paz.
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Mensaje por Jeanne M. Saint-Martin Sáb Feb 06, 2016 4:38 pm

Volvió a sonrojarse cuando escuchó la voz ronca de Bismarck cerca de su rostro. Le vio alejarse y sintió una especie de vacío que, a decir verdad, la asustó. Esperó mientras acomodaba algunas flores que seguían sobre la mesa y recogía algunas servilletas del suelo. Si no era entonces tendría que hacerlo al día siguiente. No pasó mucho tiempo cuando el hechicero volvió con una sonrisa radiante en el rostro que hizo que Jeanne sonriera a su vez. Lo hizo aún más cuando escuchó que su abuela dormiría en casa.

Cuando Bismarck posó la frente de sobre su sien en una postura tan íntima y relajante, cerró los ojos y sintió el peso del cansancio en su cuerpo. Toda la tensión acumulada, el nerviosismo tanto de los días previos como el de aquel mismo día, el miedo porque su prometido fuera peor que el anterior… todo le había pasado factura. Sintió la tentación de acurrucarse en el pecho de Bismarck y dejar que fuera él quien la guiara a ella hasta el dormitorio. Quería ser niña de nuevo, que alguien le diera la mano, la arropara a la hora de dormir y le diera un beso de buenas noches. Quería tener a alguien a quien abrazarse en las noches de tormenta o alguien que la tranquilizara cuando se despertara sobresaltada por una pesadilla. Alguien a quien contarle sus secretos, con el que reír y con el que llorar y, por qué no, alguien con quien discutir. Y de verdad creía que, con el tiempo, ese alguien podía llegar a ser Bismarck.

Por un momento pensó que él también se quedaría en su casa acompañando a su abuela, pero cuando escuchó que se marcharía su sonrisa se borró. Le miró como un corderito asustado que se separa de su madre por primera vez.

—Oh… —consiguió decir. Después, su expresión cambió de la decepción al asombro, y de ahí a la duda. ¿Sola por París? ¿En que mente extraña encajaba aquello? —¿Sola? ¿Yo?

Se llevó una mano al pecho en el momento en el que recibió un nuevo beso de Bismarck. Esta vez su postura no fue rígida como la primera vez. Dejándose llevar, saboreó la textura de sus labios, memorizándola. Alargó el brazo para agarrar su mano y estrecharla con delicadeza. Una corriente subió hasta su cuello, erizándole el vello de la nuca. ¿Qué le estaba pasando?

—Claro que estás incluido en esos planes —contestó a su pregunta una vez que se separó. Sonrió. —Buenas noches, monsieur Von Deroeux.

Su apellido sonó extraño en sus labios. Pronto sería el suyo también. “¿A dónde vas?” quiso preguntarle, pero no se atrevió. No podía preguntarle algo así el día en el que lo había conocido. Vio cómo se marchaba y cuando ya supo que había salido se acercó a la anciana, que seguía hablando con sus tías. Esperó pacientemente junto a ellas a que terminara la conversación.

—Elizabeth, la acompañaré a su habitación —dijo mientras pasaba el brazo por debajo del de la mujer. Comenzó a caminar a paso lento, siguiendo su ritmo. —Le encenderé la chimenea para que se caliente la habitación. No hace mucho frío, pero es agradable. ¿Le parece bien?

—Claro, hija —contestó dándole unas palmaditas cariñosas en la mano.

Guió a la mujer por el pasillo hasta el fondo donde estaba la habitación de invitados. La cama con dosel no se utilizaba muy a menudo, por lo que Jeanne destapó las sábanas nada más entrar. Le señaló un sillón orejero que había junto a la chimenea para que se sentara y fue a buscar algunas leñas. No tardó mucho en encenderla, era algo en lo que tenía bastante maña. Debía tenerla si se dedicaba a trabajar con chocolate. Puso sobre el fuego un bonito calientacamas de cobre labrado con un mango largo.

—Esto calentará la cama y quitará la humedad de las sábanas. Esperaré con usted hasta que esté listo.

Hablaron de todo un poco, pero sobre todo de Bismarck. No deseaba hacer preguntas personales sobre el hechicero, creía que debía ser él quien se las respondiera, pero hablaron de su infancia, de cómo era él años atrás cuando era tan solo un niño. Le resultaba agradable hablar con ella. Hacía demasiado tiempo que no intercambiaba palabras con otra mujer. La madre de Jeanne había muerto hacía años, y su madrastra la siguió poco tiempo después, dejándola sola en la casa, y su padre creía tener otras cosas más importantes que escuchar a su hija.

Cuando la habitación se templó Jeanne ayudó a la mujer a meterse en la cama e introdujo el calentador en el lado opuesto para que no se quemara. La abrazó a modo de despedida, sintiendo su cuerpo frágil entre sus brazos.

—Buenas noches, Elizabeth.

Salió de la habitación y se encaminó hacia la suya. Estaba agotada, sí, pero cuando se metió en la cama el sueño no llegó. Se quedó mirando el techo y pensando en él. Finalmente se quedó dormida, pero no supo cuándo. En ese momento, Bismarck era lo único que tenía cabida en sus pensamientos.
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